Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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lunes, 24 de diciembre de 2012

Lo Aparente y lo real (III )



¿Puede cambiar la humanidad?

Ya hace tiempo, tal vez unos meses, creo recordar una noticia de prensa – de esas que rellenan los periódicos como curiosidades, pero en esta ocasión en televisión - en la que se afirmaba que: de existir extraterrestres el mayor temor de los científicos se concretaba en que se parecieran a nosotros. No se referían a que su aspecto fuera parecido al nuestro sino a que sus motivaciones existenciales fueran similares a las nuestras y que de darse un contacto entre ambas civilizaciones el resultado del mismo fuera la colonización de nuestro planeta y la esclavitud de la humanidad (ello sin descartar que acabáramos siendo alimento, literal, de su dieta).
El pensamiento sobre otras civilizaciones del Universo, más avanzadas que la nuestra, pasaba así por un ciclo completo que podía empezarse a contar desde los años cincuenta, donde los extraterrestres se veían como una amenaza real al delicado sistema de equilibrio social humano (marcando el punto de inflexión Orson Welles con la “Guerra de los mundos” y su programa radiofónico en el que se retransmitía la invasión a la Tierra de alienígenas en directo); posteriormente, los años sesenta y setenta los presentaban como civilizaciones avanzadas cuyo desarrollo tecnológico sólo podía interpretarse como la superación y el avance espiritual con un resultado de hermandad fraternal universal; para nuevamente, en los años ochenta (con la serie V) y en el siglo XXI (con informes técnicos de expertos), volverlos a ver como una amenaza real.
            Todo ello no parece ser más que una proyección de la visión de la propia humanidad en la que, una vez superada las tensiones nucleares que podían dar al traste con la paz y la vida humana en la Tierra, volvemos a un entorno internacional de la necesidad de encontrar enemigos que nos hagan olvidar las limitaciones de nuestras sociedades (las metas prometidas y no conquistadas).

La nueva visión de los extraterrestres parece incluir la propia contradicción que existe en el seno de la humanidad – en especial en las sociedades avanzadas – donde la sensibilidad ética protege a los animales domésticos, a los que no pueden desatribuirse cualidades humanas esenciales – como lo son la conciencia de existencia propia y los sentimientos de cariño y afecto – que poseen, prácticamente, todos los animales y pese a ello forman parte de nuestra dieta diaria. Tampoco ha de olvidarse la similitud que existe entre esa fagocitación de seres sensibles de nuestro entorno – que son recluidos, alimentados a veces forzadamente y llevados al matadero para formar parte de nuestra alimentación (1) – y las relaciones que tiene la humanidad consigo misma: La esclavitud de las personas – aún persistente en la trata de blancas, la trata de niños con fines laborales, sexuales o de donación forzada de órganos - la existencia de guerras y la miseria que tiene como fin la sumisión de una parte de la humanidad para beneficio de una élite dominante (élite que no muestra ninguna cualidad esencial para merecer esa posición que no sea puramente materialista - se echa de menos constatar que el acceso a los grupos que dirigen el planeta y las naciones sea producto y consecuencia de una evolución espiritual) y las propias relaciones cotidianas - en la que se subordinan valores superiores de las personas a fines concretos que satisfacen vanidades, poderes personales o compensan íntimos sentimientos de inferioridad – en los que los dominantes se resarcen de lo injusto de la vida subordinando a otras personas o sacrificándolas en beneficio propio.

Con el paso de los años veo mi propio pasado claro y confuso. La educación pasó, intransigentemente, por inclinar la búsqueda de soluciones más que la expresión del problema, así que nos acostumbramos a tener dispuesta una solución para cada dificultad – algo que no siempre se interpretaría bien, pues es más cercana a la condición humana el acompañamiento en el sufrimiento que la búsqueda de soluciones sin más (tal vez, en último extremo, estas no existan) ). Al final, todos parecen apostar por las apariencias más que por la efectividad (parece que la apariencia es todo y lo único salvable de esta sociedad en constante contradicción)(2).

Parece claro que los que sostienen el poder carecen de ideas y dedican sus vidas y sus esfuerzos a mantenerse en el propio poder (las ideas las toman prestadas de otros). No realizan procesos mentales de innovación y desarrollo que les dote de esa experiencia creativa necesaria para hacer evolucionar la sociedad; toman la idea ajena y la adaptan para, a continuación, tomar otra idea como propia absolutamente incoherente con la anterior. Y en ese proceso no parece que importe nada que no sea la imagen (el fin sigue justificando los medios).

Cuando se investigan los ambientes sociales de hace unas décadas se puede ver que la sociedad ni pensaba como ahora, ni sus anhelos son los de ahora (aunque las series televisivas intenten presentarnos personajes que sostienen valores y preocupaciones actuales). Pero el ser humano sigue sin haber respondido a preguntas universales:

¿Por qué somos inteligentes y conscientes de nosotros mismos?
¿Qué sentido tiene nuestra inteligencia en el universo y en el planeta?
¿Qué sentido tiene nuestras vidas?
¿Realmente existe D.?
¿Realmente existe un mundo espiritual real, más allá de nuestros sentimientos personales?

La vida pasa, y los anhelos y las ilusiones quedan atrás. El peso de la realidad va poniendo a todo el mundo en su sitio y la historia personal se diluye no dejando memoria. La colectiva apenas se salva. La nacional queda en manos de historiadores y de sus coyunturas personales. Y la humana se mide por los avances científicos y logros o fracasos políticos. Todos morimos y somos reemplazados por otros, y así el planeta, y la vida se renueva para ser siempre la misma.

* * * *


Veo el Árbol de Navidad y pienso que sus bonitas bolas de colores son planetas; los espumillones son Vías Lácteas, la estrella que los culmina es el Sol, las postales y muñequitos son los mensajes que esconde el Universo y las luces de colores – parpadeantes- las estrellas lejanas. Sí… el Árbol de Navidad parece el Universo.

En estos días de Navidad todos sabemos que podíamos haber sido mejores: más inteligentes para resolver mejor las situaciones, más honestos para dar lugar a la voluntad de D., más humildes para que nadie se ofenda… pero sabemos que pasados estos días volveremos a ser como siempre… y el mundo avanzará lentamente hacia un porvenir incierto en los sueños.








The Beatles - Christmas Time Is Here Again