Cuando
pienso en decepciones me viene a la mente la persona de Adolfo Suárez
y la cantidad de traiciones que tuvo que asumir. Algunas, muy
lamentables.
Se
aprovechan éstos días para escribir recuerdos sobre su memoria y
algunos empiezan a poner los pelos de punta.
Leo
en ABC, por un cercano que confecciona un artículo con un dibujo de
Suárez como Cesar (o más que cesar, con la corona de un
merecidísimo laurel): Suárez era un tipo que los tenía bien
plantados... y enumera algunas anécdotas con los Presidentes alemán
y francés – que viene a confirmar que los gobernantes de la Tierra
suelen ser una cuadrilla de niños mimados que precisan saciar sus
ansias de poder y que luego se expresan con rivalidades de patio de
colegio: vamos, una panda de inútiles. Pero lo transcendental no es
ello. Si no la revelación de que existía una lista de Diputados que
firmaron la traición a Suárez para apoyar una hipotética segunda
moción de censura al Presidente constitucional por parte del PSOE
(vaya vergüenza).
Así
que se viene a destapar y confirmar lo señalado por Santiago
Carrillo cuando refiriéndose a Felipe González aseguraba que éste,
más que no estar de acuerdo con arreglar el país en aquella época
con los Pactos de la Moncloa, chirriaba de celos ante las
viabilidades de las soluciones aportadas por Suárez y que le tendían
a perpetuar en el poder. Así que corrieron a abreviar la espera y a
sincronizar el escenario político comprando votos (les suena de
algo?). Mientras el héroe se enfrentaba a los reaccionarios y
violentos, los “demócratas” también eran de órdago (puro
carácter español).
Hay
quien piensa que las cosas no se saben, pero desde ése punto de
vista se entiende que la debilidad del partido socialista estaba en
que había accedido al poder, o la habían pretendido, “haciendo
trampas” y sus adversarios lo sabían (la ambición les llevó a perder parte de la autoridad
moral que traían desde el exilio por querer gobernar deprisa) y
pensaron que no eran tan diferentes de ellos. Y así, perdimos todos
Derechos en favor de un gobierno que se mostraba con un autoritarismo
propio de la consciente debilidad moral y ética que ostentaba; y que
ha dado lugar al desarrollo de un juego de antagonismos que en vez de
llevarnos por el camino de la profundización democrática nos ha
llevado al escándalo de la corrupción compartida.
A
éstas alturas cabe pensar si el camino de Suárez, de crear un
sólido partido de centro – progresista – que ahondara en la
democracia, no hubiera sido más productivo que lo que hemos visto en
éstos últimos 30 años.
Y
Felipe (el nene mimado andaluz) tiene que empezar a sincerarse con
España y con los demócratas.