Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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viernes, 23 de diciembre de 2016

Año Nuevo

     Ya hace unos meses - igual el año pasado  por estas fechas - escribí un artículo fantástico sobre el solsticio de invierno. En él se hacía referencia al inicio de esta celebración bajo la idea de que antiguamente, antes de que el hombre tuviera historia, no existía ni los solsticios ni los equinoccios, y la órbita de la Tierra era perfecta - o casi. Entonces amanecía siempre por el mismo lugar todo el año y también el ocaso era en el mismo lugar. No había estaciones y el clima siempre era el mismo. Un suceso inpredecible pudo venir a acabar con ese estado perfecto. Tal vez un suceso inesperado modificó las órbitas de todos los planetas del Sistema Solar. Y la Tierra, y el resto de los planetas, modificarán su equilibrio orbital, y también y su eje norte-sur. Y aparecieran las estaciones y los cambios bruscos de clima. Otros dicen que esa perfección iniciar nunca asistió y que lo que ocurrió es que ese mismo fenómeno inesperado viniera acentuar las excentricidad de la órbita, la velocidad de rotación y el eje norte-sur. Y en esos tiempos de acomodacion de Sistema Solar a esas extrañas y lejanas fuerzas - que modificaron todo nuestro universo cercano - la gente, los seres humanos, tuvieron mucho miedo de que el planeta Tierra pudiera alejarse definitivamente del sol - o simplemente fuera tan extrema las condiciones sobre la superficie del planeta que nadie pudiera vivir ya en él por hacerse penosa la vida - y, de ahí, de esos temores  del pasado lejano, llegaran las celebraciones del solsticio de invierno, y los rezos y las divinidades a nacer en estas fechas para conmemorar que el Sol nunca se alejará de la Tierra - al menos en una gran temporada. Y, por ello, esa conmemoración, así encriptada, en las festividades de nuestra civilización.
    El año nuevo vendrá al finalizar el séptimo día del solsticio de invierno, sabiendo ya que el Sol reiniciará el avance por el horizonte haciendo previsible, y real, un nuevo periodo de estaciones que traerán nuevas cosechas con las que alimentarse.
      Esto ya lo conté, tal vez de otra manera más estructurada, posiblemente, pero el objeto de este artículo no es otro que el de hacer referencia a las 12 campanadas con las que iniciamos el año nuevo. ¿Cuándo comienza exactamente el año? - es la pregunta que me viene como si de un juego de niños se tratara - ¿Con la primera campanada o con la última? Realmente, pudiera ser que con la primera campanada, o el último cuarto, dijéramos: ¡¡¡Ya son las doce de la noche!!! Es decir, entramos en el día siguiente y por lo tanto en el Año Nuevo. Sí, pero lo que hacemos es comer 12 uvas con las 12 campanadas que anuncian la nueva hora. Y las comemos conteniendo casi la respiración para tragarlas todas. Y con la última en el gaznate proclamar: ¡¡¡Feliz año nuevo!!! Seguro que tiene un significado con el que poder especular, por ejemplo: Nos tragamos cada uva como conteniendonos, no vaya a ser que celebrar que el Sol inicia un nuevo periodo estacional sea una afrenta a los dioses que todo lo pueden.  Sí, pudiera ser que las 12 campanadas fueran el oremus con él que contenemos el deseo de que el Sol siga su curso y no nos la vuelva a jugar. Es como si en vez de tragar saliva y contener la respiración, - por un suceso lejano que desconocemos pero que ha quedado en la idea comectiva de la humanidad - tomáramos uva para imitar esa contención de cada persona, a la que se suma toda la humanidad, según el Sol avanza al otro lado de la Tierra asegurando que no habrá noche eterna. Claro que, aquí, en España, por ahora, hacemos todo una hora antes y luego nos llaman - por la siesta - medio vagos. A ver si lo vamos arreglando..