Los cuentos y relatos que se han venido relatando a los niños durante siglos no solo tenían como objetivo estimular la imaginación de los niños con personajes “ficticios” e “imposibles” (como un gato capaz de calzarse botas y realizar proezas o un muñeco de madera que toma vida y es capaz de realizar travesuras) sino que por medio de esos personajes se construía una cierta distancia con la mente del propio niño en la doble finalidad de ir preparándole para adaptarse y entender el mundo social que le rodeaba (con sus problemas y peligros) y a la vez crear, también, cierta distancia con su propia vida que le permitiría cierta protección y seguridad, al presentarle rasgos duros de la existencia humana por medio de un argumento del que se pudiera distanciar suficientemente hasta que fuera realmente asimilado (la expresión salvadora siempre estaría al alcance del adulto, pudiendo recurrir a la frase: “Solo es un cuento”). La llegada del Cine, con el cinematógrafo, vino a desempeñar un papel similar en las vidas de los adultos.
Sin embargo, los cuentos no siempre tenían final feliz, más bien, antes de Walt Disney, los cuentos solían tener un final realmente “aleccionador” para los niños, pues los protagonistas solían pagar las consecuencias de sus “debilidades” o de sus “desobediencias” de manera cruel. No solo Walt Disney sino la industria americana, cuando llega el cinematógrafo, busca alejar esos finales crueles – no solo los existentes en cuentos infantiles, sino en sus producciones para adultos – buscando transmitir un rasgo de esperanza al espectador que le permita seguir “soñando” con una realización de sus deseos más íntimos en la propia vida que le toca vivir, incluso en situaciones de extrema penuria (por el paro existente a principios del siglo pasado, o por tener que sacar a delante un matrimonio desgraciado, e incluso por ser movilizado y tener que ir al frente de guerra).
La llegada del Cinematógrafo a la sociedad pudo haber hecho posible divulgar una realidad más tangible (y realista), que antes estaba sujeta a la estimulación de la imaginación por medio de la narración oral o la lectura de los libros, (y las ilustraciones que estos portaban, y que permitían configurar una idea, no exenta del todo de fantasía que pudiera sugerir el autor al lector) del mundo que pudiera existir más allá del entorno inmediato; cuando viajar, más allá de las fronteras del propio país o región, estaba al alcance de una minoría realmente minoritaria y privilegiada. Incluso los libros, novelas o revistas apenas estaban al alcance de todos, en una sociedad limitada y arrinconada (tal vez muy intencionadamente) por el analfabetismo y supeditada a la buena fe de autoridades que solían desconfiar de la idea de divulgar la cultura en un entorno de pobreza – a veces extrema – que pudiera dar lugar a cuestionar prácticas y abusos indignos de la condición humana, y que las poblaciones asumían, sumisamente, como parte de su condición de pobreza y servidumbre (La película “Al sur de Granada” es un buen botón de muestra de la sociedad española de hace, solamente, unos 100 años).
Tal vez el primer objetivo del cinematógrafo fuera demostrar a la sociedad que las imágenes que veían en movimiento estaban vinculadas con la propia realidad cotidiana que ya conocía (salida del templo de El Pilar, por ejemplo) (o la visión de una locomotora aproximándose) (con esta última se conseguía no sólo sorprender al público, sino señalar los límites a la sensación de realidad que el cinematógrafo era capaz de trasladar a una sala de proyección). El cinematógrafo se convertía en un ingenio que permitía “enlazar” la “realidad” – incluso “capturarla y conservarla indefinidamente” - para poder rescatarla cuando se deseara y, a la vez, aunque las imágenes reflejaran un “potencial peligro” (como las del movimiento de la locomotora acercándose al público sentado en la sala) les hacía ver a los asistentes que estaban a salvo de esa “realidad” aunque las “apariencias” de la ilusión de movimiento les generara “emociones”. Verificar esta virtud del cinematógrafo (generar emociones en el público) tal vez fuera y se constituyera en la clave de su desarrollo: Las personas no eran ajenas a las imágenes en movimiento y a los mensajes que trasladaban los actores o personajes filmados (aunque fuera cine mudo y hubiera que ayudar al público a interpretar lo que estaba viendo con carteles escritos, o con música que les anticipaba o les inducía u orientaba en la emoción con la que debían sintonizar para comprender mejor el argumento de las imágenes). Esa capacidad versátil del cinematógrafo (de “enlatar” pequeñas muestras o fragmentos de la “realidad” y movilizar las emociones del público) permitía no sólo “movilizar emociones” en el público con situaciones reales sino también, entrar de pleno en la fantasía y traerla a un entorno de realidad creíble (esa máquina permitiría trasladar lo que la mente pudiera imaginar – cualquier cosa por imposible o inviable que pudiera parecer – al mundo de la “realidad” que proporcionaba el cinematógrafo aprovechando los efectos de la ilusión de esa nueva tecnología). Había aparecido un nuevo medio de comunicación que podía transmitir tanto ficción, como realidad, o ideas (o jugar con todo ello) generando estados de ánimos y trasladando una “información” (una visión o mensaje diseñado por el guionista) que podría ser capaz de cambiar (o ir cambiando) la percepción de la realidad de los espectadores o sus emociones frente a la realidad circundante (pero con la ventaja de ser transmitida por medio de un lenguaje de imágenes que permitía llegar a una inmensidad de público y que otorgaban una verisimilitud objetiva aparentemente superior al lenguaje escrito).
El cine se fue convirtiendo en expresión de tendencias culturales y artísticas, buscando trasladar y difundir la percepción de la “realidad” que cada grupo cultural pudiera sostener; y también se convirtió, tanto en vehículo para la crítica social como en propaganda para cualquier ámbito de la sociedad (ya fuera el ensalzamiento de un régimen político, o de los avances de la ciencia, de la difusión del romanticismo, o el relato de historias novelísticas, o el ensalzamiento de personajes o hechos históricos; y con el tiempo, también, de la propia actualidad social y política – nacional o internacional – desde una perspectiva o intención determinada).
Las imágenes en movimiento que ha ido proporcionando el cine han permitido trasladar una idea de la realidad social circundante cada vez más transversal y común (aunque los films se realizaran en naciones o Estados muy distantes). El devenir de la revolución industrial y tecnológica hizo posible que las sociedades occidentales – aun con aparentes distintas visiones culturales - cada vez se parecieran más (divulgaban las diferencias sociales - reflejando las vidas de las clases pudientes y el contraste con otros muchos más desfavorecidos - se compartían los mismos objetivos económicos y de bienestar a través de una misma herramienta - el desarrollo industrial a través de las distintas maneras de concebir un Capitalismo-Social o de un Comunismo en donde las facultades capitalistas estaban, práctica y exclusivamente, en manos del Estado - y, consecuentemente, las preocupaciones de sus ciudadanos fueran convergiendo en cuanto a anhelos en bienestar material y en libertades civiles y políticas, hasta llegar a la actual globalización). La gestión de los asuntos internacionales también se fue orientando hacia un conjunto de intereses compartidos y, consecuentemente, la gestión de la sociedad de cada país también tendió a visualizarse dentro de un “marco de derechos y libertades” globales (derechos humanos y liberales) que se entendían como comunes e irrenunciables para el conjunto de los ciudadanos – ya no solo occidentales sino también en cualquier lugar del mundo, sin distinción de raza, credo, estrato social o condición sexual.
Desde esta perspectiva, la difusión de películas de cine empezaron a tratar cuestiones relacionadas no sólo ya con el entretenimiento y la fascinación que produce en sí mismo el cine, sino que entraron de pleno en la problemática social. El acercamiento a estas realidades se realizaron, a veces, desde una perspectiva trágico-cómica (con Charles Chaplin o El Gordo y el Flaco) mostrando los problemas que originaban (y originarían en un futuro inmediato) los sistemas de producción en cadena (Tiempos Modernos), la problemática social del desempleo y la marginación que da lugar a la pobreza, o la movilización de ciudadanos para ir a los frentes de guerra (Armas al Hombro ó Héroes de tachuela); pero también se divulgaron perspectivas (más adversas) sobre la naturaleza del Ser Humano en la Historia (Intolerancia de 1914).
Esta extensa etapa que estamos viviendo de relativa paz internacional y de la búsqueda de soluciones por medios pacíficos (estimulación del comercio, de pactos políticos para el desarrollo internacional y la creación de marcos legales internacionales estables donde resolver conflictos) ha permitido, también, que el cine se desarrollara mostrando las problemáticas sociales más específicas que parecían subsistir y resistirse a ser modificadas (a pesar de convenir o consensuar, transversalmente, que la sociedad internacional debiera gestionarse siempre bajo principios de proteger la dignidad de las personas en cualquier escenario social – reconociendo, implícitamente, la existencia de soluciones positivas que siempre se debieran aplicar) para que todo Ser Humano tuviera, al menos, las mismas oportunidades para desarrollar plenamente sus capacidades sin ser discriminado y/o limitados en razones de prejuicios instituidos históricamente.
Prejuicios constituidos en razonamientos (a veces intentando apoyarse en argumentos científicos) cuyo propósito último parece obedecer a una idea de “orden” (u ordenamiento) elitista de una sociedad que se sujetaría a una “perfección ideal” (en razón de “roles” y “apariencias”) que ni siquiera los mismos que proponen este ideal suelen ser capaces de sostener ni para sí ni entre sus partidarios o instituciones representativas (ni en el presente ni en el pasado histórico) y que limitan (o siempre tienden a poner objeciones y limitar) el acceso a los recursos y el conocimiento (humano y técnico) que permiten acceder a un mejor bienestar (psico-material) esgrimiendo razones de prejuicios que hacen posibles ideas elitistas, y a veces corporativistas, que permiten discriminaciones (y exclusiones de facto) de colectivos sociales, (en contra de la declaración de los Derechos Humanos y Convenios Internacionales); y que parecen permitir una jerarquización de la sociedad que no se orienta en tanto a las capacidades que poseen los individuos para propiciar y colaborar a un bienestar social (consecuentemente obstaculizando la generación de una percepción previsiblemente positiva de la sociedad por la que todos los ciudadanos puedan atenerse para ascender, si se desea, en el ámbito social y poder ofrecer y poner a disposición de la propia sociedad las cualidades y capacidades personales) sino que parece subsistir bajo una idea más bien de naturaleza “primaria” (casi de rasgos puramente animales) donde la inteligencia se orienta en la gestión de la violencia implícita o explícita que puede a llegar a manifestarse como rasgo latente y de fondo (que a veces se percibe como esencial, como forma de coacción para mantener un cargo o posición social o ideal de orden) (que, en sí misma, no aporta soluciones reales – más bien parecen parches, que se intentan consensuar, y que en ocasiones son tan determinantes y expeditivas que bloquean soluciones arruinando vidas por no contemplar alternativas, positivamente posibles y razonables – y que en último extremo, a falta de recursos, se debiera apelar a la tolerancia) y que se refugia en la instalación del prejuicio por el cual, la fuerza (implícita en la coacción) es la mejor y más óptima manifestación del orden de lo “superior” (eso, algo “superior”, que da una idea (falsa) de ideal o perfección que nunca ha existido en la Historia de la Humanidad. La búsqueda de un bienestar social diseñando una sociedad ideal, por medio de la imposición – que siempre termina siendo violenta – ha traído periodos, más o menos acentuados, de tragedia inhumana a sectores sociales; la subsistencia de la fuerza y la violencia en las sociedades suele constituir el punto necesario desde donde apoyar una idea autoritaria de sociedad perfecta que de vez en cuando crece y se extiende para afectar a gran parte de la Humanidad; y aun así, aún sabiéndose, se persiste en el mismo proyecto de ideal social en donde todo se resuelva por la fuerza, buscando, periódicamente, la manera y la fórmula para reeditar esa misma experiencia de regresión-rectificación que parecía superada).
Sin embargo, para que estas situaciones de “regresión” (y/o de “rectificación” social del devenir de la Historia de la Humanidad) sean posibles reeditarse (una y otra vez; con consecuencias terribles en violencia, sufrimiento y muertos – la última gran guerra causó en Europa unos 30 millones de muertos – la mitad civiles – y en esas cifras no se incluyen los heridos y mutilados o el sufrimiento físico y moral padecido por una cifra muy superior de personas – y que se observa como un efecto colateral cuyo precio se ha de pagar, inevitablemente, para reorientar a la Humanidad hacia ese “camino ideal” decidido por unas minorías - muy minoritarias, elitistas, que deciden reorganizar el mundo dando razones morales – que es el argumento favorito siempre empleado cuando se ha de explicar el origen de una gran tragedia y los motivos por los cuales era conveniente que se produjera y no se deseara evitar; aunque, en realidad, las razones parezcan más responder a criterios de naturaleza económica y de liderazgo en el poder internacional). Parece ineludible considerar la hipótesis de que el “germen” de la regresión prevalece (como si de una estructura vigilante y controladora se tratara) en el seno de las democracias (haciendo posible que las democracias acaben visualizándose, en algún rasgo determinante, excesiva y evidentemente imperfectas). Es como si las Democracias estuvieran avocadas a desarrollarse y cimentarse (obligatoriamente) en torno a elementos (y argumentos) de naturaleza netamente materialista, resultando más determinante esta vertiente que la propia vertiente de valores – de naturaleza más espiritual (sobre la cual se construyó el argumentario Liberal: todos los seres Humanos son iguales en derechos, la cultura hace posible el desarrollo de las ciencias y la plenitud de las personas, la libre iniciativa privada, igual trato ante la ley, el Ser Humano es positivo por naturaleza….) que hizo posible el desarrollo de las Democracias Liberales en busca de esos ideales que descubrió como ciertos la burguesía. Parece que sólo desde la riqueza se pueda construir una “tolerancia” y un reconocimiento positivo de los “diferentes” (todo ello tiende a ceder y a convertirse en prejuicios en periodos de crisis – parece empresa imposible construir Democracias en torno a valores imperecederos y transversales que no impliquen, en el transcurso del tiempo, violencia en formato alguno).
Para intentar acercarnos a esa idea de “germen” que permite la “regresión” tal vez baste con el relato de la siguiente escena: "Código Rojo"
Es el hall de un hospital de referencia. Una persona ha entrado esposada por la PL; no ha cometido ningún delito, ni crimen, ni ninguna falta, pero lo han sacado de su casa bajo amenaza de romperle las ventanas y entrar a la fuerza en su domicilio. Ni siquiera se ha producido discusión o altercado con nadie, vive solo. Al llegar al centro del Hall un familiar de esta persona es desviado hacia Recepción (para efectuar el registro de ingreso); la PL le des-esposa mientras dos enfermeras, procedentes de una ambulancia (servicio local) que seguía al coche policial (y que le habían ofrecido trasladarle, pero él renunció prefiriendo el vehículo policial) le piden, en medio del Hall, que se remangue el brazo, mientras sacan una jeringuilla e intentan encontrar una vena. El hombre mira hacia su izquierda, pues hay un mostrador – que parece un control de enfermeras – donde se van arremolinando enfermeras en su entorno, que parecen mirar de reojo la escena. Una de las enfermeras procedentes de la ambulancia (servicio local) que sujeta el brazo del hombre le dice a su compañera que sigue buscando una vena: Deberíamos buscar un cuarto por aquí cerca. La compañera, levanta un momento la mirada para visualizar el entorno del hall y deshecha la sugerencia de su compañera mientras insiste en buscar una vena al individuo. Los tres siguen de pie en medio del hall, mientras pasan unos pocos minutos hasta que una voz, detrás del hombre les dice: “Dejarlo, viene la médico”. Desde la posición de donde procede la voz resultaba imposible visualizar el pasillo por donde se acercaba no sólo la médico si no también el propio servicio de seguridad (compuestos por dos guardas jurados privados). Las dos enfermeras desaparecen rápidamente hacia la puerta de entrada al hall del hospital y el familiar del hombre aparece, casi a la vez que la médica y el servicio de seguridad privado.
Todos entran en una sala adyacente al hall (que pudiera haber abierto la propia médica para realizar la previa evaluación). Los PL, junto a los de seguridad privada, permanecen juntos, y silencian, ante la médica, la escena producida hace un momento ante ellos.
Unas pocas semanas más tarde el hombre es dado de alta. Anota las circunstancias de este hecho en un dietario comprado al efecto y empieza a rememorar las circunstancias generadas por su persona en su entorno social, poco a poco, y remontándose hasta su juventud, en busca de una explicación con la cual pudiera explicarse las “singulares” circunstancias vividas durante el ingreso y las fue relatando en un blog de acceso público, donde gentes de todo el mundo podrían leer su experiencia vital (solo necesitaban saber español). Tal vez así podría darse, así mismo, la explicación que precisaba.
Después de relatar lo más esencial en el blog durante un par de años (o así) solo podría constatar algunos hechos que podrían ser determinantes:
· Un proyecto que había realizado y distribuido por los grupos políticos (entre 1999 y 2001), por los organismos autónomos y que había registrado como propiedad intelectual (entorno al 2003 y 2004, después de informarse sobre algunos aspectos: El primero el verificar que su idea no había sido abordada por nadie hasta esa fecha, para lo cual asistió a algunas conferencias medioambientales en la que participaban empresas punteras y sindicatos y luego se apuntó a la Universidad San Jorge para realizar un PostGrado y verificar que la orientación que el daba a su trabajo era desconocida, vamos, que nadie se le había ocurrido nada similar. Y el segundo aspecto era el cuantificar cuanta parte del trabajo debería ser original, pues era inevitable generar una introducción que estuviera consensuada científicamente para, desde ella, construir su hipótesis y su proyecto. Este dato se lo dio un profesor universitario, hijo de una compañera de trabajo). Al terminar de trasladar lo más esencial de su trabajo a los grupos políticos se desencadenaron dos situaciones especiales sobre él: La previsión de un “ataque” a un proyecto que estaba funcionando en el ambiente social y el descubrimiento de una situación penal en su entorno más inmediato. Intentó defender las dos situaciones (en la primera el éxito estaba asegurado, tanto si se desvelaba o no, el simple hecho de denunciar la situación la abortaría; en la segunda fracasó estrepitosamente, un despacho jurídico protegía la situación de maltrato creada bajo la idea de una “legitimidad” que desprotegía a los más vulnerables – hay veces que resulta muy fácil maquillar situaciones, aunque los vulnerables acaben sufriendo, porque a veces lo importante para todos son las apariencias y las apariencias, en determinados entornos, todo lo pueden si son defendidas por personas de “prestigio”).
· La segunda era que desde la juventud había era elegido, aunque no perteneciera a ningún partido, Delegado de Centro. Y como tal había asistido, durante la transición en dos centros de formación profesional, al tránsito político en ambos; desvelándose en ambos prácticas que parecían realmente irregulares en asuntos económicos (también referente a becas, matriculas, y compra de materiales y herramientas; alguno de los cuales alcanzaría la cuantía de 400.000 pesetas de 1977-78; el valor de un buen piso) de los cuales se enteró, en ese caso, por el propio Director (era lógico que sin pertenecer a ningún partido el Delegado de Centro fuera el último en enterarse y, a veces, el único en esperar una respuesta aceptable).
El desarrollo del Convenio Conservacionista se zanjó con la salida del sindicato para el cual lo había realizado, por medio de un ataque feroz (por detrás, como suelen ser) de una compañera. Pero esta, y otras cuestiones extrañas e inexplicables entonces, tomaban cuerpo organizado en la mente de ese hombre.
Obviamente se había producido una orden de “código rojo”, la pregunta sería: ¿Quién tenía capacidad para darla? ¿Tendría que consensuarla con el poder político? ¿Estaría consensuada? ¿Los funcionarios públicos pueden ejecutar un código rojo? ¿Está eso reflejado en alguna parte de la Constitución? ¿Existe un “tribunal” autorizado para imponer ese tipo de penas? ¿Existe algún control democrático de ello? ¿La persona objeto de un Código Rojo tiene posibilidad de conocer la causa del mismo para poder organizar su defensa; a quién debe dirigirse? ¿Durante cuánto tiempo está en vigor una orden como esa?
Estas eran las preguntas que se realizarían a quien correspondiera si hubiera “medio y cauce” para ello; a esas alturas se puede estar persuadido que esta práctica pudiera estar establecida desde hace muchos, muchos años… sin que nadie hubiera empleado el tiempo necesario para estudiarla y erradicarla en un sistema democrático. La prueba de que este tipo de prácticas es conocida o familiar la da la misma película referida en el artículo anterior: “Algunos Hombres Buenos” (Nada más empezar la mismas, el primer diálogo, señala las condiciones que paren imprescindibles para aplicar un “código rojo” y que Demi More expone ante sus superiores: “Santiago murió en el hospital una hora después de que entraran en su habitación…. tenía fama de “negado” y se temía que denunciara ….. tiene el aspecto de un código rojo). Parecen los tres requisitos básicos por los cuales se establece un código rojo (según el film).
Esta “historia” no está basada en el reclamo de un derecho – en contra de lo que pareciera o les pudiera parecer a muchos. Se empieza a fraguar en la juventud, cuando se cree que una nueva Constitución (que va a ordenar el país donde se vive, que va a ordenar el Estado) ordenará las vidas de sus habitantes, bajo un “espíritu” de convivencia y respeto al que todos se atendrán, como un proyecto real y que hará imposible las “prácticas” opacas – que en sí mismo parecen injustas - porque implican la imposibilidad de hablar abiertamente. La Constitución, tal y como se entienden, desde su literalidad, está justificada y estructurada entorno a unos principios razonados y razonables, que otorga unos derechos a las personas, cuya vulneración iba en contra de la Ley, de cualquier Ley posterior que no estuviera acorde con ese espíritu constitucional.
No reclamar derechos para sí mismo, cuando se encuentra un proceder que parecía no ser claro o transparente y sencillamente proceder - como representante y con un mandato legal y reconocido legalmente - con una sola pregunta: ¿Por qué? puede llevar a “ver” y vivir lo que nunca se hubiera querido ver y vivir, y que en un primer momento se pueden justificar como defectos en un proceso de transición desde un sistema político en el cual “nada se tenía porqué explicar” (aunque se sea delegado de Centro) a otro en el que todo debería estar justificado o argumentado con honestidad. Esa transición llevaría a otro sistema que debía razonar el motivo y las normas en que se aparaban cualquier decisión que se tomara (que era lo que parecía señalar la Constitución). Evidentemente, se esperaba un razonamiento sincero y en ese tránsito de opacidad siempre se hallaba una situación que tenía que ver con la economía y con un expeditivo sentido de la autoridad, que nadie explicaba y que parecía llevarles al límite (y que además les llevaba a sentirse ofendidos si se hablaba o se escribía sobre ello).
La narración escrita por la cual se ponía en conocimiento de los alumnos que el derecho a ser reintegrada la matrícula (4.000 pts) por ser becarios se reducían en la práctica a 200 pts (que era la matricula real) hacen saltar todas las alarmas. También se atemorizaban si con 19 años oían cantar a los alumnos canciones de Silvio Rodríguez cuando paseaban por los jardines del internado después de cenar (nunca repararon que los cantos iban dirigidos a Lady-cleta, una joven universitaria hija del profesor de mecánica que vivían en el mismo recinto educativo; y cuyo sobrenombre había sido concebido por un nieto “rebelde”, romántico y ecologista por entonces, de un afamado torero, que se quedaba encandilado cuando la veía regresar a casa por las tardes en bicicleta; y lo que hacíamos los compañeros no era otra cosa que “acompañar” al amigo fascinado en su deseo de llamarle la atención).
Evidentemente nada se “leía” – del que se consideraba adversario o enemigo - “desde el sentido común” por entonces. La prevención y el miedo eran los primeros síntomas que se apreciaban en aquellos equipos de dirección de centros de estudios (ahora se aprecia con claridad) que debían permitir una transición ordenada y sin sobresaltos (donde los Jefes de estudios ya eran miembros de la UGT y deberían recoger el testigo de aprender a hacer respetar unas normas, en algunos centros de la ya DGA, que no estaban estructuradas sobre un reglamento democrático y donde, en algunos, no existía dialogo con los representantes estudiantiles – figura de obligado cumplimiento, ya por aquél entonces - que permitía fomentar la comunicación que, en este caso, nunca se buscó por parte del Centro – algunos Jefes de Estudios andaban, más que perdidos, atenazados por la responsabilidad.
La Universidad fue igualmente aleccionadora, ya fuera pública o privada. El intento de penalizar a los pretendientesa universitarios provenientes de la FP acabó con una fotografía en el Heraldo de Aragón donde aparecían un grupo de estudiantes de FP, con una pancarta, a la entrada del Rectorado, bajo un titular espectacular: “Amenaza de Bomba en el Rectorado”… luego se podía leer: Los alumnos de FP no se pudieron encerrar en el Rectorado por que había una amenaza de Bomba (esta segunda parte – que era la letra pequeña - no se solía leer, como suele suceder la gente se queda con los titulares y quien los usa en las noticias siempre saben lo que hacen; sedujeron a esos alumnos a realizar ese encierro y a hacer pintadas en la Universidad; estaban convencido y predispuestos a seguir aquellas indicaciones; pero se pudo hacerles ver lo inoportuno de lo segundo, pero no de lo primero, pues ya habíamos “cazado”, en el discurso de un representante universitario, la interpretación tramposa y elitista de las ratios, destinada a quitarse de en medio a los más alumnos posibles de FP que querían estudiar ingeniería). Los siguientes consejos recibidos fueron orientados, de tal manera, que favorecían otros objetivos de los representantes universitarios, y fueron seguidos y conseguidas las plazas de ingreso (por hacer un resumen breve). En la privada un trabajo sobre gestión de bosques (como primer ejercicio del primer trimestre) que fue considerado por la dirección como ejercicio final de curso, por lo transversal del mismo (pero coincidía que le faltaba de entregar, al alumno, el último plazo (de 200.000 pts) y no tenía financiación para ello y pidió apoyo sindical para resolver la situación, pues les había realizado un trabajo: Convenio Conservacionista, que pareció gustarles, pero a nadie se les ocurrió pedir un anticipo de nómina para resolverlo; es lo que suele ocurrir cuando las expectativas giran en torno a una idea de competitividad o rivalidad, que es lo que suele ocurrir en la mayoría de los ámbitos). Sin embargo la sorpresa llegó al año siguiente: La Universidad había generado un curso sobre gestión de bosques (re-diez ¡!! Qué rápidos son!!!, se entiende que estos escritos de un blog no conmuevan ni a derechas ni a izquierdas). Se quedó sin título (a otros se los regalan y hasta les dan doctorados HC; se nota que para todo se ha de estar apadrinado, incluso para sobrevivir en esta Democracia), pero desde luego, parece que les gustó el trabajo del alumno – como suele suceder. En esta trayectoria se encontró en Face con una pregunta de una Diputada del Congreso de los Diputados en Madrid, pidiendo pruebas fehacientes de haber estudiado en la Universidad – se conoce que “los de siempre” les gusta maquillar las situaciones de la misma manera (se sea de izquierdas o derechas) en previsión de que un “eco de realidad” – esa que nada les gusta reconocer - llega a lugar u oídos inoportunos. Ello le motivó a escribir la trayectoria vital en Facebok y hacer de su vida un acto de transparencia ante tanto León y Leona que anda sueltx; si querían, ahora tendrían la documentación necesaria para confirmar, no solo la naturaleza universitaria del personaje, sino motivos para investigar lo que precisaran y por donde quisieran mirar (que desde luego parece haber tajo), pues de alguna manera, quien pregunta - en intención de desacreditar - debiera apechugar con la respuesta – sobre todo cuando no le gusta – y se es representante de tan alta dignidad, pues lo escrito también apela a la atención y a la responsabilidad pública).
La misma pregunta ¿Por qué? fue la última que se realizó al abogado que llevaba un Contencioso Administrativo sobre unas oposiciones, ante la respuesta dada por el Juzgado, cuando señalaba el leguleyo que los argumentos se le habían agotado. Le dijo el cliente: “Lo que no entiendo es “por qué” no argumentan el porqué”. Unos meses más tarde le recibía en su despacho diciéndole que el recurso ante el Tribunal Superior había causado efecto y que tuvo razón al sugerir organizar el recurso en torno a la formulación de esa pregunta: ¿Por qué? Ya que el Tribunal se hacía la misma pregunta, pues esta no se había contestado ni acreditado en las instancias anteriores. No entiendo porqué en los recursos ante la Administración de Justicia no se utiliza el sentido común y lo primero que se hace es recurrir a una “misteriosa” tabla de “derechos” para desde ahí construir un discurso jurídico previsible por quien causó el problema (y que usan, normalmente, de personal muy capaz y especializado, capaces de generar suficiente confusión contradictoria). Con aquella sentencia, que relataba de manera contundente las vulneraciones generadas en el afectado, se dio por satisfecho (ir más allá dentro de los cauces de los Tribunales locales, para señalar la “cabeza” de quien había retorcido tanto el Derecho, haciéndose pasar, aparentemente, por aquellos que vigilaban desde las sombras que la Democracia no traspasara las líneas rojas que ellos decidían convenientes – por encima de la Constitución – era una pérdida de tiempo). Muchos años antes, ante la situación donde, evidentemente, se retorcía el Derecho (que daría lugar al procedimiento jurídico), un alto funcionario retaba al perjudicado, cuando este le exponía algunas de las circunstancias que evidenciaban – con claridad meridiana - una “in-acción” política que “vulneraba” la Constitución: (A ver) “¿Cómo lo cuentas?” (dando a entender que le sería imposible contar la historia realmente acaecida; aquél joven aún no era capaz de vislumbrar, ni mínimamente, quien o quienes estaban detrás de esa “inmovilidad política” y cómo conseguían ese objetivo).
Supongo que en nada tendrá que ver que “reclamaciones” sobre una propiedad intelectual, y las situaciones de códigos rojos vividas por su cliente, le pudieran haber llevado a ese leguleyo a aparecer, de repente, en buenos puestos de una candidatura interesante (pero todo pudiera ser, ya que si los trabajos son transversales, y como tales han de realizarse transversalmente, también pudieran ser transversales las “recompensas” para “que cualquiera que algo supiere tuviere buenas razones para hacerse los suecos”; demasiada gente, mucha gente y de manera transversal, parece haber y, a la vez, sacan partido de una manera u otra).
La actividad de realizar este “trabajo” concreto (del que parece, se han puesto de acuerdo para expropiar, o simplemente cada cual tiene motivos para callar) se basó en la idea de demostrar que el personaje que había ideado ese primer Código Rojo (de naturaleza blanda, al principio, a tenor del extremo que parece ser capaz de llegar), había cometido, al menos, un “error” que afectaba no solo a una persona en concreto, sino a la sociedad, pues los funcionarios están para servir a la sociedad y en ese propósito realizó ese trabajo (para demostrar ese error). No fue el único, hizo otro estando en una Oficina de N y R, pero el “maquillaje” fue similar, una vez fallecida su jefa nadie se creía que el funcionario lo hubiera realizado; a estas alturas ya no creo que lo duden, pues las evidencias del trabajo realizado durante 25 años ya no se pueden maquillar (al menos en las propias conciencias), aunque también lo intentaron (la tecnología informática se brinda a realizar “juegos artificiales” ante personas que, aun teniendo que decidir sobre una verdad o mentira, se fían de las apariencias que les “venden” sin poner atención a los detalles y atienden solamente a la escenificación general (alguno si puso atención a ello y no fue engañado; pero suele darse la circunstancia, también, de que ese tipo de información se suele reservar para momento oportuno, pues el estado de rivalidad es permanente y siempre será útil tener un as en la manga que poder usar en un momento determinado; eso he supuesto con el tiempo).
Alguien podría decir que actuar así, en la función pública, es de ingenuos o de temerarios, pero da la casualidad de que hace un tiempo me tropecé con un artículo (de una ley que regula la función pública) que señala que los funcionarios podrán realizar sugerencias destinadas a mejorar la actividad de la función pública. A la vista de lo acontecido, ese artículo debería ir acompañado de un asterisco que dijera: “Pero cuide con lo que propone y a quién se lo propone, pues podría acabar sufriendo un código rojo” (alguno que me lea lo habrá percibido en sus propias carnes, seguro que sí). De ese Código, intentar defenderse dando una copia del trabajo, no solo a los grupos municipales, sino a todos los sindicatos que existían en ese momento y también en el Registro de la Comunidad Autónoma, e incluso hacerlo llegar a Bruselas, no evitó que las enfermeras intentaran atinar con la vena en ese Hall hospitalario (y resolver el problema dejándole el “muerto a otro” – vamos, literalmente).
Era muy transversal, dijo un político profesor de la Universidad y, a continuación preguntó cómo se había ocurrido la idea. Contestó: Cuando tenía 14 años trabajaba en vacaciones con mi padre en una fábrica de tapicerías que era muy grande. Allí los trabajadores colgaban en un tablón listas de productos alimenticios que se consideraban que tenían garantías (fíjense como estaba la cosa al final de la dictadura y la similitud en falta de precisión en algunos productos, en estos tiempos de democracia – un youtuber español parece ganarse la vida señalando esos “defectos” de etiquetado en las redes – que el Cielo le bendiga y le proteja).
Se anticipó, realizando un trabajo muy transversal, no solo para productos alimenticios sino para cualquier tipo de bien y señaló que “la única revolución que nos quedaba por hacer a la sociedad era la que dependía de nuestro gasto diario”. Con nuestro dinero podíamos premiar a unos o castigar la mala gestión de otros (en el terreno medio-ambiental, tal y como lo entendía la definición de las Naciones Unidas por aquél entonces: Social, ambiental y económico). La propuesta se realizaba y conformaba a finales de los noventa y principios de los 2000 ¿Alguien se puede creer que en esa etapa donde las élites pugnaban y competían por ver quién ganaba más dinero o montaba el mejor negocio, o el más grande campo de golf, estaban realmente preocupados por etiquetar la transparencia económica de las empresas y el trato dado a los trabajadores? Por entonces las preocupaciones giraban en torno a los que daban la “vara” con las Antenas móviles por la necesidad de crear una red rápidamente (entre otras razones, porque el negocio era evidente, aunque la tecnología de los móviles no estuviera aún madura y tuviera riesgos potenciales). Los ecologistas estaban mal vistos si no estaban estructuradamente-articulados desde el poder político-económico y la mayoría de los grupos de vanguardia habían cedido a la seducción de gestionar grandes extensiones de terrenos naturales ofrecidos por bancos (como lugares de gestión de sus conocimientos e ideales); ni siquiera en reuniones con las vanguardias ecologistas catalanas se podía hablar abiertamente del trasvase del Ebro (ni de las reclamaciones sobre el Ebro de Pujol por aquél entonces, aunque el punto de encuentro fuera una Conferencia sobre los humedales en los espacio periurbanos, y con el fin de intentar dejar claro que una bajada de los niveles freáticos del Ebro podrían dejar secos esos espacios naturales colindantes). Se consideró una descortesía solo intentar preguntar sobre ello.
Eran los años 80 cuando realizamos, un grupo de alumnos, la primera pregunta en Escuela Agraria ¿Por qué no se enseña agricultura biológica? La respuesta técnica fue: porque no habría suficiente producción y pasaríamos hambre; se democratizó el centro plenamente y ese tipo de enseñanzas fueron vetadas hasta que hubo evidencias incontestables de la existencia de un mercado para esos productos. Aún hoy en día pueblos eminentemente agrarios (y en peligro de despoblación) tienen las aguas subterráneas contaminadas, hasta el punto de estar casi en los límites saludables y a un tris, en ocasiones, de prohibirse su consumo como agua de boca (y ni aun así se cambian las prácticas y los modos de producción – la inercia pesa demasiado; las ingentes cantidades de dinero obtenidas en los periodos de las vacas gordas parece que no previeron reorientar un problema ambiental de esta naturaleza, que ya se conocía desde hace años, o simplemente se consideró de muy difícil reconducción; o simplemente todos vivían tan bien que dejaron el problema a la siguiente generación).
Es difícil concebir que en un entorno de “lucha constante” para sobrevivir en el cargo se tenga tiempo para generar proyectos transversales; es más fácil concebir que desde esos puesto se puede acceder a mucha información, muchas sugerencias y muchos proyectos puntuales que se pudieran aplicar para resolver un problema concreto que afecta a unos vecinos o a una urbanización o para resolver cualquier otro problema puntual. Pero una concepción transversal, de naturaleza ambiental (que implica el medio social, económico y el natural), en una ciudad de mediano tamaño – como la nuestra, que aún casi es manejable – se empieza por delimitar un perímetro que pusiera límite y fin al sistema de edificación vertical (donde existen gran aglomeración y concentración de personas y familias, que ya en sí mismo tiende a generar situaciones de gestión de la convivencia) y se genere un modelo de viviendas que contemple un mayor bienestar al alcance de todos (espacios con jardín en manos de propietarios particulares, tanto de propiedad pública como privada), enlazando la continuación de un proyecto que empezó hace muchas décadas (a principios de siglo pasado) que pretendía generar un cinturón verde entorno del ámbito puramente urbano de la ciudad, que permitiera sanear la atmósfera y mejorar, algo, el clima urbano (previendo el problema ambiental que traía la industrialización). Pero parece que se ignora este aspecto consabido de utilizar las capacidades de la propia naturaleza en favor de nuestros objetivos de mejorar la calidad de vida en el entorno urbano. Parece evidente que el urbanismo de nuestra ciudad se vaya configurando en función de oportunidades de negocio más que en una planificación de espacios diferenciados que contemplen distintas formas de concebir y vivir la ciudad al alcance de todos (seguirá siendo una oportunidad de elección sólo al alcance de los más pudientes).
También existen otros problemas graves que afectan a un sector de los ciudadanos y que requiere de atención (diría que urgente). Ya existen asociaciones que señalan, desde el punto de vista de los Derechos Fundamentales de las personas, recogidos en Convenios Internacionales, los lamentables sucesos acaecidos en Hospitales españoles por trato inhumano que está “protocolizado” desde hace unos años a raíz de las “modas científicas” que se imponen en Europa (provenientes de los EEUU) y que observan la dimensión de tragedia reciente, en razón del uso de “prejuicios” por parte de psicoterapeutas en el ámbito del Estado. Esa sí que parece una tarea transversal a afrontar sobre la que el mundo de la gestión política parece haber mirado (de manera sincronizada y transversalmente) hacia otro lado; no ha transcendido ni una sola declaración destinada a evaluar, analizar o estudiar ese ámbito donde los derechos civiles son suspendidos y se aplican prácticas y técnicas, al menos, cuestionables.
Se creyó que con la llegada de la Democracia las prácticas coactivas y coercitivas, a veces inhumanas, sobre pacientes con depresiones se acabarían; así como la “utilización” o “instrumentalización” de esos profesionales (y de esa rama de la medicina) con el fin de ser “usados” con fines que satisfagan ambiciones o prioridades económicas intra-familiares vulnerando derechos de las personas (datos desvelados por grupos de psico-terapuetas de nuestra propia ciudad en el periodo de la transición, aludiendo a procedimientos de la etapa autoritaria que deseaban superar).
Se concibe tan versátil nuestra psiquiatría, que un ministro de justicia también intentó instrumentalizarla (que sea fácil concebir que puede ser instrumentalizada, a tan altos niveles de gestión del Estado, ya debería llamar la atención por sí mismo y hacer disparar las alarmas para determinar cuáles son las causas que hacen posible concebir esas y otras posibles instrumentalizaciones, con la finalidad de ponerle limites y controles).Hace unos años, se generaba un proyecto de Ley que pretendía obtener métodos objetivos de evaluación psicológica de la mujer cuando esta deseara abortar en España (la situación previa también resultó escandalosa, pues clínicas aceptaban el aborto en el octavo mes de gestación). El objetivo del ministro era hacer pasar a la mujer por una evaluación psiquiátrica; determinando, esa evaluación, el estado psíquico de la mujer y, con ello, si se le permitiría el acceso al aborto. Sin embargo, las facultades que se otorgan a este tipo de psicoterapeutas, son enormes y apenas tienen más contrapeso que la propia ética profesional (e incluso puede influir en la evaluación, o dictamen, el control “normalizado” de las propias emociones del psicoterapeuta respecto del paciente – la cuestión no era baladí). El simple hecho de pasar por esa prueba podría convertir a la mujer en paciente psiquiátrico y en riesgo de perder derechos y libertades propias de libre ejercicio en cualquier persona autónoma y de ser sometida a vigilancia médica o tratamiento en contra de su voluntad. Incluso en contra de la voluntad de sus familiares más cercanos, que convivieran con ella (que obviamente acabaría afectando, de una manera u otra, al marido y probablemente a los hijos), como ocurrió en el caso de una persona fallecida en un hospital psiquiátrico recientemente, de la cual se “pensó” - en base a prejuicios que siguen formando parte del entorno psiquiátrico como ciertos, como viene a sugerir las opiniones facultativas que acompañaban la notica en prensa - que tenía una enfermedad psiquiátrica cuando en realidad lo que tenía era un problema orgánico grave. Se le retiró el permiso para acceder al alta voluntaria, se trasladó la tutela al Estado (es decir, a los propios facultativos) y a los cuatro días falleció atada en una cama en contra de la voluntad de ella misma (que había ingresado voluntariamente y plenamente “dueña de sí misma”) y obviando cualquier opinión familiar que se pudiera generar, y a los que se les impidió verla en ese tiempo.
Nadie ajeno a la psiquiatría se atreve a entrar en terrenos tan movedizos como estos (salvo los abogados defensores de estos facultativos), aunque científicamente, la psiquiatría sea la única rama de la ciencia que no posee un sistema de evaluación lo suficientemente objetivo, fiable, eficaz y rápido como el resto de las ramas de medicina pueden acreditar mediante pruebas físicas (y que fue lo que pretendió “tener acreditado” la facultativa con la primera evaluación-entrevista del paciente: un diagnostico que no albergaba dudas. A no tener dudas, posiblemente, ayudara una reacción natural en cualquier ser humano que entra voluntariamente en un Centro Hospitalario y que lo natural y normal es salir, también, por la misma eficacia volitiva que le permitió entrar; algo absolutamente normal en cualquier ser racional y en cualquier Estado de Derecho. Sin embargo, existe la creencia de que al “provocar” al paciente o “situarle en una situación muy adversa” – que le limita derechos y el ejercicio de libertad, sin que exista posibilidad de contrapeso legal de garantía, de la misma naturaleza y fortaleza que el esgrimido para limitar libertades - si opone o manifiesta resistencia verbal e incluso física, se está confirmando una “actitud patológica” que puede llegar a permitir un diagnostico rápido aproximado. En esa creencia, durante esa resistencia (que pudo generar o acabar en un forcejeo) – del que no sabemos si algún personal del Hospital pudo sufrir algún tipo de daño o golpe, (incluso sufrido por la propia facultativa, o por su equipo, que afectaran a una evaluación más objetiva y moderada de la situación que tenía que gestionar), acabaran por determinar medidas mucho más expeditivas y prolongadas que, en sí mismas, portaran no ya el objetivo de contener la voluntad de la paciente y hacerla sumisa a una voluntad ajena con la inmovilización, sino llevar la medida al terreno del castigo – que es lo que sugieren las declaraciones realizadas por Asociaciones en los medios de comunicación y que parecen concordar con la declaración de un facultativo que señala a los medios de comunicación que “esos cuatro días de inmovilización es una barbaridad”). A tal es así, de precipitado un diagnostico, en una entrevista – así lo da a entender en la prensa el psicoterapeuta preguntado al respecto de este caso que señala la necesidad de una prolongada observación. Las confusiones en diagnósticos suelen ser frecuentes (raro es el paciente que no ha pasado por dos o más diagnósticos), aunque de ellos dependan poder determinarse, con más precisión, el entorno del origen que diera lugar al mal estar y, consecuentemente, la dirección de la psicoterapia adecuada.
En España la psiquiatría tiene una vertiente legal que puede asimilar al psiquiatra, en términos de facultades jurídicas, como “policía” (capaz de ordenar una detención o retención), como “fiscal” (capaz de señalar la naturaleza de una “afección” y el “potencial peligro” para sí o para la sociedad; aunque la persona nunca hubiera tenido una circunstancia violenta, particular, que destacara sobre el resto de la sociedad circundante), como “juez” (capaz de determinar un tratamiento en contra de la voluntad del paciente, que puede incluir tratamiento que porta penalidades físicas o morales durante el tiempo que estime conveniente; así como aislarlo, prohibir vistas familiares o de amistades, e incluso castrar o esterilizar al paciente).Todo ello dentro de un orden legal español que contraría los más elementales derechos humanos reconocidos, incluso, en tiempos de guerra, entre militares y soldados enemigos, por considerarse, lisa y llanamente, tortura en cualquier circunstancia, al atentar contra la dignidad de la persona. Precisamente eso es lo que parece que le pasó a esta chica fallecida recientemente; la profesional usó de las herramientas más limitantes a su alcance, de manera determinante y eficaz, después de decirle a su familiar: Es joven, tendrá que luchar por su vida; pero no tuvo opción la joven. Todo fue tan “legal” que los abogados de los facultativos señalaron la causa como un lamentable suceso: es “una muerte súbita, como puede haber muchas”. “Cuando es una persona joven es más desgraciado, pero la vida es así. No hay ninguna negligencia médica”.
A que produce terror!! Máxime si se genera un nuevo intento en España de canalizar las cuestiones de aborto desde una perspectiva psiquiátrica, algo no descartable del todo, al decir de lo que está sucediendo en EEUU o en parte de Europa respecto al aborto. La situación que se planteaba llevaba, indirectamente, a la posibilidad de que una mujer que quisiera abortar “pudiera acabar por no estar en sus cabales” y con ello recibiera un diagnostico lo suficientemente estigmatizante y alienante como para llegar a ser limitados sus derechos civiles y su propia libertad personal.
En España la psiquiatría está íntimamente conectada con el Estado y el Derecho, al atribuirse un evidente componente que se vincula con la seguridad (aunque los ratios de delitos entre los considerados “normales” y “no normales” son similares, según argumentan las asociaciones afectadas) – tal vez se deba a que la terapia ambulante, que requiere el paciente, no está contemplada en el sistema público, es de acceso privado – por lo que la orientación médico-facultativa parece tender a priorizar una idea de “contención” e incluso “prevención” y el término “seguridad” adquiere así una relevancia que resulta demoledora cuando se exhibe ante un juez civil por un profesional, del cual se le supone una cualificación objetiva que vela por el bienestar social (en ese terreno el juez no parece que tuviera en cuenta los potenciales prejuicios importados de las escuelas y Universidades Norteamericanas; ni siquiera los propios de una sociedad competitiva, ni tampoco la alternativa de las experiencias que se llevan a cabo en Noruega donde la terapia no incluye, por el momento, ningún aspecto de coacción ni forzado del paciente para medicarse o cualquier otra práctica que pudiera atentar contra su dignidad).
No se percibe que ni el Estado, ni los juristas, ni los políticos, ni los profesionales médicos en su conjunto, estén dispuestos a revisar a fondo estas “creencias” médicas que permiten “simplificar procesos de evaluación” – que por su naturaleza tienden a ser largos – y que hacen posible estas técnicas coercitivas. El objetivo razonable sería adquirir otras perspectivas más humanas y dignas. Tal vez se deba a la propia naturaleza que parece subsistir en nuestro Estado (y también en otros, como parece evidente en los anglosajones), por la cual se considera, en gran medida, que el castigo físico, psicológico, moral o degradante, es el mejor y más eficaz medio para reconducir o reeducar conductas humanas (tarde o temprano, el así tratado, “entenderá” o “caerá” en una idea aproximada de “cómo funciona” la sociedad a la que pertenece y acabará, probablemente, usando una técnica similar en su ámbito de influencia social).
Tal vez sea este el verdadero problema en nuestro Estado, cada cual, en su ámbito, a su manera y bajo sus criterios (desde sus propia técnica, ejercitada y desarrollada en la práctica diaria, donde muestra su eficacia) va aplicando sus “códigos rojos” en las medidas de sus posibilidades (como se deja entrever el método delictivo, recientemente descubierto, que parece haber empleado una Asociación que pretendía defender los derechos de los hijos mediante denuncias falsas sobre los padres de sexo masculinos, en procesos que desembocaban en separaciones, y en los que se utilizaba psicoterapeuta que “aseguraba”, o certificaba, haberse producido agresiones sexuales sobre los niños y los medicaba). En este caso la ética profesional no actuó como límite de las potestades establecidas para los psiquiatras, sino la oportunidad de negocio.
Está, también, el juramento hipocrático (ya de por sí, la necesidad de que los griegos se necesitaran expresar bajo esas normas podría dar idea de la versatilidad que el ejercicio de la Medicina ha tenido siempre a su alcance; y también en el ejercicio de la psiquiatría, pues en este caso la capacidad del psicoterapeuta parece que debe “deslindarse” entre atender a su juramento hipocrático o atender a las modas de los estándares y protocolos de seguridad imperantes y cambiantes en el transcurso del ejercicio de su facultad durante su vida profesional para proteger al Estado, o a la sociedad, de su paciente; de alguna manera ello señala que resulta difícil dedicar el cien por cien de las capacidades profesionales a apoyar al paciente - o qué parte y en qué momento debe de subordinar la prioridad hipocrática del deber a su paciente para atender y poner sus conocimientos al servicio de la seguridad del Estado y en contra de los derechos humanos que asisten al paciente). El dilema y el conflicto parece claro y evidente, y desde luego, no le pasa desapercibido al paciente. Por ello parece normal y sensato concebir que se exploren nuevas formulas que hagan posible mantener el objetivo esencial de la Medicina, el Juramento Hipocrático, sin interpretaciones ni tecnicismos y sin justificar los daños, que se generan, como inevitables.
La falta de seguridad en los diagnósticos prematuros o sobrevenidos (que no serían, aún, más que otra cosa que conjeturas previas) van acompañadas de una rápida prescripción de barbitúricos y de una posible inmovilización, como medidas cautelares o preventivas. Pero además, en la descripción de los pacientes ya vienen apareciendo, desde hace años, un lenguaje cuasi policial (el individuo: es conocido de esta Unidad). Y ello se puede concebir en una doble acepción: de que es conocido por que frecuenta dicha Unidad Sanitaria o como si “realmente” es conocido “en profundidad” por el facultativo redactor de dicho informe médico (dando una idea de “reiteración del paciente” que acaba en dicha unidad por una “supuesta voluntad propia” similar a un hecho delictivo). Luego, la descripción de la sintomatología que realiza el facultativo (que antes se sujetaban a síntomas evidentes y objetivos reconocidos por el propio paciente) ahora acepta el recurso a cierta “creatividad” facultativa que “adorna” los mismos bajo supuestos no contrastados ni aceptados ni reconocidos por el paciente, pero que transmiten una “falsa” impresión de profundo conocimiento de la situación que va más allá de la propia consciencia del propio paciente; sin haber conseguido, previamente, entrar en una psicoterapia, por el tiempo necesario, para que los “estereotipos y prejuicios” adquiridos en el ejercicio de la profesión hayan podido ceder a otras evidencias más realistas (pues solo desde ver y considerar la realidad del paciente – sin pre-juicios - se puede obtener una verdadera aproximación al origen del problema en que vive; y no desde una exhibición de “conocimientos” o “rasgos” que se aprecian subjetivamente y que a veces son trasladados por terceros, que pueden tener interés particular adverso sobre el paciente – el hecho es relevante, pues en una ocasión se presentó una ex_mujer en la evaluación de un paciente – su ex marido – con la única finalidad de que le trataran como un delincuente – aunque llevaran 20 años separados y sin relación alguna; y el equipo psicoterapeuta “tragó”, y luego pidió disculpas, pero primero tragó).
En torno a la evaluación psiquiátrica de las personas, un grupo de científicos, ajeno al mundo de la psiquiatría, se propuso realizar una evaluación (a propósito del exceso de medicamentos que se vienen usando para cualquier cosa), y les dio por diagnosticarse por medio de una página web profesional, que realizaba un test sobre la salud mental. La página era todo un referente en psiquiatría, así que diez amigos (creo recordar que dicen diez) se sometieron a dicha evaluación. Los diez poseían estudios universitarios, doctorados y había también, entre ellos, algunos galardonados (creo que incluso un premio nobel) que se sometieron a dicho proceso de evaluación. El resultado (creo recordar, pues escribieron un libro en el que, entre otras cosas, aparecía esta experiencia) era que todos padecían trastornos graves que precisaban tratamiento facultativo urgente y que uno de ellos precisaba ingreso inmediato pues era un peligro social. Si encuentro la referencia la transcribiré en este artículo (no es una exageración, a tenor de lo que se está tratando en este artículo).
Considerar la coerción y coacción y la violencia como un recurso aceptable en la corrección de “percepciones” y “conductas” parece un recurso aprendido de los más experimentados y expertos profesionales de la seguridad, y que pude ser una de las causas que hacen posible que ese “germen” que permite la “reconducción violenta en la sociedad” resurja en entornos donde parecía que la democracia estaba asentada y estable. Es como volver a visionar la película de 1914 “Intolerancia” (donde se muestra la crueldad que pueden alcanzar los seres al entrar en el terreno de la traición), fechas en la que se formalizaba la cruenta primera guerra mundial, llena de muertes absurdas (y que supuso una de las primeras grandes “rectificaciones” en la sociedad europea: económica, social y política).
Así, que quien no comprenda por qué ha sufrido o está sufriendo un código rojo; o quien no entienda que su entorno familiar inmediato no le apoye o reconozca, adecuadamente la existencia de la aplicación de un código rojo – e incluso lo niegue – no caiga en la desesperación, o en la desorientación, o en cuestionarse su cordura (porque en ese caso la consecuencia en España, puede ser la aplicación médica y facultativa de un código rojo permanente, mediante un diagnóstico estigmatizante).
Esta técnica de códigos rojos parecen que pueden recaer sobre progenitores individuales (para reconducir una conducta – existiendo muchos elementos versátiles al alcance del Estado: aumentando artificialmente facturas de luz, por ejemplo cientos de euros durante varios meses y tardar muchos meses en detectar y resolver la incidencia), sobre hijos muy jóvenes (para castigar a una familia), en la Universidad (por cuestionar a profesores, aunque saque buenas notas); o cuando los propios progenitores realizan “operaciones de castigo” sobre sus prole para proteger su honor, o su imagen, ante la sociedad o simplemente, como más ocurría en la antigüedad que en el presente, por una pura necesidad de mantener la autoridad cuando se carecen de argumentos para explicarse ante los hijos.
Los tres signos que suelen definir un código rojo, que se explica en la película, parecen resumir los requisitos que suelen ser necesarios para una sospecha de esa naturaleza: Daño, grave prejuicio o muerte (extraña, sorprendente, inopinada), vulnerabilidad social (prejuicios de cualquier naturaleza) y temor a que denuncie (que se descubra el pastel).
En el fondo de todo ello, al menos subsiste unas preguntas:¿Es capaz la Administración de reconocer y rectificar estas prácticas? ¿Es legítimo aplicar estos instrumentos para robar proyectos desde el ámbito de la política? Y sobre todo, cómo se posicionan las personas cuando observan un suceso como este en otra persona: Miedo, temor o hacen como en el chiste de Gila.... "Entre todos le pegamos una paliza....". Cabe preguntarse por la salud de nuestra Democracia, prácticamente desde sus inicios; y si hubo las personas indicadas, en los puestos indicados, para defender los derechos de las personas.