Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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miércoles, 27 de abril de 2016

Los celos del Maestro.

26 abril de 2016

Siempre vimos, en todo tiempo y lugar, desde que los discursos de los maestros pretenden enseñar a los discípulos y alumnos, lo molesto que les resulta que un alumno  - sin ser revoltoso, ni perturbar el orden de la clase – mantenga la mirada perdida en el vacío, ensimismado. No porque esté haciendo cosa diferente que le distraiga, sino simplemente porque en un momento dado del discurso del Maestro se siente evocado a la contemplación del “infinito”.
Absorto y distraído. Embaucado en un lugar intemporal, el alumno percibe la Eternidad. Insípida, inodora, incolora, indefinible… el alumno, literalmente ha salido de sí mismo y es “espejo” de lo transcendental e inmutable. Experimenta la nada y la no-nada. Es incluso la inmortalidad.
Y el Profesor, molesto porque el alumno no le presta atención le suele hacer regresar súbitamente de ese estado donde “no es”. Y no le pregunta qué sintió, qué entendió, qué percibió. Ni tampoco le da una explicación por la que entienda el propio alumno qué ha sucedido. Normalmente le culpabiliza o reprocha su falta de atención ignorando el “viaje” realizado por el discípulo.

Análogamente a la descripción que Schopenhauer hace del “abandono de la individualidad” al observar la belleza (una rosa, por ejemplo) el alumno, “distraído”, estaba contemplando esa Eternidad y, por ello, formaba parte de ella. Mientras, el Maestro, atrapado en su interés por enseñar se considera despreciado en “su sabiduría” basada en la “ciencia”, la “opinión” y la “vida cotidiana” (que son las cadenas que atan al Maestro a la Caverna de Platón según la define Schopenhauer) y recrimina al alumno ignorando que éste le estaba mostrando, con su rostro, “La Eternidad”.


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