27 de abril de 2016
El artículo de
El País refleja la petición de retirada de las condecoraciones que Franco recibió
de Francia a través de la Legión de Honor, antes de la llegada de la República
a España en 1931. Oponen un deseo de revisión de la historia pasada en atención
a todos los hechos posteriores que acaecieron no sólo en nuestro país sino
también en la lucha y resistencia de Francia contra el fascismo alemán y el
meritorio papel que en ella y en la liberación de París tuvieron los exiliados
y republicanos españoles que han venido siendo homenajeados y reconocidos como
héroes recordando un momento de la Historia europea donde el lugar más seguro para
la población civil era reconocer las virtudes de los superhombres que
sometieron a toda Europa, proclamando la decadencia de las democracias y
exhibiendo al hombre alemán, y a la raza que representaba, como modelo a
seguir.
Los alemanes de
entonces, apoyándose en una visión adversa de la sociedad humana – y recordando
a su pueblo que con ellos el mundo había sido extremadamente injusto y
vengativo – se apoyó en los nuevos filósofos para tomar “la parte por el todo”
y convertir la lucha espiritual de un hombre ante la adversidad, en la lucha de
todo un pueblo contra el mundo, causando excesos aberrantes a la población
civil europea. La idea alemana de la gran raza, de los hombres perfectos en
cuerpo y alma, sedujo en todos los países de democráticos. Cabría preguntarse
si además de financiación económica recibida de las grandes democracias para
frenar el comunismo el nazismo recibiera, además, aportaciones y ensayos
filosóficos y políticos que le dieran la suficiente solidez como
para erigirse en modelo político a imitar. Sin embargo, todo señala que el
apoyo que recibió el nazismo solo tenía una finalidad: detener y acabar, si era
posible, con el avance del comunismo en Europa, que se representaba por un
pueblo carente de instrucción, conocimiento y sensibilidad artística, y carente
de todo glamour. El nazismo representaba todo lo contrario al comunismo y por
ello tenía el apoyo de las élites dominantes de los países más desarrollados
del mundo. El nazismo aparecía como el renovador de la moral y de la fortaleza
humana que surgía, como ave Fénix, de la gran humillación de la 1ª Gran Guerra.
En ese proyecto
de frenar al comunismo – que nació en Rusia con el apoyo de los servicios
secretos alemanes a Lenin y que amenazaba con la expropiación de los medios de
producción, y consiguientemente con la propiedad privada y el capitalismo –
España jugaría un papel tristemente importante. El control del Mediterráneo no
podía caer en manos comunistas o de gobiernos comunistas y el objetivo
internacional era mantener neutral a España.
Formalmente
Rusia había acabado por ser reconocida internacionalmente bajo el nombre de
URRS, después de que todas las potencias participantes en la 1ª Gran Guerra –
vencedores y vencidos – se unieran todos contra Rusia en un intento de restablecer
el orden normal de las naciones – era costumbre apoyarse contra cualquier tipo
de revolución, como lo fue en el pasado “los cien mil hijos de San Luis” en
España, o la Alianza contra el Napoleón nacido de una Revolución burguesa. Por ello
no podían volver a declararle la guerra a esa nación careciendo del pretexto
pertinente, por lo cual se usó de los nazis para controlar el progreso
comunista en Europa.
La recién nacida
República española lo hacía bajo la idea popular de que todos los males que
aquejaban a la sociedad civil serían erradicados al día siguiente, 15 de abril
de 1931. Sin embargo la ingenuidad que propició ese entusiasmo y fe popular en
el nuevo régimen ignoraba que su nacimiento tenía origen en el deseo de ocultar
la gran corrupción económica y moral que las guerras africanistas habían asentado
en el propio ejército y que en ése afán de evitar el conocimiento de los
detalles de la misma por el Parlamento y la opinión pública, el monarca Alfonso
XIII consintió la Dicta-blanda del General Miguel Primo de Rivera, y que a la
postre sería causa de la pérdida de prestigio de la Corona cuya debilidad fue
aprovechada electoralmente y que, probablemente, fue presentada como símbolo de
todos los males de la Nación española.
Es probable que
el “juego” de insinceridades interesadas por todas las partes fuera la que
pusiera las bases de una pugna política basada más en las demostraciones de
fuerza que de razones, por lo que el nacimiento de la República, a pesar de
traer un aire de modernidad, renovación y confianza en la cultura como
instrumento de liberación de las personas, pudo estar asentada en sus inicios
en cimientos poco sólidos que los acontecimientos internacionales iban a poner
a prueba duramente.
Todos los
procesos encaminados por los distintos Gobiernos Republicanos – tanto de
derechas como de izquierdas – que buscaron la modernización del país, desde las
mejoras en las condiciones laborales, los derechos de la mujer, la separación
entre Iglesia y Estado, el divorcio, las uniones civiles, la reforma agraria, el
impulso a la educación e Instrucción Pública… etc, acabaron siendo
interpretados – todos ellos – como actos revolucionarios de manera definitiva cuando en 1936 ganan las
elecciones el Frente Popular y la habilidad de aquellos que conocían los
temores que despertaba el comunismo en occidente – y han sabido leer el impacto
positivo que los fascismos alemanes e italianos han ocasionado como fórmula “conciliadora”
entre los anhelos de la sociedad civil de acceder al bienestar y un Estado
fuerte, estable y monolítico que respeta la aristocracia, las tradiciones y la
religión – intrigan buscando un respaldo internacional para derribar, no ya al
Gobierno republicano, sino al propio Régimen.
Los planes
internacionales ya contemplaban que habrían de combatir contra el nazismo que –
aunque freno del avance comunista –
vuelve a asentar sus raíces en un nacionalismo excluyente, expansionista y extremadamente
autoritario y violento – hecho que mejor
sirve a sus fines y que es causa del apoyo económico de esas élites europeas –
pero a quien habrá que poner coto (algo parecido a lo que pudo ocurrir con
Sadan Husein por poner un ejemplo reciente).
Por ello España
no puede tener un sistema democrático que no asegure, de manera indudable, que
estará en la posición correcta cuando se produzca la confrontación en Europa. Y
si en la 1ª Gran Guerra la neutralidad de España le permitió una época
floreciente en su economía, en esta ocasión el signo político de neutralidad es
dudoso y a ello contribuye la conspiración en el exterior pretendiendo asegurar
que la República Española tiene graves derivas revolucionarias que podrían
acabar en un formato bolchevique.
Franco es
apoyado por los gobiernos democráticos, pero la naturaleza del apoyo no puede
ser públicamente explícita, por lo que se bloquea el envío de armamento al
Gobierno de la República argumentando un deseo de no fomentar el conflicto, con
lo cual le queda como única financiación a la URRS lo que refuerza la hipótesis
revolucionaria que pesa sobre la República y permite su más perfecto
aislamiento de la opinión pública europea.
Por ello puede deducirse que las principales democracias europeas esperaran,
en realidad, un Golpe de Estado rápido y
eficaz que no prosperó y que nos llevó a tres años de guerra civil polarizada –
al menos así pretendidamente – entre fascismo y revolución comunista, por lo
que todos los esfuerzos realizados por el Gobierno legítimo español,
encaminados a mostrar a la opinión pública internacional que era un gobierno
democrático y plural fueron ignorados por el propio miedo de las sociedades
civiles europeas a ver en sus propios países un escenario similar al español. Este
temor civil facilitó las políticas europeas de pacificación con el régimen
nazi. Políticas que se mostraron ineficaces y que aumentaron la percepción de
una gran guerra inevitable y similar a la 1ª Gran Guerra en todo el continente.
A pesar que en España la izquierda radical
viera en la inminencia de la guerra europea el escenario idóneo para desengañar
a la opinión pública europea de la manipulación de sus propios gobiernos sobre
lo que ocurría en España y la legitimidad Republicana, otra parte más esencial
de la República venía a señalar todo lo contrario. Es posible que el análisis
que puso fin a la guerra civil entregando Madrid a Franco señalara que el
estallido de la Guerra en Europa sólo beneficiaría en España a las posiciones
más radicales, fomentando aún más la confrontación entre fascistas y
comunistas. Es posible que el estallido de la Guerra Europea hiciera perder
toda legitimidad democrática en el futuro, fuera cual fuera el signo de su
resolución, pues lo que a esas alturas de la confrontación podía quedar claro es
que el inicio de la Guerra europea podría terminar con toda probabilidad, con
la pluralidad política que aún se esforzaba en mantener en su seno el Gobierno
republicano. Y tal vez, otro hecho se pudiera evitar: Depender, lo que de
España quedaba o quedara, de potencias extranjeras.
Decir que el
comunismo en España era una opción mínima en la II República parece, a estas
alturas irrelevante. Pero merece la pena señalar que el comunismo era ajeno,
en mi parecer, al carácter español y que para fomentarse tanto en España como
en Grecia o Francia fue preciso que apareciera el antagonismo del fascismo, que
le dio razón de ser internacionalmente (pero sólo después de la invasión de Polonia)
al igual que el apoyo que le brindó la Iglesia Católica, del que se hizo
antagonista como mejor fórmula para prosperar.
Franco no acabó
con el comunismo en España – acabó con la
democracia. Con el comunismo que medró en los frentes de batalla de la
Guerra Civil – y que alimentó Franco,
antes, durante y después de la Guerra Civil con su sola presencia o memoria
– acabó la propia República Española como último acto ante el avance de una
opción política que pretendía ganar e los frentes de guerra y con el apoyo de
la URRS, lo que nunca tuvo a su alcance en elección democrática alguna.
Sólo el
irracional egoísmo con que Europa protege su no siempre honrosa historia hace
posible que aún hoy en día no sea reconocido – aunque fuere a título simbólico – la heroicidad con que afrontó la
República y el pueblo español un alzamiento militar que en ese momento convenía,
por diferentes motivos, a las democracias de Europa. Y no sólo es así, parece,
sino que el legado que nos dejaron los europeos fue no sólo el de un dictador –
al que luego, pretendiendo castigarlo, a
todos nos castigaran – sino también una historia reciente en la que no se
termina de aceptar la plenitud de los derechos civiles de las personas, pues
aún se sostienen deudas con los antepasados. Deudas que nacen de una
intolerancia de la que aún quedan residuos en el carácter español. Residuos que
vienen de una guerra injusta, de un triunfador injusto y de un interés injusto
de nuestros vecinos que nos trajo sufrimiento y violencia a varias
generaciones.
Tal vez por
ello, por todo ello a Franco los franceses no lo retiren las distinciones
pasadas apelando a un reglamento que precisa la necesidad de oír las razones en
defensa del mérito otorgado que ahora le pretenden quitar sus adversarios;
defensa que debiera realizar el propio Franco (es posible que los franceses distingan y respeten el hecho de que uno
de sus premiados lo fuera legítimamente por virtudes personales que en su
momento ostentaran aunque después las olvidaran – a no ser que Franco nunca se
saliera del guion marcado por Europa). De saber este extremo, tal vez el
gobierno galo hubiera debido recordar dichos méritos ante la ONU antes de
prestarse a defender en ese organismo la “cuarentena” que llevó a muchos años
de hambre a nuestro país – hambre que no pasan los dictadores ni su entorno que
sostiene el régimen – y del que nos rescataran, a pesar de Europa, los
Norteamericanos. Tal vez con ese acorralamiento político pretendieron los
europeos que los civiles nos volviéramos a levantar contra el dictador… (¡¡¡¡¡)
Tomen note de la esquizofrenia gala cuando de España se trata. La conveniencia
del momento político siempre pesa más que el sentido común.
Nota: El Rey reivindica a los republicanos.
Felipe VI evoca a los exiliados españoles en su recorrido por la geografía del destierro:
Nota: El Rey reivindica a los republicanos.
Felipe VI evoca a los exiliados españoles en su recorrido por la geografía del destierro:
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