Los “fantasmas” atacan la Democracia.
En la sociedad,
el objetivo, es apegarse al sentido común e intentar permanecer en ese entorno
pase lo que pase. En esa idea de apegarse a ese sentido común también se
defiende la necesidad de acercarse a la “verdad”, todo lo que se pueda, (no sólo para constatar cómo y de qué manera se
muestra la sociedad y sus individuos en los distintos escenarios sociales; sino
también las razones últimas por las que así se muestran – a veces mostrando sus
signos de naturaleza más atávicas u otras, por el contrario, en las que son
capaces de mostrar empatía y solidaridad) con el fin de extraer de ese
entorno de realidad social las enseñanzas esenciales que podemos observar en la
vida del Ser Humano, de la que somos parte.
Esfuerzo para acercarse a la verdad lleva a una visión más clara del entorno social en
donde estamos inmersos como Seres Humanos. La tarea nunca es sencilla, pues
todos, por el mero hecho de vivir en sociedad, adquirimos unas convicciones y
creencias (llegadas desde nuestra cultura
y desde las experiencias más cercanas y relevantes que se vinculan con nuestras
emociones) sobre los cuales nos asentamos como personas otorgándonos cierta
“seguridad” de seguir un camino, en alguna medida, coherente (pues es lo más a lo que se puede aspirar en
esta vida llena de incertidumbres y apariencias); y a la vez percibimos, o
vamos percibiendo, un transcurrir de la sociedad, que queda “impreso en nuestra mente” y que también
entrará a formar parte de esa reflexión (permanente
y a veces inconsciente) que intuimos que nos debe de llevar a algún sitio
mejor (o al menos más real) que el
conocido en una primera impresión (al
menos, un lugar mucho más elaborado y tal vez complejo, del que pensamos que podríamos
extraer alguna enseñanza o alguna certeza que nos permita prever el devenir de la sociedad para mejor adaptarnos o para inducir cambios que mejoren la convivencia – aunque no sepamos, en esencia, cual es la
finalidad última de vivir y estar vivos – y por ello establezcamos hipótesis,
desde distintas perspectivas, sobre cómo observar la vida humana desde las
herramientas que la Ciencia nos ofrece o desde el hecho religioso, aceptando,
además, que nuestra mente tiene tal capacidad plástica que es capaz de aceptar
cualquier solución que al respecto se le dé, de tal manera que somos capaces de
adherirnos a cualquier creencia que aporte la Ciencia al respecto, como a
cualquier verdad que sugiera la religión propia de nuestra cultura, con el fin
de obtener un referente al cual apegarnos). Incorporamos los principales
“signos o rasgos” que definen la naturaleza humana del entorno social y
verificamos que esos “rasgos” también se manifiestan en nuestro ser; y vemos, y
comprendemos, que no podemos sustraernos a la Condición Humana de la sociedad que nos
circunda (y tampoco a la nuestra y la
dependencia que tenemos de nuestra sociedad) – Condición
Humana que se determina por las contrariedades e incoherencias que surgen al
tener que compatibilizar nuestra parte más biológica /propia del hecho de ser
animales/ y social, con las capacidades de nuestras mentes/ que acaban
constatando la existencia de cierta irracionalidad que subsiste, haciendo
posible un mayor sufrimiento al propio Ser Humano y que se nos antoja, si
dedicamos el tiempo necesario en reflexionar sobre ello, violencia innecesaria/
e imaginando cada uno, o cada grupo social, un mundo mejor e ideal que se
pudiera establecer y por el cual también, por ello, nos ponemos a competir, a veces,
casi irracionalmente, sin que se vislumbre con claridad un lugar de encuentro y
acuerdo. Cuando constatamos todo ello en nuestro entorno, a veces y no
siempre, realizamos un esfuerzo de introspección con el fin de intentar
comprender cómo gestionamos nosotros nuestra propia Condición Humana y
observamos cómo la pulsación predadora surge en determinadas situaciones
olvidando nuestras mejores y más nobles capacidades humanas; así de perplejos conseguimos
aproximarnos a cómo gestionan los otros su propia condición humana,
aceptando que el entorno social parece representarse por un conjunto de individuos
que, aunque convivan pacíficamente, en su mundo interior albergan rivalidades y
antagonismos dispuestos a manifestarse y proyectarse en forma más o menos controladamente
agresiva (y nos consideramos civilizados si ello se expresa dentro de unos parámetros
estándar de lo que se llama proporcionalidad) y cuando las circunstancias hacen percibir una señal de “peligro” también, afortunadamente, hay quienes se muestran dispuestos a dialogar intentando que la persona, o personas,
que tienen enfrente abandonen su “modo o estado animal o atávico” para volver al racional) y a veces, esas circunstancias representan distancias tan aparentemente insalvables, que renunciamos a ellas por pura precaución, cuando el instinto de supervivencia se activa si prevemos que los intransigentes no están dispuestos a razonar ni a abandonar ese estado en donde las cualidades racionales se ponen a disposición de nuestra naturaleza más animal y depredadora.
A ese respecto
podemos verificar que los seres humanos poseemos un rasgo de naturaleza
espiritual, como lo es nuestra mente, que realiza una especie de “balance” constante
del entorno para determinar – de acuerdo
con los Valores que poseemos o a las que nos adherimos – una especie de
conducta que nos lleve no solo a sobrevivir sino también a prosperar o realizarnos como
personas en nuestra sociedad. Ese rasgo espiritual siempre se posee, de alguna
manera, y se expresa en la determinación y la voluntad de vivir nuestras vidas
desde una especie de “certeza o razón” interior que se concibió en algún momento
y que parece ser el motor de nuestra conducta real y efectiva (y esa certeza o razón interior que a veces se
puede hallar en profundidades insospechadas de nuestra mente, no siempre se puede
desvelar de una manera clara y efectiva (ni nosotros mismos, ni la sociedad que
nos circunda suele entretenerse en ello – en ocasiones la concebimos como
simple instinto para sobrevivir, en donde la evaluación del comportamiento de
la sociedad determina nuestro propio comportamiento; y, por lo general, nos
adherimos a la sociedad y a su previsible comportamiento, emulando el proceder del entorno
bajo la idea de sobrevivir (y a veces de prosperar) - por ello solemos recurrir
a un “etiquetado” de situaciones o personas para no entretenernos en profundos pensamientos que nos
puedan llevar a la conclusión, por la cual, también todos somos “singulares” y en
esa singularidad acabaríamos por observar que lo que tenemos en común es un
“lugar” más esencial y trascendental que el “lugar” desde el cual construimos
las diferencias).
Aunque parece
que lo más importante es ser lo más sinceros posibles con nosotros mismos y
librarnos de los mayores prejuicios y miedos posibles, con la finalidad de captar
lo más fielmente la vida y, desde ahí, aportar a la sociedad (si es posible) en la dirección y
profundidad de esa “perspectiva propia” que se va descubriendo mediante la
experiencia de la propia vida, sin embargo, dependerá del valor personal de
cada cual, de cada uno, para poder modificar esas percepciones consensuadas que
hacen posible el daño que portan los prejuicios (que se hallan instalados en nuestro sociedad) y por medio de los
cuales se extraen conclusiones precipitadas de todo aquello que parece
extraño, singular o diferente y que pueden acabar por convertir a otras
personas en chivos expiatorios del conjunto de frustraciones o insatisfacciones
que cada persona puede poseer, y que sumadas determinan una conducta social a
la cual no es fácil oponerse (pues,
además de requerir valor se precisa, también, tener en consideración que existen
grupos, más o menos influyentes, que por medio de esos prejuicios sociales intentan
controlan la dirección que toma la opinión pública y social según sus
conveniencias particulares).
Cuando
percibimos la facilidad con que la opinión pública podemos ser (re) orientada (y cuando percibimos que ello se produce porque
se adhiere – normalmente por medio del miedo o el temor - a prejuicios y falta
valor para disolverlos, y percibirse que quien lo intente puede convertirse en
objetivo “singular” y destino de críticas y descalificaciones) se puede
llegar a concebir a la sociedad como “masa” (como ocurría en discursos propios del siglo pasado, donde se buscaba el
permanente enfrentamiento) haciendo que la sociedad perciba inestabilidad
que se alimenta hasta la crispación cuando se le ofrecen (por medio de falsedades o medias verdades que fomentan aún más los prejuicios) responsables
de su malestar.
Sabemos,
además, que difícilmente podremos desvincularnos de las emociones, y la
sensibilidad propia, que por el hecho de concebirnos como Seres Humanos nos es
inherente y, aún así, nuestra mente es capaz de “cosificar” a las personas o a
los Seres Humanos (e incluso a toda la
condición humana) cuando somos estimulados a actuar en la consecución de
objetivos y soluciones de manera rápida o contundente (o como vulgarmente se dice, sin reparar en costes – costes que se
entienden como éticos o morales y que se sacrifican cuando simplificamos la complejidad de las realidades sociales).
Hablamos del Sentido
Común como “percepción” global e intuitiva del entorno social. Desde el sentido
común podemos percibir las limitaciones y condiciones que la sociedad impone,
como premisa, para encauzar cualquier comunicación, cualquier pretensión,
cualquier deseo, cualquier proyecto personal, con la finalidad de que este
pueda llevarse hasta su final. El sentido común es como “una visión previa” que
siempre acude a nuestra mente, o siempre se nos presenta ante cualquier
perspectiva que concibamos y que cuanto mejor se conciba mayores posibilidades
tendremos para “movernos” en ese entorno social con la suficiente libertad como
para concretar planes y proyectos que hemos concebido como buenos y posibles, y
de los cuales creemos tener la capacidad necesaria para llevarlos a término.
Partimos,
todos, de unas premisas sencillas: Esfuerzo dedicado igual a resultados
proporcionales; y sin embargo verificamos otras circunstancias limitantes que
obedecen a razones que nos pueden parecer en unas ocasiones arbitrarias, e
incluso, hasta cierto punto, irracionales, (sobre
todo cuando esas circunstancias se presentan como obstáculos, trabas, o falta
de cooperación, sobre todo si consideramos o concebimos que la sociedad se
entiende como un proyecto común en el cual se debieran facilitar los caminos a
los trayectos y los proyectos personales o en la consecución de objetivos
comunes y sociales) pero que están ahí y parecen formar parte de nuestra
propia sociedad y de la concepción que la sociedad tiene de sí misma (por esas razones, no siempre explícitas, nos
abocamos a la reflexión y, con ella, vamos alcanzando una percepción, más o
menos racionalizada, de nuestra propia sociedad) y por las cuales
considera, la propia sociedad, que es el camino “inevitable” y “necesario” para
seguir perpetuándose como sociedad, por lo que difícilmente renunciará a ellas.
Esas razones parecen estar consensuadas (tal vez por ser evidentes aunque no siempre se compartan) y parecen obedecer a criterios que
hacen disponer el espíritu de cada uno de nosotros hacia una predisposición
concreta para adaptarse a un rol determinado, según sea la actividad concreta o
específica que debemos realizar en cada momento del día o según sea la visión
dominante en una etapa social que es determinada por factores ambientales de
naturaleza económica/política y que es percibida por la sociedad como el “marco
social” por donde cada individuo o ciudadano puede y debe “moverse”, y bajo qué
condiciones (todo ello suele ser implícito
y no siempre sujeto a racionalidad evidente – pues comúnmente estas reglas se han “percibido” y “aprendido”
en los entornos familiares y sociales por medio de la coacción o la violencia – y no se suelen expresar detalladamente para determinar a qué obedece o
cómo gestionar, y aunque los factores puedan ser muy limitantes siempre parece
existir un itinerario que permitirá la realización de cada persona).
Desde esa primera
concepción “confusa” de lo que parece ser una sociedad se gestiona la sociedad (adquiriendo “papeles y roles sociales” cada
cual, de acuerdo con situaciones coyunturales o circunstanciales). Concretar
de manera casi intuitiva esa percepción de lo que es en realidad la sociedad,
en su día a día, es lo que viene a llamarse: Sentido Común; pero al ser una
“percepción” esta puede variar y modificarse en función de la experiencia de
cada cual (las líneas básicas de esa
percepción se conforman y configuran, inicialmente, en los ámbitos de cada
familia). Es una percepción de protección o precaución, ante la respuesta que nos podemos encontrar en la sociedad, la que genera esa idea de sentido
común; y parece destinada a preservar a los miembros de cada familia con la
finalidad de que se desenvuelvan en la propia sociedad con el menor número de
experiencias adversas posibles. Sentido Común que se perpetúa así mismo, aunque
se conciba que porte cierto rasgo de cierta arbitrariedad, aleatoriedad e incluso de circunstancialidades imprevisibles en su propia concepción,
pues el Sentido Común parece variar en función de un entorno social determinado
(pueblo o ciudad que tiene su propia
idiosincrasia que define su “carácter”), y también depende del rol social y
la responsabilidad real y efectiva en el desempeño de una tarea social
determinada por un individuo o una familia concreta (es decir, como si existiera una relación, aparentemente directa, entre
la experiencia vital y laboral de un individuo y la configuración de su propio
Sentido Común que le sirve de referencia para guiarse cotidianamente y que le
marca nuevos límites o perspectivas que, por lo general, limitan o determinan más claramente el ámbito de su libertad de acción (y a veces, a más
conocimientos “asimilados en profundidad” mayores limitaciones en el libre
albedrío conque podemos actuar – si lo que se busca es el bien - pudiendo
llegar a la idea de que “la Libertad no es otra cosa que hacer lo que se debe
en cada momento concreto” y, por tanto, la responsabilidad propia estriba en
saber reconocer cuándo y cómo se ha de actuar para resolver una situación
concreta, preservando, a la vez, los objetivos y misiones que nuestra
responsabilidad, o que nuestra conciencia social requiere de nosotros y,
simultáneamente, preservar los Valores que dan sentido a nuestro ser y existir en
sociedad – y que son nuestra “guía” y referencia en nuestra existencia).
El mundo, y con
él, la sociedad es lo que es y nada lo va hacer cambiar (y parece dar igual que se tome una circunscripción pequeña – como un
municipio – o una bien grande, como sugiere la globalización que vivimos)
aunque la percepción que sostengamos cada uno de nosotros de la sociedad vaya cambiando en la medida en que aumenta nuestra propia experiencia de vivir en sociedad, pues de alguna manera, el mundo se va renovando, generación a generación, y cada una de estas generaciones precisa, al parecer, transitar por itinerarios, muchos de ellos similares a los transitados por generaciones anteriores y otros, por el contrario, mucho más singulares que dependen de factores que difícilmente se pudieran controlar y que acaban formando parte los propios retos que afrontan como generación y como individuos.
Sin
embargo, si vamos más allá y pretendemos modificar ciertos aspectos adversos de
ese Sentido Común ya constituido y establecido, lo que hacemos es construir otro Sentido Común “alternativo”
sobre el devenir del propio entorno social en el que estamos inmersos, para que
nuestra sociedad se dé, así misma, nuevos objetivos a alcanzar en el horizonte social,
lo que lleva a que ese Sentido Común cotidiano vaya modificando las
percepciones más adversas que consideramos que aún posee, con el fin de que
pueda asentarse en Valores más transversales, más obvios, y que buscan proteger
la integridad y el desarrollo de las personas en razón de criterios que evidencian las potencialidades individuales que todos poseemos por el hecho de ser personas
y que sea posible su desarrollo, pues ello forma parte del bienestar social al
que todos aspiramos como sociedad.
Ello también es
Sentido Común, es como un nuevo Sentido Común que busca un camino que haga
realidad (de facto) un principio
básico sobre el cual se asientan las declaraciones que vienen a sustentar la
idea de la conveniencia de establecer un Sistema Democrático en cualquier
Nación o Estado (y que se refiere a la
idea de que toda persona es capaz de desarrollar su potencial si las
circunstancias que le rodean son las apropiadas - bienestar físico, material y
espiritual – buscando un punto y final a toda especulación construida sobre
aspectos raciales, religiosos, sexuales o limitaciones psicofísicas o
económicas. Así lo empezó a percibir la burguesía cuando alcanzó el bienestar y
lo entendió como un estado deseable al que todos los seres humanos tenían
derecho a aspirar para su realización personal, material y espiritual, por lo que iniciaron el camino de reconocimiento de los Derechos
inherentes a la Condición Humana, hace más de 200 años, y que sigue encontrando
resistencia que a veces se expresa de manera extremadamente violenta, como
ocurrió en la Segunda Guerra Mundial) a expresiones categóricas como las que ahora enumero: Todos los Seres Humanos (con independencia de cualquier otro rasgo
particular o personal, de naturaleza física o de creencias o políticas o
sexuales) son iguales en Derechos (y
Deberes) ante la Ley. Y, además, la Ley debe de reconocer el derecho a la
propiedad (ya sea esta material o
intelectual), al pensamiento, a las ideas y su expresión por medios de
difusión, a la integridad física y psicológica, al derecho a la educación y la formación,
a la Cultura, al trabajo, a organizarse, a reunirse, constituir asociaciones
para reflexionar sobre derechos profesionales, políticos, culturales… y
poderlos llevar a cabo; a la seguridad, a la libertad de prensa, a una justicia
neutral, a una protección de la salud, al libre tránsito, a una vivienda, a la
intimidad, a la inviolabilidad de su ser y su domicilio, a ser percibido positivamente
en su entorno social, a ser considerado persona con plenos derechos, a la
protección de la justicia, a su autonomía personal y decidir libremente sobre
su persona, a tener y configurar sus propias creencias personales y a
divulgarlas por los medios a su alcance, a casarse o permanecer soltera o
configurar cualquier tipo de estado civil y de relaciones personales; a la libertad de
Conciencia; a la libertad de empresa; a formar o no familia; a separarse o
divorciarse; a poder usar y acceder los Servicios que el Estado pone a su
disposición para apoyarle e integrarse plenamente en la sociedad; a que se sea
protegido en la infancia y en la vejez; … y podríamos seguir la lista por el
terreno de proteger la dignidad en la infancia, en la vejez, en la mujer, en el
diferente,…
Y sin embargo,
todo lo expresado y configurado no son otras cuestiones que metas permanentes
de la sociedad, pues este “otro” Sentido Común” que se instaura por medio de
Constituciones no es otra cosa que intentos en modificar, positivamente, un
Sentido Común ya instaurado y que tiende a la "inmovilidad" (y a veces a la regresión) de manera permanente,
cuestionando cualquier modificación social (pues
siempre tiende a considerar, constantemente, que la sociedad que ya se ha
construido y constituido es la mejor posible), pero que sin embargo – dentro de un marco Democrático - tiende
a aceptar las transformaciones sociales bajo la premisa de mantener ciertos
Valores, considerados esenciales e inamovibles, que se sostienen bajo la idea
de “una sociedad racional”- y en las razones
de aceptar la tolerancia como un
instrumento que observa positivamente la Condición Humana.
Y sin embargo, no parece existir un compromiso
inamovible con la Democracia, es decir, con la tolerancia, pues se posibilita
la idea de que se observe la Democracia como una experiencia que siempre está y
estará a prueba y de la cual es legítimo desconfiar y que debe de demostrar su
fiabilidad (y para sostener este
argumento se apela al pasado e incluso, se visiona ese pasado como solución in
extremis y legítima, aceptando una única versión de idoneidad o perfección, de ese pasado que se busca como referencia, que
no precisa someterse a prueba) sin reparar en que el Sentido Común
conservador posee una mayor potencia cuando desde la tolerancia (desde la
Democracia) se implica plenamente en soluciones positivas a las amenazas de los
fantasmas que siempre acosaron la convivencia tolerante. Dar cabida a las
advertencias o amenazas de los agoreros que alimentan la desconfianza
permanente, que afecta al entendimiento, con el fin de desestabilizar la experiencia social (constituyendo
rasgos de volatibilidad en la sociedad), hace posible que el retorno y la involución
sea una amenaza constante en busca de pretexto ideal.