Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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martes, 19 de febrero de 2019

Los “fantasmas” atacan la Democracia.


Los “fantasmas” atacan la Democracia.

En la sociedad, el objetivo, es apegarse al sentido común e intentar permanecer en ese entorno pase lo que pase. En esa idea de apegarse a ese sentido común también se defiende la necesidad de acercarse a la “verdad”, todo lo que se pueda, (no sólo para constatar cómo y de qué manera se muestra la sociedad y sus individuos en los distintos escenarios sociales; sino también las razones últimas por las que así se muestran – a veces mostrando sus signos de naturaleza más atávicas u otras, por el contrario, en las que son capaces de mostrar empatía y solidaridad) con el fin de extraer de ese entorno de realidad social las enseñanzas esenciales que podemos observar en la vida del Ser Humano, de la que somos parte. 
Esfuerzo para acercarse a la verdad lleva a una visión más clara del entorno social en donde estamos inmersos como Seres Humanos. La tarea nunca es sencilla, pues todos, por el mero hecho de vivir en sociedad, adquirimos unas convicciones y creencias (llegadas desde nuestra cultura y desde las experiencias más cercanas y relevantes que se vinculan con nuestras emociones) sobre los cuales nos asentamos como personas otorgándonos cierta “seguridad” de seguir un camino, en alguna medida, coherente (pues es lo más a lo que se puede aspirar en esta vida llena de incertidumbres y apariencias); y a la vez percibimos, o vamos percibiendo, un transcurrir de la sociedad, que queda “impreso en nuestra mente” y que también entrará a formar parte de esa reflexión (permanente y a veces inconsciente) que intuimos que nos debe de llevar a algún sitio mejor (o al menos más real) que el conocido en una primera impresión (al menos, un lugar mucho más elaborado y tal vez complejo, del que pensamos que podríamos extraer alguna enseñanza o alguna certeza que nos permita prever el devenir de la sociedad para mejor adaptarnos o para  inducir cambios que mejoren la convivencia – aunque no sepamos, en esencia, cual es la finalidad última de vivir y estar vivos – y por ello establezcamos hipótesis, desde distintas perspectivas, sobre cómo observar la vida humana desde las herramientas que la Ciencia nos ofrece o desde el hecho religioso, aceptando, además, que nuestra mente tiene tal capacidad plástica que es capaz de aceptar cualquier solución que al respecto se le dé, de tal manera que somos capaces de adherirnos a cualquier creencia que aporte la Ciencia al respecto, como a cualquier verdad que sugiera la religión propia de nuestra cultura, con el fin de obtener un referente al cual apegarnos). Incorporamos los principales “signos o rasgos” que definen la naturaleza humana del entorno social y verificamos que esos “rasgos” también se manifiestan en nuestro ser; y vemos, y comprendemos, que no podemos sustraernos a la  Condición Humana de la sociedad que nos circunda (y tampoco a la nuestra y la dependencia que tenemos de nuestra sociedad)  Condición Humana que se determina por las contrariedades e incoherencias que surgen al tener que compatibilizar nuestra parte más biológica /propia del hecho de ser animales/ y social, con las capacidades de nuestras mentes/ que acaban constatando la existencia de cierta irracionalidad que subsiste, haciendo posible un mayor sufrimiento al propio Ser Humano y que se nos antoja, si dedicamos el tiempo necesario en reflexionar sobre ello, violencia innecesaria/ e imaginando cada uno, o cada grupo social, un mundo mejor e ideal que se pudiera establecer y por el cual también, por ello, nos ponemos a competir, a veces, casi irracionalmente, sin que se vislumbre con claridad un lugar de encuentro y acuerdo. Cuando constatamos todo ello en nuestro entorno, a veces y no siempre, realizamos un esfuerzo de introspección con el fin de intentar comprender cómo gestionamos nosotros nuestra propia Condición Humana y observamos cómo la pulsación predadora surge en determinadas situaciones olvidando nuestras mejores y más nobles capacidades humanas; así de perplejos conseguimos aproximarnos a cómo gestionan los otros su propia condición humana, aceptando que el entorno social parece representarse por un conjunto de individuos que, aunque convivan pacíficamente, en su mundo interior albergan rivalidades y antagonismos dispuestos a manifestarse y proyectarse en forma más o menos controladamente agresiva (y nos consideramos civilizados si ello se expresa dentro de unos parámetros estándar de lo que se llama proporcionalidad) y cuando las circunstancias hacen percibir una señal de “peligro” también, afortunadamente, hay quienes se muestran dispuestos a dialogar intentando que la persona, o personas, que tienen enfrente abandonen su “modo o estado animal o atávico” para volver al racional) y a veces, esas circunstancias representan distancias tan aparentemente insalvables, que renunciamos a ellas por pura precaución, cuando el instinto de supervivencia se activa si prevemos que los intransigentes no están dispuestos a razonar ni a abandonar ese estado en donde las cualidades racionales se ponen a disposición de nuestra naturaleza más animal y depredadora.   
A ese respecto podemos verificar que los seres humanos poseemos un rasgo de naturaleza espiritual, como lo es nuestra mente, que realiza una especie de “balance” constante del entorno para determinar – de acuerdo con los Valores que poseemos o a las que nos adherimos – una especie de conducta que nos lleve no solo a sobrevivir sino también a prosperar  o realizarnos como personas en nuestra sociedad. Ese rasgo espiritual siempre se posee, de alguna manera, y se expresa en la determinación y la voluntad de vivir nuestras vidas desde una especie de “certeza o razón” interior que se concibió en algún momento y que parece ser el motor de nuestra conducta real y efectiva (y esa certeza o razón interior que a veces se puede hallar en profundidades insospechadas de nuestra mente, no siempre se puede desvelar de una manera clara y efectiva (ni nosotros mismos, ni la sociedad que nos circunda suele entretenerse en ello – en ocasiones la concebimos como simple instinto para sobrevivir, en donde la evaluación del comportamiento de la sociedad determina nuestro propio comportamiento; y, por lo general, nos adherimos a la sociedad y a su previsible comportamiento, emulando el proceder del entorno bajo la idea de sobrevivir (y a veces de prosperar) - por ello solemos recurrir a un “etiquetado” de situaciones o personas para no entretenernos en profundos pensamientos que nos puedan llevar a la conclusión, por la cual, también todos somos “singulares” y en esa singularidad acabaríamos por observar que lo que tenemos en común es un “lugar” más esencial y trascendental que el “lugar” desde el cual construimos las diferencias). 
Aunque parece que lo más importante es ser lo más sinceros posibles con nosotros mismos y librarnos de los mayores prejuicios y miedos posibles, con la finalidad de captar lo más fielmente la vida y, desde ahí, aportar a la sociedad (si es posible) en la dirección y profundidad de esa “perspectiva propia” que se va descubriendo mediante la experiencia de la propia vida, sin embargo, dependerá del valor personal de cada cual, de cada uno, para poder modificar esas percepciones consensuadas que hacen posible el daño que portan los prejuicios (que se hallan instalados en nuestro sociedad) y por medio de los cuales se extraen conclusiones precipitadas de todo aquello que parece extraño, singular o diferente y que pueden acabar por convertir a otras personas en chivos expiatorios del conjunto de frustraciones o insatisfacciones que cada persona puede poseer, y que sumadas determinan una conducta social a la cual no es fácil oponerse (pues, además de requerir valor se precisa, también, tener en consideración que existen grupos, más o menos influyentes, que por medio de esos prejuicios sociales intentan controlan la dirección que toma la opinión pública y social según sus conveniencias particulares). 
Cuando percibimos la facilidad con que la opinión pública podemos ser (re) orientada (y cuando percibimos que ello se produce porque se adhiere – normalmente por medio del miedo o el temor - a prejuicios y falta valor para disolverlos, y percibirse que quien lo intente puede convertirse en objetivo “singular” y destino de críticas y descalificaciones) se puede llegar a concebir a la sociedad como “masa” (como ocurría en discursos propios del siglo pasado, donde se buscaba el permanente enfrentamiento) haciendo que la sociedad perciba inestabilidad que se alimenta hasta la crispación cuando se le ofrecen (por medio de falsedades o medias verdades que fomentan aún más los prejuicios) responsables de su malestar. 
Sabemos, además, que difícilmente podremos desvincularnos de las emociones, y la sensibilidad propia, que por el hecho de concebirnos como Seres Humanos nos es inherente y, aún así, nuestra mente es capaz de “cosificar” a las personas o a los Seres Humanos (e incluso a toda la condición humana) cuando somos estimulados a actuar en la consecución de objetivos y soluciones de manera rápida o contundente (o como vulgarmente se dice, sin reparar en costes – costes que se entienden como éticos o morales y que se sacrifican cuando simplificamos la complejidad de las realidades sociales). 
Hablamos del Sentido Común como “percepción” global e intuitiva del entorno social. Desde el sentido común podemos percibir las limitaciones y condiciones que la sociedad impone, como premisa, para encauzar cualquier comunicación, cualquier pretensión, cualquier deseo, cualquier proyecto personal, con la finalidad de que este pueda llevarse hasta su final. El sentido común es como “una visión previa” que siempre acude a nuestra mente, o siempre se nos presenta ante cualquier perspectiva que concibamos y que cuanto mejor se conciba mayores posibilidades tendremos para “movernos” en ese entorno social con la suficiente libertad como para concretar planes y proyectos que hemos concebido como buenos y posibles, y de los cuales creemos tener la capacidad necesaria para llevarlos a término.
Partimos, todos, de unas premisas sencillas: Esfuerzo dedicado igual a resultados proporcionales; y sin embargo verificamos otras circunstancias limitantes que obedecen a razones que nos pueden parecer en unas ocasiones arbitrarias, e incluso, hasta cierto punto, irracionales, (sobre todo cuando esas circunstancias se presentan como obstáculos, trabas, o falta de cooperación, sobre todo si consideramos o concebimos que la sociedad se entiende como un proyecto común en el cual se debieran facilitar los caminos a los trayectos y los proyectos personales o en la consecución de objetivos comunes y sociales) pero que están ahí y parecen formar parte de nuestra propia sociedad y de la concepción que la sociedad tiene de sí misma (por esas razones, no siempre explícitas, nos abocamos a la reflexión y, con ella, vamos alcanzando una percepción, más o menos racionalizada, de nuestra propia sociedad) y por las cuales considera, la propia sociedad, que es el camino “inevitable” y “necesario” para seguir perpetuándose como sociedad, por lo que difícilmente renunciará a ellas. Esas razones parecen estar consensuadas (tal vez por ser evidentes aunque no siempre se compartan) y parecen obedecer a criterios que hacen disponer el espíritu de cada uno de nosotros hacia una predisposición concreta para adaptarse a un rol determinado, según sea la actividad concreta o específica que debemos realizar en cada momento del día o según sea la visión dominante en una etapa social que es determinada por factores ambientales de naturaleza económica/política y que es percibida por la sociedad como el “marco social” por donde cada individuo o ciudadano puede y debe “moverse”, y bajo qué condiciones (todo ello suele ser implícito y no siempre sujeto a racionalidad evidente – pues comúnmente estas reglas se han “percibido” y “aprendido” en los entornos familiares y sociales por medio de la coacción o la violencia – y no se suelen expresar detalladamente para determinar a qué obedece o cómo gestionar, y aunque los factores puedan ser muy limitantes siempre parece existir un itinerario que permitirá la realización de cada persona)
Desde esa primera concepción “confusa” de lo que parece ser una sociedad se gestiona la sociedad (adquiriendo “papeles y roles sociales” cada cual, de acuerdo con situaciones coyunturales o circunstanciales). Concretar de manera casi intuitiva esa percepción de lo que es en realidad la sociedad, en su día a día, es lo que viene a llamarse: Sentido Común; pero al ser una “percepción” esta puede variar y modificarse en función de la experiencia de cada cual (las líneas básicas de esa percepción se conforman y configuran, inicialmente, en los ámbitos de cada familia). Es una percepción de protección o precaución, ante la respuesta que nos podemos encontrar en la sociedad, la que genera esa idea de sentido común; y parece destinada a preservar a los miembros de cada familia con la finalidad de que se desenvuelvan en la propia sociedad con el menor número de experiencias adversas posibles. Sentido Común que se perpetúa así mismo, aunque se conciba que porte cierto rasgo de cierta arbitrariedad, aleatoriedad e incluso de circunstancialidades imprevisibles en su propia concepción, pues el Sentido Común parece variar en función de un entorno social determinado (pueblo o ciudad que tiene su propia idiosincrasia que define su “carácter”), y también depende del rol social y la responsabilidad real y efectiva en el desempeño de una tarea social determinada por un individuo o una familia concreta (es decir, como si existiera una relación, aparentemente directa, entre la experiencia vital y laboral de un individuo y la configuración de su propio Sentido Común que le sirve de referencia para guiarse cotidianamente y que le marca nuevos límites o perspectivas que, por lo general, limitan o determinan más claramente el ámbito de su libertad de acción (y a veces, a más conocimientos “asimilados en profundidad” mayores limitaciones en el libre albedrío conque podemos actuar – si lo que se busca es el bien - pudiendo llegar a la idea de que “la Libertad no es otra cosa que hacer lo que se debe en cada momento concreto” y, por tanto, la responsabilidad propia estriba en saber reconocer cuándo y cómo se ha de actuar para resolver una situación concreta, preservando, a la vez, los objetivos y misiones que nuestra responsabilidad, o que nuestra conciencia social requiere de nosotros y, simultáneamente, preservar los Valores que dan sentido a nuestro ser y existir en sociedad – y que son nuestra “guía” y referencia en nuestra existencia).  
El mundo, y con él, la sociedad es lo que es y nada lo va hacer cambiar (y parece dar igual que se tome una circunscripción pequeña – como un municipio – o una bien grande, como sugiere la globalización que vivimos) aunque la percepción que sostengamos cada uno de nosotros de la sociedad vaya cambiando en la medida en que aumenta nuestra propia experiencia de vivir en sociedad, pues de alguna manera, el mundo se va renovando, generación a generación, y cada una de estas generaciones precisa, al parecer, transitar por itinerarios, muchos de ellos similares a los transitados por generaciones anteriores y otros, por el contrario, mucho más singulares que dependen de factores que difícilmente se pudieran controlar y que acaban formando parte los propios retos que afrontan como generación y como individuos. 
  Sin embargo, si vamos más allá y pretendemos modificar ciertos aspectos adversos de ese Sentido Común ya constituido y establecido, lo que hacemos es construir otro Sentido Común “alternativo” sobre el devenir del propio entorno social en el que estamos inmersos, para que nuestra sociedad se dé, así misma, nuevos objetivos a alcanzar en el horizonte social, lo que lleva a que ese Sentido Común cotidiano vaya modificando las percepciones más adversas que consideramos que aún posee, con el fin de que pueda asentarse en Valores más transversales, más obvios, y que buscan proteger la integridad y el desarrollo de las personas en razón de criterios que evidencian las potencialidades individuales que todos poseemos por el hecho de ser personas y que sea posible su desarrollo, pues ello forma parte del bienestar social al que todos aspiramos como sociedad. 
Ello también es Sentido Común, es como un nuevo Sentido Común que busca un camino que haga realidad (de facto) un principio básico sobre el cual se asientan las declaraciones que vienen a sustentar la idea de la conveniencia de establecer un Sistema Democrático en cualquier Nación o Estado (y que se refiere a la idea de que toda persona es capaz de desarrollar su potencial si las circunstancias que le rodean son las apropiadas - bienestar físico, material y espiritual – buscando un punto y final a toda especulación construida sobre aspectos raciales, religiosos, sexuales o limitaciones psicofísicas o económicas. Así lo empezó a percibir la burguesía cuando alcanzó el bienestar y lo entendió como un estado deseable al que todos los seres humanos tenían derecho a aspirar para su realización personal, material y espiritual, por lo que iniciaron el camino de reconocimiento de los Derechos inherentes a la Condición Humana, hace más de 200 años, y que sigue encontrando resistencia que a veces se expresa de manera extremadamente violenta, como ocurrió en la Segunda Guerra Mundial) a expresiones categóricas como las que ahora enumero: Todos los Seres Humanos (con independencia de cualquier otro rasgo particular o personal, de naturaleza física o de creencias o políticas o sexuales) son iguales en Derechos (y Deberes) ante la Ley. Y, además, la Ley debe de reconocer el derecho a la propiedad (ya sea esta material o intelectual), al pensamiento, a las ideas y su expresión por medios de difusión, a la integridad física y psicológica, al derecho a la educación y la formación, a la Cultura, al trabajo, a organizarse, a reunirse, constituir asociaciones para reflexionar sobre derechos profesionales, políticos, culturales… y poderlos llevar a cabo; a la seguridad, a la libertad de prensa, a una justicia neutral, a una protección de la salud, al libre tránsito, a una vivienda, a la intimidad, a la inviolabilidad de su ser y su domicilio, a ser percibido positivamente en su entorno social, a ser considerado persona con plenos derechos, a la protección de la justicia, a su autonomía personal y decidir libremente sobre su persona, a tener y configurar sus propias creencias personales y a divulgarlas por los medios a su alcance, a casarse o permanecer soltera o configurar cualquier tipo de estado civil y de relaciones personales; a la libertad de Conciencia; a la libertad de empresa; a formar o no familia; a separarse o divorciarse; a poder usar y acceder los Servicios que el Estado pone a su disposición para apoyarle e integrarse plenamente en la sociedad; a que se sea protegido en la infancia y en la vejez; … y podríamos seguir la lista por el terreno de proteger la dignidad en la infancia, en la vejez, en la mujer, en el diferente,… 
Y sin embargo, todo lo expresado y configurado no son otras cuestiones que metas permanentes de la sociedad, pues este “otro” Sentido Común” que se instaura por medio de Constituciones no es otra cosa que intentos en modificar, positivamente, un Sentido Común ya instaurado y que tiende a la "inmovilidad" (y a veces a la regresión) de manera permanente, cuestionando cualquier modificación social (pues siempre tiende a considerar, constantemente, que la sociedad que ya se ha construido y constituido es la mejor posible), pero que sin embargo – dentro de un marco Democrático - tiende a aceptar las transformaciones sociales bajo la premisa de mantener ciertos Valores, considerados esenciales e inamovibles, que se sostienen bajo la idea de “una sociedad racional”- y en las razones de aceptar la tolerancia como  un instrumento que observa positivamente la Condición Humana
 Y sin embargo, no parece existir un compromiso inamovible con la Democracia, es decir, con la tolerancia, pues se posibilita la idea de que se observe la Democracia como una experiencia que siempre está y estará a prueba y de la cual es legítimo desconfiar y que debe de demostrar su fiabilidad (y para sostener este argumento se apela al pasado e incluso, se visiona ese pasado como solución in extremis y legítima, aceptando una única versión de idoneidad o perfección, de ese pasado que se busca como referencia, que no precisa someterse a prueba) sin reparar en que el Sentido Común conservador posee una mayor potencia cuando desde la tolerancia (desde la Democracia) se implica plenamente en soluciones positivas a las amenazas de los fantasmas que siempre acosaron la convivencia tolerante. Dar cabida a las advertencias o amenazas de los agoreros que alimentan la desconfianza permanente, que afecta al entendimiento, con el fin de desestabilizar la experiencia social (constituyendo rasgos de volatibilidad en la sociedad), hace posible que el retorno y la involución sea una amenaza constante en busca de pretexto ideal.






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