Hoy se cumplen Cuarenta años
del “acuerdo” y las “negociaciones” que más han marcado nuestra Democracia.
Cuando se produjo el
Golpe de Febrero de 1981 apenas tenía 20 años. Esa misma tarde, en compañía de un
amigo madrileño, paseábamos por el paseo de Independencia. Acabábamos de visitar
dos de las más significativas librerías que en él se hallan; una de ellas
menuda y pequeña, pero que siempre tenía en el escaparate libros técnicos, que
no siempre eran fáciles de encontrar y la otra se podría considerar un “templo”
enorme, de varias plantas donde en cada una de ellas se podía observar un
perfecto orden y clasificación de libros destinados a los diferentes ámbitos
del saber (libros técnicos de todas las
ramas, o de filosofía o religiones,
también los destinados a estudios reglados que cada curso se estudiarían en
las escuelas o institutos y también de los éxitos de literatura de cualquier
época, incluso material de oficina de toda naturaleza). Tal vez no tanto
para “Nanón” (más para “Gago”) y
sobre todo para mí, entrar en una librería (cuando
ya sabes exactamente en qué ámbito de conocimientos quieres profundizar)
resultaba una ocupación muy satisfactoria (me
hubiera comprado muchos si hubiera dispuesto de dinero para ello – a “Gago”, su
compañera le temía cuando decía que iba a salir a comprar un libro, a veces
comentaba: “Algún día solo tendremos libros para comer”). Unos pocos años antes
“descubrí” en “El Tubo”, la vieja librería con tarima de madera que ya no
cuidaban y que se mostraba gris a la vista y áspera al pie, pero con mesas
donde parecían amontonarse libros de todas las edades y tiempos. Fue el lugar
de la primera exploración fallida al mundo de la Filosofía, cuando un pequeño
librito blanco - cuyo autor era Descartes
“Discurso del método”- tenía fijado un precio que afortunadamente
alcanzaría a pagar si buscaba bien en mis bolsillos (cosa que no siempre ocurría cuando un libro me llamaba la atención).
Con el tiempo, la alternativa de los
domingos sería pasear por los aledaños del Mercado Central, donde el último
reducto de “El Rastro” en su formato más genuinamente callejero (similar al madrileño, al que cantaría Pachi
Andión) sobreviviría mostrando casi exclusivamente libros viejos y
antiguos, de todas las edades y, a veces, algún literato no solo “plantaba” su
puesto de venta de libros viejos, sino también sus propias obras, peleando
heroicamente para sobrevivir desde su humilde condición con un siempre positivo
gesto en la cara cuyo broche acostumbraba a ser una sonrisa.
Tal vez hubiéramos
pasado casi una hora, o más, examinando libros y deambulando en una de las
plantas de la “Librería Central” – ojeando
y seleccionando los que parecían más interesantes y “accesibles” económicamente
- cuando decidimos que ya habíamos comprado “suficientes” libros esa tarde de
“escapada” (habíamos cogido el bus de la
línea que nos comunicaba desde el barrio rural - donde vivíamos y estudiábamos
- con la ciudad) y temía llegar a consumar uno de mis posibles “excesos” – cuando verificaba que los temores de la
compañera de “Gago” se podrían hacer realidad en mi propia persona. Adquirí
algunos de los libros que por entonces editaba el Ministerio de Agricultura, que
eran realmente magníficos. Detallados, desbordaban erudición práctica, llenos de gráficos, fotografías y dibujos que
se centraban en los detalles esenciales que permitían comprender con facilidad
los aspectos tratados; producto de la experiencia y trabajos de Ingenieros que
narraban, lo que era a todas luces, la pasión por su trabajo. El bajo precio de
los mismos invitaba a no dejar ni uno de ellos sin adquirir. Aún así, otros
profusamente ilustrados - traducciones de
lo que era “La vuelta al Campo” y del mundo de los árboles y los vegetales –
llegados desde el impulso medioambientalista-ecologista, procedentes del mundo
anglosajón, también fueron el centro de mis gastos en ese entorno de crisis
económica, con cambios tecnológicos y sociales, que no permitían ver el
horizonte del futuro con claridad. Eran mucho más caros que cualquier otro libro (la mayoría de los libros del Ministerio de
Agricultura solo valían 50 o 75 o 100 pts. Mientras que las que las
traducciones del inglés, en formato casi de lujo, rondaban las 1.000 pts.),
creo que excesivamente caros, casi solo al alcance de la clase media alta o
bien desahogada – por ello pensé que
siempre estuvieron destinados a ese entorno social, cuya sensibilidad y
preocupación por la salud, el medioambiente y la naturaleza (gracias a su
disponibilidad para dedicar tiempo al ocio) podía “ser estimulada” con mucho
mayor éxito que en aquellos otros
ambientes sociales donde el objetivo diario fuera sobrevivir a las adversidades
cotidianas y la falta de perspectivas seguras para cada uno de sus miembros
familiares.
Saliendo al Paseo
Independencia bajamos a Plaza de España y entramos en “El Tubo”. Probablemente
buscábamos callejear para ir acercándonos a la parada del bus que nos
devolvería al barrio rural, y que se hallaba en las proximidades de “El Puente
de Hierro”. Nos detuvimos al concluir su primer tramo para acceder a una tienda
que se había convertido en un “punto de encuentro” con mis propios sentimientos
hacía unos seis años atrás, cuando decidí comprar allí mi primera guitarra – entonces tenía catorce años y pasando un par
de veces por delante de esa tienda vi esa guitarra española, colorida y
barnizada en rojo y negro, que “me llamaba” la atención casi “sin permitirme
mirar para otro lado” mientras seguía caminando, “invitándome” a detenerme y
volverla a contemplar; miré su precio y no sabía si era cara o barata, pero un
día de aquellos, decidí entrar a comprarla y hacerla partícipe del “luto” que
había contenido el año anterior; ella se convirtió en la expresión de ese
proceso de duelo que me permitía encerrarme en mi cuarto o salir a la galería
para ir aprendiendo, “por mi cuenta”, con un cuaderno de “Método Cifrado para
Guitarra” comprado en “Mariano Viu”, a hacerla sonar melódicamente a base de
insistir y practicar. “Mariano Viu” se convertiría en el lugar por donde
“trazar” mis paseos solitarios de peregrinación por la ciudad (a veces, las
menos, en compañía) para detenerme ante su maravilloso escaparate (cuerdas de repuesto, diapasones, cejillas,
púas… y múltiples instrumentos de los
cuales, mi mirada, ya reparaba en las guitarras acústicas, en especial en una
bonita, y escandalosamente cara, acústica “Suzuki”, que con el tiempo pude
adquirir; así como también adquiriría una armónica para suplir el evidente
“déficit” de poder cantar). Debían
ser sobre las seis y media de la tarde o un poco más cuando entramos en el interior
de esa tienda que parecía un bazar de “toda la vida”. No recuerdo que íbamos
buscando comprar, pero mientras esperábamos que nos atendieran reparamos en que
“algo”, que no podíamos definir, resaltaba inusualmente en el interior hasta
que advertimos que era el volumen de la radio; se hallaba demasiado alto, hasta
el punto que sobresalía llamativamente. A veces, el tendero, mientras seguía
atendiendo, parecía estar a la vez atento a los comentarios de la radio, por lo
que nosotros mismos empezamos a prestarle atención al locutor y a los
comentarios que realizaba, que parecían algo afectados y “excitados”, y nos
llevaría a preguntar ¿Qué ha pasado? Y diligentemente el tendero nos dijo: “Han
tomado el Congreso” parece un Golpe de Estado. Esta vez no era un sobresalto
por un nuevo atentado de ETA; esta vez era el ejército quien causaba el
sobresalto. Ya atardecía y el Sol no
alcanzaba la calle ni los edificios; tal vez la sensación de oscuridad fuera
más intensa por la sorpresa que a “Nanón” y a mí nos causara esa noticia. Aún
así, ya en el autobús de vuelta, la noche caía sobre nosotros y al pasar por
delante del Cuartelillo de la Guardia Civil miré si había o no luz encendida (ahora no recuerdo si la hubiera o no, pero
lo que buscaba mi mirada, sin duda, eran signos de normalidad). Después de
cenar me acerqué a la cabina de teléfono a llamar a un tío mío para preguntarle
qué pensaba y me dijo “No te preocupes, ya ha salido el rey”. Al día siguiente
las clases siguieron como siempre y ningún profesor hiciera ningún comentario
al respecto de lo sucedido la noche anterior.
Bien podría ser el
relato que cualquier ciudadano, cuya edad le permitiera ser consciente de
aquellos días, pudiera reconstruir cuando un hecho trascendental sucede en la
vida de su país y que los Norteamericanos fueron capaces de evidenciar que esa
“conmoción” personal sucede para todos aquellos que tienen una mínima
sensibilidad social y/o política con una simple pregunta: ¿Recuerdas dónde
estabas el día que mataron a J.F. Kennedy o Martin Luter King o Robert Kennedy?
Desde entonces una pregunta similar, ante cualquier suceso o noticia que
conmueve nuestras vidas, y valores como ciudadanos, viene a determinar, de
manera sencilla, si realmente estamos comprometidos positivamente con nuestra sociedad
y nos importa su devenir. A partir de
ahí, cada ciudadano vivirá las noticias de ese evento de una manera personal,
por lo general siguiendo la información de los medios de comunicación, la
prensa, los artículos, los programas realizados para ir profundizando en el
suceso e incluso, algunos leerán libros que se publicarán al respecto. Pero
para la inmensa mayoría serán los comentarios cotidianos, más o menos cercanos
– unida a su propia intuición y forma de
aceptar o relacionarse con la sociedad que le circunda – lo que le
permitirá “ir conjeturando” qué fue lo que pasara realmente en un suceso de esa
naturaleza, para acabar sintetizándolo con un razonamiento sencillo. Apenas irá
más allá – salvo que su edad le permita
evocar recuerdos similares ya vividos por sí mismo o transmitidos por el propio
entorno familiar - porque las tareas cotidianas de la propia vida siempre
vuelven a ocupar el lugar predominante y centro de atención de nuestras vidas.
El susto – para quien lo pudiera haber
tenido, que sin duda sería para la gran mayoría de la ciudadanía – iría
pasando de largo a medida que la información va fluyendo, determinándose los
responsables y concretándose un “Relato Oficial” que dejará a la inmensa
mayoría de la ciudadanía encaminada hacia la normalidad; “digiriendo”, eso sí,
un “mal trago” que señalaría – o siempre
señala – que somos vulnerables, que la Democracia también lo es, y que la
incertidumbre, que en alguna medida resurgía, acabaría siendo zanjada, en
nuestro caso, por la propia Corona y la autoridad que esta representa se ejerciera
y mostrara, en ese momento determinado de nuestra Historia, en favor del
proceso Democrático en España. Aún así siempre hubo quien señalara situaciones
puntuales que se produjeron aquella noche o los días previos, que mostrarán – a cada cual según sus circunstancias –
que el “relato oficial” no es completo – nunca
suele serlo, porque suele resultar imposible y por lo general, dada la
complejidad del mismo, también inconveniente - ni abarca la verdadera
dimensión y magnitud de lo que entonces pasara. La prensa y los medios irán mostrando
situaciones vividas por los propios diputados mientras eran rehenes,
desvelándose detalles y circunstancias sobre personajes que desde la
“oscuridad” de una sala o cuarto del propio Congreso de los Diputados,
señalaran a una diputada que “si estimaba su vida no encendiera la luz de esa
habitación concreta”. Otros relatos mostrarían situaciones vividas por los
líderes de los diferentes partidos, aislados en habitaciones separadas, vigilados
por algún uniformado que en alguna ocasión se dirigiría a ellos comentando
alguna circunstancia. Nada de aquello
tiene la prueba de fidelidad que otorgaría las imágenes de la propia TVE y la
de los fotógrafos de prensa escrita, que publicarían, esa misma tarde, las
imágenes del Asalto al Congreso. Mientras, la TVE – una vez liberada del inicial asedio militar – emitiría, al pueblo
español y al mundo entero, los videos y audios que se grabaron, mientras los
armados iban accediendo a todos los espacios del Hemiciclo y un oficial, en
graduación de Tte. Coronel, pistola en mano, accedía por las escalerillas al
atril de oradores – con mano alzada
mostraba su arma corta reglamentaria – y con cuartelera voz de mando gritó
a los presentes: “Quietos todo el mundo”. Las imágenes de TVE alcanzarían a emitir
y grabar la inmediata reacción del General Gutiérrez Mellado levantándose de su
asiento y pasando por delante del Presidente Suarez, se enfrentara, cara a
cara, físicamente, con el mando sublevado; tal vez sorprendidos por la reacción
de dignidad del ya veterano Tte. General - que
le reclamaría ponerse firmes ante él - salieran de entre los accesos
laterales al Hemiciclo, otros oficiales a “socorrer” a su líder militar
rebelde, mientras este bajaba de la tribuna de oradores precipitadamente, en lo
que parecía un impulso airado de hacer frente al General constitucionalista a
la mayor rapidez posible, que le llevaría se sujetarse el tricornio, ante lo
que le podría parecer un “desafío” inesperado - del militar que ostentaba el cargo de Vicepresidente del Gobierno para
Asuntos Militares. Las imágenes de TVE permitieron ver el triste proceder –
y las malas maneras - de los subordinados y mandos sublevados
intentando hacer caer y derribar al venerable General al suelo – ya
llevaba meses y años recibiendo insultos y desafíos, de mandos militares, en
cada funeral al que asistía cada vez que ETA volvía a matar, (a veces cada
semana, incluso dos veces por semana); desafíos que desde algunos sectores y
mandos de las FFAA le espetaban, en medio del funeral). Así se empezaría a
concebir que ETA fuera uno de los mayores peligros para la democracia, por lo
cual algunos se empezarían a preguntarse sobre “a quién servía realmente”, “a
quién era útil" y "a qué intereses servía su actividad de violencia y terror”.
No resulta posible
concebir que esa noche se realizaran “negociaciones y acuerdos” en el plano
político y civil si no fuera porque estos se acabaron “visibilizando”
posteriormente afectando al ritmo político del proceso autonómico – que sería la primera consecuencia observada y
explicitada en la prensa - también en las políticas de relaciones
internacionales de España que iniciara Suarez - el anuncio del Presidente Calvo-Sotelo anunciando la entrada de España
en la OTAN sería observado como un requisito “impuesto” por los EEUU, ante lo
que considerarían “inapropiada” independencia y autonomía diplomática del
ex_Presidente Suarez cuando buscaba ser referente de los “Países no Alineados”
para quedar fuera de la órbita Norteamericana y salirse del ámbito de
equilibrios de la “Guerra Fría”, lugar en el cual EEUU ubicaría a la España de
Franco a cambio de respaldar su régimen política y económicamente, apoyando el
desarrollo económico español; el precio, entonces, fuera establecer las bases
Norteamericanas en nuestro país y con ello situarlo en el mapa de “Blancos y
Dianas” del adversario político soviético.
El “acuerdo” de aquella
noche acabaría “afectando”, de alguna manera “decisiva”, a las vidas de
personas comunes y corrientes en sus legítimos anhelos de construir sus propias
vidas en base a su capacidad y también visión que se constituyeran para sí,
desde la lectura, comprensión e interpretación positiva de los valores que
contenía – y contiene y sigue conteniendo
- la Constitución Española aprobada en 1978.
Para observar este
aspecto que ha podido pasar “desapercibido” a la inmensa mayoría de españoles –
aunque no a aquellos que desde su
formación académica y en cierta medida neutral o imparcial - se iban
observando “interpretaciones decepcionantes” en nuestros derechos como
ciudadanos e incluso en los procesos de acceso a la Función Pública se
observarían “irregularidades” “inesperadas” que no se sabía con certeza a qué
atribuir, pero que fueran defendidas y argumentadas – a veces desde lo aparentemente contradictorio o simplemente absurdo
- en contra de lo que se concibiera como “normal interpretación y desarrollo”
de las normas y procesos que las regulaban y que no podían, en ningún caso, ir
en contra de la Constitución y de los valores que esta expresaba – Constitución como marco para la Democracia,
que tanto, ambas – marco legal y sistema de convivencia - se instauraban para TODOS y sin exclusión alguna, por poseer
virtudes que se habían divulgado previamente como instrumento idóneo para la
resolución de “conflictos e intereses”, señalando, por medio de esas
resoluciones, los valores positivos que ambas poseían, y no quedarían, así,
ningún ciudadano al albur de quienes se presentaran como más poderosos o más
relevantes para el Estado.
La Democracia y la
Constitución nos “haría” y “hacía” iguales ante la Ley y consiguientemente,
nuestro destino y trayecto en la sociedad se mediría en base a nuestros
valores, méritos y capacidades personales evaluados desde la imparcialidad – por la sencilla razón de que ello
beneficiaría a la sociedad en su conjunto. Así se pondría punto y final a
un periodo de Dictadura militar – concebida
como una respuesta anticomunista, antisoviética y anti modelo URSS - que se
impondría por la fuerza de las armas y la violencia extrema, en un ambiente
internacional tenso, ideológicamente, que permitiría el apoyo de Italia y
Alemania a Franco llevándole a su Triunfo. Esta era la visión divulgada en mi
época juvenil, cuando la transición nos llevaba a la Democracia. El libro de
Hugh Thomas, que a fascículos coleccionables a todo color y agrupados en tomos
así lo mostraba. Una situación épica y polarizada que ya no se repetiría.
Sencillamente estábamos en una “Transición” y eso significaba que aún quedaban
personas procedentes del régimen anterior que aún no terminaban de entender que
España había cambiado y que la libertad se abría paso; bastaría insistir en el
propio mensaje constitucional, e incluso usar del derecho a reclamar para que
“desde arriba” se fuera allanando el camino a las personas que legítimamente
señalarían una situación injusta para que se enmendara.
El Golpe del 23 F
parecía señalar que “no todo estaba en su sitio”, pero de alguna manera ya eso
lo hubiera percibido cuando Suarez (que ejercía
una fuerte ascendencia e impresión en mi persona) empezara a ser afeado e
insultado en el Congreso. Aquella situación de su último año en política me
causara una profunda decepción y me avergonzaba (también de mi país) no era lo esperado. Me parecía una actitud
“baja y casi rufián” impropia de las esperanzas que habíamos puesto en la
Democracia y la forma en que esta se debiera expresar en el “sagrado templo” del
Congreso de los Diputados.
El susto vendría con el Golpe
del 23 F, y mi primera “contramedida” - después
de reflexionar profundamente en ello y concebir plenamente que el Ejército, en
alguna manera aún indeterminada, debería estar lo suficientemente lejos de mi
persona hasta que pudiera comprender meridianamente, su papel en una Democracia
(pues ese acto sucedido era confuso y las explicaciones que recibía de mi
entorno de conocidos no mostraban en que la adhesión del ejército a la
democracia estuviera basada en una confianza y respaldo en los valores hacia la
misma; además sucesos cercanos a mi entorno, posteriores, señalarían que
aquello que se produjera el 23 F era de mucho mayor calado y profundidad de lo
que se había explicitado) - fue
declararme Objetor de Conciencia.
Situación plenamente
legal y Constitucional que sin embargo causaría inconvenientes y alargaría el tránsito
para encontrar trabajo. A la postre, me presentaría a oposiciones y, aprobadas,
al año volver a opositar sacando la plaza número uno de mi convocatoria. Aquella
oposición causaría malestar, pues de los
cuatro que aprobáramos, dos quedarían en liza y cuestionados ante una
reclamación contenciosa administrativa de la que El País se haría eco: “Perdido
en la montaña de papel”.
Las circunstancias del
orden de aprobados eran chocantes para cualquiera que tuviera más edad que mi
persona (26 años) y más experiencia de vida, pues si mi persona había quedado
en el puesto número uno, el segundo venía de la Escuela Militar de Calatayud (y aseguraba que la noche del 23 F le
hubieran ordenado a todos dormir con el uniforme de combate, preparados para
hacer frente a una columna procedente de Zaragoza) Pensé que eran
circunstancias sobrevenidas, en las que él mismo, como yo tampoco, supiera si
quiera en qué bando se posicionaban sus mandos (si constitucionalistas o golpistas). Sin embargo, un compañero
veterano me dijera para intentar despejarme la “inocencia” que desde luego, en
el lado vencedor no estaba, porque un militar de graduación suboficial no deja
el Ejército a los 24 o 25 años de edad. Aquella afirmación la dejé en la
“nevera” a la espera de que con el tiempo adquiriera consistencia y empaque
racional. Los otros dos siguientes en la oposición (pero cuestionados por el recurso Contencioso) a uno de ellos, ya
antes de la oposición, un compañero afiliado a la UGT le dijera en presencia
del resto que se decía que aquella noche del 23 F la pasaría en el Cuartelillo
de la Guardia Civil, a lo que contestaba que por causa de un problema en el
tejado de su casa (cuando un tío mío me
dijera unas semanas más tarde que en el pueblo de mi tía habían confeccionado
listas aquella noche y que mi tío estaba en una de ellas, entendí el porqué el
compañero de UGT le espetara esa cuestión a este chico que acabaría aprobando
la plaza). El otro cuestionado en la oposición por la sentencia del
Contencioso habría resultado Alcalde pedáneo (en una lista amarilla – independiente) que luego se aliaría con el
PSOE y del que se dice que pasó por el trance de abandonar el funcionariado y
crearse una empresa privada. La sorpresa fue como resolvería la Administración
la situación para cumplir la sentencia; pendientes de juramentar el cargo,
aunque realizando ya funciones de vigilancia, el Jefe de Policía Local realizaría
un documento “oficial” asegurando que mis compañeros se oponían a que yo fuera
juramentado porque era objetor de Conciencia (y eso “no les cuadraba”) Así que el Jefe de Policía Local “fue
creativo” y añadiría que me “oponía a llevar armas porque esa era mi condición
de objetor de Conciencia” (con dos c…).
De aquél Jefe, procedente como todos de la Guardia Civil, se dijo que hubiera
confeccionado archivos confidenciales sobre todos y cada uno de los
funcionarios municipales, y desde luego, en mi caso así era porque hube de
tirar de Defensor del Pueblo para acceder a sucinta documentación donde
aparecía su firma y un número de expediente que él trasladaba, parece ser que directamente,
al Defensor del Pueblo (por lo que
concebí que para este señor no era preciso que existiera un Servicio de
Personal, o un proceso selectivo, ni siquiera una Constitución, pues él tenía
sus propias normas y reglamentos de los cuales “tiraba” para pasar por encima
de lo que fuere e imponer su criterio). Cabría preguntarse el porqué, y lo
primero que busqué fue la fecha de su nombramiento como jefe de policía local –
Eureka: marzo de 1981. Cabía pensar
que el personaje habría sido “impuesto” como resultado de “acuerdos” aún
indeterminados, que le llevarían a ocupar esa posición en un cuerpo armado con
clara influencia en el devenir de la sociedad de mi ciudad, especialmente los
jóvenes. Aún así solicité un certificado a Personal sobre mi condición de
funcionario y en ella se explicitaba mi plaza, de personal armado, ganada con
el número uno de mi oposición, papel que trasladé a la Delegación del Gobierno
realizando una Queja Alzada, que la remitieron al propio Ayto y a nueva
petición de “haber qué pasaba con mi asunto” y no contestar, reiteré la
petición de otro certificado similar de mi condición de Funcionario; sorpresa,
desaparecía mi condición armada quedando solo la de Oficial (re-diez, me dije, ¿habrían modificado los
libros de Resoluciones?).
Acabé en Oficialía
Mayor, asistiendo a mi Jede Servicio, llevando sus partidas presupuestarias y,
a la postre, en su fallecimiento, acabé llevando Resoluciones y desarrollando
un proyecto para informatizarlas, así como el diseño de una base de datos y
sentencias que acabaría siendo usada por la universidad para que alumnos de
Derecho realizaran prácticas “in situ” donde resumían las sentencias y ello
servía de “cobertura” para la base de consulta que pondría a disposición y uso
de los letrados municipales en los procesos judiciales que diariamente llevaban
a cabo en la defensa de los interese municipales.
No acabara allí la cosa.
Un cercano mío, muy cercano, estaba en el Estado Mayor de Valencia – con recomendación de una persona al efecto
– en el remplazo de “mili” que asumiría y viviría la situación del 23 F. Una
semana antes de la fecha del Golpe pidió permiso y se lo concedieron. En
aquella circunstancia no repararía mi persona hasta años después, cuando le
pregunté a un compañero del Tango, que era militar en activo, que si a los
documentos secretos se tenía acceso desde las mismas oficinas por personal de
remplazo; me contestó que los documentos secretos que se hallan en las oficinas
se pueden leer, pero es obligatorio consignar detrás las personas que lo han
leído. Así que en la oportunidad que se presentara preguntara a este cercano
¿Leíste el contenido del sobre “Top Secret” “Operación Diana” y saliste por
piernas? Y me contestó: Empecé a soñar con tanques “rojos” – y yo agregué: “y
te pediste permiso”..
Aun caí en la circunstancia, mucho más tarde,
de que si la “Operación Diana” era conocida por simples soldados de remplazo
destinados a la Capitanía General de Valencia, alguno de ellos con
recomendación de personas vinculadas o con influencia en la milicia, y si había
más que hubieran leído aquél sobre, no cabría duda que alguno pidiera permiso e
incluso lo comentara en casa y estos familiares lo comentarían a quien
recomendara a su hijo. Estaba claro que la Operación Diana sería pública y
notoria en al ambiente militar de Valencia y, consecuentemente, en el resto de
Capitanías, casi sin duda. Y por consiguiente, el mando supremo, la Corona,
también lo supiera con la misma antelación.
Ante la crisis económica
(que se asociaba también a un cambio tecnológico)
que bloqueaba mi acceso a la profesión estudiada en FP realicé formación
agraria, me adentré en el mundo ecologista, de vuelta a la Tierra, y me afirmé
como pacifista ante el Golpe del 81. Aprobé las oposiciones referidas; tal vez
alguien, algún día, nos explique en base a qué autonomía y “privilegio”
Constitucional un Jefe de Policía Municipal, procedente de la Guardia Civil y
nombrado en el cargo en marzo de 1981, tiene potestad en “determinar” quién sí
o quién no, toma posesión en su cargo de funcionario; y si ese “privilegio” se
extendió a otros nombramientos que desconocemos – como aquél que, siendo firme el recurso contencioso, se debiera
desplazar a los dos último puestos que optaron y sin embargo se desplazara a mi
persona y a la otra que aprobara le hicieran desistir de ocupar la plaza y le
dieran otra diferente a la aprobada.
Parece claro que
aquellos acuerdos de aquella noche implicarían reubicar a jóvenes militares que
sus carreras eran truncadas porque su mandos se sublevaran en el golpe duro (que señala La Vanguardia) pero también a
jóvenes que fueron “señalados” por sus padres al pasar la noche en cuartelillos
confeccionando listas de demócratas, socialistas, comunistas, anarquistas,
sindicalistas….a los que habría que re-ubicar para no quedar señalados para
siempre en su entorno social. Los mandos militares del golpe duro serían
jubilados – como narraría una persona que
describía su propia condición de militar “jubilado” con grado de capitán y que
apenas tendría unos treinta y pocos años, mientras estábamos de ronda por el
Galacho - ascendiendo un grado (tenientes,
capitanes… pasaron a la vida civil con paga y ascenso, y con derecho a realizar
otro tipo de trabajo). La decisión de “recolocar” o “ubicar” a los
“señalados” por su participación en el 23 F sería determinante para personas
que sí creían en los valores constitucionales y se presentaran también a
oposiciones en los años posteriores. Y tampoco sabremos si esa decisión diera o
no “cabida” a que, bajo el pretexto de “igualdad de condiciones” otras
organizaciones (ya dentro del ámbito
político) esgrimieran el mismo “derecho” a tal “deferencia” para con los
“propios” en razones o criterios destinados “a equilibrar la balanza”; pero
desde luego, se extendiera o no, el “proceder”, siempre se habría de hacer a
costa de los jóvenes que sí creyeran en
la democracia, la constitución y sus valores.
La narración del Heraldo
de hoy es interesante, porque aborda
a la Brigada Acorazada Brunete y la tensión detectada en la autoridad civil de
mi propia ciudad cuando observa el intento de militarizar la ciudad.
Sería un consuelo concebir
que las palabras del General, Gutiérrez Mellado, cuando hiciera referencia a
abordar los motivos que llevaran a España a la Guerra Civil, algún día se
hicieran realidad y pudiéramos establecer una paz interna y bienestar
perpetuos, pero por el momento parece que deberemos seguir esperando a que se
dé el plazo que él mismo fijara de esperar 100 años; hoy en día parece que ello
no es más que un “delirio” que ya forma parte de mi blog (por lo que mi blog persiste en ello, aún con cierta confianza, pero
señalando, sin duda por mi parte, que el origen de todo mal se sigue
perpetuando cada vez que se siembra algún tipo de violencia – fuera de la
naturaleza que fuere). Por lo que es probable que ese plazo fijado por el
Tte. General dado no solo no sea
suficiente, sino imposible.
FIN
(mientras, la CIA realizaba un informe en el que señalaba que “El Golpe
estuvo más cerca de triunfar de lo que reconoce el Gobierno”)