Manipular: Manejar, Utilizar, Maniobrar, Mangonear, Entremeterse, Adulterar, Falsificar, Amañar, Trucar, Tergiversar…. (a la definitiva: Persona Tóxica ver: Persona toxica).
No todos somos iguales en cómo nos conducimos por la vida, pero para todos representa una experiencia única, singular y considerada irrepetible en nuestro existir como persona; sencillamente porque la vivimos singularmente y en primera persona.
Es nuestra vida, nuestra propia vida: lo que sentimos, pensamos, hacemos, alegramos, satisfacernos, aprendemos, relacionarnos… descubrir también que ciertas predisposiciones a estar con alguna persona señala la existencia de “vínculos” o “sintonías” emocionales que nos producen satisfacción, alegría, seguridad,… ir aprendiendo que ciertos estados de ánimos que nos sobrevienen responden a definiciones como alegría, enamoramiento, amor, tristeza, incertidumbre,…y otras emociones adversas, que a veces nos llegan, (ya sea una partida de alguien querido, un abandono, un disgustos, incluso un desengaño o una traición) precisan expresarse a través de un duelo.
También vamos aprendiendo, desde la infancia, que muchos actos físicos que realizamos diariamente están vinculados con nuestra “condición animal”: comemos, dormimos, vamos al baño, estornudamos… a veces enfermamos: un resfriado, unas anginas, una gripe, tener colitis, doler la tripa… y aprendemos a cuidarnos o nos cuidan para que sanemos. También descubrimos que tenemos recursos que parecen “inesperados” como nuestra imaginación y que también pensamos; con el tiempo entendemos que hay actividades, que aunque pudieran parecer absurdas, son necesarias también para nuestra salud como jugar, distraernos, fantasear… y que por medio de esas actividades es en la escuela donde aprendemos jugando, pintando, cantando… y así aprendemos a dibujar a escribir letras y números, palabras, cuentas, redacciones, ecuaciones…. Que hay que trabajar para ganar dinero y ser independientes... Y acabamos por descubrir, a veces, que también nosotros, por nosotros mismos, descubrimos que “sabemos cosas” que “no sabíamos que sabíamos”.
Todo ello lo vivimos cada uno de nosotros como una experiencia personal e irrepetible, que nos dice que estamos vivos, que somos nosotros, cada uno de nosotros, que todo ello es ESTAR VIVO (verbo ESTAR igual a verbo SER) SER VIVO, y que siendo nuestra existencia, ella nos pertenece; es nuestra. Ésa es la dimensión y el valor que cada uno de nosotros damos a nuestra EXISTENCIA. Y consecuentemente, entendemos que por el mero hecho de estar vivos queremos, todos, aprender a vivir la vida; y por ello consideramos que todos tenemos el Derecho a Vivirla para que esa experiencia de vivir nos permita reconocernos a nosotros mismos, ver quiénes somos y que somos capaces y aportar y aportarnos. Y con el tiempo concebimos que para encontrar ese camino que nos permita realizarnos es preciso que exista un “respeto”, desde la infancia, a lo que todos somos positivamente en potencia, por lo que consideramos que debe existir una especie de “guía” (en especial desde los entornos familiares) que nos servirán de referencia junto con nuestros valores (algunos de ellos parecen innatos, porque nos adherimos a ellos rápidamente) y por ello se ha de confiar y apoyar la creatividad, las primeras decisiones que se toman, los primeros pasos que se dan, confiando que se alcanzará así la autonomía y la mayor libertad posible y en plano de Igualdad con el resto de personas.
Es una evidencia consensuada en términos generales (y por tanto prescindibles de reseñar, porque se da por sabida). Todos lo sabemos y las leyes así afirman el Derecho a la Vida y a las Libertades de Toda Persona, pero las leyes se escriben porque hay que recordarlas; es decir, porque se tienden a olvidar o a proceder ignorándolas, según convenga en un momento dado, por unas circunstancias u otras, ya sean particulares, grupales o sociales; o de un interés concreto. Cuando estas leyes se escriben es porque durante una gran parte de la Historia de la Humanidad no existió ese Derecho a Vivir la Vida; e incluso en etapas bien recientes (el mismo siglo pasado) decenas de millones de muertos a causa de guerras o purgas han “vulnerado” ese derecho a la Vida, a Vivir y a la Existencia (e incluso más recientemente, vemos asesinatos, ejecuciones u homicidios, realizados, incluso, por agentes de la Autoridad y/o en nombre de los Estados; incluidas agresiones poco justificables por uniformados, e incluso actuaciones negligentes o con resultado de mucho sufrimiento o muerte en ámbitos cercanos a sanitarios o mismos centros sanitarios, donde la prioridad debiera ser siempre sido suministrar los cuidados y la búsqueda del restablecimiento de las mejores condiciones para la Vida). Por ello, recordar el Valor que la vida posee para cada uno de nosotros, en su singularidad de ser vivida y sentida por medio de emociones que a todos nos son comunes, es un recurso literario imprescindible para intentar hacernos ver, a cada uno de nosotros, que si nuestras vidas nos importan y nos importan vivirlas en libertad o autodeterminación (y probablemente mucho) todas y cada una de las vidas que nos rodean tienen ese mismo valor, ese mismo anhelo y aspiración, en las mismas condiciones de vivirlas en libertad y autodeterminación.
Es algo que se “aprende” (o se debiera aprender) desde niño, poco a poco, al ser posible jugando y divirtiéndose. Sin embargo, a veces, la violencia aparece en la infancia o en la guardería, y tarde o temprano ello se podría llegar a manifestar, y si eso sucede habrá que enfrentarse a esas consecuencias. Probablemente sea la violencia la expresión más adversa y dañina con que se muestra una forma de entender la autoridad (tal vez la autoridad malentendida y la más nefasta es la que precisa de violencia para imponerse; y si en un colegio, un hogar o una guardería la autoridad precisa de violencia y amenazas cotidianas y diarias tal vez hubiera de preguntarse esa misma autoridad si realmente “sabía dónde se metía” cuando buscara adquirir esa condición o asumir ese papel o esa tarea). La violencia neutraliza la iniciativa, y si es cotidiana y transversal tiende a generar paralización, miedo e inseguridad. Y cuando se avanza en edad, ante la evidencia de subyacer una especie de “irracionalidad” (incomprensible) ante una violencia cotidiana, se buscan “referencias” y “referentes” en personas cercanas que pudieran “explicar” o “cómo entender” la naturaleza de esas violencias “irracionales” o a otras personas o ambientes donde la violencia no parezca que sea el signo cotidiano o determinante de la vida diaria. “Salidas” que se buscan para intentar “racionalizar” la violencia y no “perder la cordura” y poderse construir un camino “racional” y positivamente previsible para la propia vida.
Estoy persuadido que la “cosificación” se hace necesaria como paso previo para legitimar actividades, especialmente de violencia o maltrato o segregación y aislamiento, que van contra los Derechos y Libertades de las personas, de los niños o de los ancianos. Y en general se hace preciso “cosificar” previamente a cualquier persona (en razón de o su condición sexual, raza, creencias, religión, ideología, aspecto físico, o cualquier otro rasgo desde el cual pudiera establecerse una estigmatización más o menos “razonada”) para poder desatar sobre ella violencia, incluso extrema, o de coerción permanente y diaria, e incluso llevarle a la muerte… (como hemos visto en escolares) consiguiendo por medio de esa “cosificación” “hacer invisible” la condición Humana del así “cosificado” y, consiguientemente, legitimar e incluso “hacer racional” la violencia así ejercida sobre el cosificado. Los propios Estados – a veces siendo y considerándose democráticos – han usado de la “cosificación” para no solo limitar Derechos de las personas (en las razones antes señaladas) sino incluso para privarlas de libertad (hablamos de actuaciones sobre niños) y encerrarlos en manicomios de por vida, con la aprobación de unos profesionales en salud que se consideraban así mismos profesionales de la medicina y vinculados al juramento hipocrático (como ocurriera en Noruega al finalizar la Segunda Guerra Mundial con los hijos nacidos entre noruegas y alemanes).
Fueron las guerras, sin duda, las que requirieron de campañas de “cosificación” de los adversarios para “convertirlos en enemigos” a los ojos de los propios soldados y así perdieran la convicción, propia de las personas pacíficas y tolerantes, de que “todos somos seres humanos” (y consiguientemente, todos poseemos vidas dignas de ser respetadas para que se desarrollen y cada cual tenga su propia experiencia de vida en la mayor libertad y autonomía posible; y que en esa visión existe una inclinación hacia la solidaridad – porque es así como nos ponemos en la piel del otro); acabar con esas convicciones (que se concibieron como escrúpulos) se hizo requisito necesario para matar a los de “enfrente” y poder así consumar y desarrollar guerras (mi generación pensó que las barbaridades y argumentos para “cosificar” personas y sociedades culturales o religiosas era un “invento” exclusivo del nazismo, que acabara teniendo mucho éxito; sin embargo las reposiciones de documentos cinematográficos de los años 20 ya señalaban, antes de que aparecieren nazis, que los generales de ambos bandos aprobaron calificar a los adversarios de manera horrible, consiguiendo degradar la imagen de Humanos a la de animales irracionales para así constituir y asentar la “cosificación” que legitimaba – legal y moralmente – la aniquilación sin piedad del enemigo cuando los ciudadanos, ya uniformados y armados, fueran destinados a las trincheras y frentes de guerra, desapareciendo los “escrúpulos” en disparar a matar a quienes vinieran de frente (reservando su solidaridad y visión de la condición humana exclusivamente para sus compañeros de armas). No les funcionó muy bien en la primera Guerra Mundial, pero en las siguientes cada vez mejor.
También resulta llamativo que sea en las Escuelas y Guarderías los primeros lugares donde un niño puede recibir violencia (si en su familia no se practicara) desde la autoridad; y también fuera en aquellos ámbitos escolares donde se divulgaran las primeras maneras de “cosificar” a los alumnos para legitimar sobre ellos un castigo físico o una humillación, que le hiciera acreedora de la misma. No recordar la lección, no hacer los deberes de casa, distraerse, ser imaginativo o creativo o no superar una prueba o dar una respuesta incorrecta permitiría a la autoridad escolar administrar castigos físicos o poner de rodillas al alumno o de cara a la pared ante el resto de compañeros (recuerdo estar en 2º Grado elemental y se interrumpiera la clase para que un chico de cuarto, de diez años de edad, conmocionado y llorando desconsoladamente, pasara por delante de todos los pupitres mostrando una hoja de su cuaderno de redacción que tenía unos borrones causados por su plumilla de tinta defectuosa, mientras su profesor, que también le acompañaba, profería insultos y vejaciones contra su persona; fue una de las muchas incidencias violentas que diariamente se sucedían en ese colegio privado – pues por entonces la escuela pública estaba muy desacreditada y todos los padres realizaban un esfuerzo, a veces un gran esfuerzo, para proporcionar una educación a sus hijos).
Adquirir conocimientos se convierte en una evaluación donde los hijos adquieren múltiples etiquetas que los pueden segregar, dividir, agrupar y clasificar ignorando que esencialmente son personas; y podría promover la estigmatización de múltiples maneras, interfiriendo también en sus relaciones sociales y en el proceso de integración con el resto de alumnos, fomentando entre los propios alumnos la imitación de las formas de cosificación que los propios profesores esgrimían como sistema de selección y clasificación de personas.
El mundo de la formación escolar siempre fue proclive a estas prácticas clasificatorias de personas que pueden llevar a la cosificación de los alumnos y a veces las de sus propias familias.
Como señalaba, cosificar siempre es el primer paso que permite “distanciarse” de la condición humana de una persona, un niño o un anciano que hace posible “ningunear” su dignidad e iniciar abusos o agresiones contra ellos.
Todos los conocimientos y estudios que buscan determinar rasgos clasificatorios que diferencian a unas personas de otras (en razón de las circunstancias sociales en las que viven o se han desarrollado, como pueden ser las limitaciones económicas, situaciones de estructuración familiar o las derivadas de los déficits de atención familiar o maltrato, se acaban consignando y agrupando en una sistematización de conductas que suelen dar origen a la tipificación de algunos tipos de trastornos) pueden convertirse en instrumentos destinados a resolver situaciones de manera positiva, pero por lo general se viene demostrando que es más posible que acaben formando parte de un proceso de cosificación que se sostuvo en los propios centros escolares y por el propio profesorado para “desligarse” y “rehuir” el “compromiso” de llevar a cabo los precisos esfuerzos destinados a la integración social plena y satisfactoria.
Cuando se explicitan los “déficit” que pueden aparecer en determinados momentos o etapas en los alumnos y aunque se pueda determinas el origen de los mismos con precisión, no siempre se produce una respuesta tendente a su resolución positiva – a veces son considerados “carne de cañón” por algunos docentes y consecuentemente “abandonados a su suerte”.
Afortunadamente la vida en sociedad suele generar más
“oportunidades” que las que establecen los procesos educativos o los de
formación Profesional o Universitaria. La sociedad abunda en ejemplos de que el
éxito existe al margen de estos procesos reglados que parecen buscar la
“perfección”: Los “óptimos” alumnos con los que “construir” una “sociedad
perfecta”. Bill Gates, Li Ka-shing, Steve Jobs, Amancio Ortega, Sheldon
Adelson, Mark Zuckerberg, Larry Ellison, Paul Allen, Richard
Branson, Michael Dell, John Carmack, Thomas Edison, John
D. Rockefeller, Henry Ford, Walt Disney… abandonaron la
Universidad y alguno no tiene ni estudios secundarios. Pero no hace falta
mostrar millonarios para tener éxito en la vida sin pasar por la Universidad o
sin ser buen estudiante (según los
parámetros del mundo educativo). Probablemente decenas de miles y miles de
niños y jóvenes que fueron “desahuciados” por los sistemas educativos (de todos los tiempos y lugares del mundo)
concebidos como “carne de cañón” (que no
deja de ser otra manera de “cosificar personas” desde el mundo educativo)
resurgieron de las “cenizas” que supuso la “quema” de su dignidad por un todo
poderosos, persuasivo e intimidante, sistema educativo que los etiquetara, con
abundantes argumentos científicos y “experiencia profesional” (con la evidente intención de hacer realidad
la profecía). Ahí aparece el éxito en profesiones como fruteros, carniceros,
constructores, albañiles, camareros, cocineros, fontaneros, agricultores,
ganaderos, comerciantes, industriales… e incluso gestores políticos, que viven
y están pegados a la realidad cotidiana (desafiando
a los “eruditos” que pretendieron limitar su futuro). Es evidente que estas
personas nunca podrán ser médicos, ingenieros, abogados, fiscales, jueces,
funcionarios de alto nivel (alguno de los
mencionados no podrían ser ni siquiera funcionarios por haber abandonado sus
estudios en secundaria)… pero vienen a resultar que son los que mueven lo
esencial de la economía y que hacen posible que el “sistema social” se siga
alimentando con su trabajo, ingenio y creatividad que un día fue puesto en duda
por el “perfecto sistema educativo o universitario”. Es más, el sistema
educativo y universitario es “orientado” en su devenir (para que siga siendo útil a la sociedad) por este mismo conjunto de
personas que en su día salieron de ese mismo sistema educativo porque no estaba
a la altura ni de la creatividad ni de las necesidades que como personas deberían
cubrirse. Considerándose, por muchos, que esos sistemas educativos, aunque sí
estimulan y ponen la base de los conocimientos desde los cuales poder
proyectarse las personas que tienen interés y vocación, a la postre se
convierte en dinosaurios, siempre al “punto de la extinción”, por su
incapacidad o miedo de estar a la altura de los cambios sociales o de cubrir o
satisfacer las necesidades reales y transversales de todas las personas que a
él acuden.
Las familias ponen la fe en el sistema
educativo para que sus hijos tengan un futuro en la vida y suelen apoyar
decididamente a sus hijos para que estos “venzan” todas las dificultades que en
el propio mundo de la educación (desde la
guardería hasta la universidad) irán apareciendo, para que sus hijos e
hijas no pierdan la fe y persistan hasta acabar esa “carrera” (de obstáculos) y tengan una formación
que les permita ganarse la vida. A veces, para algunas familias, representa una
lucha constante de esfuerzo, apoyo, y de estimular esa fe diariamente en sus
hijos para que salven todas las adversidades que se pudieran presentar y fijen
el objetivo de la meta de llegar hasta el final. Otras familias, sin embargo,
aceptan las “etiquetas” que les ponen a sus hijos y acaban desistiendo, cuando
no culpabilizando a los propios hijos de su devenir y, lo que es peor, a veces
dejándolos de la mano de D. lamentándose de que les haya salido “un hijo tonto”
o “vago” (cosas del destino o de la genética, suelen argüir cuando no pueden
buscar un culpable a quien achacar esas circunstancias que lo hicieron posible,
a las que sin duda contribuyeron diariamente). Los estudios universitarios
pueden “garantizar” una plaza de funcionario del Estado y eso se concibe como
una estabilidad o “garantía” desde la cual poder edificar un futuro.
Las personas que tienden a “ser expulsadas” del
sistema educativo suelen ser conscientes de su adverso devenir (existe una conmoción cuando se suspende
inesperadamente o se repite curso que señala que algo está fallando).
Suspender o repetir cursos es señal inequívoca de que algo anda mal más allá
del propio estudiante, y que alcanza el ámbito familiar y de relaciones. Por ello
las familias suelen buscar causas con las
que a veces, desafortunadamente, se alejan de esa responsabilidad y las
personas así afectadas buscan referencias para superar esas circunstancias; a
veces los abuelos, o un tío, o un pariente, o una persona cercana puede
aparecer como esa “figura de referencia” que restablece la fe en la persona; a
veces es el lugar donde se explica cuáles son las verdaderas preocupaciones que
son responsables de que el rendimiento escolar o en el Instituto o en la Universidad
no sea el adecuado; y el apoyo surge “en ocasiones afortunadamente incondicionalmente,
contra viento y marea” restableciendo la propia fe en sí mismo, que es lo que resulta
esencial para salir adelante ante cualquier adversidad vital. Otras veces, por
el contrario, cuando no hay referencias cercanas se acude a buscarlas en las
redes sociales, en los mensajes de las películas de cine, o en cualquier
lectura que parezca que da una respuesta a algo que preocupa, realizándose así
un trayecto desde la soledad que siempre es difícil y poco alentador y sujeto a
error por falta de experiencia.
Todos hemos buscado referentes o referencias en
situaciones determinadas que causan incertidumbre o temor que no sabemos cómo
afrontar con ciertas garantías. Cuando una persona realiza ese itinerario suele
recurrir a la misma persona que en el pasado le diera la “respuesta” adecuada
que le permitiría salir adelante en un momento puntual; y cuando la dificultad
es continua en el tiempo se acude siempre a la misma persona (si esta está
disponible y se presta y compromete a ello; por lo que suele ser un familiar
cercano) donde se encuentra el lugar de apoyo y las respuestas que permitirán “racionalizar”
cada situación vivida (o la reiteración
de esas mismas situaciones) renovando la fe en que “todo irá bien” y podremos
sobrellevar la adversidad, aunque sea cotidiana, y seguir adelante. Para que esto suceda con
éxito dentro de un entorno familiar se hace preciso que quien ostenta la
autoridad familiar sobre el o los afectados (que suelen ser los hijos) “acepte”
esa “intrusión” del pariente sobre sus hijos y familia, porque si no la
aceptara la cortaría, obligando a esos hijos a itinerar buscando otra persona
de referencia, y haciendo posible una itinerancia perpetua si a la autoridad
familiar ninguna influencia le gustara. Las personas que se tienen al alcance
para “apoyarnos” son limitadas, por lo cual, la autoridad familiar es capaz de
prever cual será el itinerario que realiza un hijo (en busca de apoyo o
referencias) cuando le genera un problema grave y este se reitera; porque se
viene a repetir el “itinerario” incluso en un orden predeterminado (buscando a
hermanos, tíos, o primos, o amigos concretos….) que pueden ser “llamados a la
atención” para que sus indicaciones sobre quien pide apoyo sean en una
dirección determinada o se abstengan (y por consiguiente la aparición de una visión
alternativa se hace imposible).
Cuando a una persona se le bloquea de esta manera no
solo resulta previsible la reiteración del mismo itinerario en busca de
alternativas para sí misma, sino que una vez “agotados” (cuando las respuestas
son siempre adversas) y la persona que reclama apoyo concibe que "no es entendida”,
es posible la manipulación (como esperar a que haya un contacto para provocar
una discusión y establecer así una nueva inseguridad que reinicie el previsto “itinerario”
en busca de apoyo para un fin legítimo, donde volverá a encontrar la misma
respuesta adversa y nueva frustración). Es así como aparece una manipulación más
perversa, más aún cuando quien manipula posee conocimientos, habilidades y
herramientas sociales profesionales que puede utilizar para este fin.
Cuando el propio entorno familiar “cosifica” a uno de
sus miembros se podría concebir que se está llegando a la etapa más ingrata e
injusta de la “condición humana”; a partir de este estadio se permite la
intrusión, la manipulación, la falsedad, la mentira, la tergiversación… sobre
la persona. Y que resulta paso previo necesario para despegarse totalmente del
derecho de ese mismo miembro familiar a llevar una vida normalizada. Las habilidades
sociales (y a veces las profesionales en esos ámbitos) harán fácil que el
trayecto adverso, previsto sobre ese familiar, llegue al lugar deseado por
ellos; y además se muestre como solución lógica, normalizada e inevitable.
La cosificación da resultados muy eficaces en la sociedad para establecer prejuicios, y así establecer distancias insalvables entre el cosificado y el resto de su familia y de su sociedad. Por eso parece necesario recordar, una y otra vez, que la vida es una experiencia personal y vital a la que todos tenemos derecho de realizar en libertad y en oportunidades. Cuando estas se obstaculizan no siempre se puede achacar a una persona determinada o concreta, y se suele argumentar sobre la sociedad y sus prejuicios que hacen posible esas adversidades innecesarias. Pero cuando la persona familiar que lidera o lideran la cosificación de un cercano tienen conocimientos profesionales al respecto (bloqueando todas las posibles salidas o referencias buscadas) no podemos hablar de falta de conocimientos; porque podemos concebir que se usa de esos conocimientos y se exhiben para (y con independencia del curso de justificaciones o excusas o argumentos que se empleen) a la definitiva establecer el prejuicio social que conseguiría un fin adverso limitante para los así tratados.
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