Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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sábado, 26 de marzo de 2022

En la "Vida" solo sabemos por ciertas tres "Verdades" (dos de ellas nos las han contado, y la tercera la hemos deducido y se puede dudar de ella)

En la "Vida" solo sabemos por ciertas tres "Verdades"

 (dos de ellas nos las han contado, y la tercera la hemos deducido y se puede dudar de ella)

 Si buscamos lo que es realmente esencial para entender en qué mundo vivimos, si realmente reflexionaramos sobre ello (que es lo que me pregunté cuando tendría unos 20 y algo de años) llegaría a la conclusión de que "de verdad" lo que "sabemos de verdad" sobre nosotros mismos realmente "no es nada".

 El proceso fue sencillo y sorprendente para llegar a tal certeza (porque todo lo que consideramos "verdad" o como "verdad" acaba siendo motivo de debates, de perspectivas y a la definitiva de "dudas"; de las cuales cada cual se queda con lo que "le parece". 

"Te dices" sé que nací "porque estoy vivo", y sé que moriré "porque otros fallecen" (y al menos ya tienes "sobre la mesa" lo que podríamos considerar tres verdades inmutables, evidentes e incluso "científicamente irrefutables": He nacido, estoy vivo y moriré (todo lo demás forma parte de un debate dinámico y siempre en movimiento según sea la época que toca vivir y las dificultades que en ella se hallen según la posición que nos toque en sociedad. Una vez ya en la vida la sociedad lo es todo).

Sin embargo, cuando intentas acercarte al "detalle de esas tres verdades", ves que se pueden "disolver" más fácilmente de lo que en principio se pudiera imaginar. No son tan consistentes como realmente parecen y sin embargo, nos conformamos con las respuestas porque nos la da un entorno cercano y de confianza.

En realidad "sabes que naciste" porque "te lo han contado". Y sabes que "estás vivo" porque (a cierta edad) sabes que la gente muere (más allá de las pelis de vaqueros americanas y luego más modernas de agentes secretos, policías... qué les tocó a generaciones posteriores. E incluso en los vídeosjuegos se decía cuando la partida se acababa en ocasiones "estás muerto", aunque luego fuera más suave un "Game Over"- el juego se acabó). 

Qué te digan que nacistes "se debe tomar por cierto" porque no solo lo dice gente cercana en la que se deposita la confianza desde muy niños (de hecho, se superan las fases más vulnerables de los comienzos de la existencia porque la cercanía de esa personas hacen posible "no quedarse por el camino a las primeras de cambio y ante las primeras dificultades para subsistir que solo pueden provenir de una atención exterior) sino también "lo dicen" papeles "oficiales" donde pone en el lugar, la fecha y otros detalles que tienden a avalar esa certeza (que verificamos como verdad). Sin embargo difícil es poder "verificar cómo verdad" algo que "nos cuentan" o que se escribe en un papel cuando en realidad ni siquiera nosotros mismos, difícilmente "podemos ser testigos" de nuestro propio nacimiento (aunque hay, como en todo, quien asegure que sí sabe que nació porque de ello se acuerde). 

En consecuencia "estamos vivos". Pero estar vivos también forma parte de una "creencia" porque difícilmente podemos constatar (en nosotros mismos) qué es no estar vivo. Incluso cuando hacemos el trayectos sobre estas tres preguntas para verificarlas lo hacemos desde la "condición" de estar vivos, lo que en sí mismo supone una limitación a la hora de poder someter una "teoría" a posibilidad de "falseamiento" porque no tenemos alternativa.

La única referencia a la que podemos apelar para decir que estamos vivos es la certeza de la existencia de la muerte (que se hace socialmente visible cuando vamos a entierros). Y aún así cabe duda de que se pueda determinar la existencia de la muerte sin apelar a su aspecto contrario definido como ausencia de vida. Lo que en sí mismo representa "un callejón sin salida" porque sino podemos explicar qué es la vida (sino solo "describirla") apenas podemos hacer con la muerte el mismo procedimiento (describirla) y sin embargo ya desde siempre el ser humano "dudó" de que la muerte sea lo que en nuestra ahora sociedad (desde hace unos pocos cientos de años) la muerte sea lo que se dice que es y siempre se "apelaría" a un "cambio de estado" en el ser que "fallece", hasta el punto de no estar en condiciones de determinar con exactitud el momento del cambio de "estado". Y lo que se determina como muerte y hora de la misma es el inicio de procesos de descomposición orgánica, sin que ello, en sí mismo, sea factor determinante que señale la "pérdida de vida" (de ahí que la ciencia desde hace ya casi un siglo se lanzara a la idea de la congelación de cuerpos en la esperanza de resucitarlos en futuros donde la existencia y prolongación orgánica de la vida sea una realidad tecnológica). Cuándo se vinculó la actividad cerebral con lo esencial de "estar en vida", y se iniciara la exploración de ondas eléctricas emanadas de la actividad cerebral, se empezaría a concebir que el fallecimiento de las personas no estaba tan vinculado a la circulación sanguínea como se pensaba y que la actividad de las ondas cerebrales, a las que ya se iba poniendo nombre y función (según el área del cerebro) tendrían más que decir al respecto del momento del fallecimiento, que por cierto ya dejaría de ser un momento determinado y medible temporalmente (es decir, ya no se podía decir que tal persona falleciera a tal hora y minuto, aunque a efectos prácticos sea útil y en ocasiones determinate en casos de homicidios).

Fallecer "era un proceso" más o menos largo que ya aparecía reflejado en una pintura (creo recordar del siglo XVI, según la exposición de arte religioso realizada en Madrid en los años 80) donde San Miguel acompañaría el alma del fallecido en el "tránsito" frente a las fuerzas "malignas" (fuerzas malignas que según Joung era todo lo que nuestra mente había concebido como extraordinariamente maligno y que llegaríamos a hacer para "vivir y sobrevivir en esta vida". Vamos que San Miguel aparecía como guía para llegar al "otro lado" del "estado intermedio" ("sanos y salvos". Al igual que lo hiciera el libro tibetano de los muertos o de los egipcios). Fue la ciencia la que vino a señalar una frontera "definida" para describir la vida (pero las campanillas atadas a las manos de los difuntos por medio de unas cuerdecillas siguieron existiendo como medida de "alerta" de que se hubiera enterrado a alguien "en vida". 

De alguna manera las únicas tres verdades que pudiéramos sostener como ciertas carecen de solidez y sin embargo seguimos construyendo nuestras vidas y sociedades siglos tras siglos porque sencillamente (para la inmensa mayoría de las personas) la fe de su existencia la pusieron en el, o los, testimonios de sus madres (o cercanos a falta de ellas) que respondiendo a la primera pregunta (¿cuándo naci? o ¿Como nací?) iniciaría el proceso de fe en la propia existencia.

Tal vez por eso Joung dijera que todo lo que construye el ser humano, todo lo que idea e inventa es, en el fondo, un "homenaje" al vínculo que estableciera inicialmente con la madre (y que le acompañara toda la vida, de una manera u otra).

Todo lo demás, lo que configura de nosotros la sociedad, es una imagen "interesada" que la sociedad construye sobre cada uno de nosotros. 



viernes, 25 de marzo de 2022

Esperanza

 

Esperanza

Todo el mundo precisa de la Esperanza para vivir; la esperanza es como la fe, sin la cual difícilmente se puede concebir el “amanecer” de otro día; sabemos que el Sol saldrá, probablemente como cada día, pero sin Esperanza ni Fe no será el mismo Sol, ni tampoco esperaremos que sea una nueva “aventura” que nos “traerá” nuevos “descubrimientos”, sensaciones, emociones o posibilidades de alegrarnos; como así recordáramos en días de haber vivido momentos de felicidad; tal vez inesperada e intensa en alguna ocasión pasada  que quedaría grabada en la memoria sobre lo que esperamos o creemos que debiera ser la vida cuando a esta llegamos  (y todos nos reciben con sonrisas y con “hay que niño tan guapo” “¿cómo  te llamas?”). No hace falta que esa felicidad ni siquiera sea prolongada, a veces basta solo de unos momentos donde una satisfacción materializada, se vive con inesperada alegría y satisfacción, nos hace “creer” que la vida sí es lo que concibiéramos desde niños como constante “descubrir y redescubrir” el mundo “de la mano” de “alguien” que “nos quiere o nos da seguridad” invitándonos a “explorar” lo que nos rodea (más allá de las tiendas de juguetes, con sus escaparates repletos de figuritas con anisetes o camioncitos y coches llenos de colores, que invitaban a parar a los niños y señalar con el dedo un “ese me gusta”, que siempre  sería contestado con un “otro día”; ese otro día quedaba y quedaría como esperanza). Mirar al horizonte del trascurrir de un río, sobre un puente, en medio de la ciudad urbanizada (¿A dónde va a parar?: Al mar. ¿Y qué es el mar?: Un lugar de mucha agua). Todo es como magia en una mente confiada y abierta dispuesta “a aceptar” lo que “le digan como cierto” (¿Qué utilidad tendría mentir?). La imaginación también se puede convertir, y se convierte, en una alternativa para azuzar la Esperanza, e incluso la Fe.

La Fe es más como certeza absoluta; es como cuando se espera al día siguiente casi con anhelo - como cuando tu madre te dejó el Niki que más te gusta sobre la cama porque  al día siguiente ya es verano (aunque ya nunca más lo vuelva a dejar); y el verano es el calor, la piscina si no sale nublado, la cercanía de las vacaciones escolares – (dejando atrás las malas caras y castigos de si  “has hecho o no los deberes”, o  de que el profe pregunte una lección que no has estudiado porque el día anterior, porque como  la mayoría  de los días, preferiste ir a jugar a casa de un amigo, o en el trastero de la tienda de un compañero de clase hasta hacerse de noche… y sabes que has de volver a casa, porque “es donde se  debe de volver ”cuando se “hace de noche”).

La Fe es lo que hace posible que las personas se levanten cada mañana para las tareas de cada día. Sin la Fe no hay ni mañana ni Esperanza para nadie, en ningún sitio ni en ningún lugar del mundo donde pusiéramos la mirada. Es ahí donde solo nos queda la Caridad – la de los demás. Esa que no precisa preguntar ¿qué necesitas? Sino que como todo ser humano sabemos “qué necesitan y necesitamos, porque todas las necesidades son comunes para todos, al menos las más elementales.

Nada hay peor en esta vida que sobre las personas se construyan imágenes que no son ciertas y les hagamos cargar con ellas (a veces porque son ingenuos, o vulnerables, o simplemente porque alguien dijo “no sé qué”, sin más reflexionar, “temiendo” descubrir “con cierta angustia” que la condición es la misma; eso sí, nos diferencia “algo” que bien pudo ser fortuito: Una Esperanza, una Fe e incluso a veces una Caridad de “alguien” que vio lo que “otros” no “quisieron” ver y nos la dieron (a veces si hay suerte) sin pedir nada a cambio  (que  es como a veces debiera ser); y aquello transformara vidas y destinos; vidas y destinos que a otros “negamos”; como si el “bien-estar” fuera un bien  limitado que no puede (“o no debe”) alcanzar  para todos. Como si olvidáramos que un simple Niki sobre la cama, dispuesto para cuando despertemos al día siguiente, puede ser motivo de bienestar (aunque solo sea para tener un buen sueño que augure un día siguiente de Fe o al menos Esperanza).

Nota:

Es difícil comprender que alguien, pueda resumir su biografía: “He vivido siempre como he querido. Aquí sigo. Riéndome”.

No sé cómo se puede llegar a construir una actitud tan distópica; aunque el resultado sea un hijo “soñando” despierto para agarrarse a la Esperanza o a la Fe, cada día, sin que le pongan al alcance la mínima Caridad en su vida (tal vez sea porque los demás miran, pensando que ellos, en su momento, la merecieron – o pagaran o les hicieran pagar un precio; eso  no es caridad -  tal vez por eso consideren que es justicia; tal vez por ello haya actitudes distópicas).