Pablo Iglesias o la frustración
del cambio hacia atrás.
Decía una
fabula griega que el poder (situado en un
misterioso santuario al pie del monte Albano, en las cercanías de lago Nemi)
- es como quien se sitúa custodiando un árbol en medio de un claro. Vigila
noche y día sus alrededores para que nadie de los que acechan el vegetal desde
los matorrales circundantes, le quite la posición, hasta que vencido por el
cansancio o por un error de vigilancia,
es asaltado y depuesto de su posición.
Todo un
movimiento juvenil, esencialmente juvenil, pedía un cambio en maneras y formas
hace unos pocos años. Como siempre, en ello se veía un acecho al sagrado árbol
del santuario, y el temor se apoderaba tanto de quienes lo custodiaban como de
quienes lo acechaban - posiblemente todos con el pie
cambiado en medio de la batalla; tal vez persuadidos de que difícilmente se puede cambiar la esencia
de la condición humana que es la que termina por definir este aparente y etéreo
ente que llamamos Estado y que, parece no ser otra cosa que la suma de las
conciencias de los ciudadanos que lo conforman - conciencia matizada por
aquellos que lo representan cuando lo alcanzan y ejercen.
Las manos
agitándose en el aire era una pacífica manifestación simbólica que sustituía a
los tradicionales aplausos de aceptación, tal vez señalando la aspiración de
una parte de la sociedad a un modelo de Estado diferente. Pero, posiblemente,
la conciencia estructurada y organizada de ese Estado que somos todos, pudo
entender, de alguna manera, que cambios basados en la exteriorización de formas
y maneras tan pacíficas solo pueda llevar, en definitiva, a alejarse en mucho del verdadero carácter
hispano, más cercano a demostraciones de fuerza que de razones, que no siempre
todos pueden entender o intuir, y cuyo vehículo suele ser la autocensura y las
razones del miedo.
De ahí nacieron
los mecanismos de responsabilidad (u oportunidad) que canalizan tanto
frustraciones como inquietudes, emergiendo esa polémica figura irritada de
Pablo Iglesias basada en el caótico cabreo, esgrimido por el joven profesor
universitario - que tan poco parece tener en común con las expresiones de los que
agitaban las manos, persuadidos de las fortalezas de las razones de la razón
(tal y como les habíamos enseñado durante su educación).
Atemorizados
los vigilantes del árbol sagrado pusieron en
marcha mecanismo de auto-control y transparencia, cuya eficacia será
proporcional al convencimiento organizado de la razón de todos los que no
estando en la esfera del Estado, y lo son por definición, y tienen capacidad para
configurarlo mediante el voto.
Si Pablo, en vez
de generar una coherencia razonada y razonable, apela, como hasta ahora, a los
sentimientos más viscerales de la gente - sentimientos
bastante receptivos después de la experiencia de frustración colectiva
recibida, que tal vez no sea más que la toma en contacto con la realidad
política española, ocultada por un sueño de prosperidad demasiado artificial y
del que nos desprendemos -, hará posible que la frustración se apodere completamente
de aquellos que esperaban del líder ser, al menos, "el vértigo"
necesario que cambiara al resto de los partidos en maneras y formas creíbles.
Pocos vieron,
desde el entorno del árbol sagrado, en aquél momento de
manos agitadas, las oportunidades que ofrecía el movimiento juvenil para
transformar la propia política en una verdadera casa común de la razón de todos
los ciudadanos (y desde el PSOE hay quien lo vio con nitidez y abogó con éxito por una solución pacífica y ordenada desde su posición en el Parlamento) - mientras otros (los de siempre) evaluaban
la represión como única fórmula de canalización de cualquier frustración.
Los movimientos
ordenados y reflexivos del ese Estado que somos todos, han consumido gran parte de esas ambiciosas posibilidades de renovación, una vez más - al desvelarse que detrás de la
irritación del evangelizador había un paraíso decadente y en proceso de descomposición al otro lado del mar; lo que
ha representado un verdadero alivio a todos los que se encontraban a los pies
del monte Albano -, disolviendo sueños e ideales dentro de la cotidiana
realidad de los problemas políticos en España y en Europa.
Sin embargo
queda la esperanza de renovación. Tal vez no triunfe el profundo convencimiento
de la necesidad de nuevas formulas de justicia - más vinculadas con el ideal
del legislador que conforma las leyes para el bien común, en contra de los
subjetivos sentimientos de justicia a los que son tan propensos de apelar
aquellos que, desde el PP, quieren proteger a sus amigos de salpicaduras o
inmersiones corruptas; generando la triste sospecha de que están poniendo el
Estado (¡¡¡oiga!!! !!!que el Estado éramos todos!!!!) al servicio de unos
pocos, cuando no en venta, si no porque
la generación de la transición - que pudo acabar haciendo de
la política un mero ejercicio de axiomas (convirtiéndola en una profesión que
se aleja de la gente) - acaben por jubilarse sin ser capaz de transmitir sus
genes (algo verdaderamente improbable).
Es esa una de
las últimas esperanzas de cambio que siempre sostiene la gente común (la de cambio
hacia adelante, no hacia atrás).
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