Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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miércoles, 27 de abril de 2016

Franco se merece esas medallas?

27 de abril de 2016

El artículo de El País refleja la petición de retirada de las condecoraciones que Franco recibió de Francia a través de la Legión de Honor, antes de la llegada de la República a España en 1931. Oponen un deseo de revisión de la historia pasada en atención a todos los hechos posteriores que acaecieron no sólo en nuestro país sino también en la lucha y resistencia de Francia contra el fascismo alemán y el meritorio papel que en ella y en la liberación de París tuvieron los exiliados y republicanos españoles que han venido siendo homenajeados y reconocidos como héroes recordando un momento de la Historia europea donde el lugar más seguro para la población civil era reconocer las virtudes de los superhombres que sometieron a toda Europa, proclamando la decadencia de las democracias y exhibiendo al hombre alemán, y a la raza que representaba, como modelo a seguir.
Los alemanes de entonces, apoyándose en una visión adversa de la sociedad humana – y recordando a su pueblo que con ellos el mundo había sido extremadamente injusto y vengativo – se apoyó en los nuevos filósofos para tomar “la parte por el todo” y convertir la lucha espiritual de un hombre ante la adversidad, en la lucha de todo un pueblo contra el mundo, causando excesos aberrantes a la población civil europea. La idea alemana de la gran raza, de los hombres perfectos en cuerpo y alma, sedujo en todos los países de democráticos. Cabría preguntarse si además de financiación económica recibida de las grandes democracias para frenar el comunismo el nazismo recibiera, además, aportaciones y ensayos filosóficos y políticos que le dieran la suficiente solidez como para erigirse en modelo político a imitar. Sin embargo, todo señala que el apoyo que recibió el nazismo solo tenía una finalidad: detener y acabar, si era posible, con el avance del comunismo en Europa, que se representaba por un pueblo carente de instrucción, conocimiento y sensibilidad artística, y carente de todo glamour. El nazismo representaba todo lo contrario al comunismo y por ello tenía el apoyo de las élites dominantes de los países más desarrollados del mundo. El nazismo aparecía como el renovador de la moral y de la fortaleza humana que surgía, como ave Fénix, de la gran humillación de la 1ª Gran Guerra.
En ese proyecto de frenar al comunismo – que nació en Rusia con el apoyo de los servicios secretos alemanes a Lenin y que amenazaba con la expropiación de los medios de producción, y consiguientemente con la propiedad privada y el capitalismo – España jugaría un papel tristemente importante. El control del Mediterráneo no podía caer en manos comunistas o de gobiernos comunistas y el objetivo internacional era mantener neutral a España.
Formalmente Rusia había acabado por ser reconocida internacionalmente bajo el nombre de URRS, después de que todas las potencias participantes en la 1ª Gran Guerra – vencedores y vencidos – se unieran todos contra Rusia en un intento de restablecer el orden normal de las naciones – era costumbre apoyarse contra cualquier tipo de revolución, como lo fue en el pasado “los cien mil hijos de San Luis” en España, o la Alianza contra el Napoleón nacido de una Revolución burguesa. Por ello no podían volver a declararle la guerra a esa nación careciendo del pretexto pertinente, por lo cual se usó de los nazis para controlar el progreso comunista en Europa.
La recién nacida República española lo hacía bajo la idea popular de que todos los males que aquejaban a la sociedad civil serían erradicados al día siguiente, 15 de abril de 1931. Sin embargo la ingenuidad que propició ese entusiasmo y fe popular en el nuevo régimen ignoraba que su nacimiento tenía origen en el deseo de ocultar la gran corrupción económica y moral que las guerras africanistas habían asentado en el propio ejército y que en ése afán de evitar el conocimiento de los detalles de la misma por el Parlamento y la opinión pública, el monarca Alfonso XIII consintió la Dicta-blanda del General Miguel Primo de Rivera, y que a la postre sería causa de la pérdida de prestigio de la Corona cuya debilidad fue aprovechada electoralmente y que, probablemente, fue presentada como símbolo de todos los males de la Nación española.
Es probable que el “juego” de insinceridades interesadas por todas las partes fuera la que pusiera las bases de una pugna política basada más en las demostraciones de fuerza que de razones, por lo que el nacimiento de la República, a pesar de traer un aire de modernidad, renovación y confianza en la cultura como instrumento de liberación de las personas, pudo estar asentada en sus inicios en cimientos poco sólidos que los acontecimientos internacionales iban a poner a prueba duramente.
Todos los procesos encaminados por los distintos Gobiernos Republicanos – tanto de derechas como de izquierdas – que buscaron la modernización del país, desde las mejoras en las condiciones laborales, los derechos de la mujer, la separación entre Iglesia y Estado, el divorcio, las uniones civiles, la reforma agraria, el impulso a la educación e Instrucción Pública… etc, acabaron siendo interpretados – todos ellos – como actos revolucionarios  de manera definitiva cuando en 1936 ganan las elecciones el Frente Popular y la habilidad de aquellos que conocían los temores que despertaba el comunismo en occidente – y han sabido leer el impacto positivo que los fascismos alemanes e italianos han ocasionado como fórmula “conciliadora” entre los anhelos de la sociedad civil de acceder al bienestar y un Estado fuerte, estable y monolítico que respeta la aristocracia, las tradiciones y la religión – intrigan buscando un respaldo internacional para derribar, no ya al Gobierno republicano, sino al propio Régimen.
Los planes internacionales ya contemplaban que habrían de combatir contra el nazismo que – aunque freno del avance comunista – vuelve a asentar sus raíces en un nacionalismo excluyente, expansionista y extremadamente autoritario y violento – hecho que mejor sirve a sus fines y que es causa del apoyo económico de esas élites europeas – pero a quien habrá que poner coto (algo parecido a lo que pudo ocurrir con Sadan Husein por poner un ejemplo reciente).
Por ello España no puede tener un sistema democrático que no asegure, de manera indudable, que estará en la posición correcta cuando se produzca la confrontación en Europa. Y si en la 1ª Gran Guerra la neutralidad de España le permitió una época floreciente en su economía, en esta ocasión el signo político de neutralidad es dudoso y a ello contribuye la conspiración en el exterior pretendiendo asegurar que la República Española tiene graves derivas revolucionarias que podrían acabar en un formato bolchevique.
Franco es apoyado por los gobiernos democráticos, pero la naturaleza del apoyo no puede ser públicamente explícita, por lo que se bloquea el envío de armamento al Gobierno de la República argumentando un deseo de no fomentar el conflicto, con lo cual le queda como única financiación a la URRS lo que refuerza la hipótesis revolucionaria que pesa sobre la República y permite su más perfecto aislamiento de la opinión pública europea.  Por ello puede deducirse que las principales democracias europeas esperaran, en realidad,  un Golpe de Estado rápido y eficaz que no prosperó y que nos llevó a tres años de guerra civil polarizada – al menos así pretendidamente – entre fascismo y revolución comunista, por lo que todos los esfuerzos realizados por el Gobierno legítimo español, encaminados a mostrar a la opinión pública internacional que era un gobierno democrático y plural fueron ignorados por el propio miedo de las sociedades civiles europeas a ver en sus propios países un escenario similar al español. Este temor civil facilitó las políticas europeas de pacificación con el régimen nazi. Políticas que se mostraron ineficaces y que aumentaron la percepción de una gran guerra inevitable y similar a la 1ª Gran Guerra en todo el continente.
 A pesar que en España la izquierda radical viera en la inminencia de la guerra europea el escenario idóneo para desengañar a la opinión pública europea de la manipulación de sus propios gobiernos sobre lo que ocurría en España y la legitimidad Republicana, otra parte más esencial de la República venía a señalar todo lo contrario. Es posible que el análisis que puso fin a la guerra civil entregando Madrid a Franco señalara que el estallido de la Guerra en Europa sólo beneficiaría en España a las posiciones más radicales, fomentando aún más la confrontación entre fascistas y comunistas. Es posible que el estallido de la Guerra Europea hiciera perder toda legitimidad democrática en el futuro, fuera cual fuera el signo de su resolución, pues lo que a esas alturas de la confrontación podía quedar claro es que el inicio de la Guerra europea podría terminar con toda probabilidad, con la pluralidad política que aún se esforzaba en mantener en su seno el Gobierno republicano. Y tal vez, otro hecho se pudiera evitar: Depender, lo que de España quedaba o quedara, de potencias extranjeras.
Decir que el comunismo en España era una opción mínima en la II República parece, a estas alturas irrelevante. Pero merece la pena señalar que el comunismo era ajeno, en mi parecer, al carácter español y que para fomentarse tanto en España como en Grecia o Francia fue preciso que apareciera el antagonismo del fascismo, que le dio razón de ser internacionalmente (pero sólo después de la invasión de Polonia) al igual que el apoyo que le brindó la Iglesia Católica, del que se hizo antagonista como mejor fórmula para prosperar.
Franco no acabó con el comunismo en España – acabó con la democracia. Con el comunismo que medró en los frentes de batalla de la Guerra Civil – y que alimentó Franco, antes, durante y después de la Guerra Civil con su sola presencia o memoria – acabó la propia República Española como último acto ante el avance de una opción política que pretendía ganar e los frentes de guerra y con el apoyo de la URRS, lo que nunca tuvo a su alcance en elección democrática alguna.
Sólo el irracional egoísmo con que Europa protege su no siempre honrosa historia hace posible que aún hoy en día no sea reconocido – aunque fuere a título simbólico – la heroicidad con que afrontó la República y el pueblo español un alzamiento militar que en ese momento convenía, por diferentes motivos, a las democracias de Europa. Y no sólo es así, parece, sino que el legado que nos dejaron los europeos fue no sólo el de un dictador – al que luego, pretendiendo castigarlo, a todos nos castigaran – sino también una historia reciente en la que no se termina de aceptar la plenitud de los derechos civiles de las personas, pues aún se sostienen deudas con los antepasados. Deudas que nacen de una intolerancia de la que aún quedan residuos en el carácter español. Residuos que vienen de una guerra injusta, de un triunfador injusto y de un interés injusto de nuestros vecinos que nos trajo sufrimiento y violencia a varias generaciones.

Tal vez por ello, por todo ello a Franco los franceses no lo retiren las distinciones pasadas apelando a un reglamento que precisa la necesidad de oír las razones en defensa del mérito otorgado que ahora le pretenden quitar sus adversarios; defensa que debiera realizar el propio Franco (es posible que los franceses distingan y respeten el hecho de que uno de sus premiados lo fuera legítimamente por virtudes personales que en su momento ostentaran aunque después las olvidaran – a no ser que Franco nunca se saliera del guion marcado por Europa). De saber este extremo, tal vez el gobierno galo hubiera debido recordar dichos méritos ante la ONU antes de prestarse a defender en ese organismo la “cuarentena” que llevó a muchos años de hambre a nuestro país – hambre que no pasan los dictadores ni su entorno que sostiene el régimen – y del que nos rescataran, a pesar de Europa, los Norteamericanos. Tal vez con ese acorralamiento político pretendieron los europeos que los civiles nos volviéramos a levantar contra el dictador… (¡¡¡¡¡) Tomen note de la esquizofrenia gala cuando de España se trata. La conveniencia del momento político siempre pesa más que el sentido común.

Nota: El Rey reivindica a los republicanos. 
Felipe VI evoca a los exiliados españoles en su recorrido por la geografía del destierro:

 http://politica.elpais.com/politica/2016/03/20/actualidad/1458489525_206678.html


Los celos del Maestro.

26 abril de 2016

Siempre vimos, en todo tiempo y lugar, desde que los discursos de los maestros pretenden enseñar a los discípulos y alumnos, lo molesto que les resulta que un alumno  - sin ser revoltoso, ni perturbar el orden de la clase – mantenga la mirada perdida en el vacío, ensimismado. No porque esté haciendo cosa diferente que le distraiga, sino simplemente porque en un momento dado del discurso del Maestro se siente evocado a la contemplación del “infinito”.
Absorto y distraído. Embaucado en un lugar intemporal, el alumno percibe la Eternidad. Insípida, inodora, incolora, indefinible… el alumno, literalmente ha salido de sí mismo y es “espejo” de lo transcendental e inmutable. Experimenta la nada y la no-nada. Es incluso la inmortalidad.
Y el Profesor, molesto porque el alumno no le presta atención le suele hacer regresar súbitamente de ese estado donde “no es”. Y no le pregunta qué sintió, qué entendió, qué percibió. Ni tampoco le da una explicación por la que entienda el propio alumno qué ha sucedido. Normalmente le culpabiliza o reprocha su falta de atención ignorando el “viaje” realizado por el discípulo.

Análogamente a la descripción que Schopenhauer hace del “abandono de la individualidad” al observar la belleza (una rosa, por ejemplo) el alumno, “distraído”, estaba contemplando esa Eternidad y, por ello, formaba parte de ella. Mientras, el Maestro, atrapado en su interés por enseñar se considera despreciado en “su sabiduría” basada en la “ciencia”, la “opinión” y la “vida cotidiana” (que son las cadenas que atan al Maestro a la Caverna de Platón según la define Schopenhauer) y recrimina al alumno ignorando que éste le estaba mostrando, con su rostro, “La Eternidad”.