Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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jueves, 11 de agosto de 2016

Filosofía y Religión

     Decía uno de esos grandes pensadores que los hombres o son religiosos o filósofos, presentando ambas posturas como antagónicas e irreconciliables. No lo creo, no creo que sea cierto. (He estado realizando un somero repaso para localizar al autor de ese pensamiento pero no lo he conseguido. Ello no me evita realizar este artículo desde la afirmación realizada por el personaje histórico (pido disculpas por ello). Pero me da pie, no localizarlo, para realizar una reflexión marginal al respecto. En esta ocasión acepto no encontrar autor de una cita y aprovechar la incidencia para exponer alguna parte ventajosa en ello: La primera, porque los expertos en Filosofía, los aficionados a la misma, o, incluso, aquellos que accidentalmente dieron con la afirmación en alguna ocasión, convendrán que la misma es cierta y recordarán con precisión el nombre del autor, y tal vez sus circunstancias personales y su vida; por lo que ellos, si leyeran este artículo, podrían, sin inconvenientes, extraer la parte de la recepción del mismo que les interesa. En segundo lugar, porque aquellos que apenas conocen de filosofía, si son intrigados por estas letras, tal vez tengan la fortuna de sumergirse en los textos filosóficos para extraer de ellos algo más importante que las propias reflexiones de cada autor, y que son, o han sido, al menos para mi,  fundamento para entender que el conocimiento puede ser alcanzado por todo ser humano sin necesidad alguna de ser reconocido especialmente por su entorno social. Así les pasó a muchos de los filósofos que se nombran en institutos y universidades de todo el mundo, y que muchos de ellos llevaron una vida penosa, llena de peligros, en medio de una sociedad tan adversa como la que hoy en día podemos vivir, en cualquier parte del mundo, por el mero hecho de pensar y reflexionar sobre nuestro entorno social. Por lo que siempre cabe señalar que pensar y, consecuentemente, expresar lo que se piensa, es un acto, en sí mismo, de gran riesgo para cualquier persona que lo haga con mayor o menor profundidad; pues los seres humanos, que nos rodean, suelen considerarse a sí mismos perfectos, ya sea en el ambiente familiar y más aún en el político o religioso; al menos perfectos en su idea de que siempre, ante los problemas que se presentan,  toman la mejor solución posible, por lo que cualquier reflexión que contradiga ese convencimiento que sostienen para así suele ser observado como una imperdonable ofensa - sobre todo, si por algún motivo, las formas de exponerlo no han sido acertadas, pero también si el fondo del asunto se observara especialmente contrario. Tercero también encuentro ventaja en esta circunstancia de no citar al autor, o mejor dicho, él no recordarlo en un momento determinado, pues ello me permite hacer reflexionar al lector sobre la tendencia generalizada que tenemos los humanos a construir y edificar grandes mitos a emular, cuando, probablemente, seríamos incapaces de soportar alguna de esas personalidades que hemos elevado a la fama universal, o cuando no las hubiéramos reconocido como tales mitos si hubiéramos sido sus contemporáneos; pues es propio del ser humano atender más a los defectos de toda índole que observamos en nuestros semejantes, por pura naturaleza de la perfección biológica - cuyo análisis va más allá de los rasgos físicos y que entran de pleno en el análisis del comportamiento y del entorno que acompaña a la inteligencia que observamos antes de evaluarla - por lo que difícilmente aceptaríamos en la actualidad, como lo hacemos en nuestros tiempos, a personas angustiadas o pesarosa por el impacto que recibieron en su ánimo al verificar lo absurdo de la vida y la muerte, o el extremado sufrimiento de la humanidad, o la violencia gratuita que existe por doquier, o el absurdo egoísmo y posesividad que arruina tantas vidas prometedoras a nuestro alrededor. Construimos mitos a emular que nunca emularíamos de verdad. Pues es el sufrimiento la semilla de la lucidez y de la vida; y nosotros vivimos, o lo pretendemos, tomando lo mejor de todo pensando que no hemos de pagar el correspondiente peaje. Esa es nuestra sociedad actual. Y de esta manera evadimos complejas rutas como en las que se encriptan en símbolos como el del árbol de la vida y la muerte:
       Así se afirmaba quienes mostraban los símbolos del árbol de la vida y la muerte: Quien quiera dar frutos de vida deberá hundir sus raíces en la muerte y que hunda sus raíces en la vida su fruto será la muerte.

        Con la llegada de la reflexión psicológica podemos observar que el conocimiento de la psiquis del ser humano nos permite llegar a los símbolos religiosos y entender sus mecanismos beneficiosos sobre las vidas de las personas sin perder nuestra visión filosófica de la vida, ni tampoco la religiosa. Por lo que tal antagonismo sólo se comprende desde el fanatismo religioso o científico - o el temor a explorar cualquier otro camino fuera de las seguridades que ambas concepciones nos dan - ambos irreconciliables en sus análisis, pero que ambos comparten el mismo objetivo: Dar seguridades a las personas en medio del proceso de vivir.
        Toda ciencia que vaya más allá de una exhibición narcisista de conocimientos acaba en Filosofía. Y toda filosofía precisa conocer, para iniciarse como tal, el motivo de la existencia y darse una respuesta a esa pregunta para edificarse. Por lo que filosofía y religión comparten lo esencial: la reflexión sobre el qué y el por qué del ser humano.
       Ninguna verdad revelada puede sustituir indefinidamente el proceso de reflexión del ser humano. Solo lo paraliza, en el peor de los casos, para que pueda construir y mantener el mundo que nos damos. Filosofía y Religión acaban encontrando un espacio común donde se complementan. Y en él, en ese espacio, se observa que los antagonismos que se han construido entre ambas no son más que un artificio nacido en la dificultad de hacer comprender - al todavía inexperto - concediéndole así protección para todo el tiempo que precisen en llegar a dicha conclusión, si es que llega.
       Ya escribí un artículo en el cual señalaba el mecanismo por el cuál las imágenes religiosas ofrecen verdadera protección psicológica las personas; y la protección es real y efectiva. Por lo que la religión cumple una función social de extrema envergadura en la actualidad - otra cuestión diferente es su estructura material, de poder terrenal,  que, como toda estructura humana, pugna por mantenerse, sobrevivir o expandirse, y ahí nace, o pueden nacer, contrariedades entre acción social y su propia lucha por la supervivencia de sus propias estructuras. Pues la condición humana traiciona a cualquiera. Ello es un hecho.
           Hoy en día aceptamos en Europa que las historias bíblicas son esencialmente simbólicas. Ello no obstaculiza lo esencial de sus objetivos: Dar una respuesta sencilla para poder vivir y construir nuestras sociedades. Pero, también, las mismas historias podrían ser literalmente ciertas. Ello lo demuestra el desarrollo de nuestra experiencia vital, y de la ciencia. En este segundo caso el reto aún es mayor, pero en él se conserva el aparente pacto (tácito) que hubo entre ciencia y religión por el cual se permitió el desarrollo de la ciencia, pues al final del largo camino científico, la ciencia, acabará por dar la razón a la religión - a la verdad revelada - y para ello, para asegurarse la limpieza del proceso, las universidades se dan, a sí mismas, la estructura de garantías que el proceso de conocimiento que la propia Iglesia se dio a sí misma también, para garantizar la pureza de la fe.
        Parece imposible, por la propia naturaleza de nuestra sociedad, que toda la sociedad alcance a la vez la liberación que otorga el perfecto conocimiento de la existencia del ser humano - o de la vida. Ello parece un proceso individual en que todo depende del punto de partida, o de la disposición del ánimo a comprender el entorno, y por lo tanto ello es, en algún modo, antagónico del deseo de desear el paraíso en la tierra; pero paradójicamente, sin desear nada se mueve en interior del ser.
        Cabe por ello, preguntarse cómo el ser humano primitivo contestaba estas preguntas esenciales para poder vivir, o lo que es lo mismo, qué respuesta se daba para poder construir sus vidas en torno a esas respuestas, que debían de ser respondidas, para con ellas estructurar las sociedades en las que vivían. Mi respuesta es que al carecer de más distracción que la propia observación del entorno natural, construyó una idea muy superior al del ser humano actual - tan distraído por todo - del mundo en que vivía; por lo que su consciencia espiritual era mucho mayor que la del ser humano medio de nuestro tiempo. Y que su visión del universo era más perfecta que el que tiene el ser humano medio en la actualidad, pues la del ser humano medio, en la actualidad, depende casi más de lo que le diga de la ciencia de lo que él se fía de sus propias percepciones (que suele considerar estúpidas y sin valor alguno a la hora de la verdad; a la hora de enfrentarlas a la ciencia - porque desconoce que su visión simbólica, tal vez sea mejor respuesta que la que la ciencia pueda generar en nuestro tiempo, si no se despega de su propia condición de ciencia (y apela a hipótesis - paradógico).
       De ahí que mi hipótesis no sea otra que aquella que afirma que el objetivo de la ciencia no es otro que el de verificar lo que el ser humano ya conoce desde hace milenios. Y lo conoce sin necesidad de datos materiales o verificables por la lógica científica - como ahora precisamos. El ser humano primitivo vivía, por así decirlo, en la Verdad Revelada constantemente. Y a ella llegaba con la contemplación del entorno natural, social y de sus líderes. Incluso no precisaba del habla para que ese conocimiento cumpliera su función. Pues él habla, aunque parezca un avance, nace de una incapacidad de transmitir conocimiento que se consideraban precisos ante la complejidad que iban adquiriendo las sociedades y la dificultad de que sus miembros pasaran por las mismas experiencias  - y esa incapacidad de transmitir conocimientos pudo dar lugar a la capacidad de engañar, por medio del lenguaje,, que antes no existía con tanta facilidad - pues se aprendía sobre la reflexión de los actos vistos.
      Por ello, para mi, filosofía y religión es una identidad que se separan con la sola finalidad de mostrase idénticas cuando son observadas desde la distancia. Ambas muestran el camino a la verdad , la primera desde el análisis reflexivo y la otra desde la imagen de los símbolos.

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