Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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viernes, 19 de agosto de 2016

Qué es Dios? o Quién es Dios?

     Los escritos bíblicos, en sus comienzos, presentan a Dios como un ser hablante con el ser humano, al que hace le hace preguntas, examina y ordena que realice actos. Por ello siempre fue sencillo transmitir una idea de Dios antropomorfa que al estar unida a una comunicación directa con los patriarcas, protagonistas o líderes del momento, resultó casi evidente deducir que poseía sexo o, al menos, aspecto de varón viejo y sabio. Y que debido a que las grandes decisiones - que por entonces eran tomadas por una sola persona, como mucho por un consejo de sabios, en el que no cabía ni se especificaba presencia de mujeres - se transmitió siempre la idea masculina de la divinidad. Y, sin embargo, sabemos que la reflexión, la concreción de sucesos y la obtención de conclusiones - sobre las cuales edificar nuestros actos - no tiene una división sexual sino que corresponde una capacidad del ser humano, y tal vez también de otros seres vivos, por el mero hecho de poseer sentimientos; pues, a mi juicio, son los sentimientos la causa de toda reflexión capaz de conocer presente, prever el futuro y, por ello, conocer o vislumbrar el pasado.
      Hoy tenemos una idea de la divinidad cuasi antitética. Tal vez por reacción de la sostenida en el pasado. Y que nos enseñaron desde niños. En ella constatamos la universalidad del ser humano y en ella su unidad en el conjunto de preocupaciones, temores, anhelos y problemas; por lo que concebimos un dios universal, mucho más allá del particular o nacional que nos enseñaron de niños en las escuelas, y en las clases de religión, como verdadero. Y esa universidad divina la hemos despojado de sexualidad - que no sería otra cosa que una dependencia inútil en una vida sin muerte y eterna -  y la hemos transformado en un todo incontenible y siempre presente, al que podemos acceder con solo una disposición del ánimo - sin reparar en la raza o condición humana, singular, alguna - y, cuya disposición de ánimo para acceder a él y a su sabiduría, consideramos que es, únicamente la fe. Persigue nuestro bien y el de todos los seres, y a todos los realiza, ya ninguno desprotege; y su obra es perfecta. Nuestra capacidad de comprenderlo y limitarlo es imperfecta. Es intemporal. Y entre los nombres que lo definen se han contabilizado al menos 100: Los 100 nombres de Dios. De él todo viene y nada sin él es posible. Todo ello, en especial esto último, genera gran confusión y graves dificultades para entender el fenómeno de su existencia. Existencia que es reconocida por todas las culturas existentes en la tierra y cuya dificultad de comprensión de nuestro entorno - de los fenómenos de nuestro mundo limitado por la evidencia de la muerte - avoca, en muchas ocasiones, a dudar de su bondad y con ello de su existencia.
      El objeto de este artículo es una aproximación a ese concepto, en el que deseo tener éxito, sobre todo para aquellos que de alguna manera perdieron la idea de que puede establecer una ruta de reencuentro con sus creencias infantiles; y al menos establecer las paces con un hecho divino que existe y, esperemos, que nunca falte en nuestra razón y razonamientos, pues es la fe (fe en sí misma, positiva y generosa) la única esperanza de bondad que le queda a nuestra humanidad; sobre todo ahora que la tecnología y sus maravillas, así como nuestra ciencia, nos distrae la atención de algo tan cercano y de efectos extraordinarios - a veces más de los que se pueda poner cualquier ciencia a nuestra disposición. En ese propósito de acercamiento, tal vez, para algunos acertaré y para otros erraré; pero es tan seductor el reto de intentarlo que no puedo sustraerme a él.

      A pesar de que la historia siempre se ha observado una inteligencia en el orden natural de las cosas en el cielo, en los astros y en la propia Naturaleza, alcanzando, en consecuencia, la propia naturaleza de nuestro ser humano - desde nuestro propio y perfecto cuerpo hasta la maravilla de nuestra mente - se deduce fácilmente que somos productos de inteligencia inconcebible que ha dado origen a todo lo que nos rodea, y a nosotros mismos, y, por consecuencia, somos, además, parte de esa inteligencia, y, en alguna manera, también somos la misma inteligencia por el mero hecho de ser capaces de detectarla en nuestro entorno y en nosotros mismos.
      Así pues consideramos que esta inteligencia, incorpórea e indefinible, a priori es capaz de hacer posible todo lo que nuestros ojos ven - incluso los propios ojos - lo que en nuestros oídos oyen - incluso nuestros propios oídos - lo que nuestro tacto toca - incluso nuestro propio tacto - lo que nuestro gusto gusta - incluso nuestro propio gusto - lo que nuestro olfato huele - incluso nuestro propio olfato - y lo que nuestra mente piensa - incluso ha hecho nuestra propia mente. Y con ella, con nuestra mente, sintetizamos o analizamos lo percibido por los sentidos - incluso percibimos nuestra propia mente de la que decimos que somos nosotros mismos.
      Pero además existen esos otros cinco sentidos que van más allá del mundo puramente físico. Vemos, no solo con los ojos, sino con los ojos de nuestro entendimiento. Olemos con la intuición, gustamos como un placer más allá del gusto - más allá de las papilas gustativas, el arte, como decía Schopenhauer, convirtiéndonos en lo mismo que el cuadro que vemos, o en la misma música que oímos - es decir, entramos y nos adentramos en un lugar donde el mundo físico se sublima en sentidos que se perciben con los sentidos, o no, pero con mueven sentimientos. Y ello, también, es en alguna manera inteligencia. Y otras veces la intuición de "olernos" lo que pasa - desde el uso de la inteligencia  -modifica nuestra conducta, dando lugar a capacidades más allá de lo razonable en apariencia, haciendo posible la creatividad.
     Todo ello obedece a una lógica. Y esa lógica, predecible y aceptada históricamente, se le atribuyó, específicamente, a cada una de ellas, a un dios: el dios de la medicina con su lógica, el Dios de las matemáticas con su lógica, el dios del amor con su lógica, el dios del mar con su lógica, el dios de la guerra con su lógica, el de el comercio con su lógica, el de las artes con su lógica. Al igual que hubo un dios del volcán con una lógica más o menos incomprensible, el de la agricultura con su lógica, un dios de la muerte con su lógica, del reino de los muertos con su lógica, un dios de dioses con su lógica que emparentaba y reñía con su lógica.

     Para nosotros sólo hubo un Dios, en las Tres Culturas monoteístas, que se asientan en la Biblia. Uno sólo y verdadero, que superaba al resto de dioses, como asegura el mismo libro. Un Dios que vencía a los dioses de otros pueblos mostrando así su poder. Pero ¿Quién es ese Dios?
      La propia Biblia pone en boca del mismo Dios su propia definición; y creo que lo hace delante de Abrahám cuando éste, enfrente de la zarza ardiente, escucha decir a Dios: Yo soy el que soy. Revelando, así, su cualidad esencial: soy el que soy; es decir: el que es auténtico en sí mismo; es, el que es genuino, el que es siempre él ante todo y ante cualquier circunstancia. Y que además sabe que es así y lo sigue siendo por voluntad.
     La revelación que tiene Abrahám no sería otra que: ser y, ser, es ser. Y, siendo así, se es Dios. O lo que diría Schopenhauer: la voluntad.
     Y si repasamos el Génesis vemos que es la voluntad la que crea y ,antes que ella, el verbo. El verbo original y primigenio es el verbo ser: Yo soy; y a continuación el verbo ser, se adhiere la voluntad: El que soy. Y ambos juntos forman el verbo y la voluntad: Soy el que soy: yo soy el que soy. Eso es Dios, el que tiene voluntad de ser y lo es.
       Aquí, en esta frase, tiene el origen el liderato por designio de Dios que se atribuyen los reyes y que es basado en el convencimiento de que su verbo, su palabra (el verbo) es ley, es voluntad. Y, si así es, es reconocido por su entorno. Cuando hay varios reyes rivalizan entre sí por la pura cuestión de su deseo, y su voluntad, de que su palabra - el verbo - sea ley en todo lugar; es decir, en todo el mundo a su alcance. Y en ello ha venido compitiendo, y guerreando, en razón de su legitimidad divina (de un dios específico frente a otro falso o inferior; y que por esa misma razón el que sea vencido es es falso). Y cuando se compite, compartiendo el mismo Dios, se apela a la legitimidad de la sangre; es decir: la dinastía y sus reglas hereditarias (ver el artículo: ¿Los apellidos?). De ahí todos los inconvenientes que la divinidad tiene cuando la asume el ser humano al afirmar: Yo soy el que soy; y se haga efectiva la afirmación que señala que: Dios ha hecho al hombre a su imagen y semejanza; o dicho de otro modo: imagen (igual a idea de Dios) y semejanza (como una aproximación imperfecta. Tanto que se convierte, veces, en tragedia).
       Es decir, nos damos una autoridad terrenal en la idea (imagen) de un Dios verdadero, y semejante a él.  Aquí tenemos las razones de fondo de las monarquías, los lideratos divinos romanos y, en alguna medida, los actuales líderes políticos - aunque en la actualidad reconocemos, al menos en reflexión en voz alta, que siempre será mejor un conjunto de opiniones que una única, aunque la decisión final sea expresada por una única persona: El Presidente.
      La forma, pues, de autoridad viene de la idea de la existencia de Dios. Ello tiene indudables ventajas dada la capacidad resolutiva que a la misma le concedemos; y, a la vez, asumimos su capacidad de errar y, por lo tanto, de ser removido de su condición. Para evitar ser removido debe no errar; es decir, no decidir - lo que ocurre con las monarquías parlamentarias: no gobiernan así no hierran y aún así hierran - lo que da idea lo alejados que estamos de esa divinidad a la que imitamos en imagen y semejanza. Y si estamos alejados de sus propiedades divinas lo es porque nuestra concepción de la imagen divina sigue siendo errada (o incompleta) - prueba de ello son la cantidad de errores que cometemos individualmente o como sociedad. Así que cuando alguien se postula para mandar y dirigir apela a esa "idea" bíblica de Dios, y, en alguna, manera todos sabemos que esa capacidad de "ser el que se es" está al alcance de todos los que quieran realizar el esfuerzo de introspección necesario para reconocerse en las palabras de Jesús: todos somos dioses por ser hijos de Dios. Por lo cual, quien se postula a Dios (President@) de Dioses (de ciudadanos) sabe el riesgo que corre - y aún más si está en España.
     Todo ello lo extraemos de la definición que el propio Dios hace de sí mismo ante Abraham después de pedirle la vida de su hijo - una aberración contra natura que muestra la fuerza de la voluntad de Dios - su determinación y capacidad de ir contra el orden natural (parece, pues, que no es dios).
      Pero ello no es Dios; ello es sólo una definición, y una exhibición, de la fuerza de la voluntad de un dios ante Abraham - parece un dios para someter al mundo.

       ¿Qué es Dios? ¿Dónde y en qué espacio inmaterial se le puede encontrar?
      Dios es el diálogo que aparece en nosotros mismos y que, de alguna manera, no existe. En el diálogo con nosotros lo buscamos y en el cese del diálogo acabamos por encontrar su manifestación, su orden (su mandato mandato que no lo es, aunque lo sea, pues tenemos libre albedrío). Y la fuerza de su poder, que parece no existir como tal poder, se manifiesta en su solución que induce a nuestra voluntad.
    Así que, en realidad, cada uno tenemos nuestro Dios conforme nuestros valores más íntimos y arraigados, que nos dice lo que debemos hacer y al que accedemos por la Fe. Tal vez quien carece de la fe, toma la imagen y semejanza de Dios, y muestra verbalmente su voluntad con un gesto de autoridad (o autoritario). Por el contrario, quien tiene fe deja y da tiempo a que Dios actúe y se manifieste; y él encuentra soluciones, bajo cualquier marco social, donde otros no las hayan. Y cuando es reconocido por el entorno social lo lidera - es el caso del Rey Arturo, por ejemplo.
     El marco social sería el conjunto de ideas que nos hacemos para encontrar una solución aceptable a un problema - ya sea personal o colectivo - y que actúan con un factor limitante frente a una solución cualquiera o arbitraria. Y si los factores limitantes son democráticos - dentro de ese espíritu de la Constitución - es porque nuestro pensamiento lo es. Y si los factores limitantes no son el bien común sino intereses personales, entonces, entramos en el terreno de soluciones interesadas (todo ello se elabora en la esfera de lo íntimo)
       Si a ello nos atenemos podemos concluir que la democracia, en razón al marco social en que se basan nuestras ideas - y al carácter que nos ha forjado la sociedad - determinará si realmente creemos en valores democráticos o no -  mucho más allá de que respetemos las formas y maneras en nuestros actos - y ello señalará si estamos en condiciones de defender los valores democráticos en cualquier circunstancia - porque creemos firmemente en ellos - o por el contrario es todo apariencia y solo defendemos nuestro interés particular; pues las preguntas que lanzamos al cielo están formuladas desde ese marco social (seamos consciente de ello o no) y la respuesta que nos devuelva será acorde con esos factores limitantes que nos hacen formular la pregunta o la petición. De ahí que se considere que el Dios de una persona, o un pueblo, pueda ser de facto superior a otro dios de otra persona o pueblo; y dentro de la misma sociedad se considere que Dios nos ha escuchado o no - aunque es bien sabido, por otro lado, que el ser humano occidental es el único capaz de matar al Hijo de Dios a sabiendas;  o a cualquiera que traiga un mensaje esclarecedor, como le ocurrió a Buda en Oriente.
        Es más, si concebimos que nuestros conocimientos, y nuestra voluntad  (soy el que soy) nos da todo lo que deseamos, con el sólo límite de otros que también proclaman "soy el que soy", aceptaremos que siendo poderosa nuestra voluntad ¿para que creer en un Dios? Por lo que cabe deducir que es Schopenhauer, con independencia de todo, en alguna medida era un soberano ateo (o no) Por lo que es posible concebir que el ateísmo imperante halla sus raíces en la fortaleza de la voluntad de los ateos, y que por imagen de la exhibición de Dios ante Abraham - obligando a matar a su hijo - pueden no respetan los derechos de terceros - por estar estos derechos de terceros ajenos a su voluntad soberana - tan potente, su voluntad, como la de Dios.

    Una cosa es la idea de Dios que nos forjamos como Universal, y que respondería a la pregunta formulada en el el título del artículo de: ¿Que es Dios? (haciendo referencia a las leyes del cielo, que todo lo gobierna) y otra cuestión diferente es la asunción del rol de Dios, que hacen algunos hombres (y mujeres) desde su liderato, en cualquier circunstancia, y que responde a la cuestión del mismo título y que dice: ¿Quién es Dios? (o cómo ser Dios, es decir: dominar las leyes para gobernar en la Tierra e imponer nuestra voluntad). Pienso que: Mientras el pueblo tiende a estar cerca de las leyes del Cielo, los gobiernos y autoridades, al menos en el pasado, están más cerca de la idea de ¿Cómo ser Dios? o dicho de otro modo: Cómo dominar las leyes de la Tierra.. (De ahí que me sedujera la idea de que Suárez fuera duro con los de arriba y no con los de abajo... algo que no hemos vuelto a ver, más bien todo lo contrario).

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