Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

Atribución-No Comercial (CC BY-NC) Cc-by new.svg Cc-nc.svg

Translate

Translate

viernes, 4 de enero de 2019

El Catolicismo y el Feminismo: Tal vez, algo más que un cambio de paradigma.



Este año comienza, expresando  como en todos los cambios de año o de ciclo – nuestros anhelos en forma de buenos deseos; es el momento donde todos tendemos a sintonizar en busca de un bien particular que se convierte  - una vez sumados todos los deseos particulares – en un deseo común de que no sólo nuestros deseos se cumplan sino también los deseos de los que amamos, también de aquellos que nos rodean; y entendemos, incluso, que los deseos de aquellos que nos cruzamos por las calles del barrio o de la ciudad (y en los que a veces reparamos en su aspecto, pensando si estarán llevados de alguna preocupación – que suele ser lo común – o de algún pensamiento en su quehacer cotidiano, o simplemente absortos en pensamientos tal vez inconscientes en los que siempre nos tiene entretenido nuestro cerebro de una u otra manera, seamos o no conscientes de ello) también se les cumplan; pues concebimos que, seguramente, sus deseos sean muy parecidos  a los nuestros, muy similares, muy sencillos y tan genuinamente ingenuos como los nuestros, al punto de sólo poder realizarse en el ámbito de aquello que es simbólico y común para todos nosotros; es como si rezáramos todos al mismo Cielo deseando para todos el mejor de los bienes posible (aunque lo expresemos en forma de: Que me toque la lotería, o que los hijos encuentren trabajo, o que este año también llegue todos los meses  a “fin de mes”….).
En el artículo “Qué nos traerán los reyes magos para este 2019” ya anticipé, de manera indirecta, que la Iglesia Católica es realmente la Iglesia Universal (esta afirmación la he realizado en varias ocasiones y ahora vuelvo a hacerlo una vez más, aunque probablemente no como tal vez desearan los seguidores más fieles de la doctrina) y sin embargo, sólo por el esfuerzo milenario que realizó durante siglos y siglos en recopilar símbolos de otras religiones, adaptarlos e integrarlos a su doctrina y luego plasmarlo en un calendario lleno de símbolos en sí mismo, ha conseguido ser tan Universal, tan Católica que difícilmente podrían aceptar públicamente la enorme obra, cargada de símbolos, que han sido capaces de construir y que tienden a pasar desapercibidos para la inmensa mayoría de las personas que los ven diariamente en sus iglesias o catedrales; e incluso pasan desapercibidos, los más esenciales, a aquellos que consideran haber sido capaces de definir qué es una religión y con ello delimitar cualquier creencia y sostener, desde la perspectiva de un materialismo científico, que sólo ellos portan un verdadero acercamiento a la verdad, mucho más real de lo que al respecto cualquier religión pudiera acercarse, incluida la propia de su cultura. Este artículo de hoy pretende ir más allá de lo que comúnmente se entiende por religión y mostrar que lo que el Ser Humano es capaz de construir o ingeniar puede acabar siendo un reflejo tan fiel de nuestro universo astronómico como de nuestra propia sociedad. En ese sentido va el esfuerzo de este artículo que pretende aproximarse a la capacidad y versatilidad de la naturaleza humana cuando es creativa, e incorpora a esa creatividad los conocimientos que posee de manera honesta y leal.
La Iglesia Católica incorporó a las diosas lugareñas de las comunidades (en las que se instalaba como instrumento vertebrador y socializante del poder económico y político del momento). Parece probable que Isis fuera la diosa que sustituyera al símbolo betílico que un principio representaba la fertilidad de un valle o una comarca. Parece que resultara inevitable que, una vez conocida la vinculación que existe entre sexo y procreación, se generara una mitificación de esa “varita mágica” capaz de generar vida. Pero pronto verían los políticos de entonces que el bienestar construido por medio de una estructura comercial, urbanística, sanitaria, defensiva, y urbana, tenía que lidiar con fuerzas no dependientes de la voluntad masculina de entonces (la fuerza betílica, como símbolos de fertilidad controlada y organizada en la propia tierra de labor: Si no se siembra no nace ni se cosecha; y que manifestaba la voluntad calculada y planificada del hombre sobre la fertilidad del entorno natural con el fin de procurarse bienes con los que sostener a las familias y habitantes de una población o ciudad; pero todo ello cedía ante la fortaleza genuina de la feminidad: La propia Naturaleza es más fuerte que la voluntad masculina de “controlar y ordenar”. Ese símbolo betílico iba más allá y mostraría, probablemente, el dominio del varón, sin cuyo falo, la hembra jamás pudiera concebir vida nueva, por mucha fertilidad que hubiera en su vientre). El betilio, como poder supremo, se simbolizó en el cayado, en la vara de mando. La fuerza emergente a dominar fuera Isis, la Diosa femenina de la fertilidad, que expresa la fuerza vital incontrolada e incontrolable y promiscua (tal vez hasta la crueldad) en la condición de lo femenino de la Naturaleza.  La solución Católica fuera la Virgen María sustituyendo a Isis en todos los templos y en cualquier lugar donde un símbolo femenino emergiera como manifestación de la exuberante fertilidad de las tierras; fertilidad que habría que ordenar y reconducir hacia lo útil y provechoso para una comunidad, con el fin de que esta prosperase económica, social y políticamente.
El símbolo excepcional del Catolicismo, en el que técnicamente es Cristo Jesús el guía masculino, es la incorporación de la Virgen María – guía de lo femenino y aparente motivo de disputas teológicas de gran altura al punto de ser el eje central y probablemente real, de las divergencias entre los protestantes y los católicos, pero que pudieron expresarse de manera simbólica por medio de las teorías y dogmas religiosos, y también se expresaron desde la vertiente económica, tal vez por ser la vertiente económica el ataque que más duele a toda organización que precisa de una vertiente terrenal para su sustento: Las prerrogativas económicas de la Iglesia Católica asegurando que pagando dinero se podría alcanzar, finalmente, el Cielo - pues las implicaciones conque el símbolo mariano afecta a la psiquis de los roles masculinos y femeninos es tan determinante que termina por afectar al comportamiento de la sociedad y adquieren manifestaciones, en especial en las prácticas jurídicas, de gran calado en el ordenamiento social de manera tan decisiva que hay que ser católico, o venir de una cultura católica, para entender los axiomas “emocionales” que rigen nuestra sociedad por el simple hecho de alcanzar la mujer la cualidad de madre, cuando es ejercida esa cualidad de manera efectiva; y cuya dignidad y prerrogativas no posee la condición de mujer hasta que alcanza esa dignidad social plenamente.
Tal vez se pudiera constatar que, aun por encima del culto a la Diosa de la Fertilidad (dominada en el Catolicismo al hacerla Diosa-Madre - con la condición de ser a la vez Virgen - de un superhombre que alcanzaría la condición de Dios – una vez muerto en tortura y sacrificio – y adquirir por ello la condición postrera de inmortal; haciéndose ejemplo de camino y guía para todo Ser Humano que desee alcanzar la plena inmortalidad) siguiera existiendo un patriarcado dominante en el ámbito religioso, económico y jurídico cuyos poderes emanaban del Rey y por tanto del Dios-Padre. Es decir: Se consiguió desde el Catolicismo un dominio simbólico de las fuerzas de la Naturaleza (se entiende que representada en la naturaleza femenina) otorgando a la mujer la legitimidad de ser reina y, por tanto, de que su palabra fuera ley (es decir: no sujeta a más disciplina que la del patriarcado que ordena el orden social y religioso; y no siempre a ella subordinada por razón de ser singular en su condición femenina) e intentando lo masculino que, al menos, se “conservaran las formas” (que al parecer resulta ser a la postre lo único esencial cuando se verifica, una y otra vez, que las leyes de la Naturaleza que gobiernan la condición humana pueden ser mucho más potentes que cualquier norma legal que el patriarcado quisiera imponer en una sociedad. Es decir: El patriarcado precisaría, a la postre, aceptar la condición plena de la mujer – en todos sus aspectos – siempre que se sujetara a una versión de lo conveniente y prudente). A diferencia del protestantismo, donde el patriarcado se manifiesta de manera plena y sin rival femenino, el Catolicismo reconoce la naturaleza de lo femenino, la asume y encauza en una función social para la cual es precisa – a diferencia de en el protestantismo – mediante la Confesión del pecado. Es decir: El Católico acepta el pecado y la redención del mismo mediante un proceso de constricción; por lo cual, al ser un procedimiento estándar y establecido, el católico puede acabar en la tendencia de incorporar el acto de pecar a su vida cotidiana de manera consciente e incluso calculada, pues existe procedimiento redentor – algo que parece inaceptable en el mundo anglosajón. Al dar el Catolicismo rango de Reina, prácticamente Diosa, a la Madre de Dios acaba por tener que aceptar a toda la condición de la naturaleza femenina (con todas sus debilidades) (y en consecuencia la masculina, pues son hijos de la madre y consecuencia de sus actos voluntarios o involuntarios o circunstanciales para sobrevivir – no en balde, recientemente, la ciencia médica que intenta explicar las conductas mentales humanas afirma que “todos los trastornos” que se padecen provienen de la conducta de la madre) y tienen que “salvar”, cada una de esas debilidades propias de la condición humana femenina - de los ataques de quienes cuestionan tanto la virginidad como la pureza o como la actuación exclusiva de la tercera persona divina - mediante dogmas y misterios, quedando encriptada la visión “real” de lo que pudo suceder en realidad - luchas de poder o intereses políticos - a la capacidad de comprensión que pudiera otorgar la experiencia de la vida real de los propios católicos y de su propia condición humana. Y sin embargo, lo que se pudiera entender o interpretar de lo expresado, sigue manteniendo un fondo espiritual de extremada fortaleza en las psiquis humanas que adquirieron estas creencias y desde ellas construyeron sus vidas (pues la mente humana, en esencia, es plenamente plástica y está dispuesta a aceptar desde la infancia todo tipo de reglas y verdades y las incorpora a sus creencias de manera efectiva – aunque entren en conflicto con su propia naturaleza de condición humana – esas contradicciones son las que, probablemente, dan orígenes al fenómeno de la “represión” y “de personas y personalidades reprimidas” y en consecuencia y como reacción: a la “liberación”, y el “des-engaño” y, en el pasado, a la profusión del ateísmo o anticlericalismo; pero también pueden dar lugar, si no se cuestionan ordenadamente, al autoritarismo, la imposición, la rigidez y la intolerancia – se sea ateo o no. De ahí la apuesta por separar definitivamente a la religión de la condición de “ciencia” de conocimiento a no ser a partir de la mayoría de edad en algunos países de nuestro entorno, como medida previa para una vida más ordenadamente saludable; y sin embargo con ello, si se lleva al extremo de ignorar la religión y su papel psicológico, se puede llegar a privar de ciertos recursos espirituales que la mente pudiera precisar para “salvar” las etapas más duras de la vida y la condición humana).
Si bien han convivido en nuestra sociedad católica el patriarcado y el matriarcado, ambas se han mostrado como repuestas para el ordenamiento social desde una perspectiva católica y aceptándola como tal catolicismo que es capaz de incorporar la naturaleza femenina y darle un “marco” socialmente aceptable sin que pierda toda su genuina naturaleza – aunque los equilibrios para ese fin de enmarcarla socialmente, en algunos casos, sean complejos y difíciles – por ello siempre se busca que exista el “procedimiento” de la confesión como resultado de una constricción hacia la sociedad, y concebido en el catolicismo como Sacramento de la Confesión, pues en caso contrario se pudiera percibir, no solo una falta de arrepentimiento que pudiera poner en duda la existencia de una voluntad de reconducir los actos propios – interferidos por una condición humana cuyos efectos son difíciles de contener (como muestra la tarea cinematográfica del director de cine español Almodovar, que tanta permeabilidad ha conseguido en la opinión pública anglosajona, y tanto ha fomentado y potenciado el feminismo en ese ambiente, mostrando que la actitud del catolicismo tiene sólidos fundamentos cuando reconoce plenamente la condición femenina) si no que la falta de esa confesión pudiera traer otras consecuencias más graves para la sociedad, como podría ser la de concebir que los actos no confesados formaran parte de una determinación personal que se muestra como alternativa real al ordenamiento social establecido, y por tanto lo pone en cuestión sin más alternativa que la misma naturaleza de la propia condición humana; es decir: El caos que se derivaría del sostenimiento del capricho o la apetencia ocasional como guía de la propia conducta, y quedando este sometimiento a la apetencia sin guía ni orientación para esa reconducción hacia un orden personal basado en el sostenimiento de unos principios y valores a los que nunca se halla de renunciar por mucho que se infrinjan. Permitir un desorden en origen de la condición femenina de esa magnitud podría entrañar la desinstalación de tabús esenciales, de naturaleza sexual, que podrían perjudicar el orden familiar generando una desestructuración en la sociedad difícil de reconducir y de consecuencias proyectadas hacia el futuro por medio de los hijos concebidos en esos ambientes (prueba de la necesidad de límites fue el impulso intentado en España, en ambientes culturales, de amparar la consecución del incesto como medida terapéutica para combatir la insatisfacción personal de lo femenino (e incluso de lo masculino) mostrando así la superioridad de la condición femenina respecto a lo masculino, y parece ser que esas voluntades de infracciones a la conducta moral pudieran sostenerse, al menos teóricamente, por iniciativas feministas radicales para sostener la misma actitud de derribar barreras morales con menores.
La experiencia de la guerra civil en España (y probablemente de la guerra mundial en Europa) trajo situaciones traumáticas que se proyectaron también sobre los sectores más vulnerables (la mujer por su condición femenina y los niños por su indefensión) dejando su huella adversa hasta el presente por medio de los hijos y los hijos de estos. 
No basta con que una generación completa acceda a la cultura en plenas condiciones de bienestar, si no que creo que se precisaran al menos tres generaciones seguidas para que el avance social en materias de respeto a la integridad de las personas personas (reconocido en las constituciones occidentales) fuera un ejercicio cotidiano incorporado a la condición humana. 
“Salvar las apariencias” se pudo convertir en un ejercicio social de primera magnitud tanto a nivel político como familiar. Una vez trasgredidas las normas el objetivo es ése precisamente de “Salvar las apariencias” y, ello, en determinadas circunstancias político/sociales se puede llegar a convertir en el asentamiento de una “verdad oficial”  y el consiguiente devenir inmediato resumido en el dicho de tener que “comulgar con ruedas de molino”. Si bien aceptamos que el error forma parte de la acción humana – y por consiguiente se ha de aceptar una “rectificación” que sigue  los pasos o fases señaladas – no parece menos cierto que en ocasiones la “rectificación” pretende, en sí misma, ocultar el verdadero origen del “error” y en ello - siguiendo la costumbre consensuada socialmente de “mentir” para salvar apariencias - se impulsa una “verdad” “oficial” que  “salva las apariencias” y a la vez mantiene la mentira y el engaño. Al ser este procedimiento costumbre social, no solo afecta al mundo de la política y de las relaciones formales cuando sea un recurso necesario en el devenir de una institución, sino que puede afectar, y de hecho lo hace, en ambientes más cotidianos como los familiares.  En este sentido pongo un ejemplo de una descripción psicológica de una mujer y cómo el efecto de su experiencia vital afecta a su conducta social y cómo es recepcionada esta conducta por la sociedad (y que expreso por tener un componente almodovariano evidente).
Aunque de por sí, de manera natural, percibimos en las personas las afecciones que han podido influir en la conformación de su carácter, y por ello somos capaces de determinar que una persona parece fingida o que sostiene doblez en la conducta, no siempre sabemos atribuir la causa de dicha afección que se muestra abiertamente, pero sí sabemos que existe una causa para esa conducta que presenta tal “máscara” o “tic”. Una persona, siendo consciente de su “máscara” desde su juventud, era incapaz de exponer la causa de tal conducta y ponerle el remedio adecuado. Un rasgo de naturaleza sexual podría revelar la causa de dicha máscara, de dicho tic psicológico. La persona manifestaba el deseo en una fantasía sexual. Manifestar dicho deseo sin motivarlo llevaba a preguntarse por el motivo del mismo. Repasando su entorno familiar se pudo conjeturar que podría ser un problema que viniera ese entorno. Y de ahí podría venir ese deseo en revivir para “normalizar” esa experiencia que no verbalizaba.  El hecho de no verbalizar la situación de origen podría acabar comportando otras situaciones mucho más complejas que terminarían por afectar a sus futuras parejas y a sus hijos más adelante. Pero tuvo un amparo: Había alcanzado la condición de madre en un entorno católico.  No conociendo la sociedad circundante la naturaleza de esos tics agresivos, acabaron por aceptar que fue producto de mala experiencia generada por quien ella señalara - nunca descubrirían que la experiencia nefasta se generara en un entorno familiar diferente - ella misma se encargó de ocultar dicha circunstancia toda la vida y buscar un responsable que cargara con semejante carga a los ojos de la sociedad; al fin y al cabo la propia familia era su única referencia vital y lo esencial a proteger.
  La revolución feminista, que parece haberse desarrollado e invadido todo occidente, pudiera haber sido sembrada, de manera decisiva, por el cine español – al menos pudo poner un hito decisivo para comprender que la aparente arbitrariedad femenina obedece siempre a razones cuando estas son expresadas abiertamente (que no suelen serlo, salvo por la confesión católica o psicoterapéutica) y que deben de ser des-encriptadas para ser entendidas plenamente y que suelen obedecer a situaciones de des-estructuración familiar producida por escenas de cierta forma de violencia que no respeta el ritmo natural de las personas en sus etapas infantiles y de pubertad, ni ha recibido el apoyo adecuado, o el ejemplo necesario, en el momento oportuno para que los valores innatos y los valores que puede reconocer los jóvenes en sí mismos, e incorporar a su rutinas vitales, afloren de manera ordenada y eficaz guiando sus propias vidas. Ese desorden acaba produciendo efectos, de distinta naturaleza, y se acaban por trasladar a los hijos; de ahí que la ciencia de la mente asegure en el presente que el origen de los trastornos, en la actualidad, es originado por la madre; y de ahí la necesaria protección que precisa la condición femenina para que esta se desarrolle de manera plena y sana, pues su impacto en los hijos es percibido, en este momento, como definitorio de la salud mental, y de ahí el apoyo que precisa de toda la sociedad.
Sin embargo, aun se puede realizar una lectura más de esta revolución de lo femenino reclamando su lugar en las sociedades occidentales; y para ello vuelvo al ejemplo Católico en su relación con lo femenino y lo que esta condición representa como expresión de las fuerzas creativas y destructoras de la Naturaleza. Ya en otra ocasión me referí a cómo en mi país, los betilios delimitan el valle del Ebro, y en su punto central se alza una basílica consagrada a la fertilidad de esa Naturaleza que brinda cosechas de cereales, frutas, verduras, hortalizas que aun siguen siendo imprescindibles para el sustento básico de las sociedades (sin ellas nada se puede concebir: ni economía, ni cultura, ni saber, ni sociedad). Señalé que el cristianismo, en alguna medida, muestra el camino del mandato divino de subyugar la Tierra para la prosperidad del Hombre. Y sin embargo el paradigma cambia (y los católicos ya estaban sobre él). El Hombre, en este momento, no puede seguir subyugando, ni forzando la Naturaleza como ha venido realizando hasta ahora, para beneficio propio (y menos de la misma manera en como ha venido actuando con la mujer o la madre: existe analogía, o al menos yo la veo); en este momento está poniendo en peligro, de persistir por ese camino, la propia existencia humana (su salud y viabilidad presente y futura) con un modelo de producción que enferma la Tierra.
Si bien en las ciudades, gracias al desarrollo del comercio y el abastecimiento de materias primas, hemos sido capaces de despegarnos de cierta “realidad” cotidiana y adentrarnos en la esfera del ocio, del pensamiento, del arte, de la reflexión empírica y teórica que ha impulsado este sistema económico en el que vivimos; también es cierto que en los ambientes rurales se sigue pegado a esa realidad de la propia naturaleza y sus normas básicas. Y sin embargo nos vemos afectados en las ciudades por la contaminación que nuestras industrias, e inventos, generan en el ambiente; y en los pueblos y lugares rurales también hemos contaminado algo más invisible: el agua. Estamos en una situación que se acerca al límite y en vez de ser determinantes en nuestra respuesta para proteger nuestro entorno Natural (proteger lo femenino que rige la Naturaleza que nos rodea) nos ponemos a cuestionar si no será mejor ignorar el peligro y persistir en una economía teórica que nos ha dado riqueza, hasta ahora, a base de envenenar y deteriorar el medio natural y sus propiedades regenerativas. 
La respuesta del Feminismo se me antoja como clamor que pide respetar lo que hasta ahora no hemos respetado como Hombres: La condición femenina de la Naturaleza y de sus reglas y leyes que permiten la subsistencia de la sociedad Humana. Hemos seguido las normas y leyes bíblicas pero estás interpretaciones en algún punto parecen necesario revisarse. La Diosa-Madre, expuesta sobre un betilio señala la unión de lo masculino y lo femenino (al igual que la estrella de David es símbolo de unión de lo masculino y lo femenino – el triangulo con la cúspide hacia arriba es símbolo del Dios Padre, pero con la cúspide hacia abajo símbolo de la Diosa Madre; y la estrella de David une dichos simbolos. Y no estoy haciendo un recurso arbitrario a este símbolo hebreo: Ibri, Ebrates, Ebro). Si hasta ahora lo femenino podía ser sometido a la voluntad de ordenar de lo masculino, ahora lo femenino se hace imprescindible de atender para preservar la Tierra. Y si queremos ser efectivos en esta tarea tendremos que estar dispuestos a que sea prioritaria – incluso subordinando otras cuestiones políticas a las que estamos muy apegados, como lo pudiera ser la Historia como instrumento de Derecho y pertenencia a un territorio determinado. Si el objetivo es preservar el territorio, la política de los Estados se deberá configurar desde una perspectiva ya no histórica sino Natural; la nueva configuración política debiera ser la de la eficiencia en la gestión del territorio por encima de los pretendidos derechos históricos que nos enfrentan arbitrariamente.  Y la unidad natural territorial es la cuenca hidrológica. Los cambios que se avecinan han de ser profundos, si queremos que sean eficaces; como deben de serlos los cambios sociales que están promoviendo las mujeres. 
Ambos retos (Feminismo y conservación del Medio Natural) son, en cierta manera, el mismo reto. Y el papel de la iglesia será decisivo.



No hay comentarios: