Desde
hace ya unas semanas (escrito ya hace un tiempo), empecé a convenir, conmigo mismo, que el rasgo
transversal que pudiera definir a nuestra sociedad occidental – en el más amplio sentido del término
occidental – pudiera localizarse bajo una especie de premisa que
contemplara el “uso y administración” de la violencia o la violentación de las personas. Como la cuestión del
empleo de la violencia parece un fracaso en sí mismo, pues concibo que las
razones, o los razonamientos sinceros, debieran ser capaces de ser punto de partida a aceptar y analizar (que no se deben ignorar, o negar, o no considerarse valiosos puntos de partida, en vez de obstáculos), para desde ahí reconducir
cualquier situación, siempre que se sepa conducir y reconducir las situaciones
de antagonismo (y creo que en Occidente, en general, existen conocimientos suficientes para reconducir
cualquier situación desde el diálogo) siempre que se atienda a las “causas reales y de
fondo” que la hacen posible; pues de esa manera podremos siempre observar el
verdadero origen “íntimo” del “malestar” y con ello, estamos en condiciones de
presentar alternativas suficientes para reconducir cualquier situación por
medio de compromisos que hacen posible la convivencia social y las soluciones
“no violentas” a cualquier problema que se nos presente (por medio de estos esfuerzos para preservar el entendimiento, somos
capaces de verificar si existieran factores “objetivos” que estimulan el
malestar y la falta de entendimiento, y la razón de ser de los mismos; con lo
cual seremos capaces de ir modificando esos factores – se hallen donde se
hallen – para ir mejorando la convivencia social y con ello ir eliminando esas
razones que parecen existir – de manera aparentemente consensuada – en el uso
de la violencia coercitiva o violentadora como instrumento coadyuvante, y para algunos
indispensable, en el restablecimiento de la paz social o de la resolución de un
conflicto). Un ejemplo que me viene a la mente es el programa radiofónico que escuchaba por las mañanas en Buenos Aires y que hablaba de actos británicos en Argentina y colaboración con las FFAA; y sin embargo proto comprendí que ello, probablemente, no fuera otra cosa que parte de las condiciones de paz impuestas por los británicos.
En
un principio pensé que esta cuestión de “administración” de la violencia” con
fines aparentemente coercitivos para mantener el “orden” social estuviera contenido en el ejercicio de una
visión exclusivamente española, y en consecuencia, propia del carácter español,
de la cual se libraba, por unas u otras razones, el resto de países europeos.
Bajo esa convencimiento subyacente, motivo de reflexión cuando se han dado
situaciones puntuales, en ese sentido, (por
ello siempre he intentando buscar, de manera intuitiva, el motivo real por el
cual se desencadena una acción violenta cuando en las manos del Estado se
hallan todas las capacidades y recursos a su alcance, para determinar las
verdaderas causas e iniciar caminos de resolución no violenta que suelen
implicar compromisos para la resolución del fondo real del problema que hizo
posible el desencuentro). En ese sentido, e intentando buscar la causa real
de ese convencimiento del uso de la violencia he estado receptivo a cualquier circunstancia al respecto.
El
comentario de un suceso histórico en el espacio RNE-R5, hace una o dos semanas
(y que es un programa cuyo contenido se
ha reiterado nuevamente la semana pasada), me llevó a realizar una rápida e
intensiva visualización de la Historia de España en su devenir político de los
últimos 200 años. Aunque la noticia desencadenante fue la autopsia realizada al
cuerpo del General Prim (y que en dicho
espacio radiofónico se pusiera el acento en el temor reiterado a que se
confirmara que fuera asesinato por conjura interna de luchas políticas del más
alto nivel) la afirmación que en el mismo programa radiofónico se realizó
para señalar que, una vez efectuada esa autopsia, el cuerpo parece haber
sufrido un tratamiento en el cual se han borrado los signos de esa violencia
detectada que, dicho General, parece que padeció una ya vez sufrido el primer atentado
y que fueran la causa real del fallecimiento de ese Presidente de Gobierno (signos de ahorcamiento y apuñalamiento que
parecen darse a entender que sufrió el cuerpo horas después de haber recibido
el atentado con armas de fuego y ser socorrido por atención médica). En sí
mismo, dicho programa radiofónico me hubiera pasado un tanto desapercibido y lo
hubiera ubicado como una curiosidad más de la extraña, confusa, violenta y
desconocida Historia de la España del siglo XIX y que la restauración
democrática del 1978 pareció enterrar definitivamente, sobre todo con la
entrada de España en la UE, que acabara con el “proclive” a cualquier tendencia
a conjuras tan propias de ese siglo lleno de revoluciones y antagonismos que
parecen que nos alcanzaron de pleno en los años 30 del siglo XX.
Así
que, como mi ánimo estaba entretenido en hallar las causas de esa violencia (que también trasmite cierta idea coercitiva)
que me parecía que se hallaba exclusivamente en el carácter español, el
programa radiofónico sobre Prim me llevaba, irremediablemente, a curiosear por
la Historia de España empezando por el mismo Prim, del cual sentí profunda
decepción (cuando verifiqué que él mismo
había poseído e incorporado a su proceder vital la violencia como forma de
resolución de conflictos – como parece que era de esperar en un personaje que
desde joven se vio encaminado a participar de batallas y guerras del momento en
la propia península y posteriormente en ultra mar; y que también llegara a
despreciar, en su “código negro”, a la raza negra cuando esta reclamaba abolir
la esclavitud en territorios españoles en América) primero porque se
consideraba un progresista, pero era un progresista violento, lo que me
permitía seguir considerando que la causa de esa violencia adherida al carácter
español aún se hallaba incrustada transversalmente en la sociedad política de
ese momento; por lo que seguí curioseando hasta principios del siglo XIX para
intentar deducir cual era el ambiente político en las altas esferas españolas
de aquella época. La idea que me transmitió la lectura, en una primera
impresión, es que Napoleón fue capaz de “instrumentalizar” las rivalidades
internas de nuestro país para convertir a España en campo de batalla en el que,
tanto ingleses como franceses, se “midieran” (con el propósito inglés de extraer enseñanzas militares que le serían
útiles para derrotar la “revolución” francesa sobre el suelo europeo,
determinando el futuro de Europa sin la figura de Napoleón) y, a la vez,
aprovecharon la ocasión para ir destruyendo la incipiente industria española,
acabar con su Armada y desestabilizar las colonias en América. Uno de los
objetivos de Napoleón era, como lo fue de la Alemania de los 30, y como lo es
para cualquier potencia que desea mantener una política económica favorable a
sus intereses en Europa (como lo fue de
Inglaterra en su momento, con éxito
que llega a nuestros días), controlar el tráfico marítimo en el
Mediterráneo, y consecuentemente controlar Gibraltar. Todas estas pugnas entre
naciones y sus intereses particulares parecían haber encontrado un camino y
cauce de entendimiento que parecía eficaz con el proyecto de la CEE y la
posterior UE, y sin embargo el proyecto europeo también se halla, en estos
momentos, cuestionado y las razones de la violencia (que inevitablemente portan las ideologías excluyentes de cualquier signo)
parecen emerger nuevamente como fórmula aceptable para la resolución de
conflictos por medio del marco de ideas y símbolos que representa la idea del
Nacionalismo; y esta solución violenta se viene expresando con la aparición de
partidos que cuestionan las libertades que el progreso de la Democracia, en el
proyecto europeo, señalan como territorios de derechos a consolidar.
Por
ese motivo realicé, también recientemente, una inmersión en los “mensajes” que
venimos recibiendo a través del mundo anglosajón – pues vengo sosteniendo, en mi convicción personal, que es ese mundo
quien pudiera sostener ese principio de violencia inherente y necesaria que se
opone a las políticas de la EU de resolución de conflictos por medios “no
violentos” y, consecuentemente, si mi persona estuviera en “acierto” respecto
de mi propia visión, ésta mi propia visión pudiera verificarse, en alguna
manera y forma, en los “mensajes” que el mundo anglosajón y la industria
americana sostienen por medio de sus películas cinematográficas que inundan el
mercado occidental y, consecuentemente, tienden orientar y jerarquizar los
valores que nos transmite la potencia mundial que rige los destinos económicos
y políticos de la cultura que llamamos occidental; y que es la cultura a la que
la UE y España pertenecemos, inevitablemente, tanto por cuestiones geográficas
como culturales – mientras que a la vez leía un libro escrito por
Varoufakis (el ministro griego que se
pudo de moda durante la crisis en el país Heleno) y que me había caído en
la mano accidentalmente. Lo “devoré” en
un par de tardes y aún inicié una segunda lectura para intentar determinar el
grado de “contaminación” emocional que pudiera portar el autor como crítica
adherida (y probablemente inevitable)
hacia una “teoría económica” que sostuvo en progreso la economía mundial hasta
que estalló en 2007 y 2008. Realmente sí que existe “contaminación emocional”,
al menos así me lo parece, pues si bien aporta elementos lúcidos e inteligentes
para un análisis crítico y divertido, por las ironías que incorpora describiendo
el sistema anglosajón - el utiliza un término algo diferente pero
coincide con la visión intuitiva (nunca me había puesto a reflexionar
seriamente sobre la existencia, o no, de un sistema tan estructurado, y sin
embargo, Varoufakis lo confirma, produciéndome autoestima) de dominio económico
de los EEUU y UK (y en consecuencia dominio político en alguna manera y forma determinante)
- no parece “ponerse en el lugar” de la propia potencia Norteamericana – ni de su prima UK - con el fin de que,
como toda potencia, intentara encontrar caminos hacia una perpetuación pacífica
de su sistema que le evite la contemplación de soluciones tan expeditivas como
las que se vislumbran con el renacimiento de los nacionalismos en occidente y
que parecen ser consecuencia del “fallo” en la hipótesis de “economía
perfecta” que concibió el mundo anglosajón (si
es que realmente hay fallo o simplemente no es otra cosa, como a mí me lo
parece, que una teoría con un recorrido previsiblemente corto y adverso, que ahora
se expresa, contundentemente, por medio de una crisis “controlada” y
localizada, en su disconformidad con la política de “no violencia” sostenida en la
UE y expresada, con claridad, en el problema ucraniano o en el acercamiento
anterior, de la UE, a Rusia, con el aparente fin de ir limando asperezas)
que ha permitido la estabilidad de la CEE y la posterior UE; o de simplemente
la renuncia a seguir sosteniendo el proyecto de crecimiento y desarrollo de la
UE, como parece que es lo que asevera el Presidente Norteamericano Trump (una vez verificado el fallo del sistema
económico ideado como perfecto). Sin
embargo, Varufakis aporta datos, que de realmente ser ciertos (y lo parecen al ser datos aparentemente
objetivos – algunos de los cuales señala), parecen indicar – y no es que lo diga expresamente el autor,
sino que me lo induce a pensar la lectura - que la economía anglosajona no
es plenamente subsidiaria (o dirigida, inequívocamente)
del poder político del mundo anglosajón (es
decir, bajo principios plenamente democráticos y racionales), sino que basada
en las reglas del negocio y la rentabilidad tiene un margen de
independencia tan amplio que hace
posible (por medio de sus “aciertos” o
“errores”, y que parecen seguir las reglas de obtener el máximo beneficio)
determinar el tipo o perfil de gobernante necesario en cada momento o fase de
la economía Norteamericana (y no
viceversa – pues así lo deja entre ver la posición de políticos Republicanos y
Demócratas que se opusieron al populismo de Trump sin ningún éxito); y en
este caso el perfil de Trump fuera el idóneo en este momento para iniciar (o intentar iniciar) el cambio de
paradigma que pudiera haberse concretado su inicio, creo que señala Varoufakis en
1997 cuando se concediera el Premio Nobel a dos técnicos que dieron la
cobertura (al desarrollar una fórmula pionera para la tasación de opciones financieras; Myron Scholes y Robert C. Merton en 1997 fueron laureados con el Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel por elaborar un nuevo método para determinar el valor de los productos financieros derivados. Años más tarde, formaron parte del fondo Long Term Capital Management (LTCM). En 1998, este fondo perdió 4.600 millones de dólares y tuvo que ser rescatado por el Gobierno. En 2000, estaba cerrado.) haciendo posible que se hicieran realidad productos tóxicos (garantizados con una fiabilidad que hacía
posible su tratamiento como dinero efectivo), aunque que portaran un 20% de
deuda irrecuperable (valorados en 500 mil
millones de dólares) y que hizo posible una burbuja económica, descomunal,
de 40 billones de dólares (dando idea,
ese impacto final, del volumen de negocio que pudieron suponer esos productos
en el mercado bancario). El intento de “convertir el plomo en oro”
volvió a fallar – por ello creo que deberían tomarse en serio todos los
economistas que la avaricia, la ambición o la codicia, cuando priman en la
administración económica, siempre ponen en riesgo empresas de toda índole y en
este caso lo hizo con el “Plan Global”, - difícilmente se puede tomar esa
posibilidad alquímica como real si no se ubica, primero, en el entorno
espiritual, es decir, en el moral y ético. El sistema de doble déficit
sostenido por los EEUU (el déficit
presupuestario y el déficit de la balanza comercial - puesto que la economía de
los EEUU se alimentaba, según explicaciones de Varoufakis, a través de la
inversión de los beneficios que proporcionaban las industrias de todo el mundo
occidental – se calcula que retornaba el 70% de los beneficios generados - tanto
a la City de Londres como a la bolsa de New York) da la impresión de ser la
única fórmula que daba autonomía a las economías de los aliados (incluidos la Alemania y el Japón vencidos de
la II Guerra Mundial) sin someterlas a una rigurosa subsidiariedad
comercial que hiciera imposible el desarrollo económico de occidente (y por tanto hizo posible que siguiera
vigente la libre iniciativa y el libre comercio que es el principio liberal por
excelencia).
En
este momento, mi tesis es (y sigue siendo)
que la crisis es el resultado de un desencuentro en estrategias políticas para
el avance y desarrollo de la Democracia en Europa y su entorno; en lo que
parece una contradicción en sí misma, pues es difícil concebir que un país como
Alemania – derrotada en la Guerra por su
nacionalismo extremo, belicoso, imperialista, excluyente, criminal y
autoritario – pueda ser impulsada generar una proyección de la Democracia (en sí misma o) en Europa por
medios belicosos sin contradecir, o acabar evocando como “realmente correcta”,
una situación histórica similar por la que fue “castigada” y dividida durante
más de 40 años. Cuando EEUU afirma que “USA Primero”, no está diciendo otra
cosa que asegurar que no va a comprar los “excedentes” de producción de sus
aliados (que es lo que permitía hacer su
doble déficit), con lo cual el horizonte que se vislumbra, ante la
incertidumbre, es replegarse (e ir
cerrando puertas) y sin embargo, no
reflexionamos sobre el motivo último de la necesidad del mundo anglosajón de
imponer un esquema basado en violencia coercitiva, primero, y luego periodo de
Paz; y esos, sus rígidos postulados, nos lleven al peligro de tránsito por una
nueva etapa de confrontación en Europa (y
cuyos pasos previos – ineludibles según las experiencias ya vividas en la
Historia - son la inmersión en un Nacionalismo desintegrador de Europa que sea
permeable a los principios de belicosidad; y que permitan construir un “otro
siempre igual relato” por el cual los antagonismos nacionalistas europeos son
la causa primera y última de sus desgracias - de las cuales siempre nos salvará
el mundo anglosajón por medio del sacrificio de sus jóvenes; generando de una
deuda, económica y moral, interminable, a la que nunca se puede poner fin).
Parece que esta visión de dominio de la
sociedad se viene a corresponder con una visión en la que se considerara que la
Democracia – como criticaba Sócrates en
palabras de Platón – es, exclusivamente, seguir al más fuerte y en ese
seguirle convertir sus intereses en nuestros intereses; pero encontramos en
ello un obstáculo que hemos viniendo observando en el desarrollo de cualquier
Gobierno: La fuerza, por sí misma, no soluciona nada, y siempre hay que tener
un razonamiento y un contraste de opiniones que permitan vislumbrar el mejor
camino posible para trazar un rumbo común, lo más consensuado posible (que es lo que llamamos Democracia); pues
si una vez vislumbrada una meta se intenta abreviar con violencia (en donde no existe violencia) nos
encontraríamos que precisamos recorrer un trayecto que vulnera los mismos
principios que decimos defender. Y en ese sentido, la Democracia no es una meta
a alcanzar en un futuro, sino permanente meta diaria que parece conveniente que
ha de sujetarse a sus propios principios en todo momento; pues de esa manera es
como también se podría definir la vigencia de la Democracia. Con este proceder
se generan hábitos democráticos, no violentos, para la resolución de conflictos
en cualquier escenario y con el ejercicio de estos hábitos aparecen, o tienden
a aparecer las causas reales de las rivalidades o desencuentro o intereses que
hacen posible el conflicto y, con ello, la capacidad de abordarlos con la mayor
franqueza posible y dentro del marco legal que las Democracias se dan para
constituirse como tales.
Desde
el punto de vista internacional resulta inaceptable que un régimen Democrático
pueda transitar hacia otro autoritario por medio de un proceso de tensión de
las normas que acaban haciendo posible la limitación de los adversarios
políticos y llegar a hasta su encarcelamiento. La oposición siempre es
necesaria para contar con las garantías que proporciona la participación de los
adversarios políticos en todo proceso de cambio (Hecho que se ignoró en los años 30 en Alemania, a pesar de ser una
nación culta y tolerante; y que vislumbramos también en otros países
sudamericanos que generan exclusiones desde una perspectiva de izquierdas).
Así mismo no se termina de entender que una potencia Democrática no use siempre
de medios democráticos en la defensa de sus intereses internacionales, como
creíamos que era posible camino a recorrer en las últimas décadas. Existe una
especie de contradicción interna por la cual el liderazgo se concibe, en
algunas latitudes, adherido a una potestad violentadora que se puede ejercer en
nombre de la Democracia y las libertades (aunque
no exista un consenso), con el fin de imponer criterios excluyentes cuya
finalidad última, a veces, es limitar lo que, aparentemente, se dice defender.
De
la observación de los films Norteamericanos parece observarse con cierta
claridad la necesidad que existe en EEUU de justificar la violencia como un
instrumento que se debe aprender a manejar desde la infancia (si excluimos el sin número de fimls que
inundaron e inundan las carteleras europeas consagradas a la necesidad de la
violencia para extirpar o vencer el “mal” en nombre de la libertad y de la
Democracia) podemos observar que en la sociedad cotidiana norteamericana
contempla no sólo la legitimidad de aprender a defenderse a golpes de una
agresión, sino también la aparente conveniencia de pasar por experiencias como
esa, y que parecen estar instaladas incluso en el ámbito familiar como una
cuestión propias de “hombres” que, a su vez, determina, a la definitiva, “ser
un hombre”; y que tiende a señalar la idea de que existe una “violencia
legítima” que se ha de ejercer bajo un criterio de “principios” (en este caso relacionados con la dignidad
propia) que es conforme con la visión de lo que es una Democracia. Tal vez
este principio acabe incluyendo, plenamente, la esfera de la mujer y las niñas,
que aún parece no terminan de dejar de asumir el papel secundario en EEUU (según las relativamente cercanas películas
americanas que así lo muestran).
Desde
este punto de vista podría ser fácil de entender que la visión anglosajona – o tal vez más particularmente la
Norteamericana – llegara a aceptar que la violencia es legítima cuando
defiende principios de “libertad”, y es digna de admiración; pero según el
parámetro desde donde se observe (rebeldía
contra la propia limitación de oportunidades – dando origen a la admiración hacia
bandoleros o atracadores de bancos; rebeldía contra las injusticias políticas o
el propio sistema político – siendo el entorno político siempre blanco de todo
tipo de sospechas y apaños corruptos en muchos films Norteamericanos;
defensores del medio-ambiente que se inclinan hacia un terrorismo; e incluso,
tal vez, pacifistas que buscan medios agresivos o lenguaje violento o
amenazante contra las políticas de intervención militar de sus propios países…)
Todo ello tiene cierta cabida y halo de admiración en un entorno anglosajón
donde la violencia puede llegar a ser observada como el último refugio y signo
de dignidad de una persona en esa cultura. De ahí, tal vez, la inclinación
hacia la admiración por la defensa de las identidades Nacionales en otros
territorios o países – siempre que no surjan en los propios EEUU - y el
agrado en observarse a sí mismos como liberadores de identidades en cualquier
parte del mundo donde se busque la Libertad tal y como se entiende política y
socialmente en EEUU.
Sin
embargo, esta visión no parece que se pueda desvincular del racismo latente (que se muestran abiertamente en films como
Love History, en referencia a los Puertoriqueños – aún siendo Estado asociado a
los EEUU) y que parece venir de lejos
– desde una interpretación inicial de la Constitución Norteamericana orientada
a establecer una igualdad en la condición Humana, pero observada desde la
perspectiva de las élites culturales europeas (donde la burguesía podría concebir que los Derechos estaban asociados,
o más legitimados, en el propio devenir cultural y económico de cada individuo)
y desde esta interpretación se constituyera como modelo social capaz de
transmitir el correcto concepto de Civilización (en contra posición con otras personas, o culturas consideradas
inferiores y salvajes que hay que civilizar o tutelar o eliminar) para
constituir ese paraíso prometido como Nuevo Mundo en lo que se acabaría
conformando los EEUU; y en donde se interpreta la riqueza, a la definitiva,
como designio divino por el cual se puede argumentar y establecer una
superioridad moral en cualquiera de sus actos, siendo el uso de la violencia,
desde esa perspectiva, “legítima” respuesta a la “amenaza” (real o psicológica) a una sociedad así
concebida en sus orígenes. Desde esta
perspectiva se puede concebir que los asesinatos de Abraham Lincoln o Martin
Lucer King pudieran ser respuesta a esa amenaza real y/o psicológica al
proyecto original Norteamericano. Aún – según
la canción de Mecano – preguntar a un policía en Manhattan por el camino a
seguir para ver la Estatua de la Libertad puede despertar “recelo y
desconfianza” ante una potencial “amenaza ideológica” a los EEUU, lo que
muestra cómo esta Nación concibe, desde algunos ámbitos, la Democracia para sí
misma.
De
alguna manera Europa está atrapada en esa contradicción que es en esencia los
EEUU cuando se establece como referente de Democracia para todo occidente, pues
el ejercicio de la violencia, o su legitimación, en razón de defensa de la
dignidad personal o de unos principios o Valores llevan, directamente, al
cuestionamiento de la Democracia y sus sistemas de resolución de conflictos por
medios no violentos – que es lo que se
viene a defender desde Europa, al menos desde la UE. La Democracia en
Europa parece haber evolucionado en reacción a los excesos cometidos por la
influencia del capitalismo en los intereses y razón de ser de los propios
Estados (confluencia de intereses
patrimoniales personales en las clases dirigentes, confundiéndose con los
intereses del propio Estado; potenciación de las posibilidades del desarrollo;
competitividad entre Estados por medio del desarrollo de la industria pesada y
armamentística; y subordinación de los trabajadores a los intereses combinados
de las élites económicas y empresariales que hacen posible un mayor poder
político sobre otros Estados rivales; haciendo posible la idea de subestimar la
naturaleza humana del trabajadores y trabajadoras, haciendo posible la explotación
de obreros y la falta de garantías en sus condiciones de vida; y desde ahí a la
xenofobia o depreciación del ser humano en cualquiera otras razones, apenas hay
un milímetro que recorrer). La sensibilidad en Europa evolucionaba
socialmente – ya a mediados del siglo XIX
aparecen proyectos sociales avanzados (aunque
estuvieran concebidos bajo la idea de desmovilizar a los movimientos obreros).
La
sola idea de establecer una igualdad real entre ciudadanos parece contrariar la
esencia original donde se apoyaba la Constitución Norteamericana – la vinculación existente, que aún parece
prevalecer en el imaginario de su sociedad, entre riqueza personal como
capacidad otorgada por Dios sobre la cual el Estado no tiene “verdadera legitimidad”
redistributiva, da idea de la orientación con que se percibe la idea de la
libertad; y desde esta idea de libertad anglosajona se puede entender las
justificaciones de los paraísos fiscales y su vigencia y permanencia hasta la
actualidad como lugares que permanecen a salvo de los potenciales predadores
“redistributivos” que “son” los Estados contra la “legítima” riqueza adquirida
por el esfuerzo personal.
El
“sueño americano” se visualiza como esa oportunidad que existe para todo aquel
que “trabajando duro”, en medio de un entorno de libre competencia del mercado,
es capaz de crearse un patrimonio y riqueza personal; y la idea de Democracia o
actitudes democráticas estaba más bien ligada a “gestos” por los cuales una
persona poderosa o influyente es capaz de admitir en su entorno social, o de
relaciones personales, a alguien de otro estatus social más bajo haciendo
posible que disfrute o acceda a las riquezas bajo la idea de generosidad o buen
corazón (como se manifestaba literalmente
en la película Sabrina, cuando el magnate del plástico intenta, primero,
sobornar a la hija del chofer para que renuncie a seducir a un miembro de la
familia – pues se considera que lo pudiera hacer por interés económico – y
posteriormente acaba casándose con ella por concebirse sinceramente enamorado:
lo que en sí mismo es un hecho democrático, al parecer de gran alcance, en los
EEUU, ya que eran de estratos sociales diferentes). (O también cuando el mismo
Bogart, en la misma película, afirma la bondad de sus proyectos de expansión
comercial para crear fábricas que darán empleo y posibilitarán que los niños
puedan ir a la escuela y jueguen al beisbol – toda una declaración de
intenciones políticas y económicas).
Sin
embargo en Europa concebimos la Democracia en razones de generar y crear mismas
oportunidades para todos, que no serán posibles de alcanzar en la realidad
cotidiana si los Estados no destinan recursos públicos que permitan superar las
diferencias económicas que existen entre las diferentes capas sociales para que
la movilidad entre estatus sociales tenga garantías. El giro iniciado por Obama
en este sentido, por el cual se fue instaurando una seguridad social para
todos, fue cuestionado, determinando la crisis la necesidad de un cambio de
paradigma en el cual aparece Trump haciendo previsible el regreso a las
concepciones “originales” y más restrictivas de la Constitución Norteamericana,
y que por ello he venido detallando previamente desde mi percepción actual.
El regreso al Nacionalismo en Europa parece un
paso previo para un escenario de confrontación que se fomenta desde el ambiente
político que dio razón de ser a Trump (cabría
preguntarse si los EEUU aceptarían una actividad semejante en suelo americano,
llevada a cabo por un extranjero europeo, cuya misión fuera desestabilizar la
Democracia Norteamericana).
Europa
tiene una extensión similar a los EEUU (si
incluimos, como convencionalmente se realiza, a la parte de la Rusia europea).
Posee más del doble de habitantes que los EEUU, pero contiene la debilidad de
estar compuesta de también cincuenta Estados que no están estructurados bajo
una misma Constitución (aunque 28 de
ellos, ahora pronto 27, se hallan en un proceso progresivo de integración sobre
el cual ahora existen dudas promovidas por el entorno anglosajón y aquellos
ideólogos que auparon a Trump y que ahora asesoran a lideres extremistas).
Existen otros ocho Estados en Europa no plenamente reconocidos y casi una
treintena de territorios poseen reivindicaciones separatistas; también se hallan países en situaciones de
diferente grado de antagonismo entre sí y alguno de ellos (como Ucrania) apelando a la intervención militar internacional; y
en medio de un proceso de resurgimiento de nacionalismos excluyentes (algunos de ellos evocando formulas
autoritarias que en el pasado hicieron posible la confrontación mundial en
suelo europeo) y cuyo objetivo parece ser desestructurar la UE (que representa un sistema de garantías
democráticas y apoyo mutuo).
Parece obvia la potencial debilidad política
de Europa respecto a los EEUU que, sin embargo, no se vislumbraba tanto antes
de la crisis del 2008 (tal vez porque el
proyecto parecía seguir avanzando) y que parece que fue precisa para poner
en evidencia esos puntos débiles, que ahora se potencian con la emergencia de
formaciones nacionalistas (de todo signo,
tanto separatistas como de regresión a modelos autoritarios, orientados desde
EEUU) que ponen a prueba la Democracia europea y sus recursos políticos
para la resolución de estos nuevos conflictos por medios no violentos, esta vez
en el seno de la UE, pues en caso contrario – si se usa la violencia para frenarlos – estaremos sintonizando con
esa visión de la Democracia Norteamericana que tantos nos contraría por no ser
consecuente en maneras y formas democráticas, y podrían llegar a usarse de
argumento o pretexto en el futuro por los nacionalistas (también de todo signo, especialmente
aquellos que sustentan, en alguna manera, ideologías excluyentes o anti-sistema
o de retorno a modelos autoritarios),
puesto que suelen precisar de alguna forma de violencia, tarde o
temprano, para instaurarse ante una Democracia y atemorizar, con la misma
violencia, a los ciudadanos, ya que es
un signo propio de cualquier autoritarismo, o forma política excluyente, que
históricamente siempre han empleado y, consecuentemente, ello podría llevar a
las fuerzas democráticas, en parte o en todo (o a otras formaciones que aceptan el juego democrático pero que se
consideran particularmente antagónicas de esas formas de Nacionalismo) a
aceptar un escenario de confrontación violenta para defender su subsistencia.
Esa
paradoja entre las visiones anglosajonas y europeas, sobre lo que es la
Democracia, se cierne sobre Europa alentando
rivalidades y contradicciones desde las que todo puede suceder en nombre de la
Democracia y/o las Constituciones, según a cada cual fuerza política en
conflicto le conviniese expresarse para en su proceder justificarse, mientras
se tensan los marcos jurídicos que protegen las libertades de los ciudadanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario