Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

Atribución-No Comercial (CC BY-NC) Cc-by new.svg Cc-nc.svg

Translate

Translate

lunes, 10 de febrero de 2020

Corderos en medio de Lobos (I)


Herman Hesse, en la introducción de su libro “Demian” dice: “No puedo adjudicarme el título de sabio. He sido un hombre que busca, y aún lo sigo siendo; pero ya no busco en las estrellas y en los libros, sino que comienzo a escuchar las enseñanzas que me comunica mi sangre. Mi historia no es agradable ni dulce y armoniosa como las historias inventadas. Tiene sabor a disparate, a locura y a sueño, como la vida de todos los hombres que ya no quieren seguir engañándose a sí mismos”.
Cuando escribe este párrafo en la introducción de ese, su libro, de 1919 ya tiene 42 años. No podríamos decir que es un joven más en busca  de un sentido de la vida, sino una persona que ya no busca respuestas tanto en el exterior de sí mismo sino que mira al conocimiento casi innato (las enseñanzas que me comunica mi sangre), ese que representa el conjunto de primeras impresiones recibidas de cada primer contacto con el mundo – tanto familiar, como social, como urbano, como político… Ya no precisa sobrepasar sobre esas impresiones, dejándolas a un lado para verificarlas o desecharlas más adelante (o contrastarlas con alguien), según el entorno social del momento le diga “qué es lo que debe creer o interpretar” y “qué no” de lo que sus impresiones le señalan sobre el mundo que le rodea. Ya no depende de la opinión del entorno, alcanzó su propia certeza, inició su propio transito, su propia introspección y descubrió, probablemente, que él “ya sabía” qué tipo de mundo le rodeaba y le circundaba cuando se desprendió de la necesidad de engañarse para sentirse más seguro cada día. Y desde ese parámetro propio, en el cual no se busca engañarse más, dice: “Ningún hombre ha llegado a ser él mismo por completo; sin embargo cada cual aspira a llegar, los unos a ciegas, los otros con más luz, cada cual como puede. Todos llevan consigo, hasta el fin, los restos de sus nacimientos, viscosidades y cáscaras de un mundo primario. Unos no llegan nunca a ser hombres; se quedan en rana, lagartija u hormiga. Todos tenemos en común nuestras madres, nuestros orígenes; todos procedemos del mismo abismo; pero cada uno tiende a su propia meta, desde las profundidades. Podemos entendernos unos a otros, pero interpretar es algo que sólo puede hacer cada uno consigo mismo. La vida de cada hombre es un camino hacia sí mismo, el intento de un camino, el esbozo de un sendero”.
Si bien la visión de su propia familia, donde el papel de cada miembro responde a un criterio positivamente previsible de familia bien estructurada, le lleva, a vislumbrar y comprender la existencia del otro mundo (ese más extraño que está fuera del entorno familiar). Realiza un tránsito desde sí mismo por medio del entorno social que le rodea; un mundo nuevo, lleno de interpretaciones diferentes y diferidas, donde se presenta posibilidades de “verdades” bien diferentes y divergentes de lo concebido como bien y mal, recto o torcido, verdad o mentira. El “tropiezo” inicial le lleva a entrar en el mundo de la culpa y desde ahí en la interpretación de lo existente de manera bien diferente. Pero el entorno familiar seguirá teniendo un entorno de comprensión y amor, de severidad previsible, de bien y mal…y…  en alguna manera de seguridad irreal.
La introspección de todo lo que conocemos se realiza tarde o temprano. A todos nos llega el momento y siempre es más fácil ese camino dentro de una familia estructurada, de mente abierta, de principios liberales (tal y como fueron entendidos desde la libertad de pensamiento, credo, conocimiento, exploración,….). Y sin embargo los principios liberales no siempre estuvieron al alcance de todos los niños y jóvenes de todos los tiempos; solo unos pocos afortunados, en familias por lo general acomodadas o burguesas o tolerantes, tuvieron acceso a un respeto por su integridad como personas, a una confianza en el tránsito que también, como otros todos antes, iban a realizar para “ver” e “interpretar” el mundo exterior y, como consecuencia, el propio mundo familiar. Por el contrario las familias siempre han estado atenazadas y temerosas de la respuesta del mundo exterior respecto de sus propios miembros cuando salen a interpretar el mundo y a vivir en él.
Todos realizamos esa introspección en algún momento y por ello determinamos la necesidad de una independencia e intimidad para ser o intentar ser nosotros mismos y con ello dueños, en alguna medida, de nuestro destino. Es legítimo, deseable e inevitable trayecto hacia la libertad personal. E interpretaremos el mundo a nuestra manera, desde la intimidad de una pareja, y aún más allá, desde nuestra propia intimidad, esa que a veces tampoco se comparte con la pareja y determina la naturaleza de nuestra propia identidad.
Parece obvio entender que si todos hemos pasado, de alguna manera, por esa introspección sería entendible que los entornos la respetaran, porque de ella depende la respuesta práctica que se tendrá para asumir un mejor papel en el entorno social. Un papel que aportará algo positivo al entorno y a nosotros mismos haciendo posible nuestra participación en la sociedad.
Sin embargo siempre existen entornos temerosos de la respuesta que se tendrá; o de las dificultades que se vienen presentando y que son el proceso de adaptación desde un entorno social reducido a otro mucho más amplio y general (ese mundo social extraño exterior que señala Hesse).
Responsabilizar a las personas, a los hijos, de los impactos o conmociones que pueden ir recibiendo de ese mundo exterior, cuando todos hemos tenido que padecerlos de una manera u otra, a veces de manera temprana u o tras de manera más posterior, dentro o fuera de un grupo social de la propia edad, o en solitario, haciéndoles sentir culpables de percibir y tener que asimilar la experiencia de cómo se puede mostrar esa vida exterior, puede acabar por convertirla en toda una tragedia para la persona. Nadie nació sabio y todos tenemos que experimentar qué es la vida, de una u otra manera. Pensar que la guía del entorno familiar es “evitar” totalmente esas experiencias parece un error de la misma dimensión que educar violentamente como quien así hace “entre ver” el mundo que espera “fuera” (y más si ello se hace sin la compensación de la comprensión y el amor que pueda ofrecer la figura que siempre se pensó que debe estar presente para considerar que una familia o ambiente está bien estructurado). Aún así, aun estando las familias bien estructuradas pueden aparecer reproches que surgen con los años y que aseguran, por lo que suelen decir los psicólogos, que se suele mostrar hacia el mundo familiar, sea cual fuere el ambiente este, probablemente por la distancia que representa ese mundo “extraño” y exterior, que aflora y se expresa de mil y una maneras diferentes.
Hace no mucho tiempo escuchaba en RN R5 la sucinta queja de una madre que simplemente venía a lamentarse del tipo de mundo en qué vivimos y, amargamente, se quejaba y arrepentía de haber traído hijos al mismo. Tampoco hará mucho tiempo que una famosa artista, después de relatar algunas experiencias personales y poco conocidas que le ocurrieron en la transición (y cuya salida airosa y casi temeraria atribuía a la falta de consciencia de miedo) mostraba, al término de la entrevista, lo que parecía su recomendación o conclusión para estos momentos y etapa que vivimos en nuestro país, diciendo: No hay que traer hijos a este mundo…. (dada las perspectivas que tenemos)… para hacerlos esclavos, con falta de trabajo y perspectivas. Era el relato de una mujer luchadora desde siempre, consciente de las restricciones vividas de dónde venía, por lo que pasó y, ahora, de hacia dónde vamos (como a reiniciar un trayecto social ya conocido y muy desalentador).
Si, casi sin excepciones, la vida para todos pasa por enfrentar un “desengaño”, casi en sí mismo vital (cuyo tránsito, para algunos, consiste en “engañarse” constantemente y con ello trasladar un mensaje similar al entorno, simplemente porque cierta “fortuna” les permitió vadear o compensar el rostro más duro de la misma), otros, por su inteligencia y sensibilidad la vieron y constataron más tempranamente, y si, en ese momento, no recibieron el apoyo y la comprensión precisa para que por medio de la fe y el amor (entendido como “calor” emocional) no surgieron en su entorno y su trayecto será mucho más duro e incluso, a veces, truncado por el propio entorno cercano si ese entorno no le permite realizar y completar esa “introspección” que le lleve a la posibilidad de armonizar y superar la “conmoción” de vivir en un mundo como este (incluso a veces la dureza del propio mundo familiar). Porque esa percepción de “incoherencia” de “incasabilidad” se puede racionalizar, incluso cuando promueve profundas emociones; pero el temor está en si se formularán reproches. De ahí que el libro de Hesse represente un libro de casi autoayuda que pudo servir de referencia a una época juvenil, proponiendo soluciones en forma de imágenes o símbolos que proporcionan respuestas, pero con una diferencia esencial: Provienen de una familia estructurada y con roles definidos, por lo tanto su utilidad para todos no es segura (utilidad de las imágenes simbólicas que usa, no valen ni para todos los casos ni para todas las personas; aunque algunos listos y listas así lo pretendieran en el pasado, y después de haber leído el libro quisieran, con esos patrones, medir a cualquiera de su entorno en situación similar; algunos de esos listos llegaron a puestos de responsabilidad, por lo que es probable que los desastres que causaran en sus entornos sociales o próximos alcanzaran ciertas dimensiones, incluso cierta aparatosidad difícilmente disimulable para entornos que se consideran a sí mismos tan erróneamente sapienciales).
Si las familias ahora tiende a las desestructuración y carecen algunas de contrapeso afectivo (tal vez cuando los hijos se conciben como parte de un propio proyecto personal o incluso de la estrategia calculada para la propia y personal inserción con la sociedad) y este afecto es sustituido por la consecución de objetivos y metas irrenunciables, entonces el objetivo en los hijos no es su desarrollo como personas sino que casen y respondan al proyecto vital y a los intereses sociales de esa familia desestructurada, y que lo hagan de la manera y forma concebida por esta, y al coste que sea.
El sustrato afectivo y emocional siempre se hallará ahí preguntándose qué tipo de mundo es este y porqué se vino a parar a él; desde ahí, preguntarse por qué tipo de padres tuvimos y en qué estaban pensando es una consecuencia que parece inevitable (de ahí que Hesse diga que todos tenemos nuestros orígenes y nuestras madres …. madres como elemento esencial y transcendente marca que define el impulso inicial de nuestras vidas, los vínculos o carencias que siempre añoraremos o buscaremos, y los retos a superar y los miedos a los mismos – miedos que llegarán por la falta de confianza que en nosotros pusieron en el pasado y que serán proporcionales a la misma, pero que sólo pagaremos nosotros mismos).
Superar la introspección es, en cierta manera, ya no dejarse engañar ni engañarnos y, consecuentemente, ver esa especie de sabiduría innata que hay en nosotros y que siempre tuvimos.  Hesse lo llama la “enseñanza que me comunica mi sangre”. Es la impronta que recibe la persona cada vez que va descubriendo el mundo que le rodea, cada ambiente, cada situación… y que a veces por la lucidez con la que lo percibe y puede expresar en el propio entorno familiar (o escolar) sea rechazado por ello (porque simplemente o no lo ven, no lo saben interpretar, o simplemente resulta inconveniente). Es el rechazo de la inteligencia y de la diferencia de perspectiva y, a veces, un rechazo autoritario y violento (las consecuencias hay quien las equipara a las mismas que se pueden derivar de negar la declaración o revelación de una violación sufrida por una joven adolescente al no ser creída por su familia).
Realmente no podremos decir que vivamos en un mundo en el que podamos tirar cohetes de felicidad, cuanto más consciente se es del mismo, cuanta más inteligencia se pone, más absurdamente lógico se puede llegar a concebir; porque se puede llegar a concebir “lógicamente absurdo”.
Y, sin embargo, la esperanza también se halla en el mismo mundo, a veces se consigue evidenciar que la “lógica absurda” se halla cuando se intenta imponer una perfección que ignora la propia Condición Humana de quien pretende imponerla, y esta “perfección” se persigue ignorando el propio trayecto personal de quien busca imponerla o de quienes son usados o utilizados para que la impongan.  
De ahí que exista la necesidad de que aflore la idea de la “normalidad” y de permitir el trayecto de la “normalidad” desde la “normalidad” como mejor tránsito por estas etapas sin tener miedo al resultado del mismo en las personas.
Así se muestra el libro de Hesse, la “introspección” del mundo que vivimos (cómo realmente lo sentimos nosotros) lleva a una “salida” (a un exit-o). Todos, a la postre, buscamos ser útiles a la sociedad que nos circunda, pues desde ahí se concibe la realización personal para todos. ¿quién puede no tener interés en ello? ¿quién puede no tener interés de que ello no llegue a buen fin para cualquiera en ese trance?

No hay comentarios: