Éste
título abre la puerta a un libro que empecé a escribir hace unos años y que
quedó en la página cuarenta, aproximadamente. Es un viaje por los misterios de
la Humanidad, misterios tan extraordinarios que difícilmente se pueden creer
para la gente común, pues hoy estamos tan acostumbrados a que las maravillas
vengan de la técnica que nos olvidamos que no hay nada más sorprendente y
magnífico que el Ser Humano. Como anticipo a esa obra que algún día concluiré
les muestro la temática de uno de sus capítulos.
Era
una tribu del norte del centro norte de Europa, allá por Dinamarca, sur de
Suecia y parte de Alemania, que por circunstancias decidió que el número de
personas que la componía era excesiva para el territorio que dominaban.
Territorio duro y frío, pero al que se habían acostumbrado y del que todo lo
conocían… sus animales, sus plantas, su clima…. Para ellos todo era previsible,
por ello, el pequeño grupo que debía de partir de su hogar estaba realmente
triste. Perderían a sus parientes y amigos – aunque en realidad su tribu era
como si todos fueran hermanos. Así que, el día anterior a la partida, decidieron
darse regalos y recuerdos unos a otros. El grupo estaba formado por una pareja
(hoy diríamos matrimonio) de mayores, bastante mayores para el camino que
deberían recorrer. Y unas siete hembras y otros tantos machos; además de cuatro
o cinco niños. Había un líder; un varón de unos 35 a 40 años. Fuerte, duro,
moreno, de ojos claros, que sabía que el viaje no sólo sería peligroso, sino
también cabía la posibilidad de que todos acabaran por perecer en tierras
extrañas, donde ni el clima, ni los animales, ni las plantas tenían porqué se
similares a las que habían conocido. Tendrían que aprender a reconocer los
alimentos nuevos y las plantas nuevas, y en ello también podría haber riesgos.
Salieron
antes que el Sol. Y se despidieron de los que con ellos se levantaron, que fue
prácticamente toda la tribu. Tenían la misión de, si encontraban un adecuado
territorio, volver alguno de ellos para guiar al resto del grupo que quisiera
partir hacia nuevas tierras. Ya había se habían dado en el pasado unas
circunstancias parecidas, pero del grupo que les precedió no volvió miembro alguno para dar
razón de ellos ni de las circunstancias de su aventura.
Se
encaminaron al sur, siguiendo el curso de un gran río. Curso que abandonarían
para desviarse al ocaso, con la intención de llegar al fin de la tierra. Ellos
sabían que el mar rodeaba toda tierra, y buscaban encontrar los límites del
mundo en que vivían.
Al poco
tiempo de salir, cuando apenas llevaban nueve o diez jornadas de viaje, se les
cruzó, en una vaguada, un enorme oso pardo; un viejo y gigantesco oso les
cortaba el paso en un lugar de difícil escapatoria. El animal les había seguido
durante varias horas buscando un lugar para la emboscada, y la encontró. No
tenían escapatoria, tenían que hacer frente al gran oso. Así que el líder aprovechó
la ocasión y encomendó la tarea de matarlo a uno de los jóvenes, casi
adolescente aún, muchacho del grupo. Tenía que probar su valor.
El valor era una de las virtudes
fundamentales para poder ser amparado por la tribu. Si un miembro no mostraba
valor no se podía confiar en él. No se podía confiar ni para ir a cazar en
grupo – porque podía flaquear y poner en riesgo a al resto – ni serviría para
defender la tribu de los adversarios – hecho que no ocurría con frecuencia,
pero en ocasiones había que demostrar al adversario que se estaba en
disposición de morir antes de ceder un palmo del territorio que era el soporte
de la alimentación de toda la tribu. La alimentación, el vestido y la
seguridad.
El muchacho tomó una lanza y se
encaminó hacia el enorme animal. Se fue acercando poco a poco. Su padre, temió
por él y se interpuso en el camino. Y al muchacho le entró un miedo que antes
no tenía. El Gran oso, se enfureció más; pues no había urdido esa estrategia
para matar a ningún humano, sino para morir dignamente. Llevaba semanas muy
enfermo y los dolores apenas le permitían cazar o comer. Por eso había
acorralado a ese clan, solo para morir dignamente y aquello le enfureció de tal manera que fue a arremeter contra el
resto del grupo y contra los más vulnerables. Tuvo el líder que salir al paso y
cortarle el camino. El animal se volvió a poner sobre las dos patas traseras y
su presencia era capaz de intimidar a cualquier ser viviente. Pero al líder nada
le intimidaba. El Animal abrió los brazos mientras se acercaba a ese hombre
dispuesto a morir o matar. Y el líder le dio una muerte rápida. Él sabía,
anticipadamente, los motivos de tan noble animal.
Lo descuartizaron después de
quitarle la piel que sería curtida durante en las próximas semanas por las
mujeres. Y disecaron todos los trozos de carne que no podían comer en pocos
días. Unos días más tarde el líder llamó al padre y al hijo y los expulsó del
clan. No podía confiar en ellos. La manera de amar el padre al hijo ponían en
riesgo la misión. Así que se marcharon al día siguiente. Sin embargo, al pasar
las semanas se reencontraron y el líder le hizo una nueva prueba al muchacho
que superó con gran satisfacción para todos.
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