“La vida es una herida absurda…” decía el Tango, y repetía Polaco Goyeneche, más recitando que cantando (cuando la edad ya no le permitía hacer grandes esfuerzos). La vida es una herida absurda… ¡desde luego! - Se decía así mismo mientras volvía a llenar el vaso de una combinación de yuyos.
Los artistas que han sobrevivido (a sus setenta u ochenta años) nos traen el aroma de los mitos del pasado. Siempre hay quien les trae al presente; como para saborear lo genuino de las épocas pasadas – llenas de anécdotas que han viajado por el tiempo y que no se sabe muy bien si responden a la fantasía, a la verdad o a rivalidades personales; pero el protagonista, ya cercano a su “rendimiento de cuentas”, fue alcanzado por la certeza de la trascendencia de sus palabras y, consciente de lo vano de la vida, rehuye los juicios y se apega a su memoria (que se ha vuelto benévola con unos y otros), pues al fin y al cabo poco puede hacer el pasado por el presente, si no es estropearlo más.
Se acude al viejo artista, que convivió con los tiempos remotos, como quien acude al abuelo en busca de referencias familiares ¿Qué puede hacer el hombre interrogado por alguien tan cercano?. Mientras el viejo artista va contando anécdotas en off (como quien prueba la inteligencia de su interlocutor), el abuelo sólo puede callar; a ver si su silencio se convierte en oportunidad aprovechada (porque el exceso de información solo puede traer tragedia) y la ingenuidad puede atraer ventura (porque así se deja hacer al Cielo).
Los artistas que han sobrevivido (a sus setenta u ochenta años) nos traen el aroma de los mitos del pasado. Siempre hay quien les trae al presente; como para saborear lo genuino de las épocas pasadas – llenas de anécdotas que han viajado por el tiempo y que no se sabe muy bien si responden a la fantasía, a la verdad o a rivalidades personales; pero el protagonista, ya cercano a su “rendimiento de cuentas”, fue alcanzado por la certeza de la trascendencia de sus palabras y, consciente de lo vano de la vida, rehuye los juicios y se apega a su memoria (que se ha vuelto benévola con unos y otros), pues al fin y al cabo poco puede hacer el pasado por el presente, si no es estropearlo más.
Se acude al viejo artista, que convivió con los tiempos remotos, como quien acude al abuelo en busca de referencias familiares ¿Qué puede hacer el hombre interrogado por alguien tan cercano?. Mientras el viejo artista va contando anécdotas en off (como quien prueba la inteligencia de su interlocutor), el abuelo sólo puede callar; a ver si su silencio se convierte en oportunidad aprovechada (porque el exceso de información solo puede traer tragedia) y la ingenuidad puede atraer ventura (porque así se deja hacer al Cielo).
La última curda |
Tango 1956 |
Música: Aníbal Troilo |
Letra: Cátulo Castillo |
Lastima, bandoneón, mi corazón tu ronca maldición maleva... Tu lágrima de ron me lleva hasta el hondo bajo fondo donde el barro se subleva. ¡Ya sé, no me digás! ¡Tenés razón! La vida es una herida absurda, y es todo tan fugaz que es una curda, ¡nada más! mi confesión. Contame tu condena, decime tu fracaso, ¿no ves la pena que me ha herido? Y hablame simplemente de aquel amor ausente tras un retazo del olvido. ¡Ya sé que te lastimo! ¡Ya se que te hago daño llorando mi sermón de vino! Pero es el viejo amor que tiembla, bandoneón, y busca en el licor que aturde, la curda que al final termine la función corriéndole un telón al corazón. Un poco de recuerdo y sinsabor gotea tu rezongo lerdo. Marea tu licor y arrea la tropilla de la zurda al volcar la última curda. Cerrame el ventanal que arrastra el sol su lento caracol de sueño, ¿no ves que vengo de un país que está de olvido, siempre gris, tras el alcohol?... |
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