Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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viernes, 2 de septiembre de 2016

El árbol de la vida y de la muerte.

        Existe un mito que está muy arraigado en la cultura cristiana, pero que también parece ser estar arraigado en la cultura oriental, que habla sobre El árbol de la vida y la muerte - así como también reconocimos en el Génesis el árbol del bien y del mal. En el árbol del bien y del mal, aquella prohibición que le puso Dios a nuestros primeros padres, con el fin tal vez de preservar su ingenuidad y su buena fe en todos los actos de su vida, y cuando infringieron esa norma, y además infringieron el mandato divino, cayeron todos en desgracia. Y entonces Dios les dijo que los echaba del paraíso poniendo un ángel en la puerta con espada de fuego para que no pudieran comer los frutos del árbol de la vida y la muerte, pues de esa manera tendrían una vida eterna que, a partir de este momento de faltar la orden de Dios, no merecían. Marcharon del Paraíso y a partir de entonces consideramos que todas las desgracias nos vienen de la curiosidad de Adán y Eva, y en especial, por esa versión que pretende que el hombre tenga preeminencia sobre la mujer, se intentó cargar las tintas sobre Eva.
       Ya hará 30 años, o tal vez un poco más, que cayó en mis manos un libro titulado "un grano de arena", de una comunidad más o menos hippie que se dedicaban a la meditación. Creo que era en ese libro, porque me compré varios de ellos, y al comprarlo,s pues se vendían en la Librería General, coincidí allí también con un religioso que iba buscando y comprando libros de esta naturaleza, pues en ellos se daba una versión sobre muchos mitos con los que hemos convivido en nuestra cultura, a los que nadie daba una explicación más allá que la moralina, y sin embargo, en estos libros se atrevían a entrar más profundamente en los aspectos filosóficos de estas prohibiciones, o de estos símbolos qué inundan la cultura humana.
         Así pues, daban un criterio para entender lo que era el árbol de la vida y la muerte. Era un árbol que tenía dos propiedades diferentes, muy diferentes según sus raíces estuvieran dispuestas de una manera u otra. Así por ejemplo: El árbol de la vida y la muerte es aquel que sus raíces se hincan en las cosas de las vida, en los placeres, esencialmente, y entonces se decía que los frutos eran la muerte. Sin embargo, si el árbol incaba sus raíces en la muerte, sus frutos eran de vida. Todo ello era una alegoría para hablar del ser humano, señalando que si al venir al mundo, si al entrar en la etapa de su desarrollo, se fijaba la persona exclusivamente en los placeres de la vida, y pasado un tiempo, todo el mundo se le representaría como algo sin futuro material, prácticamente agotados todas las fuentes de placer, todo horizonte sería la muerte. Es decir una vez luchado por la sexualidad, por el poder, por el dinero, al final de ese camino solamente hay muerte. Y sin embargo, si se acaban las raíces en la muerte, que no es otra cosa que pensar en el sentido de la vida, en qué hacemos los seres humanos en este mundo, aun siendo doloroso todo ese trance, los frutos de las personas eran de vida. Es decir la creatividad, la innovación, la belleza, las artes.
        De esta manera explicaban a las personas cuál era la disposición que se debía tener en la vida. Es decir, no dejarse prematuramente, ni nunca, engañar por los placeres de la vida sino ahondar en los misterios de esta, del significado de la vida del propio ser humano, e ir buscando respuestas, aunque el camino sea duro y doloroso, pues ese camino conduce a los frutos de la vida, a los frutos de la creatividad. Y sin embargo, la mayoría de la gente se deja fascinar por todo aquello que le resulta agradable y satisfactoria los sentidos desde muy jóvenes, pensando que la vida no es más que eso. Así que una vez agotada toda esa trayectoria vital solo le queda una frontera: la muerte. Hecho que no ocurre con aquellos que ya vivieron la muerte en su juventud.
       Es curioso todo esto, porque de alguna manera es el mismo camino que siguen los filósofos occidentales cuando se constata, en ellos, que existe una proporcionalidad de alguna manera entre sus experiencias vitales infantiles, normalmente muchachos abandonados o alejados de sus familias en centros religiosos donde ya no volverán a verlas, y dónde realizan estudios en profundidad guiados por órdenes religiosas. Y se enfrentan a los graves problemas que tiene la sociedad cuando intentan explorar el sentido de sus vidas, el sentido de la existencia de esta misma sociedad. Entonces estas personas, después de hacer una gran introspección, promueven ideas y teorías que son muy útiles al entorno social, pero que a la vez le granjea graves riesgos personales y vitales, por lo que muchas de ellas, y en muchas ocasiones, tuvieron que vivir de manera itinerante o cambiar de país para poder sobrevivir a las persecuciones que sus exposiciones sobre el sentido de la vida mostraban a la propia sociedad: toda la mezquindad que esta poseía en su vida cotidiana y todo lo que llegaban a hacer no sólo los poderosos, sino cualquiera por dinero por sexo o por poder.
      Podríamos decir que en nuestro mundo moderno todo ello se ha superado, pero no sería cierto. Y no seríamos sinceros con nosotros mismos, pues hoy en día siguen las personas y las familias, en muchas ocasiones, entretenidas por cuestiones de poder, de dinero, de influencia y, sobre todo también, de sexo, construyendo en torno a todos esos vicios y debilidades graves dramas qué ponen en peligro la vida de cualquiera que las intuye o la descubre, y resulta lamentable que en esta sociedad se apliquen soluciones, todavía, en favor de los fuertes y no de la verdad.

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