Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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lunes, 17 de diciembre de 2018

La Transversalidad de la Democracia


      Estuve en el acto que se considera punto de partida para lo más esencial de una organización como la de nuestra naturaleza. Las personas que van a representar nuestros objetivos se mostraban, todas juntas, en una presentación en la que se sintetizaba, lo realizado hasta el momento, en estos últimos años de  responsabilidades asumidas. 
El acto, como otros muchos, mostró el pensamiento de cada una de esas personas; tal vez fuera percepción mía, pero entendí cierta rigidez en las exposiciones orales – o tal vez en esta ocasión reparara en que ello fuera así, e incluso que siempre las mismas existieran y no hubiera reparado en ello hasta ahora… - y meditando en ello creo que se debe a que a veces, o siempre, los discursos portan cuestiones que son esenciales transmitir al orador, y el orador lo hace esforzándose en mostrar una senda a los presentes que se ha de recorrer, sí o sí, según su visión y proyecto social, en el que se incluye las cuestiones que también pueden ser de naturaleza interna, mostrando, de manera más o menos encriptada, las disposiciones del ánimo propio encaminadas a buscar resultados positivos en los objetivos que se desean y se observan como buenos o necesarios para todos los presentes y para la propia organización (digo encriptada porque a veces no siempre se capta la profundidad y el calado de algunos discursos, por estar, probablemente, al alcance de la comprensión de las mismas, tal vez, solo un pequeño número de personas o un circulo reducido que las percibe con toda nitidez y transcendencia, posiblemente por estar inmersos de pleno ante un problema concreto determinado y, pudiera ser, que se sostienen visiones diferentes de como debiera ser encarado y resuelto, y el discurso pone fin a la divergencia señalando un camino que se considera correcto y asumible por todos a tenor de circunstancias que todos pueden entender con facilidad). 
Son muchos los retos que nos ponen a prueba, en la actualidad, nuestro país y sólo hay dos posturas esenciales que se hallan en juego para enfrentarlos: Actuar desde el temor y el miedo o actuar desde la reflexión y el sentido común que se obtiene cuando se observa la complejidad de la vida social y política. A ese respecto me siento orgulloso de estar entre los segundos, pues como ya anticipé en un artículo hace ya unos meses (y que se puede rescatar de mi blog) la senda trazada por el actual gobierno de España respecto de Catalunya era el camino inevitable y necesario de recorrer ante una situación que se había dejado crecer y desarrollarse bajo una visión “muy cuadriculada” y rígida del anterior gobierno y que le llevó a permitir, y propiciar, que aquellos que estaban proponiendo uno de los retos más complejos y difíciles – que nos hacían resucitar los temores y fantasmas del pasado más adverso y violento de España, y que nos llevó entonces a una guerra y dictadura – pudieran obtener unas imágenes que torpedeaban la línea de flotación de nuestro Estado de Derecho democrático: La fiabilidad de nuestra Democracia en la opinión pública europea y en el extranjero en general, quedaba “tocada” en las televisiones de todo el mundo; dinamitando nuestra credibilidad como sociedad y con ello parte de nuestras posibilidades de influir en un devenir internacional, puesto que se requiere para ser tenidos en cuenta en la diplomacia internacional, por lo general, propuestas con soluciones pacíficas, comerciales y diplomáticas en los conflictos que circunvalan a la UE o en cualquier parte de, este, nuestro mundo globalizado en el que vivimos (mundo en el que nada de lo que sucede en una parte del mismo nos es ajeno completamente, pues estamos en un proyecto Europeo que pretende, precisamente, abrirse paso, mediante el comercio, la diplomacia y la política, ante una añeja visión de la política internacional que durante su historia viene resolviendo los problemas mediante el uso de la coacción, la intimidación, la violencia y la imposición; en definitiva mediante un sospechado “juego sucio” que siempre termina favoreciendo los intereses de los más poderosos, y que suelen ser precisamente los poderosos los que propician este marco de aparente “juego sucio” donde las reglas de la violencia del más fuerte vencen). Nuestro Gobierno en España sigue la senda, hasta el momento la única senda aceptable, la de “poner a prueba” la pretendida “honestidad” e “integridad” del movimiento secesionista ante el mundo internacional – pues hasta ahora la previsibilidad del anterior Gobierno del Estado puso las cosas muy fáciles a los que pugnaron por tensar todo el sistema democrático, consiguiendo hacernos perder la “previsibilidad positiva”  de las formas y maneras del propio gobierno y poniendo de manifiesto que aún existe en España una “deriva” hacia formulas de gestión violentas cuando los problemas de naturaleza social y política no son observados como lo que son: Problemas políticos y sociales (que se dejaron crecer y se violentaron dando alas a los que, desde ambos bandos, deseaban un escenario de confrontación). Probar la honestidad (que no es otra cosa que “probar” o poner a prueba los verdaderos Valores) de los interlocutores catalanes era un requisito indispensable e irrenunciable – ante cualquier conciencia normalizada que entienda lo que es en esencia una Democracia, y por lo tanto ante Europa (que ya nos llamó la atención en ese sentido, amenazando con variar su posición de apoyo al Gobierno conservador si se repetían esas escenas violentas como las que se produjeron frente a unas urnas). En el fondo, la posición conservadora frente a ese asunto fue una posición de fuerza que terminó por expresarse de la manera más adversa para nuestros intereses de imagen internacional, que era, concretamente lo que estaba en juego en ese momento y que finalizó, en su primer episodio, mostrando al mundo la incapacidad de hacer política, de aquellos que su misión esencial era realizar política para resolver los asuntos sociales y políticos que estaban en juego. Ya señalé en el pasado que ello parece ser derivado de un problema de carácter, que parece hallarse dentro de nuestra cultura social y que parece derivar de nuestra falta de percepción de lo que es y significa la realidad de la democracia. Cuando la política se expresa condicionada por el miedo y, por ello, tendente a recurrir a la fuerza, entramos en el terreno de los errores. Cuando el miedo se vislumbra como precipicio y vértigo es cuando exigen de nosotros una actitud reflexivamente valiente, y la reflexión valiente significa darnos a nosotros mismos, aún más si cabe, para procurar el bien de toda la sociedad… significa explorar lo aún no explorado… significa tener el valor de sentarse con el que nos incomoda para encontrar una solución viable, pacífica, no violenta y política que deje a las partes lo suficientemente seguras en un pacto que augura un devenir lo más positivamente previsible, dadas las circunstancias; y a los que procuraban el enfrentamiento los deje al “descubierto” respecto de los valores que dicen sostener… para que todo el que “sepa ver” y “quiera hacerlo” vea qué y quienes sacaban partido del conflicto o, tal vez, quienes se situaban detrás del mismo esperando réditos de alguna naturaleza…. Y ello nos permitiría avanzar más como sociedad democrática. Así pues, las declaraciones incendiarias de algunos líderes catalanes podrían tener como única misión señalar, aún más si cabe, aquellos que azuzan, en el fondo y de fondo, contra una verdadera pluralidad cultural en España, o una pluralidad de perspectivas, aquellos que, en definitiva, apuestan por ciertas formas de abierta confrontación (violencia) que les permiten crecer social y políticamente (a la vez que fomentan las soluciones traídas desde el miedo, la coacción… que es lo que siempre funcionó en el mundo occidental como forma de gestión de la sociedad y que, paradójicamente, es sendero opuesto al que venía, y pretende, seguir desarrollando la UE y, por lo cual, está siendo sometida a acoso internacional de los EEUU y Rusia en este momento). 
Podríamos realizar una extrapolación social de la manera de afrontar situaciones complejas o difíciles  en nuestra sociedad española y que difieren del actual proyecto europeo que da razón de sí, y de existencia, a la UE. El motivo esencial por el cual en la sociedad se acaba por emplear la coacción y la fuerza es porque no se confía, real e íntimamente, en los propios recursos que se poseen para exponer las razones que se debieran abrir paso y producir el efecto de confianza y posible concordia – es decir: No se confía en la capacidad de exponer honesta y adecuadamente los  propios valores para re-solucionar el conflicto. Esa desconfianza es posible en ciertos entornos sociales que pudieran carecer de recursos adecuados o incluso de confianza y fe en las instituciones – por haberlas observado actuar de manera o forma aparentemente caprichosa en los asuntos que le conciernen – o carecer del tiempo necesario para una correcta gestión de un asunto y que se abrevia con una orden clara que todos aceptamos; pero en un entorno político ello parece señalar que no se cree en los propios valores que se dicen sostener – sobre todo ante la naturaleza de determinados problemas que se plantean; dando lugar a cierta inseguridad por la cual se empieza a dudar de que, en definitiva, esos valores, se posean o no, y sobre todo, hasta qué punto o profundidad son observados y respetados esos valores, por lo que, consecuentemente, no se crea de verdad, con la profundidad necesaria, en la democracia, sino que el marco democrático, en un momento dado, se puede convertir – más que en un límite -  en un argumento, una excusa para no entrar en el fondo, con lo que emerge en su lugar el ejercicio de la autoridad como sustituto de la democracia, (pues a la definitiva los actos definen a las personas, por mucho que se pretenda otra cosa)
Es obvio que siempre hay o existirá un límite que no se ha de franquear y en el que conviene mantenerse  y que es precisamente el que limita el inicio de cualquier forma de violencia. Y que parece ser el límite que en España, a cierto niveles, menos se respeta y se hace respetar; pues la solución que más fácil tiene al alcance el poderoso que ostenta la autoridad es apelar a ella (en forma de coacción, amenaza… o cualquier otra forma en que esta se exprese, con el fin de ahorrarse una enojosa tarea que le pone a prueba como persona con sus propios valores. El objetivo es abreviar; y se abrevia bajo la premisa de tener la razón y lo lamentable que suele suceder es que la razón no se tenía, al menos completamente; y que es lo que suele suceder la mayoría de las veces. El poderoso, la autoridad abrevió, se precipitó e impulsó una mala solución).  Así que todos acabamos por tener que pensar en una buena solución cuando nuestros actos legítimos acaban chocando con los de los poderosos (ya sean de multinacionales o los propios gobernantes o personas influyentes) pues una vez caemos en la cuenta de que lo que exponemos es una situación que es concebida como conflicto, debemos aprestarnos a proponer una solución que acompañe a esa exposición del mal proceder que recibimos, pues en caso contrario podemos acabar siendo observados como los causantes del mal por el simple hecho de exponerlo; y consecuentemente recibir una solución que no modifica la causa por la que recibimos esa mala actuación y que fue la causa de exponer nuestra queja. Ahí se halla la dificultad de llevar hasta el final cualquier queja por una mala actuación y que hace desistir a la mayoría de las personas: La autoridad puede apelar fácilmente a la idea de ser cuestionada ilegítimamente (aunque se pueda deducir que se pudiera haber mostrado indolente, inoperante o ineficaz en un asunto, por una motivo u otro). 
Por ejemplo: Suele ser común que una multinacional (aunque sea española, o precisamente por serlo, aunque me temo práctica generalizada en Europa a raíz del descubrimiento de los fraudes con los diesel), ante un problema de venta inadecuada, o incorrecta, apueste (ya desde su política de ventas) por no aceptar devoluciones, pero una vez señalada la posible mala práctica con cierta eficacia apele a dilatar la situación con el fin de que el reclamante o se aburra hasta que desista (y el acto comercial quede plenamente asentado a favor del acto irregular de la multinacional) o que prevea que el gasto en recursos de tiempo y esfuerzo empleado por el reclamante le sea tan alto que le ponga, a tal punto, a prueba que le obligue a pensárselo antes de iniciar tal senda de reclamación, o persistir en ella. Es una cuestión calculada por la multinacional ya que ellos mismos saben por experiencia (porque con lo que más trabajan es con números) que el coste de resolver un fallo o error va aumentando a medida en que su detección se retrasa en el proceso de fabricación o de venta o postventa (los costes son cada vez mayores para resolverlo) llegando a tener que desechar el producto (lo que en sí mismo es un fracaso empresarial) y ello es el motivo por el cual algunas multinacionales apuesten, directamente, por no aceptar devoluciones del producto. Los nuevos problemas derivados de la rápida evolución tecnológica, casi obsolescencia, de ciertos productos les lleva también a prácticas comerciales inadecuadas y gravosas para los consumidores – incluso para sus propios clientes con los que mantienen contratos comerciales – pero su disposición a resolver estas cuestiones siguen los mismos cauces de agotar al reclamante; y todo ello puede acabar derivando, si el consumidor persiste honestamente, un precio a pagar por la multinacional muy superior al que pretendía evitar con su estrategia de disuasión: El precio de verse su imagen de marca afectada ante la opinión pública. Lo lamentable es observar que en los ámbitos políticos se pudieran seguir las mismas prácticas de agotar al perjudicado, pero con el agravante de intentar hacerlo pasar por el causante primero y último del propio problema que expone (tal vez de tanto tratar asuntos con ejecutivos de alto nivel de empresas internacionales se acabe por emular soluciones de tácticas comerciales a asuntos políticos, donde lo que está en juego son los Derechos Civiles y por tanto la Democracia real).
A ningún comerciante de barrio se le ocurre seguir procedimientos similares sobre ciertos bienes de consumo, cuando saben que deben estar sometidos a “compatibilidades” (y más si esas compatibilidades también dependen de otros productos que ellos también venden) y en ello suelen poner interés de advertir, porque el comercio (desde siempre e históricamente) es concebido, esencialmente, como un “trato” social (como un modo de relación interpersonal) sujeto, especialmente sujeto, a la confianza y a la generación de la confianza para que este llegue a buen fin y sea precedente para posteriores “tratos” comerciales que hagan prosperar el propio negocio y establezca una “previsibilidad positiva” en las relaciones con los clientes y, en general, con la relación comercial comercio/clientela, dando lugar a una “trayectoria de fiabilidad” que es concebida como “garantía de equidad” a la hora de hacer tratos comerciales (es decir: El comerciante, a la hora de resolver  una divergencia también tendrá en cuenta el punto de vista del cliente y viceversa, haciendo posible un acuerdo amistoso). A todo el conjunto de intercambio de preguntas y pareceres entre comerciante y cliente, y al ambiente en que se produce,  se le llama “trato”; y del “trato” (que no es otra cosa que la manera en que las personas se tratan entre sí) aparece el término jurídico de “contrato” y que suele ser implícito y verbal cuando se produce en un entorno comercial de barrio por la compra de bienes comunes o alimentos, y del cual sólo queda como muestra de que existió: un ticket de compra, en el cual se puede verificar la cuantía del precio pagado por cada uno de los productos adquiridos y que es requerido, por lo general, cuando el comerciante atiende una circunstancia sobrevenida sobre el producto adquirido por el cliente o consumidor – pero en la mayoría de los casos  basta la palabra para atender una postventa), pues la “palabra” (que es el vehículo esencial del trato) alcanza en el ámbito del “trato comercial” la esfera jurídica de “contrato”, cuando las partes se hallan en esa disposición de cordialidad que nunca se quiere perder. Incluso las Administraciones velan porque la resolución de las divergencias comerciales sean pacíficas y al alcance de todos los consumidores, en especial cuando tratan con grandes empresas o multinacionales (pues hoy en día el “trato” tiende a no ofrecerse en persona), y la única garantía de que existió un trato (más o menos indirecto) es la factura de un contrato explícito orientado a proteger los intereses de las grandes compañías comerciales – y aún así hay grandes negocios en España que ejemplarmente se resisten a renunciar al trato y ponen por delante las garantías a los intereses de sus clientes; y ello se convierte en referente de lo que es el trato tradicional que existió en el pasado y que pugna por permanecer en el futuro, junto con el esfuerzo realizado por los comerciantes de barrio.
Siempre es bueno confiar las soluciones al hecho de profundizar en los valores (y con ello verificar si ellos prevalecen en cualquier tipo de organización de cualquier naturaleza, sea grande o pequeña e incluso las más simples) y, de paso, constatar que ellos prevalecen en nosotros ante cualquier adversidad. Sin embargo, cuando entendemos que se genera cierta forma de aislamiento entorno a una persona que expone una situación adversa sobre sí, se puede recibir un mensaje ambiguo; por una parte parece que se pudiera deber a un deseo de proteger la propia organización ante un problema complejo de solucionar (complejo, tal vez, por las redes de complicidades creadas sobre el problema señalado, que pudieran alcanzar esferas insospechadas, en un principio, y que acaban revelándose como una posible “trama” generada en torno a unos intereses iniciados, desde una concepción, de que la legalidad de los Derechos Civiles que asisten a una persona  pueden ser vulnerados en razón de la naturaleza de percepción social de esa misma persona). Por lo tanto, desde el punto de vista de los “valores” que dice sostener cualquier organización, ello no debiera representar un obstáculo de afrontar, pese a la adversidad del hallazgo. Y sin embargo, dada la naturaleza de la organización, se pudiera hallar, en alguna medida, “secuestrada” o “rehén”, de ese suceso que no era sobrevenido, sino del cual se dio cuenta desde hace, al menos, cuatro años y se pusieron obstáculos para su análisis en aquél momento. De todo ello se puede extraer la idea de que el tiempo juega en contra del que señala el problema - que le afecta muy especialmente en sus Derechos Civiles - pues, llegado ahora el momento, pudiera resultar que personas que debieran representar a la organización en sus propósitos más esenciales, pudieran hallarse afectadas (por omisión, acción o co-lateralidad) por el mismo problema y bajo el mismo criterio de desvalorar los derechos Civiles del afectado en razón de creer que un prejuicio social sería suficiente instrumento como para apropiarse de un proyecto sin permiso. Ahora se ha creado el escenario propicio para que cualquier acto en defensa de ese Derecho Civil, sea observado como un deterioro de la imagen de la organización, generándose un aparente dilema de intereses que pudiera girar en torno a la idea: ¿Qué es más importante en este momento, los intereses de una Organización o los de una única persona? La pregunta en sí misma, si así fue expuesta, representa un callejón sin salida que explicaría la intención del aislamiento de la persona en cuestión, con la frase concreta que aparece como mandato: De esto no se habla. (Nunca hablé de esto con nadie, ni siquiera con mis más cercanos, y sólo el hecho de observar el tipo de conversaciones que me sacaban en el entorno de mi barrio y el cambio de actitud de con-vecinos, con los que siempre me he llevado muy bien, - y sigo - en actitud pensativa o preocupada; me ha llevado a reparar en esta situación que parece confirmarse). 
He de vencer esa idea de aislamiento que pudiera establecerse, en alguna medida aunque no se exprese, porque el camino que se sigue es el conocido de los hechos consumados; y algo de resistencia se ha de poner, pues permitir sin cierta resistencia pasiva la consumación de hechos lleva implícita la consumación de personas que han podido participar en este asunto (de manera activa, pasiva o co-lateral). Y con ello se dilata el objetivo esencial de hacer prevalecer los Valores sobre los intereses particulares de aquellos que pudieron infringir o infravalorar normas esenciales sobre Derechos Civiles en nuestra ciudad y que deben de ser el objetivo esencial a transformar – sea cual sea la dimensión de la supuesta “coincidencia en opinión infra-valoradora” – pues no es concebible que una organización, de tal nivel, sea rehén, en modo alguno, de personas que se sostienen en intereses comunes sustentados bajo dichos supuestos.
La salida es fácil y sencilla: Reconocer al Autor esencial de dicho proyecto. Y la oposición a solución tan simple solo parece explicarse por aversión a ese reconocimiento por parte del “falso autor” (o falso equipo de autores, porque a estas alturas concibo que para un acto de esta naturaleza es mejor crear equipo que defienda que persona única que tenga que hacer frente a una cuestión de esta naturaleza), pues pudiera afectarle en su “fama” – algo que no desea para sí, sí lo desea para otros. Y este tipo de personas no puede hacer rehén a toda una organización (y quien se deja hacer rehén no parece buen gestor de una organización de esa naturaleza).  
En los tiempos que corren precisamos de Valores reales y asumidos verazmente en nuestras conductas cotidianas, para hacer frente a los retos autoritarios que se nos vienen encima. Son los Valores los únicos recursos de los que disponemos para afrontar este reto de transformar procederes que han puesto en crisis nuestra democracia; y para asumir esos Valores hay que tener Valor (valor positivo, el que se emplea para atravesar los propios vértigos personales que nos hacen adentrarnos en un terreno en el que sólo nos pueden apoyar aquellos que también los poseen y siguieron, en algún momento, dicha senda de Valor y quieran hacerlo. Y desde luego no me refiero al “valor” referido despectivamente, y que se refiere a aquél que es promovido por el miedo de tener la certeza de haber actuado mal, ser consciente de ello y pretender seguir por la senda del error, por ser el único camino conocido y que da resultados efectivos en una sociedad a la que se le niega el verdadero ejemplo del “Valor”. Esos caminos ya los conocemos y sabemos que son los que están haciendo reaccionar, a parte de la sociedad, por la senda de los extremos. La senda del “Borrón y Cuenta Nueva”, porque los que debieron dejar que existiera un relevo generacional, en el momento oportuno, se negaron a ello – no por convicciones, sino al parecer, por intereses pura y simplemente materialistas; y desde las sombras y el refugio del anonimato, persuadieron y aún persuaden para seguir por la misma senda. El problema es que la sociedad parece empezar a responder: En caso de duda, mejor el original, el que nos dice a la cara lo que realmente es y lo que va ha hacer. Y ese es un problema que nos afecta a todos y Vds. lo saben – y eso parece ser lo temerario; lo que hay que cambiar, porque lo que está en juego son nuestros Derechos y Libertades colectivos – tal vez no hoy mismo, pero en un fututo que se antoja inmediato; y el primer paso para afrontarlo es “señalar” a los que persisten en las maneras y formas de proceder que nos han traído hasta este momento). 
La Democracia se entendió sustentada en Valores positivos de la persona y en su fomento en la sociedad. Los Valores de siempre y que siempre concebimos como bienes buenos para las personas y que están acompañadas de esas Virtudes (las de siempre) que todos entendemos y deseamos incorporar a nuestras vidas de manera eficiente y eficaz cuando llegamos a comprender que si no las observamos nuestros mejores propósitos difícilmente llegan a buen puerto y si lo hacen se muestran como amargura merecida por el innoble trayecto seguido para conseguir el fin deseado. La Democracia no es un fin a perseguir – no estamos en un régimen de normas autoritarias – es un Camino a transitar diariamente; y quien no cree, desde puestos de responsabilidad, que es un camino diario de ejemplo en Valores, difícilmente puede generar Democracia día a día. La mejor autoridad que se pudiera mostrar es la que se reconoce (cuando se está preparado para ello), casi espontáneamente, casi sin darse cuenta uno, en las personas que sustentan esos Valores y esas Virtudes. Ese es el camino diario de la Democracia y esa es su verdadera fortaleza; y esa es también su permanente tarea cotidiana. Difícilmente caben en esa tarea quienes velan, exclusivamente, por sus exclusivos intereses personales, y menos si estos resultaran ilegítimos. Y me temo que nuestra sociedad hace tiempo que sospecha que nuestra Democracia no va por el camino prometido hace ahora 40 años. El relevo generacional es inevitable (pero no en edades, sino en Valores y Virtudes…. las de siempre, las que siempre conocimos y se enseñaban).

Si eres Capitalista agresivo (de los que se apropian de las ideas y esfuerzos de otros) 
difícilmente puedes ser Socialista




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