Estuve en el acto que se considera punto de partida para lo más esencial de una
organización como la de nuestra naturaleza. Las personas que van a representar
nuestros objetivos se mostraban, todas juntas, en una presentación en la que se
sintetizaba, lo realizado hasta el momento, en estos últimos años de responsabilidades asumidas.
El
acto, como otros muchos, mostró el pensamiento de cada una de esas personas; tal vez fuera percepción mía, pero entendí cierta rigidez en las
exposiciones orales – o tal vez en esta
ocasión reparara en que ello fuera así, e incluso que siempre las mismas
existieran y no hubiera reparado en ello hasta ahora… - y meditando en ello
creo que se debe a que a veces, o siempre, los discursos portan cuestiones que
son esenciales transmitir al orador, y el orador lo hace esforzándose en mostrar
una senda a los presentes que se ha de recorrer, sí o sí, según su visión y
proyecto social, en el que se incluye las cuestiones que también pueden ser de
naturaleza interna, mostrando, de manera más o menos encriptada, las
disposiciones del ánimo propio encaminadas a buscar resultados positivos en los
objetivos que se desean y se observan como buenos o necesarios para todos los
presentes y para la propia organización (digo
encriptada porque a veces no siempre se capta la profundidad y el calado de
algunos discursos, por estar, probablemente, al alcance de la comprensión de
las mismas, tal vez, solo un pequeño número de personas o un circulo reducido
que las percibe con toda nitidez y transcendencia, posiblemente por estar
inmersos de pleno ante un problema concreto determinado y, pudiera ser, que se
sostienen visiones diferentes de como debiera ser encarado y resuelto, y el
discurso pone fin a la divergencia señalando un camino que se considera
correcto y asumible por todos a tenor de circunstancias que todos pueden
entender con facilidad).
Son
muchos los retos que nos ponen a prueba, en la actualidad, nuestro país y sólo hay dos posturas esenciales que se hallan en juego para
enfrentarlos: Actuar desde el temor y el miedo o actuar desde la reflexión y el
sentido común que se obtiene cuando se observa la complejidad de la vida social
y política. A ese respecto me siento orgulloso de estar entre los segundos,
pues como ya anticipé en un artículo hace ya unos meses (y que se puede rescatar de mi blog) la senda trazada por el actual
gobierno de España respecto de Catalunya era el camino inevitable y necesario
de recorrer ante una situación que se había dejado crecer y desarrollarse bajo
una visión “muy cuadriculada” y rígida del anterior gobierno y que le llevó a
permitir, y propiciar, que aquellos que estaban proponiendo uno de los retos
más complejos y difíciles – que nos hacían
resucitar los temores y fantasmas del pasado más adverso y violento de España,
y que nos llevó entonces a una guerra y dictadura – pudieran obtener unas
imágenes que torpedeaban la línea de flotación de nuestro Estado de Derecho
democrático: La fiabilidad de nuestra Democracia en la opinión pública europea
y en el extranjero en general, quedaba “tocada” en las televisiones de todo el
mundo; dinamitando nuestra credibilidad como sociedad y con ello parte de
nuestras posibilidades de influir en un devenir internacional, puesto que se
requiere para ser tenidos en cuenta en la diplomacia internacional, por lo
general, propuestas con soluciones pacíficas, comerciales y diplomáticas en los
conflictos que circunvalan a la UE o en cualquier parte de, este, nuestro mundo
globalizado en el que vivimos (mundo en
el que nada de lo que sucede en una parte del mismo nos es ajeno completamente,
pues estamos en un proyecto Europeo que pretende, precisamente, abrirse paso,
mediante el comercio, la diplomacia y la política, ante una añeja visión de la
política internacional que durante su historia viene resolviendo los problemas
mediante el uso de la coacción, la intimidación, la violencia y la imposición;
en definitiva mediante un sospechado “juego sucio” que siempre termina
favoreciendo los intereses de los más poderosos, y que suelen ser precisamente
los poderosos los que propician este marco de aparente “juego sucio” donde las
reglas de la violencia del más fuerte vencen). Nuestro Gobierno en España
sigue la senda, hasta el momento la única senda aceptable, la de “poner a
prueba” la pretendida “honestidad” e “integridad” del movimiento secesionista ante
el mundo internacional – pues hasta ahora
la previsibilidad del anterior Gobierno del Estado puso las cosas muy fáciles a
los que pugnaron por tensar todo el sistema democrático, consiguiendo hacernos
perder la “previsibilidad positiva” de
las formas y maneras del propio gobierno y poniendo de manifiesto que aún
existe en España una “deriva” hacia formulas de gestión violentas cuando los
problemas de naturaleza social y política no son observados como lo que son:
Problemas políticos y sociales (que se dejaron crecer y se violentaron dando
alas a los que, desde ambos bandos, deseaban un escenario de confrontación).
Probar la honestidad (que no es otra cosa
que “probar” o poner a prueba los verdaderos Valores) de los interlocutores
catalanes era un requisito indispensable e irrenunciable – ante cualquier conciencia normalizada que entienda lo que es en esencia
una Democracia, y por lo tanto ante Europa (que ya nos llamó la atención en ese
sentido, amenazando con variar su posición de apoyo al Gobierno conservador si
se repetían esas escenas violentas como las que se produjeron frente a unas urnas).
En el fondo, la posición conservadora frente a ese asunto fue una posición de
fuerza que terminó por expresarse de la manera más adversa para nuestros
intereses de imagen internacional, que era, concretamente lo que estaba en
juego en ese momento y que finalizó, en su primer episodio, mostrando al mundo
la incapacidad de hacer política, de aquellos que su misión esencial era
realizar política para resolver los asuntos sociales y políticos que estaban en
juego. Ya señalé en el pasado que ello parece ser derivado de un problema de
carácter, que parece hallarse dentro de nuestra cultura social y que parece
derivar de nuestra falta de percepción de lo que es y significa la realidad de la
democracia. Cuando la política se expresa condicionada por el miedo y, por
ello, tendente a recurrir a la fuerza, entramos en el terreno de los errores.
Cuando el miedo se vislumbra como precipicio y vértigo es cuando exigen de
nosotros una actitud reflexivamente valiente, y la reflexión valiente significa
darnos a nosotros mismos, aún más si cabe, para procurar el bien de toda la
sociedad… significa explorar lo aún no explorado… significa tener el valor de
sentarse con el que nos incomoda para encontrar una solución viable, pacífica,
no violenta y política que deje a las partes lo suficientemente seguras en un pacto
que augura un devenir lo más positivamente previsible, dadas las
circunstancias; y a los que procuraban el enfrentamiento los deje al “descubierto”
respecto de los valores que dicen sostener… para que todo el que “sepa ver” y “quiera
hacerlo” vea qué y quienes sacaban partido del conflicto o, tal vez, quienes se
situaban detrás del mismo esperando réditos de alguna naturaleza…. Y ello nos
permitiría avanzar más como sociedad democrática. Así pues, las declaraciones
incendiarias de algunos líderes catalanes podrían tener como única misión
señalar, aún más si cabe, aquellos que azuzan, en el fondo y de fondo, contra
una verdadera pluralidad cultural en España, o una pluralidad de perspectivas,
aquellos que, en definitiva, apuestan por ciertas formas de abierta
confrontación (violencia) que les
permiten crecer social y políticamente (a
la vez que fomentan las soluciones traídas desde el miedo, la coacción… que es
lo que siempre funcionó en el mundo occidental como forma de gestión de la
sociedad y que, paradójicamente, es sendero opuesto al que venía, y pretende,
seguir desarrollando la UE y, por lo cual, está siendo sometida a acoso
internacional de los EEUU y Rusia en este momento).
Podríamos
realizar una extrapolación social de la manera de afrontar situaciones complejas
o difíciles en nuestra sociedad española
y que difieren del actual proyecto europeo que da razón de sí, y de existencia,
a la UE. El motivo esencial por el cual en la sociedad se acaba por emplear la
coacción y la fuerza es porque no se confía, real e íntimamente, en los propios
recursos que se poseen para exponer las razones que se debieran abrir paso y
producir el efecto de confianza y posible concordia – es decir: No se confía en la capacidad de exponer honesta y
adecuadamente los propios valores para re-solucionar
el conflicto. Esa desconfianza es posible en ciertos entornos sociales que pudieran carecer
de recursos adecuados o incluso de confianza y fe en las instituciones – por
haberlas observado actuar de manera o forma aparentemente caprichosa en los
asuntos que le conciernen – o carecer del tiempo necesario para una correcta
gestión de un asunto y que se abrevia con una orden clara que todos aceptamos;
pero en un entorno político ello parece señalar que no se cree en los propios
valores que se dicen sostener – sobre todo ante la naturaleza de determinados
problemas que se plantean; dando lugar a cierta inseguridad por la cual se
empieza a dudar de que, en definitiva, esos valores, se posean o no, y sobre
todo, hasta qué punto o profundidad son observados y respetados esos valores, por
lo que, consecuentemente, no se crea de verdad, con la profundidad necesaria,
en la democracia, sino que el marco democrático, en un momento dado, se puede
convertir – más que en un límite - en un
argumento, una excusa para no entrar en el fondo, con lo que emerge en su lugar
el ejercicio de la autoridad como sustituto de la democracia, (pues a la
definitiva los actos definen a las personas, por mucho que se pretenda otra
cosa).
Es
obvio que siempre hay o existirá un límite que no se ha de franquear y en el
que conviene mantenerse y que es
precisamente el que limita el inicio de cualquier forma de violencia. Y que
parece ser el límite que en España, a cierto niveles, menos se respeta y se
hace respetar; pues la solución que más fácil tiene al alcance el poderoso que
ostenta la autoridad es apelar a ella (en
forma de coacción, amenaza… o cualquier otra forma en que esta se exprese, con
el fin de ahorrarse una enojosa tarea que le pone a prueba como persona con sus
propios valores. El objetivo es abreviar; y se abrevia bajo la premisa de tener
la razón y lo lamentable que suele suceder es que la razón no se tenía, al
menos completamente; y que es lo que suele suceder la mayoría de las veces. El
poderoso, la autoridad abrevió, se precipitó e impulsó una mala solución). Así que todos acabamos por tener que pensar en
una buena solución cuando nuestros actos legítimos acaban chocando con los de
los poderosos (ya sean de multinacionales
o los propios gobernantes o personas influyentes) pues una vez caemos en la
cuenta de que lo que exponemos es una situación que es concebida como conflicto,
debemos aprestarnos a proponer una solución que acompañe a esa exposición del
mal proceder que recibimos, pues en caso contrario podemos acabar siendo
observados como los causantes del mal por el simple hecho de exponerlo; y
consecuentemente recibir una solución que no modifica la causa por la que
recibimos esa mala actuación y que fue la causa de exponer nuestra queja. Ahí
se halla la dificultad de llevar hasta el final cualquier queja por una mala
actuación y que hace desistir a la mayoría de las personas: La autoridad puede
apelar fácilmente a la idea de ser cuestionada ilegítimamente (aunque se pueda deducir que se pudiera haber
mostrado indolente, inoperante o ineficaz en un asunto, por una motivo u otro).
Por
ejemplo: Suele ser común que una multinacional (aunque sea española, o precisamente por serlo, aunque me temo práctica
generalizada en Europa a raíz del descubrimiento de los fraudes con los diesel),
ante un problema de venta inadecuada, o incorrecta, apueste (ya desde su política de ventas) por no
aceptar devoluciones, pero una vez señalada la posible mala práctica con cierta
eficacia apele a dilatar la situación con el fin de que el reclamante o se
aburra hasta que desista (y el acto
comercial quede plenamente asentado a favor del acto irregular de la
multinacional) o que prevea que el gasto en recursos de tiempo y esfuerzo empleado
por el reclamante le sea tan alto que le ponga, a tal punto, a prueba que le
obligue a pensárselo antes de iniciar tal senda de reclamación, o persistir en
ella. Es una cuestión calculada por la multinacional ya que ellos mismos saben
por experiencia (porque con lo que más
trabajan es con números) que el coste de resolver un fallo o error va
aumentando a medida en que su detección se retrasa en el proceso de fabricación
o de venta o postventa (los costes son
cada vez mayores para resolverlo) llegando a tener que desechar el producto
(lo que en sí mismo es un fracaso
empresarial) y ello es el motivo por el cual algunas multinacionales
apuesten, directamente, por no aceptar devoluciones del producto. Los nuevos
problemas derivados de la rápida evolución tecnológica, casi obsolescencia, de
ciertos productos les lleva también a prácticas comerciales inadecuadas y
gravosas para los consumidores – incluso
para sus propios clientes con los que mantienen contratos comerciales –
pero su disposición a resolver estas cuestiones siguen los mismos cauces de
agotar al reclamante; y todo ello puede acabar derivando, si el consumidor
persiste honestamente, un precio a pagar por la multinacional muy superior al
que pretendía evitar con su estrategia de disuasión: El precio de verse su
imagen de marca afectada ante la opinión pública. Lo lamentable es observar que
en los ámbitos políticos se pudieran seguir las mismas prácticas de agotar al
perjudicado, pero con el agravante de intentar hacerlo pasar por el causante
primero y último del propio problema que expone (tal vez de tanto tratar asuntos con ejecutivos de alto nivel de
empresas internacionales se acabe por emular soluciones de tácticas comerciales
a asuntos políticos, donde lo que está en juego son los Derechos Civiles y por
tanto la Democracia real).
A
ningún comerciante de barrio se le ocurre seguir procedimientos similares sobre
ciertos bienes de consumo, cuando saben que deben estar sometidos a
“compatibilidades” (y más si esas
compatibilidades también dependen de otros productos que ellos también venden)
y en ello suelen poner interés de advertir, porque el comercio (desde siempre e históricamente) es
concebido, esencialmente, como un “trato” social (como un modo de relación interpersonal) sujeto, especialmente
sujeto, a la confianza y a la generación de la confianza para que este llegue a
buen fin y sea precedente para posteriores “tratos” comerciales que hagan
prosperar el propio negocio y establezca una “previsibilidad positiva” en las
relaciones con los clientes y, en general, con la relación comercial comercio/clientela,
dando lugar a una “trayectoria de fiabilidad” que es concebida como “garantía
de equidad” a la hora de hacer tratos comerciales (es decir: El comerciante, a la hora de resolver una divergencia también tendrá en cuenta el
punto de vista del cliente y viceversa, haciendo posible un acuerdo amistoso).
A todo el conjunto de intercambio de preguntas y pareceres entre comerciante y
cliente, y al ambiente en que se produce,
se le llama “trato”; y del “trato” (que
no es otra cosa que la manera en que las personas se tratan entre sí)
aparece el término jurídico de “contrato” y que suele ser implícito y verbal
cuando se produce en un entorno comercial de barrio por la compra de bienes
comunes o alimentos, y del cual sólo queda como muestra de que existió: un
ticket de compra, en el cual se puede verificar la cuantía del precio pagado
por cada uno de los productos adquiridos y que es requerido, por lo general,
cuando el comerciante atiende una circunstancia sobrevenida sobre el producto
adquirido por el cliente o consumidor –
pero en la mayoría de los casos basta la
palabra para atender una postventa), pues la “palabra” (que es el vehículo esencial del trato)
alcanza en el ámbito del “trato comercial” la esfera jurídica de “contrato”,
cuando las partes se hallan en esa disposición de cordialidad que nunca se
quiere perder. Incluso las Administraciones velan porque la resolución de las
divergencias comerciales sean pacíficas y al alcance de todos los consumidores,
en especial cuando tratan con grandes empresas o multinacionales (pues hoy en día el “trato” tiende a no
ofrecerse en persona), y la única garantía de que existió un trato (más o menos indirecto) es la factura de
un contrato explícito orientado a proteger los intereses de las grandes
compañías comerciales – y aún así hay
grandes negocios en España que ejemplarmente se resisten a renunciar al trato y
ponen por delante las garantías a los intereses de sus clientes; y ello se
convierte en referente de lo que es el trato tradicional que existió en el pasado
y que pugna por permanecer en el futuro, junto con el esfuerzo realizado por los
comerciantes de barrio.
Siempre
es bueno confiar las soluciones al hecho de profundizar en los valores (y con
ello verificar si ellos prevalecen en cualquier tipo de organización de
cualquier naturaleza, sea grande o pequeña e incluso las más simples) y, de
paso, constatar que ellos prevalecen en nosotros ante cualquier adversidad. Sin
embargo, cuando entendemos que se genera cierta forma de aislamiento entorno a
una persona que expone una situación adversa sobre sí, se puede recibir un
mensaje ambiguo; por una parte parece que se pudiera deber a un deseo de
proteger la propia organización ante un problema complejo de solucionar (complejo, tal vez, por las redes de complicidades
creadas sobre el problema señalado, que pudieran alcanzar esferas
insospechadas, en un principio, y que acaban revelándose como una posible
“trama” generada en torno a unos intereses iniciados, desde una concepción, de
que la legalidad de los Derechos Civiles que asisten a una persona pueden ser vulnerados en razón de la
naturaleza de percepción social de esa misma persona). Por lo tanto, desde
el punto de vista de los “valores” que dice sostener cualquier organización, ello no debiera representar un obstáculo de afrontar, pese a la adversidad del
hallazgo. Y sin embargo, dada la naturaleza de la organización, se pudiera
hallar, en alguna medida, “secuestrada” o “rehén”, de ese suceso que no era
sobrevenido, sino del cual se dio cuenta desde hace, al menos, cuatro años y se
pusieron obstáculos para su análisis en aquél momento. De todo ello se puede
extraer la idea de que el tiempo juega en contra del que señala el problema - que le afecta muy especialmente en sus
Derechos Civiles - pues, llegado ahora el momento, pudiera resultar que
personas que debieran representar a la organización en sus propósitos más
esenciales, pudieran hallarse afectadas (por
omisión, acción o co-lateralidad) por el mismo problema y bajo el mismo
criterio de desvalorar los derechos Civiles del afectado en razón de creer que
un prejuicio social sería suficiente instrumento como para apropiarse de un
proyecto sin permiso. Ahora se ha creado el escenario propicio para que
cualquier acto en defensa de ese Derecho Civil, sea observado como un deterioro
de la imagen de la organización, generándose un aparente dilema de intereses
que pudiera girar en torno a la idea: ¿Qué es más importante en este momento,
los intereses de una Organización o los de una única persona? La pregunta
en sí misma, si así fue expuesta, representa un callejón sin salida que
explicaría la intención del aislamiento de la persona en cuestión, con la frase
concreta que aparece como mandato: De
esto no se habla. (Nunca hablé de
esto con nadie, ni siquiera con mis más cercanos, y sólo el hecho de observar
el tipo de conversaciones que me sacaban en el entorno de mi barrio y el cambio
de actitud de con-vecinos, con los que siempre me he llevado muy bien, - y sigo - en
actitud pensativa o preocupada; me ha llevado a reparar en esta situación que
parece confirmarse).
He
de vencer esa idea de aislamiento que pudiera establecerse, en alguna medida
aunque no se exprese, porque el camino que se sigue es el conocido de los
hechos consumados; y algo de resistencia se ha de poner, pues permitir sin
cierta resistencia pasiva la consumación de hechos lleva implícita la
consumación de personas que han podido participar en este asunto (de manera activa, pasiva o co-lateral).
Y con ello se dilata el objetivo esencial de hacer prevalecer los Valores sobre
los intereses particulares de aquellos que pudieron infringir o infravalorar
normas esenciales sobre Derechos Civiles en nuestra ciudad y que deben de ser
el objetivo esencial a transformar – sea
cual sea la dimensión de la supuesta “coincidencia en opinión infra-valoradora”
– pues no es concebible que una organización, de tal nivel, sea rehén, en modo
alguno, de personas que se sostienen en intereses comunes sustentados bajo
dichos supuestos.
La
salida es fácil y sencilla: Reconocer al Autor esencial de dicho proyecto. Y la
oposición a solución tan simple solo parece explicarse por aversión a ese
reconocimiento por parte del “falso autor” (o
falso equipo de autores, porque a estas alturas concibo que para un acto de
esta naturaleza es mejor crear equipo que defienda que persona única que tenga
que hacer frente a una cuestión de esta naturaleza), pues pudiera afectarle
en su “fama” – algo que no desea para sí, sí lo desea para otros. Y este tipo
de personas no puede hacer rehén a toda una organización (y quien se deja hacer rehén no parece buen gestor de una organización
de esa naturaleza).
En
los tiempos que corren precisamos de Valores reales y asumidos verazmente en
nuestras conductas cotidianas, para hacer frente a los retos autoritarios que
se nos vienen encima. Son los Valores los únicos recursos de los que disponemos
para afrontar este reto de transformar procederes que han puesto en crisis
nuestra democracia; y para asumir esos Valores hay que tener Valor (valor positivo, el que se emplea para
atravesar los propios vértigos personales que nos hacen adentrarnos en un
terreno en el que sólo nos pueden apoyar aquellos que también los poseen y
siguieron, en algún momento, dicha senda de Valor y quieran hacerlo. Y desde
luego no me refiero al “valor” referido despectivamente, y que se refiere a
aquél que es promovido por el miedo de tener la certeza de haber actuado mal,
ser consciente de ello y pretender seguir por la senda del error, por ser el
único camino conocido y que da resultados efectivos en una sociedad a la que se
le niega el verdadero ejemplo del “Valor”. Esos caminos ya los conocemos y
sabemos que son los que están haciendo reaccionar, a parte de la sociedad, por
la senda de los extremos. La senda del “Borrón y Cuenta Nueva”, porque los que
debieron dejar que existiera un relevo generacional, en el momento oportuno, se
negaron a ello – no por convicciones, sino al parecer, por intereses pura y
simplemente materialistas; y desde las sombras y el refugio del anonimato,
persuadieron y aún persuaden para seguir por la misma senda. El problema es que
la sociedad parece empezar a responder: En caso de duda, mejor el original, el
que nos dice a la cara lo que realmente es y lo que va ha hacer. Y ese es un
problema que nos afecta a todos y Vds. lo saben – y eso parece ser lo temerario;
lo que hay que cambiar, porque lo que está en juego son nuestros Derechos y
Libertades colectivos – tal vez no hoy mismo, pero en un fututo que se antoja
inmediato; y el primer paso para afrontarlo es “señalar” a los que persisten en
las maneras y formas de proceder que nos han traído hasta este momento).
La
Democracia se entendió sustentada en Valores positivos de la persona y en su
fomento en la sociedad. Los Valores de siempre y que siempre concebimos como
bienes buenos para las personas y que están acompañadas de esas Virtudes (las
de siempre) que todos entendemos y deseamos incorporar a nuestras vidas de
manera eficiente y eficaz cuando llegamos a comprender que si no las observamos
nuestros mejores propósitos difícilmente llegan a buen puerto y si lo hacen se
muestran como amargura merecida por el innoble trayecto seguido para conseguir el
fin deseado. La Democracia no es un fin a perseguir – no estamos en un régimen de normas autoritarias – es un Camino a
transitar diariamente; y quien no cree, desde puestos de responsabilidad, que
es un camino diario de ejemplo en Valores, difícilmente puede generar Democracia
día a día. La mejor autoridad que se pudiera mostrar es la que se reconoce (cuando se está preparado para ello), casi
espontáneamente, casi sin darse cuenta uno, en las personas que sustentan esos
Valores y esas Virtudes. Ese es el camino diario de la Democracia y esa es su
verdadera fortaleza; y esa es también su permanente tarea cotidiana.
Difícilmente caben en esa tarea quienes velan, exclusivamente, por sus exclusivos
intereses personales, y menos si estos resultaran ilegítimos. Y me temo que
nuestra sociedad hace tiempo que sospecha que nuestra Democracia no va por el
camino prometido hace ahora 40 años. El relevo generacional es inevitable (pero no en edades, sino en Valores y
Virtudes…. las de siempre, las que siempre conocimos y se enseñaban).
Si eres Capitalista agresivo (de los que se apropian de las ideas y esfuerzos de otros)
difícilmente puedes ser Socialista
No hay comentarios:
Publicar un comentario