Normalmente,
según se oye hablar a los especialistas en los medios de comunicación, cuando
de un proceso penal se trata, suele ser preceptivo exponer o encontrar las causas y motivos
que hicieron posible un concatenamiento de hechos o intenciones que derivan en
un delito o crimen. Determinar el móvil o los móviles por los cuales una
persona o conjunto de personas, son capaces de llevar a cabo un posible delito (en este caso un “sobresalto” que ha puesto
los pelos de punta a todo el Estado) y conseguir señalar el “móvil” con
alguna precisión y desde ahí atribuir las razones, y el conjunto de razones,
que dan sentido y racionalidad por la cual se guían los “investigados” para
llevar a cabo lo que, a priori, parece un claro y evidente desafío; por ello suele ser requisito esencial, para construir el relato que determinará la solidez de una sentencia,
y por el cual se atribuirán distintas graduaciones de penas o la absolución de
encausados. Sin embargo, en este asunto del Procés no parece que se vayan a
contemplar las diferentes hipótesis que los propios independentistas parecían
dispuestos a expresar (o inducir a hacer
pensar) como motivo desencadenante y determinante (y que fueron objeto de debates en los distintos medios de comunicación
en donde ellos mismos participaron o algún técnico en economía parecía amagar
con señalar sin atreverse del todo) que intentaron exponer como causas que
les hubiera llevado a posiciones de ruptura con el Estado expresadas por medio
de la movilización de la población catalana en una reclamación, cuyo punto
álgido fuera una declaración de Independencia no votada y “suspendida” – como quien amaga con provocar pero usa del
cálculo para no situarse, plenamente, al margen de la ley aunque de esa
impresión (no en balde parecen, o son, personas muy cualificadas y bien
asesoradas en técnica jurídica y de imagen).
Los primeros
indicios de esas causas de fondo por las cuales se podría prever el marco desde
el cual se iba a establecer una potencial ruptura con el Estado, parecía vislumbrarlos
en los medios de comunicación el propio Jordi Pujol cuando era señalado de
haber constituido, su entorno, una especie de “mordida” en las actividades
económicas catalanas. También a CiU se les habría señalado en el Parlament Catalá como beneficiarios de una hipotética práctica
corrupta estimada en un 3% de las obras que se adjudicaban. Se realizaron
declaraciones en los medios de comunicación que se percibían como amenaza
velada al Estado si se persistía en acosar a él y a su entorno sobre las
sospechas de prácticas aparentemente corruptas; y algún economista catalán,
parecía querer señalar una idea similar de responsabilizar al Estado de la propia
corrupción en Catalunya, en la misma dirección de gravedad iniciada por Jordi
Pujol, aunque el presentador del programa de la Sexta rehuyera entrar en eso que parecía una excusa, invitándolo
a expresarse con datos concretos, y que parecía dar a entender que pretendiera
justificar la propia corrupción atribuyéndola a una consecuencia del sistema
democrático español; (de alguna manera
parece que se intentara trasladar una compleja idea por la cual el catalanismo
era ajeno a las prácticas de corrupción, pero no pudo sustraerse a ellas en
contra de su voluntad (¿?)). Aún así, el especialista en economía catalán,
intentó defender la legitimidad de los argumentos de discriminación económica
que habían sostenido diversos políticos independentistas y que se percibieron no
rigurosas, provocadoras o casi ofensivas por su falsedad. El economista
señalaba todos los ámbitos sociales que quedaban en precario (por medio de formulas matemáticas y ratios
más o menos complejos) y con escasez de recursos para ser atendidos
eficientemente, que vendrían a respaldar o enmarcar el conjunto de razones
“objetivas” que justificarían el slogan que el líder de ERC lanzara a los
medios de comunicación señalando que “España nos roba”. La crisis económica hacía
percibir, más adversamente, malas prácticas y abusos en la gestión, y también
otros excesos que alcanzaron al entorno independentista, pero en cuya
estrategia de defensa inicial parecía no ser otra que inducir a hacer pensar
que estaban dispuestos a poner en marcha un “ventilador” donde más daño hiciera
al Estado.
La estructura generada
y orientada desde la Generalitat para ir consolidando una idea identitaria se viene
instalando, no solo en los entornos culturales y económicos (donde puede observarse como una estrategia
destinada a potenciar la imagen de la propia economía e industria catalana para
fomentar su expansión internacional) sino que empezó a entrar, de pleno, en
el ámbito del propio devenir de la Historia de España, modificándola y
proyectando, a la vez, una hipotética legitimidad territorial Histórica
alternativa, comparable, en razón de equivalencia, con la legitimidad del
Estado español a la que, posteriormente, adhiere otro mapa político/territorial
donde viene a incorporar territorios de otras comunidades autónomas adyacentes,
que alimenta una impresión - inquietante
para la integridad de otras CCAA y de la integridad territorial del Estado
español - de estar concibiendo y construyendo, desde el incipiente nacionalismo
catalán, las condiciones previas - ambientales y sociales - que vendrían a instalar
en la mente de los ciudadanos la legitimidad de una posible ampliación
territorial bajo su influencia política con la denominación de Países Catalanes;
dando cuerpo, por primera vez en la restauración democrática, a la posibilidad
futura de concebir, o un nuevo ente territorial en el Estado español superior
al ámbito autonómico y que se podría contemplar como proyecto de una nueva
estructura político/territorial, intermedia, destinada a sumar reclamaciones económicas,
culturales y políticas, que pudieran acabar rivalizando con la visión del
Estado central – enmarcada en la
Constitución - o, alternativamente, imitar en legitimidad lo reconocido
para el País Vasco en la misma Constitución respecto de Navarra, pero fuera del
ámbito de la Constitución (es decir, una
ampliación del territorio que ahora configura la Comunidad Autónoma de
Catalunya que engulliría a la Comunidad Autónoma de Valencia, de Baleares y
parte del territorio de la Comunidad Autónoma de Aragón, dejando para
posteriores impulsos un área de supuesto devenir histórico similar en el sur de
Francia).
La
respuesta a la “evidencia” de corrupción en la gestión propia de su Comunidad
Autónoma no llevaba a la ciudadanía
catalana a pedir responsabilidades a su propio entorno de dirigentes
políticos, sino que por el contrario aceptaban (un cuarenta y tantos por ciento) la “estimulación” de concebir que
los responsables de la corrupción propia era, de alguna manera, el Estado
español (cuajaba la manera de “limpiar”
cualquier pecado económico cometido en cualquier ámbito catalán que, de
existir, aunque ya hubiera salido a la luz o pudiera salir a la luz en el
futuro, cortaría de raíz cualquier escalada de reproches internos que pudiera
poner en entredicho la limpieza y transparencia en gestión de la CCAA catalana)
en lo que parece una estrategia de huida hacia delante de CiU (de la que parecían distanciarse algunos de
sus históricos fundadores, al advertir la dimensión de la confrontación que se avecinaba
con la aparente finalidad de no asumir responsabilidades propias), esta CiU
se transformaba en PdCat para distanciarse de la adversa imagen generada por
sus propias prácticas de corrupción, impulsando argumentos que se construían
para trasladar la responsabilidad al Estado central, persuadiendo a la
población de esa veracidad que les otorgaba un motivo justificado – que podría visualizar al Estado central en
perverso – que legitimaría la reivindicación separatista e independentista respecto de
España.
Esa idea de que
“España nos roba”, construida con un conjunto de datos numéricos - que fueron desmontados uno a uno por el
luego Ministro Borrell (incluso en un cara a cara con Oriol Junqueras) -
conformaba el argumento económico sobre el cual se pretendía sostener, en la
ciudadanía catalana, la pérdida de oportunidades de progreso, desarrollo y
bienestar de los catalanes. Reforzaba, la tesis, la existencia de una afrenta
permanente e histórica de España hacia Catalunya, primero buscando en el pasado
inmediato (bajo la gestión del PP)
cualquier tipo de adversidad que reforzara dicha percepción, constituyendo y
construyendo desde ahí el agravio esencial: la rectificación del TC sobre el
Estatuto Catalán promovida por el Gobierno Conservador (aunque el Gobierno del PP, de Mariano Rajoy, pusiera en evidencia la
falsedad de dicha afirmación como punto de desencuentro que diera lugar a
divergencias políticas irreconciliables, pues los nacionalistas catalanes
habían llegado a acuerdos en otros asuntos posteriores con el Gobierno Central;
señalando, así, que lo que sostenían los ahora independentistas era un relato
construido a posteriori para favorecer su causa y la legitimidad de la misma ante
los ciudadanos catalanes y europeos).
Surgía
un reproche hacia ERC por parte de los Socialistas en el parlamento español; resultaba
obvio que ERC se disponía a proteger a un partido conservador catalán que había
usado la corrupción como solución de financiación y que dicha sospecha
alcanzaba a la familia de quien fuera insignia del catalanismo burgués durante
los últimos cuarenta años. La lógica contrariedad parecía contener una
evidencia política que parecía incongruente ignorar y que expresaba la pérdida
de la oportunidad que se le presentaba a ERC para acceder al gobierno de la
Generalitat y construir una política progresista, pudiendo destinar sus
esfuerzos y potencial político a instaurar una gestión económica plenamente
honesta, liderando la Comunidad Autónoma Catalana, durante un prolongado
periodo de tiempo gracias a una percepción de integridad gubernamental,
constituida desde una visión de centro-izquierdas o socialdemócrata que,
consecuentemente, no cuestionara la integridad de España, sino buscara el
progreso de la economía y la sociedad catalana dentro del marco constitucional.
Sin embargo ERC no ve un camino claro en esa dirección (el
relato que se construye sobre el desencuentro con el PP calaba en el entorno catalán
limitando la percepción de libertad de movimientos en ERC) renuncia a esa
oportunidad política y la sacrifica liderando un relato populista en los medios
de comunicación (propio de visiones
extremas) lleno de lenguaje exasperado, que favorece la polarización de la
sociedad catalana.
Parece que
algunas personas conciben la política como un entorno, en el cual, es
“legitimo” mentir o sostener un discurso falseado que no admite “contraste” si
las razones finalistas están justificadas. Es como si se concibieran que
adquieren una autoridad moral, de tal naturaleza, que permitirá el uso de “herramientas”
de esa naturaleza, donde, nuevamente, el objetivo justifica los medios. Ello llama
la atención en un partido como ERC, que se dice estar y hallarse en el entorno
de la socialdemocracia o el socialismo democrático catalán. Los excesos de
esta naturaleza (las que portan
exageraciones extremas) parecen aceptar como vía legítima la idea que pareciera sostener Jordi Pujol o CiU
para exculparse de la propia corrupción de su entorno, o la que sugiere estar
detrás de la declaración de Artur Mas al referirse al problema catalán,
evocándolo como causa de la pasada Guerra Civil española, y que sonó a ultimátum
al Estado Central.
Sin embargo, no
parece que exista, en esos argumentos que pretenden ser exculpatorios de su
propia corrupción, un espejo aceptable que lo confirme y que se verifique en
otros ámbitos del Estado, pues el propio PP ha venido pagando el precio de la
corrupción – primero con condenas en los
tribunales, de las cuales aún parecen quedar procedimientos jurídicos por
resolver, y más recientemente con la pérdida del Gobierno por una moción de
censura derivada de una de esas sentencias culpabilizadoras. En otras
Comunidades Autónomas, donde parece haber existido alguna práctica ilegítima en
la gestión, se ejerce la actividad de los Tribunales para determinar las
responsabilidades y la naturaleza de las mismas. Y si intentáramos buscar un
“espejo” lo más simétrico posible con las reclamaciones de identidad histórica
en Catalunya, como el País Vasco, nos encontramos que dicho pretendido
“implícito exculpatorio para corromperse” ni se dio ni se escenificó, no
viéndose ni en los Lendakaris ni en los sucesivos Gobiernos Vascos, ni
enriquecimiento personal de sus fortunas ni prácticas de corrupción, como las
destapadas en Catalunya, que se pretendieran justificar apelando a razones similares. El
aislamiento y alejamiento de quienes hayan podido realizar prácticas de corrupción
se gestiona, en la actualidad política española, como una prioridad ineludible
en el seno de cualquier partido político.
Las licencias
oratorias que se permiten en los debates políticos difícilmente se aceptarían
en otros ámbitos por lo cual, a pesar del conjunto de críticas, adjudicación de
responsabilidades adversas, la utilización de sospechas, o directamente las
acusaciones de fraudes o ilegalidades que las distintas opciones ideológicas
pudieran reprocharse en los propios debates dentro de los órganos democráticos
o en el entorno de los medios de comunicación o incluso en los mítines o en
campañas electorales; todo ello se concibe configurado no siempre de manera tan
literal como simbólica y forma parte del debate político cuya misión parece ser contrastar la solidez de las razones, argumentos y convicciones que sostienen
cada uno de ellos. Por todo ello es difícil determinar cuándo en el debate
político se habla con fidelidad a hechos concretos y demostrables
fehacientemente o se hace referencia a sospechas que carecen de esa
confirmación comprobada pero que por el temor a que se hagan realidad, se
muestran como reales y efectivas en todos sus extremos; asumiendo los costes
políticos que pudieran derivarse de una actuación que parece que aplica un “principio
de precaución”, a veces de manera extrema o sobreactuada por concebir una
desconfianza nítida en un Gobierno respecto de algún asunto concreto. La autoridad política que asume la función de responsabilidades de Gobierno o de
Gestión, se halla asesorada por un entorno jurista y técnico - especializado en los distintos ámbitos en
los que la Administración tiene competencias – y suelen mediar informes técnicos o
jurídicos que explicitan la medida o medidas convenientes adoptar, o el camino o procedimiento a seguir, ante
cualquier situación que exija, obligue o determine una toma de decisión de la
Administración. Por lo general, este
tipo de informes suelen concluir con una frase que señala una supeditación, que
parece no solo obedece a razones jerárquicas sino también de diferente
percepción que se ostentara de la responsabilidad política y que pudiera mejorar
la ofrecida técnicamente desde la propia Administración. Es un margen de maniobra que rara
vez se apreciara como conveniente de asumir, salvo situaciones que resultarían
excepcionales y que en ello se concibiera consenso.
Los controles
de la justicia, por ello, suelen ser posteriores, cuando ya existen indicios o
sospechas fundadas de haberse cometido un delito; pues los preventivos se basan en el respeto y
la correcta interpretación de las normas vigentes que regulan toda la actividad
de la Administración (y, aún así, se
generan situaciones de interpretación, más o menos forzada de las normas, como
las señaladas recientemente en EEUU respecto de la utilización de fondos para
crear un muro fronterizo). La generalidad de las personas que conforman el
espacio político realizan tareas de gestión desde la vocación política de
servir a unos valores y a unos principios adquiridos desde la experiencia vital
personal y desde el compromiso con la sociedad que les vota.
La cuestión
previa a los acontecimientos que dieron lugar a los hechos que se juzgan en el
TS, parece que no serán objeto de la Sala – al
menos en esa dirección va la línea de evitar politizar el juicio y dedicarse,
exclusivamente, a la existencia, o no, de las condiciones y requisitos que
permitirán determinar la concurrencia de los delitos que se imputan – por
lo cual, lo que se podría llamar móvil real (al menos los que
parecen sustentar lo que hace posible el desencadenamiento de hechos por los
cuales son juzgados todos los procesados) parece que no será motivo de
análisis jurídico – aunque quede, tal vez, formando parte del "ambiente" no explicitado que dará origen a la
sentencia - puesto que los delitos que se “descubrieron” - y que parecen ser razón genuina de lo
acontecido posteriormente en la sociedad catalana - son juzgados en causas
diferentes como conductas infractoras o penales particulares y, salvo que los
Historiadores profesionales - cuya misión
es construir el relato, o una sucesión de hechos probados de nuestra Historia
contemporánea, se vinieran a coincidir en una única perspectiva que los
telespectadores pudieran percibir, en su momento, desde los medios de
comunicación – coincidan, unánimemente, sobre las causas de este desafío al
Estado; sin embargo, suele suceder de manera bien
diferente, según sean las perspectivas con que se defienda la
integridad de España, o las distintas visiones con que en Catalunya defiendan
la “legitimidad” del Independentismo, o de cómo, a la definitiva, se perciba en
Europa el juicio que se sostiene en el TS y el relato que sobre todo ello se
realice (sin olvidar que España siempre
ha tenido rivales históricos en Europa y que la misma opinión pública
europea sostiene un criterio sobre maneras y formas que puede acabar siendo contrariado
por cada Estado que lo compone en razón de unos intereses coyunturales propios
o Históricos respecto de España o de sus intereses particulares del momento). Mientras tanto el Ministro Borrell advierte
que en el extranjero los independentistas catalanes están intentando establecer
una nueva “leyenda Negra” sobre España; la preocupación que expresa el Ministro
de Asuntos Exteriores induce a pensar que, a pesar de los esfuerzos que viene
realizando el Ministerio de Asuntos Exteriores a través de sus diplomáticos
para sostener la legitimidad del criterio español, algo de acogida inesperada y
preocupante tiene el discurso catalanista.
Ese móvil que
da lugar al conflicto catalán, que parecía evidente, en principio, sobre el verdadero origen del distanciamiento de la Generalitat de
España, y cuya evolución da origen al juicio que concluirá en primera instancia en el TS,
experimentó un vuelco, girando desde la perspectiva de obvia corrupción
económica para alcanzar, de pleno, el ejercicio de la
política. Para ello los independentistas se han ido remontando - en su aparente propósito de justificar la
corrupción en la que se han visto atrapados - hasta los orígenes de la
Democracia del 78 y de la confrontación del 36 - sin ignorar otros impulsos de similar naturaleza ocurridos en el pasado
remoto que les lleva al siglo XVIII – y por medio de dicho argumentario,
parece que concibieron, con éxito, la posibilidad eficaz de poder evadir el desgaste
político de enfrentar las causas reales y objetivas de apropiarse de recursos
públicos y se han visto "llevdos” a
impulsar, de manera determinante, su proyecto independentista.
La estrategia
que concibieron los independentistas, destinada a remover los miedos y
fantasmas más recónditos de la sociedad española resultó efectiva, hasta el
punto de conseguir unas imágenes que nunca se debieron producir, y parece que
dieron la vuelta al mundo; y parece que vienen a constituir el estigma gráfico sobre el
cual fundamentar esa nueva leyenda negra sobre España. A veces pienso que,
aunque se supiera que ese era el objetivo esencial de todas esas movilizaciones
independentistas, siempre existe alguien, en algún punto o lugar esencial que
acaba convencido de que la expresión de la autoridad debe de llevar aparejada
una expresión coactiva violenta que se debe de expresar. Y se expresó en el día
y en el contexto más desafortunado para la imagen de España.
Para complicar aún más la situación, aún sin llegar al pleno poder, aparece Vox. No se debería descartar la capacidad de influencia que podría llegar a alcanzar en la opinión pública (si no se llega a un acuerdo a tiempo, sobre la solución de los problemas propios que configuran la estructura de nuestra Estado y visiones “de legitimidad” que gravitan sobre él) presionando desde ese “sentido común” que sigue existiendo, que a veces se expresa expeditivamente (sin medir, ni meditar, en las consecuencias colaterales y transversales de tomar decisiones aparentemente simple y sencillas; pues esa existencia radical implica, de alguna manera, el resurgir y la evocación de una figura autoritaria y “perfecta” en el imaginario de la gente que nunca conoció el franquismo, y que lo conciben como “un ordeno y mando” que todo lo resuelve; y que si existen consecuencias colaterales, por muy graves que fueran esas en sus efectos, las responsabilidades son de “otros”, no propias) y que parece que nace como respuesta al inicial éxito de la estrategia de Podemos (en maneras y formas) y bajo las mismas premisas populistas y transversales que definieron la estrategia de ese grupo de izquierda (cuyo nacimiento pudiera ser consecuencia, tal vez no única, de la expresión “golpe de timón” con la cual la izquierda-izquierda también concibiera una estrategia con la que alejarse de la conmoción que generaba en la sociedad la visibilidad de prácticas y abusos destapados, y recuperar el espacio de “principios y valores”, que la crisis pudo poner en duda, y que parecía evocar al formato de República). Pero para complicarlo más aún, viene a resultar que los grupos de extrema derecha también habían venido adoptando la idea de República, ante la clara vinculación de la Corona con la Democracia. De alguna manera el compromiso del líder de la extrema derecha reconociendo al Rey pudiera verse como cierta garantía para la Democracia, y sin embargo se ha de ser consciente que ese espacio político contiene un componente de fondo republicano que la excluye.
Se puede percibir, de alguna manera, en este entorno de polivalencias, una volatibilidad del voto ya señalada por los especialistas; sin embargo, en la trayectoria de la Democracia en España se pueden buscar los aspectos a analizar para visualizar los ámbitos donde se pueden hallar más estabilidad.
Para complicar aún más la situación, aún sin llegar al pleno poder, aparece Vox. No se debería descartar la capacidad de influencia que podría llegar a alcanzar en la opinión pública (si no se llega a un acuerdo a tiempo, sobre la solución de los problemas propios que configuran la estructura de nuestra Estado y visiones “de legitimidad” que gravitan sobre él) presionando desde ese “sentido común” que sigue existiendo, que a veces se expresa expeditivamente (sin medir, ni meditar, en las consecuencias colaterales y transversales de tomar decisiones aparentemente simple y sencillas; pues esa existencia radical implica, de alguna manera, el resurgir y la evocación de una figura autoritaria y “perfecta” en el imaginario de la gente que nunca conoció el franquismo, y que lo conciben como “un ordeno y mando” que todo lo resuelve; y que si existen consecuencias colaterales, por muy graves que fueran esas en sus efectos, las responsabilidades son de “otros”, no propias) y que parece que nace como respuesta al inicial éxito de la estrategia de Podemos (en maneras y formas) y bajo las mismas premisas populistas y transversales que definieron la estrategia de ese grupo de izquierda (cuyo nacimiento pudiera ser consecuencia, tal vez no única, de la expresión “golpe de timón” con la cual la izquierda-izquierda también concibiera una estrategia con la que alejarse de la conmoción que generaba en la sociedad la visibilidad de prácticas y abusos destapados, y recuperar el espacio de “principios y valores”, que la crisis pudo poner en duda, y que parecía evocar al formato de República). Pero para complicarlo más aún, viene a resultar que los grupos de extrema derecha también habían venido adoptando la idea de República, ante la clara vinculación de la Corona con la Democracia. De alguna manera el compromiso del líder de la extrema derecha reconociendo al Rey pudiera verse como cierta garantía para la Democracia, y sin embargo se ha de ser consciente que ese espacio político contiene un componente de fondo republicano que la excluye.
Se puede percibir, de alguna manera, en este entorno de polivalencias, una volatibilidad del voto ya señalada por los especialistas; sin embargo, en la trayectoria de la Democracia en España se pueden buscar los aspectos a analizar para visualizar los ámbitos donde se pueden hallar más estabilidad.
Podríamos convenir que los Conservadores
españoles se percibían desconfiados de cómo se había configurado la Democracia cada vez que los fantasmas que hicieron
posible la Guerra Civil se vislumbran de alguna manera u otra (ello se percibió Alianza Popular desde el primer momento en que se tuvo
que votar la Constitución en un ambiente donde se aseguraba que el
reinado de JCI sería denominado “El breve” y en un marco de estructuras democráticas
del Estado evocando la misma República con la recuperación de los
Estatutos de Autonomía para Catalunya y el País Vasco - y, en consecuencia, “previendo temores y problemas” sobre los cuales se argumentó, a la definitiva, el
Golpe de Estado y la Guerra Civil. Ello es algo que se les
reprocha cuando, en el enfrentamiento de pareceres y procederes políticos
coyunturales, les recuerdan su dubitativo compromiso inicial con la Democracia
e, indirectamente, que el peso y esfuerzo del desarrollo democrático ha sido
sostenido (una vez desaparecido Suarez), esencialmente, por Socialistas y que no existe ningún otro
partido en el actual Parlamento que haya defendido, venga sosteniendo y
sostenga un compromiso tan expreso y decisivo con la Constitución, desde sus
inicios hasta el presente, como lo ha venido expresando de manera constante los
Socialistas en cualquier circunstancia, incluidas
aquellas adversas que le pudieron significar un coste electoral.
Esa visión que se pudiera considerar “agnóstica” o incluso “atea” (en algunos casos) de una parte de los Conservadores
respecto de la Constitución les llevó a ocupar una posición política, hace cuarenta años, que amparaba aquellas “percepciones” que existieron y que tenían dudas
sobre la viabilidad de una Constitución que generaba un giro tan determinante,
como portador de vértigos, por recuperar el escenario de marco político y de
estructura del Estado de la República; y sin embargo, la figura de JCI hizo
posible que la Constitución funcionara y también se produjera la
aceptación de los Conservadores de ese marco del Estado configurado durante la
República y concretado en la Constitución de 1978 con una Monarquía Parlamentaria.
La
Monarquía, con JCI, hizo posible que el camino y trayecto hacia la Democracia
en España fuera una realidad, y también hizo posible que los temores que
evocaban los fantasmas de la Guerra se fueran conteniendo y disolviendo, creando un marco político
que “de facto” constituía la forma republicana en España – con los valores republicanos sostenidos desde la Constitución –
bajo el compromiso personal, del propio JCI y de la Corona, que garantizaba, consecuentemente, el control y la sumisión plena de poderes fácticos al orden
constitucional y a su papel en la Constitución, del cual, el garante máximo era
el propio monarca y, por ello,
vinculando su reinado y el proyecto de la Monarquía con la propia Democracia.
Lo que parecía imposible de concebirse en el Estado español se hizo posible; la
República habría llegado en forma de Monarquía y garantizaba la Democracia (la cuadratura del círculo). De ahí, que
la Monarquía se acabara convirtiendo en objetivo de alguna tramas (conspiraciones del 1982 y 1985); se percibió como el obstáculo esencial que impedía cualquier involución.
De alguna manera no es de extrañar que también se busque señalar como obstáculo para
cualquier revolución (y más cuando cualquier forma de revolución se reivindique para "no asumir" la corrupción).
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