Cuando la
juventud alemana accedió a una información más meridiana y veraz de lo que
había pasado con su país en la Segunda Guerra Mundial, probablemente se
conmocionó y decepcionó, hasta el punto de generar una respuesta, de naturaleza
política, ante la evidencia de que sus familias habían participado (habían sido permeables al discurso que haría
posible la dimensión) de la gran tragedia que asoló a Europa. Pero la
respuesta no fue encaminada hacia una única dirección, se dividió (según un artículo de El País) en dos
actitudes contrapuestas: Una pacifista, de gran reflexión y alcance, y otra
violenta, canalizada por grupos comunistas, haciendo posible la constitución de
grupos terroristas en Alemania. (estos
últimos, si hubieran sabido las conexiones que existían entre el comunismo
europeo y los servicios de inteligencia del ejército de EEUU, acreditadas a
propósito de la Segunda Guerra Mundial (que
luego se transformaría en la CIA) – y cuya primera experiencia relevante se
mostraría a consecuencia de la Guerra Civil española, sobre todo visibles una
vez esta acabada – probablemente hubieran desconfiado de aquellos que,
pretendidamente, azuzarían la “desoladora impresión” que produce en la juventud
descubrir que la “perfección” que les transmite las generaciones precedentes no
tiende a resistir la “prueba del algodón” promoviendo la posibilidad de una
reacción violenta en los jóvenes que, de producirse, acaba siendo canalizada
con fines políticos, dentro de una estrategia internacional, cuyas conexiones
con la inteligencia occidental, dependiente de EEUU, parecen evidentes en las
muertes de Presidentes de países europeos a manos de acciones terroristas de
grupos de violentos revolucionarios).
Cuando en
España, a finales de los 50, en las Universidades dejaron de verse “camisas
azules”, las nuevas generaciones, nacidas en la posguerra, lucían vestimenta
moderna y occidental, y en la convicción personal de esos nuevos universitarios
la idea de que la Guerra Civil fuera el resultado de un “fracaso social” de
proporciones apocalípticas que no habría de repetirse. La construcción de un relato sobre los motivos, desarrollo y consecuencias de la Guerra Civil por todas las partes que estuvieron en el inicio de las adversidades que llevarían al conflicto, hubiera permitido visualizar los puntos débiles que hicieron posible ese desastre; sin embargo, fueron los comunistas (sin responsabilidades políticas en el momento de desencadenarse esas rivalidades en medio de la República) quienes construyeron e impusieron su relato en el inicio de la Democracia, un relato antagónico y polarizado que azuzaba ánimos, ahondaba en heridas, sugería actitud de revancha y establecería un poso de polarización dispuesto a ser resucitado (como hizo el líder de Podemos, de manera agresiva y desafortunada, dando una posibilidad de entrada a escena de la extrema derecha), pero sobre todo, ese relato interesado y partidista seguiría retrasando lo que
parecía una evidente necesidad de construir un relato consensuado, analítico y desapasionado (ambos extremos políticos parecen complacidos con esta situación a la que sin duda sacan partido en el presente y piensan hacerlo en el futuro; sin que exista decisión en los constitucionalistas de ponerse honestamente de acuerdo en rebatirlo). Asegura Ángel Viñas que ese relato sí ha sido posible en otros países pero no en España.
De alguna
manera, el hecho de que no se construyera ese relato deja lo “políticamente
conveniente” y la evidencia de “líneas rojas” (de evocación histórica) que no se debieran traspasar a la
interpretación política que se realice de cada momento; de alguna manera las
“causas formales” que hicieron posible la confrontación se conocen (las
expuso el bando vencedor y es el vencedor quien escribe la Historia) pero
lo que no se conoce es el motivo por el cual no fue posible un acuerdo de
Estado que la evitara y qué tipo de criterios, de fondo y no expuestos aun,
permitieron caminar hacia la evidencia de una Guerra Civil (pues se sabía perfectamente que el Golpe,
esperado y evidente, fracasaría y la confrontación sería inevitable); desde
esa perspectiva, la Democracia, después de 40 años advenida, no ha sido capaz de
construir el relato sobre la Guerra Civil (de
alguna manera ello indicaría y señalaría que la Democracia, como tal, no fue
capaz de construir el relato previamente a su instauración ni durante el desarrollo de la misma; y que
aunque quisiéramos decir y creer que ha resultado “vencedora” de ese periodo
confrontación y dictadura, no parece vencedora, al menos hasta el punto de
construir una relato y una Historia sobre esos hechos históricos que muestre
que realmente se entendió lo que pasó – con plena transversalidad – superando y
dejando atrás aquella etapa por medio del asentamiento de unos valores
realmente compartidos con transversalidad que hicieran posible la expresa
renuncia a soluciones políticas extremadamente autoritarias y recíprocamente
alimentadas por la izquierda y derecha). Consecuentemente, al no existir
una convergencia en las causas y errores cometidos para no preservar la
Democracia en su momento – de alguna
manera no se reconocen errores - consecuentemente quedaría abierta la
puerta para repetirlos. De alguna manera,
da la sensación de que la Democracia aparece como un punto de encuentro conveniente, que
se instaura reseñando nuevas cotas de libertad para “el pueblo” (aún tardaría en instaurarse el concepto de
ciudadanos) y dando la sensación de que la Dictadura hubiera sido un
paréntesis sobre el cual se pudiera pasar de puntillas, como si en vez de haber
durado cuarenta años hubiera durado cinco o seis y “el pueblo” no hubiera pasado
por la experiencia de una generación completa nacida bajo la “impresión” y el
“sello” de las identidades y carácter impulsado en esa etapa de
“rectificación”.
¿Cómo construir una Democracia sin reconocer
errores de todas las partes en concurso?
El hecho de no
sentarse a reconocer errores de las partes (y
las circunstancias y factores exteriores que influyeron en hacer posible la
guerra civil) pudiera implicar que, de alguna manera, era obvia la
existencia de un “volver a empezar” (que
sería el título de la película ganadora del primer Oscar por Garci – era claro
el respaldo internacional a la síntesis y esperanza que portaba el film).
De alguna manera la situación política de España retornaba al modelo que “podría
haber seguido” si ninguna de las partes se hubiera “excedido” hacía 47 años (según el criterio de quienes habrían
concebido ese violento “reseteo”). Y para evitar esa re-edición de errores (que pudieran albergarse por rivalidades y
antagonismos personales de quienes aún hubieran vivido aquella época en el
mundo de la política) nuevas jóvenes figuras políticas y de Estado
asumirían el papel de intentar llevar a buen término esa “segunda oportunidad”.
De ahí que se pudiera habilitar la idea de haber vivido en una República con la
garantía de la Monarquía, como formula clara de la voluntad de reconciliación.
A falta de un
relato consensuado, la transición y el primer periodo democrático transcurre
con un marco Constitucional que se irá desplegando paulatinamente - con un claro desequilibrio hacia los
derechos civiles individuales (que prácticamente se ignoran si no tienen un
componente que otorgue cohesión política alguna) – poniendo el acento, en el pulso político, en el desarrollo de la estructura del nuevo Estado.
Las decisiones se toman desde las alturas y la percepción que ahora se pudiera
tener de aquél periodo señalaría la existencia de verdaderas “líneas rojas”
imposibles de compartir, abierta y sinceramente con la ciudadanía (y que cuando se expresaron lo hacen, a
veces, por medio de evocar o instaurar prejuicios que evocan verdadero temor de
traspasar una verdadera “línea roja” – sobre todo cuando aparece en escena el
pacifismo y el ecologismo, que viene agitando conciencias en Europa y EEUU; se
hace urgente “reconducirlo” y asimilarlo a objetivos que se puedan armonizar y
estructurar ante la avalancha de “frentes” abiertos que tiene que atender la
democracia que se está instaurando – y precisamente el pacifismo y el
ecologismo se intuyen como puntos vulnerables de los argumentos que sostienen
la Guerra Fría – la revelación de los Pactos para las causas e el inicio y
desarrollo de una Guerra entre la URSS/EEUU, evidencia que la guerra no es
inevitable, como se venía argumentando desde las ideas nacionalistas, si no
resultado de una estrategia político/económica pactada, de la que Europa era
rehén desde la Segunda Guerra Mundial). La lectura de aquella actualidad (desde la actual perspectiva) vendría a
sugerir que cualquier decisión política interior y exterior que tomara
cualquier país integrante del bloque occidental que dirige los EEUU no le es
indiferente a la superpotencia americana. (No
fue indiferente EEUU al desarrollo de la Dictadura y marcó límites claros y
evidentes – y parece que llegó a mostrar la gran versatilidad de herramientas
que tenía a su alcance en Chile, en Italia, en España…por señalar algunos que
parecen evidentes, vinculados con la figura del Premio Nobel y Ministro
americano de exteriores).
A estas
circunstancias y percepciones de la actividad política (tanto en el propio territorio como en el extranjero) no podrían ser
ajenas las estructuras de seguridad del Estado, que aunque procedentes de la
dictadura su misión siempre sería “navegar” en cualquier circunstancia para
preservar al propio Estado, y que probablemente ya habían experimentado la
“determinación” y eficacia con la cual EEUU “rectificaba” la posición de un
Estado cuando este desoyera sus directrices. Existía, así, un marco de
actuación y libertad de acción política más bien reducido; las únicas
esperanzas de alcanzar mayores cotas de autonomía política para un Estado se
encontraban en el marco de la CEE (y tras
la caída de la URSS…) y en el desarrollo de la nueva estructura que daba
pie a la UE y a la vez ofrecía una oportunidad para que Europa tuviera una
propia política que probara su eficacia ante las siempre intimidatorias
soluciones que venía proponiendo el mundo anglosajón cuando aparecía un
conflicto de rédito estratégico y político.
Es posible que la circunstancia de persistir
en el desarrollo de una política interior, donde la participación de la
sociedad civil parecía un canal muy estrecho, diera la impresión de la
existencia de una verdadera “partitocracia” (cuya similitud con la idea de un despotismo ilustrado señalaría la
existencia de un flanco débil, posible de explotar con éxito políticamente).
Una reflexión más profunda de las limitaciones impuestas desde el exterior (a causa de la guerra fría) podría
hacernos concebir, tal vez con más realismo, el verdadero impacto de la
estrategia internacional Norteamericana sobre la sociedad civil de cada país y
sobre la independencia de la propia actividad política (no sólo en España, sino, al parecer, en gran parte de Europa) y con
ello entender las dificultades a las que se enfrentaba el despliegue del modelo político que se desarrollaba en España,
y en Europa.
La idea de la
existencia de una aparente plena “inmunidad” en la actividad política, no se
terminaba de entender en la sociedad civil – otro flanco débil para la Democracia que podría ser explotado en el
momento oportuno. La impresión que daba era que la base de la Democracia
residía en una protección que parecía desmedida y excepcional de la actividad,
en las decisiones, que tomaban personas concretas en su ámbito políticos (alcanzando la esfera privada o pública)
o en el terreno lo puramente civil, sobre todo cuando se pretendía comparar con
el nivel de protección otorgado a las libertades civiles de los propios
ciudadanos (daba la sensación de existir
una élite, todo poderosa, e intocable e inseñalable). La reflexión trasladaba
la idea de existir un verdadero consenso – transversal
- a la hora de tomar las mejores decisiones
en cualquier circunstancia y se contaría con los agentes sociales para desde ahí tomar resoluciones que, una
vez asumidas, serían inamovibles. (si
existía un bloqueo de un derecho, por pretendidas líneas rojas, se podría
llegar a consensuar uno o varios relatos alternativos o simultáneos.
Siendo así,
de tal manera, se podría entender que la
actividad de cada responsable político estaba determinada y consensuada, y
cualquier ataque personal que recibiera estaría siempre bajo la sospecha de ser
producto de alguien molesto o de una estrategia política – salvo que la evidencia clara demostrara lo contrario. Las
rectificaciones internas siempre han sido discretas, muy opacas a la opinión
pública y, con el tiempo, si la cuestión fuera realmente relevante, producto de
especulaciones periodísticas. (Nada que
ver con el vértigo – casi estrés – que hoy vivimos en el entorno de los
acontecimientos que giran sobre las cuestiones políticas y la multitud de
hipótesis y perspectivas desde las cuales es analizada la actualidad política).
En aquella primera etapa, la actividad terrorista
llevaba al más profundo “desasosiego político” a la hora de hacerle frente – cualquier estrategia empleada fracasaba, al
menos parcialmente, y ya no parecía existir un verdadero criterio político que sustentara
la banda por el cual se pudiera negociar una salida pactada (sin embargo el mundo británico seguía dando
soporte mediático a la banda armada a la primera oportunidad que se presentara
– el cambio de postura respecto al terrorismo vasco en Francia y Alemania pasó,
según un artículo publicado, por un acuerdo comercial en el desarrollo del tren
de alta velocidad; de alguna manera se vendría a señalar que cuando un país no
es capaz de solucionar sus problemas de fondo el resto se aprovecha de ellos).
(La película El Lobo, basada en hechos reales bajo un relato de investigación
periodística, señalaba una de las pretendidas causas de todo ello; pero pasaba desapercibida, como si realmente no importara, hasta que hubo de incidirse decididamente sobre esa teoría y no se pudo ya ignorar). A resolver
estas circunstancias ayudó la existencia de la UE, pero sobre todo el cambio
efectivo (de facto) que permitiría la
defensa de cualquier ideología por medios pacíficos.
El giro: La UE
se percibe como antagonista de soluciones por medio de la violencia y el
conflicto armado.
Es conocido el
dicho de que la Unión hace la fuerza. Era de esperar que los acuerdos
comerciales para crear un área de libre mercado (CEE) en Europa ayudarían a
evitar que las rivalidades en el campo del desarrollo industrial, tecnológico y
comercial dieran lugar a nuevas confrontaciones bélicas dentro del continente.
Así que la ONU auspició la creación de ese espacio para el carbón y el acero
que pronto comenzaría a desarrollarse en otros ámbitos comerciales y acuerdos
políticos que llevarían a la supresión de fronteras y aranceles dentro de la
CEE y, consecuentemente, a la libre circulación de personas bajo un mismo
pasaporte. El éxito económico de la CEE llevó a la creación de la UE. Las
ayudas de los países más poderosos económicamente llegaban en forma de
compensaciones a otros que precisaban desarrollo de infraestructuras; los
acuerdos para la protección y el desarrollo del comercio y a la vez el derecho
y garantías de libertades para los ciudadanos de la UE abría una nueva
perspectiva de libertades civiles (ya sin
aquellas líneas rojas impuestas por las políticas derivadas de la Guerra Fría).
La Otan seguía siendo un soporte de garantía para el libre comercio y su
expansión hacia el Este hacía necesario percibir al antiguo antagonista (Rusia)
como un posible aliado con el cual pactar políticas comerciales y desarrollo de
la democracia. La visión de un mundo Global, interconectado no sólo
económicamente, si no también políticamente, abría la esperanza a una expansión
de un modelo democrático que pudiera hacer compatible el desarrollo de la
economía internacional y las libertades civiles, con un programa de solución y
gestión de conflictos por medio de pactos comerciales, apoyo económico y
desarrollo de la Democracia.
En
algún momento determinado todo este proyecto empezó a tener que enfrentar y
gestionar riesgos no previstos que trasladan el mensaje de que la UE pudiera
estar en entre dicho como modelo económico/político (y, consecuentemente, hubo un impulso político destinado a llevar el
mensaje de “sálvese quien pueda” – del que participó a extender, airada y
agresivamente, Podemos y la extrema derecha en el Parlamento Europeo).
El punto de
inflexión se señalaba en la concesión del premio Nobel a dos personajes que
aseguraban que el riesgo, de los productos económicos tóxicos, podría
desaparecer en la confección de determinados productos bancarios (Principios de los años noventa,
coincidiendo con la aún reciente caída del muro de Berlín y el derrumbe del
mundo comunista en Europa). Según
Varufakis fue un error de cálculo
la concesión de ese premio Nobel (no es
fácil de creer que en cuestiones tan relevantes como la economía, puedan
existir errores de cálculo de esa naturaleza – cuando se desea crear una
burbuja se hace usando cualquier herramienta que se tenga a mano y el mundo
anglosajón, que parece ser quien controla la economía relevante en Occidente las
tiene todas a su disposición). El respaldo de esa teoría económica – aun conociéndose las nefastas experiencias
previas que sus autores generaron en sus ámbitos de gestión económica - produjo la crisis de 2007 y la idea del
sálvese quien pueda, que retorna a querer hacer redescubrir en el nacionalismo,
y un cierre de fronteras – Brexit -, una idea de salvación (como si así la interdependencia económica
dejara de existir).
La vuelta a una idea política basada en los
antagonismos fue la predominante en el mundo, desde que el Capitalismo propició
la rivalidad entre naciones en el desarrollo industrial, tecnológico, comercial
y, consecuentemente político, llegándose al enfrentamiento armado para resolver
cualquier duda sobre quién es más fuerte e impone sus condiciones.
La respuesta - ante este impulso Ruso/Norteamericano de “divide
y vencerás”, bajo la común idea de sus líderes por la cual añoran ambos un
pasado más conveniente a su idea de identidad nacional (aunque Putin evoque el
recuerdo de la URSS y TRump la de imponer sus criterios en el orden
internacional sin contar con nadie) extendiendo y apoyando sus teorías
políticas por Occidente – parece muy difícil de gestionar. Las generaciones
que tienen que hacer frente a este impulso nacionalista (y que todos los estudios realizados los vinculan con movimientos de
extrema derecha que toman como referencia los años treinta) carecen de la
experiencia o el eco que aquella época generó sobre la población civil y sobre
las naciones así tratadas; sobre todo desconocen la existencia de un lenguaje
hacia dentro y otro hacia afuera (público). Y, sobre todo, piensan que la
reiterada palabra de libertad que se emplea, permitirá conservar su propia
visión de la libertad que han construido en la democracia, sin considerar que
la imposición de un régimen autoritario tiene el requisito de imponer una
visión de lo que es la libertad que puede acabar distando mucho de cualquier
definición de libertad.
Si nos
detenemos sobre esa cuestión particular por la cual no hubiera existido una
verdadera reflexión sobre las causas y motivos que hicieran posible la guerra
civil podríamos considerar varias bifurcaciones. La primera consideraría que el
triunfo del Alzamiento – a pesar de todas las graves conspiraciones internas y
aparentes crímenes que debieron darse para consolidar el liderato deseado desde
un principio – legitimaría una reiteración del mismo procedimiento seguido
entonces cuando se dieran las circunstancias que se consideraran convenientes a
tal fin. Es decir, estaríamos ante una verdadera aparente amenaza perpetua que
rompe la baraja y las reglas de juego y, de alguna manera, tal evidencia
pesaría como losa permanente en el ejercicio político cotidiano, señalando unos
márgenes estrechos y muy delimitados para el uso del diálogo y el consecuente
empleo de la fuerza. Ello podría justificar la percepción de los primeros 40
años de democracia, donde el dialogo estuviera establecido entre instrumentos considerados
esenciales para la democracia pero con la exclusión de la percepción que tienen
los ciudadanos de esa actividad (y ello podría haber fomentado cierto tipo de
corrupción intrínseca y propia del ámbito de decisión y su área de influencia).
La segunda
cuestión que aparece es que el “no análisis común” y la “no llegada a un punto
de convergencia” donde quedaran explícitas y detalladas las causas por las
cuales no se resolvió ni canalizó la situación que llevaría a la guerra civil
señalaría un “deseo” “de facto” de no deshabilitar, de manera permanente, la
renuncia a esa fórmula de confrontación. Parece obvio que converger en un
relato común todos los partidos políticos, al menos los constitucionalistas,
respecto a todos los factores que influyeron y determinaron el conflicto civil
daría lugar a una especie de renuncia expresa a esas formulas de confrontación
haciendo inviable que las mismas subyacieran en el comportamiento político (tanto cotidiano como en el de decisiones de
gran alcance) e imposibilitando una vuelta atrás en la Democracia, ya que a
la vista de ese análisis retrospectivo aparecerían con claridad qué tipo de
valores han de protegerse de manera permanente para asegurar la estructura
democrática y evitar que ideologías extremas (de cualquier signo)
puedan instalarse en la sociedad como alternativas mejores que la Democracia.
La siguiente
cuestión se centra en la idea de que, al no haberse llevado hasta la fecha,
dicha convergencia (y habiendo surgido ya
populismos que juegan alegremente con esas líneas rojas de manera arbitraria e
interesada, con un impulso a nivel internacional) da la impresión que un
acuerdo, a estas alturas, parecería imposible de alcanzar a ese respecto.
De
alguna manera, lo que otros países fueron capaces de analizar para sí, en
situaciones particularmente críticas, España no ha sido capaz de ello,
afrontando esta nueva etapa de incertidumbres internacionales con todas las
heridas históricas abiertas o mal cicatrizadas. Por ello, se podría concebir
que, el debate político no se desarrollaría, en el fondo, bajo las mismas
premisas y limites para la derecha o la izquierda, sino que existiría una
especie de As en la manga dispuesto a usarse y que habilitaría, en alguna
manera, una puerta trasera para salir del marco democrático. Esta posibilidad
habilitaría la hipótesis de que el centro izquierda, desde Zapatero, haya
intentado adquirir e incorporar cotas de derechos para sectores sociales olvidados
o discriminados desde una perspectiva autoritaria y netamente masculina (como lo era el desequilibrio histórico en
oportunidades y derechos de las mujeres); algo realmente transversal que viene
a poner condiciones difíciles de cumplir de usarse ese pretendido As
conservador. De ahí, probablemente, que el establecimiento de la libertad
sexual, de manera transversal para otros sectores sociales, suponga un nuevo
obstáculo para el uso de ese pretendido As.
La necesidad de
acabar con todo ejemplo de convivencia ha llevado a poner el foco en Suecia por
los nativistas (Nacionalistas Rusos,
Ucranianos y Norteamericanos). Suecia fue uno de los países que pudo y fue
capaz de gestionar las presiones para entrar en Guerra. Gestionar las presiones
puede llegar a significar presiones políticas, de revueltas sociales, de
acciones de falsa bandera… pudo con todo ello porque su gobierno, su Estado,
estaba unido y sin fisuras. Fue capaz de gestionar las presiones de ambos
bandos y, consecuentemente, recibir el reproche del bando vencedor - obviamente,
su resistencia y capacidad para evitar ser impulsada a la guerra le otorgaría
un estatus que le permitió ser neutral en el enfrentamiento de la Guerra Fría
posterior, preservando un mayor nivel de derechos civiles en sus ciudadanos y
convirtiéndose en una de las Democracias más avanzadas del mundo. Nunca
renunció a recoger exiliados y ha venido gestionando la situación política
desde perspectivas de solidaridad; ello fomenta la paz y consecuentemente es
una visión contraria al antagonismo nativista que se pretende imponer desde el
actual gobierno Norteamericano y Ruso.
La guerra
mundial la ganaron los EEUU y el modelo político y económico a desarrollar en
occidente quedaba bajo su férreo control en la etapa de la Guerra Fría. Cabe
pensar si la UE está preparada para encajar este envite sobre su existencia,
pero sobre todo, cabe reflexionar si España tiene un plan para este escenario
que permita salvar su democracia, como Suecia supo salvar la suya en su momento.
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