Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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sábado, 17 de agosto de 2019

La juventud



Cuando la juventud alemana accedió a una información más meridiana y veraz de lo que había pasado con su país en la Segunda Guerra Mundial, probablemente se conmocionó y decepcionó, hasta el punto de generar una respuesta, de naturaleza política, ante la evidencia de que sus familias habían participado (habían sido permeables al discurso que haría posible la dimensión) de la gran tragedia que asoló a Europa. Pero la respuesta no fue encaminada hacia una única dirección, se dividió (según un artículo de El País) en dos actitudes contrapuestas: Una pacifista, de gran reflexión y alcance, y otra violenta, canalizada por grupos comunistas, haciendo posible la constitución de grupos terroristas en Alemania. (estos últimos, si hubieran sabido las conexiones que existían entre el comunismo europeo y los servicios de inteligencia del ejército de EEUU, acreditadas a propósito de la Segunda Guerra Mundial (que luego se transformaría en la CIA) – y cuya primera experiencia relevante se mostraría a consecuencia de la Guerra Civil española, sobre todo visibles una vez esta acabada – probablemente hubieran desconfiado de aquellos que, pretendidamente, azuzarían la “desoladora impresión” que produce en la juventud descubrir que la “perfección” que les transmite las generaciones precedentes no tiende a resistir la “prueba del algodón” promoviendo la posibilidad de una reacción violenta en los jóvenes que, de producirse, acaba siendo canalizada con fines políticos, dentro de una estrategia internacional, cuyas conexiones con la inteligencia occidental, dependiente de EEUU, parecen evidentes en las muertes de Presidentes de países europeos a manos de acciones terroristas de grupos de violentos revolucionarios).
Cuando en España, a finales de los 50, en las Universidades dejaron de verse “camisas azules”, las nuevas generaciones, nacidas en la posguerra, lucían vestimenta moderna y occidental, y en la convicción personal de esos nuevos universitarios la idea de que la Guerra Civil fuera el resultado de un “fracaso social” de proporciones apocalípticas que no habría de repetirse. La construcción de un relato sobre los motivos, desarrollo y consecuencias de la Guerra Civil por todas las partes que estuvieron en el inicio de las adversidades que llevarían al conflicto, hubiera permitido visualizar los puntos débiles que hicieron posible ese desastre; sin embargo, fueron los comunistas (sin responsabilidades políticas en el momento de desencadenarse esas rivalidades en medio de la República) quienes construyeron e impusieron su relato en el inicio de la Democracia, un relato antagónico y polarizado que azuzaba ánimos, ahondaba en heridas, sugería actitud de revancha y establecería un poso de polarización dispuesto a ser resucitado (como hizo el líder de Podemos, de manera agresiva y desafortunada, dando una posibilidad de entrada a escena de la extrema derecha), pero sobre todo, ese relato interesado y partidista seguiría retrasando lo que parecía una evidente necesidad de construir un relato consensuado, analítico y desapasionado (ambos extremos políticos parecen complacidos con esta situación a la que sin duda sacan partido en el presente y piensan hacerlo en el futuro; sin que exista decisión en los constitucionalistas de ponerse honestamente de acuerdo en rebatirlo). Asegura Ángel Viñas que ese relato sí ha sido posible en otros países pero no en España.
De alguna manera, el hecho de que no se construyera ese relato deja lo “políticamente conveniente” y la evidencia de “líneas rojas” (de evocación histórica) que no se debieran traspasar a la interpretación política que se realice de cada momento; de alguna manera las “causas formales” que hicieron posible la confrontación se conocen  (las expuso el bando vencedor y es el vencedor quien escribe la Historia) pero lo que no se conoce es el motivo por el cual no fue posible un acuerdo de Estado que la evitara y qué tipo de criterios, de fondo y no expuestos aun, permitieron caminar hacia la evidencia de una Guerra Civil (pues se sabía perfectamente que el Golpe, esperado y evidente, fracasaría y la confrontación sería inevitable); desde esa perspectiva, la Democracia, después de 40 años advenida, no ha sido capaz de construir el relato sobre la Guerra Civil (de alguna manera ello indicaría y señalaría que la Democracia, como tal, no fue capaz de construir el relato previamente a su instauración  ni durante el desarrollo de la misma; y que aunque quisiéramos decir y creer que ha resultado “vencedora” de ese periodo confrontación y dictadura, no parece vencedora, al menos hasta el punto de construir una relato y una Historia sobre esos hechos históricos que muestre que realmente se entendió lo que pasó – con plena transversalidad – superando y dejando atrás aquella etapa por medio del asentamiento de unos valores realmente compartidos con transversalidad que hicieran posible la expresa renuncia a soluciones políticas extremadamente autoritarias y recíprocamente alimentadas por la izquierda y derecha). Consecuentemente, al no existir una convergencia en las causas y errores cometidos para no preservar la Democracia en su momento – de alguna manera no se reconocen errores - consecuentemente quedaría abierta la puerta para repetirlos.  De alguna manera, da la sensación de que la Democracia aparece como un punto de encuentro conveniente, que se instaura reseñando nuevas cotas de libertad para “el pueblo” (aún tardaría en instaurarse el concepto de ciudadanos) y dando la sensación de que la Dictadura hubiera sido un paréntesis sobre el cual se pudiera pasar de puntillas, como si en vez de haber durado cuarenta años hubiera durado cinco o seis y “el pueblo” no hubiera pasado por la experiencia de una generación completa nacida bajo la “impresión” y el “sello” de las identidades y carácter impulsado en esa etapa de “rectificación”.
 ¿Cómo construir una Democracia sin reconocer errores de todas las partes en concurso?
El hecho de no sentarse a reconocer errores de las partes (y las circunstancias y factores exteriores que influyeron en hacer posible la guerra civil) pudiera implicar que, de alguna manera, era obvia la existencia de un “volver a empezar” (que sería el título de la película ganadora del primer Oscar por Garci – era claro el respaldo internacional a la síntesis y esperanza que portaba el film). De alguna manera la situación política de España retornaba al modelo que “podría haber seguido” si ninguna de las partes se hubiera “excedido” hacía 47 años (según el criterio de quienes habrían concebido ese violento “reseteo”). Y para evitar esa re-edición de errores (que pudieran albergarse por rivalidades y antagonismos personales de quienes aún hubieran vivido aquella época en el mundo de la política) nuevas jóvenes figuras políticas y de Estado asumirían el papel de intentar llevar a buen término esa “segunda oportunidad”. De ahí que se pudiera habilitar la idea de haber vivido en una República con la garantía de la Monarquía, como formula clara de la voluntad de reconciliación.
A falta de un relato consensuado, la transición y el primer periodo democrático transcurre con un marco Constitucional que se irá desplegando paulatinamente - con un claro desequilibrio hacia los derechos civiles individuales (que prácticamente se ignoran si no tienen un componente que otorgue cohesión política alguna) – poniendo el acento, en el pulso político,  en el desarrollo de la estructura del nuevo Estado. Las decisiones se toman desde las alturas y la percepción que ahora se pudiera tener de aquél periodo señalaría la existencia de verdaderas “líneas rojas” imposibles de compartir, abierta y sinceramente con la ciudadanía (y que cuando se expresaron lo hacen, a veces, por medio de evocar o instaurar prejuicios que evocan verdadero temor de traspasar una verdadera “línea roja” – sobre todo cuando aparece en escena el pacifismo y el ecologismo, que viene agitando conciencias en Europa y EEUU; se hace urgente “reconducirlo” y asimilarlo a objetivos que se puedan armonizar y estructurar ante la avalancha de “frentes” abiertos que tiene que atender la democracia que se está instaurando – y precisamente el pacifismo y el ecologismo se intuyen como puntos vulnerables de los argumentos que sostienen la Guerra Fría – la revelación de los Pactos para las causas e el inicio y desarrollo de una Guerra entre la URSS/EEUU, evidencia que la guerra no es inevitable, como se venía argumentando desde las ideas nacionalistas, si no resultado de una estrategia político/económica pactada, de la que Europa era rehén desde la Segunda Guerra Mundial). La lectura de aquella actualidad (desde la actual perspectiva) vendría a sugerir que cualquier decisión política interior y exterior que tomara cualquier país integrante del bloque occidental que dirige los EEUU no le es indiferente a la superpotencia americana. (No fue indiferente EEUU al desarrollo de la Dictadura y marcó límites claros y evidentes – y parece que llegó a mostrar la gran versatilidad de herramientas que tenía a su alcance en Chile, en Italia, en España…por señalar algunos que parecen evidentes, vinculados con la figura del Premio Nobel y Ministro americano de exteriores).   
A estas circunstancias y percepciones de la actividad política (tanto en el propio territorio como en el extranjero) no podrían ser ajenas las estructuras de seguridad del Estado, que aunque procedentes de la dictadura su misión siempre sería “navegar” en cualquier circunstancia para preservar al propio Estado, y que probablemente ya habían experimentado la “determinación” y eficacia con la cual EEUU “rectificaba” la posición de un Estado cuando este desoyera sus directrices. Existía, así, un marco de actuación y libertad de acción política más bien reducido; las únicas esperanzas de alcanzar mayores cotas de autonomía política para un Estado se encontraban en el marco de la CEE (y tras la caída de la URSS…) y en el desarrollo de la nueva estructura que daba pie a la UE y a la vez ofrecía una oportunidad para que Europa tuviera una propia política que probara su eficacia ante las siempre intimidatorias soluciones que venía proponiendo el mundo anglosajón cuando aparecía un conflicto de rédito estratégico y político.  
 Es posible que la circunstancia de persistir en el desarrollo de una política interior, donde la participación de la sociedad civil parecía un canal muy estrecho, diera la impresión de la existencia de una verdadera “partitocracia” (cuya similitud con la idea de un despotismo ilustrado señalaría la existencia de un flanco débil, posible de explotar con éxito políticamente). Una reflexión más profunda de las limitaciones impuestas desde el exterior (a causa de la guerra fría) podría hacernos concebir, tal vez con más realismo, el verdadero impacto de la estrategia internacional Norteamericana sobre la sociedad civil de cada país y sobre la independencia de la propia actividad política (no sólo en España, sino, al parecer, en gran parte de Europa) y con ello entender las dificultades a las que se enfrentaba el despliegue del  modelo político que se desarrollaba en España, y en Europa.
La idea de la existencia de una aparente plena “inmunidad” en la actividad política, no se terminaba de entender en la sociedad civil – otro flanco débil para la Democracia que podría ser explotado en el momento oportuno. La impresión que daba era que la base de la Democracia residía en una protección que parecía desmedida y excepcional de la actividad, en las decisiones, que tomaban personas concretas en su ámbito políticos (alcanzando la esfera privada o pública) o en el terreno lo puramente civil, sobre todo cuando se pretendía comparar con el nivel de protección otorgado a las libertades civiles de los propios ciudadanos (daba la sensación de existir una élite, todo poderosa, e intocable e inseñalable). La reflexión trasladaba la idea de existir un verdadero consenso – transversal - a la hora de tomar las mejores decisiones  en cualquier circunstancia y se contaría con los agentes sociales  para desde ahí tomar resoluciones que, una vez asumidas, serían inamovibles. (si existía un bloqueo de un derecho, por pretendidas líneas rojas, se podría llegar a consensuar uno o varios relatos alternativos o simultáneos.
Siendo así, de  tal manera, se podría entender que la actividad de cada responsable político estaba determinada y consensuada, y cualquier ataque personal que recibiera estaría siempre bajo la sospecha de ser producto de alguien molesto o de una estrategia política – salvo que la evidencia clara demostrara lo contrario. Las rectificaciones internas siempre han sido discretas, muy opacas a la opinión pública y, con el tiempo, si la cuestión fuera realmente relevante, producto de especulaciones periodísticas. (Nada que ver con el vértigo – casi estrés – que hoy vivimos en el entorno de los acontecimientos que giran sobre las cuestiones políticas y la multitud de hipótesis y perspectivas desde las cuales es analizada la actualidad política).  
  En aquella primera etapa, la actividad terrorista llevaba al más profundo “desasosiego político” a la hora de hacerle frente – cualquier estrategia empleada fracasaba, al menos parcialmente, y ya no parecía existir un verdadero criterio político que sustentara la banda por el cual se pudiera negociar una salida pactada (sin embargo el mundo británico seguía dando soporte mediático a la banda armada a la primera oportunidad que se presentara – el cambio de postura respecto al terrorismo vasco en Francia y Alemania pasó, según un artículo publicado, por un acuerdo comercial en el desarrollo del tren de alta velocidad; de alguna manera se vendría a señalar que cuando un país no es capaz de solucionar sus problemas de fondo el resto se aprovecha de ellos). (La película El Lobo, basada en hechos reales bajo un relato de investigación periodística, señalaba una de las pretendidas causas de todo ello; pero pasaba desapercibida, como si realmente no importara, hasta que hubo de incidirse decididamente sobre esa teoría y no se pudo ya ignorar). A resolver estas circunstancias ayudó la existencia de la UE, pero sobre todo el cambio efectivo (de facto) que permitiría la defensa de cualquier ideología por medios pacíficos.
El giro: La UE se percibe como antagonista de soluciones por medio de la violencia y el conflicto armado.
Es conocido el dicho de que la Unión hace la fuerza. Era de esperar que los acuerdos comerciales para crear un área de libre mercado (CEE) en Europa ayudarían a evitar que las rivalidades en el campo del desarrollo industrial, tecnológico y comercial dieran lugar a nuevas confrontaciones bélicas dentro del continente. Así que la ONU auspició la creación de ese espacio para el carbón y el acero que pronto comenzaría a desarrollarse en otros ámbitos comerciales y acuerdos políticos que llevarían a la supresión de fronteras y aranceles dentro de la CEE y, consecuentemente, a la libre circulación de personas bajo un mismo pasaporte. El éxito económico de la CEE llevó a la creación de la UE. Las ayudas de los países más poderosos económicamente llegaban en forma de compensaciones a otros que precisaban desarrollo de infraestructuras; los acuerdos para la protección y el desarrollo del comercio y a la vez el derecho y garantías de libertades para los ciudadanos de la UE abría una nueva perspectiva de libertades civiles (ya sin aquellas líneas rojas impuestas por las políticas derivadas de la Guerra Fría). La Otan seguía siendo un soporte de garantía para el libre comercio y su expansión hacia el Este hacía necesario percibir al antiguo antagonista (Rusia) como un posible aliado con el cual pactar políticas comerciales y desarrollo de la democracia. La visión de un mundo Global, interconectado no sólo económicamente, si no también políticamente, abría la esperanza a una expansión de un modelo democrático que pudiera hacer compatible el desarrollo de la economía internacional y las libertades civiles, con un programa de solución y gestión de conflictos por medio de pactos comerciales, apoyo económico y desarrollo de la Democracia.
   En algún momento determinado todo este proyecto empezó a tener que enfrentar y gestionar riesgos no previstos que trasladan el mensaje de que la UE pudiera estar en entre dicho como modelo económico/político (y, consecuentemente, hubo un impulso político destinado a llevar el mensaje de “sálvese quien pueda” – del que participó a extender, airada y agresivamente, Podemos y la extrema derecha en el Parlamento Europeo).
El punto de inflexión se señalaba en la concesión del premio Nobel a dos personajes que aseguraban que el riesgo, de los productos económicos tóxicos, podría desaparecer en la confección de determinados productos bancarios (Principios de los años noventa, coincidiendo con la aún reciente caída del muro de Berlín y el derrumbe del mundo comunista en Europa). Según  Varufakis fue un error  de cálculo la concesión de ese premio Nobel (no es fácil de creer que en cuestiones tan relevantes como la economía, puedan existir errores de cálculo de esa naturaleza – cuando se desea crear una burbuja se hace usando cualquier herramienta que se tenga a mano y el mundo anglosajón, que parece ser quien controla la economía relevante en Occidente las tiene todas a su disposición). El respaldo de esa teoría económica – aun conociéndose las nefastas experiencias previas que sus autores generaron en sus ámbitos de gestión económica -  produjo la crisis de 2007 y la idea del sálvese quien pueda, que retorna a querer hacer redescubrir en el nacionalismo, y un cierre de fronteras – Brexit -, una idea de salvación (como si así la interdependencia económica dejara de existir).
 La vuelta a una idea política basada en los antagonismos fue la predominante en el mundo, desde que el Capitalismo propició la rivalidad entre naciones en el desarrollo industrial, tecnológico, comercial y, consecuentemente político, llegándose al enfrentamiento armado para resolver cualquier duda sobre quién es más fuerte e impone sus condiciones.
La respuesta - ante este impulso Ruso/Norteamericano de “divide y vencerás”, bajo la común idea de sus líderes por la cual añoran ambos un pasado más conveniente a su idea de identidad nacional (aunque Putin evoque el recuerdo de la URSS y TRump la de imponer sus criterios en el orden internacional sin contar con nadie) extendiendo y apoyando sus teorías políticas por Occidente – parece muy difícil de gestionar. Las generaciones que tienen que hacer frente a este impulso nacionalista (y que todos los estudios realizados los vinculan con movimientos de extrema derecha que toman como referencia los años treinta) carecen de la experiencia o el eco que aquella época generó sobre la población civil y sobre las naciones así tratadas; sobre todo desconocen la existencia de un lenguaje hacia dentro y otro hacia afuera (público). Y, sobre todo, piensan que la reiterada palabra de libertad que se emplea, permitirá conservar su propia visión de la libertad que han construido en la democracia, sin considerar que la imposición de un régimen autoritario tiene el requisito de imponer una visión de lo que es la libertad que puede acabar distando mucho de cualquier definición de libertad.
Si nos detenemos sobre esa cuestión particular por la cual no hubiera existido una verdadera reflexión sobre las causas y motivos que hicieran posible la guerra civil podríamos considerar varias bifurcaciones. La primera consideraría que el triunfo del Alzamiento – a pesar de todas las graves conspiraciones internas y aparentes crímenes que debieron darse para consolidar el liderato deseado desde un principio – legitimaría una reiteración del mismo procedimiento seguido entonces cuando se dieran las circunstancias que se consideraran convenientes a tal fin. Es decir, estaríamos ante una verdadera aparente amenaza perpetua que rompe la baraja y las reglas de juego y, de alguna manera, tal evidencia pesaría como losa permanente en el ejercicio político cotidiano, señalando unos márgenes estrechos y muy delimitados para el uso del diálogo y el consecuente empleo de la fuerza. Ello podría justificar la percepción de los primeros 40 años de democracia, donde el dialogo estuviera establecido entre instrumentos considerados esenciales para la democracia pero con la exclusión de la percepción que tienen los ciudadanos de esa actividad (y ello podría haber fomentado cierto tipo de corrupción intrínseca y propia del ámbito de decisión y su área de influencia).
La segunda cuestión que aparece es que el “no análisis común” y la “no llegada a un punto de convergencia” donde quedaran explícitas y detalladas las causas por las cuales no se resolvió ni canalizó la situación que llevaría a la guerra civil señalaría un “deseo” “de facto” de no deshabilitar, de manera permanente, la renuncia a esa fórmula de confrontación. Parece obvio que converger en un relato común todos los partidos políticos, al menos los constitucionalistas, respecto a todos los factores que influyeron y determinaron el conflicto civil daría lugar a una especie de renuncia expresa a esas formulas de confrontación haciendo inviable que las mismas subyacieran en el comportamiento político (tanto cotidiano como en el de decisiones de gran alcance) e imposibilitando una vuelta atrás en la Democracia, ya que a la vista de ese análisis retrospectivo aparecerían con claridad qué tipo de valores han de protegerse de manera permanente para asegurar la estructura democrática y evitar que ideologías extremas (de cualquier signo) puedan instalarse en la sociedad como alternativas mejores que la Democracia.
La siguiente cuestión se centra en la idea de que, al no haberse llevado hasta la fecha, dicha convergencia (y habiendo surgido ya populismos que juegan alegremente con esas líneas rojas de manera arbitraria e interesada, con un impulso a nivel internacional) da la impresión que un acuerdo, a estas alturas, parecería imposible de alcanzar a ese respecto.
    De alguna manera, lo que otros países fueron capaces de analizar para sí, en situaciones particularmente críticas, España no ha sido capaz de ello, afrontando esta nueva etapa de incertidumbres internacionales con todas las heridas históricas abiertas o mal cicatrizadas. Por ello, se podría concebir que, el debate político no se desarrollaría, en el fondo, bajo las mismas premisas y limites para la derecha o la izquierda, sino que existiría una especie de As en la manga dispuesto a usarse y que habilitaría, en alguna manera, una puerta trasera para salir del marco democrático. Esta posibilidad habilitaría la hipótesis de que el centro izquierda, desde Zapatero, haya intentado adquirir e incorporar cotas de derechos para sectores sociales olvidados o discriminados desde una perspectiva autoritaria y netamente masculina (como lo era el desequilibrio histórico en oportunidades y derechos de las mujeres); algo realmente transversal que viene a poner condiciones difíciles de cumplir de usarse ese pretendido As conservador. De ahí, probablemente, que el establecimiento de la libertad sexual, de manera transversal para otros sectores sociales, suponga un nuevo obstáculo para el uso de ese pretendido As.  
La necesidad de acabar con todo ejemplo de convivencia ha llevado a poner el foco en Suecia por los nativistas (Nacionalistas Rusos, Ucranianos y Norteamericanos). Suecia fue uno de los países que pudo y fue capaz de gestionar las presiones para entrar en Guerra. Gestionar las presiones puede llegar a significar presiones políticas, de revueltas sociales, de acciones de falsa bandera… pudo con todo ello porque su gobierno, su Estado, estaba unido y sin fisuras. Fue capaz de gestionar las presiones de ambos bandos y, consecuentemente, recibir el reproche del bando vencedor  - obviamente, su resistencia y capacidad para evitar ser impulsada a la guerra le otorgaría un estatus que le permitió ser neutral en el enfrentamiento de la Guerra Fría posterior, preservando un mayor nivel de derechos civiles en sus ciudadanos y convirtiéndose en una de las Democracias más avanzadas del mundo. Nunca renunció a recoger exiliados y ha venido gestionando la situación política desde perspectivas de solidaridad; ello fomenta la paz y consecuentemente es una visión contraria al antagonismo nativista que se pretende imponer desde el actual gobierno Norteamericano y Ruso.  
La guerra mundial la ganaron los EEUU y el modelo político y económico a desarrollar en occidente quedaba bajo su férreo control en la etapa de la Guerra Fría. Cabe pensar si la UE está preparada para encajar este envite sobre su existencia, pero sobre todo, cabe reflexionar si España tiene un plan para este escenario que permita salvar su democracia, como Suecia supo salvar la suya en su momento.



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