Seguro, seguro que se ha
estudiado las reivindicaciones de fondo del 15 M (o deberían haberse
estudiado, de no ser porque la crisis está atemorizando a toda la
sociedad, incluido a los grandes partidos; puesto que los más
pequeños, y las organizaciones más radicalizadas, están
encontrando en ella una oportunidad para arrastrar a la sociedad a
callejones sin salida que les permita trasladar el mensaje de una
revolución que les permita pasar a la historia (o dar un gran pelotazo); aunque sepan de
antemano que esas revoluciones no sirven, en definitiva, más que
para retomar postulados pasados con cuyas experiencias se ha
frustrado las esperanzas de la sociedad).
Debe, o debería, existir
el temple necesario para sacar conclusiones positivas de esta crisis
que estamos viviendo y del malestar previo (manifestado en el 15
M) que señala la verdadera causa del alejamiento constatado
entre la sociedad y sus representantes políticos. Y debe, o debería,
analizarse con objetividad y en profundidad para evitar que los
grupos oportunistas puedan tomar las riendas (o parte de ellas)
para arrastrar a la sociedad a espacios autoritarios donde los fines
vuelvan a justificar los medios eliminando los instrumentos de
equilibrio y rectificación (que es lo que hacen posible, en
realidad, la sensación de vivir en un estado democrático).
El 15 M pide, en esencia,
que esos instrumentos de equilibrio y rectificación sean más
visibles, o al menos se tengan acceso a los mismos y, de alguna
manera, se pueda participar e influir en los mismos. La
responsabilidad, más del PSOE que del PP, es crear nuevas formas de
participación social en el seguimiento de las políticas locales,
regionales, nacionales y supranacionales; siendo más permeables a la
opinión pública (sobre todo cuando se sabe que ésta está
cargada de razones) y poner el partido más a disposición de los
ciudadanos que a la orientación de sostener el poder a cualquier
costa. Los ciudadanos necesitan ver reflejadas, en gran medida, sus
aspiraciones sociales en los partidos y gobiernos que dirigen la
nación (y necesitan verlo con claridad meridiana) o al menos
saber que existen cauces eficaces de influencia sobre los partidos
que gobiernan, o pueden gobernar, más allá de las elecciones
periódicas. Y ello es necesario porque se partió de una premisa
autoritaria y revisionista, en la construcción de nuestra democracia,
que ha de ser superada.
Es cierto que los
partidos pueden estimular posiciones radicales y
esgrimir, autoritariamente, nuevas razones para proseguir por el
sendero del autoritarismo democrático; pero esa no será la
respuesta correcta, y de llevarse a cabo proseguiremos con un nuevo
ciclo basado en los principios ya conocidos que nos han llevado a
esta desmoralización nacional.
La democracia no es (o
no debe de ser): yo tengo los votos, yo mando lo que quiero e
impongo los criterios de mi mayoría (aunque estos criterios no
tengan nada, o poco, que ver con las aspiraciones de la sociedad; por
muchos votos que respalden al partido gobernante). La democracia
es ser permeable a toda la sociedad y crear los cauces para que el
sentido común sea el que prevalezca sobre los intereses puramente
partidarios. Los partidos deben de ser verdaderos cauces de la
expresión popular y no meros instrumentos para la consecución del
poder.
A pesar de la crisis (o
tal vez por causa de la misma) la sociedad y los paridos
políticos, tienen la posibilidad de crear un marco nuevo de
participación donde los ciudadanos se sientan mejor representados y
esa oportunidad debe de estar en manos del PP y PSOE, especialmente
del PSOE; es una responsabilidad histórica.
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