Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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lunes, 15 de octubre de 2012

la confesión




            Siempre pensé que para confesar el profundo afecto hacia una mujer había que tener la vida encaminada, posesiones seguras y aceptar que en el acto ibas a “morir”, morir en vida por un amor abocado al inevitable final. Así que carente de todo aquello que creía previamente necesario, preferí que las circunstancias se desenvolvieran por sí mismas; pero no pudo ser, ella era tradicional y quería una declaración. Yo no podía hacerla, pero en el fondo y afortunadamente ella nunca dio ese paso por mí, posiblemente hubiera sido un desastre. Y también, afortunadamente, nunca expliqué los motivos que me impedían dar el paso; los dos nos deseábamos; yo sabía que ella lloraba si le mandaba alguna carta (me lo decían sus amigas) y yo también lagrimeaba cuando ella me negaba sus sentimientos, y si me preguntaba, achacaba al aire sobre mis ojos la furtiva reveladora lágrima que se me escapaba durante la conversación. Con el tiempo me di cuenta que fue un acto de inteligencia, comprender que mis circunstancias no eran las más favorables y que la vida que me esperaba no acababa de mostrar, sino, la multitud de obstáculos a los que tendría que hacer frente. Pues no era, por entonces y pese a mis quince años, persona que cerrara los ojos a los problemas que se veían en el horizonte, sobre los que siempre se han de volver si no se han resulto correctamente.
              Ella estaba casi desesperada y en su empeño se volvía cada vez más explícita y los “amigos”, ante aquél despliegue femenino de deseo, entraron en celos y se le ofrecieron a sustituirme. Al ser rechazados no hicieron más que aumentar su desprecio por mi persona (sólo quiere un polvo hijo puta, debieron de pensar; pero ella quería más, quería mi alegría, mi ingenuidad, mis sonrisas, mi espontaneidad…mi corazón y sólo podía llegar a él por un único camino imposible: saltándose todas las reglas que había aprendido, y aún así no había garantías)

                La vida es como un juego de guerra donde los botines están a la vista de todos; y nadie está dispuesto a perder y para eso hacen lo que haga falta (los unos y las otras: no hay nada más erróneo que seguir el criterio de mujeres despechadas o contrariadas, ni el de hombres envidiosos)  Para mí la vida se representa como un juego de estrategias donde las reglas (hay que ganar como sea) no son mis reglas (el mundo es más maravilloso de lo que cree la mayoría), donde, siempre se hacen trampas por temor a perder y así siempre se pierde; juego a la vista de todos y en ese envite contienen el aliento (no habría nada peor que sentirse derrotados colectivamente) y se sienten ofendidos si el filtreo de la aspirante acaba inesperadamente... nadie quiere cambiar las reglas del juego (no conocen otras), sólo yo parezco desamparado, desprovisto y empeñado en la quimera; todos los demás están a resguardo, con una personalidad artificial y cuyo único fin es proteger los anhelos de sus propios corazones.
       Soy el único guerrero que queda a la vista y todas mis batallas fueron transparentes y lo fueron por amor (el de verdad). Pero para la mayoría sólo cuentan el número de muescas en las cachas del revolver del deseo. 









  "Con tantos palos que te dio la vida

y aún sigues dándole a la vida sueños.

Eres un loco que jamás se cansa

de abrir ventanas y sembrar luceros.

Con tantos palos que te dio la noche,

tanta crueldad, frío y tanto miedo.

Eres un loco de mirada triste

que sólo sabe amar con todo el pecho,

fabricar papalotes y poemas y otras patrañas

que se lleva el viento.

Eres un simple hombre alucinado,

entre calles, talleres y recuerdos.

Eres un pobre loco de esperanzas

que siente como nace un mundo nuevo.

Con tantos palos que te dio la vida

y no te cansas de decir "te quiero".

Fayad Jamís

 

78. Perspectiva Nevski, de Franco Battiato


 



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