Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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martes, 13 de noviembre de 2012

Cuando las dos españas (con minúscula) hielan el corazón




    Se habían casado envueltos en sueños y esperanzas. Ella era muy joven pero así se casaban las parejas en aquella época, y él también.  Hacía pocos años que se había proclamado la república y el ambiente  se había empezado a polarizar; la ciudad que habían elegido para vivir - capital de provincia - próxima a la capital de la Nación, aunque pequeña – apenas alcanzaba los 15.000 habitantes - sugería un mayor horizonte y un alto grado de intimidad de la que carecerían en cualquiera de los dos pueblos donde ellos habían nacido.

     Tuvieron su primera hija en marzo del 36. Apenas unas semanas antes el Frente Popular había ganado las elecciones y el ambiente político estaba bastante caldeado. Sin embargo la pequeña daba un tono de grata, apacible y feliz cotidianidad. Pero en las siguientes semanas las noticias de la radio y los comentarios de la calle iban alertando, hasta empezar a inquietar el futuro de la nueva familia con negros presentimientos, hasta que en el verano los peores augurios se concretaron cuando la emisora de radio reiteraba la noticia de un levantamiento militar en marruecos.

       Todos los proyectos se vinieron a bajo cuando él fue movilizado no muy lejos de su ciudad, pues el frente, en poco tiempo, había alcanzado las proximidades de la capital del país. Su hija tenía unos meses y tenían otro hijo en camino; y a él le habían asignado el uso de una ametralladora.

         Adquirió un billete de lotería, tal vez pensaba que si le tocaba algo podría mandar el dinero a su mujer para que para que viviera mejor: pudiera adquirir más alimentos, o mejores ropas de abrigo, o comprar algún  pequeño lujo que por el momento se encontraba fuera del alcance de su economía… nadie sabía que pasó por la cabeza de aquél hombre cuando adquirió ese billete. Pero cuando se enteró del resultado del sorteo un pequeño vahído alcanzó su mente; miró su billete y preguntó nuevamente por la secuencia de números… sí le había tocado… no se lo podía creer… y volvió a pedir que le repitieran la secuencia… era cierto, le había tocado; aún así volvió a mirar y comprobar la fecha del sorteo que constaba en el billete…, sí era cierto le había tocado la lotería. Y tal vez pensó que aún en aquellas extrañas circunstancias, la suerte llamaba a su puerta y a la de su familia.

        Es posible que pensara que aquella cantidad de dinero le podría librar a él y a su familia de la tragedia que estaba viviendo el país, tal vez o tal vez alguien le sugiriera algo al respecto, tal vez;  recordó como en las historias familiares se contaba que en la pasada guerra de Cuba mucha gente se libró de ir gracias al dinero… tal vez en ésta ocasión sería igual (no reparó en que los momentos del país sólo permitía la liberación de estos sufrimientos a aquellos grandes potentados que evacuaron a sus familias).

          Se presentó en casa de sus padres de repente, con el billete en la mano y lleno de esperanzas. Sus padres y sus hermanos pensaron que le habían dado un permiso y empezaron a festejar la alegría que podría mejorar las penurias de aquellos momentos hasta que cayeron en que había marchado del frente sin un permiso oficial.

- ¡¿ Qué has hecho!?  ¡¿Has desertado!?

      Los presentimientos más sombríos recorrieron el pensamiento de los presentes cuando la Guardia Civil lo reclamó.

      Su mujer se enteró a las pocas horas y tal vez se presentara en el cuartelillo, pero posiblemente no le dejaran verlo. Así que volvió a casa de sus suegros y ante el oscuro ambiente que envolvía la estancia su suegro le mostró el posible y probable curso de los acontecimientos: Sería juzgado por un Consejo de Guerra como desertor y probablemente ejecutado.

          Ya lo habían trasladado a Valencia y la mujer se dirigió, resuelta, a pedir clemencia al General Miaja; haría lo que hiciera falta. Dejó a su hija con sus suegros y al pequeño, que aún se amamantaba  lo llevó consigo. Las dificultades para una entrevista con el General eran obvias, pero ella insistió, e insistió.

- Mi General, la señora del desertor sigue en la puerta. 
El General estaba acostumbrado a las solicitudes de visitas de familiares que pretendían salvar a sus allegados; pero al menos habían tomado partido. Aquella situación, y las connotaciones de la misma le molestaban tanto que decidió resolver inmediatamente.

- Dígale que pase.

La mujer entró en el despacho y el hombre, posiblemente, le espetaría:

- Nada se puede hacer por su marido señora, nada; dedíquese a sus hijos.

       La mujer entendió que para nada servirían súplicas – sintió que lo odiaba, y posiblemente el General lo percibió - y le pidió al General que le extendieran, al menos, un permiso para poder visitar a su marido antes de que fuera fusilado. Y el General aceptó.

       Se trasladó a Valencia, vio a su marido vivo y juntos lloraron su tragedia - para ella no había hecho sino empezar - y al día siguiente intentó ver su cadáver, pero esto último, probablemente, no lo consiguió. Se volvió a su ciudad, volvió a su piso… por el camino pensó qué sería de ella y sus hijos… y qué les diría de su padre.

      Acabada la guerra los hijos fueron creciendo y ella quedó desamparada. Tuvo que hacer de todo para sobrevivir pues el bando vencedor tampoco le acogería y su familia prefería mantener cierta distancia. Sus hijos, en la calle, probablemente recibían el reproche cruel de otros niños, reproche que no entendían muy bien. Su madre les decía:

- Tu padre murió de enfermedad en la cárcel.


       A los cuatro o cinco años un hombre acomodado, que empleaba gran parte de su tiempo en actividades artísticas, acogió a la mujer, la amparó exorcizando el negro porvenir por el que los acontecimientos la habían encaminado. Tuvo un hijo con ella y procuró su bien estar.

        Su hija, a los catorce años cambió de ciudad, se casó y trajo consigo a su hermano pequeño. Su primer hermano embarcó en la marina mercante, le compró un piso a su madre en la ciudad elegida por su hermana para encontrar una nueva vida y buscó un empleo estable en esa misma ciudad.


         La mujer nunca olvidó a su marido; es más, la vida que le tocó vivir aún acrecentaba en ella más, si cabía, el mito por la figura de su fallecido esposo.

Nadie sabe qué pasó con el billete de lotería, nadie lo sabe, o nadie lo dice... o tal vez se gastó todo en el viaje a Madrid y Valencia para salvar al joven marido.



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