Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

Atribución-No Comercial (CC BY-NC) Cc-by new.svg Cc-nc.svg

Translate

Translate

miércoles, 19 de septiembre de 2018

La cuestión religiosa.


Miedo a reflexionar abiertamente (II)



Una reciente noticia en Islandia (asegurando que la religión se prohibirá su enseñanza hasta no alcanzar las personas los 21 años de edad) me hace rescatar estas reflexiones realizadas hace unos meses.

Sorprendía que en los comienzos de Podemos se retomara el anticlericalismo, al menos en su vertiente institucional, y ello tuviera eco en gran parte de la sociedad española cuestionando los beneficios fiscales de los que goza la Iglesia Católica y otras prerrogativas relativas a su capacidad para inscribir propiedades a su nombre. En esa dirección se han venido manifestando, en los medios de comunicación, alcaldes de pueblos que se han sentido afectados en sus patrimonios y también proposiciones realizadas en nuestra propia ciudad, relativas a templos históricos sostenidos en sus reformas con fondos públicos.
Han existido discrepancias de otras naturalezas que tienen que ver con la asistencia y el apoyo a personas en situación de exclusión social y las diferentes perspectivas de mantener la dignidad de las personas en cualquier situación de desamparo, ya sea económico o por razones de enfermedad o de estigmatización social. 
En todo ello parece existir profundas diferencias, y probablemente más que discrepancias antagonismos, de fondo que no termina de resolverse ni de encaminarse hacia un objetivo plenamente compartido - al menos que sea contemplado así por todas las capas sociales. Parece necesario realizar un esfuerzo, de tal manera, que permitiera una profunda comprensión del hecho religioso que hiciera inviable, por un lado, la descalificación que se realiza en ocasiones desde la izquierda y centro izquierda, y por otro desterrar la incomprensión que se siente a este respecto desde la derecha y centro derecha del país; buscando un punto medio que permitiera entender, plenamente, ambas percepciones sociales y, a la vez, intentar enmarcar correctamente el papel que el Estado debiera asumir en este asunto de manera moderada y ecuánime para que todas las sensibilidades, que se hallan en juego, ocupen un lugar adecuado en el que estén conformes.
Tampoco cabe señalar, para el fondo de esta discrepancia o antagonismo, que permitiera arrojar algo de luz, el reiterado episodio de la Guerra Civil como origen de la misma. Bastaría leer los artículos publicados en el New York Times en los primeros días de la sublevación militar del 18 de Julio del 36 para observar que las declaraciones que se realizan sobre el clero y la Iglesia, por parte de sectores defensores de la República, que señalan como causas del enfrentamiento un antagonismo mantenido durante siglos que se expresa en los años treinta con especial virulencia (Anticlericalismo español) (Semana Trágica) (Las primeras noticias que llegan a EEUU sobre la sublevación militar – del New York Times – son reveladoras – y pueden contemplarse en el buscador de hemeroteca - que en internet tiene el periódico americano – señalando al General Franco como revolucionario y calificando al Gobierno de la República como “Rojos” (adjetivo descalificante en aquella época en la que la revolución rusa (apenas realizada 19 años antes) ponía en peligro los cimientos de lo que se consideraba civilización en occidente) a los pocos días de iniciarse la resistencia frente a los militares rebeldes – ello proporciona una reflexión de fondo que nos ha de impulsar para superar esos antagonismos y sus consecuencias, pues las primeras impresiones – sobre todo para los anglosajones – son de capital transcendencia para formarse unas opiniones que luego serán difíciles de modificar – por mucho que la República española presionara con posterioridad para reconducir el lenguaje que usan los reporteros de la prensa internacional).
La esencia del anticlericalismo en las posiciones progresistas pudiera hallarse, al menos una de sus patas, en la experiencia de  la Revolución Industrial  en Inglaterra y en la aparición de una clase social desfavorecida y empobrecida, sin un acceso eficiente a la cultura que imposibilitaba su progreso social; todo ello era justificado por las clases conservadoras como “voluntad divina”. Probablemente esa visión del protestantismo, en esa sociedad, se fuera trasladando al ambiente católico y si bien no se atribuyera de manera tan determinante la “voluntad divina” con el estado precario del proletariado sí, que de alguna manera, se vinculó, no tanto con esa “voluntad superior y divina” inapelable y todo poderosa, pero sí con una idea muy vulnerable y fácil de atacar: “El pecado y pecar” como causa que llevara a esa situación de “dependencia social” e involución a la prosperidad. Si bien en Inglaterra se combatió con cierta fortuna esa idea de “predeterminación divina” que imponía la condición de pobreza a muchos (pues era obvio que existían trabas sociales que impedían la migración a estatus sociales superiores – y esas trabas eran ajenas a cualquier “voluntad divina”, pues se hallaban en los prejuicios sostenidos, de manera interesada, por las clases altas para asegurarse su dominio sobre la sociedad), en España se vincularía esa idea de la causa de la pobreza como resultado del “pecado contra Dios”. Resultaba evidente que contrariar la voluntad del patrón, del terrateniente, del Conde o de  un representante de la Iglesia Católica en asuntos sobre intereses puramente terrenales nada tenía que ver con “pecar contra Dios”, por mucho que en ello se empeñaran las élites españolas. Semejante incoherencia anidó en el ánimo de los que se sentían proletarios y desheredados de cualquier Derecho, propiciando el desarrollo del Ateísmo (si los que mandan se amparan en Dios para subyugarnos y explotarnos será porque su Dios está contra nosotros; era una explicación sencilla y clara: Un Dios así no puede existir. ¡¡Su Dios es falso, es una mentira!! ¡¡Nos hemos desengañado!!) y con ello la proliferación del anticlericalismo que alcanzó su máxima expresión con el anarquismo español. “Ni Dios Ni Amo” fue su expresión de vanguardia ante el vínculo que relacionaba al “injusto” y “represor” “Poder” que siempre encontraba obstáculos para ceder derechos laborales que hicieran posible una vida más llevadera y menos esclava a la clase trabajadora. 
Hay que entrar en el fondo de la cuestión y no quedarse en las primeras impresiones; y en la cuestión religiosa de lo que se trata es de aproximarse a la naturaleza metafísica del hecho religioso y no de su vertiente manipuladora de masas (tan propia de una visión política del hecho religioso) – y siendo evidente que sea así, no por ello hay que considerar que las visiones progresistas no deban entrar en estos territorios, pues bien parece causa última del desentendimiento no atreverse a formular hipótesis que contemplen con cierta rigurosidad la vertiente metafísica de la cuestión, pues procediendo al margen de la metafísica ignoramos gran parte del fondo del hecho en sí y, por consiguiente, se hace inviable un acercamiento correcto al hecho religioso; por lo que se acaba apelando al “prejuicio” – tanto por una y otra parte enfrentada – y así, por medio del prejuicio, completar la “cadena de ADN” del problema que el hecho religioso representa para la izquierda y la derecha. De tal forma, que nunca se encuentra solución acertada, o al menos hipótesis con fundamento que nos permita observar un trayecto o un itinerario hacia su solución. De alguna manera, negar el componente metafísico y mantenerse en una exclusiva razón materialista no otorga, por sí mismo, estar en posesión de la verdad – aunque ello pueda resultar, aparentemente, muy útil en los asuntos económicos y científicos, pues aún en estas áreas conocemos la influencia decisiva de factores que escapan a la racionalidad materialista. 
En primer lugar cabría señalar que el hecho religioso en nuestra sociedad ha de analizarse fragmentándolo en un primer momento, con la finalidad de observarlo desde una perspectiva más objetiva que permita un planteamiento más cercano a la verdad. Esta fragmentación cabría expresarse en tres partes: La Iglesia como estructura humana; segundo: La concepción del cristianismo en sus orígenes; y por último el hecho espiritual que es común a la sensibilidad humana en cualquier territorio del planeta. Para ello partiremos desde la visión más materialista que analiza la existencia del Ser Humano.
Desde el punto de vista más materialista se observa la vida y la sociedad humana como una agrupación animal que ostenta ciertas peculiaridades específicas – que se observan en el ámbito de capacidades cognitivas, sociales y de habilidades tecnológicas superiores respecto de otras especies que habitan nuestro planeta, y que por ello somos capaces de dominar nuestro entorno natural y modificarlo a nuestra conveniencia – pero que en esencia somos como las especies animales que nos rodean pero con las peculiaridades de los mamíferos; peculiaridades que influyen en nuestro comportamiento biológico haciendo posible el establecimiento de vínculos “afectivos” sostenidos por emociones que dan lugar a sentimientos. Y diferenciándonos del resto de los mamíferos porque estas relaciones no nos estructuran socialmente en forma de “manada” sino de “tribus” – por existir un componente cultural de origen familiar, que facilita un aprendizaje más complejo y prolongado, hasta alcanzar la madurez y que se expresa en forma de arte, lenguaje, tecnología y creencias metafísicas – y que posteriormente dan lugar a pueblos, ciudades, naciones y Estados dando lugar a civilizaciones, y por extensión, al producirse una mayor uniformidad en valores y principios que se sostienen por los seres humanos, se abre paso el concepto de civilización Humana. 
Describirnos desde el punto de vista materialista no parece difícil, basta con compararnos con las distintas especies de vida que conocemos en el planeta para observar las diferencias que nos separan de ellas y, por medio de la reflexión, concebir ideas y conceptos, a los que ponemos nombre, para señalar nuestras capacidades específicas que nos difieren de las otras especies animales. Y análogamente ir describiendo la naturaleza que nos rodea y los procesos cíclicos o previsibles a los que está sujeta consiguiendo predecirlos y, con ello, establecer leyes e hipótesis cada vez más complejas; llegando a describir una idea del Universo que nos contiene y los fenómenos físicos y químicos que en él, y en nosotros, se dan.
Y a pesar de tal capacidad de análisis científico no somos capaces de definir “qué es la vida”. Podremos describirla y, tal vez reconocerla, por los fenómenos que observamos en nosotros mismos y en los seres que nos rodean y manifiestan vida, pero obviamente no sabemos “qué es la vida”, ni “por qué se produce”, ni “por qué acontece”, ni “cuál es su función en el planeta” ni en el Universo. Y además sólo reconocemos la vida tal cual la conocemos en sus manifestaciones en nuestro planeta; por lo que desconocemos que puedan existir otras formas de vida que estén sujetas a leyes biológicas diferentes de las que consideramos viables en nuestro entorno. Y lo más paradójico de todo el fenómeno de vida conocido por nosotros es intentar llegar a concebir el “por qué” es necesario para la vida dotarla de inteligencia y de conciencia de sí misma. Pues, al ser inteligentes los seres humanos, somos capaces de imaginar sin ningún límite, pero, a la vez, limitados por el hecho certero del acontecimiento de la muerte.  Y, también, es obvio que si no podemos saber “qué es en esencia la vida”, difícilmente podremos saber “qué es en esencia la muerte”, pues al igual que el fenómeno de la vida podremos definir la muerte en función de lo que nos rodea, pero no podremos saber “qué es lo que es en sí misma” por medios estrictamente científicos (es decir sin recurrir a hipótesis) – ni siquiera podemos determinar cuándo se produce la muerte exacta de un ser o una persona, pues los parámetros de definición son diferentes incluso en países europeos y no implica cese absoluto de actividad cerebral sino en consideraciones de irreversibilidad de las capacidades humanas habituales y comúnmente aceptadas.
Parece aconsejable aceptar que, en general, el ser humano, al menos una vez en su vida, se plantee con mayor o menor rigurosidad esta cuestión de la finitud de la vida dándole, por lo común, una solución más o menos “transitoria” que le permita asumir quehaceres vitales que requieren nuestra casi permanente atención cotidiana y cuasi en exclusiva. Es ahí donde entra en juego el papel de las creencias familiares, sociales, o culturales con el fin de ir dando respuestas,  en la medida de lo conveniente del momento particular de cada ser que pregunta, o de la “moda social” que circunda – e incluso desde la propia perspectiva vital de quien responde (con lo que ello implica de carga emocional añadida y/o polarizada) - con el fin, por lo general, de alinear a la persona con el pensamiento familiar o social (ya sea este religioso, gnóstico, ateo, científico, político…). 
Un niño no tiene conciencia de muerte o vida, simplemente experimenta hasta que esos conceptos de muerte aparecen en el entorno familiar o educacional; por lo que su mente, en principio, es ajeno a ello.  Y sin embargo, esas respuestas iniciales serán de transcendencia en la concepción del mundo, y de la propia existencia, que rodea al nuevo Ser Humano. Y, a pesar de esa importancia, no disponemos de respuestas definitorias precisas, por lo que considerar la visión materialista como verdadera o la visión espiritualista como verdadera se convierte, en ambos casos, en una creencia sin más sólidos fundamentos que las apariencias. 
Para entender con precisión la fortaleza que las apariencias pueden tener en la mente de los seres humanos bastaría con remitirnos al aparente movimiento del Sol en el firmamento celeste, durante el día, y realizar la experiencia de verlo ponerse en el horizonte y hacer el esfuerzo de imaginar el movimiento de la Tierra – siendo el horizonte quien se mueve y no el Sol; Y las implicaciones que ello tuvo en el pasado en el terreno social y en el pensamiento humano. Es obvio que por mucho que “teóricamente” sepamos que es el Sol quien se mueve alrededor de la Tierra, para nuestros sentidos (y cerebro) siempre será el Sol quien se mueve en la “bóveda” celeste; al menos hasta que le hagamos “hacer pasar” a nuestro cerebro y nuestra “mente” por esa experiencia; y, aún así, aunque le hagamos pasar por esa experiencia siempre tenderá a “funcionar” y a “relacionar sus conocimientos cotidianos” en razón de esa “realidad” que es la “apariencia”. Resulta un paradójico paradigma.
Es la religión quien ha profundizado, mediante un lenguaje simbólico, en todas esas preguntas transcendentales que sólo se pueden ignorar en la medida en que la experiencia vital y social de cada persona no precise de nueva respuesta puntual a ese respecto. Y la respuesta requerida será de mayor o menor profundidad dependiendo de la inquietud de cada persona y de las “heridas” que la vida le vaya generando. Es propio de nuestra sociedad vivir despaldas, lo más posible, a esta circunstancia que a todos nos ha de alcanzar; e incluso resulta inconveniente como tema de conversación por inapropiado; y, sin embargo, leer las biografías de los filósofos más reconocidos por nuestra civilización es adentrarse en este terreno como causa primera de sus iniciales reflexiones que han dado lugar a profundos estudios considerados de gran erudición y que han sido capaces de marcar a generaciones enteras y modificar, significativamente el mundo social en su presente e incluso en generaciones postreras – como lo es el caso de Schopenhauer o Nietzsche, por citar alguno.
Es la religión, y no solo la Católica, la que desde el inicio de las poblaciones y ciudades Estado han configurado un conjunto de símbolos sobre los cuales las personas han depositado la esperanza sobre todo aquello que no podían comprender plenamente por sí mismos y les ha servido de apoyo para sobrevivir a las adversidades cotidianas – y las dificultades no son otra cosa que la condición propia de la vida, por el hecho de ser vida. 
Y cabe reparar en que es la religión Católica la que, como su nombre indica, se considera a sí misma Universal, probablemente por detectar que todas las civilizaciones conocidas se asentaban sobre creencias metafísicas que eran “entendidas” y asimiladas por los cristianos de manera que completaba todas las manifestaciones simbólicas de la psiquis humana – de ahí su nombre de Católica. 
Efectivamente, todo el hecho religioso tiene que ver con la psiquis humana. Y en ello encontramos respuesta no solo en el principio de la Biblia (el Génesis), si no en el propio Aristóteles cuando afirma que al observar la Naturaleza ve “inteligencia” por donde mira. 
Uno de los aspectos de fondo que ampara el hecho religioso es el de dar sentido a nuestras vidas – ello, incluso, forma parte de las nuevas tendencias pedagógicas que pretenden superar, definitivamente, cualquier rasgo de visión autoritaria en la enseñanza – para nada se entiende que haya de existir autoritarismo y violencia de cualquier signo en las aulas a no ser que a ello se deba apelar por falta de recursos, ilusión y capacidad de los docentes.
Los que ya somos veteranos y entrados en años, podemos recordar cómo la idea de Dios, que nos transmitían en clase de Religión, se hallaba impregnada de un rasgo físico – semejante al de un Gran Abuelo o Padre – que poseía un montón de virtudes y omnipotencias, y de patologías de carácter violento propias de personas indignadas con aquellos que no procedían correctamente. Obviamente pretendía ser ese Dios un reflejo de la Autoridad imperante en la sociedad de la época – y nuevamente ello no es propio del franquismo, si no que ya venía de lejos y la imagen, así concebida, era popular en Europa. Y todo ello generaba graves problemas en las personas cuando eran alcanzadas por una desgracia familiar  (sobre todo en los niños), pues quedaba impreso en la mente de las personas que tales desgracias no eran posibles sin albergar graves pecados aquellas familias que las sufrían. Lo que llevaba aparejado, además de la desgracia, cierto aislamiento social  (probablemente para no ser “contagiados”). Y ello ha sido de tan fuerte arraigo que, incluso en el pensamiento ateo de la izquierda española, se siguió considerando ciertas desgracias o afecciones de personas como producto de “penitencias” debidas a “pecados inconfesables” (que por graves no se podían incluso nombrar, ni mucho menos investigar, pero si juzgar “socialmente”, aumentando así dolor y sufrimiento). 
Cuando el Génesis dice que fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios no dice que la imagen fuere física, sino que hay que posibilitar la idea de que la imagen y semejanza sea mental, psíquica… sería la mente en lo que somos semejantes y parecidos a Dios. Ello es fácil de comprender por aquellas personas que han ejercido gran poder social y su palabra es, o ha sido ley, fuese en momentos autoritarios o democráticos. Su voluntad se ejercía y punto (lástima que sus vidas fueran o sean finitas – esa es la contradicción (aunque en ello está la Ciencia buscando una solución que no será para todos, si no para quien pueda pagarse la inmortalidad) – ahí aparece nuevamente la Iglesia para justificar toda debilidad terrenal ejercida en el mandato, aunque sea expresada violentamente y en contra de la Ley, pero por el bien de la sociedad).
Aquí nos referimos a los dos aspectos del hecho religioso: El puramente mental y psíquico y el que deriva del hecho religioso que precisa mantenerse históricamente en la sociedad usando, para ello, sus conocimiento y poder de influencia política terrenal –  y que para mantenerse como estructura terrenal no obviara contradecir, en sí mismo, el hecho religioso. Así se entienden disputas terrenales entre órdenes cristianas religiosas por mantener criterios diferentes sobre la riqueza y las propiedades de la Iglesia, o la conducta de los representantes de Cristo en la tierra y su curia. Ello es condición humana, y por lo tanto, posiblemente observable en toda institución humana que pretenda sobrevivir a los vaivenes sociales – incluidos los partidos políticos, sindicatos, empresas… en todo aparece una corriente pura y otra impregnada de materialismo utilitario destinado a hacer pervivir su propia estructura social y se arraigue indefinidamente en el tiempo.   
Siendo el papel de la Religión que el Ser Humano se reencuentre con la esencia de la inteligencia que habita en todo el Universo y que ha hecho posible la vida, siendo ello un camino muy personal – ya señalado, ese camino, por otros muchos seres Humanos, en todo tiempo y lugar; y siendo aquí, en Europa, los llamados Hombres Buenos,  y que fueron torturados o exterminados o exiliados, con la finalidad de que no fueran referencia social en los cambios políticos que se precisaban establecer para asentarse como poder terrenal (cuando la vinculación entre Iglesia y Estado era firme y determinante e inseparable)
De alguna manera siempre ha sido así: El camino de la introspección personal, si se pretende trasladar a la gente común, acaba granjeándose la enemistad de cualquier poder terrenal, por el simple hecho de que quienes defienden valores Universales para todo Ser Humano tiende a encontrarse en el camino con los obstáculos de los intereses particulares de los más poderosos del lugar o del reino. Esa es la diferencia entre Iglesia entendida como estructura jerárquica terrenal y cristianos de base – más preocupados en el bienestar de la gente común, en especial los más desfavorecidos o puntualmente afectados por las desgracias de toda índole.
Si aceptáramos que pudiera existir inteligencia que para existir no precisara de cuerpo, ni de comida, ni de otras funciones biológicas…  y por tanto no estando limitada ni por vida ni muerte, no habría necesidad, en esa inteligencia Universal, de albergar criterio político, ni terrenal alguno, pues carece de vida y muerte tal como la conocemos desde la Ciencia, por lo que cabe pensar que favorecería la vida de todo ser vivo y, en su diseño del Universo propiciaría su realización vital, siendo, de alguna manera, ajena a lo que consideramos bien o mal. Desde esta definición de inteligencia Universal se entra en contradicción con la idea de religión aprendida en la infancia. Por ello encontramos que un papel esencial de la Iglesia sería la perduración de la sociedad, y en la sociedad, por encima de cualquier otro requisito ético de cualquier índole; y en ese trayecto encuentra identidad con el poder político en fines y metas. Y en esa prioridad de la finalidad puede encontrar la justificación de los fines – al igual que ocurre a veces con la política – pues la sociedad puede llegar a ser considerada ajena a la realidad que la circunda, al menos se la protege de esa realidad, siempre que es posible, para facilitar el gobierno de la propia sociedad. Y desde esa circunstancia podríamos observar que los dogmas que se sostienen desde la Iglesia van encaminados a mantener un criterio simbólico – casi de naturaleza mágica – en la psiquis de las personas con la finalidad de que puedan mantener la fe ante las innumerables adversidades de la vida. Y por medio de esa Fe sean capaces de ofrecer lo mejor de sí dando lugar, en su mente, a la Esperanza.
Siendo lo esencial de las personas su mente, es innegable que las representaciones simbólicas de santos y símbolos religiosos ayudan, eficazmente, a la psiquis de los creyentes para superar dificultades, pues lo que ven no es materia si no una energía simbólica que su mente “maneja” ofreciendo soluciones a las que no se podían acceder por la lógica materialista con facilidad. Es decir: Facilitan que esa hipotética Inteligencia inmortal y siempre viva, sin cuerpo, actúe sobre ellos facilitando soluciones a una mente agobiada por los límites de la materia donde se halla circunscrita.
Así pues nos encontramos ante una paradoja, pues siendo la semejanza entre Dios y el Ser Humano no de naturaleza física si no mental, la religión Católica ha aceptado el uso de imágenes en sus ritos y símbolos - a diferencia de otras versiones cristianas que los prohíben con la finalidad de huir de ciertos aspectos aparentemente mágicos y, por ello, más primitivos. 
La vinculación que realiza la Iglesia Católica con la Virgen María resulta de efectos espectaculares en las mentes de los creyentes ya que, por un lado, santifica el vínculo madre e hijo en la percepción de la cultura donde se establece – de tal manera es ese vínculo que el mismo se perpetúa en las relaciones matrimoniales, dificultando un papel diferente a la mujer (tanto en el deber de protección de los hijos como en el del sustento de los esposos) - fortaleciendo roles que son más fácilmente superables en otros entornos cristianos – como los protestantes; y además, fortalece una idea de familia que se puede observar el cuadro de la Sagrada Familia que existe en el Pilar (y que actúa en quien lo observa – sea hombre o mujer - en forma de test de Rochard, de tal manera que preguntado el observante sobre lo que observa, se referirá al cuadro proyectando su propio entorno familiar, ya sea el propio o el materno-paterno, sin darse cuenta). Y, aún, siendo más espectacular el dogma de la Inmaculada Concepción, pues así consigue la Iglesia que el impulso sexual que a todos nos trae a este mundo quede suprimido tanto en la concepción de Jesús como en la de María, haciendo inviable la existencia de nuevos Cristos – y ello es inviable científicamente en aquella época. En consecuencia los Cristos, los ungidos… nacen y mueren constantemente, siendo constantemente perseguidos, como lo fueron Osiris o Budha, en toda cultura. La estrategia de la Iglesia es crear en la mente de la sociedad la idea de que ello ya no es posible, salvo que ella misma lo admita al final de los tiempos (¿¿??)
 También es curiosa la analogía existente entre la Universidad y la Iglesia a la hora de aceptar Verdades científicas o religiosas, pues siguen análogos métodos; no en balde la Universidad nació de las órdenes religiosas. Y, por ello, no en balde tampoco, la Ciencia pugna por ser nuestra nueva religión.
Y sin embargo lo dicho, aparece, como en toda crisis de valores, la oportunidad de encontrar el punto medio social, que parece ser el menos conveniente para gobernar una sociedad, pues bien se muestra que nuestra sociedad tiende a "pendulear" de extremo a extremo, haciendo casi inconcebible un lugar de equilibrio y equidistancia que facilite a todos el tránsito por esta sociedad. 
La observación que realizaba Aristóteles de la Naturaleza ha acabado encontrando respaldo científico, pues se encuentra en la naturaleza – cuando se observa con criterios matemáticos – que existen por doquier, progresiones de la siguiente naturaleza: 1,1,2,3,5,8,13,21… que no son fáciles de expresar matemáticamente pero si son fáciles de descifrar para nuestra mente. Por esa complejidad de expresarlo matemáticamente, lo que usamos son formulas más sencillas y fáciles de expresar. Las primeras sucesiones se relacionan con fractales, y son, probablemente, la mejor definición matemática que por el momento tenemos de la inteligencia divina, cuando se proyecta en la Naturaleza. Ese tipo de progresiones adquieren gran complejidad cuando se traspasan a gráficos. Bastaría imaginar millones y millones de años de evolución de la mente intelectual (e inmortal) para suponer su complejidad (la formula sugiere: Uno, más uno, más su resultado… - como inicio – y posteriormente: Experiencia acumulada más la anterior experiencia igual a nueva experiencia… y así sucesivamente avanza la progresión). Es obvio que existe inteligencia en el Universo, si consideramos las matemáticas (las proporciones) expresión de lógica e inteligencia que no hemos “inventado”, si no “sólo” las hemos descubierto como lenguaje para expresar con precisión nuestro entorno Natural – de ahí que podamos vislumbrar un futuro inmediato liderado por “máquinas” regidas por “cerebros” artificiales que suplirán al Ser Humano a la hora de tomar ciertas decisiones – como ya lo están haciendo.
La dificultad de hallar a Dios en nuestro entorno estriba en que, probablemente, está contenido en todo lo que nos rodea y en nosotros mismos; y, por consiguiente, no lo podemos “aislar” como sustancia diferente para compararla con nada, ni con nosotros mismos. (Así, desde esta idea, se podría entender la idea recogida por Aristóteles que dice: “Que Dios existe es innegable, otra cosa es que Dios sepa que existimos”).
Si ello fuere así, como se expone, encontraríamos en la Iglesia una única referencia estable y estructurada de símbolos y ritos destinados a preservar la Fe (fe entendida más allá de la consistente en creer en un Dios concreto de rasgos Humanos) ante toda dificultad y consolar al ser humano en los momentos más adversos e irremediables de su existencia; en este último caso, de consuelo ante la finitud de la vida y la existencia humana tal y como la conocemos, se apela a la bondad de todos los actos realizados en vida con el fin de que la mente, en base a la bondad de las acciones realizadas, halle una tranquilidad y sosiego en el tránsito de la muerte (Los trabajos realizados por Jung al respecto aún tienen vigencia. También vi en una exposición en Madrid, hará unos 30 años, una Imagen de San Miguel del siglo XVI ó tal vez XVII a cuyo pie rezaba una frase “transversal” con otras religiones al hablar del amparo que proporcionaba el “símbolo” de San Miguel en el transito del "estado intermedio” de la muerte – y que contenía expresiones calcadas del Bardo Tohodol). 
Es esencial el papel que la Iglesia ha tenido en el ordenamiento de los valores que deben de sostener las personas dando así sentido a sus vidas y a la sociedad en que viven – y también en razón de ello, y esos mismos valores, ha sido juzgada con severidad por sus adversarios al analizar sus excesos, sobre todo cuando ha intentado la Iglesia mezclar intereses puramente terrenales con “voluntades” supuestamente divinas (o en los casos de hoy en día al ocultar los graves excesos realizados por sus miembros sobre niños, niñas o mujeres estigmatizadas – me refiero a los abusos y al tráfico de niños. Pero no han sido los únicos, recientemente saltó la noticia de ocurrir los mismos abusos en confesiones religiosas de e países de oriente que creíamos más “puras” y menos contaminadas de “materialismo”; lo que pudiera señalar la recurrente tendencia humana de usar la posición dominante en una sociedad para fines corruptos.
Todos los que hemos nacido en una cultura cristiana y católica hemos desarrollado unos valores sobre el bien y el mal que han sido expresados en nuestra infancia. Por ello, si en vida nos los hemos saltados en un proceso de aprendizaje y hemos ido reflexionando sobre todo ello, nuestra mente será capaz de perdonarse, tal vez. Pero si hemos infringido en su esencia esos valores éticos y morales, incluso llegando al homicidio, nuestra “mente” nos reclamará todo ello en el momento más inoportuno; de ahí que los cristianos Católicos hayan establecido la confesión como medio para limpiar la conciencia y mantenerse en “Gracia de Dios” después de haber realizado una penitencia y un propósito de enmienda. 
Los primeros juicios más famosos de los que se conocen en occidente se hallan en el juicio de Osiris (que fue muerto por ser buen gobernante y luego proclamado dios del inframundo, y juez del mismo). El muerto, después de pasar muchas pruebas tiene que pesar su corazón ante Osiris. La necesidad de pesarlo se encuentra en que ha podido hacer trampas en el proceso de llegar hasta él. Si su corazón pesa más o menos que una pluma su alma será destruida para siempre. Se entiende que es la conciencia del difunto quien se juzga a sí misma – y no es lo mismo juzgarse en vida, en plenitud de facultades y vitalidad, que en un entorno de profundo miedo ante la posibilidad de una destrucción definitiva.
Desde este punto de vista se pudiera aceptar la idea de que quienes han ostentado poder terrenal, sacrificando conscientemente a inocentes, saben que su conciencia no le salvará (aunque se consideren dioses a sí mismos, por conocer todos los secretos de la mente bajo los límites de la condición Humana) y su anhelo se posará en pasar a la historia de su nación o sociedad como única recompensa. Aún así, hay quien busca en las religiones ateas (como el Budismo, así considerado por Schopenhauer) el truco para engañar a Osiris (Osiris no sería otra cosa que la representación de nuestra propia conciencia) el día del juicio. 
Como se ha señalado en el presente escrito, el tejido de dogmas religiosos establecidos por la Iglesia parece tener la finalidad última de mantener recursos psicológicos en la mente de los fieles que les permitan sobrellevar las dificultades cotidianas - siendo algunas de estas dificultades de gran transcendencia - con la finalidad de estimular y preservar, en toda adversidad, el impulso vital de supervivencia. Por lo que toda la estructura dogmática se interrelaciona entre sí buscando una coherencia, diríamos que “mágica”, que permite que esos efectos en la mente sean coherentes y operen de manera inconsciente sobre la persona actuando como una compañía espiritual que nunca le abandona y a la que siempre puede recurrir en cualquier situación. 
Al ser la Iglesia, a la vez, una estructura humana – terrenal – sujeta a necesidades, se encuentra también necesitada de mantenerse desde un punto de vista materialista (dinero, espacios físicos, jerarquía, ….) y siendo personas las que sostienen sus propias estructuras también está sometida a las debilidades y virtudes propias de la naturaleza Humana.
Aún siendo esencial el papel de la Iglesia para gran parte de la sociedad, no por ello parece que deba de tener privilegios especiales en relación con el Estado – al menos que el Estado se considere Nacionalista y precise, por ello, de mitos para sostenerse como tal Nación; y la Iglesia coopere, también, en ese propósito.
Otro aspecto diferente es el criterio sostenido por los cristianos llamados de base, mucho más cercano a una idea solidaria que jerárquica. 
En los orígenes del cristianismo se sospecha que a Jesús no se le consideraba el Hijo de Dios, sino más bien un Hombre especial y todos los dogmas sobre la naturaleza de Jesús y su madre aparecieron posteriormente con la finalidad de crear esa estructura psicológica que sirviera de soporte a las personas, que en ello creyera, para toda su vida.
Nuestra mente tiene capacidades ilimitadas, y es capaz de concebir, por medio de la lógica, complejísimas estructuras metafísicas que son capaces de concretarse en el mundo de la materia, como lo demuestran los avances científicos. Esos avances serían imposibles concebirse en mentes que consideraran que el mundo es perfecto y completo en sí mismo (en todo tiempo y en todo lugar ha habido personas que así han considerado al mundo perfecto en sí mismo – y no han visto en los progresos tecnológicos más objeto y utilidad que el de servir al dominio y al aumento de la extensión de los poderes terrenales que ya poseían). Pero nuestra mente también está atrapada en un cuerpo mortal y finito, por lo que nuestra mente no solo trabaja e idea para concebir y explorar el universo que nos rodea y comprenderse a sí misma, sino que sospechando, o careciendo de la certeza de poder sobrevivir al cuerpo que la alberga, idea estrategias de supervivencia para mantener el cuerpo que la habita en las mejores condiciones posibles y, en ello, rivalizando con otros seres vivos o seres humanos.
Y sin embargo, la mente es algo que está vinculado al cerebro, pero no es el cerebro; siendo el cerebro algo más que un ordenador o centro de mando de nuestro ser. El cerebro es como un órgano capaz de procesar la información que recibe interna y externamente para adaptar al organismo a cualquier cambio del medio; y, a la vez, es un receptor intuitivo – es decir, más allá de lo meramente verificable – que predispone al ser humano ante cualquier adversidad presente y futura, con el fin de preservarse (preservar no solo el cuerpo, si no lo que es más esencial: La propia Mente que es donde reside la idea de existir y ser. De ahí la facilidad de la mente para elaborar o aceptar cualquier hipótesis de cualquier naturaleza cuya finalidad sea la inmortalidad del Ser: Ser, en realidad es la Mente. Pues para la mente no existe otra cosa que la vida, y no puede concebir, para sí, un estado de no vida que no siga siendo una forma de vida).
Si consideramos que la forma de afrontar un problema es empezar por abordarlo desde la hipótesis más adversa, deberemos de considerar que para la existencia del ser humano la hipótesis más adversa no es la finitud de la vida del cuerpo y de la mente, si no que la más adversa es el fin del cuerpo – porque es obvio que muere y se pudre – pero con la supervivencia de la mente en un medio aparentemente desconocido y, por ello mismo, probablemente adverso. Esta es la hipótesis que subyace en aquellos que vivieron a su antojo en la vida, y cuando perciben su finitud apelan al Budismo como religión alternativa a un cristianismo católico del que saben que sus verdaderos pecados, de confesarlos, formarían parte de una realidad personal que no se desea admitir bajo ninguna circunstancia. Y de alguna manera, esos pecados acabarían formando parte de su realidad personal y social. El budismo, por el contrario, generaliza la culpa en una idea de karma común a todo ser vivo, por lo que cualquier sentimiento de culpa propia queda, de alguna manera, disuelta en un inmenso mar y compartida con toda la humanidad.

Es importante, al menos lo parece, que nuestros estudiantes se acerquen al hecho religioso en sí, y desde ahí realizar una exploración de las religiones que han sido y son en la Civilización Humana; y todo ello se realice con objetividad, pero con sensibilidad a la vez; y sobre todo sin construir ni sostener nuevamente prejuicios; si no que forme parte de la filosofía de la naturaleza humana; es decir: Forme parte de lo que es y representa la Filosofía: La Búsqueda de la Verdad (o mejor dicho, el aproximamiento a la Verdad - pues no hay ni existe Verdad Única, por mucho que unos y otros se empeñen, que se pueda trascender universalmente a cualquier ser humano; en cada etapa de nuestras vidas, por razones complejas, estamos en condiciones de aproximarnos y sostener Verdades únicamente para nosotros que tenderán a ser matizadas o modificadas por el paso del tiempo y de la experiencia personal). De lo expuesto se entenderá que me resulte aceptable, o al menos entendible, la idea sostenida en Islandia sobre el hecho de prohibir la religión a menores de 21 años.

https://es.wikipedia.org/wiki/Religión

No hay comentarios: