Miedo a reflexionar
abiertamente (II)
Una reciente noticia
en Islandia (asegurando que la religión se prohibirá su enseñanza hasta no
alcanzar las personas los 21 años de edad) me hace rescatar estas reflexiones
realizadas hace unos meses.
Sorprendía que en los
comienzos de Podemos se retomara el anticlericalismo, al menos en su vertiente
institucional, y ello tuviera eco en gran parte de la sociedad española
cuestionando los beneficios fiscales de los que goza la Iglesia Católica y
otras prerrogativas relativas a su capacidad para inscribir propiedades a su
nombre. En esa dirección se han venido manifestando, en los medios de
comunicación, alcaldes de pueblos que se han sentido afectados en sus
patrimonios y también proposiciones realizadas en nuestra propia ciudad,
relativas a templos históricos sostenidos en sus reformas con fondos públicos.
Han existido
discrepancias de otras naturalezas que tienen que ver con la asistencia y el
apoyo a personas en situación de exclusión social y las diferentes perspectivas
de mantener la dignidad de las personas en cualquier situación de desamparo, ya
sea económico o por razones de enfermedad o de estigmatización social.
En todo ello parece
existir profundas diferencias, y probablemente más que discrepancias
antagonismos, de fondo que no termina de resolverse ni de encaminarse hacia
un objetivo plenamente compartido - al menos que sea contemplado así por
todas las capas sociales. Parece necesario realizar un esfuerzo, de tal
manera, que permitiera una profunda comprensión del hecho religioso que hiciera
inviable, por un lado, la descalificación que se realiza en ocasiones desde la
izquierda y centro izquierda, y por otro desterrar la incomprensión que se
siente a este respecto desde la derecha y centro derecha del país; buscando un
punto medio que permitiera entender, plenamente, ambas percepciones sociales y,
a la vez, intentar enmarcar correctamente el papel que el Estado debiera asumir
en este asunto de manera moderada y ecuánime para que todas las sensibilidades,
que se hallan en juego, ocupen un lugar adecuado en el que estén conformes.
Tampoco cabe señalar,
para el fondo de esta discrepancia o antagonismo, que permitiera arrojar algo
de luz, el reiterado episodio de la Guerra Civil como origen de la misma.
Bastaría leer los artículos publicados en el New York Times en los primeros
días de la sublevación militar del 18 de Julio del 36 para observar que las
declaraciones que se realizan sobre el clero y la Iglesia, por parte de
sectores defensores de la República, que señalan como causas del enfrentamiento
un antagonismo mantenido durante siglos que se expresa en los años treinta con
especial virulencia (Anticlericalismo español)
(Semana Trágica) (Las
primeras noticias que llegan a EEUU sobre la sublevación militar – del New York
Times – son reveladoras – y pueden contemplarse en el buscador de hemeroteca -
que en internet tiene el periódico americano – señalando al General Franco como
revolucionario y calificando al Gobierno de la República como “Rojos” (adjetivo
descalificante en aquella época en la que la revolución rusa (apenas realizada
19 años antes) ponía en peligro los cimientos de lo que se consideraba
civilización en occidente) a los pocos días de iniciarse la resistencia frente
a los militares rebeldes – ello proporciona una reflexión de fondo que nos ha de
impulsar para superar esos antagonismos y sus consecuencias, pues las primeras
impresiones – sobre todo para los anglosajones – son de capital transcendencia
para formarse unas opiniones que luego serán difíciles de modificar – por mucho
que la República española presionara con posterioridad para reconducir el
lenguaje que usan los reporteros de la prensa internacional).
La esencia del
anticlericalismo en las posiciones progresistas pudiera hallarse, al menos una
de sus patas, en la experiencia de la Revolución Industrial en
Inglaterra y en la aparición de una clase social desfavorecida y empobrecida,
sin un acceso eficiente a la cultura que imposibilitaba su progreso social;
todo ello era justificado por las clases conservadoras como “voluntad divina”.
Probablemente esa visión del protestantismo, en esa sociedad, se fuera
trasladando al ambiente católico y si bien no se atribuyera de manera tan
determinante la “voluntad divina” con el estado precario del proletariado sí,
que de alguna manera, se vinculó, no tanto con esa “voluntad superior y divina”
inapelable y todo poderosa, pero sí con una idea muy vulnerable y fácil de
atacar: “El pecado y pecar” como causa que llevara a esa situación de
“dependencia social” e involución a la prosperidad. Si bien en Inglaterra se
combatió con cierta fortuna esa idea de “predeterminación divina” que imponía
la condición de pobreza a muchos (pues era obvio que
existían trabas sociales que impedían la migración a estatus sociales
superiores – y esas trabas eran ajenas a cualquier “voluntad divina”, pues se
hallaban en los prejuicios sostenidos, de manera interesada, por las clases
altas para asegurarse su dominio sobre la sociedad), en España se
vincularía esa idea de la causa de la pobreza como resultado del “pecado contra
Dios”. Resultaba evidente que contrariar la voluntad del patrón, del
terrateniente, del Conde o de un representante de la Iglesia Católica en
asuntos sobre intereses puramente terrenales nada tenía que ver con “pecar
contra Dios”, por mucho que en ello se empeñaran las élites españolas.
Semejante incoherencia anidó en el ánimo de los que se sentían proletarios y
desheredados de cualquier Derecho, propiciando el desarrollo del Ateísmo (si los que mandan se
amparan en Dios para subyugarnos y explotarnos será porque su Dios está contra
nosotros; era una explicación sencilla y clara: Un Dios así no puede existir.
¡¡Su Dios es falso, es una mentira!! ¡¡Nos hemos desengañado!!) y con ello
la proliferación del anticlericalismo que alcanzó su máxima expresión con el
anarquismo español. “Ni Dios Ni Amo” fue su expresión de vanguardia ante el
vínculo que relacionaba al “injusto” y “represor” “Poder” que siempre
encontraba obstáculos para ceder derechos laborales que hicieran posible una
vida más llevadera y menos esclava a la clase trabajadora.
Hay que entrar en el
fondo de la cuestión y no quedarse en las primeras impresiones; y en la
cuestión religiosa de lo que se trata es de aproximarse a la naturaleza
metafísica del hecho religioso y no de su vertiente manipuladora de masas (tan
propia de una visión política del hecho religioso) – y siendo evidente que
sea así, no por ello hay que considerar que las visiones progresistas no deban
entrar en estos territorios, pues bien parece causa última del desentendimiento
no atreverse a formular hipótesis que contemplen con cierta rigurosidad la
vertiente metafísica de la cuestión, pues procediendo al margen de la
metafísica ignoramos gran parte del fondo del hecho en sí y, por consiguiente,
se hace inviable un acercamiento correcto al hecho religioso; por lo que se
acaba apelando al “prejuicio” – tanto por una y otra parte enfrentada – y así,
por medio del prejuicio, completar la “cadena de ADN” del problema que el hecho
religioso representa para la izquierda y la derecha. De tal forma, que nunca se
encuentra solución acertada, o al menos hipótesis con fundamento que nos
permita observar un trayecto o un itinerario hacia su solución. De alguna
manera, negar el componente metafísico y mantenerse en una exclusiva razón materialista
no otorga, por sí mismo, estar en posesión de la verdad – aunque ello pueda
resultar, aparentemente, muy útil en los asuntos económicos y científicos, pues
aún en estas áreas conocemos la influencia decisiva de factores que escapan a
la racionalidad materialista.
En primer lugar cabría
señalar que el hecho religioso en nuestra sociedad ha de analizarse
fragmentándolo en un primer momento, con la finalidad de observarlo desde una
perspectiva más objetiva que permita un planteamiento más cercano a la verdad.
Esta fragmentación cabría expresarse en tres partes: La Iglesia como
estructura humana; segundo: La concepción del cristianismo en sus
orígenes; y por último el hecho espiritual que es común a la
sensibilidad humana en cualquier territorio del planeta. Para ello
partiremos desde la visión más materialista que analiza la existencia del Ser
Humano.
Desde el punto de
vista más materialista se observa la vida y la sociedad humana como una
agrupación animal que ostenta ciertas peculiaridades específicas – que se
observan en el ámbito de capacidades cognitivas, sociales y de habilidades
tecnológicas superiores respecto de otras especies que habitan nuestro planeta,
y que por ello somos capaces de dominar nuestro entorno natural y modificarlo a
nuestra conveniencia – pero que en esencia somos como las especies animales
que nos rodean pero con las peculiaridades de los mamíferos; peculiaridades que
influyen en nuestro comportamiento biológico haciendo posible el
establecimiento de vínculos “afectivos” sostenidos por emociones que dan lugar
a sentimientos. Y diferenciándonos del resto de los mamíferos porque estas
relaciones no nos estructuran socialmente en forma de “manada” sino de “tribus”
– por existir un componente cultural de origen familiar, que facilita un
aprendizaje más complejo y prolongado, hasta alcanzar la madurez y que se
expresa en forma de arte, lenguaje, tecnología y creencias metafísicas – y
que posteriormente dan lugar a pueblos, ciudades, naciones y Estados dando
lugar a civilizaciones, y por extensión, al producirse una mayor uniformidad en
valores y principios que se sostienen por los seres humanos, se abre paso el
concepto de civilización Humana.
Describirnos desde el
punto de vista materialista no parece difícil, basta con compararnos con las
distintas especies de vida que conocemos en el planeta para observar las
diferencias que nos separan de ellas y, por medio de la reflexión, concebir
ideas y conceptos, a los que ponemos nombre, para señalar nuestras capacidades
específicas que nos difieren de las otras especies animales. Y análogamente ir
describiendo la naturaleza que nos rodea y los procesos cíclicos o previsibles
a los que está sujeta consiguiendo predecirlos y, con ello, establecer leyes e
hipótesis cada vez más complejas; llegando a describir una idea del Universo
que nos contiene y los fenómenos físicos y químicos que en él, y en nosotros,
se dan.
Y a pesar de tal
capacidad de análisis científico no somos capaces de definir “qué es la vida”.
Podremos describirla y, tal vez reconocerla, por los fenómenos que observamos
en nosotros mismos y en los seres que nos rodean y manifiestan vida, pero
obviamente no sabemos “qué es la vida”, ni “por qué se produce”, ni “por qué
acontece”, ni “cuál es su función en el planeta” ni en el Universo. Y además
sólo reconocemos la vida tal cual la conocemos en sus manifestaciones en
nuestro planeta; por lo que desconocemos que puedan existir otras formas de
vida que estén sujetas a leyes biológicas diferentes de las que consideramos
viables en nuestro entorno. Y lo más paradójico de todo el fenómeno de vida
conocido por nosotros es intentar llegar a concebir el “por qué” es necesario
para la vida dotarla de inteligencia y de conciencia de sí misma. Pues, al ser
inteligentes los seres humanos, somos capaces de imaginar sin ningún límite,
pero, a la vez, limitados por el hecho certero del acontecimiento de la muerte.
Y, también, es obvio que si no podemos saber “qué es
en esencia la vida”, difícilmente podremos saber “qué es en esencia la muerte”,
pues al igual que el fenómeno de la vida podremos definir la muerte en función
de lo que nos rodea, pero no podremos saber “qué es lo que es en sí misma” por
medios estrictamente científicos (es decir sin recurrir a hipótesis) – ni
siquiera podemos determinar cuándo se produce la muerte exacta de un ser o una
persona, pues los parámetros de definición son diferentes incluso en países
europeos y no implica cese absoluto de actividad cerebral sino en
consideraciones de irreversibilidad de las capacidades humanas habituales y
comúnmente aceptadas.
Parece aconsejable
aceptar que, en general, el ser humano, al menos una vez en su vida, se plantee
con mayor o menor rigurosidad esta cuestión de la finitud de la vida dándole,
por lo común, una solución más o menos “transitoria” que le permita asumir
quehaceres vitales que requieren nuestra casi permanente atención cotidiana y
cuasi en exclusiva. Es ahí donde entra en juego el papel de las creencias
familiares, sociales, o culturales con el fin de ir dando respuestas, en la medida de lo conveniente del momento particular
de cada ser que pregunta, o de la “moda social” que circunda – e incluso
desde la propia perspectiva vital de quien responde (con lo que ello
implica de carga emocional añadida y/o polarizada) - con el fin, por lo
general, de alinear a la persona con el pensamiento familiar o social (ya
sea este religioso, gnóstico, ateo, científico, político…).
Un niño no tiene
conciencia de muerte o vida, simplemente experimenta hasta que esos conceptos
de muerte aparecen en el entorno familiar o educacional; por lo que su mente,
en principio, es ajeno a ello. Y sin embargo,
esas respuestas iniciales serán de transcendencia en la concepción del mundo, y
de la propia existencia, que rodea al nuevo Ser Humano. Y, a pesar de esa
importancia, no disponemos de respuestas definitorias precisas, por lo que
considerar la visión materialista como verdadera o la visión espiritualista
como verdadera se convierte, en ambos casos, en una creencia sin más sólidos
fundamentos que las apariencias.
Para entender con precisión la fortaleza que las apariencias
pueden tener en la mente de los seres humanos bastaría con remitirnos al
aparente movimiento del Sol en el firmamento celeste, durante el día, y
realizar la experiencia de verlo ponerse en el horizonte y hacer el esfuerzo de
imaginar el movimiento de la Tierra – siendo el horizonte quien se mueve y
no el Sol; Y las implicaciones que ello tuvo en el pasado en el terreno social
y en el pensamiento humano. Es obvio que por mucho que “teóricamente”
sepamos que es el Sol quien se mueve alrededor de la Tierra, para nuestros
sentidos (y cerebro) siempre será el Sol quien se mueve en la “bóveda” celeste;
al menos hasta que le hagamos “hacer pasar” a nuestro cerebro y nuestra “mente”
por esa experiencia; y, aún así, aunque le hagamos pasar por esa experiencia
siempre tenderá a “funcionar” y a “relacionar sus conocimientos cotidianos” en
razón de esa “realidad” que es la “apariencia”. Resulta un paradójico
paradigma.
Es la religión quien
ha profundizado, mediante un lenguaje simbólico, en todas esas preguntas
transcendentales que sólo se pueden ignorar en la medida en que la experiencia
vital y social de cada persona no precise de nueva respuesta puntual a ese
respecto. Y la respuesta requerida será de mayor o menor profundidad
dependiendo de la inquietud de cada persona y de las “heridas” que la vida le
vaya generando. Es propio de nuestra sociedad vivir despaldas, lo más posible,
a esta circunstancia que a todos nos ha de alcanzar; e incluso resulta
inconveniente como tema de conversación por inapropiado; y, sin embargo, leer
las biografías de los filósofos más reconocidos por nuestra civilización es
adentrarse en este terreno como causa primera de sus iniciales reflexiones que
han dado lugar a profundos estudios considerados de gran erudición y que han
sido capaces de marcar a generaciones enteras y modificar, significativamente
el mundo social en su presente e incluso en generaciones postreras – como lo
es el caso de Schopenhauer o Nietzsche, por citar alguno.
Es la religión, y no
solo la Católica, la que desde el inicio de las poblaciones y ciudades Estado
han configurado un conjunto de símbolos sobre los cuales las personas han
depositado la esperanza sobre todo aquello que no podían comprender plenamente
por sí mismos y les ha servido de apoyo para sobrevivir a las adversidades cotidianas
– y las dificultades no son otra cosa que la condición propia de la vida,
por el hecho de ser vida.
Y cabe reparar en que
es la religión Católica la que, como su nombre indica, se considera a sí misma
Universal, probablemente por detectar que todas las civilizaciones conocidas se
asentaban sobre creencias metafísicas que eran “entendidas” y asimiladas por
los cristianos de manera que completaba todas las manifestaciones simbólicas de
la psiquis humana – de ahí su nombre de Católica.
Efectivamente, todo el
hecho religioso tiene que ver con la psiquis humana. Y en ello encontramos
respuesta no solo en el principio de la Biblia (el Génesis), si no en el propio
Aristóteles cuando afirma que al observar la Naturaleza ve “inteligencia” por
donde mira.
Uno de los aspectos de
fondo que ampara el hecho religioso es el de dar sentido a nuestras vidas – ello,
incluso, forma parte de las nuevas tendencias pedagógicas que pretenden
superar, definitivamente, cualquier rasgo de visión autoritaria en la enseñanza
– para nada se entiende que haya de existir autoritarismo y violencia de
cualquier signo en las aulas a no ser que a ello se deba apelar por falta de
recursos, ilusión y capacidad de los docentes.
Los que ya somos
veteranos y entrados en años, podemos recordar cómo la idea de Dios, que nos
transmitían en clase de Religión, se hallaba impregnada de un rasgo físico – semejante
al de un Gran Abuelo o Padre – que poseía un montón de virtudes y
omnipotencias, y de patologías de carácter violento propias de personas
indignadas con aquellos que no procedían correctamente. Obviamente pretendía
ser ese Dios un reflejo de la Autoridad imperante en la sociedad de la época – y
nuevamente ello no es propio del franquismo, si no que ya venía de lejos y la
imagen, así concebida, era popular en Europa. Y todo ello generaba graves
problemas en las personas cuando eran alcanzadas por una desgracia familiar (sobre todo en los niños), pues quedaba impreso
en la mente de las personas que tales desgracias no eran posibles sin albergar
graves pecados aquellas familias que las sufrían. Lo que llevaba aparejado,
además de la desgracia, cierto aislamiento social (probablemente para
no ser “contagiados”). Y ello ha sido de tan fuerte arraigo que, incluso en
el pensamiento ateo de la izquierda española, se siguió considerando ciertas
desgracias o afecciones de personas como producto de “penitencias” debidas a
“pecados inconfesables” (que por graves no se podían incluso nombrar, ni
mucho menos investigar, pero si juzgar “socialmente”, aumentando así dolor y
sufrimiento).
Cuando el Génesis dice
que fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios no dice que la imagen fuere
física, sino que hay que posibilitar la idea de que la imagen y semejanza sea
mental, psíquica… sería la mente en lo que somos semejantes y parecidos a Dios.
Ello es fácil de comprender por aquellas personas que han ejercido gran poder
social y su palabra es, o ha sido ley, fuese en momentos autoritarios o
democráticos. Su voluntad se ejercía y punto (lástima que sus vidas fueran o
sean finitas – esa es la contradicción (aunque en ello está la
Ciencia buscando una solución que no será para todos, si no para quien pueda
pagarse la inmortalidad) – ahí aparece nuevamente la Iglesia para justificar
toda debilidad terrenal ejercida en el mandato, aunque sea expresada
violentamente y en contra de la Ley, pero por el bien de la sociedad).
Aquí nos referimos a
los dos aspectos del hecho religioso: El puramente mental y psíquico y el que
deriva del hecho religioso que precisa mantenerse históricamente en la sociedad
usando, para ello, sus conocimiento y poder de influencia política terrenal – y que para mantenerse como estructura terrenal no
obviara contradecir, en sí mismo, el hecho religioso. Así se entienden
disputas terrenales entre órdenes cristianas religiosas por mantener criterios
diferentes sobre la riqueza y las propiedades de la Iglesia, o la conducta de
los representantes de Cristo en la tierra y su curia. Ello es condición humana,
y por lo tanto, posiblemente observable en toda institución humana que pretenda
sobrevivir a los vaivenes sociales – incluidos los partidos políticos,
sindicatos, empresas… en todo aparece una corriente pura y otra impregnada de
materialismo utilitario destinado a hacer pervivir su propia estructura social
y se arraigue indefinidamente en el tiempo.
Siendo el papel de la
Religión que el Ser Humano se reencuentre con la esencia de la inteligencia que
habita en todo el Universo y que ha hecho posible la vida, siendo ello un
camino muy personal – ya señalado, ese camino, por otros muchos seres
Humanos, en todo tiempo y lugar; y siendo aquí, en Europa, los llamados Hombres
Buenos, y que fueron torturados o exterminados o exiliados, con la
finalidad de que no fueran referencia social en los cambios políticos que se
precisaban establecer para asentarse como poder terrenal (cuando la vinculación
entre Iglesia y Estado era firme y determinante e inseparable).
De alguna manera
siempre ha sido así: El camino de la introspección personal, si se pretende
trasladar a la gente común, acaba granjeándose la enemistad de cualquier poder
terrenal, por el simple hecho de que quienes defienden valores Universales para
todo Ser Humano tiende a encontrarse en el camino con los obstáculos de los
intereses particulares de los más poderosos del lugar o del reino. Esa es la
diferencia entre Iglesia entendida como estructura jerárquica terrenal y
cristianos de base – más preocupados en el bienestar de la gente común, en
especial los más desfavorecidos o puntualmente afectados por las desgracias de
toda índole.
Si aceptáramos que pudiera existir inteligencia que para existir no precisara de cuerpo, ni de comida, ni de otras funciones biológicas… y por tanto no estando limitada ni por vida ni muerte, no habría necesidad, en esa inteligencia Universal, de albergar criterio político, ni terrenal alguno, pues carece de vida y muerte tal como la conocemos desde la Ciencia, por lo que cabe pensar que favorecería la vida de todo ser vivo y, en su diseño del Universo propiciaría su realización vital, siendo, de alguna manera, ajena a lo que consideramos bien o mal. Desde esta definición de inteligencia Universal se entra en contradicción con la idea de religión aprendida en la infancia. Por ello encontramos que un papel esencial de la Iglesia sería la perduración de la sociedad, y en la sociedad, por encima de cualquier otro requisito ético de cualquier índole; y en ese trayecto encuentra identidad con el poder político en fines y metas. Y en esa prioridad de la finalidad puede encontrar la justificación de los fines – al igual que ocurre a veces con la política – pues la sociedad puede llegar a ser considerada ajena a la realidad que la circunda, al menos se la protege de esa realidad, siempre que es posible, para facilitar el gobierno de la propia sociedad. Y desde esa circunstancia podríamos observar que los dogmas que se sostienen desde la Iglesia van encaminados a mantener un criterio simbólico – casi de naturaleza mágica – en la psiquis de las personas con la finalidad de que puedan mantener la fe ante las innumerables adversidades de la vida. Y por medio de esa Fe sean capaces de ofrecer lo mejor de sí dando lugar, en su mente, a la Esperanza.
Si aceptáramos que pudiera existir inteligencia que para existir no precisara de cuerpo, ni de comida, ni de otras funciones biológicas… y por tanto no estando limitada ni por vida ni muerte, no habría necesidad, en esa inteligencia Universal, de albergar criterio político, ni terrenal alguno, pues carece de vida y muerte tal como la conocemos desde la Ciencia, por lo que cabe pensar que favorecería la vida de todo ser vivo y, en su diseño del Universo propiciaría su realización vital, siendo, de alguna manera, ajena a lo que consideramos bien o mal. Desde esta definición de inteligencia Universal se entra en contradicción con la idea de religión aprendida en la infancia. Por ello encontramos que un papel esencial de la Iglesia sería la perduración de la sociedad, y en la sociedad, por encima de cualquier otro requisito ético de cualquier índole; y en ese trayecto encuentra identidad con el poder político en fines y metas. Y en esa prioridad de la finalidad puede encontrar la justificación de los fines – al igual que ocurre a veces con la política – pues la sociedad puede llegar a ser considerada ajena a la realidad que la circunda, al menos se la protege de esa realidad, siempre que es posible, para facilitar el gobierno de la propia sociedad. Y desde esa circunstancia podríamos observar que los dogmas que se sostienen desde la Iglesia van encaminados a mantener un criterio simbólico – casi de naturaleza mágica – en la psiquis de las personas con la finalidad de que puedan mantener la fe ante las innumerables adversidades de la vida. Y por medio de esa Fe sean capaces de ofrecer lo mejor de sí dando lugar, en su mente, a la Esperanza.
Siendo lo esencial de
las personas su mente, es innegable que las representaciones simbólicas de
santos y símbolos religiosos ayudan, eficazmente, a la psiquis de los creyentes
para superar dificultades, pues lo que ven no es materia si no una energía
simbólica que su mente “maneja” ofreciendo soluciones a las que no se podían
acceder por la lógica materialista con facilidad. Es decir: Facilitan que esa
hipotética Inteligencia inmortal y siempre viva, sin cuerpo, actúe sobre ellos
facilitando soluciones a una mente agobiada por los límites de la materia donde
se halla circunscrita.
Así pues nos
encontramos ante una paradoja, pues siendo la semejanza entre Dios y el Ser
Humano no de naturaleza física si no mental, la religión Católica ha aceptado
el uso de imágenes en sus ritos y símbolos - a diferencia de otras versiones
cristianas que los prohíben con la finalidad de huir de ciertos aspectos
aparentemente mágicos y, por ello, más primitivos.
La vinculación que realiza la Iglesia Católica con la Virgen María
resulta de efectos espectaculares en las mentes de los creyentes ya que, por un
lado, santifica el vínculo madre e hijo en la percepción de la cultura donde se
establece – de tal manera es ese vínculo que el mismo se perpetúa en las
relaciones matrimoniales, dificultando un papel diferente a la mujer (tanto en
el deber de protección de los hijos como en el del sustento de los esposos)
- fortaleciendo roles que son más fácilmente superables en otros entornos
cristianos – como los protestantes; y además, fortalece una idea de familia que
se puede observar el cuadro de la Sagrada Familia que existe en el Pilar (y
que actúa en quien lo observa – sea hombre o mujer - en forma de test de
Rochard, de tal manera que preguntado el observante sobre lo que observa, se
referirá al cuadro proyectando su propio entorno familiar, ya sea el propio o
el materno-paterno, sin darse cuenta). Y, aún, siendo más espectacular el
dogma de la Inmaculada Concepción, pues así consigue la Iglesia que el impulso
sexual que a todos nos trae a este mundo quede suprimido tanto en la concepción
de Jesús como en la de María, haciendo inviable la existencia de nuevos Cristos
– y ello es inviable científicamente en aquella época. En consecuencia
los Cristos, los ungidos… nacen y mueren constantemente, siendo constantemente
perseguidos, como lo fueron Osiris o Budha, en toda cultura. La estrategia de
la Iglesia es crear en la mente de la sociedad la idea de que ello ya no es
posible, salvo que ella misma lo admita al final de los tiempos (¿¿??)
También es curiosa la analogía existente entre la Universidad y la
Iglesia a la hora de aceptar Verdades científicas o religiosas, pues siguen
análogos métodos; no en balde la Universidad nació de las órdenes religiosas.
Y, por ello, no en balde tampoco, la Ciencia pugna por ser nuestra nueva
religión.
Y sin embargo lo
dicho, aparece, como en toda crisis de valores, la oportunidad de encontrar el
punto medio social, que parece ser el menos conveniente para gobernar una
sociedad, pues bien se muestra que nuestra sociedad tiende a
"pendulear" de extremo a extremo, haciendo casi inconcebible un lugar
de equilibrio y equidistancia que facilite a todos el tránsito por esta
sociedad.
La observación que
realizaba Aristóteles de la Naturaleza ha acabado encontrando respaldo
científico, pues se encuentra en la naturaleza – cuando se observa con
criterios matemáticos – que existen por doquier, progresiones de la
siguiente naturaleza: 1,1,2,3,5,8,13,21… que no son fáciles de expresar
matemáticamente pero si son fáciles de descifrar para nuestra mente. Por esa
complejidad de expresarlo matemáticamente, lo que usamos son formulas más
sencillas y fáciles de expresar. Las primeras sucesiones se relacionan con
fractales, y son, probablemente, la mejor definición matemática que por el
momento tenemos de la inteligencia divina, cuando se proyecta en la Naturaleza.
Ese tipo de progresiones adquieren gran complejidad cuando se traspasan a
gráficos. Bastaría imaginar millones y millones de años de evolución de la
mente intelectual (e inmortal) para suponer su complejidad (la formula
sugiere: Uno, más uno, más su resultado… - como inicio – y posteriormente:
Experiencia acumulada más la anterior experiencia igual a nueva experiencia… y
así sucesivamente avanza la progresión). Es obvio que existe inteligencia
en el Universo, si consideramos las matemáticas (las proporciones) expresión de
lógica e inteligencia que no hemos “inventado”, si no “sólo” las hemos
descubierto como lenguaje para expresar con precisión nuestro entorno Natural –
de ahí que podamos vislumbrar un futuro inmediato liderado por “máquinas”
regidas por “cerebros” artificiales que suplirán al Ser Humano a la hora de
tomar ciertas decisiones – como ya lo están haciendo.
La dificultad de
hallar a Dios en nuestro entorno estriba en que, probablemente, está contenido
en todo lo que nos rodea y en nosotros mismos; y, por consiguiente, no lo
podemos “aislar” como sustancia diferente para compararla con nada, ni con
nosotros mismos. (Así, desde esta idea, se podría entender la idea recogida
por Aristóteles que dice: “Que Dios existe es innegable, otra cosa es que Dios
sepa que existimos”).
Si ello fuere así,
como se expone, encontraríamos en la Iglesia una única referencia estable y
estructurada de símbolos y ritos destinados a preservar la Fe (fe entendida
más allá de la consistente en creer en un Dios concreto de rasgos Humanos)
ante toda dificultad y consolar al ser humano en los momentos más adversos e
irremediables de su existencia; en este último caso, de consuelo ante la
finitud de la vida y la existencia humana tal y como la conocemos, se apela a
la bondad de todos los actos realizados en vida con el fin de que la mente, en
base a la bondad de las acciones realizadas, halle una tranquilidad y sosiego
en el tránsito de la muerte (Los trabajos
realizados por Jung al respecto aún tienen vigencia. También vi en una
exposición en Madrid, hará unos 30 años, una Imagen de San Miguel del siglo XVI
ó tal vez XVII a cuyo pie rezaba una frase “transversal” con otras religiones
al hablar del amparo que proporcionaba el “símbolo” de San Miguel en el
transito del "estado intermedio” de la muerte – y que contenía expresiones
calcadas del Bardo Tohodol).
Es esencial el papel
que la Iglesia ha tenido en el ordenamiento de los valores que deben de
sostener las personas dando así sentido a sus vidas y a la sociedad en que
viven – y también en razón de ello, y esos mismos valores, ha sido juzgada
con severidad por sus adversarios al analizar sus excesos, sobre todo cuando ha
intentado la Iglesia mezclar intereses puramente terrenales con “voluntades”
supuestamente divinas (o en los casos de hoy en día al ocultar los graves
excesos realizados por sus miembros sobre niños, niñas o mujeres estigmatizadas
– me refiero a los abusos y al tráfico de niños. Pero no han sido los únicos,
recientemente saltó la noticia de ocurrir los mismos abusos en confesiones
religiosas de e países de oriente que creíamos más “puras” y menos contaminadas
de “materialismo”; lo que pudiera señalar la recurrente tendencia humana de
usar la posición dominante en una sociedad para fines corruptos.
Todos los que hemos
nacido en una cultura cristiana y católica hemos desarrollado unos valores sobre
el bien y el mal que han sido expresados en nuestra infancia. Por ello, si en
vida nos los hemos saltados en un proceso de aprendizaje y hemos ido
reflexionando sobre todo ello, nuestra mente será capaz de perdonarse, tal vez.
Pero si hemos infringido en su esencia esos valores éticos y morales, incluso
llegando al homicidio, nuestra “mente” nos reclamará todo ello en el momento
más inoportuno; de ahí que los cristianos Católicos hayan establecido la
confesión como medio para limpiar la conciencia y mantenerse en “Gracia de
Dios” después de haber realizado una penitencia y un propósito de enmienda.
Los primeros juicios
más famosos de los que se conocen en occidente se hallan en el juicio de Osiris
(que fue muerto por ser buen gobernante y luego proclamado dios del
inframundo, y juez del mismo). El muerto, después de pasar muchas pruebas
tiene que pesar su corazón ante Osiris. La necesidad de pesarlo se encuentra en
que ha podido hacer trampas en el proceso de llegar hasta él. Si su corazón
pesa más o menos que una pluma su alma será destruida para siempre. Se entiende
que es la conciencia del difunto quien se juzga a sí misma – y no es lo
mismo juzgarse en vida, en plenitud de facultades y vitalidad, que en un
entorno de profundo miedo ante la posibilidad de una destrucción definitiva.
Desde este punto de
vista se pudiera aceptar la idea de que quienes han ostentado poder terrenal,
sacrificando conscientemente a inocentes, saben que su conciencia no le salvará
(aunque se consideren dioses a sí mismos, por conocer todos los secretos de
la mente bajo los límites de la condición Humana) y su anhelo se posará en
pasar a la historia de su nación o sociedad como única recompensa. Aún así, hay
quien busca en las religiones ateas (como el Budismo, así considerado por
Schopenhauer) el truco para engañar a Osiris (Osiris no sería otra cosa
que la representación de nuestra propia conciencia) el día del juicio.
Como se ha señalado en
el presente escrito, el tejido de dogmas religiosos establecidos por la Iglesia
parece tener la finalidad última de mantener recursos psicológicos en la mente
de los fieles que les permitan sobrellevar las dificultades cotidianas - siendo algunas de
estas dificultades de gran transcendencia - con la finalidad de estimular y
preservar, en toda adversidad, el impulso vital de supervivencia. Por lo que
toda la estructura dogmática se interrelaciona entre sí buscando una
coherencia, diríamos que “mágica”, que permite que esos efectos en la mente
sean coherentes y operen de manera inconsciente sobre la persona actuando como
una compañía espiritual que nunca le abandona y a la que siempre puede recurrir
en cualquier situación.
Al ser la Iglesia, a
la vez, una estructura humana – terrenal – sujeta
a necesidades, se encuentra también necesitada de mantenerse desde un punto de
vista materialista (dinero,
espacios físicos, jerarquía, ….) y siendo personas las que sostienen sus
propias estructuras también está sometida a las debilidades y virtudes propias
de la naturaleza Humana.
Aún siendo esencial el
papel de la Iglesia para gran parte de la sociedad, no por ello parece que deba
de tener privilegios especiales en relación con el Estado – al menos que el
Estado se considere Nacionalista y precise, por ello, de mitos para sostenerse
como tal Nación; y la Iglesia coopere, también, en ese propósito.
Otro aspecto diferente
es el criterio sostenido por los cristianos llamados de base, mucho más cercano
a una idea solidaria que jerárquica.
En los orígenes del
cristianismo se sospecha que a Jesús no se le consideraba el Hijo de Dios, sino
más bien un Hombre especial y todos los dogmas sobre la naturaleza de Jesús y
su madre aparecieron posteriormente con la finalidad de crear esa estructura
psicológica que sirviera de soporte a las personas, que en ello creyera, para
toda su vida.
Nuestra mente tiene
capacidades ilimitadas, y es capaz de concebir, por medio de la lógica,
complejísimas estructuras metafísicas que son capaces de concretarse en el
mundo de la materia, como lo demuestran los avances científicos. Esos avances
serían imposibles concebirse en mentes que consideraran que el mundo es
perfecto y completo en sí mismo (en todo tiempo y en todo lugar ha habido
personas que así han considerado al mundo perfecto en sí mismo – y no han visto
en los progresos tecnológicos más objeto y utilidad que el de servir al dominio
y al aumento de la extensión de los poderes terrenales que ya poseían).
Pero nuestra mente también está atrapada en un cuerpo mortal y finito, por lo
que nuestra mente no solo trabaja e idea para concebir y explorar el universo
que nos rodea y comprenderse a sí misma, sino que sospechando, o careciendo de
la certeza de poder sobrevivir al cuerpo que la alberga, idea estrategias de
supervivencia para mantener el cuerpo que la habita en las mejores condiciones
posibles y, en ello, rivalizando con otros seres vivos o seres humanos.
Y sin embargo, la
mente es algo que está vinculado al cerebro, pero no es el cerebro; siendo el
cerebro algo más que un ordenador o centro de mando de nuestro ser. El cerebro
es como un órgano capaz de procesar la información que recibe interna y
externamente para adaptar al organismo a cualquier cambio del medio; y, a la
vez, es un receptor intuitivo – es decir, más allá de lo meramente verificable
– que predispone al ser humano ante cualquier adversidad presente y futura, con
el fin de preservarse (preservar no solo el cuerpo, si no lo que es más
esencial: La propia Mente que es donde reside la idea de existir y ser. De ahí
la facilidad de la mente para elaborar o aceptar cualquier hipótesis de
cualquier naturaleza cuya finalidad sea la inmortalidad del Ser: Ser, en
realidad es la Mente. Pues para la mente no existe otra cosa que la vida, y no
puede concebir, para sí, un estado de no vida que no siga siendo una forma de
vida).
Si consideramos que la
forma de afrontar un problema es empezar por abordarlo desde la hipótesis más
adversa, deberemos de considerar que para la existencia del ser humano la
hipótesis más adversa no es la finitud de la vida del cuerpo y de la mente, si no
que la más adversa es el fin del cuerpo – porque
es obvio que muere y se pudre – pero con la supervivencia de la
mente en un medio aparentemente desconocido y, por ello mismo, probablemente
adverso. Esta es la hipótesis que subyace en aquellos que vivieron a su antojo
en la vida, y cuando perciben su finitud apelan al Budismo como religión
alternativa a un cristianismo católico del que saben que sus verdaderos
pecados, de confesarlos, formarían parte de una realidad personal que no se
desea admitir bajo ninguna circunstancia. Y de alguna manera, esos pecados
acabarían formando parte de su realidad personal y social. El budismo, por el
contrario, generaliza la culpa en una idea de karma común a todo ser vivo, por
lo que cualquier sentimiento de culpa propia queda, de alguna manera, disuelta
en un inmenso mar y compartida con toda la humanidad.
Es importante, al menos lo parece,
que nuestros estudiantes se acerquen al hecho religioso en sí, y desde ahí
realizar una exploración de las religiones que han sido y son en la
Civilización Humana; y todo ello se realice con objetividad, pero con
sensibilidad a la vez; y sobre todo sin construir ni sostener nuevamente
prejuicios; si no que forme parte de la filosofía de la naturaleza humana; es
decir: Forme parte de lo que es y representa la Filosofía: La Búsqueda de la
Verdad (o mejor dicho, el aproximamiento a la Verdad - pues no hay ni existe
Verdad Única, por mucho que unos y otros se empeñen, que se pueda trascender
universalmente a cualquier ser humano; en cada etapa de nuestras vidas, por
razones complejas, estamos en condiciones de aproximarnos y sostener Verdades
únicamente para nosotros que tenderán a ser matizadas o modificadas por el paso
del tiempo y de la experiencia personal). De lo expuesto se entenderá que
me resulte aceptable, o al menos entendible, la idea sostenida en Islandia
sobre el hecho de prohibir la religión a menores de 21 años.
https://es.wikipedia.org/wiki/Religión
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