Soluciones drásticas? No Gracias. (y menos por opinar)
A veces se tiende en nuestra sociedad a buscar soluciones «fáciles» (aunque sean superficiales o dañen a terceros) en vez de reflexionar ante situaciones que nos pueden conmover o impactar por inesperadas cuando observamos cómo recaen sobre otras personas males inesperados.
A nadie le agrada que se sotengan opiniones o explicaciones sobre sucesos cercanos a nosotros que son interpretadas de manera tan diferente que nos contrarian hasta tal punto de considerarlas absurdas. Aun más incomodo si ello se refiere a situaciones que les suceden a amigos o a personas cercanas. En ocasiones evadimos reflexionar profundamente para evitarnos una mayor contrariedad en esa reflexión y nos veamos obligados a cambiar la percepción que teníamos de unos sucesos o de la sociedad en la que vivimos. Es más fácil, entonces, buscar una explicación más sencilla e incluso culpar, como suele suceder con frecuencia, al que ha sufrido el perjuicio de su propio perjuicio o al que hace la reflexión que nos desagrada de locura. Lo hacemos para sentirnos a salvo, pero a veces se impone meditar y aceptar que el mundo en que vivimos es más complejo de lo que realmente nos gustaria que fuere y que ello es por causa en la que todos venimos a participar de una manera u otra.
Esta situación no sólo se da en los entornos sociales cotidianos, también ocurre en otros niveles donde estamos acostumbrados a aceptar más facilmente comportamientos que van contra las libertades personales si en ello vemos razones propias de regímenes políticos autoritarios. Así venimos a aceptar que en Rusia se controlen las opiniones y criticas internas de los ciudadanos contra el Kremlin o que en China se controlen y prohiban las manifestaciones estudiantiles contra el régimen de ese Estado y nos decimos: Es natural, son intolerantes, no son verdaderas democracias.
Sin embargo sus habitantes son personas como nosotros y con deseos de libertad como los nuestros.
Si examinaramos nuestras vidas personales tal vez viéramos que en nosotros tampoco aceptamos esas visiones diferentes en otros y menos si esos otros son cercanos, incluso podriamos recordar nuestros enfados, disgustos y amenazas de perder amistades en razón de oponiones. Realmente somos tolerantes?
No tanto como creemos. Incluso existen entornos en nuestra España democrática en que las opiniones diferentes se pueden considerar causa de locura y tratarse médicamente. Así hay quienes proceden unos contra otros si en ello encuentran cauce.
Cuando vivimos no solo desarrollamos las funciones propias biológicas (como comer, dormir, o locomotoras como andar...) también vemos lo que sucede en nuestro entorno con nuestros ojos u oídos, ello que vemos también ha de «dijerirse» y no siempre es fácil, a veces produce «indigestión». Por ello tendemos a buscar respuestas a lo que vemos y oimos que no nos generen «indigestiones». Es una cuestión de supervivencia. Pero la realidad está ahí y si no hacemos algo por cambiarla siempre estará ahí causando daño al más ingenuao, al más noble, al más sencillo. Es un pecado, de alguna manera, de omisión. Y reconozcamolos, se tiende a escurrir el bulto o, en el peor de los casos a hacer como en el chiste de Gila (me meto, no me meto... y le pegamos una paliza entre los cinco..)
Los hechos, los datos, aun siendo efectivos, no son la realidad, no tienen ellos por sí realidad y como no la tienen, mal pueden entregarla a nuestra mente. Para descubrir la realidad es preciso que retiremos por un momento los hechos de nuestro entorno y nos quedemos a solas con nuestra mente... No debería ser necesario hacer constar esto: todo el que se ocupa de labores científicas debería de saberlo. Ortega y Gasset (1932)
Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com
- Cateyes: ¿Lo Aparente y Lo Real?
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