Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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jueves, 20 de septiembre de 2018

Algo de la naturaleza de la rivalidad existente entre Derechas e Izquierdas en España


Algo de la naturaleza de la rivalidad existente entre Derechas e Izquierdas en España



No creo que debamos remontarnos mucho más allá de la Guerra Civil para hallar allí el núcleo principal de las rivalidades entre las izquierdas y derechas en España. El aparente paréntesis de la transición fue eso, un paréntesis bajo unas premisas “intocables” que permitirían el regreso de la Democracia a España. Premisas que pudieran responder no sólo a las consecuencias del fin de la Guerra determinando un vencedor; vencedor que nace de las conveniencias internacionales en una Europa donde las élites económicas temían, desde 1917, la extensión de la Revolución Soviética por toda Europa (y también en EEU) y que acabó propiciando una reacción internacional, ambivalente, pues paradójico fue el apoyo y la promoción del fascismo italiano y el nazismo, así como el apoyo al General Franco ante el peligro comunista. Todos aceptaron el precio de tener que combatir los monstruos creados para aterrorizar a los ciudadanos europeos en sus intenciones de promocionar el socialismo ruso en sus naciones; sin embargo Franco se libró y fue atado en corto con un incipiente capitalismo de un lado y la promoción de derechos sociales y laborales por otro al que se amoldó para sobrevivir como régimen, aunque en su rebeldía apoyara, contra natura, regímenes de socialismo marxista como el de Allende o promocionara o apoyara o tolerara a una rama de la Iglesia Católica dispuesta a hacer la Revolución Cristiana, mediante la Teoría de la Liberación en Latinoamérica. Al fin y al cabo solo sería un gesto de venganza ante un todo poderoso EEUU que imponía sus condiciones allá por donde fuere y al General Franco le tocara aceptar (si o sí – sobre todo tras la muerte de Carrero) los designios de los Norteamericanos para España: La Democracia se abriría paso a la muerte de Franco – el Franquismo sólo sería un recuerdo. Y así fue, salvo para aquellos que han querido salvar la memoria del Dictador a pesar de que en su régimen nada fuera lo que pareciera y menos que obedeciera a las consignas y exaltaciones que hicieran posible la Guerra Civil. El entorno Falangista parecía aceptar una pluralidad ideológica en la sociedad, mientras que los Cuerpos de Seguridad se seguían cebando con ciertos grupos Comunistas cuando la frustración, por alguna causa, exigía una demostración de fuerza y vigor interno en el régimen. A la definitiva el Franquismo supuso mucho tráfico de influencias, muchas recomendaciones (para sobrevivir) y mucha permeabilidad a las necesidades y orientaciones del incipiente capitalismo en España; mucho Catolicismo oficial, mucho autoritarismo cuando no paternalismo autoritario y mucho control social. Todo ello sin cuestionamiento oficial por medio de partidos políticos. A la definitiva, el Franquismo era, simplemente, el Gobierno de un militar, de un General que, por su condición, exige obediencia y, por tanto, la política concebida como debate de plurales no tiene cabida alguna. Todo ello bajo el pretexto del Comunismo y la subversión de valores que este traería.

No es de extrañar que entre demasiados altos mandos militares españoles siga existiendo admiración por la carrera militar del Dictador, a la definitiva conjugó durante el desarrollo de la Guerra Civil acciones militares con gran simbología y carga política con el fin de, en esa lucha política por alcanzar el poder absoluto del Estado, acabar con todos sus enemigos políticos (ya fueran rivales en su propio bando o rivales en el bando enemigo) y fue prolongando la Guerra Civil de manera calculada para conseguir ese objetivo esencial. Objetivo que parece fuera una predestinación en razón de su juventud; juventud que hacía vislumbrar un largo periodo de excepción para España y ello parecía ser el objetivo esencial de su ascenso y confirmación en la Jefatura del Estado. Parece que militares de alto rango en España siguieran precisando una referencia mítica durante el desarrollo de su carrera militar y ascenso al generalato; pues son los mitos los que aseguran en una Nación la simbología de la propia Nación y su persistencia en la Historia. Otra cosa es la visión de la izquierda, más orientada a la visión de España, no tanto como Nación sino como Estado; Estado neutral cuya única simbología se basa en el progreso de sus ciudadanos y en su bienestar, procurando la paz social e internacional como requisitos indispensables para el desarrollo de la economía y con ella de los derechos internacionalmente reconocidos  a los Seres Humanos por el hecho de serlo.

Así pues tenemos dos polos en España que parecen no haber alcanzado una sincera reconciliación. Dos visiones que retornan, o tienden a retornar, para encontrar en el pasado señas donde recuperar su identidad y su pujanza pasada. Y si para ello es preciso realizar una re-lectura de la Historia a ello se aprestan de manera independiente marginando al adversario político e impulsando su “visión” en un continuo devenir de estrategias concebidas  para que los planes de “visión” de unos se frustren y viceversa. Han pasado los primeros cuarenta años de la restauración democrática y no se visualiza, de manera institucionalizada – con grandes actos Institucionales, civiles y militares (estos últimos, militares, sólo realmente posibles en un marco de sincera reconciliación histórica) – el gran logro conseguido por la sociedad española, porque realmente es un gran logro que parece que pasará desapercibido, en medio de un relevo político generacional que en vez de haber servido para reconocer esos hitos, vislumbrar las carencias o defectos observados y relanzar el sistema democrático desde una nueva visión regeneradora en objetivos y valores democráticos parece limitarse a seguir el juego de rivalidades que yacen en el pasado, en una continuidad que deja la “reconciliación sincera” aparcada “in tempore”. Extraña política me resulta aquella que no es capaz de encontrar los verdaderos puntos de encuentro con el adversario con el fin de generar un juego democrático en el que los ciudadanos siempre salgan ganando aunque se consideren en la oposición. Extraña política me resulta aquella que, por sus déficits permite el ascenso de extremos radicalizados que dicen poseer Verdades absolutas y estar dispuestas a imponerlas como al principio de los años veinte. Y más extraño me resulta que después de la experiencia de los cuarenta años de restauración democrática exista entre los conservadores españoles una “reserva” hacia la democracia (ya expresada en la votación de la Constitución) por la que se permiten el “lujo” de tener siempre una “puerta bien abierta” para abjurar del sistema democrático y que se muestra, abiertamente, cuando en sectores militares se defiende la figura del General Franco a propósito del deseo del Gobierno de trasladar la tumba del Dictador.

No parece que haya concesiones por ninguna de las partes. De un lado no se pacta con el adversario una Ley que sirva de verdadera reconciliación (el adversario se opone); y cuando el adversario ofrece una posibilidad de diálogo también se rechaza (probablemente en razones de mantener la iniciativa y liderazgo político). El interés general debieran ser los españoles en su conjunto, pero estas cuestiones del “tempo político” de “marcarle los tiempos” a los adversarios se impone a ese interés que debiera ser general y estar por encima de la lucha partidista en ciertas ocasiones. Parecen ambos, derechas e izquierdas, perder lo genuino y la razón de ser de ellos mismos si acabaran por llegar a un acuerdo en estos asuntos de la reconciliación. Parece existir un grupo de gentes que siguen sin concebir que la Verdad, de existir, se hallara en un entorno compartido con el adversario; pero tengo la sospecha de que la rivalidad obedece más a la existencia de “francotiradores” aún ocultos en lo más profundo del Estado que están convencidos de poseer la Verdad Absoluta y que son capaces de “imponerla” – al margen de los procedimientos democráticos – en cuanto la ocasión le es propicia y que siempre se hallan a salvo de los controles constitucionales; a veces creo que aquello “oculto” que creó la dictadura para controlar a la sociedad aún persiste a pesar de los cuarenta años transcurridos y sobrevive “remozado” (como ese General en la reserva que después de haber servido a nuestro sistema democrático, en las más altas responsabilidades de seguridad del Estado, se desvela admirador de Franco, lamentable realidad que pone en duda procedimientos y formas dentro de un lenguaje perfectamente Constitucional y aparentemente democrático. Sin embargo, dudo que nadie considere que deba de perder el tiempo en un entretenimiento de semejante envergadura respondiendo a la cuestión que sugiere este mando retirado en la reserva: ¿Cómo afecta al Estado Democrático el liderato de Altos Mandos que admiran a un Dictador del propio país en la Alta Seguridad del Estado?, y sobre todo las consecuencias: ¿Se transmite ese talante a los mandos subordinados o a otras estructuras de mando en la seguridad del Estado Democrático? Y sobre todo la última pregunta a tenor de lo revelado por Arzallus en un programa de “memoria política” en el que veteranos políticos de la restauración vienen hablando de su experiencia en el Parlamento y que señalaba la potestad que se reservó el Ejército en la integridad del Estado: En ese ejercicio de seguridad ¿Hasta dónde llega el Ejército? ¿Los controles que recibirían esas acciones están sujetas a control democrático? ¿Es un derecho reservado al Ejército sin control del Ejecutivo? ¿Es directamente el Rey quien controla esas presumibles acciones? (en Francia era Mitterrand quien controlaba las acciones de seguridad, o al menos así se señaló cuando atacaron al barco insignia de “Greenpeace” los buceadores de los servicios secretos franceses - todo ello a no ser que nos mientan a todos y los servicios secretos europeos vengan funcionando autónomamente respecto de sus legítimos gobiernos democráticos y constitucionales, algo que pudiera sugerir el reciente problema en Alemania con la súbita destitución de un alto responsable de la seguridad) ¿Es por ello, como insinúa Arzallus, que se pudieron poner obstáculos para que el PNV no pudiera votar favorablemente la Constitución?). Realmente no me gusta hablar del PNV de Arzallus (y su extraño signo nacionalista RH negativo) y lo tristemente ocurrido en Euskadi, que bien parece una verdadera trampa para tener bien atado al nacionalismo vasco y que viene a resultar, una vez “desanudada” ETA, que nos “hacen emerger” el actual “chandrío” catalán. Y en vez de buscar fórmulas que, en la organización del Estado, nos alejen de la idea del Nacionalismo, de las Naciones, etc… parecemos todos girar hacia la misma deriva del objetivo de encontrar nuestras raíces en mitos Nacionalistas, como si el camino trazado, aun viéndolo nefasto y desintegrador, fuera una nueva oportunidad política que ofrecer a los ciudadanos y con la que asediar al Estado Central y con ello a cualquier Gobierno de la Nación. (Siempre me gustaría apostar por el hecho de que la identidad perteneciera a las ciudades y a los pueblos de España, de uno en uno – desde allí cada cual busque su mitos y los promueva por bien de la cultura, el folklore y el turismo -, estructurados, dentro del Estado, en “unidades territoriales naturales” y no históricas (pues la Historia se interpreta en cada Nación según conviene a sus intereses coyunturales, pero una Entidad Territorial Natural tiene unos parámetros medibles y previsibles que resultan de fácil evaluación económica y que promueven la cooperación entre ciudades y pueblos para su conservación y desarrollo; y además no son causa de conflictos en razón de mitos o fronteras o predestinaciones divinas o provenientes de la sangre de un (o una) monarca o de la legitimidad de la estirpe real o de su descendencia).

Resolver esa cuestión pendiente de la plena y sincera “reconciliación” sería abrir la puerta de “par en par” a la Democracia y cerrar la “otra”, la de la cierta “legitimidad” de la Dictadura del General Franco – tal vez entonces viéramos si las posiciones franquistas, y que ahora se muestran en abierta crítica al sistema democrático acusándolo precisamente de no serlo a su “gusto” a causa del “Valle de los Caídos”, se alarmaran señalando una “rendición” de los conservadores a las izquierdas, como señal de “rojerío” generalizado en el “sistema”. Veríamos entonces que lo que ellos entienden por Democracia es el permanente Gobierno de los Conservadores – como mal menor de un sistema democrático; cualquier otra cosa es “rojerío”. Se me antojaría señal inequívoca de “alarma” de quienes creen seguir teniendo de rehenes a las Derechas, rehenes de una deuda histórica que nunca podrán terminar de pagar completamente. Una reconciliación de esa envergadura llevaría aparejada una lealtad de pleno y sumisión efectiva de todos los poderes del Estado a los Gobiernos legítimos, sin excepciones ni lugares con paréntesis que no puedan ser explicados a la opinión pública o a los ciudadanos. Se me antoja, ahora que lo escribo, trayecto realmente difícil y casi imposible, pues siempre habrá, como parece que hubo en el pasado más o menos reciente, quien apueste por la formula de tenernos enfrentados, realmente enfrentados  – al menos a nivel político – como fórmula para “controlar” al poder político (también enfrentado entre sí). Este parece ser el signo de España, a diferencia creo, (al menos esa es mi esperanza), de otros países que supieron ser sumisos a sus Constituciones y a sus Democracias.  Esa parece ser la verdadera división existente en España, una parte de ella no termina de creer plenamente en la Democracia ni aunque gobierne y, a la vez, va emergiendo, otra de signo contrario que piensa que la Democracia verdadera es excluyente – les sobran todos y se bastan ellos solos para interpretar el Estado y a sus ciudadanos (los que no estén de acuerdo a la cárcel o al exilio). 
Creo que el diseño del Estado que aparece en la Constitución es el apropiado para un Estado que ha pasado por una Guerra Civil en las circunstancias en que se pasó ese episodio (y creo que fue diseñada con mucha inteligencia; y creo que la Monarquía está cumpliendo con creces las expectativas que se pusieron en ella – los réditos que nos trajo son muy superiores al “debe” que se pudiera objetar – y el sucesor “sólo” tiene que mantener el “equilibrio” y la “templanza” necesaria ante el ímpetu de la estrategia republicana, encabezada en Catalunya, pero estratégicamente diseñada, así me lo parece, en el resto de la península. (La forma republicana siempre nos sentó malamente y nos trajo nefastas consecuencias; de ella ya poseemos en la Constitución sus principios y sus valores; pero hay quienes insisten. Los adversarios de la democracia y/o de la estabilidad democrática parecen hallarse en cualquier lugar insospechado … lamentable).

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