Hace un tiempo escribí sobre la naturaleza e
importancia que se le daba a las cuestiones de la “sangre”, a los vínculos
familiares y la fortaleza que tienen (o tuvieron) en nuestra sociedad e incluso
concebida esa relación como un deber que une a unos y a otros miembros entre
sí, como si de una alianza sólida se tratara y que naciera de la necesidad de
protección hacia los hijos y hacia los mayores, pues en ambas etapas aparece
una mayor vulnerabilidad frente a una sociedad que tiende a la rivalidad y a
competir entre sí dentro de un proceso de permanente “aprendizaje” y adaptación
social que parece nunca terminar. Los pensadores siempre vienen a decir que la
vida, en sí misma, es sencilla, pero nosotros mismos la tendemos a complicar,
tal vez en razón de nuestros intereses particulares y percepciones subjetivas.
En la presente reflexión recupero parte de la
idea que expresa como los vínculos de “sangre” se han ido afianzando en nuestras
relaciones sociales y han acabado por plasmarse en el ordenamiento civil de la
sociedad; ordenamiento, en principio, reservado a una élite que ponía el
interés en esos vínculos y que, a fuerza de imitarla, todos hemos seguido esos
pasos configurándolos en nuestra sociedad. Sin embargo, la modernidad, el deseo
de independencia personal, la búsqueda de objetivos personales y el devenir de
los nuevos modelos sociales y de familia llevan, en alguna manera y medida, a
visualizar que ese impulso “ordenador de la sociedad” en torno a los lazos de
sangre tiende a aceptar “nuevas” formas de vínculos que se asientan desde otras
perspectivas ya no tan cercanas a esos vínculos sanguíneos sino propiciadas en
razón de emociones y sintonías personales que parecen de similar o incluso
mayor transcendencia y fortaleza. No es
un hecho nuevo, siempre existió y se visualizó que las emociones y experiencias
compartidas son capaces de crear vínculos sólidos que pueden llegar a debilitar
las familiares (pues si los familiares no
han pasado por esas experiencias en primera persona difícilmente pueden
entender a los miembros que sí las pasaron con lo que los lazos de unión
tienden a debilitarse); así ocurre con las experiencias de guerra de
soldados, por ejemplo, u otras traumáticas de naturalezas diferentes (incluso experiencias de persecución
política, o experiencias profesionales donde la percepción del entorno social
acaba difiriendo en razón de las tareas laborales haciendo posible una visión
muy diferente de la sociedad que puede llevar a una imposibilidad de
comunicación real y efectiva con una familia que desconoce esas nuevas
perspectivas alcanzadas por sus miembros). Como indicaba, comenzaré
rescatando algunos pasajes sobre los fundamentos por los que se establecieran
los vínculos en razón de la sangre, para pasar luego a una propuesta de
relación social más en función de razones más solidarias y transversales en la
sociedad.
Curioseando por la aplicación de youtube que dispone mi televisor - ante la triste, repetitiva y aburrida programación televisiva - me encontré con el vídeo "La historia de los apellidos" y me la "tragué" de una sentada. Tal vez no sea una clase magistral, pero da los suficientes elementos para estimular la curiosidad y atreverse a plasmar creatividad al amparo de una circunstancia tan singular como es la de poseer apellidos y de los cuales sólo solemos tener una visión práctica de esa circunstancia, sin reparar en las complejidades que el hecho de poseer apellidos ha deparado en la Historia de la Humanidad.
Lo primero que llama la atención del vídeo son dos escenas. La primera sobre el rito de una especie de bautismo en una cultura 200 años anterior a Cristo - realizado por el padre, probablemente con la finalidad de vincularse con el nuevo ser y con su destino en la etapa más delicada de su reciente vida y hasta que sea adulto - y la segunda, la decisión administrativa tomada en China, hace más de 5.500 años, en la que se requería que los niños tuvieran, además del nombre, el apellido de la madre (la madre siempre es y será, la única garantía fiable de filiación. En ello no parece haber duda alguna, siempre que a la madre no se le separe - contra natura - del hijo de su seno una vez nacido este)
Apenas comenzaba el visionado del vídeo cuando me llegó el recuerdo: - Hidalgo significa hijo de algo. Los recuerdos fluyen a la mente en momentos determinados sin requerirlos. Aún era adolescente, o tal vez antes de la adolescencia, cuando recuerdo que oí la primera reseña sobre la palabra ante un programa en blanco y negro de la televisión. O tal vez fuera una película o un documental - a los que era más aficionados; pero desde entonces recuerdo que siempre que aparecía ese término de hidalgo: Hijo de algo. Estuve intrigado por el término durante bastante tiempo, sobre todo por lo misterioso del mismo. Descubrí que en la edad media no existían apellidos y que los hidalgos eran los nobles. Fue más tarde cuando empecé a vislumbrar la trascendencia del término Hidalgo; pues quedaba claro que si los hijos de la plebe no eran hijos de algo (¡¡qué término más absurdo!!) eran porque no lo eran de nadie - algo obviamente imposible, pues todos tenemos madres - como acertaron a detectar los chinos cinco mil años antes. Así que el término en sí no parecía otra cosa que un término que infringía, desde la nobleza de su uso, cierto desmerecimiento hacia la plebe, hacia la gente común, es decir: Hacia el Pueblo. Y esta afirmación tal vez explicaría el cierto rencor acumulado de la gente común hacia la nobleza, y a la monarquía que la sustentaba, y que se expresó con meridiana claridad en la Revolución Francesa (probablemente porque en esa revolución francesa la burguesía ya podría decir de sí misma que “algo” tenía: Y ello no era otra cosa que, en principio, Dinero). Así pues, si los hijos concebidos por el pueblo no tenían padre, ello pudiera tener consecuencias para sus vidas en todos los órdenes sociales.
¿Es el dinero la clave?. ¿Hemos llegado al término esencial de este asunto? Leí hace ya muchos años, en un texto, que surgió en Egipto la necesidad de ordenar la procreación, y consecuentemente el incesto, por una cuestión importante: Las herencias. Es paradójico que se atribuyera al Antiguo Egipto, en el que precisamente la realeza se casaba entre ella (hermanos con hermanos, por una cuestión de Sangre, a la cual se le atribuye - a la sangre - propiedades no sólo genéticas desde el punto de vista físico, sino psíquicas propias del carácter de los padres y aún más allá: Divinas) Parece cierto el hecho de que las familias se constituyeran principalmente por estar en edad de procrear y reproducirse; pues esa tendencia propia de la condición animal, por el hecho de ser animales, y su tabú consecuente, no se instalaría en la sociedad hasta que esta se constituyese como tal, con normas, leyes y temores. Y simultáneamente, convive, una vez instalado ese tabú del incesto, con la idea sobrenatural de que un Noble o Rey, por el mero hecho de serlo, pudiera transgredir cualquier norma o ley que sujetaba al pueblo en una moral (Ahí está el caso de Roma, que constituye la base de nuestro Derecho y de nuestra cultura moderna). Por lo que si hacemos caso a ese texto que leí, publicado en España en papel, el ordenamiento de las familias egipcias y la implantación del tabú no tenía otra finalidad que la de determinar la propiedad privada dentro de las familias, y el orden sucesorio en los bienes. Así, pues, adquiere la sexualidad la importancia económica y de ordenación social que es precisa para que una sociedad resulte previsible a sus miembros y, por lo tanto, pueda expandirse como fórmula de convivencia conveniente para toda sociedad que quiera prosperar económicamente y en paz.
Parecen aspectos esenciales que tienen que ver con el apellido y con ser "hijo de algo":
- La Sangre, como transmisora de genes y con ellos, de carácter y virtudes familiares - que de ser bendecidos por el Cielo, alcanzan el grado de Nobleza aspirante a Reinado, o la propia condición de Rey.
- La Herencia, como consecuencia de la Sangre, portadora de Derechos materiales (económicos, legales) por el mero hecho de ser "hijo de algo".
Para que un ser humano se considere sano se verifica que sus impulsos reflejos, al nacer, son los correctos. Impulsos como los agarrar el dedo que se le ofrece nada más salir del vientre de su madre, o su natural tendencia a succionar con su boca, o a tender a apoyarse con los pies en el suelo y andar... Todo ellos son signos de que el nuevo ser humano está aparentemente sano y preparado para asumir ciertas funciones básicas de su condición. Y análogamente ocurre con su sexualidad - a la que algunos psicólogos atribuyen una existencia innata en el ser humano parecida a los reflejos e impulsos naturales a alimentarse, a andar o a defecar...etc. y que son canalizados y orientados en el seno de las familias.
En consecuencia, añadimos, evidentemente, a la cuestión del apellido, un fenómeno más natural: La sexualidad.
La vinculación entre apellido (que no es otra cosa que ser "hijo de algo") y sexualidad es evidente y problemática, pues la propia naturaleza de la sexualidad está sujeta y vinculada con el instinto. Las leyes también se "observan" esa condición a la que está sujeta el género humano y le otorgaba rango de dignidad cuando el camino para su realización era través del matrimonio. Realización formal y aceptada socialmente. El matrimonio garantizaba seguridad material a la mujer y, a cambio, le proporcionaba herederos al hombre, se entiende que herederos de sangre (con todas las prerrogativas que ello otorgan a los hijos, y honor al padre - pues el honor no era otra cosa que estar dentro de las normas dadas y actuar, por deber, siempre dentro de ellas) por medio de una sexualidad restringida al propio matrimonio. En teoría el sistema debería funcionar, pero en la práctica los hechos demostraban que ello era, realmente, difícil; básicamente porque la sexualidad es un instinto. Así, creo que se demuestra en las historias míticas: Cuando se realiza el Paraíso Terrenal y en él se pone a Adán con sus necesidades vitales cubiertas, con el fin de que sea feliz, “Dios se equivoca”, al menos con Adán y no sabemos si repitió el experimento con más seres (pues la felicidad que se le otorgaba a Adán se aprecia con los años - precisa de muchas experiencias - y en determinadas circunstancias personales, y ni aún así se tiene la felicidad completa). “No le quedó otro remedio a Yahvé” que buscarle una mujer cuando constató que el joven Adán, al ver copular a los animales, les imitaba (y probablemente perseguía a alguna cabra u oveja que pasara por ahí (como aseguran textos judíos). Por lo que determinara Yahvé, que su felicidad, la de Adán, no era completa y que se sentía sólo (implícitamente se achacaba la soledad a un instinto natural de reproducción) De ahí, que según los judíos, le presentaran a Lillit, mujer experimentada en extremo, que acabó por aburrirse del muchacho y lo abandonó a su suerte - dice la mitología irlandesa que Lillit acabó convirtiéndose en una bruja que acude allí donde huele las poluciones nocturnas de los jóvenes y que tiene multitud de hijos. Así que, frustrada la experiencia, le presentaron otra mujer de la misma condición que Adán (o tal vez buscaran otro Adán diferente, pues el error fue garrafal y quedaría impregnado en la memoria del muchacho) y no tuvieran otra prohibición que la de copular (el árbol de la vida y la muerte; y del bien y del mal). Por lo que la serpiente no fuera otra cosa que alguien que, seducido por la virginidad de Eva, no se privara de "conocerla", como quien hace un favor, y el "pastel" acabara con la expulsión del Paraíso y la condena a vivir (“la sexualidad abre la etapa de la madurez y la primera percepción de que la vida tiene el límite de la muerte”) sabiendo que el dolor y la muerte serían el destino de ambos. (Siempre se puede interpretar el texto simbólicamente, pero el resultado es el mismo).
Si Yahvé no pudo controlar los instintos de Adán ni de Eva, qué padre o qué Rey podrá hacerlo sin poner en riesgo la vida de ambos? O qué ley podrá evitar la sexualidad fuera del matrimonio?
Aquí aparece el cuarto elemento: El Hombre, como elemento preservador de toda virtud. La última apuesta por un orden en la sexualidad de las sociedades en Occidente.
La primera pregunta que surge es: ¿Por qué el hombre y no la mujer? Habría que recurrir al propio Yahvé, para obtener una explicación adecuada; pero según sus actos descartó a la mujer de ser el centro de su experimento científico frustrado (eso en el caso de que las Escrituras nos cuenten toda la experiencia y no dejen a nuestra imaginación otra salida - algo que suele suceder en algunos textos filosóficos). Establezcamos la hipótesis de que Yahvé, o su versión femenina, intentara hacer una experiencia con una Eva anterior. Y esa Eva anterior también tuviera la tendencia de emular el coito de los animales (¿por qué no si es instinto?). La imagen es tan fuerte en la mente de un ser humano masculino - por la fuerte vinculación que se tiene de la maternidad desde niño - que la evito. Así que le traerían un Lillit masculino que la satisficiera). El resultado es la procreación y su dedicación a la crianza y el Lillit masculino tal vez no aportara nada nuevo al experimento, en el que se pretendía una familia estable y feliz, pues probablemente el hombre se dedicara a engordar y a echar de menos experiencias sexuales con otras mujeres más experimentadas y divertidas, y terminara por huir dejando el Paraíso lleno de hermanos y una madre sola y triste. Por lo que le tendrían que llevar un Adán a esta Eva. Estamos en el principio. Y ante la misma prohibición sexual transgredida. SI no son expulsados del Paraíso, Adán se dedicaría a engordar y a aburrirse con el peligro de que atacara a alguno de los hijos previos de Eva (por el instinto animal que acepta eliminar genes “rivales”). Si el experimento de Yahvé era para ver qué hacía un ser humano con todas las necesidades cubiertas debió decepcionarse bastante. La creatividad precisa de un "desnivel" de "algo a equilibrar", de metas a conseguir. Y al darle a la mujer el papel de madre y obligarle a tener todos los hijos que el instinto sexual le procure la ata, indefinidamente, a un rol del que difícilmente puede escapar.
Creo que lo leí de Jung, el asegurar que la creatividad proviene del libido. A mi modo de ver interpreté ello como la contención en el seno de las familias de la sexualidad de los hijos con la finalidad de encauzarla a los roles sociales imperantes en ese momento. Es decir. Al hijo varón se le conminaba a contenerse hasta el matrimonio, y por el camino a formarse emulando al padre o a cualquier otra figura masculina de gran relieve histórico, político, empresarial, con el fin de que las energías contenidas en la sexualidad encontraran un camino adecuado de expresión. Y parece claro que la mente humana está capacitada para ello. Para encontrar soluciones donde aparentemente no las hay. Y ello se ha producido siempre en todo tiempo y lugar. A la mujer se le reservaba la aspiración a casarse mediante la contención de su sexualidad en medio de tareas hogareñas y desarrollo de bellas artes. Así canalizaban ambos sexos sus energías sexuales; mediante un reparto de tareas y roles que abarcan todo el orbe de la Tierra.
Es aquí donde nacen las llamadas "propiedades" de la Sangre que se atribuyen al varón. Aún recuerdo las primeras explicaciones en biología, donde se aseguraba que la mujer era un mero receptáculo en el que se asentaba la simiente (y esa explicación estaba realizada con toda la intención de dejar un papel secundario a la mujer; papel que la medicina le ha dado en Occidente a la mujer durante siglos hasta que yo mismo, he podido escuchar ése tipo de explicaciones en un aula de formación institucional). Y vienen esas propiedades de la Sangre del hecho de evitarle, a la mujer, la experiencia de experimentar, experiencia que sólo se ha permitido (culturalmente) al varón (si la mujer lo ha hecho ha tenido que hacerlo a escondidas). Se le prohibió a la mujer oficios y carreras universitarias, o formación desde hace cientos de años, desde hace siglos con el fin de evitarle relaciones sociales con hombres y recluirla en tareas hogareñas o sociales. El objetivo, probablemente, fuera preservar futura legitimidad sanguínea de los hijos por medio de una educación “recatada”, “social” y restringida a los hijos y la formas y maneras sociales. Así la Monarquía y la Nobleza preservaban la “legitimidad” de la sangre y de ahí ahí que los monarcas creyeran en su sangre como garantía de la transmisión de propiedades cuasi divinas, de las que eran portadores (Y aún así, las complejas cuestiones políticas permitieron, a veces, la experiencia de mujeres en la máxima expresión de la Corona). Durante siglos la virtud de la mujer no era otra cosa que la garantía de la Sangre y la Herencia. Garantía que contrastaba con una sociedad en la que se aceptaba la naturaleza humana y su condición. Así la nobleza emulaba a la corona con el fin de no perder las posibilidades de aspirar a ella; mientras el Pueblo, sin más aspiraciones sociales que sobrevivir cada día, vivía despaldas a esos criterios sanguíneos y, en consecuencia, no los observaba con rigidez.
En el mito de Arturo y los caballeros de la Tabla redonda, el propio Arturo es rescatado, en medio de una guerra, de su “concepción” atribulada entorno de una lucha armada entablada por el deseo sexual sobre la mujer de un rival. Arturo es formado en el seno de una familia de nobles como vasallo, pero sus actos revelan que es algo más que un ser común. Ello le otorga la condición de Rey y el “desvelado” de su pasado real. Y aún así, aun siendo el primer monarca democrático que puso su trono en la misma altura que sus nobles en una mesa redonda, tuvo que enfrentarse con la naturaleza humana de la sexualidad de su mujer; y a diferencia de otros reyes, no se vengó en ella ni en su compañero. Arturo es varón. Pero pudo ser hembra. Porque la historia desvela que, cuando la mujer tiene acceso a ciertas experiencias también alcanza la esfera de la heroicidad, como ocurrió con Juana de Arco, que acabó en la hoguera, probablemente porque ninguno de los presentes, enemigos de ella, podía permitir que una mujer alcanzara esas heroicidades sin atentar contra los designios divinos y su orden milenario (entre las tres acusaciones decisivas para su condena se encontraban: vestír como un hombre y abandonar la casa de sus padres).
Si el matrimonio de Arturo fue por amor (y aún así, así le fue), no lo fue el de otros monarcas, cuyos matrimonios se sustentaban por intereses políticos o estratégicos. Rara vez el amor, en medio de tantos potentes intereses, aflorara sinceramente más allá de un ocasional erotismo y gusto que suele decaer si no hay otro tipo de sustento sobre el que se base; (y en el caso de los reyes el sustento sólido es seguir siendo reyes). Incluso el sexo por deber era, y en algún sitio aún es, una cuestión destinada a asegurar la descendencia y la continuidad de un territorio - de ahí el derecho a ejercer las prerrogativas del matrimonio dentro de la nobleza y la realeza, algo que se pretendía extender sobre un pueblo que estaba más preocupado por sobrevivir el "día a día" y cuyas normas, a ese respecto, estaban más relajadas; pero cuando llegaba la riqueza, las preocupaciones, por la transmisión de la riqueza propia, probablemente, se convertía en una cuestión de honor (y tal vez sólo por emular la conducta de los nobles).
Durante mucho tiempo el objetivo de casar a una joven, cuanto antes mejor, no era otro que el de evitarse los problemas propios de la sexualidad juvenil. Buscar una dote, si se podía, y trasladar el problema de la custodia de la sexualidad a otro hombre era un objetivo, tal vez, en sí mismo. Pero aquí entraba la acción del monarca y su privilegio en el derecho de pernada. Si bien este derecho se ha observado en la actualidad como una sumisión del pueblo a través de limitar la libertad de la mujer, también es cierto que ello mismo bien pudo tener un contenido bien diferente en la práctica política. Pasar una noche o un rato con el señor del castillo bien podía servir para solucionar el pasado de una joven. Aunque el símbolo de dominancia hoy nos parezca extremo, hay que señalar que la mujer de entonces estaba sometida siempre al varón, fuera soltera o casada - a no ser que ganara en la lucha diaria del matrimonio su independencia de facto, algo que también podría ocurrir - como ocurría en la época de Franco, a pesar que la mujer careciera de derechos económicos frente al marido y fuera considerada, en la práctica, menor de edad.
El desarrollo de la institución matrimonial - indisoluble en un primer intento - acabó por ceder a las evidencias de que el instinto sexual puede más que el temor a la sociedad y sus castigos, teniéndose que aceptar el divorcio como una solución a las desavenencias. Divorcios que conllevaban cuestiones económicas que podían ser de envergadura, y, sobre todo, la cuestión de la descendencia. Se pasó de la existencia de divorcios por causas de culpa a la disolución por simple voluntad (en el fondo, nuestra tradición y cultura Católica sigue buscando la “culpa”, en alguna medida y forma, en las separaciones o divorcios y las penaliza).
Franco intentó un regreso a la indisolución matrimonial basada en el concepto cristiano católico del matrimonio, que resultó un fracaso, pues la alternativa legal al engaño no era otra que la posibilidad de eliminar físicamente a los adúlteros - algo difícilmente de realizar y admitir si el matrimonio se hubiera realizado por amor, como exigía la Iglesia. También el dictador estuvo a prueba y supo de los esfuerzos por contener su atracción por el sexo opuesto, pese a su actitud de ejemplo vivo del propio régimen que sostenía con su presencia. En la visita de Eva Perón se recuerda que el propio Francisco andaba bastante contrariado por la belleza de la esposa del general argentino; así que él mismo, tuvo la oportunidad de experimentar en su propio ser la influencia de las formas y las proporciones en el instinto del ser humano. Y sin embargo, pese a ello, no traspuso su propia sensación de debilidad para permitir una mayor tolerancia en la sociedad - al fin y al cabo, la República había sostenido, en alguna manera, el desarrollo del concepto de amor libre, y ello también formaba parte de las causas esgrimidas, de naturaleza moral, para combatir la II República. Así que Franco se había atado así mismo.
El desarrollo económico trajo los bienes (muebles e inmuebles) y el desarrollo de una burguesía, que aunque hubiera huido de la tolerancia propia del vulgo, no veía, tampoco ventaja en el estricto cumplimiento que decía observar la nobleza, y la realeza, del espíritu cristiano del matrimonio. Así que con la Revolución francesa el divorcio se instauró y se generalizó.
Sin embargo, liberada la mujer del papel madre y del rol femenino, encontramos un territorio nuevo, donde la procreación ya no es un objetivo esencial de la mujer en un mundo superpoblado. Y, por ello, la mujer tiene acceso a la canalización de su libido en cualquier dirección que desee, sin ninguna limitación - al menos en occidente.
El pacto social que hasta ahora se sostenía ha caído por su propio peso, sobre todo en un momento en el que las razones económicas de subsistencia ya no son suficientes razones para imponer ese criterio de reparto de papeles. Además, el reconocimiento de los Derechos Humanos, sin distinción de género masculino o femenino, invita, desde hace decenios, a una interpretación igualitaria de los derechos entre mujeres y hombres. Y, sin embargo, siguen existiendo sociedades que persiguen la idea de subordinación de la mujer al hombre, y lamentablemente, hay mujeres que aceptan esa subordinación para perpetuarla.
A la definitiva, los matrimonios son contratos con efectos sociales y legales. Contratos cuya única garantía de cumplimiento es el amor que se profesen los contrayentes, y este cede con el tiempo. La alternativa al amor es el interés específico que exista en contraer matrimonio, contra mayor sea el interés y el provecho (material o espiritual) que se saque de éste contrato más garantías existen de que perdure.
Aseguraba un estudiante muslmán que en su cultura la mujer no compite con el hombre (obviamente por la subordinación mencionada) pero oculta que compiten las esposas entre sí por el único varón. Y también oculta que a él le está “permitida” la experiencia sexual fuera del matrimonio y no le está permitida a la mujer esa misma experiencia. De alguna manera su cultura se asienta bajo una dominación de conocimientos de lo que es el bien y el mal, al que accede plenamente el hombre, pero no la mujer.
Así que el deseo de buscar en el varón el último reducto donde residir la autoridad moral de la familia se ha venido abajo. Ni se sostiene por causas de Sangre - una vez que la ciencia ha determinado que el óvulo y el espermatozoide mezclan información genética (como cabía esperar y se sabía desde que existe la ganadería en la cultura humana). Ni por causa de la Herencia, ya que el carácter y los posibles dones y capacidades que este nuevo ser pueda tener viene también de mezcla de genes y el factor del individuo, sus habilidades, sus capacidades y sus experiencias es determinante y puede ser muy superior al de los padres o muy inferior en términos de valoración social. Si a ello sumamos la idea cristiana de que el alma es inmortal (es decir no muere, por tanto, no nace como aseguran las religiones de oriente) cualquier ser que nace de mujer ya posee alma antes de nacer, y con el alma cierta personalidad propia; por lo que la disputa real se centra en el control mutuo de la sexualidad de los matrimoniados. Así que la sexualidad que determina el apellido, si al final es la única causa determinante la fidelidad, y existiendo la libertad sexual reconocida, todo el matrimonio queda, al final, en el ámbito de lo que consideren los contrayentes respecto al concepto de fidelidad y sus consecuencias; pues, a la definitiva, la venida de seres tiene un componente aleatorio de gran magnitud. Ya de por sí, la Naturaleza expresa este hecho de fortuidad en la manera en que tiene concebida la función reproductiva, por ejemplo en las plantas (donde el polen puede invadir la atmósfera de una región para asegurar la persistencia de su especie; por lo que análogamente, la naturaleza de la sexualidad humana es de la misma condición – pues es Ley natural -, tanto en el hombre como en la mujer; y su sujeción o control sólo puede intentarse desde convencimientos espirituales o religiosos cuya potencial eficacia también es relativa. Recuérdese el refrán: Entre Santa y Santo pared de cal y canto; y más cercano ejemplo de la fortaleza de la naturaleza sexual, aún en ámbitos espirituales, es la de los cartujos de Aula Dei después de la primera visita de la Reina, se dice que tuvieron que cambiar todas las baldosas por donde había pasado, pues los monjes perdían el "norte" visiblemente turbados por hormonas femeninas. Al final, imposible de contener las visitas femeninas culturales, abandonaron los edificios).
Así que entre el matrimonio y la voluntad a mantenerlo indisoluble sólo queda la voluntad de los contrayentes; y, si "les toca la flauta", ese vínculo del que hablaba la Iglesia Católica, puede resultar indisoluble, pero el vínculo lo han de percibir los dos; y además, resistir las pruebas de todas las "Serpientes" del entorno. Algo que se antoja harto difícil.
Así pues, si la condición de los lazos de Sangre se puede verificar en razón y consecuencia de ser mamíferos también hay que considerar que por esa misma condición mamíferos de distintas especies han asumido roles familiares con individuos de especie diferente en razones de instinto de “protección al cachorro” en ciertas circunstancias (sé que llama la atención la expresión empleada pero es cierta).
Dada la complejidad de nuestra naturaleza animal (con base mamífera por un lado y cultural por otro) y la evolución en nuestras sociedades occidentales, dando origen a experiencias personales muy determinantes para cada individuo en particular, se hace preciso reforzar la defensa de los Derechos a la Libertad personal que permitan proteger ese proceso de experiencia personal, pues las familias, inmersas también en un proceso de transformación social que afectan a su estructura y concepción, pueden resultar ya un lugar que no siempre comprende y reconoce la profundidad y la complejidad de las experiencias de sus miembros y deben de ser las leyes quienes protejan íntegramente las diferentes experiencias que las personas pudieran experimentar en sus vidas amparadas por el primordial concepto de la libertad.
Por ello hemos de sujetarnos al concepto más positivo de nuestros valores democráticos. Ya que por medio de ellos reconocemos el derecho de los demás a ser libres en sus decisiones y a respetarlas; y en caso de fricción, respetar las normas que nos hemos dado para su solución. Pues ello es uno de los dones que nos ha traído la democracia.
La defensa de nuestra sociedad, y de nuestros valores, no se puede realizar si nosotros mismos no los respetamos en nuestro entorno. Europa se ha distinguido por la defensa de los Derechos Humanos, y aquellos que se benefician de esta concepción de la vida humana deben de respetar esos principios.
Ser hidalgo, hijo de algo, cada vez puede tener menos relevancia, en favor de una vida más plena y sincera, y sobre todo si aceptamos que todos tenemos en común una experiencia de vivir que nos une y que debiera ser fuente de solidaridad (seamos de la condición que seamos, de la raza que seamos, de la profesión que ejerzamos). También se ha de tener en consideración que Democracia no es solo votar periódicamente sino que, en su sentido anglosajón, democracia es algo así como una permeabilidad de la sociedad (incluso promovida) para hacer accesible a cualquier persona, de cualquier condición, a estratos y roles sociales superiores aceptándolas como son; es decir, sin procesos de cooptación al margen del espíritu democrático de la Constitución. Y sobre todo, dadas las tristes y dolorosas consecuencias que las rigideces y el control social han dado lugar y lo siguen dando en todas las partes del mundo.
Parece más positivo estar más a favor de una vida inteligente y sabia que de honores derivados de los aspectos mágicos de la sangre o de la familia (son mitos cuyos fundamentos no precisan de historia familiar sino de fe en las personas para que estas desarrollen sus capacidades plenamente para bien suyo y de nuestra sociedad).
Curioseando por la aplicación de youtube que dispone mi televisor - ante la triste, repetitiva y aburrida programación televisiva - me encontré con el vídeo "La historia de los apellidos" y me la "tragué" de una sentada. Tal vez no sea una clase magistral, pero da los suficientes elementos para estimular la curiosidad y atreverse a plasmar creatividad al amparo de una circunstancia tan singular como es la de poseer apellidos y de los cuales sólo solemos tener una visión práctica de esa circunstancia, sin reparar en las complejidades que el hecho de poseer apellidos ha deparado en la Historia de la Humanidad.
Lo primero que llama la atención del vídeo son dos escenas. La primera sobre el rito de una especie de bautismo en una cultura 200 años anterior a Cristo - realizado por el padre, probablemente con la finalidad de vincularse con el nuevo ser y con su destino en la etapa más delicada de su reciente vida y hasta que sea adulto - y la segunda, la decisión administrativa tomada en China, hace más de 5.500 años, en la que se requería que los niños tuvieran, además del nombre, el apellido de la madre (la madre siempre es y será, la única garantía fiable de filiación. En ello no parece haber duda alguna, siempre que a la madre no se le separe - contra natura - del hijo de su seno una vez nacido este)
Apenas comenzaba el visionado del vídeo cuando me llegó el recuerdo: - Hidalgo significa hijo de algo. Los recuerdos fluyen a la mente en momentos determinados sin requerirlos. Aún era adolescente, o tal vez antes de la adolescencia, cuando recuerdo que oí la primera reseña sobre la palabra ante un programa en blanco y negro de la televisión. O tal vez fuera una película o un documental - a los que era más aficionados; pero desde entonces recuerdo que siempre que aparecía ese término de hidalgo: Hijo de algo. Estuve intrigado por el término durante bastante tiempo, sobre todo por lo misterioso del mismo. Descubrí que en la edad media no existían apellidos y que los hidalgos eran los nobles. Fue más tarde cuando empecé a vislumbrar la trascendencia del término Hidalgo; pues quedaba claro que si los hijos de la plebe no eran hijos de algo (¡¡qué término más absurdo!!) eran porque no lo eran de nadie - algo obviamente imposible, pues todos tenemos madres - como acertaron a detectar los chinos cinco mil años antes. Así que el término en sí no parecía otra cosa que un término que infringía, desde la nobleza de su uso, cierto desmerecimiento hacia la plebe, hacia la gente común, es decir: Hacia el Pueblo. Y esta afirmación tal vez explicaría el cierto rencor acumulado de la gente común hacia la nobleza, y a la monarquía que la sustentaba, y que se expresó con meridiana claridad en la Revolución Francesa (probablemente porque en esa revolución francesa la burguesía ya podría decir de sí misma que “algo” tenía: Y ello no era otra cosa que, en principio, Dinero). Así pues, si los hijos concebidos por el pueblo no tenían padre, ello pudiera tener consecuencias para sus vidas en todos los órdenes sociales.
¿Es el dinero la clave?. ¿Hemos llegado al término esencial de este asunto? Leí hace ya muchos años, en un texto, que surgió en Egipto la necesidad de ordenar la procreación, y consecuentemente el incesto, por una cuestión importante: Las herencias. Es paradójico que se atribuyera al Antiguo Egipto, en el que precisamente la realeza se casaba entre ella (hermanos con hermanos, por una cuestión de Sangre, a la cual se le atribuye - a la sangre - propiedades no sólo genéticas desde el punto de vista físico, sino psíquicas propias del carácter de los padres y aún más allá: Divinas) Parece cierto el hecho de que las familias se constituyeran principalmente por estar en edad de procrear y reproducirse; pues esa tendencia propia de la condición animal, por el hecho de ser animales, y su tabú consecuente, no se instalaría en la sociedad hasta que esta se constituyese como tal, con normas, leyes y temores. Y simultáneamente, convive, una vez instalado ese tabú del incesto, con la idea sobrenatural de que un Noble o Rey, por el mero hecho de serlo, pudiera transgredir cualquier norma o ley que sujetaba al pueblo en una moral (Ahí está el caso de Roma, que constituye la base de nuestro Derecho y de nuestra cultura moderna). Por lo que si hacemos caso a ese texto que leí, publicado en España en papel, el ordenamiento de las familias egipcias y la implantación del tabú no tenía otra finalidad que la de determinar la propiedad privada dentro de las familias, y el orden sucesorio en los bienes. Así, pues, adquiere la sexualidad la importancia económica y de ordenación social que es precisa para que una sociedad resulte previsible a sus miembros y, por lo tanto, pueda expandirse como fórmula de convivencia conveniente para toda sociedad que quiera prosperar económicamente y en paz.
Parecen aspectos esenciales que tienen que ver con el apellido y con ser "hijo de algo":
- La Sangre, como transmisora de genes y con ellos, de carácter y virtudes familiares - que de ser bendecidos por el Cielo, alcanzan el grado de Nobleza aspirante a Reinado, o la propia condición de Rey.
- La Herencia, como consecuencia de la Sangre, portadora de Derechos materiales (económicos, legales) por el mero hecho de ser "hijo de algo".
Para que un ser humano se considere sano se verifica que sus impulsos reflejos, al nacer, son los correctos. Impulsos como los agarrar el dedo que se le ofrece nada más salir del vientre de su madre, o su natural tendencia a succionar con su boca, o a tender a apoyarse con los pies en el suelo y andar... Todo ellos son signos de que el nuevo ser humano está aparentemente sano y preparado para asumir ciertas funciones básicas de su condición. Y análogamente ocurre con su sexualidad - a la que algunos psicólogos atribuyen una existencia innata en el ser humano parecida a los reflejos e impulsos naturales a alimentarse, a andar o a defecar...etc. y que son canalizados y orientados en el seno de las familias.
En consecuencia, añadimos, evidentemente, a la cuestión del apellido, un fenómeno más natural: La sexualidad.
La vinculación entre apellido (que no es otra cosa que ser "hijo de algo") y sexualidad es evidente y problemática, pues la propia naturaleza de la sexualidad está sujeta y vinculada con el instinto. Las leyes también se "observan" esa condición a la que está sujeta el género humano y le otorgaba rango de dignidad cuando el camino para su realización era través del matrimonio. Realización formal y aceptada socialmente. El matrimonio garantizaba seguridad material a la mujer y, a cambio, le proporcionaba herederos al hombre, se entiende que herederos de sangre (con todas las prerrogativas que ello otorgan a los hijos, y honor al padre - pues el honor no era otra cosa que estar dentro de las normas dadas y actuar, por deber, siempre dentro de ellas) por medio de una sexualidad restringida al propio matrimonio. En teoría el sistema debería funcionar, pero en la práctica los hechos demostraban que ello era, realmente, difícil; básicamente porque la sexualidad es un instinto. Así, creo que se demuestra en las historias míticas: Cuando se realiza el Paraíso Terrenal y en él se pone a Adán con sus necesidades vitales cubiertas, con el fin de que sea feliz, “Dios se equivoca”, al menos con Adán y no sabemos si repitió el experimento con más seres (pues la felicidad que se le otorgaba a Adán se aprecia con los años - precisa de muchas experiencias - y en determinadas circunstancias personales, y ni aún así se tiene la felicidad completa). “No le quedó otro remedio a Yahvé” que buscarle una mujer cuando constató que el joven Adán, al ver copular a los animales, les imitaba (y probablemente perseguía a alguna cabra u oveja que pasara por ahí (como aseguran textos judíos). Por lo que determinara Yahvé, que su felicidad, la de Adán, no era completa y que se sentía sólo (implícitamente se achacaba la soledad a un instinto natural de reproducción) De ahí, que según los judíos, le presentaran a Lillit, mujer experimentada en extremo, que acabó por aburrirse del muchacho y lo abandonó a su suerte - dice la mitología irlandesa que Lillit acabó convirtiéndose en una bruja que acude allí donde huele las poluciones nocturnas de los jóvenes y que tiene multitud de hijos. Así que, frustrada la experiencia, le presentaron otra mujer de la misma condición que Adán (o tal vez buscaran otro Adán diferente, pues el error fue garrafal y quedaría impregnado en la memoria del muchacho) y no tuvieran otra prohibición que la de copular (el árbol de la vida y la muerte; y del bien y del mal). Por lo que la serpiente no fuera otra cosa que alguien que, seducido por la virginidad de Eva, no se privara de "conocerla", como quien hace un favor, y el "pastel" acabara con la expulsión del Paraíso y la condena a vivir (“la sexualidad abre la etapa de la madurez y la primera percepción de que la vida tiene el límite de la muerte”) sabiendo que el dolor y la muerte serían el destino de ambos. (Siempre se puede interpretar el texto simbólicamente, pero el resultado es el mismo).
Si Yahvé no pudo controlar los instintos de Adán ni de Eva, qué padre o qué Rey podrá hacerlo sin poner en riesgo la vida de ambos? O qué ley podrá evitar la sexualidad fuera del matrimonio?
Aquí aparece el cuarto elemento: El Hombre, como elemento preservador de toda virtud. La última apuesta por un orden en la sexualidad de las sociedades en Occidente.
La primera pregunta que surge es: ¿Por qué el hombre y no la mujer? Habría que recurrir al propio Yahvé, para obtener una explicación adecuada; pero según sus actos descartó a la mujer de ser el centro de su experimento científico frustrado (eso en el caso de que las Escrituras nos cuenten toda la experiencia y no dejen a nuestra imaginación otra salida - algo que suele suceder en algunos textos filosóficos). Establezcamos la hipótesis de que Yahvé, o su versión femenina, intentara hacer una experiencia con una Eva anterior. Y esa Eva anterior también tuviera la tendencia de emular el coito de los animales (¿por qué no si es instinto?). La imagen es tan fuerte en la mente de un ser humano masculino - por la fuerte vinculación que se tiene de la maternidad desde niño - que la evito. Así que le traerían un Lillit masculino que la satisficiera). El resultado es la procreación y su dedicación a la crianza y el Lillit masculino tal vez no aportara nada nuevo al experimento, en el que se pretendía una familia estable y feliz, pues probablemente el hombre se dedicara a engordar y a echar de menos experiencias sexuales con otras mujeres más experimentadas y divertidas, y terminara por huir dejando el Paraíso lleno de hermanos y una madre sola y triste. Por lo que le tendrían que llevar un Adán a esta Eva. Estamos en el principio. Y ante la misma prohibición sexual transgredida. SI no son expulsados del Paraíso, Adán se dedicaría a engordar y a aburrirse con el peligro de que atacara a alguno de los hijos previos de Eva (por el instinto animal que acepta eliminar genes “rivales”). Si el experimento de Yahvé era para ver qué hacía un ser humano con todas las necesidades cubiertas debió decepcionarse bastante. La creatividad precisa de un "desnivel" de "algo a equilibrar", de metas a conseguir. Y al darle a la mujer el papel de madre y obligarle a tener todos los hijos que el instinto sexual le procure la ata, indefinidamente, a un rol del que difícilmente puede escapar.
Creo que lo leí de Jung, el asegurar que la creatividad proviene del libido. A mi modo de ver interpreté ello como la contención en el seno de las familias de la sexualidad de los hijos con la finalidad de encauzarla a los roles sociales imperantes en ese momento. Es decir. Al hijo varón se le conminaba a contenerse hasta el matrimonio, y por el camino a formarse emulando al padre o a cualquier otra figura masculina de gran relieve histórico, político, empresarial, con el fin de que las energías contenidas en la sexualidad encontraran un camino adecuado de expresión. Y parece claro que la mente humana está capacitada para ello. Para encontrar soluciones donde aparentemente no las hay. Y ello se ha producido siempre en todo tiempo y lugar. A la mujer se le reservaba la aspiración a casarse mediante la contención de su sexualidad en medio de tareas hogareñas y desarrollo de bellas artes. Así canalizaban ambos sexos sus energías sexuales; mediante un reparto de tareas y roles que abarcan todo el orbe de la Tierra.
Es aquí donde nacen las llamadas "propiedades" de la Sangre que se atribuyen al varón. Aún recuerdo las primeras explicaciones en biología, donde se aseguraba que la mujer era un mero receptáculo en el que se asentaba la simiente (y esa explicación estaba realizada con toda la intención de dejar un papel secundario a la mujer; papel que la medicina le ha dado en Occidente a la mujer durante siglos hasta que yo mismo, he podido escuchar ése tipo de explicaciones en un aula de formación institucional). Y vienen esas propiedades de la Sangre del hecho de evitarle, a la mujer, la experiencia de experimentar, experiencia que sólo se ha permitido (culturalmente) al varón (si la mujer lo ha hecho ha tenido que hacerlo a escondidas). Se le prohibió a la mujer oficios y carreras universitarias, o formación desde hace cientos de años, desde hace siglos con el fin de evitarle relaciones sociales con hombres y recluirla en tareas hogareñas o sociales. El objetivo, probablemente, fuera preservar futura legitimidad sanguínea de los hijos por medio de una educación “recatada”, “social” y restringida a los hijos y la formas y maneras sociales. Así la Monarquía y la Nobleza preservaban la “legitimidad” de la sangre y de ahí ahí que los monarcas creyeran en su sangre como garantía de la transmisión de propiedades cuasi divinas, de las que eran portadores (Y aún así, las complejas cuestiones políticas permitieron, a veces, la experiencia de mujeres en la máxima expresión de la Corona). Durante siglos la virtud de la mujer no era otra cosa que la garantía de la Sangre y la Herencia. Garantía que contrastaba con una sociedad en la que se aceptaba la naturaleza humana y su condición. Así la nobleza emulaba a la corona con el fin de no perder las posibilidades de aspirar a ella; mientras el Pueblo, sin más aspiraciones sociales que sobrevivir cada día, vivía despaldas a esos criterios sanguíneos y, en consecuencia, no los observaba con rigidez.
En el mito de Arturo y los caballeros de la Tabla redonda, el propio Arturo es rescatado, en medio de una guerra, de su “concepción” atribulada entorno de una lucha armada entablada por el deseo sexual sobre la mujer de un rival. Arturo es formado en el seno de una familia de nobles como vasallo, pero sus actos revelan que es algo más que un ser común. Ello le otorga la condición de Rey y el “desvelado” de su pasado real. Y aún así, aun siendo el primer monarca democrático que puso su trono en la misma altura que sus nobles en una mesa redonda, tuvo que enfrentarse con la naturaleza humana de la sexualidad de su mujer; y a diferencia de otros reyes, no se vengó en ella ni en su compañero. Arturo es varón. Pero pudo ser hembra. Porque la historia desvela que, cuando la mujer tiene acceso a ciertas experiencias también alcanza la esfera de la heroicidad, como ocurrió con Juana de Arco, que acabó en la hoguera, probablemente porque ninguno de los presentes, enemigos de ella, podía permitir que una mujer alcanzara esas heroicidades sin atentar contra los designios divinos y su orden milenario (entre las tres acusaciones decisivas para su condena se encontraban: vestír como un hombre y abandonar la casa de sus padres).
Si el matrimonio de Arturo fue por amor (y aún así, así le fue), no lo fue el de otros monarcas, cuyos matrimonios se sustentaban por intereses políticos o estratégicos. Rara vez el amor, en medio de tantos potentes intereses, aflorara sinceramente más allá de un ocasional erotismo y gusto que suele decaer si no hay otro tipo de sustento sobre el que se base; (y en el caso de los reyes el sustento sólido es seguir siendo reyes). Incluso el sexo por deber era, y en algún sitio aún es, una cuestión destinada a asegurar la descendencia y la continuidad de un territorio - de ahí el derecho a ejercer las prerrogativas del matrimonio dentro de la nobleza y la realeza, algo que se pretendía extender sobre un pueblo que estaba más preocupado por sobrevivir el "día a día" y cuyas normas, a ese respecto, estaban más relajadas; pero cuando llegaba la riqueza, las preocupaciones, por la transmisión de la riqueza propia, probablemente, se convertía en una cuestión de honor (y tal vez sólo por emular la conducta de los nobles).
Durante mucho tiempo el objetivo de casar a una joven, cuanto antes mejor, no era otro que el de evitarse los problemas propios de la sexualidad juvenil. Buscar una dote, si se podía, y trasladar el problema de la custodia de la sexualidad a otro hombre era un objetivo, tal vez, en sí mismo. Pero aquí entraba la acción del monarca y su privilegio en el derecho de pernada. Si bien este derecho se ha observado en la actualidad como una sumisión del pueblo a través de limitar la libertad de la mujer, también es cierto que ello mismo bien pudo tener un contenido bien diferente en la práctica política. Pasar una noche o un rato con el señor del castillo bien podía servir para solucionar el pasado de una joven. Aunque el símbolo de dominancia hoy nos parezca extremo, hay que señalar que la mujer de entonces estaba sometida siempre al varón, fuera soltera o casada - a no ser que ganara en la lucha diaria del matrimonio su independencia de facto, algo que también podría ocurrir - como ocurría en la época de Franco, a pesar que la mujer careciera de derechos económicos frente al marido y fuera considerada, en la práctica, menor de edad.
El desarrollo de la institución matrimonial - indisoluble en un primer intento - acabó por ceder a las evidencias de que el instinto sexual puede más que el temor a la sociedad y sus castigos, teniéndose que aceptar el divorcio como una solución a las desavenencias. Divorcios que conllevaban cuestiones económicas que podían ser de envergadura, y, sobre todo, la cuestión de la descendencia. Se pasó de la existencia de divorcios por causas de culpa a la disolución por simple voluntad (en el fondo, nuestra tradición y cultura Católica sigue buscando la “culpa”, en alguna medida y forma, en las separaciones o divorcios y las penaliza).
Franco intentó un regreso a la indisolución matrimonial basada en el concepto cristiano católico del matrimonio, que resultó un fracaso, pues la alternativa legal al engaño no era otra que la posibilidad de eliminar físicamente a los adúlteros - algo difícilmente de realizar y admitir si el matrimonio se hubiera realizado por amor, como exigía la Iglesia. También el dictador estuvo a prueba y supo de los esfuerzos por contener su atracción por el sexo opuesto, pese a su actitud de ejemplo vivo del propio régimen que sostenía con su presencia. En la visita de Eva Perón se recuerda que el propio Francisco andaba bastante contrariado por la belleza de la esposa del general argentino; así que él mismo, tuvo la oportunidad de experimentar en su propio ser la influencia de las formas y las proporciones en el instinto del ser humano. Y sin embargo, pese a ello, no traspuso su propia sensación de debilidad para permitir una mayor tolerancia en la sociedad - al fin y al cabo, la República había sostenido, en alguna manera, el desarrollo del concepto de amor libre, y ello también formaba parte de las causas esgrimidas, de naturaleza moral, para combatir la II República. Así que Franco se había atado así mismo.
El desarrollo económico trajo los bienes (muebles e inmuebles) y el desarrollo de una burguesía, que aunque hubiera huido de la tolerancia propia del vulgo, no veía, tampoco ventaja en el estricto cumplimiento que decía observar la nobleza, y la realeza, del espíritu cristiano del matrimonio. Así que con la Revolución francesa el divorcio se instauró y se generalizó.
Sin embargo, liberada la mujer del papel madre y del rol femenino, encontramos un territorio nuevo, donde la procreación ya no es un objetivo esencial de la mujer en un mundo superpoblado. Y, por ello, la mujer tiene acceso a la canalización de su libido en cualquier dirección que desee, sin ninguna limitación - al menos en occidente.
El pacto social que hasta ahora se sostenía ha caído por su propio peso, sobre todo en un momento en el que las razones económicas de subsistencia ya no son suficientes razones para imponer ese criterio de reparto de papeles. Además, el reconocimiento de los Derechos Humanos, sin distinción de género masculino o femenino, invita, desde hace decenios, a una interpretación igualitaria de los derechos entre mujeres y hombres. Y, sin embargo, siguen existiendo sociedades que persiguen la idea de subordinación de la mujer al hombre, y lamentablemente, hay mujeres que aceptan esa subordinación para perpetuarla.
A la definitiva, los matrimonios son contratos con efectos sociales y legales. Contratos cuya única garantía de cumplimiento es el amor que se profesen los contrayentes, y este cede con el tiempo. La alternativa al amor es el interés específico que exista en contraer matrimonio, contra mayor sea el interés y el provecho (material o espiritual) que se saque de éste contrato más garantías existen de que perdure.
Aseguraba un estudiante muslmán que en su cultura la mujer no compite con el hombre (obviamente por la subordinación mencionada) pero oculta que compiten las esposas entre sí por el único varón. Y también oculta que a él le está “permitida” la experiencia sexual fuera del matrimonio y no le está permitida a la mujer esa misma experiencia. De alguna manera su cultura se asienta bajo una dominación de conocimientos de lo que es el bien y el mal, al que accede plenamente el hombre, pero no la mujer.
Así que el deseo de buscar en el varón el último reducto donde residir la autoridad moral de la familia se ha venido abajo. Ni se sostiene por causas de Sangre - una vez que la ciencia ha determinado que el óvulo y el espermatozoide mezclan información genética (como cabía esperar y se sabía desde que existe la ganadería en la cultura humana). Ni por causa de la Herencia, ya que el carácter y los posibles dones y capacidades que este nuevo ser pueda tener viene también de mezcla de genes y el factor del individuo, sus habilidades, sus capacidades y sus experiencias es determinante y puede ser muy superior al de los padres o muy inferior en términos de valoración social. Si a ello sumamos la idea cristiana de que el alma es inmortal (es decir no muere, por tanto, no nace como aseguran las religiones de oriente) cualquier ser que nace de mujer ya posee alma antes de nacer, y con el alma cierta personalidad propia; por lo que la disputa real se centra en el control mutuo de la sexualidad de los matrimoniados. Así que la sexualidad que determina el apellido, si al final es la única causa determinante la fidelidad, y existiendo la libertad sexual reconocida, todo el matrimonio queda, al final, en el ámbito de lo que consideren los contrayentes respecto al concepto de fidelidad y sus consecuencias; pues, a la definitiva, la venida de seres tiene un componente aleatorio de gran magnitud. Ya de por sí, la Naturaleza expresa este hecho de fortuidad en la manera en que tiene concebida la función reproductiva, por ejemplo en las plantas (donde el polen puede invadir la atmósfera de una región para asegurar la persistencia de su especie; por lo que análogamente, la naturaleza de la sexualidad humana es de la misma condición – pues es Ley natural -, tanto en el hombre como en la mujer; y su sujeción o control sólo puede intentarse desde convencimientos espirituales o religiosos cuya potencial eficacia también es relativa. Recuérdese el refrán: Entre Santa y Santo pared de cal y canto; y más cercano ejemplo de la fortaleza de la naturaleza sexual, aún en ámbitos espirituales, es la de los cartujos de Aula Dei después de la primera visita de la Reina, se dice que tuvieron que cambiar todas las baldosas por donde había pasado, pues los monjes perdían el "norte" visiblemente turbados por hormonas femeninas. Al final, imposible de contener las visitas femeninas culturales, abandonaron los edificios).
Así que entre el matrimonio y la voluntad a mantenerlo indisoluble sólo queda la voluntad de los contrayentes; y, si "les toca la flauta", ese vínculo del que hablaba la Iglesia Católica, puede resultar indisoluble, pero el vínculo lo han de percibir los dos; y además, resistir las pruebas de todas las "Serpientes" del entorno. Algo que se antoja harto difícil.
Así pues, si la condición de los lazos de Sangre se puede verificar en razón y consecuencia de ser mamíferos también hay que considerar que por esa misma condición mamíferos de distintas especies han asumido roles familiares con individuos de especie diferente en razones de instinto de “protección al cachorro” en ciertas circunstancias (sé que llama la atención la expresión empleada pero es cierta).
Dada la complejidad de nuestra naturaleza animal (con base mamífera por un lado y cultural por otro) y la evolución en nuestras sociedades occidentales, dando origen a experiencias personales muy determinantes para cada individuo en particular, se hace preciso reforzar la defensa de los Derechos a la Libertad personal que permitan proteger ese proceso de experiencia personal, pues las familias, inmersas también en un proceso de transformación social que afectan a su estructura y concepción, pueden resultar ya un lugar que no siempre comprende y reconoce la profundidad y la complejidad de las experiencias de sus miembros y deben de ser las leyes quienes protejan íntegramente las diferentes experiencias que las personas pudieran experimentar en sus vidas amparadas por el primordial concepto de la libertad.
Por ello hemos de sujetarnos al concepto más positivo de nuestros valores democráticos. Ya que por medio de ellos reconocemos el derecho de los demás a ser libres en sus decisiones y a respetarlas; y en caso de fricción, respetar las normas que nos hemos dado para su solución. Pues ello es uno de los dones que nos ha traído la democracia.
La defensa de nuestra sociedad, y de nuestros valores, no se puede realizar si nosotros mismos no los respetamos en nuestro entorno. Europa se ha distinguido por la defensa de los Derechos Humanos, y aquellos que se benefician de esta concepción de la vida humana deben de respetar esos principios.
Ser hidalgo, hijo de algo, cada vez puede tener menos relevancia, en favor de una vida más plena y sincera, y sobre todo si aceptamos que todos tenemos en común una experiencia de vivir que nos une y que debiera ser fuente de solidaridad (seamos de la condición que seamos, de la raza que seamos, de la profesión que ejerzamos). También se ha de tener en consideración que Democracia no es solo votar periódicamente sino que, en su sentido anglosajón, democracia es algo así como una permeabilidad de la sociedad (incluso promovida) para hacer accesible a cualquier persona, de cualquier condición, a estratos y roles sociales superiores aceptándolas como son; es decir, sin procesos de cooptación al margen del espíritu democrático de la Constitución. Y sobre todo, dadas las tristes y dolorosas consecuencias que las rigideces y el control social han dado lugar y lo siguen dando en todas las partes del mundo.
Parece más positivo estar más a favor de una vida inteligente y sabia que de honores derivados de los aspectos mágicos de la sangre o de la familia (son mitos cuyos fundamentos no precisan de historia familiar sino de fe en las personas para que estas desarrollen sus capacidades plenamente para bien suyo y de nuestra sociedad).
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