Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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martes, 13 de noviembre de 2018

Serendipity


Releí esta mañana el artículo que escribí ayer sobre Trump y me desagrada la idea de sentirme airado con este personaje público hasta tal punto de tener que expresar la indignación y el - por qué no decirlo - miedo que me produce que personajes como estos alcancen un espacio de tanto poder e influencia mundial. Ayer, también, vi en tve, a última hora antes de dar por finalizado el día, un programa que más que de debate parece de tertulia, dirigido por un veterano periodista, en el que también se abordaba el mismo personaje: Trump. Estaban invitadas cuatro personas (dos periodistas, uno español, de larga trayectoria en el mundo anglosajón, otro italiano, que desde hace no mucho tiempo ocupa espacios de reflexión política en los programas televisivos españoles; un representante, que creo que era experto en imagen política, y una anglosajona que me sorprendió por lo poco que intervino, y también experta en algún tema que ahora no recuerdo). Lo triste de esa tertulia-debate fue la impresión que extraje de que Trump parece invulnerable a los medios de control que la sociedad suele utilizar para delimitar el campo de juego de los grandes personajes políticos (con la aparente finalidad de contenerlos dentro de unos límites, en los cuales, la coherencia y la sinceridad en los mensajes parecen ser la línea roja que nunca se ha de traspasar sin que, cuando ello suceda, no se produzca una explicación clara, profunda e incluso una rectificación - que debiera entonar un “mea culpa” implícito - que da lugar a cierta percepción de declive en el propio personaje; declive que lo sujeta a la más dura realidad de nuestras sociedades) momento en el que parecen tener que dar la verdadera medida de sí mismo ante el desengaño que suele suponer el acceso a grandes responsabilidades políticas o de poder – lugar de poder que pareciera siempre deseado por todos los que rivalizan en alcanzarlo, o por aquellos que sueñan para sí la capacidad de resolverlo todo con sencillez y facilidad; pareciendo estar, los que así piensan para sí, deslumbrados por el entorno de dignidad que el Estado otorga a quien acceden a esas cotas de poder). 
No me agradó el artículo que realicé sobre Trump pues en él no se arrojaba luz para hacer frente a este personaje (pienso, tal vez, que lo importante en este momento es reconocerlo y lo que consigo trae y dimensionarlo eficazmente, pues parece, más que otra cosa, la punta de un iceberg) – que, por otro lado, seguro que pasa a la Historia de una manera u otra - es más, creo que fracasé en el intento de desvelarlo, pues mi ánimo estaba conducido por cierta dosis de indignación, e incluso cierto estado de dignidad recuperada, al reconocer en el Presidente francés el gesto de dignidad en la réplica, proporcional y proporcionado ante el desafiante Trump, ante el provocador y, aparentemente, chulesco personaje que parece salido de una película de gánster Norteamericana (o tal vez de algún Falcon Crest de los muchos que parecen existir en EEUU, a tenor de los votos que ha obtenido para ser encumbrado e la Presidencia Norteamericana); parece ser que mucha gente se reconoce en él y apoya, no solo su actitud, sino también sus expresiones; sus propias falsas noticias; su, parece ser, simulada ascensión a la riqueza por medios propios; sus malos modales y falta de respecto a la dignidad humana de millones de Seres Humanos; sus palabras desafiantes, propias de matones a sueldo en tabernas de cowboys. Salvando las distancias temporales, parece un Mussolini (en vez de italiano, anglosajón, de ascendencia germana – realmente no le falta de nada al personaje); en sus muecas de cara, en su desfachatez provocadora, en su falta de educación y modales en todos los ámbitos en los que la cultura occidental impone cierta etiqueta social en las relaciones interpersonales (y la carencia casi absoluta de cierta cortesía que implica un reconocimiento  en la dignidad que existe en todo Ser Humano, por el mero hecho de serlo, (y más si se es representante de un país aliado, como Alemania o Francia).  El gesto del Presidente francés me pareció la respuesta anhelada ante personaje tan despreciable en maneras y formas (Europa precisa un ejército para defenderse de Rusia, China o, incluso, de EEUU). Era la respuesta que merecía ese brabucón (creo que analfabeto-funcional también, como tantos otros presidentes republicanos de ese extraño gran país que son los EEUU. El personaje parece decir: Para qué preciso cultura, me basta con mi dinero para hacer todo lo que quiera; con él doblo y tuerzo voluntades; y cuando hay resistencia intimido con mi presencia a quien fuera necesario).  Es cierto, el mismo Trump representa un reto para nuestras sociedades y se convierte en un motivo para la profunda reflexión. La respuesta del Presidente galo, por mucho que pareciera un oportuno “¿Por qué no te callas?” no deja de situarnos y descendernos al nivel barriobajero del propio Trump; y ello se me antoja trayecto indeseado e inoportuno, porque en ese territorio, en el territorio que marcan los chulos, ellos son los reyes, ellos imponen las reglas y el juego se desarrolla a su favor, siempre a su favor – sobre todo si tienen detrás a un partido Republicano que rige los destinos del país democrático más poderoso del mundo occidental. Por ese camino perderemos la batalla, o tal vez ya estemos en trance de perderla, pues lo que tenemos enfrente parece ser la expresión, personificada en Trump, de la fuerza bruta, e ignorante, de aquellos materialistas que reducen el mundo a números y cifras, del cual Trump solo sea el representante que adquirió el grado de Presidente, pero tras de él se pudiera hallar algo peor: Los que especulan con el destino y los anhelos, y los prejuicios y temores, de millones y millones de personas en todo el mundo. En ese caso tendríamos enfrente el gran muro, la gran muralla (mucho mayor de la que Trump pretendía consolidar ente México) de la “mala fe”, del “mal juicio” que emerge cuando la buena fe y el sentido común ceden el paso a temores irracionales, anclados en el permanente miedo a lo desconocido que hay en el diferente, y que solo se puede disolver con reflexión personal (como decía Ortega y Gasset: Dejando los datos y los hechos del asunto que nos ocupa a un lado y reflexionando en la intimidad a solas con nosotros mismos sobre ello, aparecen las razones reales del problema y con ello es posible una solución. Es lo que hacen los científicos, decía Ortega; pero antes que apareciera la Ciencia oficial, ya lo hacía cualquier persona que deseara conocer el fondo de cualquier asunto; meditaba sobre ello a solas, con los recursos que la mente pone a nuestra disposición; no hace falta ser científico, solo sentido común y no dejarse arrastrar por la invitación a la violencia (violencia que también se expresa con soluciones fáciles y poco meditadas, o dejando que el ánimo sea invadido por un temor inabarcable que lleve a actitudes defensivas – También en ello había reflexiones recientes en El País, cuando se aseguraba que ya no reflexionamos en la intimidad, como era común no hace mucho tiempo; las televisiones y los medios de comunicación lo hacen por nosotros y con ello perdemos la oportunidad de conocer el mundo por nuestros propios medios y con nuestros propios recursos; estamos siendo conducidos  porque simplemente hemos cedido la responsabilidad de pensar (algo que no estaríamos dispuestos a hacer en asuntos que nos fueran realmente importantes, como la familia o nuestros seres queridos o nuestros propios asuntos). El devenir de nuestro Estado, de nuestra Comunidad Europea, de nuestra Tierra (y con ella de todos nuestros bienes) es cosa nuestra, y debemos pensar en ello y dedicarle un tiempo de reflexión (alejados del vertiginoso ritmo de los medios de comunicación y las redes sociales): Meditar sobre ello (meditar sobre este nuestro hogar que es nuestro entorno social, político, económico) es, en cierta medida, una tarea por hacer, y mientras no la hagamos no encontraremos más soluciones, más perspectivas, más alternativas que las que los mismos medios de comunicación y redes sociales nos ofrezcan (y en ello podríamos acabar siendo manipulados, como lo están siendo los italianos, o los Norteamericanos con Trump).
Mientras no meditemos no entenderemos a los políticos en sus manifestaciones, proyectos e incluso intenciones. Mientras no meditemos no entenderemos las reacciones de los jueces, de los empresarios, de los sindicatos, de los bancos… Nos dejaremos guiar por soluciones y respuestas sencillas (que suelen convertirse, luego, en obstáculos para entender todo los que nos rodea). Las personas que rigen los destinos de nuestros países y Estados son de carne y hueso; están sujetas a los mismos temores que cualquier ser vivo; son presa de prejuicios y temores como el resto de los mortales; son rehenes de los mismos anhelos, defectos, vicios y virtudes que cualquiera de nosotros pudiéramos tener. No son superhombres, ni superdioses… son unos Seres Humanos más, y algunos de ellos, como Trump, verdaderos ignorantes de la  potencialidad de la condición y naturaleza humana (ha reducido todo a dinero y sumisión al dinero; y como los que se creen dueños del barrio donde viven - peor que los animales - y como los animales "miden" y "evalúan" el valor de sus adversarios y si instintivamente lo ven débil o inferior,  temerariamente se lanza a la caza  sin importarle el tipo de argumento empleado - el objetivo es intimidar  o atemorizar para vencer. Por mucho que digan que cree en Dios lo desconoce, pues no está hecho Dios para ser conocido de los ricos o los poderosos, ya que si alguna vez lo conocieron pronto lo orillaron en requerirlo para cumplir sus deseos, pues sus deseos venían graciosamente conseguidos por la sumisión de otros que, como fieles vasallos, a buen árbol se arriman siempre que pueden). Ya decía Maquiavelo, en su Príncipe, que los poderosos maquinan contra las personas para conseguir sus planes; desde su capacidad de controlar una ciudad o un Estado son capaces de controlar las vidas de personas concretas (cuales quiera que se cruzaran en su camino o en sus planes) y crearles trampas y con ello males (males que poderles imputar al propio  así mal tratado); pero también decía Maquiavelo que se admiraba de cómo, después de haber tejido una trama, un plan para arruinar la vida de una persona o de una familia, una simple circunstancia imprevista daba al traste con todo ello, e incluso podía poner al descubierto al poderosos que estaba detrás de esa argucia. Y ello les pasaba con tanta frecuencia que llegaban a la conclusión de que era Dios mismo quien protegía a algunas personas de las intenciones de los poderosos. Creían en Dios no por Fe, sino porque constataban su presencia invisible frustrando sus planes. El poderoso, el rico que todo o casi todo lo consigue y que, con su dinero, de cualquier circunstancia se salva, no suele creer en Dios (ni aunque en ello se esfuerce en parecer piadoso) pues confía más en su dinero o en su poder y las puertas y voluntades que estos abren, y pone a sus pies, que en ruegos y plegarias a un poder inmaterial y que se entiende como puro, que solo viene a conceder en razón de bien, no de mal; y conociendo esta circunstancia poco puede apelar a Dios el rico o el Poderoso, si lo que pretende sobre otros es torcer derechos (e imponer los suyos) o buscarles males en razón de sentirse ninguneado u ofendido o entorpecido. 
Trump representa para mí el más genuino de los egoísmos animales (nada hay peor que un animal dotado de los recursos de la inteligencia y habilidades sociales humanas y que los destina al egoísmo personal) que se pudieran manifestar un Estado poderoso, como lo son los EEUU. En época en la que el camino parecía discurrir por los trayectos e itinerarios que llevan a la cooperación, a las sinergias a la unión de países y voluntades, a la gestión de una casa común que ya es la Tierra, para preservarla de los excesos y protegerla para nuestros descendientes, aparece el egoísmo del “Yo primero”. Más claro no lo podía decir Trump ni sus votantes. Ellos primero, luego los demás (así parece ser también su Dios: Blanco, rubio, de ojos azules, rico, millonario y todo poderoso). Pensamos que lo habíamos superado, pero no, aquí está de nuevo.
Poco podemos oponer a una actitud de este calibre; y difícilmente podremos enfrentarnos a ellos (a los animales egoístas) de manera directa y abierta, conociendo todos los recursos que tienen a su alcance apenas podemos hacer otra cosa que contemplar como el egoísmo es una enfermedad contagiosa que va invadiendo país tras país y trocando la buena fe en siembras de desconfianza, temores y prejuicios que, tarde o temprano, llevarán a  expresarse en forma de antagonismos que podrán dar paso al odio.  Cuando el poderoso se vuelve egoísta, sacrificar al pueblo, lo ve cosa natural. Y el Pueblo acepta el sacrificio en nombre de los mitos que sustentan sus Naciones.
Nos queda resistir aferrándonos a los valores sobre los que se asientan nuestras Democracias y aplicarlos a nuestras propias vidas cotidianas y al entorno social que nos rodea. Nos queda recuperar el anhelo de sentirnos europeos, como lo deseamos en la dictadura y de la manera en que entonces lo concebíamos: Información plural y rigurosa, cultura accesible para todos, difusión del conocimiento, educación para potenciar las cualidades y aptitudes, legalidad democrática, justicia igual para todos, igualdad de oportunidades sin distinciones, solidaridad interior y exterior, cooperación internacional dentro de un marco de valores democráticos liberales, apoyo mutuo internacional ante cualquier conflicto, prosperidad desde el equilibrio social, desterrar los prejuicios y profundizar en el conocimiento, libertad de pensamiento, libertad de expresión, respeto al otro, libre competencia, potenciación de las libertades personales, protección del entorno social y ambiental, transparencia política y económica.... Todo eso era Europa para nosotros en la Dictadura. 
Y debe de seguir siéndolo.
(¿No les recuerda los gestos y maneras de Hitler?)



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