Recuerdo
cómo en la transición, entre las series televisivas que expresaban el cambio
social al que nos encaminábamos – con mensajes de esperanza destinados,
en especial, a la emergente clase media - emitidos en el momento de
mayor recogimiento de los hogares españoles (después de la cena y de la
emisión del Telediario de las nueve de la noche), cuando la jornada laboral
concluía (con sus reiteradas rutinas cotidianas que parecían señalar que,
aunque los tiempos cambiaran en las alturas del Estado, a la postre todo
seguiría igual…).
Aún
había temor, e incluso el convencimiento, de que en lo esencial, en lo de cada
día (trabajar, hacer el hogar y la
compra, los niños en el cole, el pago de las facturas, el llegar a fin de mes,
las gastos imprevistos, el ambiente social, acceder a un piso…) no cesaría
de existir esa visión elitista que descendía, desde arriba, desde las élites,
hacia la gente común, invadiendo sus vidas y señalando que la “perfección” (los perfectos) nunca pasaban por penalidad o desgracia alguna. Así
se mostraban los que estaban en lo alto de la cadena económica, política; y también les
emulaban en maneras y formas quienes aspiraban o se sentían en esa misma
dignidad de estar en sintonía con el régimen. Así que, después de tantos años
de pretendida “perfección” - que a todos
señalaba como causas de sus males a sus propios errores o asnal ignorancia
– humillando (y a la vez negándole el
acceso a la información y a la formación) haciéndoles rehenes de una especie
de “tutor” (de alguien que tuviera mano)
para cualquier paso que quisiera dar para alcanzar cualquier derecho que se
pretendiera obtener - y cuyo
procedimiento no era otra cosa que ir “suplicando una gracia” a la perfecta
autoridad – siempre, de alguna manera, vinculada con la divinidad -, en cuyas manos deberían poner sus destinos. Difícilmente se podría
concebir que las costumbres que se habían establecido durante el franquismo y
la dictadura cedieran para convertirse en permeables a un sistema democrático
donde todos “seríamos iguales”.
Detrás
de aquellas personas, de sus maneras y formas, existiría siempre un derecho legítimo
y “superior”, pues ellos instauraron el nuevo “orden social” (que ganaron,
para sí mismos y para sus familias, mediante una rebelión sangrienta – con el
acuerdo de gobiernos internacionales, tanto democráticos como dictatoriales –
que se prolongó durante tres años, haciendo posible durante ese tiempo de
guerra manifestar, de facto, los rasgos, las maneras, la naturaleza y la
condición del propio “nuevo orden” que nacería con el amparo y reconocimiento
internacional (que a la postre resultaría definitivo y asentado – pese a las
escenificaciones de repulsa contra el régimen franquista; pues otros regímenes de
similar naturaleza sobrevivían en el Mediterráneo). Ese orden se
mantendría sobre una generación (y sobre sus hijos) mediante el recuerdo
de las bestialidades o tragedias vividas en las propias familias, y, consecuentemente, la “perfecta”
jerarquía, donde los intereses económicos, religiosos y políticos impuestos por
el régimen siempre prevalecerían sobre cualquier otra reivindicación de
derechos y libertades de la incipiente clase media (clase media emergente que venía huyendo de una posguerra llena de miseria, mentiras y secretos, yendo
a parar a los barrios más humildes o a los arrabales de las grandes ciudades, constituyéndose
como mano de obra, o de servicio domestico, dispuesta a trabajar de sol a sol,
en la ilusión de escapar, definitivamente, de la pobreza y/o de los recuerdos y
traumas familiares ocasionados por una irracional guerra de la cual, el
argumento esencial que se manifestaba ante cualquier pregunta sobre un familiar
desaparecido fuera: Murió en el frente, lo encarcelaron, se lo llevaron una
noche, lo fusilaron…¿Por qué?: por sus ideas; y ya no se podía
preguntar nada más, como si tener ideas fuera uno de los peligros más graves
que cualquier persona en España pudiera cometer… ello, parecía ser, costaba la
vida).
Los
intereses de esa élite (económica, religiosa y política) se
ejercían sin más oposición que las propias posibles rivalidades existentes entre ellos
mismos. La iglesia, cuando emergía como consejera de las clases humildes,
lanzaba el mensaje de la resignación a la voluntad de Dios, de que la obra de
Dios es perfecta y es el hombre quien la estropea (más resignación) y
sobre todo el deber de cumplir cada día con la bendición que Dios nos había
dado de tener un Caudillo (pues todo
podría haber sido peor para España),
y consecuentemente habría que ser sumisos y humildes con todo lo que cayera
encima (crisis económicas, asumir culpas o errores de otros,
desempleo…)… pues, de alguna manera, en la inmadurez, en nuestra
ignorancia, todos éramos culpables de ese desastre que fue la República y la
Democracia (democracia para la que el
pueblo español nunca estuvo preparado, nunca dio la talla y Franco de ello nos
salvó). Sobre llevar las adversidades de ser referente Universal de buen
gobierno (envidiado por judíos y masones
de todo el mundo) era un claro ejercicio de virtudes que serían premiadas (en
último caso, ascendiendo nuestras almas a los cielos), al fin y al cabo este
mundo es mundo para la penitencia y de ella dependería nuestra salvación.
La admonición de, sobre todo, reconducir con energía, y expeditivamente,
siempre a los hijos (por medio de la violencia si fuera preciso y que era
conveniente y recomendable, pues sino el diablo anidaba en ellos) se
extendió como práctica y medida “preventiva” de adhesión y sintonía con el
principio de autoridad (tanto si se fuera
adicto al régimen como si se fuera opuesto al mismo; el deber del patriarca
familiar era implantar la obediencia y la sumisión a su voluntad, pues ello otorgaba
dignidad y las simpatías del régimen); no ceder a la tentación de “usar del
matrimonio” si no fuera para tener hijos (castidad, sobre todo castidad)
era la penitencia propia a nuestras inclinaciones animales, estimuladas por el
demonio; y sobre todo servir a las voluntades de los de arriba (pues era la voluntad de Dios) y se debía
acatar por amor a Dios y a Franco (nuestro salvador), pues nuestra
recompensa siempre sería, en último extremo, llegar al Cielo y estar con Dios y
con Jesucristo.
Quedaba
claro, en nuestra sociedad, que los únicos derechos que se podrían poseer como
personas eran “concesiones” generosísimas realizadas por quienes habían adquirido
el pleno poder sobre nuestra Tierra: España. El
derecho de las personas eran concesiones que podían ser retiradas y con ello
ser desposeídos e incluso perder el derecho al respeto a la propia condición
humana que todos representamos. Y ese derecho lo podía quitar arbitrariamente, y en el acto, tanto un
político, un juez, un miembro de la Iglesia o cualquier otra autoridad
reconocida como garante o esencial para el régimen y su “nuevo orden”. La
misión espiritual era la de salvarnos a todos y, en ello, poner todos los
medios posibles al alcance, pues más allá del bienestar en la propia vida (para los de abajo, para el pueblo llano)
estaba la misión de la salvación de sus almas como misión principal del Estado (pues esa alma era inmortal y se pondrían los
medios oportunos y necesarios, de toda índole – y aunque ofendiera cualquier
sensibilidad humana - para que llegara al Cielo).
Nunca consideré que Dios precisara de violencias,
guerras, torturas, asesinatos… para que se cumpla su proyecto sobre el Ser
Humano. La inteligencia Universal a todos ampara y promueve por igual el
sentido común, el bien hacer y parece que sólo es necesario “dejarle actuar”,
“darle cabida” y permitir que sus soluciones nos lleguen como agua bendita.
Parece que siempre se apela más a la visión del Viejo Testamento (más vinculado con posiciones intolerantes y
expeditivas) y se ignora el Nuevo (vinculado
con el Amor, el conocimiento, la tolerancia y la fe en la acción del proyecto
divino sobre cada persona) cuando se pretenden justificar actitudes
expeditivas y violentas, para justificar acciones de “rectificación” pese a que
todo el occidente económico esté vinculado con el cristianismo.
En
una vivencia de 40 años de esta experiencia autoritaria (dictatorial y con
respaldo de facto de las democracias internacionales) era difícil que el
mensaje de la Nueva Etapa de retorno a la Democracia calara en el ánimo de
millones y millones de familias que aún tenían el recuerdo de una brutalidad
ejercida (detallada previamente por Mola) que
para nada recordaba el mensaje de amor del Cristianismo, aunque se hubiera
hecho, a la postre, en nombre de Dios.
La
serie “Curro Jiménez” trasladaba a las familias la idea de una posibilidad de justicia
que podría llegar (después de lo vivido); la dignidad habría consistido en
resistir cuarenta años y poder hacer, por fin, justicia ante los siempre
enemigos de la gente humilde: La codicia de puntuales poderosos avaros, y justicia
sobre sus lacayos y fieles servidores dispuestos al crimen en cualquier
momento; sobre las fuerzas represoras (ya fueran del interior o extranjeras).
Cada noche lo mejor del carácter español, la mejor nobleza, los mejores
razonamientos de justicia, penetraban en los salones oscuros, sólo iluminados
por el resplandor del tubo catódico de la tv para transmitir ese mensaje (además
también se constituiría, probablemente, en un mensaje claro y sencillo de que
el líder del pueblo (Curro Jiménez) cabalgaba cada semana en pos de restablecer la dignidad
allí donde aún permanecían los tiranos y los déspotas de todo tiempo). La
democracia se impondría día a día ante aquellos que no concebían más justicia
que la suya propia y las de sus intereses particulares.
Sin
embargo, era “Crónicas de un Pueblo” la serie que traía la moderación, la
reflexión positiva, la transparencia y el sentido común en las decisiones para
la búsqueda del bienestar social por medio de la resolución pacífica de los
conflictos. El Alcalde, el Médico, el Cura, la Guardia Civil… ya no jugaban la
partida en el bar, después de comer, con el fin de determinar si el castigo
expeditivo sobre tal o cual se debería de llevar a cabo inmediatamente y con la
mayor discreción posible (una vez agotadas
las convenientes vías de coacción, pues a la coacción no todos ceden; hay
quienes tienen principios, convencimientos y/o valores, y los sostienen ante
las coacciones - como dicen las sentencias de los jueces cuando las personas
alegan coacción para justificar haber actuado de una manera u otra). Todo
desde la discreción y, a la vez, desde la convicción anidada en los propios
habitantes (por pura experiencia
inter-generacional, que se transmitía de padres y madres a hijos) de que un
desafío, o incomodo, a la autoridad supondrían, tarde o temprano, una respuesta
expeditiva de esta sobre el “rebelde” (tuviera o no razón en su queja, fuera
o no fuera legítima) cuyo alcance y dureza podría llevar, incluso, no solo
a padecer males y contrariedades de todo tipo, sino a la misma muerte del
desafiante.
El
mensaje de una nueva manera de gestionar los problemas (los de todos y los particulares que afectan a la convivencia) de un
nuevo Alcalde que ya no responde ante un régimen impuesto por el terror, sino
que mediante su sabiduría personal, esa que se adquiere en la experiencia de la
vida, es capaz de determinar la mejor solución para cada circunstancia – definiéndose, así, el mejor modelo de gestor
político que llegaría con la Democracia (eso sí, con el mismo entorno de autoridades de “siempre”, de
toda la vida: El Médico, el Cura, el Maestro… como testigos de esa sabiduría y
buen hacer) tolerante y haciendo tolerantes a todos los miembros de
ese “consejo” informal (el consejo del guiñote, del mus o del dominó).
Se señalaba, de esta manera, el inicio de misma Transición que nacía en lo más
alto del Estado y descendía amparando a todas las ciudades y hasta el pueblo
más humilde de la España de los finales de los 70, señalando el valor de la
sencillez que porta el “sentido común” como la herramienta más cercana y eficaz
para que todas las familias pudieran entender esa nueva etapa y transitar,
llegar y permanecer en la naciente Democracia.
Era
el camino que nos señalaban, a todos, desde la TVE y, por ello, lo que todos
esperábamos que sucediera en la práctica, sobre todo los más jóvenes. La
pregunta es: ¿Sucedió ello en realidad?
Cabe
hacerse esa pregunta por varios motivos; el primero porque era obvio que
quienes habían organizado esa cruzada del 36, lo habían conseguido con apoyo
internacional (tanto de democracias como
de las dictaduras entonces imperantes).
(Servicios
Secretos de Inglaterra, pasividad de facto y maltrato a los exiliados por parte
de Francia, apoyo militar de Alemania e Italia) contra el pretendido
comunismo español (irrelevante en ese
momento, pero estimulado por los
propios rebeldes – y sus aliados internacionales - al negarle el derecho de legítima
defensa a la República, obligándola a comprar armamento de la URSS y a la
imposición de sus comisarios políticos. Lo que señalaría la verdadera dimensión
y la multitud de intereses internacionales que convergerían y dando a entender la magnitud de la
planificación de un proyecto de rectificación sobre España que excedería, con
mucho y en mucho, lo previsto por Mola y por los militares impulsados a alzarse),
y que pudiera ser el pretexto para constituir en España no solo un Estado
neutral que garantizara una retaguardia y un paso por el estrecho, sino su
exclusión, definitiva, o por largo tiempo, del concierto internacional (los
únicos comunistas existentes eran los llamados comunistas libertarios –
Anarquistas -, incapaces de hacer una revolución que pudiera triunfar en solitario)
ante la inminente Guerra Mundial que permitiría dirimir el liderazgo real en la
nueva época mundial, simplificando el número de Naciones actoras (toda Europa continental fue excluida del
“nuevo orden” impuesto por los anglosajones – EEUU e Inglaterra – aceptando
como antagonistas a la URSS; la
posición de Francia casi era simbólica) en el concierto internacional,
reduciéndolas, si fuera posible (más
adelante), a una sola nación que señalaría al resto el camino correcto del
progreso mundial. (no era una idea nueva, ya en el pasado, parece ser que
los Reyes Católicos intentaron una acción similar, y también otro rey español
Felipe II buscó el mismo proyecto; la justificación para erigirse como rey
Universal era una muy sencilla: La razón de la Fuerza; el más fuerte tiene la
razón, por el hecho de ser el más fuerte). Si la razón de la fuerza era el
mejor argumento a emplear para resolver discrepancias, las nuevas potencias
usarían de dicho argumento, dispuestas a defender su criterio por medio de
Guerras y conflictos ante cualquier Nación, o coalición de naciones, que la
pusiera en duda. Así nos hemos pasado siglos y siglos; mientras estuvieran las
naciones en la cúspide; la razón sería la de la fuerza, y cuando fueran derrotadas
o desbancadas se apelaría al Glorioso (y añorado) pasado imperial y los
bienes, y dones, que supusieron ese imperio para la sociedad de la época y para
la Humanidad en general.
Y
en segundo lugar, porque fue un Estado que, después de ser “convenientemente”
humillado y pasado por hambre y escasez – también
acordada internacionalmente - fue respaldado formalmente por la mayor y más
poderosa democracia mundial (EEUU) y, consecuentemente, reconocido en
organismos internacionales como la ONU. Por tanto, EEUU, reconocía implícitamente que había
cumplido un papel en su momento (de
interés internacional: Lucha contra el comunismo) y, de facto, su economía
había crecido y desarrollado tanto en el ámbito industrial, como de
comunicaciones, en tecnología, como de servicios (convirtiéndose en un punto de convergencia del turismo – previsto por
EEUU al poco de acabar la Guerra y mostrada esa voluntad en las películas que
promocionaban lo típico de España mediante las grandes estrellas norteamericanas del momento.
El cine se convirtió en una forma de mostrar la “voluntad” de EEUU respecto al
camino económico y político que seguiría, y debería seguir, España). Consecuentemente,
salvo las formas del régimen, todo funcionaba “perfectamente” en España a los
ojos del resto de Estados: Para unos, se otorgaba directamente la razón a
la cruzada (el problema fue la gente, los
obreros, sus deseos de derechos, igualdad y bienestar; y una guerra contra un
Comunismo Internacional – comunismo que hubo de construirse aprisa y corriendo para
adecuarse al guión establecido en el proyecto internacional de restructuración
para España, en el que no cabía la excusa del comunismo Anarquista; habría que
sintonizar con el mismo enemigo previsto para el resto de Europa: El Comunismo
de la URSS, para así poder converger en el futuro con la propia Europa y con la
visión anglosajona). Para otros la causa era el inaceptable carácter
español, capaces de matarse entre ellos antes que buscar soluciones, como hacía
la gente civilizada en sus países (así se conseguía una estigmatización ya no
solo del régimen de Franco, sino de los españoles en general, que parecía una
nueva oportunidad de revancha que no dejarían pasar). La muestra de la oscuridad de ese
carácter español que debiera presidir el pensamiento colectivo occidental se
mostraba en la película “Por
quién doblan las campanas” donde Gary Cooper (haciendo de Inglés), mostraba a la Democracia española (encarnada por Ingrid Bergman, violada y
ultrajada y en manos de oscuros rostros comunistas) y que su sacrificio traería un futuro de esperanza.
Ninguna referencia al nazismo y los efectos causados
en los propios Estados invadidos por ellos (dividiendo
a la sociedad entre colaboracionistas y patriotas) todo ello fue resuelto
eficazmente cuando se restablecieron las democracias (nada se hablaba de los apoyos financieros que recibieron; quienes los
promocionaron; quienes los apoyaron; y porqué fueron vistos con simpatías
haciendo posible la expresión de semejante barbarie). Aún en Inglaterra
existe el secreto oficial respecto a Rudolf Hess y el motivo de su misión.
Mientras
en otros Estados resultaría impensable salir del marco de un Estado con
estructuras democráticas para reconducir los anhelos generados en la clase
trabajadora por el triunfo del comunismo en Rusia (como ocurría con Francia o Inglaterra u Holanda o Bélgica o en los
países nórdicos), en España (como en
Italia o Alemania o Portugal o Grecia) se optan por fórmulas autoritarias y
violentas que no serían soportadas por un marco jurídico democrático y,
consecuentemente, precisan de la caída de la democracia en esos Estados
para instaurarse.
Desde ese punto de vista, podría convenirse que fuera
preciso un aval internacional para derribar una democracia en un Estado
soberano (a manos de unos rebeldes) y
ese aval respondería a un “proyecto de rectificación” que determinaría el
trayecto a seguir por el nuevo régimen y el control de sus posibles o sugeridas
“desviaciones” para que el objetivo inicial (que es lo que avala el “proyecto de rectificación”) se confirme
ante cualquier situación más o menos inesperada. La pregunta sería: ¿Quién
puede avalar una operación de semejante envergadura? (pues un plan de esa envergadura no solo precisa de adhesiones – que
pueden resultar volubles, cambiantes o exigentes en imponer condiciones – sino
de mucho dinero encaminado a “eliminar obstáculos” y fidelizar voluntades).
La respuesta parece obvia; el plan debiera ser
concebido o respaldado desde el interior del propio Estado que desea cambiar su
estructura y la manera de iniciarlo, controlarlo y llegar a su destino es por
medio del dinero (que hace permeable
cualquier voluntad). Si sabemos que en España la financiación del Golpe del
36 la realizó una banca y, además sabemos que el avión que trasladaría a Franco
desde Canarias a África venía de Londres (bajo
el mando y control de espías británicos) y que de no verificarse el
Alzamiento en África, Franco huiría en el propio avión a Londres (mientras su familia se hallaba en el sur de
Francia a la espera del resultado de la sublevación); cabría especular con
que los vínculos de esa banca española con Londres (y probablemente con la City) eran sólidos y suponían la garantía no
sólo del golpe de Estado sino también de la elección del líder adecuado, y
previsto, que por cuyo perfil, (carácter
y ambición) se estuviera seguro de poder “guiar” y “controlar”,
obteniéndose así las garantías de que todos los objetivos (paso a paso) se fueran consiguiendo consecutivamente para que el
“proyecto final” (presuntamente acordado)
se cumpliera en su total integridad (la
propia elección de un joven general para ese proyecto señalaba, por sí mismo,
unos planes con metas y objetivos de varias
décadas - no parecían adecuados para ese fin tan largo ni Sanjurjo (militar ya de edad y republicano), ni
Mola (organizador y director del plan que
deseaba un alzamiento estrictamente militar), ni José Antonio, ni Calvo
Sotelo (por ser todos ellos políticos capaces,
en un momento dado, de llegar a acuerdos propios de políticos).
El elegido para ese
proyecto de rectificación no debería, ni podría, influir para desviarlo, aunque, en un momento dado – inevitablemente
- se percatara de que era una simple
pieza instrumental al servicio de un poder (y un proyecto internacional) mucho
más grande de lo que él mismo pudiera haber imaginado, y probablemente lo
imaginara tempranamente, intentando desvincularse en varias ocasiones. Tal vez
la primera lo fuera en la esperanza de que el Eje ganara la Guerra; de los
posteriores intentos de desvinculación cabrían evidencias en su apoyo a
regímenes comunistas – como el cubano – o de Socialismo real – como el Chileno;
o un rasgo también lo sería si consideráramos a la propia ETA como un
instrumento de los servicios secretos internacionales, todos dependientes de la
superpotencia, y cuyo golpe definitivo a la prolongación de la Dictadura en
España lo diera con el atentado al Presidente del Gobierno Carrero Blanco –
justo un día después del encuentro de este con Kissinger – Kisinger ya dio
muestras de defender expeditivamente los planes y proyectos Norteamericanos
cuando visitó a Aldo Moro y le amenazó, poniéndole como ejemplo lo ocurrido a
Allende, si la Democracia Cristiana intentaba formar gobierno en Italia con el
Partido Comunista Italiano – Aldo Moro, a la postre, acabó asesinado por las
Brigadas Rojas). Es probable que el propio Franco se percatara de esa
dependencia internacional, desde los prolegómenos del Golpe del 36 – y una vez fracasados sus propias previas intentonas de golpe desde el propio Ministerio de la Guerra, en Madrid, junto con Gil Robles -, que los
convenientes y dramáticos sucesos que se iban produciendo – y que caldeaban el ambiente político y social - formarían parte del propio plan para el
Alzamiento; y también que la eliminación de obstáculos – de gran relevancia y peso - que le impedían la movilidad
necesaria para desplazarse a África, se producían en el momento adecuado y oportuno;
señalando una “perfecta organización y sincronización” que, “inexplicablemente”,
no estaba al alcance del propio Gobierno Republicano “detectar” – pese a las notables evidencias -
haciendo posible la inmovilidad del Gobierno Republicano para abortar eficazmente
la rebelión, así como la pasividad de los servicios secretos ante las
evidencias de provocaciones claras (en las que incomprensiblemente se cayeron),
hechos demasiados extraños (y
convenientes para crear un clima propicio al alzamiento, cuyas consecuencias no
se controlaron) y de reuniones evidentes y directamente denunciadas que
eran ignoradas.
Otro requisito que parecía evidente sería que se
mantuviera en secreto el nombre de dicho líder militar para que se dieran las
circunstancias “oportunas” que lo pudieran encumbrar. También es probable que uno
de los requisitos fuera que ese líder, una vez en el poder, desistiera de
cualquier proyecto político propio que pudiera haber concebido para su Estado
– una vez
fracasada la esperanza de que el Eje triunfara, algo que nunca permitiría, en
ese momento histórico, los EEUU, tendría que aceptar, de manera irremediable,
que el destino de su propio país no estaría entre sus manos (salvo el poder de
represión), sino que pertenecería a fuerzas económicas que él no podría
controlar plenamente y de las que dependería para desarrollar económicamente su
propio Estado y mantener íntegras las lealtades, por medio del bienestar, de
quienes le reconocían como Caudillo. Así
que el fracaso del plan de autarquía y el cese del aislamiento internacional –
gracias al reconocimiento de EEUU -, vendría a señalar el fin, definitivo, del
proyecto político/económico franquista
para España. Y a la vez, probablemente, la entrada en escena del partido
comunista en la órbita franquista – hasta entonces en posición de beligerancia,
pasaría a colaborar, de facto, con la estructura franquista, en un papel de
persuasión y contrapeso frente al mensaje Norteamericano – probablemente
pasando información política internacional que vendría a confirmar el proyecto
político/económico que se deseaba que España asumiera (y también, muy
probablemente la estructura política del régimen, jugarían, a partir de ese
momento, un papel de influencia internacional, sin que en el mismo importara ya
tanto la condición política de los otros países, e incluso se optara por
incomodar a quienes imponían su criterio en el ámbito europeo, haciéndonos a
todos rehenes en una potencial confrontación EEUU/URSS).
Si realmente fuera el poder económico internacional quien
hubiera decidido la rectificación de la II República, cabría pensar que el
lugar ideal para este tipo de operaciones sería la City de Londres (lugar donde la opacidad permite la
impermeabilidad e invisibilidad de cualquier rastro que dejara el dinero que
sirve para comprar voluntades). Se podría considerar la herramienta de
control real del devenir de los Estados en momentos puntuales, y cabría pensar
que los objetivos, de la re-conducción, también son económicos (y sobre todo una oportunidad de negocio;
pues se financiaría al que debe de ganar la contienda, que es el que a la
postre debería correr con todos los gastos originados: combustible, operaciones
especiales y secretas, traslados, compras de voluntades… algún material militar)
políticos (garantizar el respeto a los
intereses Británicos en la zona de influencia española) y sociales (controlar los movimientos sociales internos
en España y garantizar estructuras de poder y gestión permeables a los
intereses anglosajones). Así es fácil concebir que Franco solo resultara, a
la postre, una marioneta en manos de una trama interna (que promueve o acepta el Alzamiento y busca la conformidad internacional) y
externa (que impone condiciones y un plan
de rectificación político/social/económico que permitirá la conformidad y el
apoyo internacional) y que nunca le permitiría tener control real sobre la
propia economía y política del Estado, y cuya función, únicamente, fuera
mantener un férreo control de la sociedad, del pueblo, por medio de la
coacción, la intimidación y la violencia. Pues todo lo demás, lo esencial: El
dinero, quedaba en manos del poder económico.
Si recapituláramos, para ajustar esta tesis, podríamos
realizar la siguiente hipótesis:
1)
Se decide reconducir la II República desde el interior
del propio Estado (sin entrar en motivos,
porque para esta hipótesis no resulta esencial entrar en ellos)
2)
Se tiene que mover dinero para comprar voluntades y
conseguir que se den situaciones y hechos que hagan posible esa “reconducción”
y quien lo posee (debe de estar de
acuerdo o ser promotor), según la Historia es una banca española, pero también
es probable que actuara por obligación, porque ello también es posible al ser
los bancos interdependientes de otros extranjeros para operar – de ahí,
probablemente, la importancia que hemos dado a la independencia de nuestros
bancos, pues de ella, y de su buena gestión, depende en alguna medida nuestra
independencia económica, política y social.
3)
El único lugar cercano, en el extranjero, capaz de ser
opaco al control internacional de capitales y al Parlamentario sería la City de
Londres (un Estado dentro del Estado
británico, que se rige así mismo mediante normas de naturaleza medieval).
El requisito es que no se pueda seguir la pista que deja el dinero.
4)
Pero si se contacta con la City para una operación de
esta envergadura es probable que, siendo necesarios sus servicios, o los
detecte, traslade la información a al Gobierno Británico, para que este actúe
según sus propios intereses y ponga las condiciones que considere oportunas a
cualquier proyecto que se diera y que pretenda usar su estructura económica. Tanto
si la iniciativa es interna (de la propia España) o externa (promovido el
Alzamiento desde los intereses económicos internacionales) y siendo Londres
lugar del inicio del mismo (por medio del Dragón Rapide) parecería razonable
que fuera la City quien controlara y centralizara las operaciones económicas
respecto de este asunto internacional.
5)
Conociendo la envergadura de la operación, y estando de
acuerdo (y poniendo sus condiciones),
pone a sus agentes al servicio de la operación para asegurar su buen resultado.
6)
Se desarrollan, y aseguran, todos los actos que deben
dar como resultado que el líder de la sublevación (acordado por las partes) realice su papel.
7)
Se realizan las operaciones políticas precisas para
orillar la II República y hacerla caer en manos de la URSS (campaña de deslegitimación internacional de
la democracia republicana)
8)
Una vez
ganada la Guerra civil, se controla las inclinaciones del nuevo gobernante por
medio de política y dinero (se pagan a
los generales del Estado para asegurar que no entren en guerra a favor del eje)
(y seguramente hay que pagar más que otros que también pudieran hacerlo).
9)
Se asegura que los objetivos de restructuración se
cumplan y el fin del régimen acontezca cuando estuviera previsto.
Hay una cuestión que me viene a la mente en este
punto: ¿Todo eso lo pagarían el Gobierno Británico o el mundo anglosajón? O ¿Le
harían pagar todos esos gastos al propio Estado español? (me parece más real la segunda fórmula, porque precisamente se trata de
dinero - aunque para la historia – y para apuntarse tantos – los británicos
pudieran llegar a decir que corrieron con los sobornos a los generales
españoles). Parece triste, pero también parece propio de cómo hacer
negocios causando conflictos en otros Estados o aprovechándose de los conflictos
en otros Estados.
Si
el objetivo fue controlar al propio pueblo español (y domarlo), y en ello
estuvieran también de acuerdo gobiernos democráticos, cabría pensar que en ello
extraen beneficios particulares (y los beneficios más particulares son los
económicos para sus propios países). De alguna manera pienso que estuvimos
abandonados y que, consecuentemente a los tiempos que se vivieron de posguerra
en Europa, con la guerra fría – donde la seguridad primaba ante las libertades
civiles de los ciudadanos – es probable que las formas de control social (en
alguna manera bendecidas por los EEUU en su apoyo a Franco y luego a la
Democracia española) pudieran subsistir al régimen franquista e incluso ser
consensuadas por algunas élites que se consideran, así mismas, democráticas.
La
fuerza, aun hoy en día, y pese a la visión en contra de la UE, es la razón más
determinante para el ejercicio del Poder y la imposición de un criterio – así
lo viene a mostrar el actual Presidente Norteamericano, cuando es lanzado a la
Presidencia de EEUU para defender la hegemonía Norteamericana y anglosajona
frente a una coalición de lo que podría ser la Unión Europea (la UE) que se
estructura en torno a la idea de la diplomacia, acuerdo, comercio y paz, para
la prosperidad y el desarrollo de los derechos humanos y la preservación del
Medioambiente.
Cabe
pensar que el procedimiento de renunciar y excluir la fuerza bruta para entrar
de pleno en el terreno de la persuasión y del respeto a la Constitución, dentro
de un Estado, y así resolver conflictos, ha podido tener mucha resistencia,
hasta el punto de persistir en nuestros días (o nunca haber dejado de emplearse, incluso llegando a la eliminación
física de alguien considerado un “problema”). En primer lugar
porque un procedimiento “legitimado” durante 40 años de dictadura no se
disuelve, de la noche a la mañana, por medio de una Transición a no ser que se
denuncie la práctica (como estructura real y paralela a la Constitución, y
al funcionamiento normal de los tribunales) de manera clara, visible y
también mediante confesiones de los implicados (que por la naturaleza de
dicha práctica serían personas de condiciones y profesiones muy transversales).
Al haberse constituido la Democracia no desde la ruptura con el anterior
régimen (que hubiera sido casi imposible tarea) sino desde el proceso de
“transformación” del Estado (de unos valores por otros democráticos, en un
proceso de constante oposición, modulación y re-interpretación de esos mismos
derechos) cabe suponer que la estructura de “control social”, visible y
apreciable en el franquismo, pudo quedar intacta e incluso aceptada por
personalidades de gran relevancia social y política bajo la idea de una forma
de “control social”, en último extremo, eficaz (pero luego, instrumento suficientemente discreto
como para pasar desapercibido a una investigación judicial o a la denuncia en
los juzgados por alguien que hubiera sospechado o vivido esas prácticas en sí
mismo a en algún familiar o conocido cercano). Ello no significaría
que no haya seguido siendo percibida dicha práctica por la sociedad, incluso
extenderse a otros ámbitos (institutos, Universidades…) para actuar
rápida y eficazmente sobre los jóvenes (incluso es probable que simples
profesores hayan utilizado servicios externos al Estado para intimidar
actitudes que consideran que cuestionan su autoridad en el ejercicio de su
función – sin entrar, previamente a valorar si esa función profesional que
tiene encomendada por la sociedad es ejercida adecuadamente y puesta siempre al
día, porque en ocasiones la deficiente preparación docente motiva protestas de
estudiantes; en ese caso estaríamos en contra del avance social que representa
la juventud, y valorarían, los que así proceden, mucho más la obediencia plena
y la sumisión que la oportunidad de progreso y realización integral de los
jóvenes). Ello, de darse, no solo ocurriría en el ámbito de la formación,
sino también en el ámbito social, cuando deficientes estructuras sociales
– no actualizadas o porque sus responsables han caído en el desánimo,
la rutina o la frustración o el prejuicio profesional – no respondiera
a las expectativas que el sector social correspondiente espera de ellos, por
falta o pérdida de vocación de los profesionales encargados de mantener esas
estructuras y la eficacia y eficiencia que prometieron cumplir a la sociedad.
Así
pues, podríamos concebir que decisiones que se toman de gran alcance, que
involucran un proyecto de gran interés estratégico, se pudieran poner en marcha
sistemas de “control social” con la finalidad de disuadir a aquellos que,
ocasionalmente, lideran grupos sociales que se sienten perjudicados - o
quienes así se constituyan de manera sobrevenida - que se oponen a
estos proyectos, fallos, errores, inoperancia, incompetencia,… con razones
suficientes como para entrar en un debate a fondo y con garantías para la
sociedad que permitieran corregir procedimientos o déficits que perjudican (y
todo esto fuera observado como un coste de oportunidad, o un asunto
inconveniente de abordar o que desbordaría la credibilidad del sistema
democrático si se llegara hasta el fondo de ello y, por tanto, sentir la
autoridad un perjuicio irreparable para sí misma); y estos sistemas de “control
social” tuvieran la misión y el objetivo de coaccionar (eficazmente) de
manera singular, informal y anónima a estas personas (sustituyendo así, las
prácticas normales y pacíficas propias de la democracia) e incluso ir más
allá si fuera preciso y si se tuviera, por ello, el mandato o acuerdo de la
autoridad pertinente (política/y de
seguridad) que respalda dicha acción.
También
cabe suponer que, en momentos puntuales, al igual que una autoridad de
cualquier naturaleza pudiera apelar a estructuras formales o informales para
preservar sus criterios profesionales de cualquier crítica, pudiera aparecer
autoridades formales (y reconocidas como tales por la propia sociedad)
que consideraran que una persona determinada no tiene el perfil adecuado (a
juicio de esa autoridad) para desempeñar una función determinada al
Servicio del Estado y, consecuentemente, pusiera en marcha, con medios propios
del Estado (que debieran estar bajo supervisión y control democrático)
sistemas de control social (informal e ilegal) sobre esa persona en
concreto; presumiendo, entonces, que una autoridad política es permeable (como
filtro indispensable) para ejercer dicho control social y,
consiguientemente, la maquinaria destinada a ello se ponga en marcha y actúe
bajo una cobertura que (aunque le llevara, por ordenes, a la muerte social
y/o eliminación de dicha persona) estaría siempre a salvo de cualquier
investigación “oficial”, ya que si subsistiera esa red paralela también
subsistirían los argumentos y declaraciones destinadas a “enterrar” cualquier
sospecha o evidencia que se hubiera producido esa acción, con el fin de que las mismas no
llegaran a los tribunales o lo hiciera de manera tan débil como poco creíble (como
también sabemos que los tribunales están formados por personas, y la condición
humana es un requisito que nos hace subsidiarios a todos los humanos, nadie
dentro de un Estado, así confirmado en la dictadura, se atrevería, en ningún
puesto de la Administración del Estado, en su sano juicio, ir en contra de las
“recomendaciones” recibidas de ignorar tal o cual circunstancia, so pena de sufrir
las mismas consecuencias del “control social” que se pretendieran poner en
evidencia y sacar a la luz pública por medio de una sentencia o Fallo).
Así
pues, sería inútil apelar a denunciar semejantes prácticas en los juzgados, de
la misma manera que en su día, aunque hubiera testimonios de cómo en algunas
comisarías de la dictadura se tiraban detenidos por las ventanas, difícilmente
un juez se atreviera a denunciar esa “practica” como asesinato o intento de tal
hecho por parte de funcionarios policiales, y se pudiera pasar con facilidad
por el testimonio oficial de caída voluntaria o accidente – que por
otro lado era lo más probable que quedara reflejado y plasmado como verdad
oficial, según testimonios de reportajes de aquella época.
Realmente
cuesta mucho considerar que, en un Estado Democrático, estas prácticas
sobrevivieran sin ser denunciadas o desarticuladas, pero cabe señalar que
existen, en este sentido, ejemplos muy variados que evidencian que ello, al
menos, existió en el pasado en democracias. Un ejemplo de ello es la
aparentemente poco
democrática solución dada a la banda Baader-Meinhof (presentado como suicidio
colectivo). Y Borges señalaba, en su país, Argentina, que los peronistas no
eran ni buenos, ni malos, sino que – simplemente – tenían la tendencia
de solucionar todo a tiros. Es decir, Borges daría a entender que contempla que
la vida política de una nación precisa de abordar problemas y conflicto de
intereses de gran calado – por ello se precisa de grandes recursos y
capacidades para poder hablar, reconocer al otro, valorar la situación y llegar
a un acuerdo o una resolución “correctora” – pues siempre hay cuestiones que no
son fáciles de sacar a la luz y que hay que gestionar buscando una solución
dentro de la no violencia y que pueda ser fiscalizada por la justicia bajo
parámetros honestos, dentro de la Constitución; porque eso es lo que llamamos
democracia. Pero según parece señalar Borges, los peronistas tenían
tendencia a resolver esos conflictos, a la primera dificultad, directamente a
tiros.
Igual situación se daba en Francia
cuando a los ecologistas se les veía como temibles adversarios por señalar el
vertido de bidones radiactivos al mar, o por vertidos de petróleo, o porque
luchaban contra la caza indiscriminada de ballenas, y Mitterrand permitió que
los servicios secretos franceses explosionaran un barco de Green Pace (como
recuerda recientemente un artículo de El País) como un acto de terrorismo
de Estado.
Aunque estas prácticas no se visualicen
y “oficialmente” han cedido (sin que haya
culpables por ningún lado de semejantes crímenes) cabe preguntarse si
nuestro Estado ha desmontado realmente esa red paralela de coacción a los
ciudadanos; porque la idea de no incomodar a la autoridad parece seguir
orbitando como línea roja para algunas autoridades que se sienten así
desbordadas (sobre todo sobre liderazgos estudiantiles, no organizados
políticamente, sino bajo la inspiración de la Constitución, o del simple
sentido común de alumnos reclamando “nivel” adecuado a sus profesores, no
siempre motivados o actualizados; o cuando gusta un “proyecto” realizado y
registrado por un particular y desean apropiárselo la élite de la propia
ciudad….étc. étc. y étc.) y saber si colaboran en esa coacción social
elementos de organizaciones políticas legalizadas y, sobre todo, si se sigue
autorizando llegar a la “eliminación” del “problema” por medio de consenso
entre un alto representante político de una ciudad dada y el técnico de
seguridad de la misma.
La cuestión también implica a la propia
Autoridad y cómo se considera y se percibe a sí misma, cuando ejerce sus
prerrogativas, y si está dispuesta a ser cuestionada o simplemente impone su
criterio técnico y, si esta, realmente, se circunscriben a los parámetros
constitucionales o los excede, "per se", como propio rasgo que imprime carácter
personal al ejercicio de su autoridad y,
además, se opone a cualquier honesto control jurisdiccional – porque,
obviamente, nada ha infringido la víctima – teniendo, como autoridad (y según de la naturaleza que sea esta
autoridad) medios materiales, técnicos y sociales como para realizar un
“control social” sobre su víctima de manera impune y “opaca” e “invisible” a
los órganos de control jurisdiccional (como
ocurriría en el franquismo, al existir colaboración inter-sectorial e inter-Administraciones, para invisibilizar un crimen; al menos dentro del propio
Estado que así se concibe como “legítimo” en la utilización de estas “herramientas”
extremas que implican, inevitablemente, cierto grado de “complicidad” en
algunos ámbitos o elementos de la Administración del Estado).
Es difícil concebir que de existir
personajes que así actúan puedan definirse como demócratas (ni ellos, ni el
Estado al que pertenecen), o puedan representar a la democracia u ostentar
cargos en una democracia. Sin embargo, el mayo del 68 señaló una ruptura clara
con procedimientos de esta naturaleza en Europa y en EEUU, por parte de la
juventud que buscó, ante la evidencia de que en los Estados que se consideraban
democráticos subsistían prejuicios que se oponían al ejercicio de las
libertades propias de las personas (y,
consiguientemente, a su realización personal y, por tanto, a dar lo mejor de sí
a la propia sociedad). Alternativas tan sorprendentes como la vía del
pacifismo y ecologismo (como mejor manera de señalar que esos adultos, que
ejercían el poder y decían ser los depositarios de los verdaderos valores del
Estado y del bien hacer (y de la perfección), eran sumisos al más puro
materialismo – poder, dinero, intereses personales… - y que esa era
su verdadera moral frente a un mundo lleno de conflictos bélicos, dispuestos a
sacrificar a sus jóvenes en cualquier frente de guerra y que, además, lo estaba
convertido en un inmenso estercolero – mientras se llenaban los bolsillos de
dinero – y a la vez, se sospechaba, ejercían un terrorismo de Estado, bajo el
amparo de unas formas democráticas que no resistían la más mínima prueba del
algodón). La violencia empleada por la policía
Norteamericana para disolver
manifestaciones de estudiantes pacifistas, disparando armas de fuego, señalaba
que existían una gran distancia entre lo que los estudiantes y las autoridades consideraban
como democracia.
Lamentablemente podríamos verificar que
ciertas prácticas, ciertas ambiciones y ciertos prejuicios han subsistido
cuando la generación del 68 alcanzó el poder. Parece ser que el mensaje del Power
Flower sólo les hubiera servido, a algunos, de pedigrí pasajero, porque al
entrar en responsabilidades reales parece que acabaron por emular lo ya
conocido (en vez de pugnar por
transformar la parte indeseable que subsistiera de la dictadura o de formas de
gestionar la sociedad que ninguneaba derechos democráticos reconocidos a la
gente, se pasaron al bando de los que se expresan por medio de la violencia, la
coacción e incluso, tal vez, el crimen “opaco”).
Es algo no descartable del todo, sobre
todo porque nuestra historia, no tan lejana, aún está en la memoria. Hay
quienes siguen apostando, desde el ejercicio de la docencia, por educar a sus
hijos a base de palizas – mientras el entorno educativo silenciaba las evidentes
prácticas del colega. Parece señalarse así que el concepto de Autoridad en
España, capaz de saltarse las leyes más elementales de respeto a las personas y
a los niños, se han seguido infringiendo. Cabría pensarse que para qué y con qué
objeto y función se saltan dichas normas de protección a los menores y solo me
acude una respuesta lógica: Sigue existiendo esa “sistema de control social”
extrajudicial y al margen de la Constitución y de los controles
jurisdiccionales propios de una democracia. Y quien así se comporta con sus
hijos, sería porque aprendió la existencia de dicho “sistema de control social”
en propias carnes y en vez de denunciarlo lo asumió como propio y lo empleara
sobre sus hijos o sobre quienes le pareciera oportuno en razón de los medios y
herramientas que en el ejercicio de su función tiene a su disposición o
alcance.
(ahora hay quien reclama franquismo;
tal vez no sepan de verdad lo que creen que recuperarían; otros, que tal vez
los animen, probablemente sí lo sabrían: legalizar plenamente prácticas como
las descritas y poderlas ejercitar a plena luz del día, administradas a
criterio particular de los “reyezuelos” puestos en cada pueblo o ciudad o cargo
de España).
¡¡¡Lo que podría volver a dar de sí una
partida de Mus, de Guiñote o de Dominó en cualquier pueblo o ciudad de
España!!!.
(Aunque también reconozco que
cuando se decidiera emplear métodos expeditivos, como pudiera suceder en la democracia, solamente entre dos (en petite comité) ,
bastara con unos whiskys con hielo; que resulta más europeo, más moderno y
sobre todo aparentemente más civilizado).
En este hipotético marco social, no
sería de extrañar que la transición resultara modélica, pues en lo esencial (las
formas y maneras del control social) habrían persistido en la democracia,
garantizado, de paso, la inmunidad de quienes entonces las llevaron a cabo y
que, ya con la Constitución en vigor, se pudieron encargar de perpetuarlas.
Toda una garantía para el franquismo y los franquistas.
También cabría alzar la voz en Europa y preguntar por ahí si este sistema de "control social" es aceptado en nuestros países del entorno europeo o tan solo, ya, en España.
Una ejecución extrajudicial o extralegal es, según el derecho internacional humanitario, un caso de violación a los derechos humanos que consiste en el homicidio de manera deliberada de una persona por parte de un servidor público que se apoya en la potestad de un Estado para justificar el crimen, sin pasar por ningún proceso judicial. Pertenece al género de los delitos contra personas y bienes protegidos por el derecho internacional humanitario.1
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