Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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viernes, 17 de enero de 2020

España, un país de casos mediáticos con los que ocultar una inacción cotidiana.


(Dos por el precio de Uno: Caso Resuleto).

Tendría que resultar obvio que cuando una persona pide apoyo y “auxilio” se fuera hasta el fondo de la situación que está padeciendo, los motivos, las causas, las circunstancias, las trayectorias, el entorno, la evolución, las situaciones de reiteración que no le permiten impulsarse hacia adelante… porque todos tenemos un instinto de supervivencia que nos hace movernos inconscientemente para buscar nuevos caminos o nuevas situaciones con las que solucionar los entibos, obstáculos, obstrucciones, dificultades, impedimentos a la definitiva que no permiten avanzar por una senda personal que , si hemos iniciado, no lo hemos hecho por motivos caprichosos sino porque hemos visto la necesidad de avanzar por esa senda por algún motivo que, aunque pudiera ser en alguna medida inconsciente, nos ha impulsado a iniciarlo para resolver situaciones que nos resultan necesarias de abordar para seguir adelante con nuestras vidas personales. Por lo general, parece ser, que cuando una persona encontrara cierto tipo de esos obstáculos y al abordarlos se comprometiera su integridad (por cualquier motivo, porque a veces los Estados se conciben de tal manera que no permiten avanzar por una senda o la obstaculizan o la bloquean por mucho que exista una necesidad de abordarla por una parte de la población, pero que resultara inapropiada, que no injusta, a ojos de las “eminencias” que nos gobiernan, por ese consabido principio inamovible que se suele expresar con la frase “ahora eso no toca”, aunque en ocasiones cause ello mucho sufrimiento, porque se entienden mejor avanzar por la línea de otras prioridades que salen más rentables políticamente amparando a otro grupo social) se busca una excusa, la que mejor convenga, para que quienes tienen o tuvieran el deber y la función social de actuar – porque su profesión o juramentos profesionales les debiera obligar como compromiso adquirido con la sociedad a la que pertenecen; compromiso del que supieron en su momento de aprendizaje en Universidades que no iba a ser un camino de rosas; que aunque por mucho que algunos o todos, mientras estudiaban los principios morales y éticos que rodearían la especialización que iniciaban y que supone un motor que apela a la conciencia para que esta movilice los recursos y dones personales para ponerlos al servicio de la sociedad a través de su profesión (de la que además deberán vivir de ella y sustentarse de ella y de ella obtener su propio bienestar social y de las familias que constituyan)  saben que, por encima de todos los conocimientos y habilidades aprendidas en el trayecto de su formación, de que por encima del todo el esfuerzo personal realizado en horas de estudio y de exámenes, de que por encima de trabajos  y colaboraciones  realizadas para adquirir mejores perspectivas y con ello experiencia en el ejercicio de su profesión (esencial para la sociedad porque así se ha concebido); por encima de todo ello, si no existe luego el valor necesario, valor de naturaleza personal que debe habitar en la persona que ha de ejercer esa profesión, valor que emana, expresa y concreta nuestra capacidad de sacrificio personal para poner en juego todas las capacidades y recursos personales (a veces insospechados, porque a veces acude en la ayuda la intuición positiva y reveladora, esa que no se aprende en la Universidad y que depende del enfoque del entorno profesional o social que nos rodea o de la propia lucha personal establecida para seguir con nuestras vidas personales hacia adelante en busca de una salida – exit, éxito – que se convertiría no solo en nuestra, sino incluso, de la propia sociedad que nos rodea, porque nos convertimos así, por medio de nuestro valor, en un punto de garantía y de esperanza para que las personas comunes hagan realidad derechos que de otra manera serían pisoteados o ninguneados por fuerzas y estructuras más poderosas que todos nosotros juntos, a los que solo nos quedaría el recurso de la queja pública – como la que se muestra con este blog y que no es por capricho), más allá de todo lo aprendido, a la hora de la verdad, a la hora de ejercer la función con la que se han comprometido están, exclusivamente, solos ante ellos mismos, puesto que solos y ante ellos deben de tomar una decisión cuando llega el momento del compromiso ante el reto de un caso o asunto; solos antes sus conciencias decidiendo, por primera o segunda o cuarta vez o de una vez para siempre, si han de comprometer ese saber adquirido y ese conocimiento y experiencia al servicio de la persona o personas que se situaron frente a ellos pidiendo apoyo (y que salvo ciertas circunstancias de protección, recibirán por ello una remuneración); y parece inevitable que se pregunten si esa remuneración merece la pena del compromiso y la implicación que ello supondría porque en algunos casos, en algunos casos flagrantes, hacer frente con un caso supone poner en juego el espacio de confort personal (y el confort personal implica no solo el bienestar propio, porque si este se comprometiera demasiado se sabe que la lucha tendrá que sostenerse también en otros frentes y tal vez de manera indefinida, hasta que alguien dijera basta, era correcto y nos han convencido a todos; le reconocemos como mérito y le encumbramos por él, pues con ese compromiso en un caso difícil y complejo, ha abierto una nueva puerta a la esperanza de todos; y cada vez que se abre una puerta a la esperanza de todos, en cualquier rama profesional que está al servicio de la sociedad por medio de conocimientos muy especializados y restringidos a profesionales especialmente cualificados hasta el punto de considerarse una facultad específica y no asumible por nadie más, se abre el espacio de libertad común del que todos participamos; y por lo tanto la libertad se amplia para todos nosotros). Pero cuando es el espacio de confort el que se pone a juego para defender “un caso más”, y tal vez después de reconocimientos y éxitos que han otorgado un estatus profesional suficientemente confortable,  o cuando se está en busca de ello mismo siguiendo el paso diario y a veces rutinario de colegas de profesión, entonces se pueden cuestionar si merece la pena jugarse lo conseguido o el plan iniciado que se sabe que dará frutos o al menos conservará nuestras expectativas. Ahí es donde se pone a prueba los principios éticos y morales de la propia profesión y especialidad. Y ahí es donde se debería recordar una y otra vez que las profesiones y facultades que se ejercen se hacen y realizan son otorgadas por el Jefe del Estado – así consta en los títulos que se dispensan – y ese Jefe del Estado lo está al servicio de la Democracia y la Democracia es el espacio que hemos creado para explorar y avanzar por el camino que permiten ejercer las libertades personales entendidas como derechos que nos permitirán a todos tener la oportunidad de realizarnos como personas plenamente para poner, nuestra persona, al servicio nuevamente del entorno social en un camino sin fin, a un destino desconocido; y por ello, porque el final del camino es desconocido, lo que importa solo es el propio camino que entre todos recorremos cada día. Y verificar a cada momento si en cada acto que se realiza por esos profesionales aludidos se está o no pendiente de honrar los juramentos de manera positiva, aunque en ello se comprometa el aparente espacio de confort, o simplemente se realizará una nueva teatralización – casi aprendida de memoria – como recurso profesional que permita habilitar una bifurcación que frustre cualquier esperanza concebida a tenor de esa imagen que todos esos mismos profesionales imprimen en el entorno social (semejando propaganda encubierta o explícita) como sello de su propia garantía profesional. Y que al definitiva solo remitiera a casos verdaderamente mediáticos, y que se rentabilizan con eficacia. O se está al servicio de lo que realmente esperamos y otorgamos en reconocimiento a las capacidades y facultades otorgadas, y del espíritu en que fueron concebidas por los propios profesionales en un principio o del espacio de confort. Esa es la realidad. El valor es Valor y valores. Por ello el sentido vocacional es el que se busca, porque apela a los valores, porque son con esos valores con los que se ha de identificar el profesional para ejercer su profesión; porque solo ahí se encuentra el verdadero Valor cuando por lo que se pelea se hace por Principios y en el propio desarrollo de la pelea se "ve" la naturaleza de esos "principios" pues ahí se manifiestan con claridad (por Amor al sentido que otorga a nuestras vidas el ejercicio de la profesión y ello resulta un hecho transversal que otorga y da el verdadero sentido a las vidas y a las sociedades: lo demás son excusas). Si lo que se va mostrando es sufrimiento de inocentes, por muchas excusas que se exhiban ni hay Valores, ni Valor, ni Democracia; solo una defensa de espacios de confort personales. Esa podría ser la verdadera vergüenza de este país.

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