(Dos por el precio de Uno: Caso
Resuleto).
Tendría que resultar
obvio que cuando una persona pide apoyo y “auxilio” se fuera hasta el fondo de
la situación que está padeciendo, los motivos, las causas, las circunstancias,
las trayectorias, el entorno, la evolución, las situaciones de reiteración que
no le permiten impulsarse hacia adelante… porque todos tenemos un instinto de
supervivencia que nos hace movernos inconscientemente para buscar nuevos
caminos o nuevas situaciones con las que solucionar los entibos, obstáculos,
obstrucciones, dificultades, impedimentos a la definitiva que no permiten
avanzar por una senda personal que , si hemos iniciado, no lo hemos hecho por
motivos caprichosos sino porque hemos visto la necesidad de avanzar por esa
senda por algún motivo que, aunque pudiera ser en alguna medida inconsciente,
nos ha impulsado a iniciarlo para resolver situaciones que nos resultan
necesarias de abordar para seguir adelante con nuestras vidas personales. Por lo
general, parece ser, que cuando una persona encontrara cierto tipo de esos
obstáculos y al abordarlos se comprometiera su integridad (por cualquier motivo, porque a veces los Estados se conciben de tal
manera que no permiten avanzar por una senda o la obstaculizan o la bloquean
por mucho que exista una necesidad de abordarla por una parte de la población,
pero que resultara inapropiada, que no injusta, a ojos de las “eminencias” que
nos gobiernan, por ese consabido principio inamovible que se suele expresar con
la frase “ahora eso no toca”, aunque en ocasiones cause ello mucho sufrimiento,
porque se entienden mejor avanzar por la línea de otras prioridades que salen más
rentables políticamente amparando a otro grupo social) se busca una excusa,
la que mejor convenga, para que quienes tienen o tuvieran el deber y la función
social de actuar – porque su profesión o juramentos profesionales les debiera
obligar como compromiso adquirido con la sociedad a la que pertenecen;
compromiso del que supieron en su momento de aprendizaje en Universidades que
no iba a ser un camino de rosas; que aunque por mucho que algunos o todos,
mientras estudiaban los principios morales y éticos que rodearían la
especialización que iniciaban y que supone un motor que apela a la conciencia
para que esta movilice los recursos y dones personales para ponerlos al
servicio de la sociedad a través de su profesión (de la que además deberán vivir de ella y sustentarse de ella y de ella
obtener su propio bienestar social y de las familias que constituyan) saben que, por encima de todos los
conocimientos y habilidades aprendidas en el trayecto de su formación, de que
por encima del todo el esfuerzo personal realizado en horas de estudio y de
exámenes, de que por encima de trabajos y colaboraciones realizadas para adquirir mejores perspectivas
y con ello experiencia en el ejercicio de su profesión (esencial para la sociedad porque así se ha concebido); por encima
de todo ello, si no existe luego el valor necesario, valor de naturaleza
personal que debe habitar en la persona que ha de ejercer esa profesión, valor
que emana, expresa y concreta nuestra capacidad de sacrificio personal para
poner en juego todas las capacidades y recursos personales (a veces insospechados, porque a veces acude
en la ayuda la intuición positiva y reveladora, esa que no se aprende en la Universidad
y que depende del enfoque del entorno profesional o social que nos rodea o de
la propia lucha personal establecida para seguir con nuestras vidas personales
hacia adelante en busca de una salida – exit, éxito – que se convertiría no
solo en nuestra, sino incluso, de la propia sociedad que nos rodea, porque nos
convertimos así, por medio de nuestro valor, en un punto de garantía y de
esperanza para que las personas comunes hagan realidad derechos que de otra
manera serían pisoteados o ninguneados por fuerzas y estructuras más poderosas
que todos nosotros juntos, a los que solo nos quedaría el recurso de la queja
pública – como la que se muestra con este blog y que no es por capricho),
más allá de todo lo aprendido, a la hora de la verdad, a la hora de ejercer la
función con la que se han comprometido están, exclusivamente, solos ante ellos
mismos, puesto que solos y ante ellos deben de tomar una decisión cuando llega
el momento del compromiso ante el reto de un caso o asunto; solos antes sus
conciencias decidiendo, por primera o segunda o cuarta vez o de una vez para
siempre, si han de comprometer ese saber adquirido y ese conocimiento y
experiencia al servicio de la persona o personas que se situaron frente a ellos
pidiendo apoyo (y que salvo ciertas
circunstancias de protección, recibirán por ello una remuneración); y
parece inevitable que se pregunten si esa remuneración merece la pena del
compromiso y la implicación que ello supondría porque en algunos casos, en
algunos casos flagrantes, hacer frente con un caso supone poner en juego el
espacio de confort personal (y el confort
personal implica no solo el bienestar propio, porque si este se comprometiera
demasiado se sabe que la lucha tendrá que sostenerse también en otros frentes y
tal vez de manera indefinida, hasta que alguien dijera basta, era correcto y
nos han convencido a todos; le reconocemos como mérito y le encumbramos por él, pues con ese compromiso en un caso difícil y complejo, ha abierto una nueva
puerta a la esperanza de todos; y cada vez que se abre una puerta a la
esperanza de todos, en cualquier rama profesional que está al servicio de la
sociedad por medio de conocimientos muy especializados y restringidos a
profesionales especialmente cualificados hasta el punto de considerarse una
facultad específica y no asumible por nadie más, se abre el espacio de libertad
común del que todos participamos; y por lo tanto la libertad se amplia para
todos nosotros). Pero cuando es el espacio de confort el que se pone a
juego para defender “un caso más”, y tal vez después de reconocimientos y
éxitos que han otorgado un estatus profesional suficientemente confortable, o cuando se está en busca de ello mismo
siguiendo el paso diario y a veces rutinario de colegas de profesión, entonces
se pueden cuestionar si merece la pena jugarse lo conseguido o el plan iniciado
que se sabe que dará frutos o al menos conservará nuestras expectativas. Ahí es
donde se pone a prueba los principios éticos y morales de la propia profesión y
especialidad. Y ahí es donde se debería recordar una y otra vez que las profesiones
y facultades que se ejercen se hacen y realizan son otorgadas por el Jefe del
Estado – así consta en los títulos que se
dispensan – y ese Jefe del Estado lo está al servicio de la Democracia y la
Democracia es el espacio que hemos creado para explorar y avanzar por el camino
que permiten ejercer las libertades personales entendidas como derechos que nos
permitirán a todos tener la oportunidad de realizarnos como personas plenamente
para poner, nuestra persona, al servicio nuevamente del entorno social en un
camino sin fin, a un destino desconocido; y por ello, porque el final del
camino es desconocido, lo que importa solo es el propio camino que entre todos
recorremos cada día. Y verificar a cada momento si en cada acto que se realiza
por esos profesionales aludidos se está o no pendiente de honrar los juramentos
de manera positiva, aunque en ello se comprometa el aparente espacio de
confort, o simplemente se realizará una nueva teatralización – casi aprendida de memoria – como recurso
profesional que permita habilitar una bifurcación que frustre cualquier esperanza
concebida a tenor de esa imagen que todos esos mismos profesionales imprimen en
el entorno social (semejando propaganda
encubierta o explícita) como sello de su propia garantía profesional. Y que
al definitiva solo remitiera a casos verdaderamente mediáticos, y que se
rentabilizan con eficacia. O se está al servicio de lo que realmente esperamos y
otorgamos en reconocimiento a las capacidades y facultades otorgadas, y del
espíritu en que fueron concebidas por los propios profesionales en un principio
o del espacio de confort. Esa es la realidad. El valor es Valor y valores. Por ello
el sentido vocacional es el que se busca, porque apela a los valores, porque son
con esos valores con los que se ha de identificar el profesional para ejercer
su profesión; porque solo ahí se encuentra el verdadero Valor cuando por lo que
se pelea se hace por Principios y en el propio desarrollo de la pelea se "ve" la naturaleza de esos "principios" pues ahí se manifiestan con claridad (por Amor
al sentido que otorga a nuestras vidas el ejercicio de la profesión y ello
resulta un hecho transversal que otorga y da el verdadero sentido a las vidas y
a las sociedades: lo demás son excusas). Si lo que se va mostrando es sufrimiento de inocentes, por muchas excusas que se exhiban ni hay Valores, ni Valor, ni Democracia; solo una defensa de espacios de confort personales. Esa podría ser la verdadera vergüenza de este país.
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