Tal vez se piense que el derecho
que se adquiere sobre alguien ingenuo y bueno de corazón permite, cuando esa
bondad preocupada se fija en personas que ama y quiere (hasta el punto de
renunciar a sí mismo) que se tiene un dominio que se puede utilizar cuando se
quiera y como se quiera (como un
instrumento más al servicio de algo propio: sea un rencor nunca
sepultado, una inconformalidad nunca satisfecha, un desquerer la vida sin poder
darle un verdadero sentido, una verdadera sequedad en alma nunca reconfortada
de verdad, un tener poder que no suele ni puede llorar por amor, una fortaleza
que no encuentra qué proteger de verdad… o tal vez no, todo solo sea darse
muestra del propio poder y exhibirlo ante su propia persona como quien muestra
que eso es lo único esencial en la vida que se vive. Ahí no hay reglas; ahí no
existe el Derecho; ahí no existe la visión de más mundo mejor que el que ya la
persona vive a través de su voluntad cundo es amplia y extensa; ahí no hay más justicia que la propia; ahí parece
que no existe ni Dios ni Tao, aunque se nombren, solo deseo, objetivo y
determinación carente de nada que no sea “yo soy yo” y nada hay más.
Y si fuera así, y se llegara a las
últimas consecuencias con esa persona ingenua y de buen corazón, que fue el
oyente más sincero, el que más se alegró por esa persona, quien siempre la
defendió, quien fue receptor de sus más espontáneas reflexiones; quien siempre
(a pesar de ser tratado coz a coz) estuvo ahí devolviendo amor y comprensión;
quien siempre pensó en ella; quien fue depositario de todos y cada uno de sus
gestos (escudriñando alegría o tristeza, enfado o humor); quien aceptó todos y
cada uno de los reproches, a la definitiva, porque no puede no estar; si al final
se la llevara a ese extremo, como pensado para venganza de doble filo, al final
la pena, la añoranza y será principio de la mayor y más íntimas de las
soledades nunca concebidas de quienes así han venido a tratar a la persona, de
corazón de niño, que siempre amó.
Dicen que para el sabio las
personas son como perros de paja; pero estoy seguro de alguna manera que para las
personas quienes nunca supieron amar (tal vez porque nunca fue amadas cuando lo
precisaron) nunca supieron reconocer, de verdad, cuando eran amadas, ni con qué
intensidad, ni con qué profundidad, simplemente porque no permiten que el amor
les penetre (tal vez por temor a ser transformadas en “débiles”); pero si viven
30, 35 o 45 años más será la soledad de echar de menos a quien tanto despreció,
vejó y humilló por ser un débil amador y pendiente de su persona. El último
juicio se halla en el que realiza el corazón y si se perdió por el camino qué
amor y de quien, qué lágrimas y de quien serán derramadas… hay que preguntárselo
siempre antes de retar al destino, cuando la fuerza de la voluntad solo se encamina hacia cumplir deseos sobre
libertades de otros.
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