Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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jueves, 16 de enero de 2020

retar al destino, imponiendo crueldad sobre el Amor, tarde o temprano: Mal negocio


Tal vez se piense que el derecho que se adquiere sobre alguien ingenuo y bueno de corazón permite, cuando esa bondad preocupada se fija en personas que ama y quiere (hasta el punto de renunciar a sí mismo) que se tiene un dominio que se puede utilizar cuando se quiera y como se quiera (como un  instrumento más al servicio de algo propio: sea un rencor nunca sepultado, una inconformalidad nunca satisfecha, un desquerer la vida sin poder darle un verdadero sentido, una verdadera sequedad en alma nunca reconfortada de verdad, un tener poder que no suele ni puede llorar por amor, una fortaleza que no encuentra qué proteger de verdad… o tal vez no, todo solo sea darse muestra del propio poder y exhibirlo ante su propia persona como quien muestra que eso es lo único esencial en la vida que se vive. Ahí no hay reglas; ahí no existe el Derecho; ahí no existe la visión de más mundo mejor que el que ya la persona vive a través de su voluntad cundo es amplia y extensa;  ahí no hay más justicia que la propia; ahí parece que no existe ni Dios ni Tao, aunque se nombren, solo deseo, objetivo y determinación carente de nada que no sea “yo soy yo” y nada hay más.
Y si fuera así, y se llegara a las últimas consecuencias con esa persona ingenua y de buen corazón, que fue el oyente más sincero, el que más se alegró por esa persona, quien siempre la defendió, quien fue receptor de sus más espontáneas reflexiones; quien siempre (a pesar de ser tratado coz a coz) estuvo ahí devolviendo amor y comprensión; quien siempre pensó en ella; quien fue depositario de todos y cada uno de sus gestos (escudriñando alegría o tristeza, enfado o humor); quien aceptó todos y cada uno de los reproches, a la definitiva, porque no puede no estar; si al final se la llevara a ese extremo, como pensado para venganza de doble filo, al final la pena, la añoranza y será principio de la mayor y más íntimas de las soledades nunca concebidas de quienes así han venido a tratar a la persona, de corazón de niño, que siempre amó.
Dicen que para el sabio las personas son como perros de paja; pero estoy seguro de alguna manera que para las personas quienes nunca supieron amar (tal vez porque nunca fue amadas cuando lo precisaron) nunca supieron reconocer, de verdad, cuando eran amadas, ni con qué intensidad, ni con qué profundidad, simplemente porque no permiten que el amor les penetre (tal vez por temor a ser transformadas en “débiles”); pero si viven 30, 35 o 45 años más será la soledad de echar de menos a quien tanto despreció, vejó y humilló por ser un débil amador y pendiente de su persona. El último juicio se halla en el que realiza el corazón y si se perdió por el camino qué amor y de quien, qué lágrimas y de quien serán derramadas… hay que preguntárselo siempre antes de retar al destino, cuando  la fuerza de la voluntad  solo se encamina hacia cumplir deseos sobre libertades de otros.


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