Ya hace unos años, cuando empezó la prohibición de fumar en los centros de trabajo, las personas fumadoras tomaron varios caminos diferentes; unos intentaron dejar de fumar, otros lo lograron, otros salían a los espacios abiertos de las inmediaciones de los centros para poder fumar un cigarrillo entre horas, otros amparados por su estatus social decidieron seguir fumando en sus despachos y en las reuniones que mantenía con altos ejecutivos. Algunos descubrieron los interiores abiertos del edificio para desahogar la ansiedad producida por la abstinencia. En ese contexto descubrí unas plantas de color casi violeta que alguien se había preocupado de cultivar en macetas a modo de plantas ornamentales. La planta —entre carnosa y humildemente rastrera - vegetaba soportando los rigores del invierno y prosperaba en la primavera y el verano, siempre que no le faltara agua y luz.
Un compañero de cigarrillos, metódico y observador, ante mi sorpresa por la sencilla belleza de la singular planta (y su persistente capacidad de resistir el rigor del medio: vegetaba entre las ranuras de las baldosas de la terraza)) me señaló que la había visto surgir en los sitios más adversos de la ciudad. La planta, aparentemente frágil, se dejaba ver en los lugares más impropios e insospechados, y cuando expandía sus tallos (carnosos y tiernos) tendía a fragmentarse cada vez que se le rozaba; pero cada trozo enraizaba en las inmediaciones o allá donde el azar lo depositaba. Tomé varios fragmentos de la misma y los planté en mi casa, cerca de una ventana orientada al sur. La planta prosperaba con tal fecundidad que aproveché su facultad vegetativa para reproducirla sobre diez o doce macetas, incluso destaqué su simple belleza y facilidad en reproducirse (siempre que hubiera Sol) para que la aceptaran como regalo decorativo. Detrás del vidrio de cristal de la ventana florece en el más crudo invierno (tres pequeños y delicados pétalos de color lila pálido y cuatro estambres coronados por tecas amarillas) elevándose sobre la selva herbácea de hojas que contienen tonos índigos y violáceos Y aunque la tierra sea pobre, la especie prospera exuberante , alzándose los tallos en busca de la luz del Sol.
Ahora que corren tiempos de miedos al futuro en el que se conjuran leyendas que apelan a la destrucción de la humanidad, o gran parte de ella, y una gran crisis económico--ética y moral parece dar credibilidad a las mismas (aunque en realidad siempre existieron esos defectos sociales y !as crisis afectaron a nuestros padres, abuelos, tatarabuelos...). Se vive con gran preocupación por el futuro los graves problemas financieros de Europa (modelo de mediación entre el capitalismo feroz y el comunismo autoritario y alienante —amenazan con extinguir una vía intermedia, no sin dolor, angustia y penalidades), la revolución musulmana (que, a pesar de proclamar la búsqueda de la libertad, parece un retorno a valores integristas), la alienación de la América latina y se suma la naturaleza humana (dependiente de la necesidad de cubrir sus necesidades materiales; junto con una minoría que va en pos del poder y del ejercicio del mismo dejándose llevar por caprichos de toda índole) porque difícil es llegar a las esferas de poder sin utilizar los mismos medios arbitrarios de los que llegaron antes, y, por tanto, caer nuevamente en la tentación de proseguir con esas actitudes para conservar ese mismo poder, sucumbiendo a los anhelos más terrenales del espíritu… agotando toda posibilidad de esperanza.
En ese escenario de incertidumbre (cuando las crisis ponen más en evidencia los excesos que siempre existieron), cualquier augurio; y de cualquier signo, es posible tomarlo como probable. En los medios de comunicación (además de hablar de las dificultades para encontrar salidas) algunos se hacen eco de un supuesto cambio de Era.
Cuando esta crisis empezó (finales 2007 y principios de 2008) gente común (nada de expertos) se atrevían a anticipar que tenía todo el aspecto de ser el preámbulo un guerra internacional que redistribuyera la riqueza (aniquilando el excedente de “personal” y reiniciando el ciclo y siguiendo por el mismo camino ya recorrido en el pasado); porque Europa (y sus hijos norteamericanos) siempre han resulto así los problemas. Basta con remontarse a Alejandro Magno (cuando este, enfrente del nudo gordiano y observando la dificultad que se le presentaba optó por “tomar la espada y cortarlo” afirmando que lo mismo daba deshacerlo que cortarlo) y proseguir con Fernando el Católico (que ante la misma situación afirmó: “Tanto monta, monta tanto” (deshacerlo como cortarlo); indicando, ambos, su incapacidad para iniciar la vía espiritual sin violencia (o lo que es lo mismo: la violencia, expresión de la falta de conocimiento profundo como instrumento para proseguir en el poder aunque no se tengan aptitudes pacíficas: inteligencia profunda, para ejercer el mismo).
Cortados todos los caminos para la expresión popular (en la que habita un criterio, de sentido común, diferente al que habita en las esferas del poder), alguno se viene abogando por la tercera Guerra Mundial pacífica (no hay guerra pacífica habría que alegar -) pero es curioso rever que siempre se apela a cierto grado de violencia para conseguir cualquier fin (y además se considera legítimo su uso). Parece un error pensar que quien ejerce la violencia puede traer un estado de bienestar honesto y legítimo (puesto que el camino define la meta). Pero también es sabido que no es lo mismo gestionar una muchedumbre (un pueblo, una ciudad, un Estado, una opinión pública) que un ser individual; que lo que puede ser beneficioso para un humano no lo es siempre para otro.
Mejor que achacar los males de la humanidad a rasgos de la misma es pensar que así es la condición humana y las posibilidades de mutabilidad (aunque puedan parecernos necesarias ante la evidencia de esta crisis) no es probable; es más propicio pensar que las soluciones que se planteen sean las mismas que se han utilizado durante milenios para resolver crisis y que la única alternativa pacifica sea un cambio de valores y conciencia (que no puede llegar a todos por igual y mucho menos a la vez y que no se debe imponer a la fuerza, puesto que la imposición de la fuerza es sinónimo de violencia); así que lo deseable sería (por ejemplo) un cambio de Era (un cambio desde el Universo) en la que el hombre poco o nada pueda hacer para interferir en la misma.
Pero todo ello es utopía (no existe más cambio real que el producido en el interior de las personas y ese siempre estuvo al alcance de todos desde hace miles de años) y por tanto todo lo esencialmente importante está al alcance de todos desde siempre (y siempre a cada momento). Y desde ese punto de vista el Universo es perfecto (y con él nuestra Tierra y nuestras vidas) y es nuestra propia condición la que no siempre nos deja ver esa perfección (y otras veces nos la muestra).
Cualquier situación futura (ante la crisis) es posible, y de entre las posibles la más adversa es la más probable (o al menos la que hay que tener más en cuenta sin dejar de lado los asuntos y proyectos cotidianos). Desde esta perspectiva habrá que disponer el ánimo ante lo más negativo y aceptarlo como parte del “recorrido” (nos toque en primera persona o no, nos toque a los cercanos o no, toque a unos u a otros), siempre fue así .
Ante la prepotencia, la soberbia, el egoísmo, el ansia de tener y poseer, la arbitrariedad de la ignorancia, la estupidez y la mediocridad.., la falta de verdadero sentido común... ejercidas desde cualquier posición de poder (de quien identifica el cargo que ostenta con sus deseos personales – esté en primera línea o en la anónima protección que ofrece la oscuridad) .... Es posible que haya un gran cambio para que nada cambie (como siempre).
...Nos queda Índigo y el Violeta.
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