Hoy (por la madrugada del 14 al 15 de abril), he visto, con un grupo de amigos una película. Hacía ya muchas semanas que no nos reuníamos e hicimos una “quedada” en la casa de una de las chicas.
Mientras se ponían las chicas al corriente de sus cosas me sentí como si estuviera en una visita social, con ciertas formalidades que sólo hace unos pocos meses me hubieran parecido impensables (recordando nuestras comidas más o menos improvisadas alrededor de la mesa de cualquiera de una de la casas de nosotros). Pensé que el dolor de mi muela del juicio (que me había mantenido el jueves noche al borde de la desesperación y que el Nolotil había atenuado hasta permitirme pasar ratos sin acordarme de ella) podía estar detrás de esa percepción, pero recordé que, en cierta medida, realmente había algo de “postura” y cierta manera de “mantener las formas” tras el distanciamiento constatado; pero pensé que en realidad eso es la vida social – cada cual con sus problemas e intentando sobreponerse a las diferencias (incluso ignorarlas) - y ello se puede ver como, no sólo conveniente, si no necesario y cortés.
A la anfitriona se le ocurrió mostrarnos unas secuencias de la película y lo que parecía iba a ser una distracción breve alcanzó el grado de centro de esa reunión (pese a las protestas en forma de ironía sarcástica de uno de los chicos presentes, y en la que persistió, intermitentemente, mientras duró el visionado – y algunas fueron ocurrentes, pero todas ellas fuera del contexto en el que se había enmarcado, espontáneamente, la percepción de la película).
La vida real siempre es más duramente cruel que lo que puede aparecer en las películas de cine. Toda historia literaria está imbuida de aspectos biográficos más o menos enmascarados. Sobre todo porque el entorno del autor nunca podría resistir un relato transparente de la misma. Así que se recurre, cuando la necesidad obliga a expresarse literariamente, a escribir sobre anécdotas y breves pasajes graciosos; y cuando la historia, siempre por necesidades del autor, tiene que abarcar un gran bosquejo biográfico, se opta por cambiar personajes, épocas y circunstancias para narrar aquello que aprisiona (o exalta) al corazón y que la “compostura” social no permite expresar abiertamente (y de frente) para llegar a entendimientos (porque en la mayoría de los casos sería imposible ya que gran parte de las personas (a demás de sostener diferentes perspectivas) tienden a modificar sus propias biografía – por resultar inaceptables – y almacenan sus recuerdos acomodándolos a la moralidad contemporánea (es decir: a lo políticamente correcto) y difícilmente dejarían de sentirse ofendidos al ver sus actos reflejados de manera diferente a como quieren que sean recordados. Y rara vez hay excepción, y prueba de ello es que se ha de esperar muchos años, cuando no siglos, para conocer la verdad de personajes históricos (y no digamos familiares, que tienden a ser siempre ocultados o aniquilados) e incluso la verdad reciente es almacenada o procesada para ser mostrada como un continuo espacio tiempo de honestidad institucional, rehuyendo que la verdadera información de la actualidad histórica pasó de puntillas (cuando no se sustrajo a la opinión pública) acontecimientos que avergonzarían a cualquier grupo de hombres y mujeres que tienen encomendadas las funciones de representación de la población civil . Por ello algunos escritores aseguran que escriben por una mera cuestión de higiene mental.
Y puesto que la mente no puede inventar por inventar (puesto que lo máximo que se aleja de la realidad es tomando rasgos de distintas realidades y juntándolos en un guión); los guiones de las películas responden a historias verídicas adaptadas a la tolerancia de las personas o al aspecto comercial de las mismas; existiendo, casi siempre, un manto que disfraza, modifica o hace más aceptable, la verdad. Verdad que nunca puede llegar a todos por igual, porque no todas las personas están preparadas para aceptar la verdad tal cual (y solo aceptan pasajes de la misma). De esta manera se cambian finales y personajes para hacerlos más aceptables al público. Y la sublimidad consiste en orientar hacia un ideal a la sociedad mostrando, a la vez, todos y cada uno de los aspectos que entran en juego en la trama (salvo aquellos que pondrían en evidencia que el sostenimientos de ideales debe tener como límite la propia naturaleza humana – tanto social como familiar); lugar donde siempre falla el guión (incluso cuando son cuestiones históricas).
Tomemos la película “La gata sobre el tejado de Zinc”. Obviamente la película apenas se entiende si no introducimos los conceptos de homosexualidad (en Paul Newman) y de excesiva ambición en Elizabet Taylor; entonces la película adquiere el “sentido” que intencionadamente se pretende quitar para proteger al público del escándalo. Y lo mismo que ocurre con las películas ocurre con la vida real (es más sencillo mutilar las historias humanas para evitarnos ese mismo escándalo). Así las películas pasan de puntillas sobre las cuestiones “gruesas” de la vida social ( a veces sólo se recurre a una sugerencia que tiende a pasar más o menos desapercibida). Pero ello no es más que el reflejo del comportamiento de la propia sociedad. Así los abusos (sean ejercidos desde el poder o el entorno familiar o laboral) son mantenidos e indeseadamente sostenidos a favor de una “imagen” a sostener. Y dan como resultado (dependiendo de la edad de quien los soporta y de los recursos que disponga para hacer frente a los mismos) a la infelicidad, cuando no la enfermedad (manifestada temprana o tardíamente). Porque si es cierto que las leyes (y las Constituciones) promueven la protección de la integridad de las personas, también es cierto que intereses superiores del Estado ( y de otras estructuras sociales inferiores ) en determinadas circunstancias proponen un sacrificio del individuo a favor de la estructura social (y en ese concepto, a veces – o siempre - arbitrario) caben los intereses personales de quienes identifican el cargo de poder con su voluntad todo poderosa produciéndose la fractura entre ética (protección de los derechos de los individuos) y moral (protección de las estructuras sociales). Que dando en el fondo la dialéctica surgida entre los griegos antiguos: “Lo que es, es lo que debe de ser” y oponiéndose a “Lo que debe de ser, será”; generándose en todas las estructuras sociales la misma dicotomía en la que siempre se somete la creatividad al poder (que obviamente quiere pocos cambios sociales) y generándose un sufrimiento colectivo. Aún sabiéndose que el progreso social y el desarrollo viene del camino contrario: la subordinación del poder a la creatividad. (qué paradoja más inverosimil).
Que la vida da satisfacciones a las personas en un cincuenta por ciento es falso. Sería más acertado decir que el setenta y cinco por ciento de los momentos vividos corresponden a preocupaciones y que las satisfacciones aparecen en momentos (momentos que se valoran con intensidad), y la mayoría de la gente ocupa su tiempo en sus preocupaciones e intereses y muestra al exterior un “personaje” social más o menos aceptable (o acertado), con mayor o menor fortuna. Personaje que ha tenido que asumir las contradicciones de nuestra sociedad y los propios errores, si los ha habido (algunos guardados como profundos secretos, individuales o colectivos), producto de debilidades humanas; y que se han sobre puesto a los mismos desde diferentes ópticas para sobrevivir en una sociedad que, aunque no siempre “ve”, algunos si “ven” (y lo hacen en profundidad - siendo la prudencia la guía de sus vidas y confiando en una justicia universal más allá de este mundo).
Pero lo realmente triste es que la mayoría, desde sus posiciones, se empeñan en hacer justicia (aprovechando la coyuntura) sobre sus semejantes a su modo y manera sin “ver” más que una percepción sesgada de la realidad y circunstancias.
La justicia no es de este mundo… reiteraba una y otra vez la letrada a su cliente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario