(Esta Luna de abril)
“La primera Luna llena después de la llegada de la Primavera” marca la Semana Santa. Y al quedarme en la ciudad, la empatía me lleva a sumergirme, un poco, en el ambiente de nuestro D. mediterráneo (que hace ya mucho tiempo que no huyo ni al mar ni a la montaña por estas fechas); y en unas líneas recientes, que releía, y que decían: “…el próximo diciembre…” empeñaba mi ánimo en leer: “el próximo miércoles”, así repetidamente, llevándome a cierta extrañeza tal persistente error. Y llegó el miércoles y me sumergí en los preámbulos de la pasión de N. S. (sin motivo aparente), revisé, una vez más, mis acontecimientos recientes (pasados y remotos) examinando sus detalles y en todo hallé bien (porque al final, siempre se repara en que lo humano es condición de la humanidad …- y los defectos humanos son "miedos" – todo miedo tal vez por falta de Fe) y acabé por anotar una frase de la película “Emma” (ambientada en la época dorada de los anglosajones; donde cada palabra se dice en el momento oportuno descubriendo un Universo de inteligente plenitud humana; hasta que los protagonistas tienen que enfrentar sus sentimientos – entonces aparecen los malos entendidos (miedo); pero como es una película americana tiene que acabar bien, y bien acaba): “El amigo fiel no remarca el error, siempre tiene esperanzas”; pues estando en esas (y otras similares; y viendo la maravilla de la vida) fue cuando un ruido de carracas me hizo asomarme a la ventana para contemplar el paso de la procesión del barrio. Aplacé mis meditaciones y salí a cruzar el río y ver la procesión del encuentro, solo un ratito, y me regresé para casa. Y el jueves noche proseguí con el mismo que hacer y me vine a medio-resucitar el viernes y me escapé a bailar; y, andándome el sábado totalmente resucitado, me resultó grata la “Bóveda” y aprecié los “reflejos” de Pedro que hizo aún más grato (y chispeante) la noche regándola con cava; y el domingo ya me encontraba resucitado.
Llegándose el lunes (lunes de luna) mi compañera andábase preocupada por acontecimientos de Semana Santa y costó un poquito emerger el motivo de la preocupación; pero salió a la luz y tomó pronta resolución y su rostro cambió de aspecto aunque permanecía evidente, en sus ojos, el rastro del agotamiento causado por la triste meditación de días pasados (pero el martes, ya andaba resucitada). Y comprobamos que los dos nos anduvimos repasando el pasado y comprobando que lo hecho era lo que había que hacer (porque el corazón manda y a él hay que disponer honesta inteligencia) y dejar en manos de D. el resto.
(Y si no basta con una vida ¡Qué remedio! Volveremos a recorrer lo ya andado; aunque se me antoja mirar bien de hacer lo necesario para no volver).
Y me veo a otra amiga, la de todos los días, y le pregunto por su “Semana Santa”:
- ¡Muy bien! Lo pasamos muy bien. Hicimos todas las excursiones previstas y todo fue muy bonito.
- ¿Y os afectó mucho la lluvia?
- ¡¿Lluvia?! – me dice como quien no recuerda nada que perturbase los buenos momentos vividos - ¡Ah! Sí, pero poco.
- ¡Cómo que poco! ¡Si han salido en todos los “telediarios” las lluvias por el país Vasco! – le digo exagerando, y mi amiga me mira divertida y no pudiendo contener la risa.
- Ya veo – le digo – que el tiempo no ha influido nada en tu viaje – y prosigo - ¿Pero te enteraste que estuviste en el País Vasco?
- ¡Ah Sí, sí, sí…- me dice sin dejar de reírse, y no queriendo romper la divertida magia que enlaza las risas del momento con el recuerdo del alma - e insiste en enumerar los lugares por los que había pasado. (¡Cómo se va a enterar de la lluvia si tenía al Sol al lado todo el tiempo!)
- ¡Genial! – le digo en tono irónico – tu te has enterado del País Vasco lo mismico que yo me enteré de la Alhambra.
Y esto es lo que hacen las lunas de Semana Santa.
Llegándose el lunes (lunes de luna) mi compañera andábase preocupada por acontecimientos de Semana Santa y costó un poquito emerger el motivo de la preocupación; pero salió a la luz y tomó pronta resolución y su rostro cambió de aspecto aunque permanecía evidente, en sus ojos, el rastro del agotamiento causado por la triste meditación de días pasados (pero el martes, ya andaba resucitada). Y comprobamos que los dos nos anduvimos repasando el pasado y comprobando que lo hecho era lo que había que hacer (porque el corazón manda y a él hay que disponer honesta inteligencia) y dejar en manos de D. el resto.
(Y si no basta con una vida ¡Qué remedio! Volveremos a recorrer lo ya andado; aunque se me antoja mirar bien de hacer lo necesario para no volver).
Y me veo a otra amiga, la de todos los días, y le pregunto por su “Semana Santa”:
- ¡Muy bien! Lo pasamos muy bien. Hicimos todas las excursiones previstas y todo fue muy bonito.
- ¿Y os afectó mucho la lluvia?
- ¡¿Lluvia?! – me dice como quien no recuerda nada que perturbase los buenos momentos vividos - ¡Ah! Sí, pero poco.
- ¡Cómo que poco! ¡Si han salido en todos los “telediarios” las lluvias por el país Vasco! – le digo exagerando, y mi amiga me mira divertida y no pudiendo contener la risa.
- Ya veo – le digo – que el tiempo no ha influido nada en tu viaje – y prosigo - ¿Pero te enteraste que estuviste en el País Vasco?
- ¡Ah Sí, sí, sí…- me dice sin dejar de reírse, y no queriendo romper la divertida magia que enlaza las risas del momento con el recuerdo del alma - e insiste en enumerar los lugares por los que había pasado. (¡Cómo se va a enterar de la lluvia si tenía al Sol al lado todo el tiempo!)
- ¡Genial! – le digo en tono irónico – tu te has enterado del País Vasco lo mismico que yo me enteré de la Alhambra.
Y esto es lo que hacen las lunas de Semana Santa.
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