Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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sábado, 14 de septiembre de 2019

Competir. ¿Realmente este concepto es o ha sido útil en el devenir de nuestras sociedades Occidentales?



"El acto de competir es un acto común entre todos los seres vivos ya que en su sentido más simple y primario tiene que ver con la supervivencia. Los animales, los seres humanos e incluso las plantas, todos compiten por obtener su alimento, por estar mejor protegidos o alcanzar el sol de manera más directa. Esa competencia siempre es contra otro igual o diferente que pueda tener el mismo objetivo y que pueda significar la perdición." (así se viene definiendo competir en un artículo de ABC escrito por Cecili Bembibre 2011) y prosigue en su visión ampliando la visión que ofrece:" El término competir es un verbo que se utiliza para designar a un tipo de acción en la cual las personas que se ven involucradas luchan por lograr un objetivo. Esa lucha que se lleva a cabo implica en la mayoría de los casos enfrentarse a otra persona o individuo, sin embargo, en algunos casos puede representar la competencia que una persona se establece consigo misma para superarse y mejorar sus resultados previos en determinada actividad".  https://www.definicionabc.com/general/competir.php
También se extiende la definición para observarla en términos económicos desde la perspectiva de competencia, pero concebida como rivalidad https://www.definicionabc.com/general/competencia.php donde se compara y vincula esa rivalidad en la lucha por recursos limitados, con la propia biología y las reglas que observamos en la Naturaleza, aceptando que esa competitividad lleve a la desaparición de otras especies. (Gabriel Duarte, también en ABC, 2008).
Parece lógico que desde una perspectiva conservadora se exponga una visión de lucha por la supervivencia (y que para ello se base en la biología destacando el instinto animal de supervivencia) para justificar una visión de la economía basada en los mismos principios. Es, precisamente desde esa visión de la biología (observada como denominador común propio de todo ser vivo) desde donde se podría justificar la idoneidad del desarrollo de un sistema Capitalista que, esencialmente se adapta a la naturaleza más básica de la condición humana: Luchar por sobrevivir. Y que también engranaría con la definición básica, formulado por Adam Smith, en la que asienta la prosperidad de la economía sobre el egoísmo humano. (tal vez este rasgo destacado por él, tan simplista, sólo fuera una invitación sencilla - y tal vez acertada - para definir el rasgo psicológico, que en algún momento se puede encontrar en los seres humanos, con el cual se podría potenciar no solo el desarrollo del Capitalismo de una manera eficaz, sino que pudiera constituirse como actitud necesaria para lograr una adaptación para la vida en sociedad, que enlazaría con esa idea biológica de competir (propia de la Naturaleza de la vida, tal cual es vislumbrada por esta definición) y que parece que tuviera un impulso definitivo, que ayudará a extender el concepto de competir (ya no solo en las sociedades, sino en visiones de los Estados y Naciones, que determinarán la acción de la política en otros aspectos de más gran impacto, reforzada en la misma dirección con la obra sobre la evolución de las especies de Darwin).
Parece obvio el potencial que posee en sí mismo el concepto de competir para sobrevivir, (sobre todo cuando se vislumbra que, en determinadas etapas de la vida, el hecho de actuar para “sobrevivir” trasciende y llega a vulnerar respuestas sociales que se tenían, hasta entonces, como fuente de valores básicos  por los cuales se podría definir la naturaleza – positiva o adversa -, tanto de las personas cercanas como de la propia sociedad en la que se vive o las sociedades que nos circundan). Parece obvio que uno de los factores esenciales para determinar esta actitud de competir o entrar en competencia se debiera a las condiciones ambientales en las que se da la existencia de la vida (recursos vitales limitados o ilimitados – lo que fomenta la idea de territorialidad - y a la vez la contrariedad de la necesidad, en la vida animal, de precisar sacrificar otras vidas para nutrirse y, en definitiva, para sobrevivir; y si de lo que se trata es de sobrevivir ¿por qué renunciar a la idea de ir más allá cuando conviniera? Y así, poco a poco, desde esa “normalidad” que supone legitimar la lucha para sobrevivir, se puede llegar a entender que, dependiendo de la naturaleza de cada persona y de su posición social, luchar para sobrevivir pueda ir representando conseguir objetivos por medios cada vez más cuestionables – incluso al margen de la ley – pero que en último extremo, bajo esos principios se llegaría, y de hecho se llega, a la legitimidad que supone  enlazar  con la idea de acabar con los rivales o los obstáculos, y es, por ahí, por dónde se encamina y asienta el “derecho” de declarar la guerra y aceptar la muerte de los semejantes, e incluso de los propios para sobrevivir – y todo ello se da siendo conscientes de que poseemos mente con capacidades espirituales que nos vinculan con todos nuestros semejantes y con los seres vivos en general y con el propio Universo – Esta capacidad de vincularnos los seres vivos nos muestra - por el contrario a la idea de luchar para sobrevivir - que podemos encontrar puntos de encuentro y equilibrio que permitan la paz, y con ella la cooperación y el progreso de las sociedades y de nuestros entornos naturales; y sin embargo, parece que cíclicamente, tendemos a renunciar a esa visión y nos lanzamos a establecer diferencias, que acaban siendo insalvables, para terminar señalando a los diferentes y, desde ahí, ir rompiendo cualquier vínculo empático, para acabar estableciendo un pretendido “derecho” a aniquilarlo, o aniquilarlos, haciendo posible la injusticia, el crimen o la guerra).  
Toda esta aparente contradicción es posible, en principio, porque las herramientas de las que nos estamos dotando como Humanidad, por medio de las ramas de la Ciencia, se acaban canalizando o instrumentalizando hacia esa idea de competir y ser superiores a otros – y en esa idea de competir puede subyacer, también, la idea de sobrevivir, y en esa pelea por sobrevivir puede volver a aparecer el objetivo de “aniquilar” a los competidores, y de esa manera, guiados por ese pensamiento, aceptar la idea de saltarse las leyes y las normas para conseguir ese fin de sobrevivir.
Para sustentar esa visión, a veces, se apela a la Ciencia, en tanto que esta “desconoce” (por el momento y dada su naturaleza original de explorar el mundo tangible) el sentido y origen de la vida, y consecuentemente, por ello, no puede darle un “sentido pleno” a la existencia humana y, por extensión, tampoco puede dar “sentido pleno” a la existencia de la vida en general. Tal vez, por ello, la Ciencia, incapaz de definir qué es la vida y qué sentido y papel tiene en la existencia del Universo dotar la vida de inteligencia y consciencia de sí misma, se halla dedicado, exclusivamente, a describirla y, a la vez, a intentar convencer al resto de la Humanidad, con evidente éxito, que sus descripciones de la vida son, y en sí mismas incluyen, la definición de la vida. De tal manera que se haya entrado, de pleno, en una visión plenamente materialista de la propia existencia humana, definiendo la vida humana con la descripción de sus actividades biológicas (vinculadas a la satisfacción de las mismas); considerando a la Humanidad como una simple especie animal (con sus particularidades, pero en definitiva animal) que sigue las reglas generales de otras especies animales y, consecuentemente, las soluciones a sus problemas y su gestión pueden ser resueltas desde esas perspectivas; concibiendo las manifestaciones de actividad espiritual (tanto en el Ser Humano como en el resto de animales donde se aprecian) como un producto propio y exclusivo del órgano físico cerebral (y consecuentemente producto de la materia). De tal manera es y está asentada esa visión científica, todavía sesgada e inacabada, que aun siendo conscientes de ello, se prosigue en la misma estrategia de estar toda la humanidad en la cumbre del conocimiento gracias a la Ciencia y, de manera permanente se viene argumentando ese mismo liderazgo científico como cumbre del conocimiento humano a cada descubrimiento que se viene realizando, como si se tratara de un logro colectivo del que todos participamos y a todos nos beneficia. Por ese motivo, ante la “falta de coherencia” que se evidencia en la existencia y finitud de la vida de cualquier ser o especie (incluida la especie humana, cuyos individuos dotados de inteligencia y capacidad para entender e interpretar el universo que le rodea, tienen una finitud, aparentemente absurda - después de poder haber desarrollado la capacidad de una gran comprensión del entorno - que resulta inexplicable. Como si todo ello no hubiera sido más que una enorme pérdida de tiempo), esta incoherencia se obvia y se tiende a señalar, como camino más práctico (con las derivaciones que implican a nivel de gestión política) que la humanidad, a pesar de las evidencias de actividad espiritual, tiene un componente de naturaleza animal, tan potente, que desde ahí se puede gestionar lo esencial de la humanidad cuando se crea conveniente. Todos esos logros que empezaron a mostrarse en los intermedios de las series televisivas procedentes de EEUU – y que inundaron Europa, mostrando electrodomésticos, máquinas, automóviles, viviendas modernas, dando tiempo libre para el ocio,.. - que nos llevarían al bienestar social por el camino del progreso tecnológico y científico, bajo la idea de un perfecto libre mercado donde la competición leal de quienes mejores ideas tuvieran y mejor se organizaran triunfarían para su bien y el de su sociedad, resultó por acabar mostrando que tanta perfección estaba sometida, en último caso, a otras reglas y tensiones inesperadas (más vinculadas con la naturaleza humana y con esa idea de competir, por la cual, las capacidades y las potencialidades de las personas acaban siendo limitadas por otros poderes, en aparentes razones, también, de luchar por sobrevivir y por ello se empeñaran en frustrar o apropiarse de proyectos, ideas o empresas) y  que también estaban determinadas por la propia ambición humana de cada individuo que, alcanzando el poder y el liderazgo, (y considerando su propia vida limitada en el tiempo) gestionara los recursos limitados de los que disponemos la humanidad como si fueran fuentes inagotable, dejando los graves problemas que genera un sistema concebido desde esta idea de la competitividad, a las siguientes generaciones y bajo los mismos parámetros de competitividad, sin haberlos cuestionado abiertamente en sus efectos en el entorno social, económico y natural.
Así que, la Ciencia, en su siempre pretendida perfección (pues así se muestra desde hace décadas, aunque algunas de sus afirmaciones científicas hayan llevado a causar graves problemas a las personas e incluso a los propios Estados y Naciones) aún no ha sabido resolver el problema de establecer un sistema económico que, protegiendo la calidad de nuestro entorno vital, permita el bienestar generalizado de todas las Naciones y Estados, (un sistema que no precise guerras,  capaz de resolver todos los conflictos humanos por medios pacíficos, renunciando a la violencia o la transgresión de las leyes que defienden los derechos humanos y las libertades civiles). Es probable que, por ello, la Ciencia nunca haya deseado entrar de pleno en el análisis de la propia Naturaleza Humana (a la que me he referido al comienzo en su doble condición de condición animal y espiritual) para trascenderla (pudiendo así analizar y señalar los efectos de las creencias y fes sobre los seres humanos. Esta postura materialista se defiende, por algunos, como verdad aun desconociendo el sentido de la vida y su papel y razón de ser en el Universo conocido; parece obvio que ello es afirmación temeraria cuando se presenta como verdad absoluta, pues lo que se está haciendo es presentar la “parte” que se cree conocer, y que parece conocerse, por el “todo” como si todo estuviera ya conocido y descubierto; y esta forma de proceder de la Ciencia es recurrente, y más bien parece una forma de auto-propaganda que pudiera estar destinada a conservar su papel de influencia en la sociedad.
Tal actitud se comprendería mejor si introdujéramos un factor de Condición Humana (positivo o negativo, según sea el caso) que puede resultar determinante para comprender la postura de parte de muchos científicos que representan a la Ciencia y que se constituyen, así mismos, como vanguardia del saber universal de la humanidad: Liderar el conocimiento Humano, con lo que ello puede comportar de liderazgo social en sus ámbitos (cuando a ello sumamos la idea de la división de tareas y roles en las ramas de la Ciencia, entramos en el concepto de expertos y, desde esa perspectiva, sus postulados tienen la fuerza y eficacia de ley – al menos así rigen en vigencia hasta que fueran destronados o modificados por otros que pudieran reforzarlos o evidenciar lo erróneo de los argumentos o axiomas sostenidos por los anteriores, sin que ello comporte responsabilidad alguna por las consecuencias derivadas sobre la sociedad de haber sostenido esas pretendidas “leyes perfectas” en su momento).  Aunque resulta evidente la existencia de transversalidad en los conocimientos científicos, y consecuentemente la existencia de un “sistema de equilibrios”, en la práctica, existe en cada país o Nación o Estado, unos intereses políticos determinados (que suelen estar vinculados con la perspectiva histórica sostenida para gestionar su sociedad y también con las perspectivas de rivalidades históricas con otras Naciones o Estados, en cuya pugna estructuran políticas internas y externas) y que pueden llegar a anular, en momentos determinados, ese posible sistema de equilibrios que tienden a “relativizar” o moderar, y a hacer reconsiderar, cualquier postura científica que pretenda imponer una visión excluyente y, por lo general, muy práctica que favorece a una gestión política simple, a veces basada en prejuicios, que tiende a excluir la complejidad existente en la Naturaleza Humana (es decir: También existe una tendencia a un populismo científico que puede presentar soluciones sencillas y aparentemente prácticas, que por lo general penalizan, hacen sufrir o ponen en riesgo a la sociedad, para resolver situaciones que son más complejas).
La ciencia, en sí misma, es una herramienta que se concibiera – allá por la Ilustración – como un trayecto racional, guiado por un “método científico” que era capaz de decirnos y mostrarnos la “verdad” que nos rodea, bastando para ello realizar las preguntas adecuadas y utilizando ese método, accesible para cada persona, por el cual verificaríamos la existencia de dicha verdad. El desarrollo de la Ciencia (y las tecnologías asociadas a la misma) ha demostrado que el conocimiento, además de hacer posible el desarrollo integral de las personas que lo va adquiriendo (pues al final del conocimiento, de la recopilación y comprensión del mismo, cada científico y profesional, si ha ido más allá de la simple memorización de conocimientos y técnicas…) pues se acaba entrando en el terreno de la filosofía, y la filosofía es un lenguaje común, en el que la experiencia de multitud de personas procedentes de distintos saberes experimentados encuentran un “lugar común” donde poder compartir sus conocimientos “conclusivos” e “integrados” – y que suelen transcender el conocimiento común y científico - adentrándose en el mundo simbólico, espiritual, trascendental… donde las preguntas que permanentemente han acompañado al Ser Humano (como las del sentido de la vida), que no tuvieran respuestas plenas, transversales y satisfactorias  en mundo científico, se pueden aproximar a responder apoyándose, incluso, en formulaciones o axiomas científicos específicas de cada rama de la Ciencia – especialmente con las Matemáticas.    
Resulta paradójico que fuera necesaria la separación de los primeros científicos del ambiente riguroso católico para poderse adentrar a formular un primer método científico evitando ser por ello perseguidos por los representantes y garantes de la religión (en su papel de custodios de las “verdades” reveladas que resolvieron todas las preguntas que la humanidad pudiera hacerse sobre el sentido de su existencia y el papel que debiera realizar sobre la Tierra) y que ese bloqueo que sufrieran las Universidades, a consecuencia de no poder adentrarse más allá de lo ya conformado y verificado desde la fe religiosa, solo pudiera iniciarse en la evidente descripción de la exploración a partir de algo tan común e irrefutable como constatar la percepción de la materialidad que nos rodea y que la inmensa mayoría de la humanidad y gente común pudiera constatar como evidente, y así salir, no sin peligro para quienes se adentraban por esa senda, de un estancamiento de lo que ahora consideramos progreso científico. Sin embargo, el requisito de tener que aferrarse a una “materialidad tangible para todos por medio de métodos científicos” parece haber inclinado la balanza hacia una visión científica materialista; hecho que en sí mismo pudiera impregnar la propia esencia del conocimiento y de los científicos, pues el materialismo también tiende a impregnar la naturaleza y el espíritu humano, haciéndole rehén de ambiciones consustanciales a la naturaleza humana y proponiéndole el olvido de un hecho fundamental: Todo conocimiento que poseemos se construye y alza, o complementa, sobre el conocimiento que otros pusieron a nuestra disposición – y quienes lo hicieron así, desde la generosidad, son los verdaderos sabios que comprendieron la naturaleza específica por el cual, toda persona, es capaz de adquirir conocimientos e incorporarlos a su ser; y esa naturaleza es, esencialmente, espiritual y como tal se puede encontrar y compartir en ese espacio “inmaterial” (podremos científicamente describir esa capacidad, e incluso describir las mejores situaciones ambientales que se deberían dar para desarrollar esa capacidad que todos poseemos; pero la pregunta es clara: ¿Por qué sabiendo que ello es posible para toda persona – y se sabe sin necesidad de que la ciencia intervenga para señalarlo, sino ya de por sí, por sentido común – no se viene promoviendo desde las Instituciones educativas?).
La respuesta se pudiera hallar en la entrevista realzada a responsables políticos de la Enseñanza en Portugal (nunca miramos a Portugal como nación hermana, y siempre dio la sensación de quererla mirar por encima del hombro) cuando señalan que ponen la máxima atención en la selección del profesorado en las primeras etapas escolares. Era obvia la respuesta, porque mientras existan profesores en las primeras etapas (y posteriores) que sus títulos hayan sido conseguidos por medios puramente memorísticos y no se hayan dedicado a una profundización “de fondo” en los mismos (que permita exponer la transversalidad de los mismos y su trasposición en la vida cotidiana para responder acertadamente a las interrogaciones de sus alumnos), tendremos siempre el obstáculo que ellos mismos representan al no poder contestar una duda o un porqué de un alumno y tener que imponerse autoritariamente, precisamente, para mantener su autoridad ante la evidencia de carencias graves para dedicarse a una enseñanza que sea capaz de movilizar las capacidades de los educandos y no solo convertirlos en pasivos y disciplinados oyentes (o escuchantes) sino que ignoramos la capacidad innata e intuitiva que poseen para  “reconocer” una “autoridad” por las virtudes positivas de la misma y no, obligarles exclusivamente, a acatar una autoridad formal por el temor que pudiera emanar de ella; todas las deficiencias suelen acabar siendo percibidas por el alumnado; con la triste consecuencia de que lo importante, en demasiadas ocasiones, no es el conocimiento que se adquiera, sino dar con la respuesta que la autoridad – el maestro/a – desea; y obviamente eso no es ofrecer conocimiento, sino obediencia; y probablemente ello es al menos, una causa esencial de los problemas de nuestra enseñanza y de la causa de la posible corrupción evidenciada en el sistema educativo, en cuya primera impresión apareciera la Universidad, pero que pudiera haberse instalado en otros estadios, haciendo posible la estructuración de mandos y escalas profesionales con carencia de conocimientos, pero que contribuyen a construir una sociedad tan obediente – y al menos temerosa – como ineficiente en términos de posibilidades reales de mejora y desarrollo.
En ese sentido la Ciencia ofrece soluciones en la medida que se deseen formular las preguntas, pero, como tal, es conocimiento y el conocimiento, cuando abandona la esfera y el ámbito de la magnificencia espiritual donde es concebido y contemplado – y se convierte en una estructura sistematizada para conseguir un fin determinado, al alcance de cualquiera que lo haya “a-pre-hendido” de memoria - lo que tenemos entre manos es Poder y el Poder no es un concepto inocuo, imparcial o aséptico, sino que obedece a unos principios, a unas estrategias, a unas “visiones” (determinadas) sobre la gestión de la sociedad y sobre sí mismo (cuyo principal objetivo es perpetuarse o asentarse como poder y competir como poder). Es decir: La Ciencia se convierte en una herramienta que porta unos conocimientos que se pueden emplear como Poder y, en consecuencia, el uso y signo de ese poder dependerá de los Valores que porten los objetivos que desean conseguir, por medio de esos conocimientos, las personas que portan y usan ese poder.
La cuestión de los conocimientos científicos – y en consecuencia la Ciencia – se ve más vinculada, a pesar de orientarse y vincularse con el mundo material, con facetas más propias de mentes espirituales capaces de concebir transversalidades (lo que implica conocimientos aplicados y una mente en permanente capacidad transversal) más que conceptos puramente memoristas (de ahí que las carencias de los profesionales de la educación en las primeras etapas formativas sean tan determinantes y de efectos adversos sobre el alumnado).
Si consideramos que la Ciencia, debido al lenguaje críptico que ha ido construyendo para definir sus propias descripciones, hallazgos, postulados, axiomas… se ha ido alejando de la sociedad, estableciendo una distancia casi insalvable que a la vez ha ido otorgando un halo de misterio al conocimiento sistematizado y sin embargo, aquellos que han comprendido en profundidad condición de la naturaleza “espiritual” del conocimiento que poseen (paralela a una experiencia mística, casi explicitada por la religión como “revelaciones” – que bien pueden ser falsas o certeras para todos – pues en el misterioso mundo de la lógica y el logos cabe “todo” y “toda” solución para cada momento determinado del ser o la humanidad) son capaces de transmitirlo a cualquier persona, con gran exactitud, con independencia de que posean o no conocimientos de conceptos sistematizados por la Ciencia – lo que viene a señalar que el lenguaje simbólico que se puede emplear conecta, con nitidez, con las personas, mejor que el conocimiento sistematizado, pues este último precisa primero conocer en profundidad las claves del lenguaje que se va a emplear – vendríamos a constatar que parte del “conocimiento” que se viene a sostener popularmente como tal, se basa en saber emplear el término científico adecuado en un momento oportuno, aunque no sepamos la transcendencia ni la complejidad del mismo (de alguna manera, entraríamos así en un posible rasgo de ser verdaderos ignorantes, pero con apariencia de instruidos e insertados socialmente).
 Es curioso que el hecho de que todos hallamos adquirido conocimientos científicos (en algún nivel, desde el colegio hasta el instituto pasando o no por la Universidad) nos ha terminado por hacer más permeables a la Ciencia, hasta el punto de considerarla casi dogma de fe, que tal vez en demasiadas ocasiones no se somete al tamiz, riguroso, de un elemental sentido común (como era evidente sostener que la idea Capitalista del consumismo como competición e inundación de bienes de consumo traería problemas elementales al medioambiente, sobre todo porque la filosofía de ese sistema se basa en el egoísmo – y en la competición -, como señala Adam Smith, y es la misma filosofía que retoma Trump, ignorando que el egoísmo suele llevar a padecimientos del entorno donde se aplica cotidianamente y a grades tragedias cuando se adopta como orientación política de fondo). Por lo general, consideramos que se tienden a tomar las mejores soluciones ante un problema dado, de manera lo más positiva posible, sin preguntarnos qué valores últimos se defienden desde la perspectiva que tiende a ser capaz de persuadir de que su solución es la más acertada. Así ocurre mientras todo va bien o resulta aceptable para la mayoría de la sociedad el devenir cotidiano de sus vidas – y mientras resulte que cada cual pueda ir resolviendo sus vidas desde un marco previamente concebido (o intuido o construido en su mente) que le permita ir alcanzando objetivos o estabilidad dentro de una “normalidad” concebida como estándar y consecuentemente homologable al resto de los ciudadanos que le circundan. La perspectiva cambia en los momentos de crisis y, entonces, las preguntas más elementales salen a escena. Sin embargo, las respuestas no son fáciles de dar, pues todo parece estar sometido a un conjunto de “equilibrios internos” que dependen, también, de otros equilibrios externos y situaciones externas que no podemos controlar. Es ahí cuando los populistas tienen una “puerta abierta”  y un amplio espacio para el desarrollo, pues sus soluciones tienen a dar respuestas a esas preguntas que nunca se resolvieron satisfactoriamente para una parte de la sociedad que, de alguna manera, fue “alejada” de “lo esencial” de los debates de esas visiones antagónicas sobre la gestión de las sociedades; y estas visiones sobre modelos económicos, gestión de la sociedad y sus libertades civiles suelen  estar en el fondo profundo de las distintas visiones políticas que nos circundan, algunas de ellas representándonos en los Parlamentos y de las que solemos pensar que su gestión (económico y/o social) no tienden a afectar, en esencia, el progreso de la Democracia para los ciudadanos. Y sin embargo, ese tipo de debates de fondo están permanentemente anclados en las raíces de la acción política e incluso se pudieran ubicar – algunas de estas formas de gestión de la sociedad – en un espacio bien opaco a la opinión pública, donde se contempla, tal vez fríamente, el momento en que fuera conveniente “cambiar” aspectos esenciales que sí afectan a la sociedad, la convivencia y las libertades civiles, sobre todo cuando las circunstancias aconsejaran un verdadero cambio de escenario político.  (A este respecto llama la atención la entrevista reciente en El País, a Felipe González, https://elpais.com/elpais/2019/09/06/ideas/1567788069_700117.html en el que viene a manifestar, entre otras cuestiones más generales, el hecho, que para él parece constatado, por el cual las sociedades autoritarias vienen a gestionar de mejor manera las situaciones de anomia generalizada; lo que no deja de ser una afirmación preocupante ante las adversidades que debieran enfrentarse y gestionarse en un futuro más o menos próximo, en el que se revisan y posiblemente se reestructurarán o re-jerarquizarán los poderes internacionales y ello nos afectará inevitablemente).  
El empleo por la Ciencia de la descripción como instrumento de definición es como una argucia misteriosa (por lo que de figura irresoluble porta, al intentar incluir en la descripción física la propia definición de ser) remite a un recurso similar empleado por las religiones, donde la definición del dogma se convierte en el axioma o misterio sólo al alcance de ser interpretado por quienes lo formularon. De esta manera se consigue que la mente de las personas consideren lo expuesto (tanto por la Ciencia como por las Religiones) como unos misterios que se le escapan en comprender, y que sólo están al alcance de los doctos de uno u otro signo (los demás deberemos seguirlos por fe, ya sea en la Ciencia o en la Religión). Es por ello, probablemente, por cuanto en entornos de tolerancia y democracia, donde la verdad se tiende a definir como un entorno cercano a la misma, donde es posible encontrar soluciones que en otros entornos más autoritarios y rígidos (donde se llegaran hasta la sanción o a sufrir penalidad por ofrecer otras visiones alternativas) son imposibles de vislumbrar o amparar (haciendo posible que vidas que pueden ser fructíferas, provechosas y gratificantes para sí mismas y para la sociedad, no encuentren salida e incluso sean bloqueadas definitivamente bajo prejuicios obstinados que no resisten una mínima honesta reflexión y que se adoptan por parecer una solución ágil, sencilla y, sobre todo, aceptadas en entornos sociales educados a base de dureza, incomprensión y, muchas veces con violencia, que ha venido emanando desde las alturas como mejor predisposición de organizar una sociedad perfecta). Por ello me llama mucho la atención de esa parte de la reflexión que realiza Felipe González (¿Realmente las Dictaduras y regímenes autoritarios son solución positiva en algún aspecto? o tal vez lo que refuerza esa afirmación es la idea de seguir manteniendo a la sociedad en la ignorancia y, desde ahí, optar por repatir palos sobre la gente que pregunte o se pregunte del porqué de las  cosas y se vean incomodados en responder los dirigentes). Parece claro, tal vez no me debiera sorprender, que nos regale con esta visión nuestro “estadista”, en vez de señalar un camino para profundizar en la democracia por medio de la formación, el conocimiento, el acopio de experiencia del pasado y los errores que pudieran haberse cometido….  sobre todo, teniendo en cuenta que no nos atrevimos a buscar todas y cada una de las causas que hicieran posible esa gran tragedia que asolaran España, ahora casi ya vamos para un siglo, y de las cuales hemos pasado tan de puntillas, tan sin mirarlas de frente y cara a cara, (el respeto a la solicitud del Tte. General Gutiérrez Mellado de esperar a que muriera la generación de la guerra ha ido permitiendo que no se produjera, al menos, una ruptura “formalizada” con el Franquismo, que permitiera la escenificación de renuncia a formas dictatoriales; y hoy nos encontramos con reticencias a mostrar abiertamente una clara e insalvable distancia con el franquismo (y todas sus incoherencias y corrupción económica) que esas trabas bien parecen una forma indirecta de seguir otorgándole una cierta “legitimidad” histórica, como quien señalara que bajo ciertas circunstancias políticas fuera admisible volver a considerar un escenario autoritario similar como solución (y ello lo que señala abiertamente es una desconfianza en la democracia y en sus valores, como fórmula para gestionar cualquier situación política o económica que se tuviera que se pudiera presentar; señalando, de manera indirecta, que algunas de estas situaciones políticas o económicas pudieran ser mejor gestionadas desde un régimen autoritario – como parece referirse Felipe González. Que un líder como este venga aceptar que la gestión de la frustración social por un devenir adverso de la economía pueda gestionarse mejor desde regímenes autoritarios resulta, en primera recepción del mensaje (que es imposible desvincular de la situación actual de España y de la comunidad occidental en la actualidad) más que frustrante, por lo que tiene y porta de legitimidad, indirecta, nuevamente, hacia las dictaduras (y nosotros aún no hemos superado la anterior). Cabría pensar si en su experiencia de Gobierno dilatado de nuestro Estado hubiera echado de menos semejante plenipotencialidad o simplemente la hubiera ejercido, en ocasiones, saltándose principios constitucionales en derechos civiles, cuando, en ocasiones, no supiera gestionar determinadas situaciones y creyera necesario imponer un criterio determinado aunque supusiera una vulneración consensuada como mal menor; y en ello se viera por el entorno, que así lo percibiera, un gesto de autoridad necesario – aunque nos alejase de los valores que decimos sostener en una Democracia y los cuales acaban exigiendo un esfuerzo mayor y constante del deseado en el ejercicio del poder y consecuente mente se abreviara el trayecto asumiendo posibles males causados sobre otros y, a la vez, el mantenimiento de la idea de que el autoritarismo también tiene su utilidad en la Democracia. Como si se tratara de una maldición cíclica que, aunque se quisiera achacar al propio pueblo español, como hiciera Franco, bien parece reflejo de nuestra deambular histórico - dando tumbos ante las presiones o prejuicios que desde el exterior se nos formulara y sin capacidad ni cohesión ni inteligencia suficiente para hacerles frente (siempre existe alguna fisura en el propio conjunto del poder que es convenientemente explotada – parece ser que desde el exterior – con suficiente audacia o picardía como para provocarnos desconfianzas internas que hicieran posibles situaciones extremas como una invasión Francesa, o una Guerra Civil, -  pero que sería imposible sin una predisposición en el interior). Parece que los valores que se dicen sostener suelen ceder ante la posibilidad de por fin llegar al personal anhelo deseado y en ese escenario, en el entorno o las inmediaciones del poder (o del dinero), todo acabara precipitándose. 
Puede ser que esa falta de coherencia en el hecho de que nos demos una Constitución que porta valores que incluyen convivencia, que se han de adoptar en el ejercicio cotidiano de nuestras vidas (en lo personal y político), también valores que se han de observar en los entornos políticos (con lealtad a esos principios y valores) y, en definitiva, señalando una manera de proceder (previsiblemente positiva) a todas las capas sociales, y del que, a veces (ya sean por motivos personales, por motivos económicos o políticos) se justifica ignorarlos (pensando que ello estaría justificado para conseguir un objetivo que se considera legítimo o pasaría desapercibido a la sociedad, cuando en realidad no pasan sin ser percibidos) ignorando que la manera de proceder, de conducirse forma parte del mensaje que se traslada a la sociedad y que este mensaje no se pude desvincular del objetivo, por lo cual, si nos saltamos en la manera de proceder los valores que se sostienen en la Constitución, en realidad, por muy legítimo que digamos que es el objetivo, no hemos hecho otra cosa que mandar un claro mensaje social (o a quien sea particularmente) por el cual es “legítimo” saltarse los valores constitucionales para conseguir un fin (que se desea “legítimo”) y en tanto asentamos esa manera de proceder (que nunca pasa desapercibida, como hemos visto, en numerosas ocasiones, en iniciativas políticas concretas que pudieran haberse encauzado con normalización, realizar actos generando grave malestar, (al no respetarse las maneras, las formas y los procedimientos reglados) y parte de la sociedad se siente molesta y vulnerada; y lo que es peor, legitimada para actuar de la misma manera cuando en un interés particular les afecte (evidentemente todo ello deteriora la democracia y sus reglas; dando paso al nefasto ejemplo de vincular resultados por el procedimiento de tensionar las normas y las reglas que hemos consensuado; es decir: en alguna manera, exhibiendo fuerza; y por lo tanto vinculando la acción política – que debiera ser normalizada – con otros rasgos y otras formulas políticas que para todo objetivo empleara la fuerza, como lo son en el caso de regímenes autoritarios o dictaduras). De alguna manera se acaban por aceptar procedimientos, incluso en el terreno de otras profesiones vinculadas con la legalidad, en el cual, nuevamente, el fin justificaría los medios (aunque con ello se vulneren los principios Constitucionales y, sobre todo, sus valores). Es decir, apelaríamos, cuando nos interesara, a formulas puramente autoritarias para resolver problemas que nos interesas, lo que invita a pensar que aceptamos procedimientos propios de autoritarismos o dictaduras si ello satisface nuestros fines o expectativas (personales o políticas). Por lo tanto, en esta manera de percibir la Democracia dejamos una “puerta bien abierta” por la que se pueda colar procedimientos autoritarios y con ello el propio establecimiento de una Dictadura. Esto es lo reprochable a la visión de nuestro afamado Estadista, que ya se atreve a vislumbrar que tal vez hubiera que ir más allá de la democracia para hacer frente a una nueva crisis económica (y o política) y ello parece hablarnos de sí mismo y de su verdadera concepción de la democracia como instrumento limitado  y sometido a control – probablemente porque ya lo percibiera con nitidez en el ejercicio de sus gobiernos, aun poseyendo mayorías absolutas).  Se ignora, parece ser, que el Estado debiéramos ser todos y a todos debe procurar bienestar y derechos; las formulas autoritarias tienden a considerar Estado solo a una parte o minoría, tendiendo a ser el resto de los ciudadanos casi súbditos de esa concepción de la que acaban siendo excluidos.
Así que la Ciencia, en su pretendida perfección, no haya conseguido un sistema económico y de progreso razonable que permita el desarrollo positivo y en libertad de toda la Humanidad (y que no desatienda o sacrifique su vertiente espiritual y preserve nuestro hábitat), porque, probablemente, la condición humana (en su parte aparentemente más adversa) busca su bien particular en vez de el de la cooperación y además no se concibe, por ahora, sin una jerarquización del poder mundial que señale liderazgos de naciones desde los cuales ordenar el mundo de las Naciones y Estados (y en esos procesos de crisis o rivalidades o cambios de liderazgos es donde parece que se suelen producir los episodios de mayores violencias y tragedias para la Humanidad).  
Si nos quitáramos esa perspectiva aparentemente mágica, por la cual el ser humano precisa de constituirse en Nación o Estado con límites territoriales constituidos mediante guerras y conflictos históricos, y fuéramos capaces de organizarnos para hacer frente a las consecuencias indeseadas de un sistema económico consumista que, tal y como está concebido en la actualidad, pone en peligro el futuro de la humanidad en el planeta, tal vez concibiéramos otras fórmulas más aceptables y responsables de gestionar nuestros territorios (en los cuales vivimos y de los cuales tomamos lo que precisamos para mantener nuestro bienestar). Entonces tal vez no resultaría extraño que se realizara esa propuesta de gestionar los territorios desde la idea de Cuencas Hidrográficas, https://cateyes-loaparenteyloreal.blogspot.com/2016/07/la-cuencas-hidrologicas-y-la-nbbc.html que obligaran a hacer sostenibles los territorios y racionalizados los usos de sus recursos, siendo estos el límite del consumismo aceptable – por lo cual la gestión del territorio pasaría a ser un objetivo esencial para quienes viven en él, no pudiendo ser subsidiario de otro tipo de objetivos que, desde perspectivas de poder, dominio, rivalidad o consumismo, los pusiera en peligro. Es decir, estaríamos en el entorno de la cooperación como forma de bienestar y progreso.

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