"El acto de competir es un acto común
entre todos los seres vivos ya que en su sentido más simple y primario tiene
que ver con la supervivencia. Los animales, los seres humanos e incluso las
plantas, todos compiten por obtener su alimento, por estar mejor protegidos o
alcanzar el sol de manera más directa. Esa competencia siempre es contra otro
igual o diferente que pueda tener el mismo objetivo y que pueda significar la
perdición." (así se viene definiendo
competir en un artículo de ABC escrito por Cecili Bembibre 2011) y prosigue
en su visión ampliando la visión que ofrece:" El término competir es un
verbo que se utiliza para designar a un tipo de acción en la cual las personas
que se ven involucradas luchan por lograr un objetivo. Esa lucha que se lleva a
cabo implica en la mayoría de los casos enfrentarse a otra persona o individuo,
sin embargo, en algunos casos puede representar la competencia que una persona
se establece consigo misma para superarse y mejorar sus resultados previos en
determinada actividad". https://www.definicionabc.com/general/competir.php
También se extiende la definición para
observarla en términos económicos desde la perspectiva de competencia, pero
concebida como rivalidad https://www.definicionabc.com/general/competencia.php donde se compara y vincula esa rivalidad
en la lucha por recursos limitados, con la propia biología y las reglas que
observamos en la Naturaleza, aceptando que esa competitividad lleve a la
desaparición de otras especies. (Gabriel
Duarte, también en ABC, 2008).
Parece lógico que desde una perspectiva
conservadora se exponga una visión de lucha por la supervivencia (y que para ello se base en la biología
destacando el instinto animal de supervivencia) para justificar una visión
de la economía basada en los mismos principios. Es, precisamente desde esa
visión de la biología (observada como
denominador común propio de todo ser vivo) desde donde se podría justificar
la idoneidad del desarrollo de un sistema Capitalista que, esencialmente se
adapta a la naturaleza más básica de la condición humana: Luchar por
sobrevivir. Y que también engranaría con la definición básica, formulado por
Adam Smith, en la que asienta la prosperidad de la economía sobre el egoísmo
humano. (tal vez este rasgo destacado por
él, tan simplista, sólo fuera una invitación sencilla - y tal vez acertada -
para definir el rasgo psicológico, que en algún momento se puede encontrar en
los seres humanos, con el cual se podría potenciar no solo el desarrollo del
Capitalismo de una manera eficaz, sino que pudiera constituirse como actitud
necesaria para lograr una adaptación para la vida en sociedad, que enlazaría
con esa idea biológica de competir (propia de la Naturaleza de la vida, tal
cual es vislumbrada por esta definición) y que parece que tuviera un impulso
definitivo, que ayudará a extender el concepto de competir (ya no solo en las sociedades, sino en
visiones de los Estados y Naciones, que determinarán la acción de la política
en otros aspectos de más gran impacto, reforzada en la misma dirección con la
obra sobre la evolución de las especies de Darwin).
Parece obvio el potencial que posee en sí mismo
el concepto de competir para sobrevivir, (sobre
todo cuando se vislumbra que, en determinadas etapas de la vida, el hecho de
actuar para “sobrevivir” trasciende y llega a vulnerar respuestas sociales que
se tenían, hasta entonces, como fuente de valores básicos por los cuales se podría definir la
naturaleza – positiva o adversa -, tanto de las personas cercanas como de la
propia sociedad en la que se vive o las sociedades que nos circundan). Parece
obvio que uno de los factores esenciales para determinar esta actitud de
competir o entrar en competencia se debiera a las condiciones ambientales en
las que se da la existencia de la vida (recursos
vitales limitados o ilimitados – lo que fomenta la idea de territorialidad - y
a la vez la contrariedad de la necesidad, en la vida animal, de precisar
sacrificar otras vidas para nutrirse y, en definitiva, para sobrevivir; y si de
lo que se trata es de sobrevivir ¿por qué renunciar a la idea de ir más allá
cuando conviniera? Y así, poco a poco, desde esa “normalidad” que supone
legitimar la lucha para sobrevivir, se puede llegar a entender que, dependiendo
de la naturaleza de cada persona y de su posición social, luchar para
sobrevivir pueda ir representando conseguir objetivos por medios cada vez más
cuestionables – incluso al margen de la ley – pero que en último extremo, bajo
esos principios se llegaría, y de hecho se llega, a la legitimidad que
supone enlazar con la idea de acabar con los rivales o los
obstáculos, y es, por ahí, por dónde se encamina y asienta el “derecho” de
declarar la guerra y aceptar la muerte de los semejantes, e incluso de los
propios para sobrevivir – y todo ello se da siendo conscientes de que poseemos
mente con capacidades espirituales que nos vinculan con todos nuestros
semejantes y con los seres vivos en general y con el propio Universo – Esta
capacidad de vincularnos los seres vivos nos muestra - por el contrario a la
idea de luchar para sobrevivir - que podemos encontrar puntos de encuentro y
equilibrio que permitan la paz, y con ella la cooperación y el progreso de las
sociedades y de nuestros entornos naturales; y sin embargo, parece que
cíclicamente, tendemos a renunciar a esa visión y nos lanzamos a establecer
diferencias, que acaban siendo insalvables, para terminar señalando a los
diferentes y, desde ahí, ir rompiendo cualquier vínculo empático, para acabar
estableciendo un pretendido “derecho” a aniquilarlo, o aniquilarlos, haciendo
posible la injusticia, el crimen o la guerra).
Toda esta aparente contradicción es posible, en
principio, porque las herramientas de las que nos estamos dotando como
Humanidad, por medio de las ramas de la Ciencia, se acaban canalizando o
instrumentalizando hacia esa idea de competir y ser superiores a otros – y en esa idea de competir puede subyacer,
también, la idea de sobrevivir, y en esa pelea por sobrevivir puede volver a
aparecer el objetivo de “aniquilar” a los competidores, y de esa manera,
guiados por ese pensamiento, aceptar la idea de saltarse las leyes y las normas
para conseguir ese fin de sobrevivir.
Para sustentar esa visión, a veces, se apela a la
Ciencia, en tanto que esta “desconoce” (por
el momento y dada su naturaleza original de explorar el mundo tangible) el
sentido y origen de la vida, y consecuentemente, por ello, no puede darle un “sentido
pleno” a la existencia humana y, por extensión, tampoco puede dar “sentido
pleno” a la existencia de la vida en general. Tal vez, por ello, la Ciencia,
incapaz de definir qué es la vida y qué sentido y papel tiene en la existencia
del Universo dotar la vida de inteligencia y consciencia de sí misma, se halla
dedicado, exclusivamente, a describirla y, a la vez, a intentar convencer al
resto de la Humanidad, con evidente éxito, que sus descripciones de la vida
son, y en sí mismas incluyen, la definición de la vida. De tal manera que se
haya entrado, de pleno, en una visión plenamente materialista de la propia
existencia humana, definiendo la vida humana con la descripción de sus
actividades biológicas (vinculadas a la
satisfacción de las mismas); considerando a la Humanidad como una simple especie animal (con sus
particularidades, pero en definitiva animal) que sigue las reglas generales de
otras especies animales y, consecuentemente, las soluciones a sus problemas y
su gestión pueden ser resueltas desde esas perspectivas; concibiendo las
manifestaciones de actividad espiritual (tanto
en el Ser Humano como en el resto de animales donde se aprecian) como un
producto propio y exclusivo del órgano físico cerebral (y consecuentemente producto de la materia). De tal manera es y está
asentada esa visión científica, todavía sesgada e inacabada, que aun siendo conscientes
de ello, se prosigue en la misma estrategia de estar toda la humanidad en la
cumbre del conocimiento gracias a la Ciencia y, de manera permanente se viene
argumentando ese mismo liderazgo científico como cumbre del conocimiento humano
a cada descubrimiento que se viene realizando, como si se tratara de un logro
colectivo del que todos participamos y a todos nos beneficia. Por ese motivo,
ante la “falta de coherencia” que se evidencia en la existencia y finitud de la
vida de cualquier ser o especie (incluida
la especie humana, cuyos individuos dotados de inteligencia y capacidad para
entender e interpretar el universo que le rodea, tienen una finitud, aparentemente
absurda - después de poder haber desarrollado la capacidad de una gran
comprensión del entorno - que resulta inexplicable. Como si todo ello no
hubiera sido más que una enorme pérdida de tiempo), esta incoherencia se
obvia y se tiende a señalar, como camino más práctico (con las derivaciones que implican a nivel de gestión política) que
la humanidad, a pesar de las evidencias de actividad espiritual, tiene un
componente de naturaleza animal, tan potente, que desde ahí se puede gestionar
lo esencial de la humanidad cuando se crea conveniente. Todos esos logros que
empezaron a mostrarse en los intermedios de las series televisivas procedentes
de EEUU – y que inundaron Europa, mostrando
electrodomésticos, máquinas, automóviles, viviendas modernas, dando tiempo
libre para el ocio,.. - que nos llevarían al bienestar social por el camino
del progreso tecnológico y científico, bajo la idea de un perfecto libre
mercado donde la competición leal de quienes mejores ideas tuvieran y mejor se
organizaran triunfarían para su bien y el de su sociedad, resultó por acabar
mostrando que tanta perfección estaba sometida, en último caso, a otras reglas y
tensiones inesperadas (más vinculadas con
la naturaleza humana y con esa idea de competir, por la cual, las capacidades y
las potencialidades de las personas acaban siendo limitadas por otros poderes,
en aparentes razones, también, de luchar por sobrevivir y por ello se empeñaran
en frustrar o apropiarse de proyectos, ideas o empresas) y que también estaban determinadas por la propia
ambición humana de cada individuo que, alcanzando el poder y el liderazgo, (y considerando su propia vida limitada en el
tiempo) gestionara los recursos limitados de los que disponemos la
humanidad como si fueran fuentes inagotable, dejando los graves problemas que
genera un sistema concebido desde esta idea de la competitividad, a las
siguientes generaciones y bajo los mismos parámetros de competitividad, sin
haberlos cuestionado abiertamente en sus efectos en el entorno social,
económico y natural.
Así que, la Ciencia, en su siempre pretendida
perfección (pues así se muestra desde
hace décadas, aunque algunas de sus
afirmaciones científicas hayan llevado a causar graves problemas a las personas
e incluso a los propios Estados y Naciones) aún no ha sabido resolver el
problema de establecer un sistema económico que, protegiendo la calidad de
nuestro entorno vital, permita el bienestar generalizado de todas las Naciones
y Estados, (un sistema que no precise
guerras, capaz de resolver todos los
conflictos humanos por medios pacíficos, renunciando a la violencia o la
transgresión de las leyes que defienden los derechos humanos y las libertades
civiles). Es probable que, por ello, la Ciencia nunca haya deseado entrar
de pleno en el análisis de la propia Naturaleza Humana (a la que me he referido al comienzo en su doble condición de condición
animal y espiritual) para trascenderla (pudiendo
así analizar y señalar los efectos de las creencias y fes sobre los seres
humanos. Esta postura materialista se
defiende, por algunos, como verdad aun desconociendo el sentido de la vida
y su papel y razón de ser en el Universo conocido; parece obvio que ello es
afirmación temeraria cuando se presenta como verdad absoluta, pues lo que se
está haciendo es presentar la “parte” que se cree conocer, y que parece
conocerse, por el “todo” como si todo estuviera ya conocido y descubierto; y
esta forma de proceder de la Ciencia es recurrente, y más bien parece una forma
de auto-propaganda que pudiera estar destinada a conservar su papel de
influencia en la sociedad.
Tal actitud se comprendería mejor si
introdujéramos un factor de Condición Humana (positivo o negativo, según sea el caso) que puede resultar determinante
para comprender la postura de parte de muchos científicos que representan a la
Ciencia y que se constituyen, así mismos, como vanguardia del saber universal
de la humanidad: Liderar el conocimiento Humano, con lo que ello puede
comportar de liderazgo social en sus ámbitos (cuando a ello sumamos la idea de la división de tareas y roles en las
ramas de la Ciencia, entramos en el concepto de expertos y, desde esa
perspectiva, sus postulados tienen la fuerza y eficacia de ley – al menos así
rigen en vigencia hasta que fueran destronados o modificados por otros que
pudieran reforzarlos o evidenciar lo erróneo de los argumentos o axiomas
sostenidos por los anteriores, sin que ello comporte responsabilidad alguna por
las consecuencias derivadas sobre la sociedad de haber sostenido esas
pretendidas “leyes perfectas” en su momento). Aunque resulta evidente la existencia de
transversalidad en los conocimientos científicos, y consecuentemente la
existencia de un “sistema de equilibrios”, en la práctica, existe en cada país
o Nación o Estado, unos intereses políticos determinados (que suelen estar vinculados con la perspectiva histórica sostenida para
gestionar su sociedad y también con las perspectivas de rivalidades históricas
con otras Naciones o Estados, en cuya pugna estructuran políticas internas y
externas) y que pueden llegar a anular, en momentos determinados, ese
posible sistema de equilibrios que tienden a “relativizar” o moderar, y a hacer
reconsiderar, cualquier postura científica que pretenda imponer una visión excluyente
y, por lo general, muy práctica que favorece a una gestión política simple, a
veces basada en prejuicios, que tiende a excluir la complejidad existente en la
Naturaleza Humana (es decir: También
existe una tendencia a un populismo científico que puede presentar soluciones
sencillas y aparentemente prácticas, que por lo general penalizan, hacen sufrir
o ponen en riesgo a la sociedad, para resolver situaciones que son más
complejas).
La ciencia, en sí misma, es una herramienta que
se concibiera – allá por la Ilustración –
como un trayecto racional, guiado por un “método científico” que era capaz de
decirnos y mostrarnos la “verdad” que nos rodea, bastando para ello realizar
las preguntas adecuadas y utilizando ese método, accesible para cada persona,
por el cual verificaríamos la existencia de dicha verdad. El desarrollo de la
Ciencia (y las tecnologías asociadas a la
misma) ha demostrado que el conocimiento, además de hacer posible el
desarrollo integral de las personas que lo va adquiriendo (pues al final del conocimiento, de la recopilación y comprensión del
mismo, cada científico y profesional, si ha ido más allá de la simple
memorización de conocimientos y técnicas…) pues se acaba entrando en el
terreno de la filosofía, y la filosofía es un lenguaje común, en el que la
experiencia de multitud de personas procedentes de distintos saberes
experimentados encuentran un “lugar común” donde poder compartir sus
conocimientos “conclusivos” e “integrados” – y que suelen transcender el conocimiento común y científico -
adentrándose en el mundo simbólico, espiritual, trascendental… donde las
preguntas que permanentemente han acompañado al Ser Humano (como las del sentido de la vida), que no
tuvieran respuestas plenas, transversales y satisfactorias en mundo científico, se pueden aproximar a
responder apoyándose, incluso, en formulaciones o axiomas científicos
específicas de cada rama de la Ciencia – especialmente
con las Matemáticas.
Resulta paradójico que fuera necesaria la
separación de los primeros científicos del ambiente riguroso católico para
poderse adentrar a formular un primer método científico evitando ser por ello
perseguidos por los representantes y garantes de la religión (en su papel de custodios de las “verdades”
reveladas que resolvieron todas las preguntas que la humanidad pudiera hacerse
sobre el sentido de su existencia y el papel que debiera realizar sobre la
Tierra) y que ese bloqueo que sufrieran las Universidades, a consecuencia
de no poder adentrarse más allá de lo ya conformado y verificado desde la fe
religiosa, solo pudiera iniciarse en la evidente descripción de la exploración
a partir de algo tan común e irrefutable como constatar la percepción de la
materialidad que nos rodea y que la inmensa mayoría de la humanidad y gente
común pudiera constatar como evidente, y así salir, no sin peligro para quienes
se adentraban por esa senda, de un estancamiento de lo que ahora consideramos
progreso científico. Sin embargo, el requisito de tener que aferrarse a una
“materialidad tangible para todos por medio de métodos científicos” parece
haber inclinado la balanza hacia una visión científica materialista; hecho que
en sí mismo pudiera impregnar la propia esencia del conocimiento y de los
científicos, pues el materialismo también tiende a impregnar la naturaleza y el
espíritu humano, haciéndole rehén de ambiciones consustanciales a la naturaleza
humana y proponiéndole el olvido de un hecho fundamental: Todo conocimiento que
poseemos se construye y alza, o complementa, sobre el conocimiento que otros
pusieron a nuestra disposición – y
quienes lo hicieron así, desde la generosidad, son los verdaderos sabios que
comprendieron la naturaleza específica por el cual, toda persona, es capaz de
adquirir conocimientos e incorporarlos a su ser; y esa naturaleza es, esencialmente,
espiritual y como tal se puede encontrar y compartir en ese espacio
“inmaterial” (podremos
científicamente describir esa capacidad, e incluso describir las mejores
situaciones ambientales que se deberían dar para desarrollar esa capacidad
que todos poseemos; pero la pregunta es clara: ¿Por qué sabiendo que ello es
posible para toda persona – y se sabe sin necesidad de que la ciencia
intervenga para señalarlo, sino ya de por sí, por sentido común – no se viene
promoviendo desde las Instituciones educativas?).
La respuesta se pudiera hallar en la entrevista
realzada a responsables políticos de la Enseñanza en Portugal (nunca miramos a Portugal como nación
hermana, y siempre dio la sensación de quererla mirar por encima del hombro)
cuando señalan que ponen la máxima atención en la selección del profesorado en
las primeras etapas escolares. Era obvia la respuesta, porque mientras existan
profesores en las primeras etapas (y
posteriores) que sus títulos hayan sido conseguidos por medios puramente memorísticos
y no se hayan dedicado a una profundización “de fondo” en los mismos (que permita exponer la transversalidad de
los mismos y su trasposición en la vida cotidiana para responder acertadamente
a las interrogaciones de sus alumnos), tendremos siempre el obstáculo que
ellos mismos representan al no poder contestar una duda o un porqué de un
alumno y tener que imponerse autoritariamente, precisamente, para mantener su
autoridad ante la evidencia de carencias graves para dedicarse a una enseñanza
que sea capaz de movilizar las capacidades de los educandos y no solo
convertirlos en pasivos y disciplinados oyentes (o escuchantes) sino que ignoramos
la capacidad innata e intuitiva que poseen para “reconocer” una “autoridad” por las virtudes
positivas de la misma y no, obligarles exclusivamente, a acatar una autoridad
formal por el temor que pudiera emanar de ella; todas las deficiencias suelen
acabar siendo percibidas por el alumnado; con la triste consecuencia de que lo
importante, en demasiadas ocasiones, no es el conocimiento que se adquiera,
sino dar con la respuesta que la autoridad – el maestro/a – desea; y obviamente eso no es ofrecer conocimiento,
sino obediencia; y probablemente ello es al menos, una causa esencial de los
problemas de nuestra enseñanza y de la causa de la posible corrupción
evidenciada en el sistema educativo, en cuya primera impresión apareciera la
Universidad, pero que pudiera haberse instalado en otros estadios, haciendo
posible la estructuración de mandos y escalas profesionales con carencia de
conocimientos, pero que contribuyen a construir una sociedad tan obediente – y al menos temerosa – como ineficiente
en términos de posibilidades reales de mejora y desarrollo.
En ese sentido la Ciencia ofrece soluciones en
la medida que se deseen formular las preguntas, pero, como tal, es conocimiento
y el conocimiento, cuando abandona la esfera y el ámbito de la magnificencia
espiritual donde es concebido y contemplado –
y se convierte en una estructura sistematizada para conseguir un fin
determinado, al alcance de cualquiera que lo haya “a-pre-hendido” de memoria
- lo que tenemos entre manos es Poder y el Poder no es un concepto inocuo,
imparcial o aséptico, sino que obedece a unos principios, a unas estrategias, a
unas “visiones” (determinadas) sobre
la gestión de la sociedad y sobre sí mismo (cuyo
principal objetivo es perpetuarse o asentarse como poder y competir como poder).
Es decir: La Ciencia se convierte en una herramienta que porta unos
conocimientos que se pueden emplear como Poder y, en consecuencia, el uso y
signo de ese poder dependerá de los Valores que porten los objetivos que desean
conseguir, por medio de esos conocimientos, las personas que portan y usan ese
poder.
La cuestión de los conocimientos científicos – y en consecuencia la Ciencia – se ve más
vinculada, a pesar de orientarse y vincularse con el mundo material, con
facetas más propias de mentes espirituales capaces de concebir
transversalidades (lo que implica
conocimientos aplicados y una mente en permanente capacidad transversal) más
que conceptos puramente memoristas (de
ahí que las carencias de los profesionales de la educación en las primeras
etapas formativas sean tan determinantes y de efectos adversos sobre el
alumnado).
Si consideramos que la Ciencia, debido al
lenguaje críptico que ha ido construyendo para definir sus propias
descripciones, hallazgos, postulados, axiomas… se ha ido alejando de la
sociedad, estableciendo una distancia casi insalvable que a la vez ha ido
otorgando un halo de misterio al conocimiento sistematizado y sin embargo,
aquellos que han comprendido en profundidad condición de la naturaleza
“espiritual” del conocimiento que poseen (paralela
a una experiencia mística, casi explicitada por la religión como “revelaciones”
– que bien pueden ser falsas o certeras para todos – pues en el misterioso
mundo de la lógica y el logos cabe “todo” y “toda” solución para cada momento
determinado del ser o la humanidad) son capaces de transmitirlo a cualquier
persona, con gran exactitud, con independencia de que posean o no conocimientos
de conceptos sistematizados por la Ciencia – lo que viene a señalar que el lenguaje simbólico que se puede emplear
conecta, con nitidez, con las personas, mejor que el conocimiento
sistematizado, pues este último precisa primero conocer en profundidad las
claves del lenguaje que se va a emplear – vendríamos a constatar que parte
del “conocimiento” que se viene a sostener popularmente como tal, se basa en
saber emplear el término científico adecuado en un momento oportuno, aunque no
sepamos la transcendencia ni la complejidad del mismo (de alguna manera, entraríamos así en un posible rasgo de ser verdaderos
ignorantes, pero con apariencia de instruidos e insertados socialmente).
Es
curioso que el hecho de que todos hallamos adquirido conocimientos científicos
(en algún nivel, desde el colegio hasta
el instituto pasando o no por la Universidad) nos ha terminado por hacer
más permeables a la Ciencia, hasta el punto de considerarla casi dogma de fe,
que tal vez en demasiadas ocasiones no se somete al tamiz, riguroso, de un
elemental sentido común (como era
evidente sostener que la idea Capitalista del consumismo como competición e
inundación de bienes de consumo traería problemas elementales al medioambiente,
sobre todo porque la filosofía de ese sistema se basa en el egoísmo – y en la
competición -, como señala Adam Smith, y es la misma filosofía que retoma Trump,
ignorando que el egoísmo suele llevar a padecimientos del entorno donde se
aplica cotidianamente y a grades tragedias cuando se adopta como orientación
política de fondo). Por lo general, consideramos que se tienden a tomar las
mejores soluciones ante un problema dado, de manera lo más positiva posible,
sin preguntarnos qué valores últimos se defienden desde la perspectiva que
tiende a ser capaz de persuadir de que su solución es la más acertada. Así
ocurre mientras todo va bien o resulta aceptable para la mayoría de la sociedad
el devenir cotidiano de sus vidas – y
mientras resulte que cada cual pueda ir resolviendo sus vidas desde un marco
previamente concebido (o intuido o construido en su mente) que le permita ir
alcanzando objetivos o estabilidad dentro de una “normalidad” concebida como
estándar y consecuentemente homologable al resto de los ciudadanos que le
circundan. La perspectiva cambia en los momentos de crisis y, entonces, las
preguntas más elementales salen a escena. Sin embargo, las respuestas no son
fáciles de dar, pues todo parece estar sometido a un conjunto de “equilibrios
internos” que dependen, también, de otros equilibrios externos y situaciones
externas que no podemos controlar. Es ahí cuando los populistas tienen una
“puerta abierta” y un amplio espacio
para el desarrollo, pues sus soluciones tienen a dar respuestas a esas
preguntas que nunca se resolvieron satisfactoriamente para una parte de la
sociedad que, de alguna manera, fue “alejada” de “lo esencial” de los debates
de esas visiones antagónicas sobre la gestión de las sociedades; y estas
visiones sobre modelos económicos, gestión de la sociedad y sus libertades
civiles suelen estar en el fondo
profundo de las distintas visiones políticas que nos circundan, algunas de
ellas representándonos en los Parlamentos y de las que solemos pensar que su
gestión (económico y/o social) no
tienden a afectar, en esencia, el progreso de la Democracia para los ciudadanos.
Y sin embargo, ese tipo de debates de fondo están permanentemente anclados en
las raíces de la acción política e incluso se pudieran ubicar – algunas de
estas formas de gestión de la sociedad – en un espacio bien opaco a la opinión
pública, donde se contempla, tal vez fríamente, el momento en que fuera
conveniente “cambiar” aspectos esenciales que sí afectan a la sociedad, la
convivencia y las libertades civiles, sobre todo cuando las circunstancias
aconsejaran un verdadero cambio de escenario político. (A este respecto llama la atención la entrevista
reciente en El País, a Felipe González, https://elpais.com/elpais/2019/09/06/ideas/1567788069_700117.html
en el que viene a manifestar,
entre otras cuestiones más generales, el hecho, que para él parece constatado,
por el cual las sociedades autoritarias vienen a gestionar de mejor manera las
situaciones de anomia generalizada; lo que no deja de ser una afirmación
preocupante ante las adversidades que debieran enfrentarse y gestionarse en un
futuro más o menos próximo, en el que se revisan y posiblemente se
reestructurarán o re-jerarquizarán los poderes internacionales y ello nos
afectará inevitablemente).
El empleo por la Ciencia de la descripción como
instrumento de definición es como una argucia misteriosa (por lo que de figura irresoluble porta, al intentar incluir en la
descripción física la propia definición de ser) remite a un recurso similar
empleado por las religiones, donde la definición del dogma se convierte en el axioma
o misterio sólo al alcance de ser interpretado por quienes lo formularon. De
esta manera se consigue que la mente de las personas consideren lo expuesto (tanto por la Ciencia como por las
Religiones) como unos misterios que se le escapan en comprender, y que sólo
están al alcance de los doctos de uno u otro signo (los demás deberemos seguirlos por fe, ya sea en la Ciencia o en la Religión).
Es por ello, probablemente, por cuanto en entornos de tolerancia y democracia,
donde la verdad se tiende a definir como un entorno cercano a la misma, donde
es posible encontrar soluciones que en otros entornos más autoritarios y
rígidos (donde se llegaran hasta la
sanción o a sufrir penalidad por ofrecer otras visiones alternativas) son
imposibles de vislumbrar o amparar (haciendo
posible que vidas que pueden ser fructíferas, provechosas y gratificantes para
sí mismas y para la sociedad, no encuentren salida e incluso sean bloqueadas
definitivamente bajo prejuicios obstinados que no resisten una mínima honesta
reflexión y que se adoptan por parecer una solución ágil, sencilla y, sobre
todo, aceptadas en entornos sociales educados a base de dureza, incomprensión
y, muchas veces con violencia, que ha venido emanando desde las alturas como
mejor predisposición de organizar una sociedad perfecta). Por ello me llama
mucho la atención de esa parte de la reflexión que realiza Felipe González (¿Realmente las Dictaduras y regímenes autoritarios
son solución positiva en algún aspecto? o tal vez lo que refuerza esa
afirmación es la idea de seguir manteniendo a la sociedad en la ignorancia y,
desde ahí, optar por repatir palos sobre la gente que pregunte o se pregunte
del porqué de las cosas y se vean
incomodados en responder los dirigentes). Parece claro, tal vez no me
debiera sorprender, que nos regale con esta visión nuestro “estadista”, en vez
de señalar un camino para profundizar en la democracia por medio de la
formación, el conocimiento, el acopio de experiencia del pasado y los errores
que pudieran haberse cometido…. sobre
todo, teniendo en cuenta que no nos atrevimos a buscar todas y cada una de las
causas que hicieran posible esa gran tragedia que asolaran España, ahora casi
ya vamos para un siglo, y de las cuales hemos pasado tan de puntillas, tan sin
mirarlas de frente y cara a cara, (el
respeto a la solicitud del Tte. General Gutiérrez Mellado de esperar a que
muriera la generación de la guerra ha ido permitiendo que no se produjera, al
menos, una ruptura “formalizada” con el Franquismo, que permitiera la
escenificación de renuncia a formas dictatoriales; y hoy nos encontramos con
reticencias a mostrar abiertamente una clara e insalvable distancia con el
franquismo (y todas sus incoherencias y corrupción económica) que esas trabas
bien parecen una forma indirecta de seguir otorgándole una cierta “legitimidad”
histórica, como quien señalara que bajo ciertas circunstancias políticas fuera
admisible volver a considerar un escenario autoritario similar como solución (y ello lo que señala abiertamente es una
desconfianza en la democracia y en sus valores, como fórmula para gestionar
cualquier situación política o económica que se tuviera que se pudiera
presentar; señalando, de manera indirecta, que algunas de estas situaciones
políticas o económicas pudieran ser mejor gestionadas desde un régimen
autoritario – como parece referirse Felipe González. Que un líder como este venga aceptar que la gestión de la frustración
social por un devenir adverso de la economía pueda gestionarse mejor desde
regímenes autoritarios resulta, en primera recepción del mensaje (que es
imposible desvincular de la situación actual de España y de la comunidad
occidental en la actualidad) más que frustrante, por lo que tiene y porta de
legitimidad, indirecta, nuevamente, hacia las dictaduras (y nosotros aún no
hemos superado la anterior). Cabría pensar si en su experiencia de Gobierno
dilatado de nuestro Estado hubiera echado de menos semejante plenipotencialidad
o simplemente la hubiera ejercido, en ocasiones, saltándose principios constitucionales
en derechos civiles, cuando, en ocasiones, no supiera gestionar determinadas
situaciones y creyera necesario imponer un criterio determinado aunque
supusiera una vulneración consensuada como mal menor; y en ello se viera por el
entorno, que así lo percibiera, un gesto de autoridad necesario – aunque nos
alejase de los valores que decimos sostener en una Democracia y los cuales
acaban exigiendo un esfuerzo mayor y constante del deseado en el ejercicio del
poder y consecuente mente se abreviara el trayecto asumiendo posibles males
causados sobre otros y, a la vez, el mantenimiento de la idea de que el autoritarismo
también tiene su utilidad en la Democracia. Como si se tratara de una maldición
cíclica que, aunque se quisiera achacar al propio pueblo español, como hiciera
Franco, bien parece reflejo de nuestra deambular histórico - dando tumbos ante
las presiones o prejuicios que desde el exterior se nos formulara y sin
capacidad ni cohesión ni inteligencia suficiente para hacerles frente (siempre
existe alguna fisura en el propio conjunto del poder que es convenientemente
explotada – parece ser que desde el exterior – con suficiente audacia o
picardía como para provocarnos desconfianzas internas que hicieran posibles
situaciones extremas como una invasión Francesa, o una Guerra Civil, - pero que
sería imposible sin una predisposición en el interior). Parece que los
valores que se dicen sostener suelen ceder ante la posibilidad de por fin
llegar al personal anhelo deseado y en ese escenario, en el entorno o las
inmediaciones del poder (o del dinero),
todo acabara precipitándose.
Puede ser que esa falta de coherencia en el
hecho de que nos demos una Constitución que porta valores que incluyen
convivencia, que se han de adoptar en el ejercicio cotidiano de nuestras vidas
(en lo personal y político), también valores
que se han de observar en los entornos políticos (con lealtad a esos principios y valores) y, en definitiva,
señalando una manera de proceder (previsiblemente
positiva) a todas las capas sociales, y del que, a veces (ya sean por motivos personales, por motivos
económicos o políticos) se justifica ignorarlos (pensando que ello estaría justificado para conseguir un objetivo que se
considera legítimo o pasaría desapercibido a la sociedad, cuando en realidad no
pasan sin ser percibidos) ignorando que la manera de proceder, de
conducirse forma parte del mensaje que se traslada a la sociedad y que este
mensaje no se pude desvincular del objetivo, por lo cual, si nos saltamos en la
manera de proceder los valores que se sostienen en la Constitución, en realidad,
por muy legítimo que digamos que es el objetivo, no hemos hecho otra cosa que
mandar un claro mensaje social (o a quien
sea particularmente) por el cual es “legítimo” saltarse los valores
constitucionales para conseguir un fin (que
se desea “legítimo”) y en tanto asentamos esa manera de proceder (que nunca pasa desapercibida, como hemos
visto, en numerosas ocasiones, en iniciativas políticas concretas que pudieran
haberse encauzado con normalización, realizar actos generando grave malestar, (al
no respetarse las maneras, las formas y los procedimientos reglados) y parte de la sociedad se siente molesta y
vulnerada; y lo que es peor, legitimada para actuar de la misma manera
cuando en un interés particular les afecte (evidentemente
todo ello deteriora la democracia y sus reglas; dando paso al nefasto ejemplo
de vincular resultados por el procedimiento de tensionar las normas y las
reglas que hemos consensuado; es decir: en alguna manera, exhibiendo fuerza; y
por lo tanto vinculando la acción política – que debiera ser normalizada – con otros
rasgos y otras formulas políticas que para todo objetivo empleara la fuerza,
como lo son en el caso de regímenes autoritarios o dictaduras). De alguna
manera se acaban por aceptar procedimientos, incluso en el terreno de otras
profesiones vinculadas con la legalidad, en el cual, nuevamente, el fin
justificaría los medios (aunque con ello
se vulneren los principios Constitucionales y, sobre todo, sus valores). Es
decir, apelaríamos, cuando nos interesara, a formulas puramente autoritarias
para resolver problemas que nos interesas, lo que invita a pensar que aceptamos
procedimientos propios de autoritarismos o dictaduras si ello satisface
nuestros fines o expectativas (personales
o políticas). Por lo tanto, en esta manera de percibir la Democracia
dejamos una “puerta bien abierta” por la que se pueda colar procedimientos
autoritarios y con ello el propio establecimiento de una Dictadura. Esto es lo
reprochable a la visión de nuestro afamado Estadista, que ya se atreve a
vislumbrar que tal vez hubiera que ir más allá de la democracia para hacer
frente a una nueva crisis económica (y o
política) y ello parece hablarnos de
sí mismo y de su verdadera concepción de la democracia como instrumento
limitado y sometido a control –
probablemente porque ya lo percibiera con nitidez en el ejercicio de sus
gobiernos, aun poseyendo mayorías absolutas). Se ignora, parece ser, que el Estado
debiéramos ser todos y a todos debe procurar bienestar y derechos; las formulas
autoritarias tienden a considerar Estado solo a una parte o minoría, tendiendo
a ser el resto de los ciudadanos casi súbditos de esa concepción de la que
acaban siendo excluidos.
Así que la Ciencia, en su pretendida
perfección, no haya conseguido un sistema económico y de progreso razonable que permita el
desarrollo positivo y en libertad de toda la Humanidad (y que no desatienda o sacrifique su vertiente espiritual y preserve nuestro hábitat), porque,
probablemente, la condición humana (en su
parte aparentemente más adversa) busca su bien particular en vez de el de
la cooperación y además no se concibe, por ahora, sin una jerarquización del
poder mundial que señale liderazgos de naciones desde los cuales ordenar el
mundo de las Naciones y Estados (y en
esos procesos de crisis o rivalidades o cambios de liderazgos es donde parece
que se suelen producir los episodios de mayores violencias y tragedias para la
Humanidad).
Si nos quitáramos esa perspectiva aparentemente
mágica, por la cual el ser humano precisa de constituirse en Nación o Estado
con límites territoriales constituidos mediante guerras y conflictos
históricos, y fuéramos capaces de organizarnos para hacer frente a las
consecuencias indeseadas de un sistema económico consumista que, tal y como
está concebido en la actualidad, pone en peligro el futuro de la humanidad en
el planeta, tal vez concibiéramos otras fórmulas más aceptables y responsables
de gestionar nuestros territorios (en los
cuales vivimos y de los cuales tomamos lo que precisamos para mantener nuestro
bienestar). Entonces tal vez no resultaría extraño que se realizara esa
propuesta de gestionar los territorios desde la idea de Cuencas Hidrográficas, https://cateyes-loaparenteyloreal.blogspot.com/2016/07/la-cuencas-hidrologicas-y-la-nbbc.html que obligaran a hacer sostenibles los territorios y racionalizados los usos de
sus recursos, siendo estos el límite del consumismo aceptable – por lo cual la
gestión del territorio pasaría a ser un objetivo esencial para quienes viven en
él, no pudiendo ser subsidiario de otro tipo de objetivos que, desde
perspectivas de poder, dominio, rivalidad o consumismo, los pusiera en peligro.
Es decir, estaríamos en el entorno de la cooperación como forma de bienestar y
progreso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario