Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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viernes, 27 de septiembre de 2019

Una sociedad, casi enferma del todo


Cuando una persona observa que se inicia una predisposición adversa sobre ella, en el momento en que lo advierte, se dispone a analizar cuál sería la manera más eficaz de pararla. Esto parece evidente para cualquier persona (por ejemplo, si una persona con responsabilidad política o institucional observa una maniobra sobre sí misma – que puede ser común en ese ambiente – no solo es percibida por ella, sino por su propio entorno, por ello cuando se dispone a frenarla lo hace con la mayor diligencia posible, y si es compleja analiza el momento más adecuado para neutralizarla; en ello cuenta con el apoyo derivado de la credibilidad construida en su entorno de años de trabajo en común). Pero si vamos descendiendo las posibilidades de ser respaldado van dependiendo, mucho más, de las personas superiores a él que le conocen y pueden brindarle su apoyo – parece que esto también es común y probable. Y sin embargo, en casos similares, pero donde el prejuicio social de la estigmatización se constituye en un instrumento de opacidad – en sí mismo – la posibilidad de detectar un rumor o el establecimiento de una idea calumniosa tiende a ser remota.  De ahí que, con el tiempo, se aprenda a visualizar esas circunstancias desde los cambios inesperados en las actitudes cotidianas de las personas del entorno; y la gestión de estas circunstancias, sin el respaldo de alguien superior que confíe en la honestidad y los valores de la persona así tratada, resulta imposible. Por ello, puede resultar necesario, como ahora me lo parece, trasladar estas circunstancias que relato en el presente escrito, pues la potencia de los prejuicios que se sostienen sobre las personas que se estigmatizan suelen encontrar camino, tarde o temprano, y toda persona que recibe una información que supone prejuicio grave contra otra, tiende a creérsela, aunque sea conocida de tiempo,  y pone al receptor de ese “run run” en el trance de obligarle a tomar posición al respecto y de sometese a dura prueba todo lo que de esa persona conocía llevándole a la re-evaluación de la persona así tratada por el entorno social.
El percibir estas circunstancias en de manera persistente y reiterada (y que considero anómalas e impropias de una sociedad sana) me ha llevado a concebir una visión de fondo sobre las violencias que consideramos aceptables y aceptadas en nuestra sociedad (como estas señaladas por mí en otras ocasiones o el simple hecho de establecer un daño permanente a una persona, que son otro tipo de violencias), que me permite abordar con perspectivas bien diferentes lo que suele percibirse como trato común y consecuente en nuestras sociedades, aunque procedan del Estado (también considero que no todas las personas suelen profundizar tanto en las causas últimas que hacen posibles el uso de “violencias”; pues cada cual profundiza en la medida en que lo precisa, y si no hay obstáculos graves en sus vidas particulares no precisa profundizar en las razones por las que subsisten estas violencias, simplemente se forma una idea general del entorno y esa idea le sirve para sus objetivos diarios). Y por ello, porque he profundizado en las causas últimas sé que un régimen autoritario usa de la violencia, en todas sus formas, como instrumento cotidiano y consecuentemente, y por lo tanto aun sería peor experiencia (como pretende instaurar el proyecto político de Podemos). La iniciativa de cualquier tipo de violencia para hacer daño a una persona es la expresión más evidente de falta de salud – aunque se observe como sintonía con el entorno social violento; y cuando se suma un entorno social laboral a hacer daño a una persona estamos hablando de un entorno social “enfermo”. Incluso cuando el Estado, o un Ente del Estado, argumenta legitimidad en hacer daño o perjuicio grave  a una persona – porque dice que no le gusta su perfil – estamos hablando de un Estado en algún punto “enfermo” incapaz de comunicarse abierta y transparentemente (y precisamente lo hace opacamente porque se dispone a vulnerar sus propias leyes para perjudicar a una persona concreta). De ahí, probablemente, que el populismo de Trump haya encontrado tanto espacio para expandirse dentro de su propia estructura de Estado en EEUU y resulte tan difícil ponerle freno (el Estado, los Estados, están muy preparado para actuar desde la opacidad con eficacia), lo que en sí mismo señala la existencia de un poder, de fondo, fáctico, incluso fanático, con rasgos “insanos”. Si la propia ONU señala que vivimos en un Mundo violento (que hemos construido un mundo violento) obviamente deberíamos concluir que nuestras sociedades (en la medida en que acepta, o justifica bajo cualquier principio o idea, la iniciativa del uso de la violencia, incluso sutil)  es porque éstas tienen un aspecto “enfermo” y consecuentemente a tratar – y no tanto a justificar.
Se ha dicho por algún entorno que los Ingleses, cuando iban confeccionando sus informes para documentar los territorios que iban conquistando, señalaron que algunos de los pobladores no oponían resistencia cuando eran atacados por sus soldados (y se dejaban matar sin oponer resistencia). Desde esta perspectiva parece claro quiénes han sido los que han  esparcido por todo el mundo la locura de la violencia (las naciones occidentales, y en nombre del progreso científico y la ilustración y el motivo de la misma (codicia, riquezas, poder). Lo que señalaría en sí mismo las causas por las que se emplea la iniciativa de la violencia en los Estados y en las personas que los imitan. Y desde ahí se puede entender que quienes sufren violencia por parte de los Estados, o instituciones o entes que impulsan esas políticas o personas situadas en puestos de poder sobre otras, lo sufren (en última instancia) bajo esos mismos parámetros finales con los que se justificaba la violencia inglesa sobre poblaciones lejanas.
Así que cuando observo que en el Heraldo de Aragón del lunes 23 de septiembre, siendo un medio de gran influencia en nuestra región (y que representa a la burguesía conservadora) la interpretación de sus propias encuestas electorales señalan bajada de escaños del PSOE y diciendo subida de los de Podemos (antes de que Erejón anunciara su entrada en escena) señala una “intención” clara del medio en orientar a la opinión pública aragonesa (incluso a la votante de izquierdas) y que sintoniza con lo impulsado desde hace días desde las prensas conservadoras en Madrid. Y que, personalmente a mí, me recuerda a la misma estrategia empleada por los sublevados para evitar la ayuda militar a la II República: Hacer que se visualice la izquierda como radical y si no lo consiguen (como así ha acontecido con Sánchez al no pactar bajo los términos exigidos por Podemos)  potenciar en la opinión pública de izquierdas la idea de votar a Podemos– pues concibo en esa estrategia de la derecha buscar consolidar un escenario de antagonismo que otorgue a la propia derecha un plus de legitimidad; y eso, en estos momentos, no lo considero positivo, pues aún siguen considerando que sacar a Franco del Valle de los Caídos es un punto de rédito electoral para Sánchez y si consideráramos que Rajoy lo pudo hacer (y apuntarse ese rédito) y no lo hizo es porque, en definitiva si Rajoy lo hiciera hubiera generado una verdadera crisis interna en el PP de mayor dimensión a la ruptura que supuso Vox – lo que sigue señalando la vigencia de la vinculación de la Derecha con esa puerta de salida que representa la Dictadura – y por extensión facilitar la legitimación plena del uso de la violencia desde las estructuras del Estado).
Lo más grave resulta ser que cuando la violencia, en cualquiera de sus formas, se ha instalado algunos procederes del Estado o en los ciudadanos, nos encontramos que desinstalarlas resulta una tarea bien difícil, pues ya se han constituido como parte automatizada en el proceder social y milenario, todo tipo de razonamientos que acaban avalándolas y justificándolas (incluso saltándose los procedimientos previos que se hubieran de seguir antes de llegar a ese extremo). La tarea es tan inmensa como improbable de éxito, pues a la definitiva, si vuelve a imperar el argumento que el presidente Norteamericano exhibió en la ONU recientemente, por el cual no a la Globalización y si a los Patriotas, nos acabaremos encontrando, nuevamente, como en la Guerra Fría, que los pacifistas volveremos a ser considerados (si solo si, somos de izquierdas) peligrosos para los Estados.
De ahí que esté poniendo todo este esfuerzo para intentar conseguir trasladar la idea de lo que hubiera que ir transformando para tener una oportunidad de ir desterrando las formas de violencia que he venido señalando (y que son muy variadas) pues ello es la única forma de avanzar en la Democracia.
Por ello creo conveniente iniciar un esfuerzo mucho más profundo y persistente, dirigido al entorno, en lo relativo a lo que se viene a considerar problemas relativos a la Salud Mental, porque considero, de manera clara y evidente, que el conocimiento que se posee desde el mundo de la política (que es el único mundo que es capaz de transformar esa realidad de la Salud Mental) carece de referencias lo suficientemente claras (y que solo pueden adquirirse desde una trasposición del problema para medirlo y evaluarlo desde el sentido común; pero solo es posible ello una vez que esté estimulado y sensibilizado el sentido común en la dirección correcta; pues desde ahí sí se puede visualizar que esos problemas no son inaccesibles – o de solución exclusivamente médica – sino que el entorno social es determinante, pues es el entorno social quienes los generan y a su vez quienes los pueden hacer llevaderos e incluso casi resolver). Considero un deber esta iniciativa mía sobre mi entorno político, pues sin esta acción, sostenida y sostenible en el tiempo (y que ahora inicio de manera determinante, pues erróneamente parece que concebí un mayor campo de visión en ese entorno político del que tal vez realmente se posea, o sea capaz de concebir, pues parece que ya no se concibe como objetivo político propio (cuando fue objetivo esencial en la transición y ahora debería serlo, sobre todo cuando se observa una regresión a formas de terapia que implican violencia y denunciadas en los entornos de de los Derechos Humanos); por ello creo que es preciso estimular la reflexión para - si llegara en alguna medida  éxito - asentar una base lo suficientemente certera para que, desde esa percepción, se empezara a vislumbrar con claridad todo aquello que, afectando a la de Salud Mental, pueda transformarse en sus en sus deficiencias (denunciadas en los medios de comunicación) – que parecen evidentes en algunos casos,  y que es propósito, desde todo mi esfuerzo y sinceridad profunda; desde una perspectiva humana que espero que, a pesar de la previsible o posible resistencia que pudiera existir en parte del mundo profesional – pues en todo existe una inercia - señalarse de manera sencilla y clara de comprender, y a la vez con suficiente fortaleza como para que aquellos que desde el campo profesional opusieran resistencia a cualquier cambio – cerrando el paso a profesionales con espíritus más abiertos – acaben siendo más permeables al argumento político que me esforzaré en intentar que se construya, aunque no sea expresado por un profesional del ramo, pero con suficiente fortaleza moral como para intentar producir cambios – pues ya desde esos ámbitos terapéuticos más abiertos, se viene reclamando una visión profesional mucho más amplia, que puede interpretarse como un claro reclamo para un relevo en maneras y formas de ver y observar la Salud Mental, y que resulta necesario comprender cuanto antes, por lo que de sufrimiento innecesario y pérdida de oportunidades representan esta situación para multitud de personas así afectadas).
Para ello, para iniciar esta tarea, primero he de señalar que el primer objetivo a conseguir es  de-construir, demoler, destruir, aniquilar, implosionar, decodificar, derribar, aventar,… el prejuicio instalado y arraigado en nuestra sociedad sobre los trastornos mentales y su vinculación expresa con el término locura o loco o loca, como conducta irracional e incomprensible que nadie puede entender y que se aleja de la racionalidad cotidiana que presiden nuestros actos. Esta racionalidad cotidiana nos hace previsiblemente positivos al entorno social. Y cuando esta normalidad tiene excepciones ocasionales, todos aceptamos  que se debe a que la persona está afrontando un problema (aunque desconozcamos la naturaleza del mismo) que le lleva a una mayor concentración interior y que precisa, y va precisando, por ello, del tiempo necesario para asimilarlo, detectar y determinar todos los elementos en juego que constituyen el problema,  hacerse una primera idea del alcance del mismo, concebirlo plenamente, evaluar su impacto, (ver cómo nos afecta, si debemos gestionarlo o trasladarlo, o podemos evadirlo) y determinar una solución o un camino para su solución de manera aceptable para nosotros y/o nuestro entorno social.
Parece obvio que afrontar problemas, de un signo u otro, es el signo de la generalidad de las personas en un momento dado, y la mayoría de ellas, sobre todo cuando se están en puestos de decisión relevantes, han adquirido una estrategia personal para encararlos. También es propio de nuestra sociedad, y rasgo de la misma, en entornos profesionales, respetar la intimidad de los jefes y de quienes tienen una responsabilidad de alcance, y de manera muy especial, el entorno y espacio de los jefes pues se acepta que ello es preciso y necesario para la resolución más correcta y acertada de los asuntos/problemas que tienen encomendados encarar, encaminar y resolver. En el caso particular de jefes, parece obvio considerar que cada uno de ellos ha ido estableciendo  un método, una manera de proceder y abordar los problemas profesionales y, gracias a la adquisición de experiencia, han aprendido a gestionarlos de la manera más eficaz posible y sin que afecte, siempre que sea posible, a su estabilidad personal (es decir, sabiendo gestionar los tiempos y concediéndose desconexiones y momentos de asueto, ocio o actividades que rompan con los problemas profesionales y permitan abordar la propia vida y la gestión de otros problemas personales y cercanos cuando se presenten). Y de manera general, concebimos que toda persona precisa de un espacio personal, de una intimidad particular, desde la cual – con independencia de cuál sea su profesión o actividad social - poder realizar el mismo proceso de gestionar problemas. Es decir, es un respeto necesario a la intimidad personal para que desde ahí, el individuo, sea cual sea su naturaleza, pueda generar y establecer una idea aproximada del problema a resolver y su dimensión e iniciar una solución al mismo. Es sabido que cuando la preocupación es profunda también lo es la actividad mental y, a veces, hay ciertos problemas que no tienen una solución racional en sí mismos pues entran en juego los afectos y las emociones (la muerte de una persona querida,  la pérdida de una amistad, un divorcio o separación que obliga a un cambio profundo de planes de vida, la pérdida de un empleo estable…). También entonces es preciso procurar un entorno de tranquilidad, donde poder desconectar, recuperar energías e incluso abordar esas situaciones desde otras perspectivas (a veces creativas o artísticas) que permitan canalizar la situación y el restablecimiento de la normalidad, y ello, si se respetan los tiempos y se ofrece apoyo y confianza, permite ir vislumbrando el problema desde otras perspectivas que parecen más accesibles de abordar.
Así concebimos la normalidad en el mundo adulto, pero no todos los adultos conciben así la normalidad para las personas que tienen cercanas. Ser invasivos, romper los tiempos de respeto, los espacios de respeto, entrar ilegítimamente en la intimidad de las personas, dar consejos sin haber observado el problema en su plenitud, exigir resultados y apremiar sin observar ni respetar un elemental proceso para que una persona pueda enfrentar un problema con garantías, o simplemente inmiscuirse por curiosidad en las vidas ajenas y desde ahí sacar y extraer conclusiones que divulgar…etc. suele ser el procedimiento común en personas con falta de elemental formación humana y que además poseen un claro rasgo de desconsideración y respeto (y que suele observarse en personas que desarrollan roles de “control” sobre otras, en especial en ambientes familiares, donde la falta de respeto a la intimidad no se considera un defecto, e incluso a veces una virtud, y desde ahí se acepta la existencia y el ejercicio de caracteres  “controladores”, “posesivos”, que controlan toda la información y vivencias de su entorno social inmediato y, con ese “poder”, construyen un relato sobre las personas que viven con ellas y, a la vez, una versión social de “su propio papel” en el que se justifican  todo tipo de injerencias en vidas privadas; trasladando las consecuencias adversas de dichas prácticas a los propios afectados). Cuando esto sucede solo queda un paso que dar: La ruptura (pero también la ruptura representa un cierto trauma; porque cuando se tiene que apelar a esta solución es porque no ha existido nadie, en el entorno cercano, que mediara en la situación proporcionando un verdadero espacio de libertad e intimidad donde la persona pudiera sentirse a “salvo” de la injerencia y desde donde construirse a sí mismo y trazar su propio camino (y no el que otros han concebido para él, implicando, para ser más efectivos en su propósito de dirigir vidas, a la sociedad circundante por medio de relatos y prejuicios que le son aceptados y no cuestionados). Es decir, esto ocurre porque en el entorno nadie comprende el valor que posee, en sí mismo, observar las cualidades positivas de la persona así tratada y potenciarlas, para que desde ahí, se vayan construyendo el propio itinerario.
Para tener una visión de conjunto habría que remontarse un poco más atrás, en el momento en que los padres o progenitores, por medio de generar miedos e inseguridades (vistos como herramientas necesarias en determinados momentos del desarrollo de los hijos y para proteger sus propias vidas) los instauran, sin luego preocuparse de ir desinstalándolos o habilitar en los hijos herramientas que puedan utilizar para ir des-instalándolos a medida que van obteniendo experiencia del entorno y se les enseña a gestionarla. También es propio observar que la instalación de miedos suele realizarse de manera desmedida o desproporcionada (a veces de manera psicológicamente dramática o por medio de violencia extrema o ambas a la vez). Y cuando esto ocurre y no se desinstalan los miedos y las inseguridades, o no se apoya la idea de ir superándolos (sino que se deja a la vida esa tarea) puede acabar existiendo un estancamiento producido por miedos sin resolver (o por el uso de figuras de autoridad que entran en juego  y que el niño no se identifica con ellas para tomar de ellas las soluciones – y siempre hay una razón para un rechazo de figuras que hay que buscar en una carencia no atendida u obstaculizada por algún motivo) y estos miedos sin resolver no se presentarán en la mente como situaciones concretas, determinadas y definidas a superar, como sucede en la mayoría de los casos en un ambiente normalizado, sino como algo difuso, no concretable, indefinible, que puede aparecer en un momento en que, en alguna situación vital, la mente reconozca la existencia de un escenario similar, o la posibilidad de que ese mismo escenario vivido en el pasado se reproduzca, donde se generó ese miedo por primera vez y lleve a la persona a la inseguridad, sin saber a qué achacarla concretamente, pudiendo somatizarla (en un esfuerzo de la lógica de la propia mente en concretar el problema de una vez para poder enfrentarlo; y creyendo en la posibilidad de la aparición de un malestar físico); y sin embargo suele ser producto de la propia inseguridad, que se ataja por medio de una conversación normalizada, bajo parámetros de normalidad, que lleva a la persona a desechar, por él mismo, la sugestión que emerge y sustituirla por otra más aceptable, que él mismo vislumbra como correcta cuando llega a ella con claridad y plenitud (y esta tarea precisa atención  y disposición para con ella, pues los resultados puntuales son rápidos, y desde ellos se pueden ir estableciendo pequeñas experiencias de seguridad). De no hacerse, la persona puede pasar a un estado de miedo y luego pánico.
También se observa que de igual manera que cuando se retorna a un lugar donde se ha tenido gran sufrimiento personal, las emociones o inseguridades se muestran con más plenitud, y al salir de ese lugar y estar en otro, aunque aparezcan inseguridades estas son menores, más fácilmente controlables mediante la conversación, y tienden a remitir (si no existen factores externos que interfieran, a propósito, para seguir fomentando esas inseguridades en la persona). El problema reside en la medida en que la persona no ha tenido o disfrutado de la experiencia plena de haber vivido en otro espacio u hogar el tiempo suficiente para poder establecer una comparación efectiva (habiendo adquirido previamente habilidades para lo cotidiano y estando ya establecidas) que le permita abordar desde otra perspectiva la negativa experiencia vital vivida. Por el contrario, se da la paradoja que el único lugar donde empieza a experimentar que su pensamiento y sus reflexiones son coherentes y aceptadas por el entorno suelen ser los espacios educativos, pues ahí se puede empezar a mostrar – con la llegada la pubertad o la etapa estudiantil universitaria – que su lógica tiene eco, y resulta liberador poder expresarse y la inseguridad parece vencerse (pero se carece de las herramientas que permiten el uso positivo de la prudencia o no se usan, precisamente porque se entra en un espacio de autoafirmación que produce ese efecto liberador inesperado y totalmente nuevo y casi desconocido). Por lo que la expectativa será nuevamente la coacción y una instauración transversal de la inseguridad, sin saber desde donde establecer parámetros de referencia desde los cuales detectar los errores y desde ahí reconstruirse. Para esas personas no existe posibilidad de comparación real entre distintas maneras de vivir y solo concibe la adversa como la real y propia de la vida (aunque en su mente pueda intentar construir una alternativa, estará destinada al fracaso si previamente no ha adquirido las herramientas y la experiencias oportunas para reconocer y trazar una línea roja a eso que se ha venido en llamar “personas tóxicas”(que les gusta mangonear la vida de los demás para sentir poder), y que suelen estar muy en el entorno, cortando y cerrando cualquier salida a las personas que se dejan tratar así). De hecho estas personas que se consideran toxicas son fácilmente detectables – su carácter lo muestra a la primera de cambio – pero suelen ser los prejuicios sociales, que otorgándoles un papel esencial en los entornos familiares, los que permiten que estas personas no sean llamadas a la Atención y se les ponga un verdadero limite. Si por el contrario no se detectan este tipo de personas (o el psicoterapeuta “conecta” positivamente con el rol desempeñado por las personas tóxicas, como un buen sistema de control de la persona así tratada, que también ocurre)  la persona puede acabar siendo etiquetada con un problema mental estigmatizante (el segundo síntoma de la existencia de personas tóxicas en el entorno es que estas divulgan esa etiqueta adversa sin importarles los problemas que generarán a la persona para normalizar su vida con esa nueva carga, por el contrario, acaban por arruinar vidas y, además, pueden pasar por mártires o vidas entregadas -por lo general bastaría con rascar un poco en esas personas tóxicas para verificar que ya tienen o han intentado situaciones similares sobre otras personas y que, actores inesperados han podido, en ocasiones, poner freno a sus intenciones. Pero por desgracia no existe un catálogo de personas que así se comportansino que debe de ser la persona así tratada quien vea con claridad la situación y ponga distancia de por medio).
Tal vez pudiera parecer muy simple el inicio de esta aproximación al trayecto de las personas para conseguir autonomía personal, pero si se reparara un poco en ello, no parece faltar ninguno de los componentes esenciales que siempre se consideraron básicos en nuestra cultura y cuya figura era representada por el padre, como elemento necesario de referencia para mostrar a los hijos el trayecto a la idea de libertad (dentro del matrimonio, e incluso en una separación o divorcio) que les permitirá hacerse dueños de sus vidas y de sus destinos. Pero por el contrario, ciertas visiones radicales pretenden construir un mundo paralelo y dan cobertura a una madre – en su papel de controladora innata – para por igual, argumentar en favor de la libertad de su propio hijo (después de haberlo educado a base de palizas porque le resultaba evidente que deseaba la figura del padre) y a la vez tener planeado, para el propio hijo (por persistir en su etapa adulta de intentar satisfacer esa carencia, después de haber injuriado y calumniado al padre por doquier, con ayuda de abogados y gabinetes de IU y recientemente de Podemos) un final de "cárcel" (basándose en presuntos malos tratos psicológicos y si es posible físicos del hijo a la madre) y obviamente planeado – porque ella misma, en su propia soberbia, así lo manifiesta abiertamente a su ex marido (que preocupado por su hijo y el desamparo de apoyo para seguir la medicación, necesaria por los maltratos recibidos) y luego ella repara en que la llamada puede ser grabada (pues suele ocurrir, que cuando a las personas estigmatizadas socialmente se les niega la veracidad acaban por incorporara sistemas de grabación, a veces permanentemente, para salvar su propia dignidad) pero ya es tarde para ocultar, después de toda una retórica de amable consideración hacia las personas “locas” de su propia familia (en la que siempre incluye a su marido, pues nunca quiso divorciarse, por consejo legal, que parece que no hay puntada sin hilo en este asunto), concluye el mitin con una apoteosis feminista que viene a expresar en la propia comunicación telefónica y que tiene preparado contra su hijo, en el momento en que consiga haber creado y asentado firmemente, la idea, en su entorno social de que su hijo, al igual que el padre, es un maltratador y consecuentemente es un final adecuado y meritorio para ella (y para la colección de abogados de IU y Podemos, y de asistentes sociales también implicados en la trama, que así devuelven los servicios prestados, durante tantos años, por esta señora ya exfuncionaria – y que podríamos empezar a suponer favores de similar naturaleza e incluso más transversal). Alguno bien cercano, que presume de profesión funcionarial no hace mucho ganada, tal vez deba en pensar que puede acabar inhabilitado, y según sea la naturaleza de su participación, pues parece haber dinero por medio, tal vez cárcel (que esperara para los otros); pues piensen todos los implicados en que si mi persona se pudo en juego para proteger en el pasado y en el presente una idea, un proyecto, o un derecho, en este caso puedo llegar, como padre, mucho más lejos de lo que ellos mismos se imaginan; pues los considero una cuadrilla de impostores de la justicia, de impostores de la salud , de impostores del bienestar social y de la normalidad, que solo pueden ser concebidos como simples animales que gozan y se recrean del mal ajeno que reparten desde sus cómodas zonas de confort, pero con sueldo público Así sería el Estado dictatorial concebido por Podemos e IU, esto solo es un ensayo. 
Tiene una madre, por el hecho de ser madre, a mentir,injuriar, difamar la moral de un padre y de su hijo, por el mero hecho de ser Madre? Y de esparcir todo ello por la ciudad durante decenios de años y planear, no solo cárcel para el padre, sino también para el hijo? (Y dicen que hay juristas?, de esos que conocen bien las leyes? y decirse de izquierdas?, habiendo planificado todo esto?)
(No puede haber síntoma más claro de enfermedad social 
o.... simplemente.... madre loca...pero muy  útil? )

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