La sentencia en
torno a Catalunya, emitida por el Tribunal Europeo, parece haber sorprendido a
todos los comentaristas políticos en un primer momento. Al escucharla en
directo, se podía apreciar la evidencia y congruencia de las razones dadas,
sobre todo porque la ha leído en español (y
ello se puede interpretar tanto como una sensibilidad particular ante lo que se
puede considerar grave, o muy grave, el escenario que se está gestionando en
España y que afecta, directamente, al intento de configuración de un gobierno
estable, en medio de un clima de cierta desconfianza, recelos y, parece ser que
también, temores y miedos que parecían sepultados, pero que, probablemente por
no haberlos enfrentado en su momento y cara a cara – pues nunca hubo una
verdadera ocasión para hacerle frente a nuestra propia Historia trágica, cuyos
ecos impregnaron nuestra transición de temores, violencia y esperanza
condicionada – vienen ahora a resucitar, y como parece que siempre suele
suceder cuando da miedo llegar al fondo de los asuntos, en el peor momento
posible) probablemente se pretende también, al leer la sentencia en
español, que se eviten las especulaciones, y sin embargo, pese
a la interpretación internacional que la opinión pública realiza de
esta sentencia (donde se advierte que la sentencia es un respaldarazo a las
tesis independentistas cuando señalan a España como país que no es garantista
con principios democráticos, y como prueba de ello exhiben la sentencia del
tribunal de Luxemburgo al mundo entero), y Europa se hace eco – y que se obvia e ignora, tal vez por
prudencia en España, para no dar más alas al campo del antieuropeísmo,
– y se
vuelve a especular sobre lo que el Tribunal Europeo ha puesto sobre la mesa de
manera clara y expresa, y que gira en torno a un principio que parece estar
bien asumido en la opinión pública de nuestro continente: Los resultados de las
elecciones al Parlamento Europeo son soberanas y no pueden objetarse sin el
concurso del propio Parlamento. Y sin
embargo, todo ello se pretende reconducir hacia la idea de algún tipo de “error
u omisión o falta de estrategia administrativa” en los procedimientos
judiciales llevados a cabo desde España.
Creo que ello no es otra cosa que
esconder la cabeza bajo el ala, para eludir un hecho que estaba siendo evidente
desde el principio del conflicto, cuando un general español en activo señalaba
que los tanques estaban preparados para entrar en Barcelona. Y no quiero decir
que este hecho concreto sea determinante de nada específico en la decisión del
Tribunal europeo, sino que, habiendo tenido múltiples oportunidades, el Gobierno y las instituciones del Estado, para demostrar que confían en las propias
herramientas que otorga un sistema democrático, para reconducir una situación y
desafío de ese calibre – pues nadie nos dijo que estábamos obligados a
configurar nuestra Constitución como la configuramos en su momento, y
consiguientemente se era consciente de los riesgos que comportaba constituir
territorios autonómicos en base a criterios Históricos y, con ello, constituir
o dar idea de que se puede constituir en base a una Historia pasada unos
derechos para el presente y el futuro de un territorio - pues una vez asentada la idea de que existe un derecho histórico a ser
Nación o Nacionalidad, bastaba, para ir consiguiendo cotas de identidad y de
hechos diferenciales, una simple y buena estrategia que poder desarrollar) al
margen del resto de territorios del propio Estado (y ahora nos encontramos que un inicio similar, en Aragón,
para iniciar la misma senda catalana, en razones de nos ser menos que nadie, es tumbado por el Constitucional el mismo
día en que celebramos lo más significativo de nuestra identidad aragonesa, la
institución del El Justicia De Aragón (figura que ya en sí misma fue motivo de pérdida de derechos hace unos siglos; tal vez por eso el Tribunal hubiera elegido esta misma fecha para que su "señal" sea inequívoca). ¿Cabía esperar otra respuesta del
Tribunal Constitucional? – sobre todo a la vista de lo que está pasando en
Catalunya y en Europa? El mensaje que nos llega del Estado es claro y meridiano,
y la elección de la fecha para hacer pública la sentencia no deja duda alguna
de ello (porque parece claro que los
eufemismos que juegan con las palabras sobre si la nacionalidad debe
considerarse cultural u otras figuras semejantes, para darle cabida y algún
tipo de encaje cuyo objetivo siempre es y será el mismo, han demostrado que no son suficiente argumento, ni sólido
instrumento de contención para el nacionalismo/independentista, sobre todo
cuando el mundo gira nuevamente y transita para abandonar formas de cooperación y encuentro y retornar hacia el nacionalismo; vuelto a ver como una solución
política ante los problemas que crea una visión económica global del planeta o intentar
uniones políticas como la UE, cuando las potencias internacionales (EEUU) ve en
ello un problema grave en el desarrollo de sus estrategias internacionales –
destinadas, obviamente, a perpetuar su liderazgo, y consecuentemente no a
negociarlo con quienes considera se han desarrollado bajo el paraguas de su
protección militar y económica).
Quienes configuraron la Constitución del
78 no contemplaron (eso parece ahora, o
lo obviaron) que el rescate del proyecto autonómico republicano se basara probablemente en un escenario histórico muy concreto: El desastre del
98; es decir, compensar una situación emocional del sentimiento nacional de
entonces, basado en la idea de seguir teniendo un Imperio (que fue lo que Franco esgrimió de facto como alternativa al proyecto
republicano) porque las naciones, cuando se basan en ideas nacionalista siempre
precisan de potentes mitos que actúan como cimientos mágicos que no precisan
demostración lógica, ni normalmente la tienen (porque acaban por tener que inventarlos o deformar la Historia hasta
hacerla tan irreconocible que se tenga que apelar a fuerzas “mágicas” o “divinas”
para hacerlas aceptables: La sangre, la raza, un destino predeterminado de
impacto Universal, asumir una tarea intangible esencial para la humanidad…..). Y se
trasladó, probablemente de esa manera, el sentimiento de identidad Nacional frustrado
en el 98 a un nuevo sentimiento autonómico, que se observaba con claras
ventajas para la administración interna con un proyecto de acercar el Estado a
los ciudadanos y darles cabida y capacidad de decisión. Pero ya era obvio que
vincular territorio autonómico con una Historia épica documentada, y sobre esa
Historia constituir Derechos de autogobierno ya habían dado problemas en
Catalunya que se tuvieron que resolver entonces con el ejército. ¿Por qué se
pensó en el 78 que no volvería a pasar? Probablemente por el contexto político del
momento, aunque la reacción
golpista del 81 es señalada, entre otras cosas, como causa de la LOAPA
. Otros artículos rescatados de aquella época reflejan el ambiente político del
momento y parte de la evolución del sistema autonómico: (El
País) y El
Mundo
La impresión
que se podría obtener del debate del viernes en 24 h, se asemejaba a un
desconcierto general de los analistas entorno a algo que parece esencial: ¿Cómo
interpretar una sentencia – de Luxemburgo -, para que desde esa interpretación
más favorable, si se encuentran resquicios y fisuras de cualquier tipo, poder
reconstruir un argumento contundente que permita salvar el esfuerzo realizado
por nuestras propias instituciones en demostrar la legitimidad de lo que
resulta esencial a todo Estado: Su integridad territorial? – y que sabemos que ello siempre ha sido una
prioridad en toda Nación y, como consecuencia de esa prioridad, vimos como la
democracia más veterana del mundo occidental iba a una dura Guerra Civil por
motivos de una pretendida secesión del sur de EEUU. Análogamente vimos una
situación similar en la antigua Yugoslavia – con la desgraciada injerencia,
entonces de Alemania, en medio de un proceso de autonomías que pretendía emular
al español, y donde Croacia fue reconocida como tal identidad haciendo estallar
la guerra entre personas y gentes que se había llevado bien, eran convecinos y
vivían puerta con puerta.
Algunos de
ellos pretendieron retrotraer el problema a una falta de previsión del Tribunal
español por o no haber permitido el acceso al cargo de los imputados elegidos y
luego seguir el procedimiento más lógico en orden a esa prioridad propia de un
sistema democrático y posteriormente pedir suplicatorio al Parlamento o por
realizar la pregunta (innecesaria) al
propio Tribunal Europeo sobre el procedimiento a llevar a cabo (ahora ya consumado, irreversible y con
efectos adversos, otra vez, para nuestra imagen internacional; por lo que se
pretende señalar que la decisión del Tribunal Europeo es extempórea respecto
del asunto que debía pronunciarse, y consiguientemente sin utilidad ni
aplicación posible); y sin embargo, como digo, la opinión pública
internacional “lee” y entiende de manera bien diferente de como aquí se está tratando el asunto; y la manera que tiene de entender esa sentencia supone un
verdadero revés para la credibilidad del sistema de garantías jurídicas español, pues
les resulta evidente que se debieran haber respetado, en los elegidos, un derecho básico
adquirido, y que resulta esencial reconocer en toda democracia, como
consecuencia de ser decisión de electores en un proceso legal y legítimo (y desde ese reconocimiento, a una condición
adquirida, que es la esencia y base de la democracia, esencialísimo e
irrenunciable hecho que debe priorizar un Estado que se considere democrático, a partir de ahí,
construir las objeciones que considere por los medios legales apropiados y
democráticos).
Mi pensamiento
y reflexión va más lejos, en busca de las causas, porque si realmente queremos
mejorar nuestro sistema democrático resulta obvio que hay que atender a las
causas; y las causas bien pudieran ser el hecho de desconfiar (de manera íntima) de la eficacia del
propio sistema democrático español para reconducir la situación catalana sin
recurrir a ninguna forma o manifestación de violencia que pudiera poner en
entre dicho la tolerancia a la libertad de expresión (en maneras y formas pacíficas) de nuestro propio Estado, como demostración de esa confianza plena en
los instrumentos del propio Estado democrático para reconducir una cuestión que
era evidente que tarde o temprano se daría en España, y consecuentemente
deberíamos enfrentar con las herramientas que nos dimos en la Constitución; y
al ser esta una Constitución democrática, la respuesta a iniciativas
democráticas que puedan contrariar al propio Estado (incluso cuando por medios “democráticos” se saltan procedimientos
legales de obligado cumplimiento) deberían ser "toleradas" y reconducidas por
medios estrictamente democráticos por el simple hecho de confiarse plenamente en que nuestra Constitución
es eficaz; y también es eficaz nuestra Constitución, cuando se aplica respetando las maneras, las formas y los
procedimientos propios de un Estado democrático (que era lo que realmente estaba en juego en el desafío catalán: Demostrar
que el Estado central no cumple en maneras ni formas y, consecuentemente,
violenta, de una manera u otra, lo que se considera ejercicio de libertades y
democracia en Europa).
Y sin embargo
las circunstancias han venido a señalar cuestiones evidentes que pudiéramos
considerar – ya a los ojos de la opinión pública
internacional - como déficits democráticos – no tanto en nuestra
Constitución como en la aplicación e interpretación que se realizan de las normas
y leyes que de ella emanan por personas concretas – o corrientes de pensamiento - que pudieron atender más a la presión
ambiental de “sentirse desafiados” y “responsables de proteger la "dignidad" del
Estado” (presiones exteriores a los
tribunales y gobierno que gestionaban y estaban gestionando este conflicto),
que al propio sistema Administrativo y al alcance de la Administración del
Estado para reconducir y restablecer cualquier acción pacífica de la CACatalana (que sólo estaba en condiciones
de expresarse, entonces, por medios Administrativos o de consecuencias
Administrativas a las que nuestro Estado podía oponerse y anular eficazmente);
mostrando con ese proceder que se respetaban las maneras y formas – proporcionales y proporcionadas – a los
términos, en también maneras y formas, del desafío anunciado por la
Generalitat; y que a mi entender (mi entender limitado
evidentemente) pero consecuente con la opinión pública europea que es quién
nos iba a juzgar, y ello era un hecho palpable y evidente que se iba a producir.
La estrategia independentista era la de generar el suficiente “vértigo” en el
propio Estado y sus Instituciones esenciales (pero sobre todo, generar vértigo en los poderes fácticos para provocar el "error" esperado y siempre producido en España)
para que, aunque supieran que tenían medios para ir desmontando cada paso dado
por los independentistas (quedando en
última instancia a evaluación del Tribunal de Derechos Humanos, y que era
instancia más fácil de gestionar, incluso con sentencia adversa) provocar el “tic”
histórico, propio de cómo se concibe la autoridad en España, para todo o casi
todo, saliera a relucir como parte del propio carácter español (que también lo es catalán, porque también muestran su intolerancia, pero que con esta
argucia se distancian de su propia condición española, y que nos ha tocado
sufrir de manera a veces sutil y otras ofensivas); es decir: La autoridad
en España debe mostrar, cuando es desafiada, en algún momento de cualquier
proceso que se enfrente y se gestione, un gesto inequívoco de autoridad
soberana por medio de un gesto o acto de violencia clara y evidente – con la finalidad de que no se vuelva a
repetir ningún otro desafío y, consiguientemente, sirva de ejemplo a la
sociedad (es la manera de Educar que el Estado tiene a su alcance y que considera que debe de
practicar).
La concepción
de la Autoridad en nuestro Estado, ante determinadas situaciones y desafíos, se
muestra con la necesidad de ir acompañada de violencia – como parte inseparable de la naturaleza de esa propia Autoridad y cómo
es concebida por sí misma (probablemente porque la sociedad también la tiene incorporada en
alguna medida a diferencia de otras sociedades (¿?)) - pero que viene a traer consecuencias bien indeseadas como
las que estamos viviendo en la actualidad nuevamente (después de que hubiéramos sido advertidos con las primeras imágenes violentas en medio de urnas; una imagen singularmente antitética a lo que se
entiende por democracia en una Europa castigada por la violencia nazi). Es
decir, en Europa se entiende la existencia de urnas como método eficaz y
esencial para la exclusión del ejercicio de la violencia - el propio Estado se somete así a la voluntad popular así expresada por
medios legales y con garantías – y aún más si sobre ese Estado que históricamente viene actuando así, se vienen "sembrando" sospechas en medios internacionales de esa forma de proceder, por "otra" parte esencial y constituyente del
propio Estado, cuyo objetivo declarado es demostrar que la Autoridad en España es violenta: Una de sus autonomías, la Catalana, que viene a intentar demostrarlo, con evidente fortuna, y lo demuestra fehacientemente a los ojos internacionales tanto en la vertiente del orden público como del propio sistema jurídico español; después de que un conflicto
vasco también se postulara en ese mismo criterio para justificar su propia
violencia (y que tuvo eco durante muchos
lustros en la propia opinión europea).
Sé que es
posible que no se suelan establecer visiones tan transversales en política,
como las que suelo tender a realizar en estas reflexiones; creo que más bien se
suele tender a realizar análisis para salir del paso de cada cuestión que se
presenta con la esperanza de ir resolviendo cada problema concreto de manera
independiente e inconexa – al menos así se expresa o
se da a entender a la opinión pública interna - y sin embargo, dada la gran y creo que grave
preocupación de la gran envergadura de este problema catalán que pretende la
secesión y pérdida de la integridad territorial de nuestro Estado, cabe, de
alguna manera, realizar retrospectivas con la finalidad de explorar la
posibilidad de encontrar mejor luz que nos evite encaminarnos a un conflicto de
mayor envergadura y gravedad; y en ello esperábamos el apoyo, en alguna medida,
de Europa y de sus instituciones (pero ese apoyo no es gratuito en sí mismo, porque las instituciones europeas dependen de su propia opinión pública; y nos lo advirtieron). Pero a nuestro juicio español, el apoyo debería venir desde nuestra propia percepción del "vértigo" que nos causa este problema y por ello esperar de Europa una adhesión que pasara por alto esas "pequeñeces" de irregularidades, en maneras y formas, cuando emplea el Estado español sus fuerzas de orden público o sus tribunales para "reconducir" situaciones que ponen en tela de juicio su Autoridad. Y viene a resultar que para lo que nuestro Estado español son pequeñeces salvables y justificables, nos las presenta el Tribunal Europeo como esenciales formas de proceder que determinan la legitimidad de la Autoridad en España. Aún así, chapuza detrás de otra, es de esperar del propio Tribunal Europeo que su sentencia debe de estar en
consonancia con una visión jurídica que respete ese principio común a las
Naciones por el cual se respeta su integridad territorial; y en un conflicto
como este, común a otras naciones de Europa, es de esperar que se respeten las
legalidades y Constituciones de cada país miembro de la Unión y que las
observaciones del Tribunal vayan encaminadas – en su jurisprudencia – a fortalecer los valores democráticos de los
Estados miembros de su Unión sin menoscabo alguno de una cuestión tan esencial
como es la Integridad territorial. En esa creencia entiendo que, fuera cual
fuera el resultado final de este proceso de secesión a los ojos de ese Tribunal
Europeo o de cualquier otro (como el de
Derechos Humanos) existirá, consecuentemente, un reproche por alentar desde
Instituciones la violencia en alguna medida, y por otro el respeto de los
Estados a conservar esa integridad que les dio razón de ser y de formar parte
de la Unión; generando todo este proceso jurídico dentro de la UE un cuerpo
jurisprudencial destinado a mejorar la calidad de las democracias de sus
propios Estados (sin que en el proceso
exista un riesgo real de desintegración de un Estado miembro a causa de un
aliento jurídico procedente del exterior y de una institución concebida para la
paz como lo es la UE), porque de lo contrario (si este proceso resultara exitoso a la CA Catalana estaríamos ante el escenario, por primera vez en Europa, de que se halla definido un procedimiento jurídico que permitiría el "divorcio" de una parte del Estado bajo determinados requisitos que tuvieran que ver con la mala calidad democrática del Estado acusado ante los tribunales internacionales de ser violento y represivo, y consiguientemente está imponiendo un criterio de Autoridad, que ya se podría suponer transversal en todos sus procederes, que vulnera, en sí mismo, cualquier ejercicio de libertad que le contraríe y viniera desde donde viniera). La aparente manifiesta incapacidad del Estado español de realizar una reflexión de esta naturaleza (sencillamente porque ha acostumbrado a su propio pueblo y ciudadanos a imponerse desde esa visión de cómo concibe su propia autoridad; mostrándose como ejemplo para conducirse a los propios ciudadanos) nos puede llevar a una situación por la cual sean los propios ciudadanos los que clamen que se trate a los catalanes bajo los mismos parámetros que son ellos tratados y, consecuentemente ante los obstáculos que opone el Tribunal Europeo a mantener esa forma de proceder, estaríamos entrando en un
proceso de desafección a las instituciones europeas provocadas por las instituciones de la propia UE – es decir:
la UE, por medio de su jurisprudencia, se percibiría como un instrumento que, con su verdad jurídica de cómo se debe entender la democracia, señalaría el camino de cómo llegar a la independencia de
territorios dentro de los Estados que la integran cuando estos carecen de garantías democráticas esenciales. La pregunta sería: ¿Ese es el objetivo de la UE y del proyecto europeo? La respuesta es que así lo concebimos cuando la UE se
fue gestando y configurando como instrumento para la cooperación, el desarrollo
económico y social y la paz en Europa por medio de mejorar la democracia.
Es probable que este escenario, y el
encrucijado laberinto político que vivimos, sea, exclusivamente, producto y
consecuencia de no haber hecho frente (abiertamente)
al propio pasado Histórico español y, de alguna manera, haberlo considerado un
verdadero tabú, como si destaparlo, ventilarlo y ponerlo a la luz del Sol fuera
tan temerario como abrir la caja de Pandora; una caja de Pandora que
pudiera llegar a poner en entre dicho el
propio sistema político destinado a consolidarse en el marco democrático – y de ahí la solicitud del General Gutiérrez
Mellado, de aparcar esta cuestión al menos cien años; pues parece obvio
que, incluso en las guerras, en su desarrollo y en las circunstancias de los
prolegómenos que las hacen posible, no sólo en este caso los partidos políticos
y sindicatos fueran recopilando documentos, recopilando declaraciones,
adjuntando procesos de negociación, o relatando las circunstancias
detalladamente que hicieran posibles desgracias, crímenes y grandes tragedias y
las medidas tomadas consecuentemente; sino que el propio Estado constituido en
bicefalia, y una vez unificado por el vencedor de la contienda, realizaría,
probablemente, la ardua tarea de ordenar todos los documentos emitidos, seguir
investigando los pormenores y cabos sueltos, y obtener declaraciones detalladas
de quienes, cómo, dónde, cuándo y porqué de cualquier circunstancia que les
pareciera relevante; y aunque no se incluyera y adosara a tan ingente documento
un guión hecho a propósito que encadenara todos y cada uno de los
acontecimientos y episodios de aquella etapa – y que sólo serviría como elemento perturbador, en sí mismo, pues todos
somos humanos y por ello difícilmente podremos despojarnos de nuestra propia
condición al interpretarlos – los documentos hablaran, por sí mismos, y con
evidente claridad, sobre todo para aquellos que conocen las profundidades más
complejas de los Estados, de las relaciones internacionales entre Estados y de
la propia condición humana de quienes intervinieron en un u otro sentido en
situaciones decisivas o relevantes. Así que fuera, probable, que no sólo
hubiera que entrar en las circunstancias que se dieran en nuestro propio Estado
(que ya de por sí hubieran supuesto una
difícil “digestión” para la sociedad), sino que también se hubiera podido
intuir que tanto quienes se alzaban militarmente como quienes resistían estaban mediatizados,
unos por planes muy determinados y rígidos que pudieron suponer consecuencias
inexplicables sobre su propio bando; y otros, análogamente, quienes resistían, por tampoco puedan explicarse plenamente por tener que ir a remolque de la opinión pública internacional y estar atentos
todo lo que desde Londres y Moscú se sugiriera al respecto del desarrollo de
esa resistencia al movimiento militar alzado en armas para no perder totalmente
la legitimidad republicana en la opinión pública internacional. Todo ello en un
probable ambiente de constantes rumores, noticias falsas, censura y miedo; y
siendo ello gestionado por cada uno de los bandos con la finalidad de conseguir
el objetivo final: Ganar o resistir hasta cambiar la opinión internacional.
Con
independencia de que cada organización que vivió aquella etapa tenga sus
propios archivos, desde donde se pueden verificar cómo se fueran desarrollando
los hechos previos y los posteriores, incluso el desarrollo de la guerra civil
y las situaciones para el cese de la guerra y la aceptación o no de la paz, es
de creer que el Estado, y particularmente quienes se dedican a lo esencial de
su seguridad – incluso el propio Ejército – contenga ficheros
constituidos, clasificados y estudiados que muestren las causas esenciales del
conflicto, sus participantes y promotores, el papel desarrollado y las propias
conclusiones obtenidas por ellos mismos como expertos mejor cualificados en asuntos de seguridad. Y,
consecuentemente, desde ahí se pudiera explicar que el propio Gutiérrez Mellado
propusiera no tocar el tema en cien años, lo que viene a significar que hace
falta que varias generaciones transiten hasta que pueda ser leída, expresada,
evaluada y llegado a algún consenso, sobre aquella documentación que hace
posible concebir, no solo los motivos reales y las causas que desembocaron en
la confrontación, sino además entender porqué se reconstruyó la Democracia
desde la fórmula que hoy conocemos como régimen del 78 y no desde otra
perspectiva (en mi convencimiento la
solución del 78 fue la más conveniente y acertada, salvo en la idea de
constituir CCAA en base a la Historia territorial, pero ello era, con mucho, un
requisito impuesto por un devenir – ya se sabían sus consecuencias; ya se sabía
que ETA estaba ahí, señalando una amenaza extrema y violenta del nacionalismo
interno – pero parece que todo estaba abocado a esa solución, pues incluso el
Nacionalismo Vasco se visualizaba, por entonces, con cierta aureola heroica y
de resistencia al Franquismo que fue explotada internacionalmente para limitar
la actividad y proyección política de España). (Sé que hoy en día muchos
pensarán que el problema medioambiental no se percibía en el mundo y en España
como ahora lo hace; para esos que piensen así, cabría señalarles que ya por
entonces las malas prácticas de las grandes multinacionales y el ocultamiento
de accidentes nucleares o fabricas químicas, era práctica habitual con la que
se pretendía presentar y mantener una idílica idea de progreso y fe en la
tecnología y la Ciencia; y que ya por entonces hubo héroes anónimos – todavía no domesticados ni seducidos por los
medios de comunicación de masas - que no cedieron en la dignidad de sus
principios y acciones a cambio de construirles una imagen y un aura mediática
que les otorgara tal prestigio y consecuente bienestar, que les hiciera modificar su actividad y mostrarse más amable y accesible al propio sistema, que es lo que ahora parece suceder. Y sin embargo, aun
sabiendo de los peligros de constituirse como Estado con nacionalismos
internos, en modo alguno podía pasar por la mente de entonces considerar que
poseíamos una estructura de gestión de Cuencas Hidrográficas que hubiera
permitido una gestión territorial del Estado, político/económica, sin los
riesgos derivados de creerse cada territorio portador de derechos Históricos
que permitieran realizar el camino hacia su secesión. Pero por entonces se
consideraba al ecologismo y a los medioambientalistas y conservacionistas, como
enemigos potenciales del progreso y, en consecuencia de la economía y el empleo
(fíjense el cambio que ha dado la
perspectiva de la economía); y a los pacifistas se les consideraba, solo si
eran de izquierdas, un peligro ya señalado por la OTAN y que en caso de inminente
conflicto debieran de ser conducidos a campos de concentración (por lo cual todos estábamos identificados
por el propio Estado, en razones de seguridad, y al margen de las leyes
Constitucionales).
Así pues, es probable que cada uno de los
partidos constituyente del régimen del 78 tuviera información bien fidedigna de
lo acontecido en el conflicto civil, y en consecuencia, todos los que
desarrollaran la Constitución tuvieran en mente los desencadenantes que
hicieran posible la gravedad del desencuentro histórico y social. Y por ello,
tal vez, se considerara esta fórmula como mejor solución, pues retrotraerse a
un análisis previo de la Historia, para intentar que ese análisis fuera
compartido por todas las partes y así llegar a un consenso, antes de asentarse
la Constitución, hubiera sido como entrar abiertamente en la posibilidad de
volver a alentar esas mismas rivalidades y, probablemente, se hubiera dinamitado
la posibilidad de instaurar o asentar la democracia.
La posibilidad de que al restaurar la democracia
hayamos tenido que pagar el precio de desconocer en profundidad los detalles de lo ocurrido
y tener que aceptar el relato contrapuesto de los contendientes más antagónicos
en el conflicto (Franquistas y Comunistas), solo permite acercarse al conflicto
desde visiones épicas de un lado u otro. Por lo que resulta bien difícil
construir el verdadero ambiente que vivirían los sucesivos gobiernos
republicanos, la previa Dictadura de Primo de Rivera y los motivos de sus
decisiones, el ambiente político interno, las situaciones de confrontación, si
realmente hubo o existieron lugares para propiciar el encuentro y el acuerdo….
y los intentos de revoluciones y de intentos de golpe; todo ello dentro de un
Estado, que como tal Estado, buscaría, es de suponer, constantemente la manera
de mantener un equilibrio en busca de encontrar un espacio de bienestar generalizado
que permitiera el desarrollo económico y social; y que ha quedado invisible por
las rivalidades y los enfrentamientos de los extremos, haciendo posible que el
triunfo de uno de esos extremos impusiera su propio relato, como si ello fuera
lo esencial y básico a conseguir en ese periodo; es decir, lo importante no
parece que fuera aportar esfuerzos para hacer viable la moderación y el término
medio en toda decisión de Gobierno, sino imponerse uno sobre otro, como si toda
la sociedad española estuviera realmente polarizada y deseosa de un abierto
enfrentamiento por el poder.
Bastaría para aproximarse a esta idea que propongo, donde se salva el concepta de Comunidad Autónoma para gestionar los territorios descentralizadamente, y ahorrarnos la visión nacionalista, intentar visualizar quienes se oponen y opondrán a una visión eficaz de la gestión del territorio de nuestro Estado. Pues resulta obvio que divisiones administrativas en nuestra España existen desde hace mucho tiempo y se han seguido criterios muy diferentes que son visibles en los proyectos que se conservan, aunque no vieran la luz o fueran desechados en su momento, pero que señalan, con evidencia, que no estaban estructurados bajo premisas Históricas que resultaran ineludibles para organizarse internamente, sino que por el contrario estaban mucho más abiertas a otros criterios de lo que ahora suponemos, pues siempre fue la burguesía quien impuso su criterio al Estado central en razones predominantemente económicas (para desde ahí imponer las lineas básicas por medio de sus propios criterios territoriales). Pensar que en el régimen del 78 nadie observara el mapa divisorio de España en cuencas hidrológicas (cuando estas existen desde hace 250 años) resulta, al menos atrevido, porque obviamente de haber optado por esa configuración territorial de las CCAA la politización de la gestión territorial en razones históricas y nacionalistas no hubiera traído estos problemas; pero también era obvio que quienes se opondrían a esta configuración del territorio serían quienes precisamente los que no entienden que la gestión del territorio es un proyecto para la construcción de un mundo mejor para todos (que es lo que ahora se evidencia más claramente que siempre así debió haber sido, a propósito de los problemas ambientales) sino que para ellos es una gestión política para fomentar una identidad nacionalista con la que poder "comer" cada día. Y desde esa visión nacionalista poder envolverse en la bandera de patria chica cada vez que se les pilla metiendo la mano en el bolsillo de todos (como demostró la Generalitat que era una buena formula para distraer a la opinión pública para distraerla, no solo de sus errores de gestión, sino de sus mangancias particulares que nos han llevado a esta situación actual).
Ver: La Cuencas hidrológicas y la NBBC
Bastaría para aproximarse a esta idea que propongo, donde se salva el concepta de Comunidad Autónoma para gestionar los territorios descentralizadamente, y ahorrarnos la visión nacionalista, intentar visualizar quienes se oponen y opondrán a una visión eficaz de la gestión del territorio de nuestro Estado. Pues resulta obvio que divisiones administrativas en nuestra España existen desde hace mucho tiempo y se han seguido criterios muy diferentes que son visibles en los proyectos que se conservan, aunque no vieran la luz o fueran desechados en su momento, pero que señalan, con evidencia, que no estaban estructurados bajo premisas Históricas que resultaran ineludibles para organizarse internamente, sino que por el contrario estaban mucho más abiertas a otros criterios de lo que ahora suponemos, pues siempre fue la burguesía quien impuso su criterio al Estado central en razones predominantemente económicas (para desde ahí imponer las lineas básicas por medio de sus propios criterios territoriales). Pensar que en el régimen del 78 nadie observara el mapa divisorio de España en cuencas hidrológicas (cuando estas existen desde hace 250 años) resulta, al menos atrevido, porque obviamente de haber optado por esa configuración territorial de las CCAA la politización de la gestión territorial en razones históricas y nacionalistas no hubiera traído estos problemas; pero también era obvio que quienes se opondrían a esta configuración del territorio serían quienes precisamente los que no entienden que la gestión del territorio es un proyecto para la construcción de un mundo mejor para todos (que es lo que ahora se evidencia más claramente que siempre así debió haber sido, a propósito de los problemas ambientales) sino que para ellos es una gestión política para fomentar una identidad nacionalista con la que poder "comer" cada día. Y desde esa visión nacionalista poder envolverse en la bandera de patria chica cada vez que se les pilla metiendo la mano en el bolsillo de todos (como demostró la Generalitat que era una buena formula para distraer a la opinión pública para distraerla, no solo de sus errores de gestión, sino de sus mangancias particulares que nos han llevado a esta situación actual).
Ver: La Cuencas hidrológicas y la NBBC
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