Concebir que la sociedad es previsiblemente positiva es la actitud y percepción más natural y obvia que podemos impulsar y trasladar al entorno social que nos rodea. Es una disposición de ánimo lógica y consecuente, al observar cómo nuestra sociedad se ha venido organizando y estructurando, dotándose de instituciones e instrumentos para trasladar a las personas conocimientos, experiencias y creando un entorno económico, comercial, social y de servicios accesible; desde conocimientos que tomamos como ciertos y útiles – de acuerdo con el contexto social y económico del momento dado -, y que están estructurados y compartimentados en ciencias y ramas tecnológicas, desde las cuales las personas pueden determinar sus afinidades, sus capacidades y incluso descubrir sus habilidades como si dones, a veces realmente dones, que les permiten discurrir por un descubrimiento de sí mismos, y de su utilidad y aportación a la sociedad.
Ahora, que sale a debate la idea/proyecto de convertir en delito el ensalzamiento del Franquismo, me mueve el ánimo recordar que opiné y buceé sobre ello (porque desde hace unos años se percibe con más nitidez que todo lo que sucediera por aquél tiempo, en todas sus facetas: orígenes, preparativos, trama, confluencia de intereses internacionales, confluencia de intereses internos, extrañas limitaciones que ignoraban el desarrollo de la trama, posible conspiración dentro de la propia conspiración, desarrollo del propio conflicto, percepción del conflicto civil en el exterior, la muerte de líderes políticos y personalidades relevantes antes y durante la propia guerra y el exilio; la “inoperancia” de las Democracias europeas ante la España Republicana, la inesperada influencia de Stalin, la lucha violenta dentro de la propia República, el extraño final de la contienda, las dos versiones épicas y antagónicas de la contienda… cómo sobrevive el régimen, cómo se desarrolla económicamente y cómo decae súbitamente.... todo ello se percibe como fuente de conocimiento que puede explicar lo que hemos ido viviendo y el por qué) Todo ello no estaba consensuado explícitamente hacia la sociedad española – un programa de la BBC ponía ya, hace unos años, el dedo en la llaga al señalar que la sociedad democrática española se había reconstruido despaldas al hecho del Franquismo). No existía sobre ese régimen una profunda reflexión plural y documentada que llegara a todas las capas sociales y, de alguna manera, salvo aquellos más afectados tampoco parecía que hubiera un interés determinante en revisar qué pasó, cómo pasó o porqué pasó…
El General Gutiérrez Mellado pedía (o tal vez exhortaba) a Felipe González que no se entrara en esos aspectos al menos, para no volver a dividir a la sociedad española, y que se esperara, al menos, 100 años para entrar en ello. Otros historiadores aseguran que resulta muy difícil a los Estados llegar a una verdadera reconciliación, en ese sentido de construir una historia oficial y asumida por todos que defina todos los aspectos de un enfrentamiento civil llevándolos a una plena superación.
En ese mi reflexionar sobre ello, que resultaba “confuso” – pues recuerdo vagamente libros destinados a nosotros cuando éramos niños, donde se hablaba de una guerra pasada, finalizada y concluida; y por tanto, en la concepción infantil, superada y consiguientemente hubiera puesto punto y final a toda posible guerra, parecía, con los años, que no era del todo así; la gravedad de la experiencia sufrida por “todos” no supuso un punto y final – suponer haber extraído lecciones, para todos, que hiciera inviable una nueva situación parecida forma parte de una visión sencilla e ingenua, y de un sentido común que no siempre encuentra un eco adecuado en la realidad exterior; la realidad de las tensiones políticas internacionales nos afectan y, por ello, difícilmente un país o Estado europeo puede ser plenamente ajena a ella y, por tanto independiente del devenir del resto de Europa o del resto de intereses que rigen el mundo.
Más allá de la pubertad y ya entrando en la juventud, cuando se accede a ese mundo exterior, “extraño”, que señalaba Hermman Hesse, se vislumbra que el antagonismo persistía. La senda que trazaba el Presidente Suárez la vislumbraba como previsible y muy conveniente (
con sólo diecisiete o dieciocho años de edad), hasta que empezaron a hablar mal de él (
todos por un motivo u otro); aquello supuso el primer alejamiento de lo que hasta el momento fuera motivo de mi entusiasmo particular –
obviamente puse demasiadas esperanzas en que esa Constitución y la Democracia acabara con todo lo que en mi ingenuidad concebía como injusticias, pues desde el momento en que Suárez empezó a ser despreciado y los discursos en el Congreso se fueron mostrando cada vez más agrios, me sentí avergonzado, también decepcionado: ¿No era el consenso la manera correcta de gobernar? – cómo podía ser posible que las personas que estaban allí sentadas para resolver el devenir de nuestro Estado, con una Constitución cuyo espíritu de conciliación era claro, proclamado y evidente, pudieran hablarse así entre ellos y se dijeran o supusieran esas cosas que se decían. Con el tiempo justifiqué la situación pensando que la Constitución (
y sus valores) eran una meta a conseguir; por alguna causa, las afirmaciones que en ella constaban (
y que supondrían, de facto, un cambio en la percepción de cada persona, de cada ciudadano y, por ello, un cambio esencial en el comportamiento de todos) no llegaban, no terminaba de llegar; así se abrieron mis oídos a otras explicaciones de por qué ello sería posible (
porqué era posible en plena plaza de toros de Pamplona hubiera imágenes en Tv de personas empuñando pistolas en el mismo ruedo; porqué sería posible que (ya aprobada una Constitución con las tensiones y violencias previas, con asesinatos y terrorismo de todo signo) la violencia no terminara de acabar). Y sobre todo, por qué había que seguir peleando por cuestiones obvias y de sentido común (
acceder a información obvia cuando eres representante estudiantil, o porqué cuando ibas a comprar polen a una tienda veías que la fecha de caducidad en unos envases estaba pasada y en otros por llegar – y si preguntabas al tendero te daba una explicación de error en el etiquetado, y si le decías que ello no podía ser, porque la ley estaba clara al respecto, te miraba como si fueras un revolucionario o un rebelde que le estaba incordiando – o porqué tantos vericuetos y dificultades para declararse objetor de conciencia, (
claro, tener 20 años y una fe meridiana en lo que las leyes y normas decían, porque para eso me las leía y me sentía informado, y me las creía literalmente) pero estábamos -
esa era la única explicación posible - en un periodo de una nueva transición, esta vez para que se cumpliera la Constitución y las normas que de ella emanaban, sería cuestión de tiempo. Y ese tiempo y ese periodo de “transición” para que se cumpliera la Constitución se fue alargando y alargando, pues en cada Institución –
aunque estuviera vinculada con el Estado por medio de una CCAA o siendo propiamente Estado – se iban interpretando lo que resultaba “elemental” concepto Constitucional de manera diferente, y hasta contrapuesta, a la idea y valores que se expresaban el propio texto. La pregunta era: ¿qué estaba pasando para que instituciones que debieran ser ejemplo de la aplicación de las normas que de la Constitución emanaban, pudieran tener tal margen de actuación que cupieran obstáculos prácticamente insalvables? Aquello abrió la puerta a “ver” y “explicar” la situación social desde otras perspectivas. ¿Sería cierto que existía una resistencia real a la aplicación de la propia Constitución y, consiguientemente, a que la Democracia llegara plenamente a todas las capas sociales? El Golpe del 81 no dejó duda alguna de que ello era posible y certero. Aún así, no terminaba de creerme esa posibilidad plenamente; probablemente el tendero se tenía que adaptarse a las normas que, hasta entonces, él mismo nunca hubiera dado importancia que la ley, los reglamentos y mi persona le daban; y la falta de transparencia en el Instituto fuera producto de tener que adaptarse a un nuevo entorno social y político; y los problemas para declararse objetor de conciencia un pequeño “desajuste” que seguro se arreglaría una vez rodada la democracia –
sino ¿qué sentido tendría poner todos los derechos que se ponían en la Constitución?. La irracionalidad de la violencia que se veía por la tele tendría motivo en personajes “enloquecidos”, e “incontrolados”, como solía apuntar la prensa en ocasiones. Pero el Golpe señaló que algo, realmente, no estaba plenamente en su sitio. La palabra “facha” que era por entonces, en el comodín que explicaba esa “de-sintonía” con la Constitución, en contra posición con lo que pudiéramos pensar las personas que en ella veíamos unos valores sólo interpretables en una única dirección y de una manera positiva. Aquellos que no respetarían los derechos que señalaba la Constitución para todos –
y con ello la dignidad de defenderlos, porque defenderlos era defenderlos para todos y que a todos alcanzaran esos derechos - eran “fachas”; parecía una definición simple. Con el tiempo esa definición perdería la idea de poseer una adscripción política determinada, bastaba con una actitud que ninguneara esa dignidad que todos poseíamos por el hecho de ser ciudadanos y estar protegidos por un ordenamiento emanado de una Constitución como la nuestra; una de las más avanzadas del momento en todo el mundo, se decía constantemente. Así que pelear por la Constitución era estar en la vanguardia; el mundo iba a caminar por ese sendero y mi persona también, pues había sintonizado plenamente con la Constitución y con el propio Suárez, tenía, por tanto, el impulso y casi deber de defenderla. Así que cuando en las siguientes elecciones salió González entendí, de alguna manera, que todo lo que aún seguía aconteciendo de injusticia (
y que observé trabajando de temporero, viendo los excesos cometidos con jóvenes y muchachas jóvenes también, en definitiva personas con cierta vulnerabilidad) tendría los días contados; era la nueva esperanza, como lo sería en Grecia con la llegada de un gobierno socialista que cambiaría también su sociedad. (
Con el tiempo la palabra “facha” perdería totalmente ese sentido propio de “obstaculizar” información, o conocimiento, o de obstaculizar soluciones….. se empezaba a entrever que otros motivos podrían existir, que en ocasiones, podrían estar vinculados con una idea de “competir”, “rivalizar”, “expresión de antagonismos particulares”, tal vez “pequeñas venganzas”, o quién sabe si “pequeñas revanchas” por alguna cuestión desapercibida,…. o simplemente por “una mala impresión”, o un “no me caes bien”, o “no es el procedimiento”,….. o simplemente que la vida, entre las personas, a pesar de lo que dijera la Constitución, era así. ¡¿Qué extraño, no?!). Tal vez mi persona habría hecho el “primo”, tal vez como el mismo Suárez (
a tenor del artículo que publicaba ABC y que sus asesores de imagen no permitieran sacar a la luz hasta casi cuarenta años más tarde) y fuera mi persona un real y verdadero “Quijote”.
Tardé mucho en comprender que mi visión de la Democracia era una especie de idealización apenas compartida (... más bien no, al menos en la vida cotidiana, aunque no en el discurso político que se mostraba en los medios de comunicación) – probablemente porque la mayoría habría ido “renunciando”, posiblemente por propia experiencia o simplemente por ser más “prácticos”, o por estar mejor informados de lo que realmente era, y de alguna manera sigue siendo, la sociedad; con el tiempo entreví que si aún existían personas que albergaban esa misma idea inicial de lo que debiera ser la Democracia, ellos mismos se gestionaban o se conducían, a sí mismos, de manera bien prudente… tal vez porque, en el fondo, eso que distorsiona la idea inicial de lo que sería una Democracia, podría ser condicionante “decisivo” (que afectara a toda persona) y subsistiera en razón de ser, todos, ante todo, personas sujetas a Condición Humana.
Desde ahí, y concibiendo la idea de que personas de buena disposición se hallaban por doquier (sujetas a conocimiento y claro entendimiento que, a mis ojos, les hacía tener mucho más en común que cualquier otro tipo de diferencia coyuntural) entendí, y entre vi, que habría que indagar, más allá de la primera y superficial, y apasionada, lectura que realicé de la Guerra Civil Española de Hugh Thomas – a color y con carteles coleccionables - allá por los 18 ó 19 años, bajo la impresión de haber sido un desastre que se pudiera haber evitado y la decepción de que no se evitara. Pensé, como nos hace pensar a veces la Ciencia – cuando así se explica en el colegio – que simplemente faltaron conocimientos que ahora poseímos y que seguro, que con ellos, con el entendimiento de que se era capaz ahora, eso se hubiera, seguro, que evitado.
Desde luego, en mi “lógica” constitucional, seguía preguntándome: Si a una persona la mataban ¿para ella no ha existido el derecho que se halla en la Constitución? - me resultaba pensarlo realmente una verdadera tragedia - ¿No la protegía la Constitución? ¿Cómo era posible que subsistieran los robos, las agresiones, los asesinatos, las estafas,… incluso las mentiras o las tramas contra personas, en una Democracia? ¿A caso la Constitución no señalaban unos valores y un respeto para todos?
Así que, al menos, había dos cuestiones, dos conceptos, que no terminaban de casar ni de ser concordantes: los que se “oponían” a la Democracia y ¿qué habría dentro de la “La naturaleza Humana” que se pudiera expresar en algún momento en contra de la Democracia? (además de lo que parecía una necesaria nueva“transición” - más allá de la transición política - una transición social para que se “comprendieran” los valores que portaba la Constitución y que tendrían que presidir las relaciones en la sociedad y en las instituciones).
El primer lugar donde buscar, después de constatar que algo no terminaba de funcionar sería retornar, algún día, al origen de las esenciales divergencias que parecían sostenerse en nuestra sociedad y el lugar más idóneo para deshacer ese entuerto podría hallarse en ese misterio que hizo posible la bifurcación de la sociedad, y un antagonismo que parecía sobrevivir, y que se hallaría, en algún aspecto, en lo que hiciera posible la Guerra Civil (mucho más relevante que la narración épica del desarrollo de la guerra y que parecía, esa épica, ser irreconciliable y no terminar de justificar el dolor y terror sufrido). Desde luego otros países no la habían padecido y ello parecía señalar algún tipo de error o “mal entendido” que existiera en España con tan adversos resultados; división en personas que parecían tener mucho más en común, tales personas – incluso en bondad y buena disposición – que unas diferencias que no terminaba de entender cómo podrían subsistir después de una Constitución y una voluntad de paz y concordia expresada de manera tan general y abrumadora.
El primer artículo que me llamó la atención y que me hizo cuestionar la concepción de un desencuentro debido a heridas no superadas (heridas profundas y cercanas que no se terminaban de perdonar a pesar de la inicial disposición de las nuevas generaciones) era un artículo aparecido en El País sobre unas medallas concedidas a Franco por el Estado francés y que un grupo de personas pretendía que le fueran retiradas:
El argumento para retirarle esas condecoraciones parecía simple, pues se vinculaba al General con una “irregularidad” de la época y en consecuencia la contrariedad de mantener dichas distinciones; pero en el propio argumento de defender ese mérito (por un Estado como el francés, con su propia sociedad volcada en su momento con todo lo que supusiera resistencia ante el franquismo) llevaba a pensar que subyaciera algo que no terminaba de casar ¿Qué podría haber hecho ese militar en su carrera, para merecer unas condecoraciones de mérito, que se pudieran desvincular de su posterior papel en la Jefatura de un Estado que se alineó contra los enemigos de Francia e incluso anheló territorios franceses? Y sobre todo, a la vista de ello, ¿Habría, ese General, realizado otros servicios a Francia o Europa, de alguna manera desconocidos por el común de las personas, que permitiera esa defensa en Francia del reconocimiento al luego considerado dictador, cuando la propia Francia había condenado a Petain, su gran héroe de la primera Guerra Mundial, a muerte (y luego conmutada) por rendirse y colaborar con los Nazis?
Después de ver su trayectoria militar en Marruecos, en el desembarco de Alhucemas, no pareciera que hubiera dudas, en principio, sobre ese mérito, al menos desde la historia oficial que es la relevante y la que se termina consolidando en la memoria social – y más si se avala desde Francia (tal vez por ello se reabriera un debate que se centrara en cuestionar la capacidad y mérito militar del General Dictador, y que hubiera voces que señalaran que su carrera pudiera haber sido impulsada generosamente; todo lo que rodea a este personaje histórico parece que siempre será motivo de discusión y de difícil trayecto para llegar a un relato ampliamente consensuado).
Aquélla reseña de “El País” me llevó a revisar, aún más, y ya “abierto” a otras perspectivas, la vida y trayectoria de los personajes más significativos que se destacaron en el Golpe contra la República (
había mucho más en lo que detenerse en leer sin dejarse llevar por ideas preconcebidas: forma en que se produjo la conspiración, cómo pudo no contenerse, qué circunstancias la hicieron posible, cómo se mostró el entorno internacional, porqué se inmiscuyeron italianos y alemanes, qué papel pudrían haber tenido las democracias cercanas, porqué aparecieron las brigadas internacionales, qué motivó la llegada de la República, porqué fue posible la ruptura con la monarquía, cómo fuera posible que teniendo información sobre una sublevación no se contuviera….) y sobre todo el motivo principal de esta inmersión particular sobre quienes se sublevaban: Porqué hoy en día no nos hemos puesto de acuerdo con un relato lo más realista posible que haga posible la superación de aquella etapa con el fin de que nunca se volviera a repetir –
o simplemente, si es más conveniente pasa por encima del relato y seguir la senda señalada por el General Gutiérrez Mellado, bastando como argumento lo que defendieran las generaciones posteriores que tuvieron formación Universitaria y, por consiguiente, acceso a una mayor información transversal de aquella tragedia y que acabaron por resumir como “fracaso de nuestra sociedad”.
En el título de este artículo se han concebido dos ideas fuerza; una de naturaleza religiosa y por tanto espiritual, contrapuesta a otra más práctica y cotidiana – sobre todo para aquellos que vivimos una etapa del pasado que ya se representa lejano, y casi obsoleto, pero que, por un motivo u otro se percibe que no siempre, ni para todos, la experiencia de la vida es una línea que avanza hacia el infinito, sino que a veces se puede observar como si fuera una representación social (casi teatral – y casi circular) donde existen “papeles” que toca representar (a cada cual el suyo y según las circunstancias o sus circunstancias) pero como tales “papeles” corresponden a una obra (en este caso una obra real que es vivir la propia vida) y tienen una limitación de personajes, cuyos rasgos y caracteres se repiten a lo largo de la propia historia social (tal y como mostraba esa serie infantil: Erase una vez el hombre) donde se estereotipan roles Humanos a través de las distintas épocas de la Historia de la Humanidad (la diferencia estaría en que las personas que los desempeñan no siempre son libres de representar esos “papeles” sino que se les “imponen” de diferente manera y a veces esos papeles – esas experiencias – resultan innecesariamente trágicas o crueles, ante una indiferencia social que puede pensar que su “papel” es mejor que el de otros y acaban dando la espalda, mientras lo que consideran injusticia no le afecte).
No son mías la expresiones (ninguna de las dos que conforman el título), son dos conceptos utilizados desde hace tiempo para señalar, el primero, que la naturaleza benigna de la persona está ahí, es prácticamente innata y es una predisposición que existe, al menos desde hace dos mil años, la de ser corderos, propia de la inteligencia percibida como parte de un entorno de sabiduría donde los valores más positivos del Ser Humano “deben” encontrar un espacio propio de actuación que, por ser tal valores, debieran ser reconocidos por sí mismos, dejando que su acción beneficiosa sobre el conjunto social se manifestara abiertamente y sin reparo alguno, e incluso facilitando esa acción de manera activa; pues siendo reconocidos por todos, y todos reconociéramos en ellos su acción benéfica (como realmente sucede en cualquier conversación donde los adultos se supieran “escrutados” más allá del circulo reducido donde se generan. En potencia todos somos buenos, o al menos queremos así mostrarnos, y esa es la expresión que se exhibe por lo común). Y sin embargo existe la prevención de que también hay quien pudiera concebirse, así mismo, como “lobo”; como si se tratara de una oportunidad o cualidad personal al verificar una “debilidad” o “vulnerabilidad”, “evidente”, en un entorno social o incluso en una persona concreta. Por poner un ejemplo, sería como aquél quien viendo la oportunidad de engañar o mentir a una persona o colectivo con facilidad, no es capaz de resistirse a ello, por el contrario puede llegar a considerar que sería un desperdicio no aprovechar dicha oportunidad, pues seguro que “otro”, también capaz de ver dicha debilidad, aprovecharía, sin duda, la ocasión que él “desperdiciaría”. Ser cordero y no visualizar que por ello se es, en sí mismo vulnerable, obviamente es una situación de riesgo social evidente. Como sociedad, de alguna manera “convenimos” que ser cordero merece de una re-conducción o incluso un reproche, (de alguna manera se lo merece, “no cabe duda”; y así se expresan en algunos entornos cuya misión social debiera ser precisamente poner los medios para evitarlo).
Ahí es donde aparece el Jesús (cordero de Dios) que, después de bajar a los infiernos (precisamente por ser un “cordero”, después de “afear” durante años (al menos tres) a todos los que le rodean sus maneras de proceder y actuar; señalando una y otra vez (si no es que) “¿no tienen temor de actuar contra las propias normas y leyes que así mismo se han dado? (refiriéndose a la Ley como conducta moral) O ¿no recuerdan cómo viendo paja en el ajeno, la presentan como gran escándalo, y no ven la viga diaria en la propia vida, haciéndose pasar por justos? y señalando, así, el nuevo “camino” a seguir cuando los corazones se endurecen o se petrifican), resucita y muestra el camino y guía a los corderos del mundo, señalándoles que su meta, una vez resucitados, es ser guías, de alguna manera, del “mundo”, ser sabiduría, ser protectores de lo bueno, que aún existe, y de todos los “corderos” para que no terminen siendo “devorados” por esos “lobos” que andan por ahí, algunos (obviamente y como es bien sabido) con piel de corderos. (Por ello no termino de entender porqué desde espacios progresistas no se defiende una visión “simbólica” de la religión como punto en común o de encuentro para todos los seres humanos que lo deseen, como interpretación donde toda religión puede caber y encontrar sus puntos en común; como haciendo posible un verdadero ecumenismo intelectual que supera o supere las visiones e interpretaciones más antagónicas y excluyentes).
Parece obvio que si se nace cordero, se vive cordero y se muere cordero, a menos que por el camino se encuentre ese “salvador” que protege la ruta que, por medio de cierto martirio (probablemente ya experimentado y que sigue su curso), haga posible la resurrección para reconocer, en sí mismo, que él tiene su propia sabiduría que debe escrutar y trabajar, porque todos la poseemos, aunque hasta entonces él sólo la concibiera para bien común y otros la conciban sólo para procurarse su bien particular.
Frases propia de entornos “académicos” y “formativos” (
tanto ser borrego, como burro, asno….) que se decían a los niños cuando estos apenas llegaban a la decena de años (
sin contar con las bofetadas y los golpes de regla) todo ello dicho desde un entorno de autoridad que parecía conocer muy bien la vulnerabilidad de los niños que conformaban sus clases, e incluso de sus familias; con la educación se entra en el devenir de un cauce que “salvaría” a los hijos, porque les pone en el trayecto “realista” de lo que es la sociedad de ése momento
(incluso ya entrados los años 60 marcados por una idea de pacifismo).
Llenarlos de culpabilidad y de sumisión por medio de la violencia fue un método generalizado y consentido universalmente hasta que sus efectos adversos llevaron a desecharla, pero no por ello se dejó de intimidar, bajo otras formas de castigo, la innata capacidad de ver e interpretar y curiosear el mundo circundante bajo perspectivas diferentes y tan poco convencionales, que resultaban difíciles de manejar por maestros o profesores que, en su mayoría, solo se había dedicado a memorizar conceptos y lecciones académicas, sin conocer en profundidad el alcance y transversalidad de los términos, conceptos e ideas que ponían a disposición de unos alumnos los suficientemente ingenuos, y a la vez flexiblemente “transversales”, como para encontrar “rutas”, “bifurcaciones” y “consideraciones” que sus propios profesores nunca concibieron como posibles perspectivas que debieran prever para explicar en clase; y mucho menos que tuvieran que dedicar un mínimo tiempo para explorarlas, enmarcarlas o reconducirlas; por lo que el hecho de preguntar podría concebirse como un verdadero desafío a la autoridad (
por el simple hecho de dejar una evidencia en sus propios conocimientos). De ahí que ahora observemos cómo países, cercanos y vecinos, que incluso se despreciaban por el régimen anterior
- dejando un poso en varías generaciones de considerarnos superiores (aun hoy en día) a los vecinos -, nos vienen a señalar que su mejor éxito en la enseñanza viene a derivar de que emplea a los profesores y maestros mejor formados y con mejores conocimientos (
los más profundos y transversales) en las primeras etapas de la formación infantil y juvenil; pues resulta paradójico que haya que reservarse multitud de preguntas mal respondidas durante años, de sucesivas etapas y cursos de formación, hasta que se llegue a la universidad para despejar dudas elementales y que no pudieron ser despejadas porque el vínculo que existía entre la “ignorancia” y la “violencia” o idea de “reto a la autoridad” estaban íntimamente vinculados.
Aquí me acude el ejemplo reciente, subido a las redes por una entidad en la que intenta mostrar, por medio de experiencia personales de profesionales de distintas actividades de nuestra sociedad, que el mundo que nos rodea y nuestra sociedad tiene aspectos que pueden “descubrirse”, generando “espacios y campos” donde volcar lo mejor de nosotros en forma de vocación o, al menos, constatar que la vida y la sociedad puede contemplarse desde unas perspectivas diferentes donde aparecen retos tareas a realizar, si permitimos una “apertura de visión” en nuestras propias concepciones o percepciones de lo que nos rodea, y que por lo general tenemos clasificado y estructurado de manera bien rígida. En uno de esos ejemplos aparece una muestra de superación personal; la “lógica” “emisor”/”receptor” – que parece tan sencilla en los adultos, sobre todo cuando, por lo general, nos mostramos como “ecos” de las noticias cotidianas o simplemente dentro de nuestro propio espacio cercano donde los asuntos y motivos de conversación son, por lo general, limitados al lugar o contexto determinado donde nos hallemos - pueden contener bifurcaciones inesperadas en personas (y muy constatable en niños) sanas y transparentes que pueden llegar a causarles graves problemas por no dedicarles el “tiempo” o el “espacio” necesario para “entenderlos”, o simplemente ponerse en su lugar. En entornos educativos se suele tender a etiquetar rápidamente (precisamente para ahorrarse tiempo y esfuerzo) y ello puede acabar por dar lugar a problemas mucho más complejos si no media la fortuna del “milagro” y que, afortunadamente, suele presentarse para la mayoría de las personas haciendo posible una ruta personal normalizada e incluso, a veces, exitosa. El caso que llamó la atención fue la narración de un deportista profesional en la que señalaba como, al ir al colegio y verle tan desarrollado para su edad, la maestra decidió que no saliera al pario a jugar (no fuera a hacerle daño a otros niños) y ello se prolongó indefinidamente, bajo ese inicial criterio, haciendo posible una consecución de desgracias en el niño (abusos por parte de otros niños, estigmatización, acoso al diferente,….) todo aquello hacía presagiar que se truncaba, de facto, todas las capacidades del niño y su desarrollo normalizado, haciendo posible vislumbrar una trayectoria vital en la etapa juvenil y madura presidida por la prolongación de las consecuencias de aquella nefasta decisión inicial. Afortunadamente el “milagro” se produjo, y “alguien” ofreció o brindó o posibilitó una salida y entró a desarrollarse como deportista profesional y, con ello, el éxito palió, en gran medida, lo vivido hasta aquél momento, aunque en la narración aun se vislumbraba el dolor y padecimiento vivido ante la sorpresa y conmoción del público asistente. El principio de “precaución” (muy necesario en ambientes tóxicos, y sobre todo visible como necesario en la actuación en cuestiones medioambientales) aquí se había tornado como instrumento desolador y asolador de una vida.
Así que el término “listo” más bien parece estar concebido desde un plano superior (
emisor) a otro inferior (
receptor), que muestra el primero su frustración porque su “emisión” no es recepcionada bajo sus propios términos y perspectiva; un entorno receptor que precisa “encajar” unos conceptos y nuevas ideas dentro de un “mundo propio” donde existen ya otras que forman parte, casi inseparable, de sí mismos y de cómo aún conciben el mundo (
con una lógica aplastante y tan transversal, que imponer un concepto mal explicado puede trastocarla en profundidad durante un tiempo indefinido). Más aún si el entorno familiar también es disruptivo y niega también la singularidad (
y por lo tanto la pluralidad) de perspectivas que pueden entrar en juego para que se acomode un nuevo “saber” (
por lo tanto se niega la pluralidad de las personalidades) de sus propios miembros con la idea de imponer un criterio único, a veces bajo el mismo procedimiento del uso de la fuerza y la violencia, sin existir “elementos” de “amortiguación”, por lo que los propios niños acaban por asumir una deficiencia y carencia en el propio entorno familiar que ellos mismos “razonando en soledad” acaban por ubicar a los propios adultos de los que dependen y de los que precisan el soporte emocional (
y no existiendo más alternativas para ellos – como así se concibe en algún entorno familiar, cuando se visualiza con cierta fría distancia la situación de dependencia - generándose la propia pregunta que siempre satisface a este tipo de adultos: ¿qué alternativa tiene el niñ@?) pudiendo dar lugar en ocasiones a que los niños tengan que asumir responsabilidades y preocupaciones impropias de su edad, que les pueden desbordar, dejando “huecos de soporte emocional” que tarde o temprano deberán atender (
o equilibrar desde el exterior) para procurar su propio bienestar personal en un futuro.
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