Las ventajas de estigmatizar: Todos colaboran contra la Víctima.
Llevar a
los hijos por el camino de la adaptación en el entorno social es una tarea
mucho más compleja de lo que a priori pareciera concebirse por unos
padres/madres que ven en la llegada de
los hijos como una coronación que les “lanza” por la ruta y el camino que otros
muchos (la inmensa mayoría de la sociedad)
ha transitado; e incluso las felicitaciones, los buenos deseos y el “reconocimiento social” por la tarea y reto
que aceptan, y que les llega de todo el entorno social inmediato (a veces tal vez con ciertas y puntuales excepciones
en el entorno de amigos próximos, donde pueden cuestionar o sobrevolar sobre si
la decisión fuera o no acertada, si realmente la unión de pareja se construyera
realmente sólida `para dar ese paso tan relevante, o si se auto-engañan, o si
es visible que la relación se fuera definiendo en una subordinación de uno
respecto del otro, sin paridad o equilibrio, o sustentadas en carencias de una
parte de la pareja sobre la que la otra se impusiera o si consiguieran un
equilibrio donde ambos se apoyan y se complementan…. Normalmente esas cosas las
ven los amigos próximos y por lo general, aunque formen parte de los
comentarios privados no siempre afloran abiertamente para constituir una
conversación seria, como suele ocurrir en las pelis o series de televisión; aún
así, somos conscientes de que todos poseen secretos cuando se acercan a una
unión de pareja – y el mundo anglosajón lo reseñe con “acidez” en algunas pelis
famosas como “Cuatro Bodas y un Funeral”, donde el entorno social más crítico y
analista comenta o hacen apuestas sobre cuánto o no durará una pareja, e
incluso los padrinos, en el brindis hacia los novios, cuando todos los
invitados presentes escuchan los esperados parabienes hacia la nueva pareja, y
deseos de suerte, como factor fundamental para que todo vaya bien, pero que
acaban por revelar secretos…) Todo eso queda atrás cuando la pareja se
lanza a la convivencia y la “coronan” con el nacimiento de un hijo. Todas las
diferencias personales entre ellos quedan relegadas por una prioridad: Hijos.
Aún así
sabemos que toda persona porta una “mochila” de la cual es difícil
desprenderse, aunque sean “pesadas”. Esas mochilas han constituido y constituirán
parte de ellos. Sean conscientes o no -
incluso aunque en el desarrollo de amistades y amigos durante la
pubertad y juventud, contrasten experiencias comunes vividas en los entornos
familiares, escolares, de instituto o universidad, encontrando puntos muy
adversos en común en esas vivencias (profesores abusones o abusadores, tiranía
en los padres y madres, violencia familiar ocultada a la sociedad, e incluso
vivencias que quedarán en el más absoluto de los secretos que pueden o no ser
conocidas por alguno de los presentes o sospechadas y que no saldrán a la luz
porque pueden ser “estigmatizantes” o simplemente “no pueden o saben cómo
abordadas” en un mundo donde las relaciones ya empiezan a ser muy relevantes
porque lo que se empieza a traslucir es el impacto que nuestra personalidad ya
causa en un entorno donde la sexualidad y la seducción (aunque no se pretenda ni todos la busquen de la misma manera o con los
mismos objetivos o fines) nos muestra si somos seductores sin pretenderlo,
si somos atractivos sin buscarlo, y se empieza a tomar consciencia de que
respondemos a unos “parámetros” que no siempre estuvieran admitidos o
reconocidos o valorados en nuestras propias familias (donde se pudieron sufrir humillaciones, situaciones ofensivas para
nuestros valores o sensibilidad de manera gratuita, incluso violencia o abuso
inexplicable que minarían la autoestima, o simplemente se fomentaran
rivalidades a falta de otros recursos para la motivación), o por el
contrario si los mensajes que recibiéramos de ese entorno familiar nos dieran
demasiadas expectativas sin base real, lanzándonos a la postre a un horizonte
inesperado y fuera de la realidad y con falta de recursos trabajados para
hacerle frente; o tal vez todo se
mezclara en la “educación” recibida como un “Tutto revolution” que careciera de
norte y sentido.
Todos los
que han (y hemos) sido padres sabemos de estas circunstancias porque hemos sido
antes hijos; y como tales hijos muchos piensan en no cometer los mismos errores
que cometieran los propios padres y en ello se dispone el ánimo e incluso la
crítica en el entorno cercano, cuando se es joven y se piensa que los temores
que llevarían a prohibiciones y castigos por saltárselas (o a violencia por sobre los hijos donde pagar la frustración personal
por no saberle “dar sentido” a las propias vidas y resumir la relación con
ellos a base de palos y golpes, porque sencillamente son niños y “si ahora no
entienden ya entenderán” y me amarán igual o más).
A partir
de este contexto social y familiar que suele ser más común de lo generalmente
admitido (y reconocido) (aunque haya excepciones en dirección totalmente
opuesta, donde hay niños tiranos sobre sus padres - temerosos de causarle
cualquier trauma desde la infancia e incapaces de “leer” en ellos y en su
conducta para aprender, también de ellos, cómo “conducirlos” de manera
sencilla, suave, sin chantajes, ni amenazas, ni violencias, ni promesas que no
se suelen cumplir; y reconocer lo que les gusta, lo que les fascina, su propio
carácter, cómo pueden expresar lo que ven y qué medio es el mejor o idóneo
para cada uno de ellos, para cada hijo;
cómo muestran sus decepciones, su frustración, cuáles son sus impulsos
naturales o sus emociones dominantes…
para desde ahí mostrarle sutilmente opciones que libremente elijan desde niño,
y como gestionar las emociones adversas que surjan desde sus propias aficiones
o introduciendo otras nuevas que serán complementadas desde las rutinas diarias
que ya empiezan a asumir como parte de una responsabilidad que sobre sí mismos
deben ir construyendo desde una normalidad. Normalidad en todo y ante toda
dificultad con la intención de que se pueda gestionar las adversidades desde un
dialogo y unas conversaciones que van consensuando objetivos y contrastando
resultados y a la vez nuevas dificultades, en un proceso de comprensión del
mundo que nos rodea y que quedará, a la postre, en manos de un niño que se ha
ido haciendo adulto, poco a poco y a la vez aprendiendo cuáles son sus puntos
fuertes, en qué territorios puede obtener resultados, y cuáles son sus puntos
más débiles o dónde no está dispuesto a infringir sus valores personales para
triunfar por lo que, si aún desea tener experiencias en ése ámbito, deberá
pensar en qué actitud sería la más conveniente en adoptar y cuando, una vez
conseguido el objetivo de obtener esa experiencia, salir de ese ambiente y
darla por concluida.
Esta
última sería la educación perfecta a la que todas las familias querrían llegar
cuando imaginan tener hijos y que, en ocasiones, cuando la experiencia muestra
errores graves en la educación dada a los hijos - incluso en familias que no carecieron de recursos materiales para
afrontar cualquier obstáculo sobrevenido de manera eficaz – se apela a que
tenían conocimientos y objetivos y sensibilidad adecuada, como a la aquí
referida, y que todo lo pusieran en práctica y que fueran factores externos – más o menso maliciosos – los que todo
tumbaran perturbando el objetivo siempre claro y meridiano en los progenitores (o
en uno de ellos si la familia acabara siendo en divorcio o separación, y de
hecho monoparental) y ello, sin embargo - por
la propia trayectoria desde la que se parte para abordar la educación de los
hijos y los primeros signos de violencia y malas maneras - se suele mostrar
como falsa afirmación de “conocer maneras y modos de conducirse con los hijos”
, pues aunque se haya podido tener la
oportunidad de leer o se sea profesional de cualquier rama del saber que
explique que esta debiera ser conducta mejor y más correcta, se desviara nada más
comenzar y ello fuera visible y evidente en el propio entorno inmediato a la
familia, comenzando por el vecinal y familiar que circunda a esa familia. La
causa, sin duda, que hace posible esos desastres familiares caigan sobre los propios hijos, es sin duda responsabilidad, al 50%, de la mochila que todos
poseemos cuando llegamos a este mundo en una familia determinada, en un
contexto social determinado por una época concreta, con unas modas sociales y
aspiraciones determinadas. Suele ser ello un contexto donde la mayoría se haya
perdido y suele buscar referencias en libros o medios sociales para encontrar
un camino que en realidad ya se hallaba dentro de nosotros (o tal vez a él
renunciamos, y a los primeros obstáculos acabamos por dejar de buscar – que también es tarea difícil – y
aceptamos tirar de las pautas que a nosotros nos impusieran de niños en el
entorno familiar, aunque de ellas nos quejáramos mucho o guardarse secreto (de las partes más humillantes o
estigmatizantes de los sufrido en su seno) y sin otras opciones o mejores referencias,
nos digamos: ”si yo salí delante en un
entorno familiar que sólo yo sé como realmente me trataba; porqué no saldrán
también mis hijos desde esos mismos parámetros de violencia y castigo. Si yo
llegué a donde llegué, porque no ellos también”?.
Otros
factores, como el despertar de la sexualidad y su gestión en los niños o en
ambientes familiares siempre fueron problemáticas en toda época o lugar,
determinando también las vidas y las metas – más o menos “inconscientes” de los
hijos e hijas como nos mostrarían los
griegos en sus tragedias) y otras
veces señaladas como objetivo premeditado y práctico, si se concibe el mejor
formato para concebir una pareja el descartar el sufrimiento que conlleva
seguir la senda que marca el corazón, para precisamente ponerlo a resguardo.
Todo suma
y a veces, sin esperarlo estalla en lo que dicen que tenemos que llamar y
llamamos “enfermedad mental” a la vista de la reacción que alcanza a un/a joven
en el entorno de los 20 años, cuando se juntan tener gestionar las relaciones
personales más cercanas e íntimas y expresa, entonces, con sus pensamientos,
emociones, bloqueos y actos, lo que
realmente ha vivido en el seno familiar – miedos,
traumas reprimidos o mal gestionados por los padres, real abandono de asumir
una educación o dejarla solo en manos del Estado o del Colegio, no haberle dado
referencias ni haberse constituido en referencia mínimamente aceptable, o
simplemente una violencia extrema e íntima contada tarde o no creída, desembocará
en lo que llaman trastorno mental.
Aún así, se asegura que el 40% de la población ha pasado por un episodio de esta naturaleza (probablemente requiriendo algún tipo de seguimiento o ingreso, porque de otra manera no se entiende que den esta cifra del propio ámbito de salud como impacto en la sociedad)
(mas recientemente, ahora en 2022, se asegura que no se llega al 30%, pero con esto ocurre como cuando por primera vez vi las cifras de muertes con vehiculos de conducción, las de heridos, las de lesionados de por vida y los costes que señalaban las aseguradoras en aquél momento en que hiciera el proyecto NBBC; al tiempo sacarian de las estadisticas los accidentes producidos en urbes - dejando solo los de las carreteras - en un esfuerzo de maquillaje que iria dando a su vez resultado con las campañas de de TV Privada como ponle freno, hasta dar resultados "aceptables" como unos 3000 muertos al año, mas o menos).
y sin embargo, podríamos asegurar que la
cifra, en sí misma, sigue sin ser representativa de una realidad de la que todos podemos tener
referencias personales en primera persona, y esta afirmación es mucho más
cercana a la realidad de lo que se llama “episodio” por el mundo de la Salud Mental. Sería mucho
más honesto reconocer y señalar que difícilmente nadie es plenamente ajeno a la
experiencia que nos señala el saber popular en frases muy cotidianas: “Me vas a
volver loco” – cuando intentando
contentar a una persona va cambiando de parecer, de objetivo, de estado de
ánimo o de actitud o de criterio sin más explicación (nos decimos: A este, ¿qué le pasa o pasará ahora?). Y que es fácil
reconocer que, prácticamente, toda madre que se precie de su rol de madre y
consciente de la transcendencia social del poder que ostenta el propio rol
materno, recurre ante los hijos, en alguna causa o razón de no tener su cuarto
recogido o ser rebelde y no hacer los deberes a la típica frase expresada a voz
en grito, o no, pero siempre en tono de amenaza y advertencia: “Me vais a volver loca” y el padre,
entonces, si está presente, precisa el mensaje de la madre y lo modera,
expresando más concretamente lo que quiere en ese momento del hijo o hijos o si
también es afectado por la advertencia anima al resto a colaborar. No hay
pretensión alguna en el ejemplo y creo que es reconocible en nuestro ambiente
familiar (al menos de los que tenemos más de sesenta) o que también hemos
visto o descubierto en casa de nuestros amigos. Sorprendentemente, la locura,
en el saber popular, tiene causas (y responsables) y objetivos: "Ese chico te va
a volver loca” – y que es lo que
precisamente quiere para que te rindas y te entregues emocionalmente (una
forma de jugar, en los roles de seducción, que se muestra en la peli “La vida es bella”
cuando el protagonista quiere seducir a una mujer y usa de la observación de
ciertas costumbres del entorno para hacer creer a la chica que es capaz de “hacer
realidad” lo que es impensable que sea posible, jugando como en un juego de
magia, con la percepción de la realidad para fascinarla (y luego, como padre, tiene que usar de esa creatividad propia para “guiar”
a su pequeño hijo en medio de una cruel guerra europea, haciéndole concebir que
todo es un juego, para esconderle, de una realidad inaceptable). Mostrando,
de alguna manera, que la creatividad, aunque pueda concebirse como una forma de
locura, forma parte de los recursos que
tenemos a nuestra disposición para evadirnos o salvarnos de una adversidad que nos amenaza o nos alcanza (y que es por ello recurso constante en niños
– o lo era – de contarle cuentos que "acaban bien" a la hora de ir a dormir, para
que desde esa fantasía elabore en su mente, que todo, en la vida, puede tener
solución; por muy adversas que se presenten las circunstancias).
Por lo
general se admite que todos podemos reconocer una situación de conmoción en una
persona porque, sencillamente todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos
pasado por una experiencia semejante – aunque
consideremos, para alejarnos del pretendido estigma, que no es lo mismo, porque
la propia experiencia ha remitido espontáneamente. Desde luego, que remita
no significa que la experiencia no fuera similar, o incluso de mucha mayor
profundidad de asociación de angustia, desesperación, sensación de que la vida
pierde sentido de realidad, de sentirse en un sueño o pesadilla, de verse
incluso plenamente ajeno a este mundo, de encontrarlo carente de sentido, sobre
todo si va asociada la separación a una verdadera traición … a veces una simple
ruptura de relación de pareja con sinceros vínculos emocionales lleva a un
sufrimiento que todos reconocemos (y que
hemos visto en pelis como “Todo es mentira”, donde el saxofonista, amigo de
Coque Malla, se encuentra en el baño llorando en desesperación asegurando que
volvería con su chica asumiendo el papel que fuere; y Coque Malla le acompaña
en el sentimiento por la dependencia que se puede llegar a tener de las mujeres).
Aceptamos que los vínculos que construimos con las parejas pueden crear
dependencia, aunque ello no se suele concebir como obstáculo en matrimonios más
veteranos, que vivieran el matrimonio como compromiso en una misión concebida
como “natural” en su época a lo que no ven objeciones en seguir adelante con el
vínculo y no suelen ver esa dependencia hasta que uno de los dos fallece o
sobreviene un divorcio a veces muy inesperado. Parece que hoy en día se concibe
esa idea de dependencia emocional como un obstáculo para la propia libertad
individual, por lo que se podría concebir que las relaciones se buscan, ya más
de las veces, desde posiciones más prácticas e incluso estratégicas, es decir,
de manera más cerebral (e incluso hay
quienes no inician una relación de pareja sin previamente haber construido una
amplia “puerta de salida”). El miedo a implicarse emocionalmente parece
un recurso cada vez más aceptado y
aceptable, incluso signo saludable si se argumenta como fórmula para procurarse
muchas más experiencias aun estando en pareja o ya cesada la misma.
El
artículo intenta construir un escenario amplio como punto de partida para
asumir que las reglas de juego en la sociedad, en especial en las relaciones
personales que señalan el lugar desde donde los niños crecen para entrar de
pleno en la sociedad. Por mucho que demos prioridad a los niños, como bien
prioritario a proteger ante toda actividad y ejercicio de derechos de sus
padres adultos, sabemos que cuando las parejas se rompen, y/o cuando un progenitor
es estigmatizado por el otro ante los hijos o ante la sociedad no resulta
inocuo a los niños (solo por señalar un contexto más común hoy en día); pero la
cosa se complica cuando hay utilización de los hijos contra un progenitor, o se
usan como juguete, incluso sexual, u otras situaciones que no siempre se
conocen, más que por profesionales, y forman parte de una tragedia vivida en
soledad que puede dar lugar a esa expresión que se usa en salud mental para
definir que una persona entra en un proceso destinado a gestionar todo lo que
ha vivido, siendo o no plenamente consciente de ello, pero que el entorno
cercano, sorprendido, suele jugar a negar o a no aceptar responsabilidad
alguna, más allá de las paliativas; ir más allá supondría, en alguna medida,
reconocer errores que no se admitirán; y existiendo vínculos entre familia y
víctima, ese camino no se puede transitar con un mínimo éxito si no hay
consentimiento y plena sinceridad por el entorno. Como cuando estas situaciones
se muestran, cuando la persona tiene 20 años – que suele ser la edad donde el “jamacuco” se muestra por primera vez
con plena intensidad (diciéndonos a todos claramente: “Houston tenemos un
problema”) - y malamente nadie en el
entorno está dispuesto a colaborar real y activamente, porque en el proceso
pueden verse realmente salpicados o afectados o tener que corroborar algo que
ya tienen superado (o bien controlado) siguiendo con sus propias vidas a pesar
de cualquier adversidad pasada. Un
jamacujo a los 20 tiende a ser posible (por lo general asociado a estrés
intenso y falta de recursos personales para hacer frente a esa situación que
desemboca en estrés intenso, al que se unen manifestaciones propias y consecuencia
del propio estrés o que este estrés permite manifestarlas por primera vez
(porque por lo general, en el proceso de adaptarse a la sociedad, solemos
concebir que, según el ambiente familiar que nos rodea, y más si es autoritario
o se sustenta en valores de fortaleza, dominio
y liderazgo, hablar de un
problema, o de problemas, solo suele aportar soluciones del tipo “sigue adelante, eso no es nada, solo los
fuertes merecen éxito” o cuando ya no encuentran respuestas en esa
dirección pueden ofrecer la alternativa de la aceptación del mundo desde el
marco pesimista de la sociedad, cuando se concibe que ese hijo/a no está en condiciones de liderarla, “se la
han jugado”, le “han traicionado” o “no
es capaz de conseguir el afecto que quería”, o simplemente porque al
progenitor/a así, del mismo modo, en su día, le hicieran ver que no se saldrá
con su sueño, y que fuera recurso
recurrente y de mucha frialdad: “Palabras para Julia”,
porque esa canción fue concebida en un entorno de Dictadura y represión; por lo
que se acaba por pensar que un progenitor que recurre a ese recurso “tan duro y
reprochable sobre un/a hijo/a”, es porque así concibe su propia vida y por
consiguiente así concibiera la educación de sus hijos o ese concreto hijo/a por la razón que fuere. Acudir al progenitor para presentar un problema, en algunos
casos puede ser un mayor problema que buscar una solución por los propios
medios (por ejemplo si se señala un abuso
– hay familias que directamente niegan el problema que se presenta, y pueden
pasar muchos años hasta que se acepta; cuando el daño causado es casi un nudo
gordiano por donde no se sabe por dónde encontrar el hilo de dónde tirar y
desenredar).
Lo más
duro se presenta cuando el primer ingreso, sobre los 20 años de edad, que es el
momento más oportuno para abordar y empezar a resolver, algunas familias se
sienten “espantadas” ante la idea de que “el estigma de la locura” les ha
alcanzado y se aloja en su propia familia, señalándoles, como ellos mismos “había ido señalando a otras familias” -
incluso responsabilizándolas de que el mal les alcanzara; y así aun siendo
ateos, señalar castigo merecido de un destino que actuara de manera semejante
al de D. del que niegan existencia, aunque
fueran familias cercanas, como para así mostrarse “superiores moralmente” y ellos en
camino correcto – algo que concebían imposible para su perfecta y clara
visión de la sociedad y encierran al afectado/a - algún mes u otros más - sin visitas, pensando primero cómo
digerir lo inesperado y buscando cómo huir de las propias culpas o prejuicios que sobre otras
familias habrían construido arbitrariamente para arrojárselas como losas de las
que ya no pudieran levantarse nunca más y así evitar relación con ellas, “no se fueran a contaminar” (y sobre todo, que siempre es importante
observar como recurrente actitud, buscar a quién echar la culpa, porque ellos
mismos así hubieran construido las razones para “aislar” a una familia afectada).
El solo hecho de buscar un culpable que poder señalar con garantías de ser
creídos (y de hecho el mundo médico acaba
aceptando como causa, según la narración que le traslade el entorno que se
pretende exculpar); ello en sí mismo señala una falsedad de partida
evidente y que se suele negar en el ambiente médico cuando habla para la
sociedad y sin embargo no lo hace así cuando directamente trata con el paciente:
“Hay causa”, como siempre creyó el sentido común. ¿Por qué pues el secretismo
del pretendido mundo de la salud que debe sanar? Parece consecuente pensar que
porque no están en condiciones de realizar una investigación a fondo y así
determinar un camino a la salud. El estigma se halla en la propia familia, y la
idea de culpa también (por lo que se
sigue la recomendación del adagio cultural: “Huye de la culpa, así esta no te
alcanzará”; es decir, busca un culpable aceptable y sal corriendo).
Abandonar
a una persona en un proceso en el que por el contrario precisa a poyo y
compañía positiva para empezar a salir de él, es la peor aptitud posible a
contemplar, sobre todo cuando se sabe que es el momento, donde si la
positividad se enmarca, aunque hubiera uno o dos intentos fallidos de encarar
ese nudo, las posibilidades son máximas. Y por el contrario hay familias que lo
aíslan – haciéndoles creer que los
abandonan, porque esa es la primera intención real, abandonarlos - y
entonces los médicos, que ya conocen la sensación de culpabilidad de las
familias, acaban por llamarlas y decirles que si “no se acuerdan que tienen un
familiar, alguien que debería ser querido y amparo por ellos en nuestro
hospital o centro” y los afectados sí perciben y siente realmente que sí existe
y se inicia una amenaza real de abandonarlos, surgiendo una sensación de culpa
nueva y buscando motivos en ello, cuando en realidad es que su “enfermedad”
ofende a su familia en el plano social; es decir: la persona ya tiene una tarea
más (otra diferente de la original),
buscar en un lugar inadecuado, porque en
esa esfera no se halla el nudo del problema; pero ¡¡¡Eureka!!! esa culpa propia
y la conducta posterior de intentar espiar toda culpa “resulta un flotador o salvavidas”
para la familia a falta de otro mejor; que si aparece será mejor bienvenido,
para desalojar la propia culpa del entorno familiar y alojarla en otro entorno
diferente -”siempre que el relato sea
nuevamente aceptado por el mundo médico”- y seguro que lo aceptará; ese
mundo médico está dispuesto a aceptar y emitir relatos diferentes, verbales y a
veces escritos, si ello permite alejar la culpa del entorno familiar del
paciente y así intentar diseñar un camino de salida. Pero cuando constatan que
el entorno familiar solo quiere quitarse la culpa propia (no para procurar camino de salida al hijo/a, al que ya tienen concebido
un lugar de encierro “ideal”, para que nunca ya moleste –después de asesorarse
con unos y otros y haber consolidado culpable y trayecto final) los médicos
se hallan “atrapados” en su propia estrategia, el entorno familiar nunca buscó
en los ingresos un cauce para sanar y encaminar al hijo/a, sino estrategia
encaminada a argumentar en el siguiente paso inevitable y que seguro que el afectado
tarde o temprano dará: Cometer un error a la desesperada, una huida, sin
recursos ni maletas “sería lo mejor” (por ser lo más frecuente que se da cuando
la persona ve que “nadie le quiere” y que cuando pide apoyo al entorno
inmediato, este le señala el mismo camino ya recorrido, como un nuevo dejavi, y que si alguien opta por darle solución
diferente – alguien cercano, tal vez un padre separado - todos se le
echan encima, unos y otros, pues si mejora “todos somos culpables”, los unos y
otros; y el entorno medico conoce ya de
primera mano y sabe que no hay solución para ese paciente. La advertencia de
estigmatizarle con una etiqueta “con nombre de enfermedad” pasó indiferente
ante el entorno familiar que nunca buscaba soluciones sino culpables. “Todos buscan quitarse los muertos de encima”
en una “lavada de manos general”.
Cuando las familias optan por opciones
diferentes e intentan apoyar al paciente y ven que no se avanza, se suele usar
de la ignorancia de las propias familias para atemorizarlas y reseñar el
estigma y la responsabilidad familiar, en un camino que tiende a cerrarse.
La
psicoterapia suele ser un factor de salida, cuando el paciente consigue ir
estableciendo lazos de confianza con el psicoterapeuta. Pero si el paciente cuenta a la familia qué
narra al psicoterapeuta y ésta, en la narración del hijo/a ve amenaza, se
presenta el progenitor/a en la consulta con una narración alternativa que dé al
traste con cualquier avance que vaya permitiendo señalar las causas al
psicoterapeuta y también los efectos y avances que el hijo/a experimenta al
poder hablar por fin, y poco a poco abrirse. Todo en saco roto, cuando interviene
la familia. Y si se busca alternativa ante la evidencia de que se ha dinamitado
una opción que pudiera ser discreta se recae en un espacio terapéutico donde
las familia son invitadas a hablar todos y allí, en vez de procurar una
sinceridad honesta, se apela a exageración, deformación y señalamiento del
culpable exterior elegido (la cuestión de la culpa siempre se halla presente) y
lamentablemente el objetivo nunca fue trazar un camino a hijo/a sino camino
para deshacerse de él y construir en el itinerario más argumentos para
consolidar posición y meta y a todos persuadir de ese objetivo como el más
conveniente “para todos”.
Si alguien
espera que un procedimiento de incapacidad desvele el fondo del asunto y
causas, por las cuales el hijo/a pasa de paciente a sin duda ya Víctima (a veces clara y visible desde hacía años,
pero nadie interviniera ante palos y palizas, ni tampoco juzgado advertido) y los propios afectados (hijo/a) ya
reclaman - ante la evidencia que se
pretende acabar ya no con la libertad personal como fórmula de dominio y
sumisión – que es lo que parecen mostrarle el entorno familiar – como ocasionalmente
–para ir dinamitando la resistencia moral
- , sino ya directamente toda libertad, en otro proceso legal donde la
obligación de “confeccionar un traje a medida” `para que la persona
pueda tener una oportunidad, - pero son
los juzgados concebidos como todo rutinas procedimentales y se acaba
confeccionando “traje a medida” de la familia que busca seguir dar el nuevo
paso que ya lleve, definitivamente al encierro total.
Resulta
inconcebible que un procedimiento concebido como especial, donde se puede
explorar incluso “detalles” próximos o remotos para determinar no sólo cómo
fuera la vida de los que se ven en tal
trance, sino entrar como dicen los jueces de juzgados de instrucción – donde se investigan delitos - para
determinar cómo es realmente la relación y concebir si realmente hay
situaciones delictivas o desproporcionadas o alienantes.
Sin
embargo cuando un juzgado quiere esclarecer si un incendio fuera provocado o
no, para cobrar un seguro, sin duda que interrogan de manera cuidadosa a
cualquier testigo posible (sin atenerse a prejuicio alguno) para determinar si
realmente los indicios de provocación se confirman o no; las aseguradoras no
soltarán un euro si no se despeja toda duda). Así pues un juzgado sabe hacerlo
bien, cuando quiere, así hay una narración al efecto:
Un oficial de juzgado
- ahora tal vez de instrucción - que
pertenecía a una asociación llamó por teléfono para preguntar si el `presidente
de la misma asociación quería testificar en un asunto y ayudarlo a esclarecer.
Al preguntarle más datos dijo que era por una cuestión en la que podría ayudar.
No dio más detalles que recuerde de ese oficial de justicia e incluso no recordaba
si quiera recibir una notificación del juzgado en los términos en que realmente
fuera el asunto (aunque notificación debió
haber sin que mostrara la gravedad de lo que de iba a tratar y su alcance).
Se dirigió al juzgado y entró y se sentó en frente de un despacho. Delante de él
una persona que para nada tenía aspecto ni distintivo de juez. Y en las
primeras preguntas, que no sabía no por donde le venían, acabó reparando de que
se trataba de un bar al que algunos socios
quisieron montar un baile y querían que el presidente lo hiciera oficial y
anunciará como otro espacio de baile para los socios. Y le preguntaron si como
presidente había formalizado algún tipo de contrato con el dueño para que bailaran
allí. El presidente dijo que nunca firmaba ni constituía contrato alguno cuando
se iba a las salas y espacios para
divulgar su pasión bailarina. Así lo expresó y uno de los presentes, que
aparecieron tres de repente rodeando al testigo, como si en otra parte de la sala
estuvieran casi invisibles, una de ellas preguntó: ¿No hablo Vd del precio de
las bebidas para sus socios con el dueño? (se
suponía que el dueño atendiera la barra porque fuera la única persona con la
que habló). Y dijo: Sí, sobre el precio del agua, porque como presidente de
la asociación había llegado a la convicción de que el agua, mientras
bailábamos, debería tener un precio asequible, pues muchos socios pedían agua y
en algunos sitios nos "clavaban" y era motivo de queja que
solucionáramos pactando el precio de un euro (entonces al principio cien pesetas) y si no nos acabamos marchando.
Cuándo expresó el testigo esa circunstancia uno de los presentes preguntó o se
preguntó si eso en sí era un contrato y empezaron a pedirle que explicara
nuevamente, hasta el punto de que cada vez que intentaba hablar el testigo
alguien interrumpía y uno dijo: "Que lo diga con sus propias palabras". El
testigo lo expresó diciendo que era como un compromiso o requisito para que los
socios acudieran allí.
Luego
se enteraría que todo aquello se debía a que el bar se prendiera fuego y
hubiera un seguro que cobrar. Entonces pensó que tal vez la sospecha fuera en
sí el incendio hubiera sido provocado o no. En cualquier caso el lugar era
"infame" porque se trataba de un sótano sin más salida que la misma
entrada. Por lo que aunque la presión de algunos socios le hicieran imponer esa
condición al camarero extendió la opinión de que el lugar era una ratonera y no
volvió por allí una vez verificó que, obviamente, a los socios tampoco gustaba.
Aún así iban a otro local que también era una ratonera, aunque mucho
mejor adecentado, y tardaron años en darle salida de emergencia a pesar de ser
una escuela de baile.
Aquello
del juzgado hablaba de pasta e incluso cárcel, y sí fue llevado con inteligencia,
tolerancia y en busca de detalles. Análisis y formas en busca de la verdad que
se echa de menos en otras ocasiones.
Defender a una víctima de la que
todos rehuyen.
Siempre
la cuestión es y será lo que mejor concibamos par una víctma, porque el resto
de actuantes no miran por él, sino que en él/ella ven una situación más o menos estándar que se
vincula con un prejuicio sostenido en España, de manera generalizada, por la
sociedad.
En
un momento determinado me dijiste que si el hijo/a hablaba mal del padre o
expusiera cualquier otra circunstancia en esa dirección la cuestión se
complicaría. Te contesté que el hijo puede hablar del padre lo que quiera,
donde quiera, y de la manera que quiera. Porque la cuestión no es lo que diga
él en estos meses de “acoso”, ya no solo por el entorno familiar – que en ello lleva resistiendo años - y ya
tuve la oportunidad de hablar por teléfono con director de Hospital, donde el
hijo/a acudiría a tratamiento en régimen abierto para realizar terapia
familiar; y que como ya señalé en su día, cuando hijo/a dijera que exageraban y
deformaban intentara hablar con ese director y se negara de pleno, alegando que
no entraba en problemas familiares y asumía el relato sobre poca idoneidad del `padre;
persona de la que se aseguraba, ante ese doctor, que el padre no
aceptaba que hijo/a estuviera enfermo/a. Tardó meses en conseguir abrir una
puerta con ese señor y aceptara cartas que le
remitía (que de no haberlo deseado las hubiera rechazado de plano)
y más aún, pudo conversar con él telefónicamente para pedirle cita para hijo/a
e iniciar una terapia, porque siempre fue el camino mejor que concebía para hijo/a.
En el transcurso de la conversación preguntó si hijo/a aceptaría tomar aunque
solo fuera un poco de medicación (la pregunta en realidad iba hacia el padre
en el sentido de que si aceptaría que hijo/a tomara medicación) y le dijo que era una cuestión que dependería de hijo/a
y de que el ambiente médico se ganara su confianza. Así mismo le señaló el padre que consideraba que hijo/a era un
héroe/heroína por encima de todo. Señalaba el padre que si las cartas le hubieran
parecido estrafalarias al médico para nada hubiera permitido que contactara con
él. Lo lamentable fuera que la posición hacia hijo/a siempre siendo la de la
sinceridad – como sabe Vd. la sinceridad como posición de del padre de que
tarde o temprano en ello repararía y le “reconocería como aliado” para
transitar hacia la salida de esta muy lamentable etapa que le tocaba vivir. Esa
sinceridad, en un momento dado, le jugó mala pasada, pues ante una
circunstancia particular de desconfianza que ya tenía en los médicos hijo/a (pero
no por el hijo/a sino de la facilidad
con que la familia, al hablar con los médicos, era capaz o de romper el inicio
de confianza que iba estableciendo hijo/a con ellos o directamente que ya no le abrieran la puerta). Esa mala pasada le llevó a decirle que confiara en el
doctor porque había hablado con él y su opinión respecto de hijo/a parecía
haber cambiado – es lo que le dijo –
y el hijo/a no le creía, así que le dijo que le habían mandado cartas. Hijo/a
exigiría verlas y accedió el padre y las leyó todas y se quejó de que la narración no era
exacta y que en otras ocasiones mentía. Las cartas no hablaban de hijo/a, sino
de familia y la relación familiar que sostuvo y de cómo estuvo intentando
controlar toda vida incluso la del padre, a distancia, una vez de separarse progenitores, por medio de parte de familia
paterna que a ello se prestaba en cotilleo. Y alguno de los familiares que
lamentablemente, dos mujeres, se habían colado a dirigir “un cotarro” durante
años, una de ellas sabiendo de las penalidades de los hijos/as y callada; y
cuando viera las intenciones de la madre le dijera al padre (que por entonces nada imaginaba de semejante
trama sobre hijo/a) tenía la
responsabilidad de hacerse cargo de la situación del hijo/a (habían pasado 26
años que ella misma y su marido ignoraron todo lo referente a los hijos/as pero
de lo cual tenían constancia y que a petición de ayuda de uno de los
hijos/as, declinó hacer pública o recriminar a familia semejante proceder
violento; y la familia renunciando a socorrer a la Víctima y anunciando renuncia y anticipando lo que
hoy vivimos – lo anunció hace 6 años
– no solo lo pone en marcha, si no que obstaculiza cualquier otra posibilidad
de solución, por los medios que fuere a su alcance; en ese momento hermano en plaza
profesional y la madre anunciaba su propósito.
Que hijo/a diga o exprese lo que
quiera, siempre ha sido así, porque en expresarse conseguía expresar sus
emociones contenidas a base de palos, malos tratos, reproches, negaciones del
mundo medico y de su entorno familiar, y acababa saliendo lo que realmente él
pensaba de las cosas; es decir: pequeños avances que en cuanto eran detectados
por la familia retornaban las amenazas y violencias emocionales, que se
empezaron a concretar en ingresos. Aun así, hijo/a conseguiría, un mayor
despegue de influencia toxica familiar. Sin embargo la entrada de hermano “en
juego” supuso otro gran contratiempo y otra situación que gestionar y
comprender por hijo/a, por sí mismo/a, porque descubrió el padre que cualquier
cosa que le dijera a hijo/a, aunque en el momento lo viera y entendiera razonablemente,
acababa por volvérsele en contra de la manera más compleja concebible – bastaba que ese entorno dijera que el padre
tuviera un interés particular en hijo/a para que hijo/a lo creyera por absurdo que
pareciera; pues mucha gente, por no decir todos, le han engañado/a o
traicionado/a o abandonado/a alguna vez.
Al leerlas las cartas, el hijo/a, enviadas al doctor lo contara a la familia y entonces fuera cuando doctor empezara a
declinar y cuando hijo/a no fuera ya al día señalado de consulta, se rompiera esa posibilidad.
Lo ocurrido el año pasado a Hijo/a
es digno de ser parte de un estudio pormenorizado para que algún día forme
parte de otro más generalizado que señale con claridad cómo y de qué manera se
conduce una rama de la medicina concebida para la salud.
La
posición del padre ante hijo/a y las circunstancias que han influido en hijo/a
más recientemente han sido siempre de mucha
paciencia – pues renunciara el padre a la contención de emociones de hijo/a,
por medio de las actividades cotidianas, cuando se aceptara el último ingreso en hace dos meses; en
ese momento lo explicaste muy bien: Habían roto el vínculo que se establecía
entre nosotros y reclamaste apelando a un artículo, 24 de la Constitución. A partir de ahí reculamos ante argumentos
inaceptables del entorno médico. A parte del galimatías jurídico de recursos y
contra recursos que se cruzaran y moviera el juzgado y de los cuales el padre
conserva para perplejidad de quien quiera observarlos y leerlos algún día por
curiosidad; pero lo más lamentable es que en ese ingreso el propósito fuera
crear una barrera entre padre e hijo/a a base de fomentar el mismo prejuicio
que el mismo Convenio Internacional dice que hay que combatir y que el Juzgado exhibe como
“norte” (y que sin duda en el futuro se
entenderá, sin duda, como burla burda que no es primera – recordar que hace
unos años hubiera sentencia que asegurara, ante queja de que el preámbulo de
una ley, sus objetivos y medios, eran desdichos y contrariados por su
articulado, y el tribunal tragó ¿A qué fin ya preámbulos? ¿NI en las sentencias
razonamientos en base a preámbulos?)
Hijo/a
desde que volvió del hospital se convertiría en un/a "tirano/a" hacia el padre. En
cuanto supo la sentencia se fue una semana hasta que se le acabara el dinero.
Volvió y exige que donde se halla él/ella no esté el padre; por lo que si
fumában en la cocina para no extender olor en el resto de la casa, eso ya no
es posible. Dice que solo él/ella debe hacerse la comida porque si no le/la
inhabilitarán por culpa padre. No se hace la comida (hoy ha empezado a hacersela) y se la siguió haciéndosela el padre después
de verificar que sin hacerla un día entero solo comiera algo de fruta y se
quejara ya de todo, en general. La dejaba sobre la
mesa a la espera de que la tome, como al descuido, porque si le dice “Ya tienes
la comida” se enfada y reprocha. No puede hacer las tareas de casa como antes,
ni la cocina ni lavar ni fregar si él/ella está por medio, porque no debe el
padre de estar en su presencia. Las semanas de trabajo, en especial las de
siete días seguidos del padre resulta complejo hacer todas las tareas y tener
todo recogido. Él/ella ya no friega sus platos o los cubiertos que usa (hoy empieza), y a penas sabe por si solo/a hacerse, sin apoyo y guía como ante, más allá de huevos y arroz (hoy retorna a hacerse comida más compleja). No barre el cuarto, y
menos lo friega; y ya no entra el padre; es más, como ha vivido esas invasiones
a su intimidad en su casa, le compró una cerradura normal, porque su familia no
le devuelve la electrónica y que le permitiría tener el cuarto
cerrado cuando sale de paseo. Siempre que no
encuentra algo dice al padre que ha entrado en su cuarto, pero cuando aparece
el objeto ya no pide disculpas, como hacía antes. Antes entraba y si le
cambiaba las sábanas para lavarlas y regaba las plantas y le barría el cuarto;
y si protestaba le decía: Solo he cambiado las sábanas y ventilado, y lo
aceptaba; (incluso colaboraba) ahora eso
es imposible. Una vez intentó desafiarle físicamente, lo sabe, lo contó, le
dijo el padre: Se ha grabado – las cámaras de seguridad – (y es cierto, separó
en la nube dicha circunstancia) y añadió, controla tus emociones porque si
no, no estarás en esta casa. Lo que no sabía el padre es que familiares de
todos bandos en vez de seguir
instrucciones para que el hijo/a hablara y pudiera expresarse y sacar emociones, le estaban
acosando a lo “bestia” sin tener en cuenta las instrucciones recibidas y
provocando esa situaciones en el hijo/a que ayer mismo cesaron al llamarles la
atención el padre (y que si como fueran
muermos, se sentían ellos ofendidos si reparar que ellos mismos eran causantes
de daño por ir de “listos” por su cuenta y llenos de prejuicios y falta de
sensibilildad). Al menos él/ella términó desahogandose sobre los que le asediaran recibiendo todos ellos su merecido (y aún se atrevían a reclamar) Ahora desahogado/a esta super tranquilo/a y renueva actividades esenciales y provechosas y empieza a colaborar.
Cuando el padre se separó de la madre,
hace 26 años, esta le dijo como profecía: "Mis hijos cuando sean mayores te
pegarán una paliza. Lo vio en su barrio y parece que es un deseo que quiere
realizar. Tal vez lo consiga.
Dice
el padre haber aprendido mucho de hijo/a, mucho, y le apoya en el objetivo de
la medicación y sabe positivamente que quienes estimulan y canaliza esas
emociones que cualquiera tendría en su situación lo hacen premeditadamente y con
fin concreto en sintonía con el propósito de la madre; como lo hicieran en el hospital
de ir contra el padre y lo hicieran tan mal que ni anunciaran alta del hijo/a y
hasta a juzgado liaran, saliendo hijo/a solo, con recomendación de no ir con
padre y fuera con padre (¿A dónde hubiere
ido sino, doctora, a perderse por carreteras porque nadie lo acoge? ¿Ese era su
propósito como médica? ¿Qué terapia era esa sino la de quitarse muerto de
encima? Era viernes tarde, cuánto tiempo hubiéramos tardado en saber donde
estaba hijo/a les importaba eso? ).
La
posición del padre es de paciencia y no contestarle si no es absolutamente
necesario. Y si le hubieran dejado en paz o alguien hubiera
puesto limites a la madre la situación sería mucho más positiva para hijo/a.
Sabe
que no tiene a donde ir y se siente prisionero/a y lo reprocha al padre; pero
cuando se fuera a casa de no sé quien pretendiendo
cambio de domicilio y encontrar trabajo no tuvo nada de eso que le prometieran,
y volvería al día siguiente; cuando sabía que se iba ir (y pensara dejar las
llaves en su cuarto) le dijo el padre: Por favor llévatelas; y contestó Gracias
papá, te lo agradezco.
Es clara manipulación y precisa su
sitio, su casa para sí y una experiencia sin injerencias y a la vez supervisada
a distancia (o accidentalmente) para que se sienta crecer y recuperar su
confianza. El es la Victima. Si no lo conseguimos demostrar por el medio que
sea, y demostrar que hay verdugos su futuro no existe y un día os lo anunciará
el padre, porque él/ella si es inteligente y me reprocha mi actitud de
contención en vez de beligerancia.
Incidencias creadas a propósito para generarle malestar.
Se queja hija/o
de que dieran entrada a su Face o redes sociales a personas que le conocían y
el/ella no les diera permiso. No puede cambiar claves y ponen algunos mensajes que
él/ella no pone; No puede cambiar contraseñas de sus redes porque estaban vinculadas
al número móvil de contrato móvil de madre
y que esta desactivada o limitada. Señalando hijo/a, hace meses, que si tuviera
acceso a uno de sus ordenadores (que
siguen en casa de la madre) lo podría solucionar más fácilmente, pues dese
ese ordenador realizara los vínculos a sus redes sociales. Dice que están
manipulando y haciéndose pasar por él/ella y cree (ya desesperado por la traición consentida) que puede ser el padre y que
entra y manipula su Facebook (del cual excluiría
al padre al igual que del wasap desde que estuviera en el hospital y le dijeran
que “con su padre no”).
El hermano/a dice que le dan facilidades para coger sus cosas, así llevan un año, con esas facilidades que suelen acabar en ingresos como castigo. Cinismo y crueldad.
Con esta
introducción creo que nos podemos aproximar a cuestiones que llamamos de Salud
Mental y verificar lo que ese mismo entorno, concebido para sanar, le cuesta
realmente no solo sanar, sino que las cifras y los métodos que usan para
obtener esa pretendida salud pueden acabar en representar toda una contradicción
en maneras y formas, que traen mayores sufrimientos de los que, en principio,
se pretendiera evitar; y lo que es mucho más sorprendente: una mortandad muy
ocultada hasta que un líder político empezara a hablar de ello; y ni aún así
existe aún verdadero acto de contrición ni de la sociedad ni de esa rama de la
medicina.
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