Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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jueves, 3 de junio de 2021

Miedo escénico (o el temor que nace de sentirse en responsabilidad o de ser previamente juzgado)

 

Miedo escénico (o el temor que nace de sentirse en responsabilidad o de ser juzgado)

Era Valdano quien ponía el dedo en la llaga hace muchos años. Descubrimos en el jugador argentino del Real Madrid a todo un filósofo que era capaz de vincular el fútbol y el ambiente futbolístico con algo tan sorprendente como la reflexión encarnada en un futbolista famoso, y ello se vio como oportunidad de que (me crea el lector o no) la izquierda política en España pudiera cambiar “su posición” respecto de un deporte, asociado a un negocio multimillonario, que venía del Franquismo y que había sido usado por ese régimen como imagen internacional de España y del carácter singular y más significativo de los españoles (creo que Joaquín Prat, padre, introduciría el término “furia española” y otros más que en este momento no me viene a la memoria) y que intentaba suplir o compensar la cadena de siempre derrotas que acompañaba al fútbol español en los torneos internacionales, a base de una narrativa radiofónica llena de apelativos curiosos y algunos bien divertidos, con la que pretendía canalizar y dirigir, con evidente fortuna, las emociones de los radioyentes y que sería imitado por otros muchos comentaristas radiofónicos cuando los domingos, solo los domingos por entonces, se jugaban los partidos de futbol, todos a la misma hora como para evitar lo que siempre se temía, que hubiera trampas y compras de partidos, que por medio de dinero (primas para perder)  a los jugadores, el resultado deportivo hiciera a unos equipos ascender en la clasificación y a otros (siempre con menos presupuesto y por lo tanto menos recursos económicos) evitarse el trance de más gastos si ascendían de categoría o tenían que realizar más partidos en otras competiciones paralelas (copa del rey o tal vez UEFA) que pudiera llevarles a la ruina del club; todo un entramado de negocio que a todos convenía, incluso el negocio de compra y venta de jugadores que tan pingues beneficios produjera a los clubs – unos porque obtuvieran ingresos inesperados y otros porque seleccionaban de clubs menos potentes y más condicionados por el presupuesto jugadores que primero “cedían” para que se “foguearan” y crecieran como deportistas y luego ya como “potenciales estrellas” recaer en los dos equipos grandes “grades” en que derivara en el futbol español: El Barca y el Real Madrid.  

Aún en tiempo de Matías Prat, padre, recordando esa imagen del régimen en el exterior siendo por entonces el fútbol único recurso para exportar los valores del régimen al público europeo, el partido contra la URSS se convertiría en uno de los referentes deportivos del franquismo al marcar Marcelino -  un jugador del Real Zaragoza, por entonces un equipo en alza con los cinco magníficos, de los cuales, a uno de ellos pude ver jugar en directo  en la Romareda, Violeta – y luego tristemente recuerdo conociera en persona, como héroe ya caído, como otros muchos, que nunca digieran bien la fama y los riesgos de la misma. El fútbol y el boxeo – como los toros – eran el lugar donde aspirar a mostrar el propio talento que se tenía por inclinación natural - cuando los medios materiales o los procedimientos de educación cortaban la expresión natural de los niños y su creatividad, haciéndoles rechazar los estudios - y siendo ese  lugar idóneo (futbol, toros o boxeo) donde poder canalizar las emociones para salir del fracaso estudiantil, de la pobreza o la miseria.

Posible ese hecho cuando en la ISVP (de Falange) a los delegados de los alumnos (único lugar que en aquellos tiempos había delegados por elección , porque en La Salle me elegiría en el último curso – cuando ya La Salle abandonaba su secular inclinación por el mundo de los trabajadores y entraba de pleno en concebirse colegio elitista cambiando de ubicación al vender los terrenos de Miguel Servet donde se hallaba la Salle Montemolín, para que fueran urbanizados  – lo sé porque intentaría matricular allí a mi hermano pequeño, una vez fallecida mi madre y solo con vernos declinaron – creo que el Hermano Adolfo nunca hubiera tolerado dicha actitud, pues fuera él quien en La Salle antigua, la de Miguel Servet, quien admitiera a muchos hijos de trabajadores sin suficiente recursos para darles una formación y fuera premiado el Hermano Adolfo con Medalla de Oro al Trabajo (después de probada honradez,  austeridad personal y virtudes fuera de todo vicio, que hiciera posible “salvar” a muchos chicos ya otros, desde una fuerte perspectiva social, entraran en el mundo de la política cercana a sus vecinos y llegar al Senado como ocurriera a José Atarés, quien fuera coetáneo de patio y clase conmigo) y al fijarse el día de entrega con máximas autoridades presentes - a los políticos esas fotos siempre les agrada, algunos desde la sinceridad de ser consciente de haber sido “salvados” por personas tan humildes y a otros, sin embargo les permitiera “lavar su imagen personal” -  el santo hermano declinara acudir, justo esa misma mañana, así lo contaban y quise interpretar como hecho meritorio en él, supongo que naturalmente  emanado de D. y prefiriera reunirse con el Padre dejando a todos plantados, sin poderse hacer una foto con ése Santo, al que ahora Roma parece regatea la propuesta de incluirlo en el Santoral (y lamentablemente se dice que es por falta de dinero que Roma Pide para seguir el complejo proceso hasta su finalización – misterios que no siempre he entendido y mucho menos que el Papa Francisco,  al menso en este caso, siga permitiendo la demora y con ella la satisfacción que todos los que le conocimos sentiríamos  de ver subir a los altares a alguien que conocimos de carne y hueso, siendo ello motivo de esperanza y último recurso de fe en nuestra propia humanidad – si es que hubiera realmente motivo de persistir en esa particular fe).

 La izquierda durante la dictadura no tenía referente deportivo que representara sus propios valores y que le pudiera posicionarse como alternativa para que no se concibiera, ante las siempre críticas de “reacciónde ser imagen “construida” desde el régimen y por lo tanto no representativa, sino amañada por un interés muy lejano en valores a los asociados al mundo del deporte y deportivo y sobre todo del concepto: Deportividad; en cuanto a “limpieza”, “imparcialidad” y “juego limpioesto último digno de recordarse por que parece propio y de siempre, los amaños propios de cualquier actividad, de cualquier naturaleza, en la que se puede obtener un rédito económico, político o de imagen.

la manera de jugar al futbol por entonces, años sesenta – rescatada en la televisión  hace bien poco – se nos muestra muy alejada de cualquier concepto vinculado con el término deportividad y más bien parecía un lugar donde los jugadores, convenientemente estimulados - en especial reproches, humillaciones  o en arengas propias para ir a cualquier frente de guerra o trinchera a pelear por el honor del club – expresaban su testosterona con determinación – como si en ello les fuera la vida o el honor, pero por lo general una “prima económica” que les animara el día (recuerdo comentario al respecto en un Zaragoza-Oviedo donde íbamos perdiendo 0-2 al descanso y los jugadores empezaron a remontar rápidamente siendo el comentario en la Grada General de Pie “Ya les han dado la prima” ganado por 4-2) -  y visionados hoy  en día parecen más bien que, en vez de ir a jugar al futbol fueran a ver quién le rompía la pierna al otro; en entradas realmente salvajes y cuando el compañero adversario caía – los presentes se preguntaran si volvería a jugar al futbol – el “criminal deportista” solía ser excusado por el comentarista rebajando lo que obviamente parecía una acción propia de “juzgado de guardia” – y que por cierto, por ello los futbolistas y los clubes renuncian a ir a los juzgados en situaciones de manifiesta “intencionalidad de hacer daño de manera criminal” si querían seguir perteneciendo a la Liga Profesional de Futbol. El comentarista apenas iba más allá de “entrada dura de tal y tal” y si era un partido de la selección española “dándole caña al rival” la entrada  se podría concebir como “vigorosa” e incluso “debilidad” física o moral del adversario. Por ello el jugador que ponía tanto empeño en buscar la tibia o el tobillo del adversario que resultara habilidoso con el balón (y concibiéndose por ello “burla” hacia profesionales del futbol) después de entrada salvaje e indecente, levantaba las manos “reclamando inocencia par sí” y mucha protesta y gestos de indignación si el árbitro le sacara tarjeta amarilla, pero si fuera roja la que le mostrara el árbitro la “tangana” estaría asegurada, primero con reproches hacia acciones similares del rival no señaladas y luego empujones que pudieran acabar en un tumulto, si no es que un espectador, por su cuenta y riesgo, llevado de la indignación, saltara al campo para hacer justicia como los americanos la entendía se debía hacer en las pelis de vaqueros, al modo del “Oeste Americano” a puñetazo limpio, corriéndose el riesgo de invasión del campo de futbol si la grada entendía “amaño o parcialidad” intolerable. Jugué en la Química un año, despaldas a la voluntad de mi padre (con catorce años) y salí destacado en un partido en el que perdimos 5-0 frente a un rival que ya no recuerdo – aquello me decepcionó bastante. Fui fichado por sugerencia del capitán del Química porque en el patio del colegio y en el torneo interno de futbol (ISVP), me destacaba corriendo con la pelota por la banda y cogía desbordaba a la defensa adelantada y luego centraba raso y allí estaba el capitán de la Química, desmarcado, batiendo al portero. Y en otras ocasiones, cuando me cansaba de correr, me quedaba a recuperarme en el medio campo y si me llegaba una pelota o a alguien se la quitaba, y por no correr le pegaba “un mangazo” hacia la portería y allí estaba el capitán de la Química rematando y siempre metiendo gol, aunque en alguna ocasión el mangazo era de tal dimensión que entraba en la portería por encima rebasando al portero. Yo jugaba sin gafas, por lo que sabía si había entrado la pelota por el jolgorio que organizaban los compañeros que estaban cerca de la portería – por entonces no nos abrazábamos ni dábamos la enhorabuena al compañero; éramos un equipo y el mérito era de todos y las expresiones de alegría personal, por anotarse el tanto, apenas se veían más que en aquellos que querían significarse personalmente y ya jugaban en categorías oficiales (era evidente que lo imitaban de los partidos en la tele). Estando en la Química me dijeron que Ocampos alguna vez iba  a los equipos como el nuestro, a enseñar trucos para marcar goles siendo delantero. El único que me contaron fue el que se le atribuyera de “moquearse la mano” y restregársela al defensa por la cara, cuando desde el córner se realizaba un centro al área. La última y única vez que lo vi jugar en directo fuera cuando fue expulsado nada más comenzar el partido; tal vez no habían pasado ni cinco minutos y el árbitro le señalara una falta y él le aplaudiera ostensiblemente, cuando ya el público la protestaba por considerarla o rigurosa o arbitraria y solo destinada a “minar la moral” del Zaragoza nada más comenzar el encuentro.  Ocampos respondería ante la “evidencia” rápidamente entendida por el público con unos gestos visibles que señalaban abiertamente frustración por parcialidad y el árbitro, creo recordar, le llamaría para sacarle tarjeta blanca por “rebelarse” ante su decisión – protestas entonces solo al alcance de los capitanes de cada equipo y en especial con las manos en la espalda, para que no se sintiera intimidado el árbitro. Ocampos aún se sintiera más indignado y le dedicara al árbitro un ostensible aplauso que provocaría más pitos en la grada, seguidos de protestas y ya comentarios de que ese árbitro iba decido a robar el partido, otro más. Pero apenas terminara el gesto Ocampos el árbitro le volviera a llamar cuando se alejaba ya resignado para mostrarle la roja!!!!! La Romareda no se lo terminaba de creer, en cinco minutos o poco más el árbitro había decidido el resultado del partido (y Ocampos fue rescindido el contrato y compensado en condición que no jugara en otro equipo español). Con el tiempo (prácticamente hace dos días)   comprendí la artimaña de Ocampos para impregnar de mocos la cara del defensa en un córner; la respuesta y reacción aunque fuera de asco motivaría cualquier movimiento de reproche o alejamiento e incluso algún insulto; bastaría con que el reproche fuera gestual y le rozara para que este se tirara en el área reclamando agresión que sería secundada por al grada y el árbitro en un brete “viendo algo que tal vez no supiera definir”, pero que algo hubiere y tal vez pitase y con ello la oportunidad de decantar el partido con un penalti. El ejemplo cundiría cuando las imágenes  del madridista Michel recorrieran las televisiones de medio mundo, con la “tocadiña” que le realizara a un defensa, creo que latino, que respondiera no agrediéndole como Michel esperara, sino ofreciéndole la oportunidad de volver a tocar sus partes pudendas, en lo que pareciera un desafío ante todas las gradas que Michel declinara aceptar – sobre todo en una época donde el futbol se visualizaba como también portador de rasgos concretos que podrían afectar al Madrid en cualquier otro encuentro con rivales incluso en el ámbito internacional, en esa perpetua guerra psicológica que hay asociada a la rivalidad deportiva – cuando con el deporte se pretende representar valores de identidad e incluso de ideología de aquella época. Sin duda, cada vez que Michel llegara a otro partido después de esa escena, los rivales y el público de grada le esperarían en el campo de futbol rival o propio, con algún comentario hiriente, jocoso, hilarante, e incluso en aquella época ofensivo, para desmoralizarle, sacarle de sus casillas y hacerle errar (por lo que tal vez un alejamiento con cualquier excusa podría ayudar a olvidar el incidente).

  (me gustaba jugar de siete desde niño, en tiempos de los cinco magníficos – mi hermano era Lapetra y yo Marcelino y el campo de futbol la pequeña galería ubicada en un quinto piso; cuando salía la pelota por encima del barandado y caía sobre la carreta de Castellón, ya llamada Miguel Servet, mi hermano rápidamente me señalaba si fuera yo el del chupinazo o exclamaba: “Yo no he sido” a pesar de la evidencia (entonces teníamos unos cinco o seis años, como mucho siete)los años que estuvimos separados y él viviendo a unos cientos de km con la abuela materna, separación que nunca explicaron, y que duró hasta que yo tuve tres o cuatro años, aprendería “recursos sociales” inconcebibles para mí -  y entiendo ahora perfectamente, que construir un relato exculpador que contenga culpable es una habilidad aprendida como recurso para sobrevivir en esta sociedad.

Ante la negativa a comprarme una camiseta blanca con el siete – me ignoró mi madre como si la proposición fuera hecha por un extraterrestre, así que decliné motivar apelación ante mi padre - y me cogí una camiseta de muda blanca de manga larga y recorté un siete de un trozo de tela azul que no sé como llegara a mis manos e intenté coserlo como pude, y con ella me fui al cole más contento que unas pascuas; apenas me duró el siete un par de días así que decliné la idea – no sabía coser ni me autorizaron pegamento para un posible mejor apaño.

En La Salle se empezaría a potenciar el baloncesto y las fotos que aparecían en los anuarios de cada curso, el baloncesto ya  empezaba a ocupar un espacio sin competir del todo con el fútbol. Ahí encontraría la izquierda social en España su referente en valores: Estaba prohibido tocarse, agarrarse, empujar descaradamente si tenías la pelota y si cometías cinco faltas te ibas “a la calle”. Además era un deporte más estilista y estético; se optaba por pasar el balón por un aro, y desde luego aquello requería de puntería que solo era alcanzable mediante ensayos reiterados en solitario; y durante el juego había que dominar y contener las emociones  mediante la templanza (y ante la presión ambiental) para poder anotar en un espacio tan pequeño. A diferencia del futbol, en el baloncesto para nada era útil la “furia española” y las anotaciones “de churro” eran muy improbables, aunque si se daban eran espectaculares; pero desde luego nada tenían que ver con un mangazo a la pelota, hacia la portería, a ver si de rebote entraba entre los cuatro palos. 

El Real Madrid ya tenía un equipo como Emiliano, Cabrera, Cliford Luick…en los sesenta, que reunían todos los elementos y valores que la izquierda (perdón, la izquierda no jugaba a nada oficialmente ni se identificaba con nada oficialmente; eso sí, todo lo criticaba como parte de un occidente capitalista corrompido; como mucho se identificaba con el Ajedrez), mejor dicho, la socialdemocracia, concebía como valores con los que se podría identificar plenamente y que podrían ser un lugar ya común de compartir con una nueva generación que nacida del franquismo y en el franquismo no sintonizaba plenamente con la visión del futbol y su utilización política. Aunque esto último fuera inevitable también con el Baloncesto, pero ya más plenamente dentro de la democracia (además estaba “El Estudiantes” o “el Juventud”  otro equipo catalán, que dulcificaban esa idea de rivalidad con el equipo de la capital que representaba al gobierno y su “centralidad” del poder). Cabrera era el “toque” que marcaba la diferencia, capaz de levantar un partido si estaba inspirado en su individualidad o de arruinarlo.

La socialdemocracia, y el progreso se identificarían con el baloncesto plenamente y potenciarían el balonmano, pero más pretendidamente la izquierda pura y dura “odiaba” el futbol que nos llegaba del franquismo.

 Pero el milagro se produjo, y Valdano apareciera como mensajero de paz y de reconciliación plena – por la que ya no haría falta esconder el ánimo y el brinco ante una jugada de la selección española o ante un Braca / Real Madrid. Valdano, un jugador de campo, un hombre que jugaba al futbol era un filósofo que conectaba el juego del futbol con multitud de aspecto vitales de la vida cotidiana de cualquiera. Y además sería entrenador del Real Madrid. La Izquierda no solo perdería los argumentos que durante años esgrimiera, la socialdemocracia le ganaba la partida y Valdano irrumpía con un término demoledor, impensable en personas que se mostraban ante público semanalmente y que portaban una imagen social a imitar o emular, al menos en fama, a la que cualquiera pensaba que otorgaba privilegios y oportunidades; pero Valdano hizo a la opinión pública poner los pies en el suelo; los deportistas y otros muchos que salieran en tv, o se subieran a un escenario, e incluso profesionales de otras ramas, no eran felices exponiéndose al público, en contra de lo que la gente pensaba y deseara para sí, como siempre señalado “minuto de gloria”; la gente que poseyera fama, muchos conscientes de ella, poseían lo que se llamaba:  “Miedo escénico”.

Con ello las socialdemocracia incluía un aspecto que Valdano les ponía en bandeja: El futbol se puede observar de manera bien diferente (más allá de las tácticas de enfrentamiento de dos bandos – equipos – que se enfrentaban en un terreno de juego (campo de batalla) – representando una batalla con reglas y con resultado en un marcador) el futbol portaba una experiencia personal u reto para cada persona, un rasgo espiritual profundo que reflejaba una vida personal y sus temores y medios. Todo un campo para explorar el futbol de manera bien diferente.

Una figura similar la representaba Joe Triviani, en la serie Friends, donde siendo o pretendiendo ser actor en esa serie comedia norteamericana, les dice a los amigos que el puede llorar cuando quiera, porque es actor. Entonces los amigos, sentados en el sillón del “Central Perk” le piden una demostración y después de unos esfuerzos sin lograrlo se excusa reprochándoles a los amigos: “¡¡¡Si me miráis no puedo!!!” – como si se tratara de un argumento consecuente con un pudor, del que se supone los artistas intérpretes, es decir los actores, habrían superado en etapas previas de aprendizaje.

Ello es muy común, bastaría recordar los problemas de espontánea reacción que tuviera y mostrara el aragonés que diariamente nos da el seguimiento de la pandemia a nivel nacional, que siendo Dr especializado en epidemias vinculados a gobiernos de todo signo, tuviera que asumir discurso en las cámaras a diario y en ello se considerara por algunos que mostrara respuestas, o comentarios con los periodistas que le entrevistaban que les pareciera impropios del momento, pero que sin duda reflejaban la falta de experiencia en dominar los medios audiovisuales, sencillamente porque la previsión de ese cargo – hasta la llegada de esta pandemia – era de muy diferente papel y menos de tal dilatamiento en el tiempo, haciéndolo vulnerable a los análisis de su imagen o sus gestos y siendo sometido a crítica despiadada porque en ese momento, ese funcionario trabaja para un gobierno concreto y en consecuencia tenía que armonizar no solo la evolución de la pandemia sino también ciertos mensajes y previsiones que no estuvieran radicalmente en contra de otros aspectos esenciales, como pudieran ser levantar cuanto antes las limitaciones extremas, o prever el mejor espacio para que la economía no se hundiera plenamente (que es lo que parece que debe realizar una persona de su condición en esta situación excepcional: Contemplar y conjugar todos los requisitos que le imponen y formular opciones mínimamente aceptables, que permitan tanto el avance y resultados positivos ante la pandemia y a su vez armonizar la actividad económica y las libertades personales).  No sabemos qué tipo de consejos le dieran a este señor que al principio tenía un aspecto  evidente de típico científico (con pelos largos bien despeinados) semejante en longitud y aspecto a otros considerados en su momento como científicos que tratan con asuntos tan complejos que tienen  licencia para portar la imagen que deseen aunque en otras ocasiones una imagen similar señalara descuido e incluso más allá, como le ocurriera al profesor/científico/inventor del coche "que viaja en el tiempo" viaje en el tiempo en “regreso al futuro”, y cuya actividad de investigación se pudiera observar en una amplitud que abarcara “desde la genialidad hasta la locura”; porque de hecho en una de las escenas del futuro, si las cosas no se cambiaban, la bifurcación de acontecimientos generados por Michael j. Fox, se se harían realidad y su amigo inventor en vez de premiado sería encerrado por loco (la prueba de ese cambio era una foto de prensa ) – el joven, ya adulto, que ahora padece de parkinson y ha empleado toda su fortuna en buscar soluciones a esa enfermedad y parece haber conseguido avances – sería posible que la maldad y los malos dominaran su ciudad.

Cada cual está en condiciones de asumir un papel. Una persona que baila en un escenario – e improvisa su baile – no tiene porqué carecer de miedo escénico, y si padecerlo plenamente, por lo que precisa de ciertos requisitos previos para que la actuación salga aceptable y nunca o difícilmente lo será al nivel de la espontaneidad  que se produce en un ambiente donde no se halle sujeto observación y propia autocrítica; y donde la creatividad fluye aunque haya rivales y adversarios muy críticos  presentes, porque conoce las limitaciones y las naturalezas de la crítica de esos personajes y sabe combatirlas cuando sea donde sea. El escenario obliga a una  altura de “respeto” hacia el público y en ello, aunque el público sea siempre generosos, existe una responsabilidad que oprime limitando recursos propios que no aflorarán hasta que la representación del baile avance en un programa diseñado para ir “en crescendo” hasta darlo todo hacia el final espectáculo; y antes de la relajación total e la despedida.

Uno puede hablar bien en el corto espacio, pero no tienen porqué hacerlo en otro más amplio o en otros condicionamientos que nunca ha vivido, al menos conscientemente. De hecho, parece obvio que en el mundo de la política esa división es clara y expresa; lo vemos constantemente en los dos partidos de mayor representación en la actualidad: El mejor pensador y estratega  suele estar en un segundo plano y quien asume los riesgos de imagen pública sujeta a permanente crítica es otro bien diferenciado, pero ambos comparten proyecto, visión y por lo general mismos valores que les permiten entenderse plenamente y afrontar las dificultades de manera muy estratégica, porque en el mundo social y en especial de la política, el orden de la presentación de los factores y sobre todo cómo estos sobrevienen (aunque ya estuvieran previstos exponer y aplicar en forma de decisiones o simplemente se deban gestionar por sobrevenidos) alteran su percepción en el resultado final.

Había una frase que se refería este hecho concreto que creo que es de utilidad para entender la permutación de factores en el resultado y juicio que se conjetura al final. Nos decía un cura en un seminario apropósito de lo señalado: No se obtendrá la misma respuesta si le preguntamos a un sacerdote: Padre, qué actitud debo tener cuando rezo. Y él seguramente responderá: “De mucho recogimiento e introspección, nada debe de molestarte ni perturbar tu ánimo; la actitud de predisposición hacia D. Padre es relevante; nada más que el rezo se debe de hacer en ese momento”. Y por el contrario, nos decía el mismo cura en ese seminario: Sin embargo si le preguntáis al sacerdote: ¿Puedo rezar mientras trabajo, o realizo mis quehaceres cotidianos? Y la respuesta esperable por parte del sacerdote sería: Sin duda, cualquier momento es bueno para rezar”. (creo que lo he expresado bien y correctamente)

Un escritor puede ser buen orador en un ambiente de tertulia, pero mal orador en un atril – sobre todo si no se le dan recursos prácticos para hacer frente a ese reto y que es cuestión recurrente en las pelis Norteamericanas dar consejos al respecto para no sentirse intimidado. Pero cuando el ambiente es abiertamente hostil y lleno de prejuicios suele ocurrir como le ocurriera a Unamuno, cuando fuera invitado el día de la Hispanidad a estar presidiendo una mesa donde el Alzamiento Nacional iba a expresarse con motivo del 12 de octubre y a pesar de que le advirtieran de permanecer en silencio ante el peligro evidente que ya se cernía sobre su persona, ante un momento que él comprendiera de “irracionalidad” extrema desde conde se concebía y anclaba el nacimiento de símbolos que él no compartía – por lo que parece un  simple problema de literalidad (y de hablar con propiedad; que siempre hubiera sido su campo de batalla en su propio entorno académico y motivo de reproches a sus colaboradores inmediatos y suponemos que también hacia sus alumnos) y ello le llevara a tomar la palabra, y en medio del riesgo que supusiera dirigirse a personas que conciben viable morir por símbolos casi abstractos, defender la condición humana y de nacimiento común de todos los contendientes  en la guerra e intentar reconducir la terminología como oportunidad para el recuentro. Ello fuera determinante, pero solo excusa, para que dos meses y medio después muriera asesinado un 31 de diciembre, según las investigaciones (2020) que ya puse en un blog recientemente. Una situación similar ha venido sucediendo con el filósofo Gustavo Bueno. Mientras él solo quedaba dando una conferencia no había problema alguno para seguir sus razonamientos y el hilo conductor de los mismos (salvo el uso de alguna palabreja, pero que si buscabas en wikipedia te resolviera lo esencial). Sin embargo, si Sánchez Dragó le invitara a una tertulia para hablar de un tema concreto con otros más pensadores, la cosa se complicaba bastante, porque exigía tanta precisión y literalidad en el lenguaje de los intervinientes – incluso en la mera exposición inicial del motivo de la conferencia/debate público - que resultaba a Dragó extremadamente presentar los términos del mismo, porque eso ya era motivo de constantes intervenciones de Gustavo Bueno reclamando precisión porque se empleaban palabras en la presentación que resultaban contrarias a lo que pareciera querer decirse. Y nada se puede mejorar de lo que aconteciera después en el desarrollo, pues siempre interrumpía Gustavo para precisar e incluso definir lo que otros decían  señalándoles que realmente decían lo contrario porque se expresaban ciertamente, a su juicio, mal.

También recuerdo a una maestra que mostraba “abiertamente” cuál fuera su recurso para superar su “posible miedo escénico” ante las clases de niños que le tocara en primeras veces. Me recordaba, en cierta manera, el recurso que señalaban las pelis americanas para que alguien que por primera vez se ponía ante público diera un discurso, se le aconsejaba que imaginara a todos los presentes en el acto como si estuvieran desnudos. Realmente nunca entendí dicha estrategia, pues en nada veía mi persona en ello para sobreponerse a una situación de esa naturaleza. Pero al conocer a esta señora maestra la Luz se mi hiciera clara (con el tiempo también, todo requiere tiempo, y dar lugar a D.). Lo que ella relataba reiteradamente como sus primeras experiencias de maestra (es decir, las disposición personal ante la responsabilidad de explicar cosas a los alumnos y responder a sus preguntas para asentar esos mismos principios que se pretenden que comprendan, me parecía una cuestión realmente transcendental, como luego señalara que así fuera un país nórdico que señalaría que para evitar malos conceptos iniciales en cada materia que se explicara a los alumnos, era conveniente usar de los mejores profesores y los más capacitados para ese fin en esas primeras etapas escolares donde las preguntas de los alumnos y las que realizan vinculadas con su experiencia imaginativa, deben de ser resueltas para evitar frustraciones de potencialidades en los alumnos e incluso abandono del ambiente escolar; por no saber llegar a ellos y a sus inquietudes ). La señora relataba siempre la misma historia ante la misma pregunta, señalando obviamente, que esa experiencia que señalaba ella había sido determinante para tener confianza en la clase frente a los alumnos.   La historia era la siguiente: Los niños se “tragan” todo lo que les cuentes – y añadía – son tontos. En un principio no entendía el porqué se refería a esa condición de ingenuidad de los niños como experiencia definitoria de sus inicios como maestra. Pero cuando se vincula con la estrategia de estar en público y vencer el “miedo escénico” mediante la idea de imaginarse a todos los presentes desnudos, no queda duda la vinculación entre una experiencia y la otra. La propuesta norteamericana va más allá de considerarlos “desnudos” a los presentes; es considerarlos, sencillamente, de “menor condición” y desde ahí constituirse como una especie de líder o guía cuando se realiza el discurso ante ellos. Para esta maestra el recurso era considerarlos “tontos” y su ingenuidad como oportunidad para salir de cualquier “nudo” que ella misma construyera con sus explicaciones. Lo más lamentable de todo es que pudiera haber sido consejo de otro profesional cercano, e incluso recurso empleado por generaciones de maestros para salir al paso de su propia incompetencia personal. Y sin embargo ello les daba una visión, efectiva, de posicionarse por encima de todos, alumnos y padres, porque cuando los padres fueran a reclamar que el niño no aprende, ella siempre pudiera decir sin rubor alguno: Es que es un poco vago y zoquete. Problema resuelto durante décadas en la enseñanza en España, porque seguro que muchos de los lectores, desde esta sencilla reflexión, recordarán maestros y maestras incapaces de explicitar sencillamente cualquier asunto, si no es refiriéndose a la definición del mismo como única explicación posible y reiterándose en ello una y otra vez. (ya señalara Einstein, a él se le atribuye,  que si uno no sabe explicar una cuestión, aunque sea esta muy compleja, de manera sencilla que tu abuela lo entendiera, simplemente no tiene repajolera idea de lo que dice saber).

Cada cual vale para lo que vale, y ello bien condicionado no solo por aptitudes (también por actitudes temerarias que han resultado compartidas en ámbitos corporativos a pesar de los resultados desastrosos), sino también hay limitaciones por iniciativas que han sido reprimidas o bloqueadas (irresponsablemente) sobre todo en la infancia o en la pubertad, teniéndose que buscar otros medios para expresarse y volcar las aptitudes personales que mostrarán un camino propio para expresar la propia creatividad, y ello no quiere decir que siendo exitoso en esa creatividad venza otros obstáculos - si son diferentes y en diferente contexto - favorablemente en una potencial exposición pública; ello es representado por el término “Miedo escénico” en el sentido de la responsabilidad que uno asume, desde su propia consciencia de ser responsable de lo que diga ante otros; y sin embargo hay quienes nunca se plantearon semejantes escenario de responsabilidad y sencillamente planearon, desde un principio, abusar de su posición en todo sitio y lugar en los que les pongas. Sencillamente porque a todos consideran TONTOS, y encima les funciona.  

Otra peli, esta vez británica, muestra como en el caos que es la vida (también para los adultos) Huges Grant sale en ayuda y apoyo de un niño que quiere cumplir el deseo de su madre a la que siempre considera afectada) y en un acto del colegio donde estudia, decide cantar una canción dedicándosela a ella sobre Sentimientos. Hughes Grant se entera y considera que lo que va a hacer ese pequeño amigo y cómplice suyo, es un sacrificio ante un público - sus compañeros de clase - que será, sin duda, demoledor en su imagen llevándole a un duro aislamiento social. Por lo que intenta desanimarlo y no pudiendo, sale a escena con una guitarra eléctrica para acompañarle y evitar que sobre él niño recaiga todo el peso de un jurado (público) que en su mayoría ya tiene un juicio formado y desfavorable de ese niño (sus compañeros); sin piedad, recurrentemente, juzga a sus miembros de manera superficial a base de prejuicios y Hughes Grant, de alguna manera recibe los golpes (le tiran una manzana que le da en la cabeza) por él. Pero al final sale todo moderadamente bien. Teniendo en cuenta que es una peli, británica, no está mal del todo. 



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