Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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domingo, 21 de marzo de 2021

El desconocido s.XIX en España y las distintas interpretaciones de "la Luz" que llegaron con Copérnico y Galileo.

 El desconocido s.XIX en España y las distintas interpretaciones de "la Luz" que llegaron con Copérnico y Galileo.  

 Acercarse superficialmente al ambiente político del siglo XIX en España causa, al menos, estupor (al menos tal y como se narran algunos de sus episodios y sin embargo de otros Estados próximos y coetáneos también se puede albergar similar impresión).  Siendo más cercana la propia Historia, tal vez sea posible, en alguna manera, bucear en ella para vislumbrar alguno de los males que nos alcanzaron el siglo XX y cuyas secuelas aún se perciben en el XXI (y amenazan con acompañarnos indefinidamente). Sin embargo, hay que entrar de pleno en el inicio del Renacimiento para entender, o vislumbrar, sobre qué conceptos y visiones se sustentarían ideas que llegan a nuestros días, y en qué aspectos, los impulsos iniciales que llevarían a concebir que el conocimiento y el saber (concebido como luz para cada ser humano) traería un “Estado de Felicidad” – y ello fuera la creencia que motivara el impulso que hiciera posible concebir el movimiento Ilustrado – que garantizara estabilidad, progreso económico y social. 

Concebir que la Luz se ha de posibilitar en cada ser Humano y que cada Ser Humano tiene un camino particular hacia su propia Luz, tal vez sea la clave que se está sacrificando, en términos generales, sin saber si es un precio necesario absurdo (bajo el pretexto de así ser más útil organizarse para el progreso y rivalizar con otras Naciones) que en algún momento se concibiera pagar; hacerlo pagar a la inmensa mayoría en un gran sacrificio colectivo a cambio de acceso a bienes materiales (en el inicio concebidos como una mínima necesidad para que exista el bienestar) pero luego concebidos como “zanahorias” u oportunidad de riqueza, tras la cual ir y en las que algunos pierden las condiciones más nobles que definen a los Seres Humanos. 

Este extenso artículo trata de ello. Está concebido para llevar al lector por un itinerario (de hechos y circunstancias) con lenguaje diferente y no críptico, que propone una visión humanista más cercana – debido a la inmensa mayoría de la población apenas pasara de puntillas en los procesos educativos – acumulando datos, fechas y personalidades relevantes que poder exhibir como si ello portara conocimiento. Por lo general no hubo tiempo - como señalara Ortega y Gasset en 1932 - para quedarse a solas y reflexionar sobre ello - y como manifiesta el encabezado de este mismo blog -  haciendo concebir una visión de la Historia que suele interpretarse en clave épica, y que se proyectará, también, de alguna manera, al abordar la Historia Universal.  

La inmensa mayoría a penas hemos reflexionado sobre los personajes que aparecieron, más allá de referencias someras – o desde el mismo punto de vista épico -, que en ocasiones se consideran pertenecientes a un pasado “ya superado”. por lo que la inmensa mayoría consideraría que ello no es ni preciso, ni necesario, ni útil, ni transcendente, porque no viera las “conexiones” generales que ello le aportaría  para desarrollar o condicionar las vidas cotidianas y se suele considerar  que las vidas particulares, y sus proyectos personales, se pueden realizar y llevar a cabo, con éxito, al margen de lo que fuera la propia Historia, tal vez por considerarla superada.   

Se conviene, por lo general, que el episodio de Galileo señala el punto de inflexión desde el cual se iniciaría un proceso de cambios de paradigmas que darían lugar a nuevas perspectivas y referencias impulsando el desarrollo tecnológico y estableciendo nuevas visiones de la economía que transformarían las sociedades y la percepción del Mundo, la Naturaleza y el Universo que nos rodea, al cual, están vinculadas nuestras vidas. Sin embargo, de alguna manera sabemos, que los procesos de cambio (aunque aparezcan situaciones puntuales como la de Galileo) son producto de un “devenir” que aboca a ello. Un devenir de conocimientos que ya eran previos y, de alguna manera, “presionaban” al ambiente político de la época (por entonces la vinculación estrecha e inseparable configurada por el poder civil y religioso se manifestaba con fuerza y rotundidad en las vidas de los súbditos) hasta tal punto se manifestara resistencia “oficial” de manera persistente y en tiempo prolongado al cambio de “percepción” del mundo que nos contiene – la Tierra - que se iniciaría un “pulso sostenido”, durante mas de cien años, para establecer ese cambio de percepción, iniciándose con la publicación de Copérnico, pasando por Galileo, cruzándose por medio Descartes con su tratado del Método, y concluyendo con Newton – considerándose  apostillado ese avance por Kant; trayecto concebido como “Revolución Copernicana” de cuyas consecuencias vivimos hoy en día. 

Mirar al Cielo y en él proyectar, con la imaginación, figuras uniendo estrellas (como primera disposición para abarcarlo y reconocerlo cada noche) llevaría a darles nombres para poderlo “abarcar” de manera predeterminada, y luego surgiría, la curiosidad de estudiarlo, en especial la observación de la peculiaridad que su movimiento (aparente) aparecieran zonas o estrellas que parecían fijas (cuestión que depende de la latitud donde se realicen las observaciones - por lo que resultaría determinante en la “concepción” e “interpretación” del Universo Celeste y consecuentemente en la “idea trascendente” (como punto de partida) para concebirse así mismas las primeras pequeñas civilizaciones (no se percibe el cielo, en su movimiento, de igual manera en zonas cercanas al polo que en el ecuador; y tampoco se perciben las mismas disposición de las estrellas; por lo que los primeros grupos que tuvieran que migrar buscando nuevos territorios, si fueran largos viajes que implicaran cambios esenciales de latitud observarían un Cielo Nuevo, con estrellas nuevas, movimiento celeste diferente y una Luna cuyas fases se manifestaban de manera totalmente diferente, “al revés y que forman parte de una cultura, pues a través de la observación  del Cielo las culturas se construyen y determinan el devenir de la Humanidad, como es el caso en occidente, pues el conflicto de Galileo es el punto de inflexión – precisamente al observar el Cielo y disputar interpretaciones sobre los movimientos que en él se producen, lo que marcaría un conjunto de cambios profundos (en el conocimiento, la sociedad y nuestras vidas como Seres Humanos) que llegan a nuestros días) –  otros fenómenos extraordinarios, ocasionales y temibles,  como terremotos, o erupciones volcánicas, o tsunamis se pudieron concebir como productos de voluntad de inmensas y desconocidas fuerzas a las que también se pondrían nombres (y tal vez por concebirse que lo “inerte”, lo que no tiene vida, no se mueve, aquellos impresionantes movimientos de material que constituye la Naturaleza de la Tierra, se atribuiría a voluntades de Seres “magníficos” en poder y fuerza (que se describieron como Titanes, Héroes o Dioses)  asignándoles nombres variados y concebidos como poseedores de rasgos físicos humanos, carácter humano y relaciones entre sí similares a las humanas (creandoles relaciones de parentesco, de amistad o rivalidad, de enfados y tramas que daban lugar a esas manifestaciones violentas que el mar, la Tierra o el Cielo mostraban a veces, comprometiendo la vida de los mortales (tal vez por ello, por esas manifestaciones de tierra, fuego, agua o aire, se concibieran los elementos básicos de la existencia).

Desde el propio suelo que se pisa, la Tierra - se concibe la “literalidad” con que percibimos el Cielo como realidad (el Sol se mueve, la Luna se mueve, las estrellas se mueven todas juntas); y ello alude a la idea de “apariencia frente a realidad”, dando lugar a especulaciones sobre si era plana, cilíndrica o esfera, se transforma posteriormente, a un escenario “más completo y complejo”, donde se empieza a contemplar el firmamento - ya no como un manto plano, donde “flotan” o “caminan” y se “sostienen” los “luceros” grandes y pequeños, que nos rodea, sino que tuviera una verdadera “profundidad”- concibiendo una “relación” de “interdependencia”  existente entre nuestro “hogar” – la Tierra - y la inmensidad de lo que se muestra como un Universo: El Sol (del cual ya se concibe esencial para la Vida), la Luna (de la cual ya se va estableciendo su influencia en los mares y mareas. Parece ser que Piteas (siglo IV a. C.) fue el primero en señalar la relación entre la amplitud de la marea y las fases de la Luna, así como su periodicidad. Plinio el Viejo (23-79) en su Naturalis Historia describe correctamente el fenómeno y piensa que la marea está relacionada con la Luna y el Sol), los “sorprendentes planetas” (a los que se les da importancia, casi como al Sol y la Luna, hasta el punto de darles, a todos ellos, un lugar designando los días de la semana – que llegan a la actualidad de nuestro presente; y que incluso entrara en el ámbito de la Medicina de reconocidos estudiosos, como el aragonés Miguel Servet  en cuya época se atribuía a cada órgano del cuerpo humano una vinculación con un planeta determinado; así mismo, al igual que la Luna se concebía influencia en la agricultura – determinando el momento oportuno para la siembra de hortalizas o poda de árboles y arbustos; e incluso su influencia en los ciclos reproductivos y las fechas de parto (hoy en día puesto en duda mediante estadísticas; y otros, que se resisten a ellas, alegan que la vida artificial y ciudadana ha roto esas “vinculaciones” del Ser Humano con el entorno Natural, creando cada vez más entornos artificiales que serían la causa de la “desconexión”, “conexión” que otros dicen aún se mantiene, e incluso se observan y afirman en el mundo rural, especialmente en la agricultura y en el manejo de caldos de vino)  -  las estrellas – se agruparía según las figuras que sugirieran dando lugar a concebir constelaciones a las que se atribuía  la  propiedad  de” influir”, en ciertos rasgos del carácter e incluso las vidas de las personas o simple reflejo de mitos del pasado – como hiciera Newton -, siendo el origen del Zodiaco en Babilonia; incluso determinar tendencias en las Eras de la Historia de las civilizaciones humanas - desde distintas civilizaciones estableciendo calendarios.También las estrellas recibirían lugar merecido y consecuente en los simbolos de los nuevos Estados nacidos en el s.XIX (cuyo asentamiento era de tal fuerza en la sociedad, que muchas Naciones nacidas en el s XIX incorporarían agrupamientos de estrellas, como la “Cruz del Sur” a sus banderas e incluso la organización Mercosur ya en el s.XX),

El astrolabio daría paso al sextante en 1770, mientras la brújula, ya usada en China (desde c. 206 a.C.) para navegar ante el problema de las nieblas y las nubes que no permitían ver las estrellas (la brújula fue inventada por primera vez como un dispositivo para la adivinación ya en la China de la dinastía Han , [1] [2] y más tarde adoptó para la navegación por la dinastía Song de China durante el Siglo 11. [3] [4] [5] ) El primer uso de una brújula registrado en Europa Occidental y el mundo islámico ocurrió alrededor de 1190. [6] [7]  a ambas se añadiría el uso del reloj (Cronómetro marino) también los relojes ayudaron a precisar la posición de las naves en el mar, (llevaban miles de años en uso – desde el gnomon usados por los egipcios, los relojes de sol (los relojes de sol bien construidos daban una precisión razonable para la época de 1 ó 2 minutos, por lo cual fueron usados hasta 1830 para “monitorear” otros sistemas de relojería mecánica – debido a la necesidad de estandarizar las zonas horarias entre distintas ciudades y así fuera de utilidad para el horario de los trenes o los envíos de telegramas y - luego relojes de mecanismos movidos por agua, aparecirían los mecánicos, hasta llegar al cronómetro para la marina, promovido en un concurso por los británicos en 1714, (el gobierno británico ofreció grandes recompensas financieras por valor de 20.000 libras [62] En 1735, Harrison construyó su primer cronómetro ).

El solo contemplar el entorno Natural muestra que se está  “insertado” dentro de una existencia llena de vida y de fenómenos asociados a la misma, que nos contiene – y donde existen otros seres vivos, que sin ser semejantes a nosotros, comparten el hecho de existir, pueden apreciarse por su capacidad de permanecer impasibles, simbolizar el honor, otros volar, o de correr a gran velocidad, o por su fortaleza o fuerza, o por su fiereza, e incluso apreciar en ellos inteligencia por su capacidad de cooperación – como ocurre con abejas u hormigas (pasando a formar parte de un imaginario de símbolos que acabarían por trasladarse literalmente a paredes como parte de un relato que concibe la existencia (como vida y muerte y/o vida, para los egipcios) o a esculturas de piedra, o a escudos, banderas o símbolos mismos de una familia Noble o de una monarquía o de una nación: Las águilas fueron símbolo de imperios, o el Roble de Nobleza … se “siente y percibe” que en la propia Naturaleza se encontraría el reflejo de la propia Humanidad, como formando parte de un mismo destino ante fenómenos rutinarios y cíclicos de los que depende la vida y que a todo Ser Vivo condiciona– como el día, con un Sol, y la noche con luna y estrellas (que también serían incorporados como símbolos de reyes o papas y acabarían formando parte de escudos y banderas)  y que evidencia la existencia de lo que conocemos como “ciclos”, avocando a la determinación exacta de los mismos – y otros que se reiteran de manera no tan exacta – como lluvias, tormentas, relámpagos, truenos, rayos, crecidas de ríos, incluso granizo o nieve – y que ello evidencia  existir reiteraciones más amplio a descubrir (desarrollándose calendarios que señalarían ciclos anuales) y desde ahí se fuera profundizando en busca de otros más extensos buscando Eras. (todo ello concebido con la posible intención de prever situaciones futuras partiendo del convencimiento de existir ciclos, mirando las consecuencias que dejaron otras situaciones en el pasado y buscando en los ciclos la previsión del futuro).

De alguna manera, conocer el mundo que nos rodeaba daría lugar a establecer unas creencias sobre cual fuera el motivo de la existencia y de la vida propia, la de los otros seres vivos y de la propia Naturaleza, con sus fenómenos naturales – a veces propicios, llevándonos a la prosperidad y otros adversos, determinando la penuria - que nos rodean, incluido el Cielo, sus luceros, teniendo que atribuir esa existencia a un impulso o motor inicial o inteligencia que lo creara, porque pronto se vio que la propia vida (ya fuera vegetal o animal) estaba construida o edificada desde una inteligencia que se escapaba y superaba al Ser Humano, estableciéndose creencias y ritos (como hecho antropológico engloba, entre otros, los siguientes elementos: tradiciones, culturas ancestrales, instituciones, escrituras, historia, mitología, fe y credos, experiencias personales, interpersonales, místicas, ritos, liturgias, oraciones y otras).) que se pudieron materializar en religiones desde las cuales construir o constituir culturas. 

Este somero bosquejo que refleja algunos conocimientos previos existentes al Renacimiento en Europa y que presionan (como los conocimientos que se plasman en instrumentos para la navegación ya desarrollados fuera de Europa, y cuyos avances tecnológicos se concibiera como posible estancamiento para occidente, llegan con posterioridad o se recuperan o reincorporan más tarde en occidente) para que se acepten las “evidencias”; y ante la resistencia se produce un proceso de cambio largo, penoso y doloroso; que se inicia a partir del Renacimiento y toma el impulso de la ilustración en occidente y ello “le hace ponerse al día”; toma Occidente el liderazgo mundial de ese proceso, iniciado en el Renacimiento, y lo extiende por todo el Mundo –

 Galileo se apoyaba en la tesis de Copérnico (que publicara su De revolutionibus orbium coelestium y que nombraría en sus escritos ya antes de él – 18 siglos antes -, Aristarco de Samos   defendía similar tesis; al igual que también un grupo de astrónomos árabes  ya en el siglo XII y a los que dicen que también hiciera referencia en su obra – lo abordaran de manera similar. La recuperación de la tesis por parte de Copérnico fue un proceso lento y parece que lleno de prevención - él mismo distribuyó un primer manuscrito de manera anónima entre sus amigos y posteriormente hubo partidarios, dentro y fuera de la Iglesia, que le animaran a divulgarlo - aunque las primeras fuentes que leí al respecto, hace años, señalarían que la publicación de su tesis, con su nombre, se realizaría un año después de su muerte, (todo ello parece seguir en proceso de estudio y recapitulación – lo que no deja de llamar la atención después de los siglos que ya han pasado). Galileo fue contemporáneo de Descartes.

La obra de los dos fue prohibida en el mundo Latino , (en el caso de Descartes - su libro sería prohibido hasta 1835 - que había adquirido gran fama en vida,  Claude Clerselier , el cuñado de Chanut,  "un católico devoto habría comenzado el “proceso de convertir” a Descartes en un santo cortando, agregando y publicando sus cartas de forma selectiva"). Ambos, Galileo y Descartes, perderían uno o dos dedos cuando fueron re-enterrados en otras tumbas; de Descartes, en el tránsito de tumba, además también se perdería su cabeza (esa reubicación póstuma de cadáveres parece destinada a reconocimiento, como ha ocurrido en el pasado con otros personajes relevantes – por ejemplo de Goya también se perdería su cabeza pero la pérdida de la integridad corpórea de los restos suele ser recurrente por un motivo u otro en la Historia).

Cabe señalar tres cuestiones a este respecto que marca el tránsito de la Humanidad:

1)                       La primera respecto al término Revolución (con que titula Copérnico su trabajo impreso por primera vez en 1543 en Nuremberg, aunque su  Commentariolus , fue escrito antes de 1514), que al ser de tal impacto social, en su momento, posteriormente se empleara el término Revolución frecuentemente, no solo para la cuestión copernicana,– (que se prolongaría durante más de un siglo hasta que los trabajos de Newton se consideran el final de esa revolución copernicana) sino para todo cambio de “paradigma” que se produjera no solo en el ambiente científico posterior, sino para todas las consecuencias sociales y políticas que ello traería; y que parecerán ya siempre vinculados con ese proceso inicial, revolucionario, copernicano y para cualquier otro suceso que alcanzara similar impacto con resultado de transformación de las sociedades (se usaría, en adelante, para definir cualquier otras circunstancias que generaran transformaciones o cambios sociales de gran calado, sin distinguir si estas se producen o no pacíficamente). Copérnico argumentó y aportó evidencias a su alcance – ya realizadas en su pasado y también en su presente al que se sumaría Galileo - para mostrarlo y ponerlo al alcance de todos; y en ello no existe más violencia que la que él mismo (y otros coetáneos suyos, u otros posteriores, sin fama) pudieran sufrir  o temieran sufrir, o fueran intimidados por evidenciar lo mismo – al rescatar un conocimiento ya existente que sería negado, motivo de burla e incluso de amenazas durante los dos siglos siguientes.

2)                       Merece la pena observar que tal problema de aceptar un conocimiento, ante una evidencia de similar magnitud, no se produjera, ni fuera necesaria sobre la esfericidad de la Tierra, cuando aún no había sido circunvalada por la marina española, potencia de la época (de 1519 a 1522) y previamente el fallido intento de Colón (1492), que diera como resultado el descubrimiento de América. Ese conocimiento greco-romano sí sobrevivió, y fuera aceptado pese a la visión bíblica (visión que “conecta” con la precepción y apariencia que como habitantes de la Tierra poseemos en nuestras vidas cotidianas) y esos intentos de constatación (que aún fallidos o lleno de penalidades, generarían beneficios y oportunidades a los Estados desde el primer momento) haría concebir absurdo debatir sobre ello (poco parecía importar si la Tierra fuera un disco plano, esférica o cilíndrica; además ello ya se hallaría resulto por la visión de Ptolomeo que seguía poniendo en el centro del Universo a la Tierra y con ella al Ser Humano). La esfericidad de la Tierra fue ampliamente reconocida en la astronomía grecorromana desde al menos el siglo IV a C., [3]  la rotación diaria de la Tierra también pero no así la órbita anual alrededor del Sol que nunca fueron aceptadas universalmente hasta la Revolución Copernicana y esta no terminaría de aceptarse plenamente hasta los trabajos de Newton.

3)                       Llama a curiosidad entender porqué se debilitó o se dudó sobre el conocimiento greco-romano sobre la esfericidad de la Tierra; tal vez por comodidad (las ediciones de la Biblia seguía, parece ser, sosteniendo, en la descripción de la creación, la visión plana de la Tierra – haciendo una referencia que pasa casi desapercibida sobre su esfericidad más adelante - y aunque la Biblia no estuviera al alcance de las poblaciones (aunque se siguiese leyendo en misa, pero en latín, y durante la Edad Media las poblaciones ya casi no entendían el latín, idioma implantado durante el Imperio Romano, que evolucionaba de diferente manera en Europa; por lo que la lectura por los sacerdotes en misa les resultaría críptica a la inmensa mayoría). El conocimiento sobre la esfericidad de la Tierra se perdió para la inmensa mayoría de la población – tal vez por no resultarle útil en sus vidas cotidianas. Hoy sabemos que hay evidencias que naves romanas llegarían hasta China instalando pequeños asentamientos), o qué paralelismos pudieran existir al respecto cuando se observa un nuevo impulso destinado a “perder” o cuestionar conocimientos ya adquiridos y “retrotraer” a  la sociedad a la visión previa de que sea plana, otra vez (así como las implicaciones sociales, políticas y económicas que pudieran respaldar ese impulso).

 

Las evidencias de la redondez de la Tierra no serían puestas en duda, al menos, por aquellos marinos expertos en navegación, que dirigieran naves guiados por las estrellas para no perder el rumbo hacia el destino (más allá de seguir la línea de la costa, como hicieran los portugueses). Y ese contemplar el cielo para no perderse era un método antiguo. Algunas estrellas, o conjunto de estrellas, tenían nombres propios que llegan a nuestros días, como la estrella Polar, o la Osa Mayor o la Cruz del Sur, que servirían, de referencia para la navegación marítima y calcular la posición de un barco en el mar abierto (donde se carecía de más referencia que la posición de las estrellas de noche y la del Sol), hasta la generalización  del  Astrolabio (palabra que significa buscador de estrellas) – ya conocido ampliamente por el mundo islámico en el siglo VIII, pero usado desde la antigüedad siglos antes de Cristo  (sabemos que Hiparco de Nicea ya construía astrolabios antes que Ptolomeo e Hipatia.[cita requerida] aunque fue  Apolonio de Perga quien inventó un astrolabio primitivo entre 220 y 150 a.C., a menudo atribuido a Hiparco. El astrolabio más antiguo que se conserva en la actualidad fue construido por el astrónomo persa Nastulus hacia el año 927 y se conserva en el Museo nacional de Kuwait4

En el siglo VIII ya era ampliamente conocido en el mundo islámico. 

La resistencia a aceptar el heliocentrismo – al menos como modelo matemático que salvaba las apariencias y, por tanto, digno de ser tenido en cuenta – y considerarlo una herejía, fuera uno de los rasgos que muestra lo que llevara a las Universidades de la Edad Media a estancarse y no poder evolucionar ante las “evidencias” que estaban ya al alcance de cualquiera que tuviera un mínimo de disposición para contemplar el Cielo nocturno, sin temor a ser, por ello, condenado por la Inquisición – bastaría la discreción de guardar silencio (es decir: cualquier comerciante, marinero o agricultor, con espíritu de curiosidad ante la Naturaleza y la Existencia, estaría en mejor predisposición de aceptar evidencias y sin necesidad de tener que discutir de ello con ningún poderoso que se le opusiera – por ejemplo, los mismos marineros que en sus viajes o por el uso de instrumentos de “referencia” en el Cielo, concibieran la redondez de la Tierra desde un primer momento, y se hallaran dispuestos a “comprender” y explorar la idea del heliocentrismo.

Es posible que desde esa evidencia de la existencia de una rigidez “extrema”, algunos reyes o personajes poderosos – incluso algún Papa y los propios Jesuitas – tendieran “una mano” a personajes que como Galileo, o Copérnico, exploraban el firmamento y aportaban al mundo conocimientos; pero también es obvio que la impresión que produce “descubrir” y la propia “experiencia” de “experimentar la redondez de la Tierra” en uno mismo (descubrimiento también para nuestros sentidos, pues es con ellos con los que percibimos el mundo que nos rodea) “cambia” profundamente – al menos por un tiempo – la inicial concepción del mundo que nos rodea, sin más consecuencia de ello; pero si se es un hombre dedicado al estudio y la búsqueda de la Verdad (que se acabarían denominando filósofos y luego, muy posteriormente – cuando ya aparentemente “integrados” y/o reconducidos a unas tareas predeterminadas serían denominados Científicos ya en el siglo XIX), se adopta una “postura” de defensa y divulgación ante la propia sociedad que nos rodea, más aún si esta se halla estancada o “niega” con dureza y amenaza de castigo y muerte “concebir una realidad diferente” a la “oficial”.

Las Universidades de la época (en las prudentes manos religiosas) no podrían afirmar desconocer el Heliocentrismo, pues no solo se conocía la esfericidad de la Tierra desde antiguo y la tesis sobre el heliocentrismo, sino que en el siglo XII fue resucitada o reactualizada por astrónomos árabes antes referidos por el propio Copérnico. La existencia de las evidencias – al alcance de cualquiera usando sus sentidos y la reflexión en soledad – daría lugar a “intrigas” políticas que alcanzarían a las capas más altas del poder (la Universidad, atascada - con multitud de hipótesis controladas por la Inquisición o la propia autocensura - y sin evolución eficiente, haría posible que se “bebiera” en otras fuentes de conocimientos considerados heréticas – haciendo posible, a la postre, listas de libros prohibidos; pues parece obvio que “conocer” el mundo que nos rodea con mayor exactitud posible puede convertirse en “debilidad” de cualquiera – máxime si es conocimiento prohibido -, incluso de Papas de entonces, haciendo viable un juego de intrigas políticas de las que se dice que Galileo pagaría un precio por ello – así como se asegura de Descartes, en perpetuo acoso y del que se dice que fuera, a la postre, asesinado - en un libro de 2009, el filósofo alemán Theodor Ebert sostiene que Descartes fue envenenado por un misionero católico que se opuso a sus puntos de vista religiosos. [68] [69] [70]). 

Es factible suponer que la negación de las teorías de Copérnico o Galileo, o posteriormente los trabajos de Descartes (que ya fuera advertido por sus propios maestros que procurarían su educación y formación, los jesuitas,  y que ya siendo conocido lo que acaecía a Galileo con la Inquisición, para que saliera de Francia y se estableciera en Países Bajos para realizar sus trabajos – trabajos, sin duda, estimulados de alguna manera por los propios Jesuitas) dejarían la puestas abiertas al mundo anglosajón/ protestante (más pragmático y que se encaminaba a liderar la nueva era de conocimiento, por lo que ello comportaría de beneficios económicos y a la postre de poder político sobre sus adversarios) haciendo posible los trabajos de Newton, que pondrían fin a lo concebido como revolución copernicana.

Pensar que los personajes históricos del momento, los que pusieron trabas, no fueran permeables al conocimiento que impulsaban estos personajes – personajes que en ello arriesgaban sus libertades personales y la propia vida – y considerarlos estrictamente “obtusos” es una visión simplista que se fomentó en el mundo educativo de mi época, tal vez para fomentar el interés por las asignaturas y acercarse al conocimiento como “clave” personal sobre la que alzarse sobre el resto - “considerados ignorantes”; ignorantes las antiguas civilizaciones a las que el propio alumno superaba con solo ir a clase e ignorantes padres y abuelos, por el mismo motivo, ante la evidencia de desconocer datos concretos. El saber y los conocimientos se hallan entre nosotros desde hace milenios (aunque no al alcance de todos, pero el solo hecho de vivir y existir proporciona la experiencia para intuir “de qué va la sociedad” y disponerse sobrevivir, por lo que en sí mismo se concibe como saber, por lo que desde ahí se concibe que exista un mínimo respeto hacia las generaciones pasadas, de las cuales venimos). 

La biblioteca de Alejandría no fue destruida, como se ha extendido la idea durante décadas, en un incendio (aunque sí se reconoce la posibilidad de incendio, que no le afectaría en la manera en que en un primer momento se señalara en la guerra de Cesar); entró en decadencia, por causa de lo que pareciera una purga de Ptolomeo (un Ptolomeo en entredicho cuando sacara su teoría geocentrista, sospechándose desde un primer momento de ser interesada por no ser coherente con la afirmación que él mismo sostuviera de haber constatado datos que se remontarían a 800 años atrás [25] y que los astrónomos señalarían argumento falseado por el propio Ptolomeo), sus papiros y conocimientos tal vez se fueran dispersando (era la política bibliotecaria de prestar a cambio de obtener nuevos documentos con el pretexto de copiarlos y aumentar el compendio de conocimientos y estudios de la propia biblioteca: copiar a cambio de prestar, pero en ello también la biblioteca alejandrina también usara el ardid de no devolver los originales al prestatario sino una copia) los documentos alejandrinos se esparcirían por los cuatro puntos cardinales del continente euroasiático, e incluso africano.

Del interés de recopilar y e intentar sistematizar saberes se muestra en la escuela de traductores de Toledo, (la importancia de la recopilación y clasificación de documentos que reflejan el conocimiento – en principio del mundo natural y luego el social y económico ha sido, sin duda, la tarea más relevante siempre se realizara; ya en el siglo XII y XIII tuvo actividad esencial en libros procedentes del mundo árabe (libros de Arquímedes, Euclides, Aristóteles…) y fuera Alfonso IV de Castilla quien la desmantelaría (y aun así siguieran algunos trabajando bajo mecenazgo, tal vez ya fuera de Toledo).

El mundo de entonces y los poderes humanos que los sustentaban, sí conocían o tenían acceso al contenido de libros prohibidos (por la elemental condición de tener que leerlos para prohibirlos - al menos los producidos dentro del orbe católico, o los generados por filósofos cercanos, formados en órdenes religiosas – que en muchas ocasiones estarían bajo la lupa de cualquier herejía o concepto o experiencia trasladada a la obra que pudiera ser herética o “dar pie” a ello, que debería corregir o explicar el autor; teniendo así, siempre el poder, la última palabra que podría incluir prohibición y castigo –  a los autores, por lo general patrocinados por mecenas, que en su condición de tales mecenas, estaban cercanos o dependientes del poder para seguir manteniendo su tal condición). La prohibición se enunciaba en términos de “no poder leerlos sin autorización previa” (e incluso guiados en su lectura); el descubrimiento de que libros de esa naturaleza fueran revestidos de una capa (azulada, en aquellos tiempos) que contenía producto venenoso, incluso en sus lomos (remitiéndonos al libro de Humberto Ecco “El Nombre de la Rosa”)  refleja “el castigo” que esperaba a quienes se atrevieran a extraerlos de las bibliotecas (sin autorización) y proceder a su lectura sin permiso (pudiendo concebirse aquél envenenamiento como castigo particular y directo gestionado por el propio D. por no observar la prohibición) es probable que los depositarios del conocimiento en el mundo cristiano concibiera, de permitir “cesiones” formales a ciertos dogmas sostenidos bajo principios religiosos, se acabaría cuestionando la autoridad religiosa (concebida como sabiduría solo al alcance de quien D. señalare, o hubiera tenido acceso a la revelación e interpretación correcta de la misma) y con ese cuestionamiento, se podría edificar la “razón” para el cuestionamiento de la autoridad de los reyes (concebida divina y refrendada por la religión), cayéndose la arquitectura humana del poder tal y como se concebía – como a la postre resultara ser cierto en el advenimiento de otras impactante revoluciones: La Norteamericana y La Revolución Francesa); también pudieran concebir que si se permitieran los libros románticos, también prohibidos, se pudiera acceder a otras formas de “felicidad terrenal” al alcance de cualquiera que podría cuestionar la severa autoridad moral de la época, que concibiera la vida como una expiación o prueba en la que se debiera proteger y preservar el alma de los cristianos para garantizar su salvación. Todas las publicaciones realizadas hasta bien entrados el si XIX en España, precisarían de ese “visado” para su impresión. Solo escaparon autores extranjeros u obras, ya de por sí considerados heréticos, pero protegidos o autorizados o tolerados por otros Estados o simplemente amparados por su fama pública y social – lo que en sí señalara la siempre existente “oposición” popular a las posturas “oficiales rígidas”; los gobiernos considerados avanzados en la época, vieran en la reflexión y experiencia de esos autores un conocimiento que se podría plasmar en soluciones prácticas proporcionando resultados económicos y sociales, otorgando capacidad para ser relevantes en el concierto internacional de Naciones/Estados – autores cuya actividad era evidentemente herética para el mundo cristiano; lo que daría lugar a la confección de la lista de libros prohibidos, en los que inesperadamente se hubieran de incluir también los de Santo Tomás de Aquino y pasar su autor por un, doloroso para él, proceso inquisitorio en que fuera cuestionado y prohibido todo su esfuerzo literario destinado a proteger y afirmar el catolicismo frente a las posturas heréticas por lo que se tuvo que esperar muchos años para reconocer, posteriormente ese esfuerzo y hacerlo Santo .  

Así eran los medios utilizados en aquél momento por el poder para hacer observar sus normas y tener controlado el acceso a la información o el conocimiento o la experiencia de otros, o de quienes, en base a ello,  pudieran poner en duda la propia autoridad y la fortaleza en preservar el “Orden Perfecto” en consonancia con el aparente movimiento de los astros en los Cielos. En aquellos tiempos que se saliera del Medievo ya “Fernando I El Católico” – personaje de esta tierra - consideraba que vivía en el mundo y sociedad perfecta – y Maquiavelo, en su obra El Príncipe, mostraba todas las capacidades disponibles, y al alcance del poder, para dirigir o reconducir los destinos de sus súbditos e incluso acabar con ellos , mediante el juego del medio, la trama y el terror – y de que se lamentara que ello no siempre saliese bien a consecuencia, en último extremo, de evidente “intervención” divina; paradoja “solo al alcance de verificar fehacientemente”, por aquellos que teniendo TODO el poder y TODOS los medios de un Estado para “acabar con las vidas de quienes consideran rivales o peligrosos o incómodos” para su propio poder, fueran “salvados”, en último término, por circunstancias inesperadas, imprevistas, inexplicables o absurdas.

 Desde este punto de vista podemos considerar la dimensión que alcanzaría la denominada “revolución”, por titularse así el libro de Copérnico o señalar el punto de partida desde observaciones realizadas en el Cielo – no deja de ser curioso que la referencia del cambio se halle en la observación del Cielo (sobre el término revolución, anteriores lecturas remiten a la definición griega de Aristóteles, sin embargo, el término en la actualidad se usa para grandes inflexiones en la Historia, que nos han afectado y definido por evidenciar nuevos paradigmas, que conllevan a su vez, a una interpretación sobre su aplicación en los sistemas sociales y políticos llegando a la actualidad) desde aquél momento señalado con Galileo hasta nuestros días y no otros previos de semejante magnitud – como sería el que se refleja a través de los tiempos con la frase “Se armó la de Dios es Cristo”, señalando lo que supondría una revolución que definiría la Era actual y que quedaría plasmada en el actual calendario iniciando un periodo anterior o posterior al nacimiento de esa figura – a.C. ó d.C.).

Decisivas en la historia mundial serían Revolución de las Trece Colonias, la Revolución francesa, las revoluciones independentistas de Latinoamérica o la  Revolución de Octubre).

 Resultaría esencial, en el contexto de la época, cuestionarse lo que empezaba a ser accesible al “ojo humano” mediante instrumentos ópticos como el telescopio (que hacía irrefutable  lo que se mostraba ya al alcance de cualquier) - aceptar que la Tierra giraba alrededor del Sol, sin ser el centro del Universo, podría significar en aquél momento, de alguna manera, no solo contradecir las Escrituras – que de por sí ya sería grave problema ante la multitud de interpretaciones que de ella se pudieran derivar y defender desde distintas órdenes cristianas – como también señalaría el Humberto Ecco, siempre al borde de la expulsión quedando fuera del amparo de la Santa Madre, por causa de herejía - sino por también aquellas otras que pugnaban dialécticamente directamente contra figuras católicas relevantes, como Tomás de AquinoLa visión dominante que señalaría que el Orden Social en las sociedades estaba explicitado directamente por D. y que el mismo D. lo manifestara (y manifiesta, en ese momento), por medio de su expresión más explícita: La Creación, y la creación – en la que el propio Ser Humano se incluía, con toda la Naturaleza “visible e invisible”  se mostraba en un Orden e Inteligencia que era visible en la dinámica de los luceros y astros del Cielo, girando alrededor de la Tierra; por lo que ese Orden debiera ser interpretado “muy correctamente” para establecerlo en la Tierra conforme a la voluntad divina. Se puede observar, desde ese punto de vista, el grave problema que representaba interpretar el movimiento aparente de los astros visibles desde la Tierra, pues desde esa visión se había construido e impuesto el orden de las autoridades en la Tierra, emanando de la voluntad divina y estableciendo una vinculación, indisoluble, entre Estado e Iglesia (que por otro lado viniera desde antiguo) que determinaba quien tenía la legitimidad “real” para ostentar la autoridad civil como monarca (2).

 La cuestión se “salvaba” con la “evidencia” de poner al propio Sol como centro de la órbita de la Tierra e incluso del Universo, cuestión que es señalada por uno de los presentes en el juicio a Galileo para encontrar una salida o atenuar la situación del famoso sabio. Probablemente, a la resistencia a aceptar al Sol como centro se uniría el criterio de antagonismo religioso ante el apoyo dado por los Averroes a la teoría Copernicana, pues estos se enfrentaron con relativo éxito a Santo Tomás cuando pretendió que la Teología, como tal,  fuera en sí misma una Ciencia, llevando, a la postre a poner en entre dicho a Santo Tomás (prohibiéndose sus libros durante un tiempo y siendo observado el propio Tomás por la inquisición). 

 (En 1277 Étienne Tempier , el mismo obispo de París que había emitido la condena de 1270 contra Galileo, emitió otra condena más extensa. Uno de los objetivos de esta condena era aclarar que el poder absoluto de Dios trascendía cualquier principio de lógica que Aristóteles o Averroes pudieran imponerle . [76] Más específicamente, contenía una lista de 219 proposiciones que el obispo había decidido violar la omnipotencia de Dios, e incluidas en esta lista había veinte proposiciones tomistas. Su inclusión dañó gravemente la reputación de Thomas durante muchos años. [77
En la Divina Comedia , Dante ve el alma glorificada de Tomás en el Cielo del Sol con los otros grandes ejemplos de sabiduría religiosa. [78] Dante afirma que Thomas murió envenenado, por orden de Carlos de Anjou ; [79] Villani cita esta creencia, [80] y el Anonimo Fiorentino describe el crimen y su motivo. Pero el historiador Ludovico Antonio Muratori reproduce el relato de uno de los amigos de Thomas, y esta versión de la historia no da indicios de juego sucio. [81] (curioso que el comentario sobre un posible homicidio sea explicitado en términos de “juego sucio”, porque en ese caso, deberíamos concebir la Historia llena de simple “juego sucio” que, depende de la posición social de quien lo realice siempre quedará impune).

  Ya los pitagóricos hablaran de que la Tierra giraba alrededor del Sol e incluso que el Sol y el resto de planetas giraban en torno a un fuego central en el Universo - teoría fascinante, que recuerda no solo al Sol o Soles sino no a sus antagónicos agujeros negros que se suponen centro de las galaxias y que se los traga en abundancia. En el tiempo en que Ptolomeo realizara su visión geocentrista – dado que el conociera la biblioteca de Alejandría y pudiera obtener conocimiento sobre los que antes que él reflexionaran al respecto de Universo – se considera que sus afirmaciones, en las que dice basarse en estudios de 800 años antes, no son plenamente ciertas, y que postuló las mismas al margen de las observaciones previas; los astrónomos han sospechado durante siglos que los parámetros de sus modelos se adoptaron independientemente de las observaciones. [25] por lo que cabe suponer que fueran afirmaciones destinadas a “borrar” un conocimiento, asentado y anterior – tal vez por motivos políticos de poder - elaborando su propia teoría (4). 

(4) De esta fricción (entre avanzar o estancarse) nacería un impulso casi imparable de observar con “criterio independiente basado en un método al alcance de todos” el Universo, la Tierra, la Naturaleza, (con el “motor” que supusiera, ya por fin, poder dar respuestas razonables a afirmaciones “burlescas” que aún subsistían (como que los habitantes de las antípodas, si la Tierra fuera redonda, caerían al infinito) para cuestionar o impedir el avance del conocimiento – usando para ello el “sentido común” de un pueblo al que se le ha dado un limitado y segado acceso al conocimiento que permite manipularlo en su “ignorancia” (pueblo que podría vivir, y de hecho vivía en las “apariencias de la realidad”) oponiéndolo y enfrentándolo a experiencias más complejas, profundas y sensibles; y que  Newton salvaría, definitivamente, definiendo la teoría de la Gravedad y respondiendo a esa duda que aún subsistía cuestionado todo el trayecto iniciado por la “experimentación” personal del saber que trae conocimiento; y que con las críticas burlescas no solo buscaría poner en duda los inicios del Conocimiento concebido  como LUZ y al alcance de TODOS, estructurado en Método por Descartes, ello podría Iluminar también al Pueblo – y a los Pueblos.  Ante la evidencia de esa “nueva luz” que parecía “liberar de cadenas invisibles” se buscó no solo bloquear el acceso hacia esa “Luz” sino, en ocasiones, proponer retornar al estadio de “ignorancia anterior”, intentado, al parecer cuestionar ya una concepción dada por sabida (la esfericidad de la Tierra) sino casi sugerir volver a la vieja idea de que la Tierra era Plana, estableciendo, por medio de la “lógica” duda de una “experiencia cotidiana de estar por casa”, distancia, aparentemente “insalvable” entre el Pueblo y el conocimiento o la “experiencia del conocimiento”; es decir: Entre el Pueblo y la Luz; lo que sugiere, a priori, seguir manteniendo, al menos ante el Pueblo, el monopolio de la verdad –monopolio de poder acceder “al entorno de la verdad” – haciendo posible una idea que se extendería a pesar de la Ilustración por la cual, el poder establecería qué era o no verdad en cualquier ámbito. Siendo ello una paradoja en sí mismo, pues resultaría evidente que el poder interpretaría cualquier cuestión - y con el tiempo de cualquier naturaleza, bajo su propia conveniencia – manteniendo al pueblo, y luego a los ciudadanos, en una cierta “oscuridad”; que pudiera, a la definitiva plasmarse en una “inteligente gestión” de la “oscuridad” - en oposición a la visión ilustrada - o de “la Luz” – si lo que se trataba era de oponerse al monopolio de la verdad sostenido por el absolutismo (que funcionaba en tándem Iglesia/Estado), haciendo posible la concepción de partidos políticos, que actuarían bajo distintas denominaciones, propias de las circunstancias de la determinada época de España - que ahora serían considerados conservadores o progresistas, con sus ramificaciones extremas y radicales, en función de creencias sostenidas como convenientes para la sociedad – que se manifestarían en la necesidad de imprimir velocidad a las transformaciones sociales o de considerar que el escenario del Antiguo Régimen (expresado en la autoridad de una sola persona, en aquél tiempo un rey y luego, en ambientes republicanos o en carencia de monarquías, serían ya plenamente dictadores) ya era perfecto de por sí -  y que ello pudiera suponer, como a la postre se verificaría, una gestión destinada a la defensa del propio Poder (donde la “experiencia del conocimiento personal” sería, ya, regulada por el Estado, ampliada fuera del ámbito de la Iglesia, estructurada, sometida a procedimiento de “examen” de cada alumno, por medio del cual obtendría una Licencia, que con el tiempo sería un Título en nombre del Rey – o del Jefe del Estado – que les permitiría realizar, “oficialmente” “experiencias o investigaciones”, adquiriendo más recientemente el nombre de Científicos (que sería usado retroactivamente para denominar de igual manera a quienes se jugaron la libertad, la vida o la fama para llevar a la Humanidad al territorio de la Luz; y a la vez, por medio de esta “equiparación” entre los personajes históricos y los “reconocidos” por los Estados, ponerlos en pie de igualdad y equiparación honorífica, por medio de “ritos y actos solemnes”, escenificados en Universidades que adoptarían el mismo modelo dogmático y estructura que, para sí, adquiriera la Iglesia desde antiguo, también para sus propias Universidades. Siendo tan potente el impulso de la ilustración, que mediante sus principios se establecerían rangos y estadios de conocimientos a los que accedería la población para realizar tareas de Docencia, de Administración, de Medicina, de Economía, entrando en el ámbito de los  Oficios y extendiéndose en el control del conocimiento a toda nuevo ámbito de conocimiento que surgiera – pues la Ilustración se concibiera en España, como en otros lugares, una tarea que incumbía al Estado, y ello aumentaría el poder de los Estados sobre las vidas de sus súbditos y luego ciudadanos.(7).

 Se retornó, en alguna medida, a la visión griega donde el “Hombre (Ser Humano)” es la medida de todo, considerándose aquella etapa El Renacimiento. Esas aportaciones y la elaboración de leyes físicas que las sustentarían, darían nuevo impulso a la exploración y estudio de los fenómenos económicos y sociales que nos rodean que se acabaría concretando con lo que se conocería como Ilustración. 

En el Diccionario de autoridades publicado por la Real Academia Española entre 1726 y 1739 se definía «luz de la razón» como «el conocimiento de las cosas que proviene del discurso natural que distingue a los hombres de los brutos», que iba unido a la «luz de la crítica» o las «luces críticas», por cuanto «las luces» «no solo remitían al cultivo de la inteligencia y al conocimiento adquirido por un reducido número de personas, sino también... al uso crítico de la razón frente a los prejuicios heredados del pasado».2

 Aunque la Ilustración «no fue una doctrina o un sistema filosófico, sino un movimiento intelectual heterogéneo», los ilustrados compartieron una serie de principios, actitudes y valores estrechamente interrelacionados.3

Así para los ilustrados la razón era el instrumento esencial para alcanzar la verdad por lo que debían ser sometidas a crítica todas las «verdades» (o creencias admitidas) heredadas de la «tradición» (del pasado), especialmente aquellas que se basaban en los prejuicios, en la ignorancia y en la superstición o en los dogmas religiosos.4

Mediante la razón el hombre es capaz, él solo, de conocer y explicar la realidad, entendida como La Naturaleza (no como La Creación de ningún «dios», aunque los «deístas» reconozcan que existe algún tipo de «Ser Supremo», principio de todo lo existente), recurriendo exclusivamente a los instrumentos que le proporcionan la filosofía y la ciencia.

Aplicando ese conocimiento (mediante la técnica) y extendiéndolo a toda la sociedad (mediante la educación) el hombre será capaz de perfeccionarse a sí mismo, de progresar (de mejorar sus condiciones de vida y de liberarse de la ignorancia y de la superstición), y lograr así la felicidad, sin esperar a alcanzarla en la «otra vida».5

Y, aunque los principios que defendieron llegaron a impregnar toda su época, el censo de los indiferentes, de los tradicionalistas y de los enemigos de las Luces siempre fue mucho más abultado que el de los partidarios del progreso, la razón y la libertad».6

 En España el movimiento ilustrado solo se difundió entre determinadas élites (entre algunos nobles y clérigos, y entre algunos profesionales y miembros acomodados del «estado llano») y, como han señalado Mestre y Pérez García, conviene recordar que «no toda la producción cultural de la decimoséptima centuria merece timbres de Ilustración.

Hacia 1760 empezó a utilizarse al término «Siglo de las Luces» o «siglo ilustrado», aunque esta última expresión paradójicamente fue muy utilizada, en sentido peyorativo, por los que se oponían a las nuevas ideas, como el fraile Fernando de Ceballos que escribió en 1776 Demencias de este siglo ilustrado, confundidas por la sabiduría del Evangelio o el también fraile José Gómez de Avellaneda que escribió en el mismo año una sátira contra Pablo de Olavide, titulada El Siglo Ilustrado. Vida de D. Guindo Cerezo, nacido y educado, instruido, sublime y muerto según las Luces del presente siglo.8 

Se había utilizado el verbo «ilustrar», aunque con dos sentidos diferentes, el católico y tradicional ligado a Dios y a la fe y de «dar lustre o esplendor» a «la patria» o «la nación», (que aún perdura en nuestros días) y el nuevo de «instruir, enseñar, transmitir conocimientos» que se usaba indistintamente con «dar luces». Así el abate Gándara en 1759, dando la bienvenida al nuevo rey Carlos III, se mostró convencido de que pronto se desterrará la desidia, se proscribirá la ignorancia, se adquirirán luces, se ilustrará el Reyno.7​ (8)

 

 El sustantivo «ilustración» no se difunde en España hasta después de 1760 designando un programa de instrucción, enseñanza, transmisión o adquisición de conocimientos en beneficio de una persona o de la sociedad en su conjunto. 

«Los ilustradossalvo cuando evolucionaron hacia el liberalismo a fines del siglo XVIIIno aspiraban a modificar sustancialmente el orden social y político vigente. Pretendían introducir reformas que fomentasen lo que denominaron pública felicidad y para ello deseaban involucrar a los grupos privilegiados en su materialización».9

Esta faceta reformista es lo que atraería la atención de los gobiernos absolutistas europeos dispuestos a impulsar el «progreso» pero sin alterar el orden social y político establecido (algo así como impulsar para “controlar”). Así los gobiernos se habrían servido de la Ilustración para «dotar a sus planes de reforma económica, fiscal, burocrática y militar de una aureola de acendrada modernidad, justificando así, como necesaria e inevitable la creciente intervención del Estado en todos los órdenes de la vida social». Por eso cuando algunos ilustrados traspasaron ciertos límites acabaron sufriendo en sus carnes el poder coercitivo del Estado.10

Los ilustrados españoles confiaron en que la Corona fuera la «impulsora» de la modernización cultural, social y económica que ellos propugnaban. Pero la Corona (el Estado), por su parte, utilizó las propuestas ilustradas para lograr que su poder fuera incontestado y sin ningún tipo de cortapisas.  De ahí provendrán precisamente las mayores frustraciones para el movimiento ilustrado pues, como ha señalado el historiador Carlos Martínez Shaw, los reyes «estuvieron más interesados por lo general en el robustecimiento de su autoridad, en el perfeccionamiento de su maquinaria administrativa y en el engrandecimiento de sus territorios que en la proclamada felicidad de sus súbditos».11​ Como ha remarcado Martínez Shaw, «la campaña reformista de los ilustrados tuvo que detenerse ante los privilegios de las clases dominantes, ante las estructuras del régimen absolutista y ante los anatemas de las autoridades eclesiásticas».13 La mayoría de los ilustrados españoles «eran buenos cristianos y fervientes monárquicos que no tenían nada de subversivos ni revolucionarios en el sentido actual del término. Eran, eso sí, decididos partidarios de cambios pacíficos y graduales que afectaran a todos los ámbitos de la vida nacional sin alterar en esencia el orden social y político vigentes. Es decir, reformar las deficiencias para poner España al día y en pie de competencia con las principales potencias europeas manteniendo las bases de un sistema que no consideraban intrínsecamente malo».12

En España los partidarios de las «luces de la razón» fueron respetuosos con la «luz divina», ya que para muchos de ellos «la razón y la religión compartían una misma «luz natural» obra del Creador».15

Reo de la Inquisición Española con capirote y sambenitoCapricho de Francisco de Goya.

Según Pedro Ruiz Torres, el hecho de que el catolicismo ortodoxo continuara siendo hegemónico, incluso entre las elites abiertas a las nuevas ideas, tuvo consecuencias negativas para la Ilustración en España porque los diversos discursos ilustrados elaborados en otros países aquí fueron con frecuencia amputados y tergiversados, a causa también de «la doble censura política y religiosa ejercida a través del Consejo de Castilla y por medio de la Inquisición» que «apenas dejó espacio para una opinión independiente». En 1756 el Santo Oficio prohibió «El espíritu de las leyes» de Montesquieu, por «contener y aprobar toda clase de herejías»; en 1759 dificultó la difusión de la Enciclopedia; en 1762 toda la obra de Voltaire y Rousseau fue prohibida. Aunque estas obras fueron conocidas en España gracias a «la labor de unos libreros dispuestos a vencer el temor al Santo Oficio e importarlos para sus clientes».16

El matemático y astrónomo valenciano Jorge Juan, publicada en 1774 en la que defendía la teoría heliocéntrica condenada por la Iglesia y la física newtoniana, por lo que tuvo problemas con la Inquisición:17

No hay reino que no sea newtoniano y por consiguiente copernicano; mas no por eso pretendo ofender a las Sagradas Letras, que tanto debemos venerar. El sentido en que éstas hablaron es clarísimo; no quisieron enseñar Astronomía, sino darse solamente a entender al pueblo. Hasta los mismos que sentenciaron a Galileo se reconocen hoy arrepentidos de haberlo hecho, y nada lo acredita tanto como la conducta de la misma Italia; por toda ella se enseña públicamente el sistema copernicano

Asimismo la mayoría de los ilustrados defendían el rigorismo en las cuestiones morales frente al probabilismo de los jesuitas, lo que les valió en ocasiones ser acusados de jansenistas. Y en cuanto a la organización de la Iglesia todos ellos fueron episcopalistas y conciliaristas porque la jurisdicción de los obispos y la convocatoria de concilios sin el permiso de Roma constituían para ellos un instrumento fundamental de la reforma eclesiástica que propugnaban y un instrumento de control del clero regular que, según ellos, era el propagador de la religiosidad «supersticiosa» del pueblo.19

Las propuestas de la «ilustración católica» encontraron fuertes resistencias entre la mayoría del clero, como el arzobispo de Santiago Alejandro Bocanegra quien en una pastoral afirmó:20

“…este libertinaje en hablar los seculares indoctos en puntos de Religión con el mismo orgullo que si poseyeran toda la Ciencia de la Escuela. Este modo de hablar del Episcopado y del Papa, este abuso de leer libros venenosos… Una nación tan católica como la española está hoy, sino sumergida, a pique de sumergirse en un abismo. Voltayre [sic] y otro como él son los que muchos jóvenes (y no jóvenes) con el fin de lucir en sus juntas y asambleas leen con libertad”

 "La cultura de la Ilustración, por muy elevadas que fueran sus aspiraciones de libertad y humanitarismo, fue una cultura tutelada y, en no pocas ocasiones, dirigida y controlada para mejor servicio del Estado y sus intereses. Sus creadores y protagonistas —excepto en aquella especie de paraíso de las libertades en que se habrían convertido Inglaterra y Holanda y salvo algún autor peculiar que, como Voltaire, consiguió vivir acomodadamente gracias a un público fiel— fueron en gran medida, funcionarios, oficiales, burócratas, magistrados o ministros de la corona, profesores universitarios cuya promoción y carrera dependían del favor real, eruditos y anticuarios a sueldo de mecenas principescos —laicos y eclesiásticos—, científicos pertenecientes a las academias reales, así como a las escuelas militares y de ingenieros, clérigos más o menos regalistas…".21

Según el historiador Carlos Martínez Shaw, "las Luces fueran patrimonio de una elite, de intelectuales, mientras la mayor parte de la población seguía moviéndose en un horizonte caracterizado por el atraso económico, la desigualdad social, el analfabetismo y el imperio de la religión tradicional".13

En esto último residía una de las limitaciones de las propuestas culturales ilustradas: su elitismo. Es el caso, por ejemplo, del ilustrado Gaspar Melchor de Jovellanos que "aboga calurosamente por una educación al alcance de todos y por la proliferación de las escuelas públicas, pero al mismo tiempo deja entrever que el buen orden social prescribe la limitación de la instrucción para muchos a sus niveles elementales y sólo como vía á su capacitación técnica, pues lo contrario provocaría una igualación en los saberes que sería perniciosa para el equilibrio de la sociedad".24

Aquí encontraríamos el primer elemento condicionante que llevaría a frustrar la posibilidad de llevar o acercar la “luz” a todos. La visión “elitista” se concibió como una prolongación del orden previamente establecido en el absolutismo (Clase Alta, Media y Baja; pero reconocida como una situación de hecho, no institucionalizada  estratos sociales por que de serlo, la clase Alta, por ejemplo, se consideraría Aristocracia). Aunque la Revolución Francesa hubiera propugnado el acceso al poder de quienes hacen posible la economía del Estado – bajo los principios ilustrados y Liberales – y con ello arrastrado al pueblo francés a secundarle en la acción de imponerse al absolutismo, bajo promesas de libertad y progreso, la realidad sería que, una vez en el poder, la burguesía reclamaría para sí el “espacio de poder” obtenido y se olvidaría de la profundidad de las promesas dadas para sacar al pueblo de la pobreza, sumisión, esclavitud e ignorancia. (9)

 

De hecho retornaría una nueva visión única, propia del absolutismo, primero bajo el imperio de Napoleón – que sería acosado por Inglaterra financiando sucesivas coaliciones de guerras, hasta seis, bajo la idea tradicional, siempre por Inglaterra sostenida, de “no permitir que una Nación Estado o Monarquía se impusiera sobre el resto por atentar contra la seguridad” – también bajo similar criterio apoyaría la Guerra de Independencia en España, para luego imponer la monarquía absoluta por medio de los 100.000 hijos de San Luis -   se erigiera  y los postreros retornos de Francia a la monarquía). Esa nueva visión, por la cual, la burguesía era capaz de influir y decidir sobre decisiones del propio Estado – excluyendo al pueblo

 

Esta exclusión elitista se imponía en Inglaterra, durante la revolución industrial, y se extendería por el resto del continente europeo. La revolución industrial se señala con la mecanización de telares (para los cuales se usarían niños, porque se precisaban manos y dedos pequeños para entre-anudar el tejido, y los orfanatos los cederían haciendo con ellos negocio, en horarios laborales de 12 y 16 h que sería denunciado por Charles Dickens en su obra “Oliver Twist” ) y que arruinan el oficio artesano del tejedor (que realizaba su trabajo en su taller, su propia casa, al que se sumaba su familia y que no pudo competir con los nuevos telares mecánicos y una parte sustancial de la mano de obra casi gratuita) que abandonaría su oficio o se incorporaría a las fabricas de telares, toda la familia por un sueldo. La aparición de la mecanización también llegaría rápidamente a la producción de piezas que conformarían objetos de uso (como mesas o sillas) antes realizadas por los artesanos (trabajo que realizaban como un proyecto completo, desde la concepción de la silla, la fabricación de todas sus piezas, su montaje y acabado; un producto completo por el que recibía un dinero y además la satisfacción de un trabajo bien hecho) desapareciendo el artesano, que tampoco podría competir con las fábricas y que se incorporaría a ellas, con toda su familia para obtener el dinero para poder seguir viviendo. (Pasaría de trabajar desde la creatividad de concebir y diseñar un trabajo completo a realizar un movimiento repetitivo diario, durante un tiempo determinado (12 a 16 h al día) sin cobrar si enfermaba o se accidentaba y quedaba “inútil” y sin poder ausentarse o bajar el ritmo de trabajo y mucho menos hacer huelga para reclamar mejoras salariales o de horario, por que las leyes británicas aceptarían la tesis de los empresarios, por la cual una máquina parada significaba pérdidas económicas a causa del trabajador, que así sería considerado un delincuente si se ausentaba, reducía el ritmo de producción y más aún si hacía huelga). Creciendo la producción y la demanda, por los bajos precios de los productos en el mercado propio e internacional, el siguiente paso sería incorporar al mundo agrario, los agricultores que vivían casi en autarquía de las tierras comunales desde hacía siglos; sus tierras fueron parceladas y valladas con piedras, para obligar la emigración de las familias a las ciudades; y en otros lugares como Escocia, los señores o matones enviados por ellos sacaron a los campesinos de sus casas, a veces de noche, y las incendiaron para que no volvieran – de ello queda constancia en las canciones populares folclóricas que llegan a nuestros días y en las lápidas de las tumbas de aquellos que se resistieron – marcharán a las ciudades a trabajar en fábricas y factorías.   Esa visión de la producción, nacida del impulso de la Ilustración (recopilando conocimientos de todos los ámbitos, clasificándolos, promoviendo su estudio…), llevaría al desarrollo de máquinas con engranajes movidos por agua harían posible la acumulación de dinero que se reinvertiría en más fabricas y más obreros, dando el salto al vapor, mediante quema de carbón, y haciendo posible la idea de un Capitalismo, que enriquece y desarrolla la nación, pero concebido de manera elitista, desde una visión Liberal que ya nada tenía que ver con los principios liberales que proclamarían los Derechos del Hombre. Este sistema fue conocido en el resto del continente europeo que buscaría alternativas a esa visión tan alienante y esclavista generada en Inglaterra, pero que tendría que ser eficiente para competir con una Inglaterra que se ponía en cabeza y liderazgo (sometiendo a su propio pueblo y haciéndolo esclavo), Bélgica emularía el sistema británico, el resto del continente buscaría otras formulas económicas de producción.

Así pues, la Ilustración creyó en general que los más altos niveles de la formación cultural debían estar reservados únicamente a una elite. Esta elite además debía trasladar sus modelos culturales a las clases populares a través, por ejemplo, del teatro, y oponerse a las manifestaciones más "perniciosas" de la cultura popular, como las romerías, las procesiones y otras muestras de religiosidad "supersticiosa", o como la fiesta de las toros, las ferias, las mojigangas, las peleas de gallos o los carnavales.25

En este sentido, existieron poderosos instrumentos para controlar la producción cultural y prohibir aquella que no sirviera a sus intereses. En primer lugar la Inquisición española y su Índice de Libros Prohibidos encargada de la censura "a posteriori», y en segundo lugar el "Juzgado de Imprentas», dependiente del Consejo de Castilla, que otorgaba la licencia para que un libro o un folleto pudiera ser publicado, ejerciendo así la censura "a priori», que también era ejecutada por la autoridad eclesiástica que era la que otorgaba el nihil obstat sin el cual no podían publicarse los libros que abordaran temas de carácter espiritual, religioso o teológico.22

Estos instrumentos coercitivos estatales y eclesiásticos fomentaron la autocensura de buena parte de los ilustrados españoles, como se puede rastrear en su correspondencia privada. Especialmente cuando trataban dos temas, la política y la religión, y de ahí que algunos de sus trabajos permanecieron inéditos y solo fueran publicados en el siglo XIX o en el siglo XX, como la Filosofía Cristiana de Mayans, en el que utilizaba el Ensayo sobre el conocimiento humano de John Locke, una obra que podía ocasionarle problemas con la censura.23

En la mayoría de estados europeos, la universidad permaneció en general al margen de la renovación intelectual ilustrada, y las nuevas ideas se expandieron a través de las tertulias y de las academias, y de otros nuevos espacios de sociabilidad como las sociedades de agricultura, las sociedades económicas, los salones, las logias masónicas, los clubes o los cafés, en los que participaron no solo la nobleza y el clero sino otros sectores sociales interesados en mejorar la condición humana y la "sociedad civil", como se llamaba entonces a la forma de gobierno, con el fin último de lograr la "felicidad pública". En España las tertulias y las academias, y posteriormente las Sociedades Económicas de Amigos del País, fueron los principales medios en la elaboración y difusión de la cultura ilustrada.

Entre 1680 y 1720 se produjo lo que el historiador francés Paul Hazard llamó en 1935 La crisis de la conciencia europea, un período decisivo de su historia cultural ya que durante el mismo se pusieron en cuestión los fundamentos del saber hasta entonces admitido, gracias a los trabajos de John LockeRichard SimonLeibnizPierre BayleNewton, etc. En esta época culminó la revolución científica del siglo XVII; los bolandistas y los maurinos pusieron las bases de la historia crítica; el iusnaturalismo y el contractualismo se convirtieron en los nuevos fundamentos de la filosofía política; se difundieron el jansenismo y el deísmo provocando una crisis religiosa, etc.27

Según Antonio Mestre y Pablo Pérez García, estos autores que conmovieron "los cimientos de la tradición europea" compartían tres características básicas: "En primer lugar, su apuesta por una explicación racional de la realidad como requisito indispensable para desentrañarla y transformarla. En segundo término, su hastío ante la tradición, la pereza y el inmovilismo intelectual, académico y científico. Y por último, su prudencia o, si se prefiere, su convencimiento de que el camino por el que debería avanzar el progreso de las letras, las artes y las ciencias no era la senda de la revolución".28

Las nuevas corrientes culturales europeas ya eran conocidas en las dos últimas décadas del siglo XVII por los novatores —llamados así despectivamente por los tradicionalistas porque, según ellos constituían una amenaza para la fe—, por lo tanto antes de la llegada Borbones.31

Existen historiadores que aún van más lejos y afirman que la preocupación fundamental del fundador de la monarquía absoluta borbónica no fue la renovación cultural sino la política internacional y militar, lo que retrasó el "despegue" de la Ilustración en España, además de que Felipe V obstaculizó el desarrollo de la misma, como lo demuestra "la lentitud en aprobar la Regia Sociedad de Medicina y otras Ciencias de Sevilla, la prohibición de las páginas que dedicaba Ferreras a la tradición de la Virgen del Pilar que fueron suprimidas, o la persecución de Mayans por haber editado la Censura de Historias Fabulosas de Nicolás Antonio".30

Las investigaciones de las últimas décadas han puesto de manifiesto que el pensamiento político, social y económico de los ilustrados españoles en su mayor parte ha permanecido inédito ya que publicar sobre "política" en el sentido amplio de la palabra comportaba muchos riesgos, como verse envuelto en un proceso inquisitorial o tener que lidiar con el Consejo de Castilla. Gracias al estudio de los papeles manuscritos y de la correspondencia se ha podido conocer mejor lo que pensaban realmente los ilustrados españoles sobre estos temas, lo que "ha llegado a provocar alguna sorpresa mayúscula. ¡Cuán distinta ha acabado siendo, sin ir más lejos, la imagen que se tenía del Mayans y Siscar autor público y la que hemos podido forjarnos después de la edición de las veinte grandes entregas de su epistolario o de la publicación de sus inéditos filosóficos y económicos!".51

La obra más importante sobre estos temas y de mayor influjo publicada en la primera mitad del siglo XVIII fue Theórica y Práctica de Comercio y Marina de Jerónimo de Ustáriz (1724) —fue traducida al inglés en 1751 y utilizada por Adam Smith para estudiar la economía española; y al francés en 1753—. Considerada por muchos como el estudio cumbre del pensamiento mercantilista español, no se podría considerar como un paradigma del pensamiento económico de la Ilustración —que se movió entre la fisiocracia francesa y el liberalismo económico de Adam Smith—, pero sí es una obra ilustrada por dos de sus rasgos: "empeño científico y objetivo de progreso social". La obra influyó en las políticas de los últimos gobiernos de Felipe V, cuyos miembros más destacados se proclamaban "ustarizistas" y también auspició la publicación de otras obras siguiendo su estela.

En el campo científico también hubo continuidad entre la obra de los novatores y los de la primera Ilustración, "apenas interrumpida por el cambio dinástico". Precisamente el papel que desempeñaron los gobiernos de Felipe V en el desarrollo de la ciencia moderna en España es objeto de debate. Todos los estudiosos reconocen su apoyo a los progresos en las ciencias aplicadas, aunque los más críticos señalan que su finalidad era proporcionar al ejército y a la marina los "conocimientos útiles" necesarios para ponerlas a la altura del resto de las potencias europeas —incluso hay historiadores que hablan de "militarización de la ciencia española de la Ilustración"—. En esta línea crítica también se destaca que no se fundara una Real Academia de Ciencias —como las que existían en Londres, París, Berlín o San Petersburgo— "que estructurase y avalase la investigación científica de forma autónoma respecto al poder o las instituciones universitarias dominadas por la escolástica".53

En una primera etapa la herencia de los novatores fue determinante. El Compendio Matemático del Padre Tosca (1707-1715) se convirtió en el manual de las academias militares hasta el reinado de Carlos III. Asimismo el Compendium Philosophicum de Tosca, publicado en 1721, en el que se defendían las posturas mecanicistas de GalileoDescartes y Gassendi, también ejerció una gran influencia.54

Las aportaciones de Newton, cuya obra no sería conocida en profundidad en Españaaunque Feijoo se había confesado newtoniano — hasta la expedición patrocinada por la Academia de Ciencias de París para medir un grado del meridiano terrestre en Ecuador (1735-1744) en la que participaron Jorge Juan y Antonio Ulloa, quienes a su regreso y anticipándose a los franceses publicaron en 1748, Observaciones Astronómicas y Físicas, hechas de Orden de S.M. en los Reinos del Perú, "sin duda la obra científica más importante de nuestro siglo XVIII", según Antonio Domínguez Ortiz.55​ En ella se defendían los postulados newtonianos, que claro está incluía el heliocentrismo, por lo que fue objeto de examen por la Inquisición que obligó, en principio, a añadir la frase: «sistema dignamente condenado por la Iglesia». "Ulloa parece que estaba dispuesto a aceptar semejante imposición, pero Jorge Juan se negó y acudió al jesuita Andrés Marcos Burriel, quien explicó las circunstancias a Mayans. Y entre Burriel y Mayans calmaron al inquisidor general (Pérez Prado) que se conformó con que se introdujeran las palabras: «aunque esta hipótesis sea falsa»".56

La Ilustración en España "se abrió paso con dificultad y sólo llegó a constituir islotes poco extensos y nada radicales" pero que estos "islotes no surgieron al azar". "El caldo de cultivo de las ideas ilustradas se encontraba en ciudades y comarcas dotadas de una infraestructura material y espiritual: imprenta, bibliotecas, centros de enseñanza superior, sector terciario desarrollado, burguesía culta, comunicación con el exterior; condiciones difíciles de hallar en el interior, salvo en contadas ciudades: Madrid, Salamanca, Zaragoza... Más bien se hallaban en el litoral, en puertos comerciales".58

En la España interior los únicos focos ilustrados de cierta relevancia fueron Zaragoza, Salamanca y, sobre todo, Madrid. En la capital aragonesa el movimiento ilustrado se articuló en torno a la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País que fue una de las más activas de España. En ella se fundó la primera cátedra de "Economía civil" —lo que después se conocería como "Economía política"— que estuvo a cargo de Lorenzo Normante, muy influido por el napolitano Antonio Genovesi. Su crítica a la propiedad amortizada, su defensa del lujo como estímulo al crecimiento económico y la afirmación de que el celibato eclesiástico era perjudicial para el Estado, le valió muchas críticas por parte de los miembros de la universidad de Zaragoza y desde los púlpitos, campaña que culminó con la llegada la capital aragonesa del capuchino fray Diego de Cádiz, que lo denunció a la Inquisición, aunque esta decidió no intervenir, y además Normante encontró apoyo en la corte que nombró una comisión de teólogos y juristas que emitieron un dictamen favorable y pudo seguir enseñando. "Cuando marchó a Madrid su sucesor divulgó las teorías de Adam Smith, novedad absoluta en España".65

El núcleo ilustrado de Salamanca se reducía a la Universidad, cuyo claustro estaba muy dividido entre el sector tradicionalista y el defensor de la introducción de las nuevas ideas. 

Madrid fue indudablemente el centro de la Ilustración gracias a un conjunto de factores que no se encontraban en ninguna otra ciudad: instituciones docentes de espíritu moderno, ambiente cosmopolita, prensa abundante, mecenazgo de aristócratas ilustrados, una Sociedad Económica cuya actividad sobrepujó mucho a las de provincias y una presencia gubernamental que era, según los casos, impulso, freno o tutela".67

"La monarquía de Carlos III se preocupó por las ciencias e intensificó el impulso que se había dado en España durante el reinado de Fernando VI. En diversas instituciones académicas españolas trabajaron destacadas personalidades científicas... [y] en distintos organismos oficiales se introdujeron cátedras de química, y la mineralogía y la metalurgia se convirtieron en objeto de especial protección para el gobierno. Las necesidades del ejército y de la marina continuaron estimulando la introducción en España de los nuevos conocimientos de medicina, matemáticas, física experimental, geografía, cartografía y astronomía, imprescindibles para un mejor conocimiento y protección del imperio".72

Jorge Juan promovió el Real Instituto y Observatorio de la Armada, inaugurado a finales de siglo, y siguió desarrollando sus estudios astronómicos, matemáticos y físicos, que culminaron con la publicación en 1771 de Examen Marítimo, que a juicio de muchos historiadores es la "única obra española de mecánica racional que es original". Tuvo una segunda edición con adiciones de Gabriel Ciscar, que le merecieron fama universal, y fue traducida al francés, al inglés y al italiano.73​ Ciscar continuó la labor científica y docente de Jorge Juan y de Antonio Ulloa en la Escuela de Guardiamarinas para la que redactó una serie de manuales de amplia difusión como el Tratado de Aritmética (1795), el Tratado de Cosmografía (1796) o el Tratado de Trigonometría Esférica (1796). Todos estos méritos le valieron ser nombrado representante español en la comisión que iba a establecer en París el nuevo sistema de pesos y medidas de alcance universal que sería conocido como sistema métrico decimal. Su trabajo Memoria Elemental sobre los Nuevos Pesos y Medidas Decimales de 1800 fue alabado por la Academia de Ciencias de París.74

En el campo de las matemáticas también destacó, aunque con aportaciones menos originales que las de Jorge Juan o las de Ciscar, el jesuita Tomàs Cerdà, que publicó Lecciones de Matemáticas (1760) y Lección de Artillería (1764) y fue profesor del Real Colegio de Artillería de Segovia.75

En el campo de la botánica el sistema de Linneo fue aceptado por la mayoría de los científicos —y por los jardines botánicos creados entonces: Barcelona, Sevilla, Valencia, Zaragoza, etc—, gracias a la venida a España en 1751 de Pehr Löfling para estudiar la flora española y al apoyo del director del Jardín Botánico de Madrid, el valenciano Antonio José Cavanilles, autor de numerosos trabajos sobre botánica y creador y director de la revista Anales de Historia Natural. Además Cavanilles, cuyo método científico fue alabado en toda Europa, mantuvo contacto con el naturalista francés Georges Louis Leclercconde de Buffon, cuyos trabajos difundió en España el Real Gabinete de Historia Natural, que impulsó la traducción de su Historia Natural, General y Particular por José Clavijo y Fajardo, editor de El Pensador, "quien con el fin de evitar dificultades con el Santo Oficio, incluyó la retractación a que se había visto obligado el mismo Buffon".76

A diferencia de las dificultades que encontró la física newtoniana, los planteamientos de Lavoisier fueron rápidamente aceptados, y así surgieron varios laboratorios de química fundados por la Secretaría de Indias (1786), de Hacienda (1787) y por la Secretaría de Estado (1788), además de los de Azpeitia, Barcelona, Cádiz, Segovia o Valencia creados por las Sociedades Económicas de Amigos de País u otras entidades. Algo parecido ocurrió con la geología del alemán Abraham Gottlob Werner.77

Durante este período se realizaron varias expediciones científicas que tuvieron gran resonancia en toda Europa, especialmente dos. La primera estuvo dirigida por Félix de Azara, hermano del diplomático y humanista aragonés José Nicolás de Azara, y se dirigió al Río de la Plata y al Paraguay, y cuyas conclusiones publicó en una obra que en 1801 fue traducida al francés, y que clarificaba los estudios de Buffon. Se trataba de los Apuntamientos para la Historia Natural de los Quadrúpedos del Paraguay y Río de la Plata que fue seguida de los Apuntamientos para la Historia Natural de los Páxaros del Paraguay y Río de la Plata (1802-1805).78

La segunda expedición tuvo una repercusión de alcance mundial porque el objetivo de la misma fue propagar la vacuna contra la viruela, descubierta por el británico Edward Jenner, a América y Asia. Estuvo encabezada por el cirujano militar Francisco Javier Balmis, que ya era muy conocido por haber descubierto durante su estancia en las Antillas unas raíces indias como remedio para las enfermedades venéreas y cuyo hallazgo había publicado en 1794. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna tuvo lugar entre 1803 y 1806 y "alcanzó merecida fama, hasta el extremo de ser cantado [el viaje] por el poeta Manuel José Quintana y ser celebrado por los científicos extranjeros como uno de los hitos básicos en los inicios de la moderna medicina preventiva".78

Los escritores ilustrados del siglo XVIIIfilósofospolitólogoscientíficos y economistas, denominados comúnmente philosophes, y a partir de 1751 los enciclopedistas, contribuyeron a minar las bases del derecho divino de los reyes. 

La Revolución Norteamericana fue el preludio de la Revolución Francesa, ambas influidas por la filosofía de la Ilustración que ha desempeñado un rol significativo en el giro que tomaron estos eventos históricos pero su influencia debe relatarse de modo más matizado: acordarle demasiada importancia a los preceptos filosóficos nacidos durante ese siglo se revelaría como una carencia mayúscula de fidelidad historiográfica. 

La corriente de pensamiento vigente en Francia era la Ilustración, cuyos principios se basaban en la razón, la igualdad y la libertad. La Ilustración había servido de impulso a las Trece Colonias norteamericanas para la independencia de su metrópolis europea.

Tanto la influencia de la Ilustración como el ejemplo de los Estados Unidos sirvieron de «trampolín» ideológico para el inicio de la revolución en Francia.

Bajo Luis XIV, la corte de Versalles se había convertido en el centro de la cultura, la moda y el poder político. Las mejoras en la educación y la alfabetización a lo largo del siglo XVIII significaron audiencias más grandes para los periódicos y revistas, con logias masónicas y cafeterías y clubes de lectura que proporcionaron áreas donde la gente podía debatir y discutir ideas. El surgimiento de esta llamada "esfera pública" llevó a París a reemplazar a Versalles como centro cultural e intelectual, dejando a la Corte aislada y con menos capacidad de influir en la opinión.7​ 8

La población francesa creció de 18 millones en  1700 a 26 millones en 1789, lo que lo convierte en el estado más poblado de Europa; París tenía más de 600.000 habitantes, de los cuales aproximadamente un tercio estaban desempleados o no tenían trabajo regular [12]. Los métodos agrícolas ineficientes significaban que los agricultores nacionales no podían mantener estos números, mientras que las redes de transporte primitivas dificultaban el mantenimiento de los suministros incluso cuando había suficientes. Como resultado, los precios de los alimentos aumentaron en un 65% entre 1770 y 1790, pero los salarios reales aumentaron solo en un 22%.9

La escasez de alimentos fue particularmente perjudicial para el régimen, ya que muchos atribuyeron los aumentos de precios a la incapacidad del gobierno para evitar la especulación. [14] En la primavera de 1789, una mala cosecha seguida de un invierno severo había creado un campesinado rural sin nada que vender y un proletariado urbano cuyo poder adquisitivo se había derrumbado.

Las visiones tradicionales de la Revolución Francesa a menudo atribuyen la crisis financiera de la década de 1780 a los grandes gastos de la guerra anglo-francesa de 1778-1783, pero los estudios económicos modernos muestran que esto es incorrecto. En 1788, la relación entre la deuda y la renta nacional bruta en Francia era del 55,6%, en comparación con el 181,8% en Gran Bretaña. Aunque los costos de los préstamos en Francia eran más elevados, el porcentaje de los ingresos fiscales dedicados al pago de intereses era aproximadamente el mismo en ambos países.10

Sin embargo, estos impuestos los pagaban predominantemente los pobres de las zonas urbanas y rurales, y los parlamentos regionales que controlaban la política financiera bloquearon los intentos de repartir la carga de manera más equitativa. El impasse resultante frente a la angustia económica generalizada llevó a la convocatoria de los Estados Generales, que se radicalizaron por la lucha por el control de las finanzas públicas. Sin embargo, ni el nivel de la deuda estatal francesa en 1788, ni su historia previa, pueden considerarse una explicación del estallido de la revolución en 1789.11

Aunque Luis no fue indiferente a la crisis, cuando se enfrentó a la oposición, tendió a retroceder. La corte se convirtió en el blanco de la ira popular, especialmente la reina María Antonieta, que fue vista como una espía austríaca derrochadora, y acusada de la destitución de ministros "progresistas" como Jacques Necker. Para sus oponentes, las ideas de la Ilustración sobre la igualdad y la democracia proporcionaron un marco intelectual para abordar estos problemas, mientras que la Revolución Americana fue vista como una confirmación de su aplicación práctica.12

Los historiadores generalmente ven las causas subyacentes de la Revolución Francesa como impulsadas por el fracaso del Antiguo Régimen para responder a la creciente desigualdad social y económica. El rápido crecimiento de la población y las restricciones causadas por la incapacidad de financiar adecuadamente la deuda pública dieron lugar a una depresión económicadesempleo y altos precios de los alimentos4​.

Combinado con un sistema fiscal regresivo y la resistencia a la reforma de la élite gobernante, el resultado fue una crisis que Luis XVI no pudo manejar.56

El 11 de julio de 1789, el rey Luis XVI, actuando bajo la influencia de los nobles conservadores al igual que la de su hermano, el conde D'Artois, despidió al ministro Necker y ordenó la reconstrucción del Ministerio de Finanzas. Gran parte del pueblo de París interpretó esta medida como un autogolpe de la realeza, y se lanzó a la calle en abierta rebelión. Algunos de los militares se mantuvieron neutrales, pero otros se unieron al pueblo.

El 14 de julio el pueblo de París respaldó en las calles a sus representantes y, ante el temor de que las tropas reales los detuvieran, asaltaron la fortaleza de la Bastilla, símbolo del absolutismo monárquico, pero también punto estratégico del plan de represión de Luis XVI, pues sus cañones apuntaban a los barrios obreros. Tras cuatro horas de combate, los insurgentes tomaron la prisión, matando a su gobernador, el marqués Bernard de Launay. Si bien solo cuatro presos fueron liberados, la Bastilla se convirtió en un potente símbolo de todo lo que resultaba despreciable en el Antiguo Régimen. Retornando al ayuntamiento, la multitud acusó al alcalde Jacques de Flesselles de traición, quien recibió un balazo que lo mató. Su cabeza fue cortada y exhibida en la ciudad clavada en una pica, naciendo desde entonces la costumbre de pasear en una pica las cabezas de los decapitados, lo que se volvió muy común durante la Revolución
La noche del 4 de agosto de 1789, la Asamblea Nacional Constituyente, actuando detrás de los nuevos acontecimientos, suprimió por ley las servidumbres personales (abolición del feudalismo), los diezmos y las justicias señoriales, instaurando la igualdad ante el impuesto, ante penas y en el acceso a cargos públicos. En cuestión de horas, los nobles y el clero perdieron sus privilegios. 
En una Asamblea que se quería plural y cuyo propósito era la redacción de una constitución democrática, los 1200 constituyentes representaban las diversas tendencias políticas del momento.

·  La derecha representaba a las antiguas clases privilegiadas. Sus oradores más brillantes eran el aristócrata Cazalès, en representación de la nobleza, y el abad Jean-Sifrein Maury, en representación del alto clero. Se oponían sistemáticamente a todo tipo de reformas y buscaban más sembrar la discordia que proponer medidas.13

·  En torno al antiguo ministro Jacques Necker se constituyó un partido moderado, poco numeroso, que abogaba por el establecimiento de un régimen parecido al británico: Jean-Joseph Mounier, el conde de Lally-Tollendal, el conde de Clermont-Tonnerre y el conde de Vyrieu, formaron un grupo denominado «demócratas realistas»[cita requerida]. Se les llamó más tarde «partido monárquico».13

·  El resto (y mayoría) de la Asamblea conformaba lo que se llamaba el «partido de la nación». En él se dibujaban dos grandes tendencias, sin que ninguna tuviera homogeneidad ideológica. MirabeauLafayette y Bailly representaban la alta burguesía, mientras que el triunvirato compuesto por BarnaveDuport y Lameth encabezaba los que defendían las clases más populares; los tres procedían del Club Breton y eran portavoces de las sociedades populares y de los clubes. Representaban la franja más izquierdista de la Asamblea, dado que aún no se manifestaban los grupos radicales que iban a aparecer más adelante.13

En ese primer periodo constituyente, los líderes indiscutibles de la Asamblea eran Mirabeau y el abad Sieyès.13

El 27 de agosto de 1789 la Asamblea publicó la  Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano inspirándose en parte en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y estableciendo el principio de  libertad, igualdad y fraternidad. Dicha declaración establecía una declaración de principios que serían la base ineludible de la futura Constitución. 

El curso de los acontecimientos estaba ya marcado, si bien la implantación del nuevo modelo no se hizo efectiva hasta 1793. El rey, junto con sus seguidores militares, retrocedió al menos por el momento. Lafayette  tomó el mando de la  Guardia Nacional de París y Jean-Sylvain Bailly, presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, fue nombrado nuevo alcalde de París. El rey visitó París el 27 de julio y aceptó la escarapela tricolor.

Sin embargo, después de estos actos de violencia, los nobles, no muy seguros del rumbo que tomaría la reconciliación temporal entre el rey y el pueblo, comenzaron a salir del país, algunos con la intención de fomentar una guerra civil en Francia y de llevar a las naciones europeas a respaldar al rey. Estos fueron conocidos como los émigrés (emigrados).

La Asamblea Nacional Constituyente no era solo un órgano legislativo, sino la encargada de redactar una nueva constitución. Algunos, como Necker, favorecían la creación de una asamblea bicameral en donde el Senado sería escogido por la Corona entre los miembros propuestos por el pueblo. Los nobles, por su parte, favorecían un Senado compuesto por miembros de la nobleza elegidos por los propios nobles. Prevaleció, sin embargo, la tesis liberal de que la Asamblea tendría una sola cámara, quedando el rey solo con el poder de veto, pudiendo posponer la ejecución de una ley, pero no su total eliminación.

El movimiento de los monárquicos para bloquear este sistema fue desmontado por el pueblo de París, compuesto fundamentalmente por mujeres (llamadas despectivamente «las Furias»), que marcharon el 5 de octubre de 1789 sobre Versalles. Tras varios incidentes, el rey y su familia se vieron obligados a abandonar Versalles  y se trasladaron al  palacio de las Tullerías en París.

​ La iglesia era el terrateniente individual más grande de Francia, controlando casi el 10% de todas las propiedades y los diezmos recaudados, efectivamente un impuesto del 10% sobre la renta, recaudado de los campesinos en forma de cultivos. A cambio, proporcionó un nivel mínimo de apoyo social.15  Los decretos de agosto abolieron los diezmos, y el 2 de noviembre la Asamblea confiscó todas las propiedades de la iglesia, cuyo valor se utilizó para respaldar un nuevo papel moneda conocido como assignats. A cambio, el estado asumió responsabilidades como pagar al clero y cuidar a los pobres, los enfermos y los huérfanos. El 13 de febrero de 1790, se disolvieron las órdenes religiosas y los monasterios, mientras se animaba a los monjes y monjas a volver a la vida privada. La Constitución Civil del Clero del 12 de julio de 1790 los convirtió en empleados del estado, además de establecer tarifas de pago y un sistema para elegir sacerdotes y obispos. El Papa Pío VI y muchos católicos franceses se opusieron a esto porque negaba la autoridad del Papa sobre la Iglesia francesa. En octubre, treinta obispos redactaron una declaración denunciando la ley, lo que avivó aún más la oposición. 16​ 17

Cuando se requirió que el clero jurara lealtad a la Constitución Civil en noviembre de 1790, menos del 24% lo hizo; el resultado fue un cisma con los que se negaron, el "clero que no jura" o el "clero refractario". Esto endureció la resistencia popular contra la injerencia del Estado, especialmente en áreas tradicionalmente católicas como Normandía, Bretaña y Vendée, donde solo unos pocos sacerdotes prestaron juramento y la población civil se volvió contra la revolución. La negativa generalizada dio lugar a nuevas leyes contra el clero, muchos de los cuales fueron obligados a exiliarse, deportados o ejecutados18​.

Bajo el Antiguo Régimen la Iglesia era el mayor terrateniente del país. Más tarde se promulgó una legislación que convirtió al clero en empleados del Estado. 

La revolución se enfrentó duramente con la Iglesia católica, que pasó a depender del Estado. En 1790 se eliminó la autoridad de la Iglesia de imponer impuestos sobre las cosechas, se eliminaron también los privilegios del clero y se confiscaron sus bienes. 

Fueron unos años de dura represión para el clero, siendo comunes la prisión y masacre de sacerdotes en toda Francia. El Concordato de 1801 entre la Asamblea y la Iglesia finalizó este proceso y establecieron normas de convivencia que se mantuvieron vigentes hasta el 11 de diciembre de 1905, cuando la Tercera República sentenció la separación definitiva entre la Iglesia y el Estado. El viejo calendario gregoriano, propio de la religión católica, fue anulado por Billaud-Varenne, en favor de un «calendario republicano» y una nueva era, que establecía como primer día el 22 de septiembre de 1792.

A principios de 1791, la Asamblea consideró introducir una legislación contra los franceses que emigraron durante la Revolución (émigrés). Se pretendía coartar la libertad de salir del país para fomentar desde el extranjero la creación de ejércitos contrarrevolucionarios, y evitar la fuga de capitales. Mirabeau se opuso rotundamente a esto. Sin embargo, el 2 de marzo de 1791 Mirabeau fallece, y la Asamblea adopta esta draconiana medida.

El 20 de junio de 1791Luis XVI, opuesto al curso que iba tomando la Revolución, huyó junto con su familia de las Tullerías. Sin embargo, al día siguiente cometió la imprudencia de dejarse ver, fue arrestado en Varennes por un oficial del pueblo y devuelto a París escoltado por la guardia. A su regreso a París el pueblo se mantuvo en silencio y, tanto él como su esposa, María Antonieta, sus dos hijos (María Teresa y Luis-Carlos, futuro Luis XVII) y su hermana (Madame Elizabeth) permanecieron bajo custodia.

(Moneda francesa de 1791. En el anverso aparece el rey Luis XVI con el epígrafe: «Luis XVI rey de los franceses». El reverso lleva un haz de lictor con un gorro frigio, símbolos de la Revolución, y la inscripción «la nación, la ley, el rey»).

El 3 de septiembre de 1791, fue aprobada la primera constitución de la historia de Francia. Una nueva organización judicial dio características temporales a todos los magistrados y total independencia de la Corona. Al rey solo le quedó el poder ejecutivo y el derecho de vetar las leyes aprobadas por la Asamblea Legislativa. La Asamblea, por su parte, eliminó todas las barreras comerciales y suprimió las antiguas corporaciones mercantiles y los gremios; en adelante, los individuos que quisieran desarrollar prácticas comerciales necesitarían una licencia, y se abolió[cita requerida] el derecho a la huelga.

Aun cuando existía una fuerte corriente política que favorecía la monarquía constitucional, al final venció la tesis de mantener al rey como una figura decorativa. Jacques Pierre Brissot introdujo una petición insistiendo en que, a los ojos del pueblo, Luis XVI había sido depuesto por el hecho de su huida. Una inmensa multitud se congregó en el Campo de Marte para firmar dicha petición. Georges-Jacques Danton y Camille Desmoulins pronunciaron discursos exaltados. La Asamblea pidió a las autoridades municipales guardar el orden. Bajo el mando de Lafayette, la Guardia Nacional se enfrentó a la multitud. Al principio, tras recibir una oleada de piedras, los soldados respondieron disparando al aire; dado que la multitud no cedía, Lafayette ordenó disparar a los manifestantes, ocasionando más de cincuenta muertos.

Tras esta masacre, las autoridades cerraron varios clubes políticos, así como varios periódicos radicales, como el que editaba Jean-Paul Marat. Danton se fugó a Inglaterra y Desmoulins y Marat permanecieron escondidos.

Mientras tanto, la Asamblea había redactado la Constitución y el rey había sido mantenido en custodia, aceptándola. El rey pronunció un discurso ante la Asamblea, que fue acogido con un fuerte aplauso. La Asamblea Nacional Constituyente cesó en sus funciones el 29 de septiembre de 1791.

Bajo la Constitución de 1791, Francia funcionaría como una monarquía constitucional. El rey tenía que compartir su poder con la Asamblea, pero todavía mantenía el poder de veto y la potestad de elegir a sus ministros.

La  Asamblea Legislativa se reunió por primera vez el 1 de octubre de 1791. La componían 264 diputados situados a la derecha: feuillants (dirigidos por Barnave, Duport y Lameth), y girondinos, portavoces republicanos de la gran burguesía. En el centro figuraban 345 diputados independientes, carentes de programa político definido. A la izquierda 136 diputados inscritos en el club de los jacobinos o en el de los cordeliers, que representaban al pueblo llano parisino a través de sus periódicos L´Ami du Peuple y Le Père Duchesne, y con Marat y Hebert como portavoces. Pese a su importancia social y el apoyo popular y de la pequeña burguesía, en la Asamblea era escasa la influencia de la izquierda, pues la Asamblea estaba dominada por las ideas políticas que representaban los girondinos. Mientras los jacobinos tenían detrás a la gran masa de la pequeña burguesía, los cordeliers contaban con el apoyo del pueblo llano, a través de las secciones parisienses.

Este gran número de diputados se reunían en los clubes, germen de los partidos políticos. El más célebre de entre estos fue el partido de los  jacobinos, dominado por  Robespierre. A la izquierda de este partido se encontraban los  cordeliers,  quienes defendían el sufragio universal  masculino (derecho de todos los hombres al voto a partir de una determinada edad). Los cordeliers querían la eliminación de la monarquía e instauración de la república. Estaban dirigidos por Jean-Paul Marat y Georges-Jacques Danton, representando siempre al pueblo más humilde. El grupo de ideas más moderadas era el de los girondinos, que defendían el sufragio censitario y propugnaban una monarquía constitucional descentralizada. También se encontraban aquellos que formaban parte de «el Pantano», o «el Llano», como eran llamados aquellos que no tenían un voto propio, y que se iban por las proposiciones que más les convenían, ya vinieran de los jacobinos o de los girondinos.

Mientras tanto, dos potencias absolutistas europeas, Austria y Prusia, se dispusieron a invadir la Francia revolucionaria, lo que hizo que el pueblo francés se convirtiera en un ejército nacional, dispuesto a defender y a difundir el nuevo orden revolucionario por toda Europa.

Durante la guerra, la libertad de expresión permitió que el pueblo manifestase su hostilidad hacia la reina María Antonieta (llamada la Austriaca por ser hija de un emperador de aquel país y Madame Déficit por el gasto que había representado al Estado, que no era mayor que la mayoría de los cortesanos) y contra Luis XVI, que casi siempre se negaba a firmar leyes propuestas por la Asamblea Legislativa.

El 10 de agosto de 1792, las masas asaltaron el palacio de las Tullerías, y la Asamblea Legislativa suspendió las funciones constitucionales del rey. La Asamblea acabó convocando elecciones con el objetivo de configurar (por sufragio universal) un nuevo parlamento que recibiría el nombre de Convención. Aumentaba la tensión política y social en Francia, así como la amenaza militar de las potencias europeas. El conflicto se planteaba así entre una monarquía constitucional francesa en camino de convertirse en una democracia republicana, y las monarquías europeas absolutas. El nuevo parlamento elegido ese año abolió la monarquía y proclamó la república. Creó también un nuevo calendario, según el cual el año 1792 se convertiría en el año 1 de su nueva era.

El poder legislativo de la nueva República estuvo a cargo de la Convención Nacional, mientras que el poder ejecutivo recayó sobre el Comité de Salvación Pública.

En el manifiesto de Brunswick, los Ejércitos Imperiales y de Prusia amenazaron con invadir Francia si la población se resistía al restablecimiento de la monarquía. Esto ocasionó que Luis XVI fuera visto como conspirador con los enemigos de Francia. El 17 de enero de 1793, la Convención condenó al rey a muerte por una pequeña mayoría, acusándolo de «conspiración contra la libertad pública y la seguridad general del Estado». El 21 de enero el rey fue ejecutado, lo cual encendió nuevamente la mecha de la guerra con otros países europeos. La reina María Antonieta, nacida en Austria y hermana del emperador, fue ejecutada el 16 de octubre del mismo año, iniciándose así una revolución en Austria para sustituir a la reina. Esto provocó la ruptura de toda relación entre ambos países.

En el manifiesto de Brunswick, los Ejércitos Imperiales y de Prusia amenazaron con invadir Francia si la población se resistía al restablecimiento de la monarquía. Esto ocasionó que Luis XVI fuera visto como conspirador con los enemigos de Francia. El 17 de enero de 1793, la Convención condenó al rey a muerte por una pequeña mayoría, acusándolo de «conspiración contra la libertad pública y la seguridad general del Estado». El 21 de enero el rey fue ejecutado, lo cual encendió nuevamente la mecha de la guerra con otros países europeos. La reina María Antonieta, nacida en Austria y hermana del emperador, fue ejecutada el 16 de octubre del mismo año, iniciándose así una revolución en Austria para sustituir a la reina. Esto provocó la ruptura de toda relación entre ambos países.

El mismo día en el que se reunía la Convención (20 de septiembre de 1792), todas las tropas francesas (formadas por tenderos, artesanos y campesinos de toda Francia) derrotaron por primera vez a un ejército prusiano en Valmy, lo cual señalaba el inicio de las llamadas guerras revolucionarias francesas.

la situación económica seguía empeorando, lo cual dio origen a revueltas de las clases más pobres. Los llamados sans-culottes expresaban su descontento por el hecho de que la Revolución francesa no solo no estaba satisfaciendo los intereses de las clases bajas, sino que incluso algunas medidas liberales causaban un enorme perjuicio a estas (libertad de precios, libertad de contratación, Ley Le Chapelier, etcétera). Al mismo tiempo se comenzaron a gestar luchas antirrevolucionarias en diversas regiones de Francia. En la Vandea, un levantamiento popular fue especialmente significativo: campesinos y aldeanos se alzaron por el rey y las tradiciones católicas, provocando la llamada guerra de Vandea, reprimida tan cruentamente por las autoridades revolucionarias parisinas que se ha llegado a calificar de genocidio. Por otra parte, la guerra exterior amenazaba con destruir la Revolución y la república. Todo ello motivó la trama de un golpe de Estado por parte de los jacobinos, quienes buscaron el favor popular en contra de los girondinos. La alianza de los jacobinos con los sans-culottes se convirtió de hecho en el centro del gobierno.

Se redactó en 1793 una nueva Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, y una nueva constitución de tipo democrático que reconocía el sufragio universal. El Comité de Salvación Pública cayó bajo el mando de Maximilien Robespierre y los jacobinos desataron lo que se denominó el Reinado del Terror (1793-1794). No menos de 10 000 personas fueron guillotinadas ante acusaciones de actividades contrarrevolucionarias. La menor sospecha de dichas actividades podía hacer recaer sobre una persona acusaciones que eventualmente la llevarían a la guillotina. El cálculo total de víctimas varía, pero se cree que pudieron ser hasta 40 000 los que fueron víctimas del Terror.

En 1794, Robespierre[cita requerida] procedió a ejecutar a ultrarradicales y a jacobinos moderados.192021​ Su popularidad, sin embargo, comenzó a erosionarse. El 27 de julio de 1794, ocurrió otra revuelta popular[cita requerida] contra Robespierre, apoyada por los moderados que veían peligroso el trayecto de la Revolución, cada vez más exaltada. El pueblo, por otro lado, se rebela contra la condición burguesa de Robespierre que, revolucionario antes, ahora persigue a Verlet, Leclerc y Roux[cita requerida]. Los miembros de la Convención lograron convencer al Pantano, y derrocar y ejecutar a Robespierre junto con otros líderes del Comité de Salvación Pública. 

La Convención aprobó una nueva constitución el 17 de agosto de 1795, ratificada el 26 de septiembre en un plebiscito. La nueva Constitución, llamada Constitución del Año III, confería el poder ejecutivo a un Directorio, formado por cinco miembros llamados directores. El poder legislativo sería ejercido por una asamblea bicameral, compuesta por el Consejo de Ancianos (250 miembros) y el Consejo de los Quinientos. Esta Constitución suprimió el sufragio universal masculino y restableció el sufragio censitario.

La nueva Constitución encontró la oposición de grupos monárquicos y jacobinos. Hubo diferentes revueltas que fueron reprimidas por el ejército, todo lo cual motivó que el general Napoleón Bonaparte, retornado de su campaña en Egipto, diera el 9 de noviembre de 1799 un golpe de Estado (18 de Brumario), instalando el Consulado.

La nueva Constitución encontró la oposición de grupos monárquicos y jacobinos. Hubo diferentes revueltas que fueron reprimidas por el ejército, todo lo cual motivó que el general Napoleón Bonaparte, retornado de su campaña en Egipto, diera el 9 de noviembre de 1799 un golpe de Estado (18 de Brumario), instalando el Consulado.

Las mujeres ocuparon las calles durante las semanas precedentes a la insurrección y tuvieron un papel protagonista en el inicio de la Revolución. El 5 de octubre de 1789 fueron ellas quienes iniciaron la marcha hacia Versalles a buscar al rey. Sin embargo, cuando las asociaciones revolucionarias dirigen el alzamiento las mujeres quedan excluidas del pueblo deliberante, del pueblo armado -la guardia nacional-, de los comités locales y de las asociaciones políticas.

Al no poder participar en las asambleas políticas toman la palabra en las tribunas abiertas al público y crean los clubes femeninos en los que leen y debaten las leyes y los periódicos. Entre los más reconocidos estaba la  Sociedad Patriótica y de Beneficencia de las Amigas de la Verdad (1791-1792), fundada por Etta Palm, en el que se reclamaba educación para las niñas pobres, divorcio y derechos políticos.

Entre las revolucionarias más destacadas se encontraba la dramaturga y activista política, considerada precursora del feminismoOlympe de Gouges, la cual escribió la  Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana (1793), reivindicando la equiparación de derechos entre hombres y mujeres. Olympe de Gouges se enfrentó a Robespierre y publicó la carta Pronostic de Monsieur Robespierre pour un animale amphibie,26​ que la llevó a ser acusada de intrigas sediciosas. Fue juzgada, condenada a muerte y guillotinada.27

El 30 de septiembre de 1793 se prohibieron los clubes femeninos. En 1794 se insistió en la prohibición de la presencia femenina en cualquier actividad política, y en mayo de 1795 la Convención prohibió a las mujeres asistir a las asambleas política ordenando que se retiraran a sus domicilios bajo orden de arresto si no cumplían lo prescrito.28​ Finalmente el Código Napoleónico aprobado en 1804 consagró la derrota femenina en la lucha por la igualdadlibertad y fraternidad que la revolución significó para los varones.29

 Las medidas que tomó José Moñinoconde de Floridablanca, como primer Secretario de Estado y del Despacho, en cuanto tuvo conocimiento del estallido de la Revolución Francesa en julio de 1789 respondieron al miedo a que en España pudiera ocurrir lo mismo, pues en aquel momento la Monarquía carecía de un dispositivo de seguridad y orden público que pudiera contrarrestar las posibles algaradas revolucionarias. Inmediatamente, pues, Floridablanca tomó una serie de medidas para evitar el "contagio", impidiendo que se conociera lo que estaba sucediendo en Francia y poniendo todo tipo de trabas a la propagación de las "ideas perniciosas" de los revolucionarios franceses. Así, por ejemplo, ordenó, según sus propias palabras, «formar un cordón de tropas en toda la frontera de mar a mar al modo que se hace cuando hay peste para que no se nos comunique el contagio».2​ Asimismo, cerró precipitadamente las Cortes de Madrid de 1789 que desde el 19 de septiembre estaban reunidas para jurar al heredero al trono, debido a los últimos acontecimientos de Francia, pues el 6 de octubre se había producido el asalto al palacio de Versalles por los "patriotas" parisinos y Luis XVI se había visto obligado a trasladarse a París junto a la Asamblea Nacional Constituyente −que desde el 14 de julio, tras la toma de la Bastilla, se había convertido en el nuevo poder soberano de Francia−.3

(Retrato del conde de Floridablanca por Pompeo Batoni)

Además Floridablanca decidió suspender todos los periódicos, excepto los oficiales (Gazeta de Madrid, Mercurio, Diario de Madrid), los cuales tenían prohibido mencionar los acontecimientos franceses; reforzar el control ideológico de la Inquisición, retornando a su primitiva función de aparato represivo al servicio de la Monarquía; crear en 1791 la llamada Comisión Reservada para perseguir a aquellas personas que defendieran las "ideas revolucionarias" —los miembros de la Comisión debían introducirse en las tertulias de personajes influyentes e informar de los temas de conversación y de quiénes intervenían—; confeccionar un censo de extranjeros para controlar sus movimientos, especialmente de los franceses, y a los que sólo se permitiría la estancia en España a los que jurasen fidelidad a la religión católica y al rey; ordenar a los corregidores que retiraran toda la propaganda que estimaran subversiva; etc.2

Los acontecimientos franceses también tuvieron su impacto en el Imperio de las Indias ya que España ya no pudo contar con la ayuda de la Monarquía francesa vinculada a la española por los pactos de familia —así llamados al ser los Borbones la casa reinante en ambas monarquías—, como ocurrió con la disputa mantenida con Gran Bretaña por el territorio de Nutka. Y también afectaron a la política mediterránea porque cuando las plazas del norte de África de Orán y Mazalquivir fueron atacadas por los piratas berberiscos el gobierno de Madrid optó por abandonarlas, a pesar de que habían resistido los ataques, para centrarse por completo en lo que estaba sucediendo en Francia.5

Los acontecimientos en Francia obligaron finalmente a la Monarquía española a dejar en suspenso los "pactos de familia" con la Monarquía de Francia. La detención de Luis XVI en Varennes, tras su intento de fuga de París, en junio de 1791, inclinaron a Floridablanca a intervenir en defensa del rey francés y al envío de una nota diplomática a la Asamblea Nacional francesa en la que exhortaba a los franceses a respetar «la dignidad eminente de su persona sagrada [Luis XVI], su libertad, sus inmunidades y las de la familia real». La nota fue considerada como una injerencia inadmisible en los asuntos internos de Francia y empeoró las relaciones entre los dos estados —un diputado de la Asamblea afirmó que «las potencias de Europa sabrán que moriremos, si es necesario; pero que no permitiremos que intervengan en nuestros asuntos»

En un informe titulado Exposición que el señor Floridablanca hizo y leyó a S.M, en el Consejo, dando una idea sucinta del Estado de la Francia, de la Europa y de la España, con fecha 19 de febrero de 1792, el primer secretario resumía así lo que había sucedido en Francia tras el triunfo de la Revolución: «El Estado de la Francia es el de haber reducido al Rey al de un simple ciudadano» convertido en «el primer empleado en el servicio de la Nación»; haber destruido «la jerarquía eclesiástica» y «la nobleza, los blasones y armas, los títulos y todas las distinciones de honor»; haber proclamado «que todos los hombres son iguales, y que así el más infeliz artesano o jornalero es igual al propio Rey» y que la «Asamblea legislativa... podrá dictar leyes y decretos a su mismo soberano y a toda la nación y finalmente, que tendrá una absoluta libertad de hablar, escribir y obrar como le parezca». Su informe concluía con la frase: «En Francia se acabó todo».

Carlos IV destituía al conde de Floridablanca y nombraba en su lugar al conde de Aranda, partidario de llevar adelante una política menos inflexible con la nueva "Monarquía Constitucional" francesa. Parece que una de las personas que convencieron al rey para que destituyera a Floridablanca fue el nuevo embajador francés, el caballero de Bourgoing, que en una entrevista mantenida con Carlos IV justo el día anterior a la destitución del conde, habría amenazado con la ruptura con España si se mantenía la política intransigente de este 

En Francia el nombramiento de Aranda fue recibido con entusiasmo e incluso Condorcet le envió una carta de felicitación en el que le llamaba «defensor de la libertad contra la superstición y el despotismo». Inmediatamente Aranda desmontó el entramado administrativo creado por Floridablanca y suprimió la Junta Suprema de Estado que fue sustituida por el Consejo de Estado 

El conde de Aranda puso en marcha su programa de acercamiento a Francia para influir positivamente en la situación del rey y contar con el apoyo francés frente a Gran Bretaña. Así, por ejemplo, se suavizaron los controles sobre la prensa y en las fronteras. Sin embargo, Aranda acabó siendo desbordado por la radicalización de la revolución francesa —en agosto de 1792 Luis XVI fue destituido y encarcelado junto con su familia acusado de traición y al mes siguiente se proclamaba la República—. El conde de Aranda retiró al embajador en París, el conde de Fernán Núñez, y reunió al Consejo de Estado que acordó iniciar los preparativos para una intervención armada contra la «nación francesa y reducirla a la razón». 

Se comenzaron a desplegar los dos ejércitos que invadirían Francia por los dos extremos de los Pirineos se pusieron en evidencia los problemas logísticos que planteaba la operación y las graves deficiencias que presentaban las unidades militares que iban a intervenir. Aranda confiaba en que los ejércitos prusiano y austríaco que iban a invadir Francia por el norte conquistaran rápidamente París y no fuera necesaria la intervención española, pero cuando éstos fueron derrotados en la batalla de Valmy del 21 de septiembre y los ejércitos revolucionarios franceses pasaron a la ofensiva toda su estrategia se vino abajo. Aranda optó entonces por defender la neutralidad, dada la falta de preparación del ejército español, por lo que en noviembre fue destituido por Carlos IV partidario de la intervención —como lo eran también los emigrés residentes en la corte de Madrid o el nuncio del Papa, declarado antiarandista «por el bien de la religión y del Estado»—. El conde de Aranda, que sólo estuvo ocho meses en el poder, fue sustituido por Manuel Godoy, un joven oficial de la Guardia de Corps proveniente de una familia hidalga extremeña, que se había ganado la confianza de los reyes por la lealtad que les profesaba.10

El objetivo prioritario encomendado por los reyes a Godoy fue salvar la vida del jefe de la Casa de Borbón y éste empleó todos los medios que tuvo a su alcance —incluido el soborno a miembros destacados de la Convención, que era la institución que estaba juzgando a Luis XVI

Las principales potencias europeas, incluida la Monarquía española y también Gran Bretaña —que firmaron el Tratado de Aranjuez—, entraron en guerra contra la República francesa. El Conde de Aranda, que aún era miembro del Consejo de Estado y del Consejo de Castilla, desaconsejó al rey en un informe confidencial la declaración de guerra alegando que el ejército español no estaba en condiciones de combatir, además de que las malas comunicaciones en el norte de España dificultaría el movimiento de las tropas y su aprovisionamiento. Con este motivo tuvo un violento enfrentamiento con Godoy en la reunión que mantuvo el Consejo de Estado el 14 de marzo de 1793, lo que se tradujo en que Aranda fuera desterrado a Jaén y finalmente a la Alhambra de Granada donde quedó confinado.13

Así, en los años 90 del siglo XVIII también se produjo una importante agitación "liberal" —proliferación de pasquines sediciosos, ostentación de símbolos revolucionarios, circulación de panfletos subversivos—, impulsada desde Bayona por una serie de ilustrados españoles exiliados que adoptaron los principios y los ideales de la Revolución Francesa. El miembro más destacado y animador principal de este grupo era José Marchena, editor de la Gaceta de la Libertad y de la Igualdad, que estaba redactada en español y en francés, y cuya finalidad declarada era «preparar los espíritus españoles para la libertad». Además fue el redactor de la proclama A la Nación española, publicada en Bayona en 1792 con una tirada de 5.000 ejemplares, y en la que entre otras cosas pedía la supresión de la Inquisición, el restablecimiento de las Cortes estamentales o la limitación de los privilegios del clero —un programa ciertamente bastante moderado, dada la cercanía de Marchena a los girondinos—. Junto a Marchena se encontraban Miguel Rubín de CelisJosé Manuel Hevia y Vicente María Santibáñez —este último tal vez el más radical, cercano a los jacobinos, defendía la formación de una Cortes que representaran a la «nación»—.25 

Godoy inició una campaña "patriótica" sin precedentes en la que los miembros del clero anti-ilustrado participaron de forma entusiástica convirtiendo la guerra en una "cruzada" en defensa de la Religión y de la Monarquía y en contra del "impío francés" y de la "perversa Francia", encarnación del Mal Absoluto, e identificando la Ilustración con la RevoluciónFray Jerónimo Fernando de Cevallos escribió a Godoy en 1794 que «los franceses, con doscientos mil sans-culottes podrán hacer una devastación horrible, ¿pero cuánto mejor será la que hará cuatro o cinco millones de sansculottes, que están para nacer en España de labradores, artesanos, mendigos, vagos y canallas, si toman el gusto a los principios seductores de los Filósofos?».14

Los que lanzaron la campaña se basaron en el "mito reaccionario" que explicaría la Revolución como el resultado de una "conspiración" universal de "tres sectas" atentatorias contra «la pureza del catolicismo y el buen gobierno» (la filosófica, la jansenista y la masónica). Una "teoría conspirativa" elaborada por el abate francés Agustín Barruel y que en España difundirán fray Diego José de Cádiz, autor de El soldado católico en guerra de religión, y otros. 

La Convención por su parte intentó contrarrestar la campaña antifrancesa contrarrevolucionaria con varios manifiestos como el Aviso al pueblo español o el llamado Als catalans en los que destacaban que se habían formado una «coalición monstruosa» con todos los tiranos de Europa, pero no tuvo ningún efecto frente a los relatos difundidos por los periódicos sobre la forma de actuar de los franceses —de la toma de Besalú informaron de que «en los templos derribaron las imágenes, las arcabucearon y después se ensuciaron con todo; en algunos pueblos han forzado a las mujeres y muerto a otras»— y sobre las ideas que propagaban, como la «destructora y absurda» idea de la igualdad que «borraba la natural distinción entre dueños y esclavos, próceres e ínfima plebe».16

Como consecuencia de la campaña "patriótica" a favor de la guerra con la Convención, en muchos lugares se produjeron ataques contra residentes franceses que nada tenían que ver con lo que estaba sucediendo en su país, con el "argumento" de que "todos" los franceses eran «infieles, judíos, herejes y protestantes», como afirmó un fabricante de linternas de Requena que propuso exterminarlos utilizando unos polvos elaborados por él para esparcir «peste, malos granos, carbunclos y landres».17

La guerra contra la República Francesa llamada Guerra de la Convención o Guerra de los Pirineos y en Cataluña Guerra Gran, 'Guerra Grande'— resultó un desastre porque el ejército no estaba preparado y el estado de las comunicaciones dificultó el desplazamiento y abastecimiento de tropas, lo que venía a dar la razón al conde de Aranda. El ejército español compuesto por unos 55.000 soldados se desplegó en el centro y en los dos extremos de los Pirineos. La iniciativa la tomó el ejército estacionado en Cataluña que estaba al mando del general Antonio Ricardos que ocupó rápidamente el Rosellón pero sin llegar a ocupar la capital, Perpiñán —las tropas se dedicaron más bien a realizar actos simbólicos como sustituir la bandera tricolor de la República por la blanca de los Borbones o talar los árboles de la libertad—.18​ 19

La contraofensiva republicana francesa se produjo a finales de 1793 ocupando el Valle de Arán y Puigcerdá, donde imprimieron la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano en catalán, y al año siguiente Seo de UrgelCamprodónSan Juan de las Abadesas y Ripoll. En marzo de 1794 moría el general Ricardos que era sustituido por el conde de la Unión que se replegaba hacia el Ampurdán. A fines de 1794 caía el estratégico fuerte de San Fernando de Figueras que se creía inexpugnable —en realidad fue entregado por los oficiales de forma "vergonzosa"—,19​ lo que desmoralizó a las tropas que combatían en Cataluña. En el extremo occidental de los Pirineos el avance francés casi no encontró oposición y fueron cayendo Fuenterrabía —donde según los rumores los soldados republicanos franceses cometieron profanaciones en edificios religiosos como vestir «a un santo de guardia nacional»— y San SebastiánTolosaBilbao y Vitoria, quedando libre el camino hacia Madrid. Mientras, en Cataluña caía Rosas en febrero de 1795 lo que dejaba expedito el avance hacia Barcelona.2019

Durante la ocupación del País Vasco y del norte de Cataluña los revolucionarios franceses alentaron el particularismo en ambos territorios. En Cataluña prometieron la liberación del «yugo castellano» mediante la formación de una república catalana independiente con el propósito final de asimilarla a la República Francesa mediante la ruptura de «los lazos comerciales de este país [Cataluña] con el resto de España [y] multiplicarlos con nosotros a través de fáciles caminos» y la introducción de «la lengua francesa». En el otro lado los militares castellanos que mandaban las tropas de Carlos IV intentaron ganarse la confianza de los habitantes del antiguo Principado, que habían mostrado su rechazo a los reclutamientos y había habido conatos de indisciplina y deserciones, redactando en catalán las proclamas y manifiestos, lo que no sucedía desde el Decreto de Nueva Planta de Cataluña de 1716. Asimismo restablecieron el somatén que también había sido abolido por la "Nueva Planta" borbónica, y se permitió la creación de Juntas de Defensa y Armamento que debían culminar con la formación de una hipotética Junta del Principado que nunca llegó a ser realidad. Solo funcionaron las Juntas a nivel de corregimiento con la única finalidad de «contener al enemigo» y bajo el control estricto del Capitán General.22

En el País Vasco la iniciativa la tomó la Junta General de Guipúzcoa que tras la reunión celebrada en Guetaria en junio de 1794 planteó a las autoridades francesas la posible independencia de la "provincia", aunque lo que a ésta le ofrecieron fue integrarse en la República francesa, alternativa "imposible, pues los valores y los conceptos revolucionarios eran absolutamente ajenos al mundo tradicional y corporativo de la sociedad vasca", afirma Enrique Giménez —aunque tras la guerra algunos "colaboracionistas" guipuzcoanos que fueron juzgados mostraron su adhesión a los valores republicanos: «miraban hacia Francia y exclamaban: ¡Viva la República!». En el otro lado, al igual que en Cataluña, las autoridades militares españolas estimularon el "foralismo" vasco y navarro para que sus habitantes se comprometieran en la lucha contra el invasor, aunque precisamente los fueros plantearon problemas de reclutamiento de soldados.23

En el interior de España también hubo agitación liberal, cuya realización de mayor impacto fue la "conspiración de San Blas", así llamada porque fue descubierta el 3 de febrero de 1795, día de San Blas. Estaba encabezada por el ilustrado mallorquín Juan Picornell —cuyas preocupaciones hasta entonces se habían centrado en la renovación pedagógica y en el fomento de la educación pública— y los conjurados trataban de dar un golpe de estado apoyado por las clases populares madrileñas para «salvar a la Patria de la entera ruina que la amenaza». Tras el triunfo del golpe se habría formado una Junta Suprema, que actuaría como gobierno provisional en representación del pueblo, y tras la elaboración de una Constitución se habrían celebrado elecciones, sin que estuviera claro si los conjurados se decantaban por la Monarquía constitucional o por la República, aunque sí sabían que la divisa del nuevo régimen sería libertad, igualdad y abundancia. Picornell y los otros tres detenidos fueron condenados a morir en la horca, pero la pena fue conmutada por la de cadena perpetua que debían cumplir en la prisión de La Guaira en Venezuela, pero consiguieron escapar de allí el 3 de junio de 1797, colaborando a partir de entonces con los criollos partidarios de la independencia de las colonias españolas de América.26En los años siguientes no hubo ningún otro intento de acabar con el Antiguo Régimen, aunque el gobierno mantuvo su temor al contagio revolucionario.27

La aparición de sentimientos "catalanista" y "vasquista" en las "provincias" donde se estaba combatiendo, junto con el desastre militar y la lastimosa situación en la que quedó la Hacienda real —los gastos de la guerra habían provocado un "endeudamiento asfixiante"—28obligaron a Godoy a iniciar negociaciones de paz. Del lado francés también había cansancio por la guerra y la caída de Robespierre en julio de 1794 y la llegada al poder de los republicanos moderados o thermidorianos abrió una nueva etapa en la República. Tras unos primeros contactos infructuosos, las negociaciones tuvieron lugar en Basilea donde residía F. Barthélemy, representante de la República francesa ante la Confederación Helvética, a donde acudió Domingo Iriarte, embajador de la Monarquía de Carlos IV en la corte de Varsovia, quien conocía a Barthélemy desde su estancia en la embajada París en 1791, amistad que facilitó mucho llegar a un acuerdo —que también se vio favorecido por la muerte en prisión del Delfín Luis XVII el 8 de junio de 1795, ya que Carlos IV exigía su liberación como condición para lograr la paz—. Así finalmente los dos plenipotenciarios firmaron el 22 de julio de 1795 el Tratado de Basilea que puso fin a la Guerra de la Convención.29

En el Tratado de Basilea la Monarquía de España logró la devolución de todo el territorio ocupado por los franceses al sur de los Pirineos pero tuvo que ceder a Francia, a cambio, su parte de la isla de Santo Domingo en el mar Caribe, aunque conservó la Louisiana reclamada por los franceses. En una cláusula secreta se resolvió otro tema controvertido: la liberación de la hermana del delfín fallecido e hija de Luis XVI, que sería entregada al emperador de Austria. Además el Tratado abría la puerta a mejorar las relaciones entre la Monarquía de España y la República Francesa porque en su artículo 1 no sólo se hablaba de paz, sino de «amistad y buena inteligencia entre el Rey de España y la República francesa», e incluso en otro artículo se hablaba de la firma de un «nuevo tratado de comercio», aunque éste nunca vio la luz.30​ Según el historiador Enrique Giménez, "la modestia de las reivindicaciones francesas" se debió a que "la República pretendía la reconciliación con España y reeditar la alianza que había unido a las dos potencias vecinas durante el siglo XVIII frente al común enemigo británico".31

Un año después de la "Paz de Basilea", la Monarquía de Carlos IV se aliaba con la República Francesa mediante la firma del Tratado de San Ildefonso que tuvo lugar el 19 de agosto de 1796, cuya finalidad primordial era hacer frente al enemigo común, Gran Bretaña.32​ Como han señalado Rosa Mª Capel y José Cepeda fue un "pacto de familia sin familia".33

En este vuelco de la política de la corte de Madrid respecto de la Revolución Francesa pesó sobre todo la defensa del Imperio de América frente a las ambiciones británicas,33​ aunque también los intereses dinásticos de los Borbones en Italia, pues Carlos IV quería garantizar la continuidad de la Casa de Borbón en el ducado de Parma y en el reino de Nápoles, ambos amenazados por la invasión francesa iniciada por el general Napoleón Bonaparte en marzo de 1796 —de hecho los ejércitos franceses en su avance hacia Milán desde el Piamonte habían atravesado Parma, obligando al duque Fernando, hermano de la reina española, a que pagara una fuerte indemnización en víveres y en obras de arte.34

Para la República Francesa el interés principal de la alianza con la Monarquía de Carlos IV estribaba en poder contar con la flota de guerra españolala tercera más poderosa de la época, aunque poner en situación operativa la escuadra española supondría para la hacienda real unos gastos extraordinarios— y con el estratégico puerto de Cádiz, además de conseguir expulsar a los ingleses de Portugal.35

Sólo dos meses después de la firma del Tratado de San Ildefonso la monarquía británica, sintiéndose amenazada, le declaraba la guerra a la monarquía española. En febrero de 1797 tenía lugar la batalla del Cabo de San Vicente en la que la flota española, aun siendo muy superior en número —24 navíos contra 15—, fue derrotada por la armada británica al mando del almirante Jarvis —el jefe de la flota española José de Córdoba fue condenado en un consejo de guerra al destierro fuera de Madrid y de cualquier provincia marítima de la península—. Sólo dos días después los británicos se apoderaban de la isla de Trinidad en las Antillas en un actuación igualmente poco gloriosa tanto de la flota como del ejército español que la defendían. No sucedió lo mismo en los ataques a Puerto Rico (abril de 1797), a Cádiz (julio) y a Santa Cruz de Tenerife (julio), cuyos defensores lograron rechazar los intentos de desembarco británicos. Las dos últimas acciones fueron comandadas por el almirante Horatio Nelson, quien resultó herido en el ataque a Santa Cruz de Tenerife, perdiendo el brazo derecho y siendo capturado —"caballerosamente, el gobernador militar, general Antonio Gutérrez, le permitió reembarcarse tras hacerle prometer que no volvería a atacar las islas Canarias"—.3637

Las consecuencias económicas de la guerra fueron mucho más graves que las de la Guerra de la Convención ya que el corso inglés en el Mediterráneo desde Menorca —que volvió a ser ocupada por Gran Bretaña— y en el Atlántico, además del bloqueo de Cádiz tras la derrota naval del cabo San Vicente en febrero de 1797, interrumpieron el comercio español con "Las Indias", quedando las colonias americanas desabastecidas y sin posibilidad de dar salida a su producción colonial.38

La interrupción del comercio con América creó una situación tan dramática que un Decreto de 18 de noviembre de 1797 dejó en suspenso el monopolio comercial de la metrópoli, y permitió que las colonias pudieran comerciar con países neutrales —fundamentalmente los Estados Unidos—. Una medida que tuvo una enorme trascendencia de cara al futuro. 

Para hacer frente a la crítica situación Godoy dio entrada en su gobierno a dos reputados ilustrados: Gaspar Melchor de Jovellanos, en la Secretaría de Estado y del Despacho de Gracia y Justicia, y a Francisco de Saavedra en la de Hacienda. Además nombró al obispo ilustrado Ramón José de Arce como Inquisidor General y envió en noviembre de 1797 a París como embajador a Francisco Cabarrús para mejorar las relaciones con el Directorio bastante deterioradas porque éste había iniciado conversaciones de paz con los británicos sin contar con la Monarquía de España, a la que tampoco había consultado cuando impuso una fuerte contribución al reino de Nápoles a cambio de respetar su neutralidad en la guerra —los franceses por su parte empezaban a desconfiar de Godoy porque siempre daba largas cuando se hablaba de atacar Portugal, lo que achacaban a que una hija de Carlos IV era la esposa del regente portugués, y porque mantenía buenas relaciones con los franceses monárquicos exiliados en la corte de Madrid—.41​ obligaron a Carlos IV a destituir a Godoy el 28 de marzo de 1798, 

El primer problema que tuvo que abordar el nuevo gobierno fue la práctica bancarrota de la Hacienda Real, cuyo déficit se había intentado sufragar hasta entonces con continuas emisiones de vales reales cuyo valor se había ido deteriorando, ya que el Estado tenía muchos problemas para pagar los intereses y los vencimientos de estos. Urquijo recurrió a una medida extraordinaria: la apropiación por el Estado de ciertos bienes "amortizados", su posterior venta y la asignación del importe al pago de la deuda a través de una Caja de Amortización. Lo paradójico fue que esta primera desamortización española fue conocida, sin demasiado fundamento, como la "Desamortización de Godoy".44​ puso a la venta el patrimonio de los Colegios Mayores, compensando a esta "mano muerta" con el 3 % del valor del mismo, que abonaría la Caja de Amortización; los bienes de los jesuitas, expulsados en 1767, que aún no hubiesen sido enajenados; y los bienes raíces pertenecientes a instituciones benéficas dependientes de la Iglesia, como HospitalesCasas de MisericordiaCasas de ExpósitosObras PíasCofradías, etc., y, a cambio, estas "manos muertas" recibirían una renta anual del 3% del valor de las bienes vendidos. Con está mal llamada «desamortización de Godoy» en diez años se liquidó una sexta parte de la propiedad rural y urbana que administraba la Iglesia. Además las consecuencias sociales de la misma no deben ser desdeñadas, ya que la red benéfica de la Iglesia quedó prácticamente desmantelada.

La política regalista de creación de una Iglesia española independiente de Roma aprovechando las dificultades por las que atravesaba el Papado, cuyos Estados Pontificios habían sido ocupados por las tropas francesas al mando de Napoleón Bonaparte y el Papa había sido obligado a abandonar Roma tras la proclamación de la República. El proyecto de una Iglesia "nacional", que había sido iniciado en el último año de gobierno de Godoy, también tenía una importante repercusión económica pues dejarían de salir hacia Roma las tasas que cobraba la Iglesia en España por las gracias y dispensas matrimoniales, por ejemplo, que en 1797 habían supuesto cerca de 380.000 escudos romanos. Así el decreto del 5 de septiembre de 1799, promulgado un mes después del fallecimiento de Pío VI en Francia y que sería conocido más adelante como el "Cisma de Urquijo", establecía que hasta la elección del nuevo papa «los arzobispos y obispos españoles usen de toda la plenitud de sus facultades, conforme a la antigua disciplina de la Iglesia, para dispensas matrimoniales y demás que les competen» y el rey asumía la confirmación canónica de los obispos que antes correspondía al papa. Pero el decreto tuvo escasa vigencia porque el nuevo papa Pío VII, elegido en marzo de 1800 por el cónclave cardenalicio en Venecia, se negó a confirmarlo.45

Juan Meléndez Valdés, retratado por Goya en 1797.

Tampoco tuvo éxito el intento de Jovellanos, secretario del Despacho de Gracia y Justicia, de recortar las atribuciones de la Inquisición que pasarían a los obispos, siguiendo el pensamiento episcopalista, porque no obtuvo el respaldo del rey Carlos IV. Fue destituido y confinado en su tierra natal, Asturias. La misma suerte sufrieron otros destacados ilustrados como Juan Meléndez Valdés, desterrado primero a Medina del Campo y luego a Zamora, o José Antonio Mon y Velardeconde del Pinar, amigo de Jovellanos, que fue jubilado con la mitad de su sueldo.46

El problema más grave al que tuvo que enfrentarse Urquijo, y que acabaría provocando su caída, fue la relación con la República Francesa, especialmente tras la formación de la Segunda Coalición antifrancesa, de nuevo encabezada por el Reino de Gran Bretaña y en la que se había integrado el reino de Nápoles, que presionaron a Urquijo para que abandonara el pacto con Francia y se sumara a la coalición —en septiembre de 1798 los británicos ocuparon Menorca de nuevo—, y sobre todo tras el golpe del 18 de brumario de noviembre de 1799 con el que Napoleón Bonaparte se hizo con el poder en Francia, quien como ya había hecho el Directorio presionó a Urquijo para que dejara pasar un ejército francés que apoyara al español para invadir Portugal, base de la flota británica que operaba en el Mediterráneo y que también bloqueaba el estratégico puerto de Cádiz.

Así acababa en España el s.XVIII, gravemente presionada por Francia e Inglaterra, y con pérdida de territorios ante la nueva acción Inglesa para controlar eficazmente el Mediterráneo. 

Napoleón, recién ascendido al poder de Francia, mediante un golpe de Estado en noviembre de 1899, presiona al Presidente español,  Urquijo, que es contrario a la invasión de Portugal, intentó la vía diplomática para que Portugal y Francia firmaran la paz pero fracasó. Además ordenó el regreso de la escuadra española surta en el puerto francés de Brest y se opuso al nombramiento de Luciano Bonaparte como plenipotenciario en España, lo que provocó finalmente que el 13 de diciembre de 1800 Napoleón impusiera a Carlos IV la destitución de Urquijo y su sustitución por Manuel Godoy. 

En diciembre de 1800 Godoy volvió al poder pero no como secretario de Estado y del Despacho sino con una autoridad reforzada al recibir al año siguiente el título de Generalísimo de mis armas de mar y tierra lo que lo situaba muy por encima de los ministros. Una de las primeras medidas que tomó fue la persecución de los ilustrados y reformistas que habían apoyado al gobierno de Urquijo, para lo que se alió con el clero antiilustrado que constituía la mayoría de la Iglesia española de aquel momento Para justificar la persecución se utilizó de nuevo el mito reaccionario de la conspiración jansenista y filosófica, que en aquel momento tuvo en el exjesuita Lorenzo Hervás y Panduro a su máximo propagador gracias a su obra Causas de la Revolución Francesa. La principal víctima de la ofensiva antiilustrada fue Gaspar Melchor de Jovellanos que fue encarcelado sin proceso en Mallorca en abril de 1801 y allí permaneció hasta abril de 1808, un mes después del motín de Aranjuez que supuso la caída definitiva de Godoy.

Cumpliendo los deseos de Napoleón plasmados en el Tratado de Madrid —seguido del Convenio de Aranjuez y del posterior Tratado de Aranjuez—, Godoy emprendió la guerra contra Portugal a la que Urquijo se había opuesto. La declaración de guerra tuvo lugar el 27 de febrero de 1801 —precedida de un ultimátum en el que se conminaba al regente portugués a que cerrara sus puertos a los barcos británicos—,51​ pero los combates no comenzaron hasta el 19 de mayo. Comenzaba la llamada "guerra de las Naranjas", llamada así porque Godoy envió a la reina un ramo de naranjas portuguesas como obsequio. Sin embargo la guerra sólo duró tres semanas porque tras la toma por las tropas españolas de Olivenza y Jurumenha y los cercos de Elvas y Campo Mayor, se iniciaron las negociaciones de paz que concluyeron rápidamente con la firma el 8 de junio del Tratado de Badajoz. En el mismo el reino de Portugal se comprometió a cerrar sus puertos a los navíos ingleses y cedió la plaza de Olivenza a la Monarquía de España. Pero el tratado no fue del agrado de Napoleón porque éste exigía que la guerra continuara hasta la conquista completa de Portugal. Así que a raíz del mismo Napoleón comenzó a desconfiar de Manuel Godoy.52​ En América durante la "Guerra de las Naranjas" tuvo lugar la Conquista portuguesa de las Misiones Orientales.

Entre la declaración de guerra a Portugal y el inicio efectivo de la misma, Godoy y el embajador francés Luciano Bonaparte firmaron el 21 de marzo de 1801 el Tratado de Aranjuez, que ampliaba el Tratado de San Ildefonso firmado por Urquijo en octubre del año anterior, por el que se aceptaba que el ducado de Parma pasara a Napoleón, compensando al duque Fernando I de Borbón-Parma con el Ducado de Toscana -cuyo soberano Fernando IIIGran Duque de Toscana se había visto obligado a abandonarlo, según el tratado de Lunéville firmado el 9 de febrero de 1801 entre Francia y el Sacro Imperio Romano Germánico—, reconvertido en el nuevo reino de Etruria. Además Napoleón obtenía de España la Luisiana que poco después sería vendida por los franceses a los Estados Unidos, además de aumentar su colaboración militar con la República Francesa.53

En marzo de 1802 se ponía fin a la guerra de la Segunda Coalición, y con ella a la guerra angloespañola, con la firma del Tratado de Amiens entre la República Francesa y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda. Según los términos de tratado Menorca volvió a la soberanía española pero Gran Bretaña conservó la isla de Trinidad en el Caribe.53

La Paz de Amiens duró muy poco porque en mayo de 1803 estalló una nueva guerra entre Francia y Gran Bretaña. Esta vez Godoy intentó mantener neutral a la Monarquía española buscando el apoyo del Imperio Ruso, el Imperio Austríaco y el reino de Nápoles, a pesar de la malas relaciones que mantenía Carlos IV con su hermano Fernando IV de Nápoles. Cuando esta iniciativa fracasó "compró" la neutralidad de la monarquía española mediante la firma del Tratado de subsidio por el que el gobierno español se comprometía a pagar seis millones de libras mensuales para colaborar con el esfuerzo bélico francés y a permitir la entrada en los puertos españoles de los buques de la armada francesa. Pero Napoleón lo que necesitaba era la Armada española para su proyecto de invasión de Gran Bretaña —«dominar las 24 horas del Canal»- hasta alcanzar las costas inglesas—,54​ así que cuando los pagos se retrasaron Godoy no tuvo más remedio que volver a la alianza con Francia en diciembre de 1804

En julio de 1805 tuvo lugar la primera batalla entre las flotas franco-española y británica conocida como batalla del Cabo Finisterre, de resultado incierto, pero fue el 20 de octubre de 1805, cuando se produjo el enfrentamiento decisivo: la batalla de Trafalgar. La flota británica, al mando del almirante Nelson, se encontró con la flota franco-española, al mando del almirante Villeneuve, a la altura del cabo de Trafalgar, frente a Cádiz, y la derrotó completamente, a pesar de la ligera superioridad naval aliada. Según Enrique Giménez, la derrota de la batalla de Trafalgar se explica por "inferior preparación de las tripulaciones franco-españolas y la mediocridad del almirante francés Villeneuve, que hizo caso omiso de las indicaciones de los marinos españoles, junto a la táctica naval del almirante inglés Horatio Nelson, un revolucionario de la guerra en el mar".57​ "La flota de combate británica, a favor de viento, atacó a la flota hispano francesa por el centro y la retaguardia, rompiendo en dos la línea de Villeneuve, y batiendo sucesivamente a los dos bloques navales enemigos, primero a la retaguardia y luego a la vanguardia. De este modo, la ligera inferioridad numérica de Nelson se invirtió... Sólo 9 de los 33 barcos aliados regresaron, maltrechos, a Cádiz, y murieron 4.500 marineros franceses y españoles".58​ En la batalla también murió el propio Nelson junto a los capitanes españoles Cosme Damián ChurrucaFederico Gravina y Dionisio Alcalá Galiano.59

Al haber perdido en Trafalgar una parte de su flota, la Monarquía de España ya no fue capaz de defender su Imperio de América, aunque las dos invasiones inglesas del Río de la Plata de 1806 y 1807 no lograron consolidarse

El dominio británico del Atlántico hizo que el comercio colonial español quedara completamente roto —por ejemplo, de las 969.000 arrobas de azúcar desembarcadas en Cádiz en 1804 se pasó a 1.216 en 1807—, reproduciéndose —y agravándose— la misma situación económica del periodo 1796-1802: volvieron las quiebras de compañías comerciales y de seguros en Cádiz, y de sociedades manufactureras en Cataluña.60Aún más grave fue la crisis de la Hacienda Real porque se interrumpieron las remesas de metales preciosos —en 1807 no llegó ni un solo barco con oro o plata—61​ y se desplomaron los ingresos de las aduanas, por lo que fue incapaz de pagar a tiempo los intereses a los titulares de vales reales o los sueldos de los funcionarios. Para hacer frente a la práctica bancarrota de la Hacienda Real Carlos IV hubo de solicitar del papa autorización para la venta de la séptima parte de los bienes eclesiásticos, la cual le fue otorgada el 12 de diciembre de 1806.62​ A raíz del desastre de Trafalgar se generalizaron las críticas contra Godoy y su impopularidad se fue incrementando hasta convertirse en el personaje más odiado de la monarquía. Este rechazo a Godoy fue azuzado por una campaña "satírica, soez, denigratoria y profundamente reaccionaria"en palabras del historiador Emilio La Parracontra él y contra la reina, orquestada por el príncipe de Asturias Fernando en colaboración con buena parte de la nobleza y del clero, que tenían sus propios motivos para querer acabar con Godoy El príncipe mandó imprimir un 30 láminas a color con representaciones soeces y denigratorias de Godoy y de la reina —e implícitamente también del rey— que en diciembre de 1806 repartió a un nutrido grupo de aristócratas como regalo de Nochebuena. Las estampas iban acompañadas por unas letrillas o versos que suponían una crítica feroz y chabacana de Godoy, al que se denominaba «choricero», «príncipe de la pasa», «duque de la alcuza», «caballero de la ordinariez», «detentador de todo»..., y cuyo puesto lo debía a sus amoríos con la reina «Luisa Tonante».64​ Dos ejemplos de estas «ingeniosas» coplillas son los siguientes:65

Se descubrió en octubre de 1807 el llamado complot de El Escorial que pretendía destituir a Godoy y lograr la abdicación del rey Carlos IV en favor del príncipe Fernando. Según Enrique Giménez el detonante de la misma había sido la concesión de Carlos IV a Godoy del título de "Alteza Serenísima", un título reservado a los miembros de la familia real. "Para Fernando y su partido la decisión fue considerada como el inicio de una conjura destinada a apartar a Fernando de la sucesión al trono y a nombrar a Godoy como regente a la muerte de Carlos IV, desenlace muy probable pues el rey había estado muy enfermo en el otoño de 1806, temiéndose por su vida".66

Descubierto el complot del «más ignominioso e inaudito plan», en palabras de Carlos IV, éste ordenó la detención o el destierro de todos los nombres implicados —algunos de los cuales ya tenían asignados los caros que desempeñarían una vez Fernando fuera proclamado rey— y la reclusión en sus habitaciones del príncipe de Asturias, además de mandar celebrar misas en acción de gracias. Sin embargo, Carlos IV, aconsejado por su confesor Felix Amat concedió el perdón a su hijo Fernando lo que reforzó la patraña que habían difundido los conjurados de que el "complot de El Escorial" había sido una farsa urdida por Godoy para desprestigiar al príncipe de Asturias y hacerse él con la sucesión al trono. Esta "teoría" se vio reforzada cuando los jueces designados por el Consejo de Castilla absolvieron a los nobles implicados en el complot.67

Paradójicamente, pues, de la "conjura de El Escorial" salió fortalecido el príncipe Fernando —considerado víctima de la ambición de su madre y de su perverso favorito—, y los desprestigiados fueron Godoy, la reina y el "débil" Carlos IV. El Príncipe de Asturias no desaprovecharía la segunda oportunidad que tuvo para hacerse con el trono en marzo del año siguiente.68

El mismo día en que se descubrió el "complot de El Escorial" (el 27 de octubre de 1807), Napoleón y la Corona española firmaban el Tratado de Fontainebleau, Napoleón por Portugal estribaba en que quería cerrar el bloqueo continental que había ordenado en noviembre de 1806 y que pretendía ahogar la economía británica impidiendo el comercio con el resto de Europa —un plan que según algunos historiadores no era tan descabellado como podía parecer porque cuando estalló la insurrección antifrancesa en España en la primavera y el verano de 1808 los banqueros y comerciantes de la City de Londres estaban al borde de la quiebra—.69El 18 de octubre de 1807, antes incluso de la firma efectiva del Tratado, tropas francesas comenzaron a cruzar la frontera en dirección a Portugal. Un mes después el general francés Junot entraba en Lisboa y las tropas francesas y españolas ocupaban en pocos días todo el territorio de Portugal —unos días antes, la familia real portuguesa había abandonado Lisboa en dirección a Río de Janeiro, en su colonia de Brasil, donde establecería su corte—. Napoleón había decidido intervenir en España e incorporar las provincias españolas del norte de España a Francia situando la nueva frontera franco-española en el Ebro,70 por lo que el 6 de diciembre de 1807 había dado la orden de que un ejército cruzara los Pirineos para unir su fuerza a las ya existentes en la península. A continuación, el 28 de enero de 1808, dio órdenes inequívocas para que las tropas francesas procedieran a la ocupación militar de España. En febrero ya había en España un ejército de 100.000 soldados franceses supuestamente "aliados".71Godoy y el rey Carlos IV fueron definitivamente conscientes de las intenciones de Napoleón cuando el 16 de febrero las tropas francesas ocuparon a traición la ciudadela de Pamplona, y cuando el día 5 de marzo, hicieron lo mismo en la de Barcelona. Godoy inició los preparativos para la partida de los reyes hacia el sur de España, y si llegara el caso embarcarlos hacia las colonias americanas, coma había hecho la familia real portuguesa. Pero el Príncipe de Asturias y sus partidarios intervinieron para desbaratar esos planes e impedir la salida de los reyes de la Corte, pues estaban convencidos de que la intervención de Napoleón en España iba destinada a destituir a Godoy y a facilitar el traspaso de la corona de Carlos IV a su hijo, Fernando, sin otras consecuencias.71​ Así se puso en marcha la maquinaria que conduciría al «motín de Aranjuez» del 17-19 de marzo de 1808. «Viva el Rey y venga a tierra la cabeza de Godoy» o «Viva el Rey, viva el príncipe de Asturias, muera el perro de Godoy». Al día siguiente por la noche estallaba el motín "popular" y el palacio real era rodeado por la multitud y por soldados para impedir el supuesto viaje de la familia real. Asimismo el palacio de Godoy era asaltado y saqueado —Godoy fue detenido y enviado preso al castillo de Villaviciosa—. El 18 de marzo, Carlos IV ante la presión de las amotinados firmó la destitución de Godoy y a continuación, el día 19, abdicó en su hijo Fernando (VII). "Era un hecho insólito que un monarca fuera forzado a abdicar por una parte importante de la aristocracia y por el príncipe heredero", afirma Enrique Giménez.73 

Versión Francesa:

…fue con la armada francesa que la flota española sufrió la terrible derrota de Trafalgar en 1805 . La pérdida de todas las comunicaciones con sus colonias de ultramar hizo que buscara una compensación territorial en el vecino reino de Portugal , con el apoyo de Napoleón. De hecho, la monarquía portuguesa era un aliado incondicional del Reino Unido y se negó a cerrar sus puertos a los barcos ingleses. Fue la llamada guerra de las naranjas que terminó el6 de junio de 1801por el Tratado de Badajoz (1801) .

Obtuvo el permiso para que sus tropas, al mando del general francés Jean-Andoche Junot , cruzaran España para castigar a los portugueses. Así comienza el primer intento de invadir Portugal (18 de octubre de 1807). Napoleón también habría emprendido la conquista de Portugal para hacerse con el control de la flota portuguesa 1 , 2 .

Napoleón comenzó a inmiscuirse en los asuntos españoles. Con el pretexto de enviar refuerzos a Junot , trajo a España un ejército comandado por Murat según lo autorizado por el Tratado de Fontainebleau. En este momento, un golpe de estado liderado bajo el control del infante Fernando derrocó al rey Carlos IV. Fernando, que se convirtió en Fernando VII, tomó el poder. El rey depuesto apeló al arbitraje de Napoleón. Este último convocó a padre e hijo a la conferencia de Bayona (abril-mayo de 1808 ). Viendo el estado de decrepitud de la monarquía española, el emperador trató de aprovechar la situación para apoderarse de España. Sus asesores lo empujaban: el ministro Champagnyescribió por ejemplo: “  es necesario que venga mano dura para restablecer el orden en su administración [la de España] y evitar la ruina hacia la que [España] marcha  ” 3 . Acostumbrado a su popularidad y a la docilidad de Italia y los polacos, Napoleón pensó que los afrancesados (partidarios de los franceses) constituían la mayoría de los españoles, lo cual se equivocó 4 .

En Madrid, los rumores afirmaban que la familia real española estaba siendo rehén de Napoleón en Bayona. los2 de mayo de 1808, aprehendiendo el secuestro del infante de la familia real por parte de Francia, la población de Madrid se levantó contra las tropas francesas, en el mismo momento en que Fernando y Carlos disputaban el trono de España ante el Emperador. La rebelión fue aplastada en sangre por Murat. El famoso cuadro de Goya , Tres de mayo , recuerda los tiroteos que resultaron de esta represión. Napoleón creía que podía perseguir su objetivo: obligó a los dos soberanos a abdicar y luego ofreció la corona vacante a su hermano José . Fue un grave error de juicio. El Imperio estaba comprometido en una guerra contra toda la península, lo que socavaría las fuerzas de Napoleón durante casi seis años.

Francia perdió cerca de 217.000 hombres y España cerca de 390.000 en las filas militares (con 700.000 civiles más, según algunas estimaciones [¿Cuáles?] [Ref. Necesario] )Por aquella época España tenía una población entorno a los 11 millones de personas https://fr.wikipedia.org/wiki/D%C3%A9mographie_de_l%27Espagne#%C3%89volution_de_la_population_espagnole. Las requisas de alimentos, la devastación de los campos y los robos derribaron la producción agrícola y el comercio de alimentos, provocando un aumento de la desnutrición y la mortalidad entre la población española.

Napoleón lo admitió en Santa Elena  : "esta desgraciada guerra en España fue una auténtica plaga, la primera causa de las desgracias de Francia" . Se estima que el conflicto retuvo a 300.000 soldados franceses. España fue una trampa y un balón para la política expansionista del emperador. Los españoles guardan orgullosos recuerdos de esta guerra. Unidos a pesar de sus diferencias, lograron hacer retroceder al ejército francés. Gran animadora de la resistencia, la Iglesia católica recuperó un nuevo vigor. Sin embargo, al final de la guerra, el país quedó devastado. Se perdió además el cambio de la modernización agrícola e industrial del xix °  siglo.

Otro punto negativo del lado español, las colonias americanas aprovecharon la guerra para emanciparse de la metrópoli y proclamar su independencia . Finalmente, si bien el regreso de Fernando VII en 1813 alimentaba muchas esperanzas entre sus súbditos, su reinado no permitió resolver la crisis política. El frente común nacido de la lucha contra Napoleón se rompió. España redescubrió sus divisiones entre liberales y ultraconservadores. Los españoles, que luchaban con la esperanza de restablecer a su rey en el trono, finalmente se rebelaron contra el mismo rey en 1820 .

 

Versión Británica:

La guerra comenzó cuando los ejércitos francés y español invadieron y ocuparon Portugal en 1807 al transitar por España, y se intensificó en 1808 después de que la Francia napoleónica ocupara España, que había sido su aliada.Napoleón Bonaparte forzó la abdicación de Fernando VII y su padre Carlos IV y luego instaló a su hermano José Bonaparte en el trono español y promulgó la Constitución de Bayona . La mayoría de los españoles rechazaron el dominio francés y libraron una sangrienta guerra para derrocarlos. La guerra en la península duró hasta que la Sexta Coalición derrotó a Napoleón en 1814, y se considera una de las primeras guerras de liberación nacional y es importante para el surgimiento de la guerra de guerrillas a gran escala .

La guerra se inició en España con el Levantamiento del Dos de Mayo el 2 de mayo de 1808 y terminó el 17 de abril de 1814 con la restauración de Fernando VII a la monarquía. La ocupación francesa destruyó la administración española , que se fragmentó en juntas provinciales en disputa . El episodio sigue siendo el acontecimiento más sangriento de la historia moderna de España, duplicando en términos relativos la Guerra Civil española . [10]

Al final de la Guerra de la Independencia, las tropas británicas fueron enviadas en parte a Inglaterra y en parte se embarcaron en Burdeos hacia América para prestar servicio en los últimos meses de la Guerra de los Estados Unidos de 1812 . Los portugueses y españoles volvieron a cruzar los Pirineos y el ejército francés se dispersó por toda Francia. Luis XVIII fue restaurado al trono francés; ya Napoleón se le permitió residir en la isla de Elba , cuya soberanía le había sido concedida por las potencias aliadas.

El rey José había sido recibido por afrancesados españoles ( francófilos ), que creían que la colaboración con Francia traería modernización y libertad; un ejemplo fue la abolición de la Inquisición española . Después de la guerra, los afrancesados restantes fueron exiliados a Francia.

Todo el país ha sido saqueado, la Iglesia católica ha sido arruinada por sus pérdidas y la sociedad ha sido sometida a cambios desestabilizadores. [169] [170] Después de la Guerra de la Independencia, los tradicionalistas independentistas y los liberales se enfrentaron en las Guerras Carlistas , cuando el Rey Fernando VII ("el Deseado"; más tarde "el Rey Traidor") revocó todos los cambios hechos por los independientes Cortes Generales de Cádiz, la Constitución de 1812 el 4 de mayo de 1814. Los militares obligaron a Fernando a aceptar de nuevo la Constitución de Cádiz en 1820, y estuvo en vigor hasta abril de 1823, durante lo que se conoce como el Trienio Liberal .

La experiencia de autogobierno llevó a la posterior Libertadores a promover la independencia de la América española . La posición de Portugal fue más favorable que la de España. La revuelta no se había extendido a Brasil, no había lucha colonial y no había habido ningún intento de revolución política. [171] El traslado de la Corte portuguesa a Río de Janeiro inició la construcción del Estado brasileño que produjo su independencia en 1822.

En total, el episodio sigue siendo el suceso más sangriento de la historia moderna de España, duplicando en términos relativos la Guerra Civil española ; está abierto al debate entre los historiadores si una transición del absolutismo al liberalismo en España en ese momento habría sido posible sin la guerra. [10]

Fernando rey era exaltado como una especie de libertador o mesías: «Ya España ha resucitado / con su nuevo rey Fernando». Una de las primeras medidas que tomó Fernando VII fue prometer a Napoleón una colaboración más estrecha y pedir a los habitantes de Madrid que acogieran como fuerzas amigas a las tropas del mariscal Murat que se encontraban en las cercanías y que hicieron su entrada en la "villa y corte" el 23 de marzo. Murat siguiendo las instrucciones de Napoleón obligó al nuevo rey a que pusiera bajo su protección a los reyes depuestos, "lo cual venía a suponer que, en el caso de ser conveniente a los intereses napoleónicos, Caros IV podía ser repuesto en el trono,  Napoleón cambió su plan inicial de desmembrar la monarquía española por el de asimilarla a su Imperio, mediante el cambio de la dinastía de los Borbones por un miembro de su familia, En Bayona tanto Fernando VII como Carlos IV ofrecieron poca resistencia a los planes de Napoleón de situar en el trono de España a un miembro de su familia y en menos de ocho días abdicaron de la corona de España en su favor. Unos días antes, el 24 de mayo, el periódico oficial La Gaceta de Madrid había publicado la convocatoria de una Asamblea de los tres estamentos del Reino (50 diputados por cada uno) que se celebraría en Bayona el día 15 de junio para aprobar una Constitución para la Monarquía. Sin embargo, llegada la fecha sólo se presentaron 65 representantes, pues en España había estallado una insurrección generalizada antifrancesa que no reconocía las "abdicaciones de Bayona"

El 2 de mayo de 1808 corrió la noticia de que también se iba a trasladar a Bayona al resto de la familia real. Todavía hoy es objeto de debate si la revuelta fue espontánea o estuvo organizada con antelación por algunos oficiales del parque de artillería, en particular Pedro Velarde. Lo que sí está probado es que en el motín antifrancés participaron personas de los pueblos próximos a Madrid. La revuelta se saldó con la muerte de 409 personas.75

Aunque el inicio de la Guerra de la Independencia Española se suele situar en la fecha del 2 de mayo, "la revuelta decisiva se produjo cuando la Gaceta de Madrid, correspondiente a los días 13 y 20 de mayo, dio la noticia de las abdicaciones [de Bayona]". A partir de entonces se generalizó el alzamiento antifrancés por toda España y en prácticamente todos los sitios las autoridades tradicionales fueron sustituidas por Juntas formadas por personajes de relieve en la vida política, social y económica. Asimismo comenzó a organizarse la resistencia militar a la ocupación francesa.78

Así, el ejército francés que pretendía ocupar Andalucía fue derrotado en la batalla de Bailén (Jaén) el 22 de julio por un ejército organizado rápidamente por la Junta de Sevilla y al mando del general Castaños.

La victoria de Bailén obligó al nuevo rey José I Bonaparte, que acababa de hacer su entrada en la capital el 20 de julio, a abandonar Madrid apresuradamente el 1 de agosto, junto con los ejércitos franceses que se replegaron al otro lado del río Ebro.

Así pues, en el verano de 1808 casi toda España estaba bajo la autoridad de las nuevos poderes de las Juntas, que reunidas en Aranjuez el 25 de septiembre decidieron no reconocer el cambio de dinastía y asumir el poder apelando a la soberanía del pueblo con el nombre de Junta Central Suprema y Gubernativa del Reino. Sería el inicio de la Revolución Española. Como afirmaba el poeta Manuel José Quintana en su Ultima carta a Lord Holland, «estas revueltas, esta agitación no son otra cosa que las agonías y convulsiones de un Estado que fenece».79

En estos términos entra España en el siglo XIX, con guerra en la península (franceses, ingleses, españoles y portugueses) y ola revolucionaria en Latinoamérica. Fueron las numerosas guerras contra el dominio español en Hispanoamérica durante principios del siglo XIX. Con el objetivo de la independencia política, estos comenzaron poco después de la invasión francesa de España en 1807 durante las Guerras Napoleónicas de Europa . Aunque ha habido investigaciones sobre la idea de una identidad hispanoamericana ("criolla") separada de la de Iberia , [4] la independencia política no fue inicialmente el objetivo de la mayoría de los hispanoamericanos, ni fue necesariamente inevitable. [5]

Los acontecimientos en Hispanoamérica estuvieron relacionados con las guerras de independencia en la ex colonia francesa de St-Domingue, Haití , y la transición a la independencia en Brasil. La independencia de Brasil , en particular, compartió un punto de partida común con la de Hispanoamérica, ya que ambos conflictos fueron desencadenados por la invasión de Napoleón a la Península Ibérica, que obligó a la familia real portuguesa a huir a Brasil en 1807. El proceso de independencia de América Latina tomó lugar en el clima político e intelectual general que surgió de la Era de la Ilustración y que influyó en todas las revoluciones atlánticas , incluidas las revoluciones anteriores en los Estados UnidosFrancia . Una causa más directa de las guerras de independencia hispanoamericanas fueron los desarrollos únicos que ocurrieron dentro del Reino de España y su monarquía durante esta época. Concluyendo, finalmente, con el surgimiento de las nuevas repúblicas hispanoamericanas en el mundo posnapoleónico.

Los violentos conflictos comenzaron en 1809 con juntas de gobierno de corta duración establecidas en Chuquisaca y Quito para oponerse al gobierno de la Junta Central Suprema de Sevilla . En 1810, aparecieron numerosas juntas nuevas en los dominios españoles en las Américas cuando la Junta Central cayó ante la invasión francesa. Aunque varias regiones de Hispanoamérica se opusieron a muchas políticas de la corona, "había poco interés en la independencia absoluta; de hecho, hubo un amplio apoyo a la Junta Central española formada para liderar la resistencia contra los franceses". [7]Si bien algunos hispanoamericanos creían que la independencia era necesaria, la mayoría de los que inicialmente apoyaron la creación de los nuevos gobiernos los vieron como un medio para preservar la autonomía de la región frente a los franceses. En el transcurso de la próxima década, la inestabilidad política en España y la restauración absolutista bajo Fernando VII convencieron a muchos hispanoamericanos de la necesidad de establecer formalmente la independencia de la madre patria .

 La Constitución española de 1812 aprobada por las Cortes de Cádiz  - la regencia parlamentaria en el lugar mientras Fernando VII fue depuesto - rechaza cualquier tipo de soberanía popular Con la restauración de Fernando VIIen 1814, el rey también rechaza cualquier tipo de soberanía en América.  El Trienio Liberal de 1820 tampoco cambió la posición de la constitución de Cádiz contra el separatismo, mientras que los latinoamericanos se radicalizaron cada vez más en busca de la independencia política. [6]

 En el ámbito socioeconómico, el coste de la guerra en España fue una pérdida neta de población, entre 215.000 y 375.000 personas, provocada directamente por la violencia y la hambruna de 1812, que se sumó a la crisis de enfermedades y a las epidemias de hambruna. La guerra iniciada en 1808, se tradujo en un saldo poblacional que perdió de 885.000 a 560.000 personas . La perturbación social y la destrucción de la infraestructura industrial y agrícola llevaron al estado a la bancarrota. También fue la devastación humana y material del país, privado de su poder naval y excluido de los principales temas que se debatieron en el Congreso de Viena., donde el paisaje geopolítico posterior de Europa se puso patas arriba.

Al otro lado del Atlántico, las colonias americanas aprovecharon esto para escapar del Imperio español , después de varias guerras de independencia , de la de Venezuela que comenzó en 1810 hasta el final de la guerra hispanoamericana en 1898. 

Las guerras carlistas fueron una serie de contiendas civiles que tuvieron lugar en España a lo largo del siglo xix. Se debieron, por un lado, a una disputa por el trono, y, por el otro, a un enfrentamiento entre principios políticos opuestos. Los carlistas, que luchaban bajo el lema de «Dios, Patria y Rey», encarnaban una oposición reaccionaria al liberalismo y defendían la monarquía tradicional, los derechos de la Iglesia y los fueros, mientras que los liberales exigían hondas reformas políticas por medio de un gobierno constitucional y parlamentario.

Según el historiador Alfonso Bullón de Mendoza, todos los testimonios de la época coinciden en que en 1833 los carlistas eran superiores en número, si bien la mayoría de ellos no actuaron activamente debido a la represión del gobierno.3​ Geográficamente, donde mayor apoyo popular tenía la causa del infante Carlos María Isidro era en gran parte de Castilla la Vieja, la zona de Tortosa y la montaña de Cataluña,4​ y donde mejor organizados estaban sus partidarios era en Castilla la ViejaExtremadura y Andalucía.5​ Sin embargo, donde finalmente triunfó con mayor fuerza el alzamiento carlista fue en la mayor parte de las Provincias Vascongadas y Navarra, ya que la legislación foral, que dejaba la subinspección de los cuerpos en manos de las respectivas diputaciones, había permitido que los Voluntarios Realistas no fueran purgados allí como en el resto de España.6

Así pues, donde lograron hacerse fuertes los defensores del pretendiente, sobre todo durante la primera y tercera guerras carlistas, fue en la mitad norte peninsular, especialmente en el País Vasco y Navarra —sus focos más importantes—, así como el norte de Cataluña y el Maestrazgo.7

El convenio de Vergara de 1839 marcó el final de la primera guerra carlista, pero las insurrecciones e intentonas carlistas continuaron a lo largo del siglo xix y el carlismo volvió a aparecer con fuerza como reacción a la revolución de 1868. De gran influencia todavía en la primera mitad del siglo xx, la actuación de la Comunión Tradicionalista sería determinante en la conspiración contra la Segunda República y la sublevación del 18 de julio de 1936 que dio origen a la guerra civil española.

 Tras la derrota de los ejércitos napoleónicos y la expulsión de José I Bonaparte, Napoleón le devolvió el trono de España con el tratado de Valençay. El 13 de marzo de 1814 decide volver a España y al Trono. Entró en España, el 22 de marzo de 1814, por Gerona, y tras pasar por Zaragoza, se dirigió a Valencia. Entrando en Madrid el 13 de mayo de 1814. Pronto, el Deseado, se reveló como un soberano absolutista y, en particular, como uno de los que menos satisficieron los deseos de sus súbditos, que lo consideraban una persona sin escrúpulos, vengativa y traicionera. Rodeado de una camarilla de aduladores, su política se orientó, en buena medida, hacia su propia supervivencia.[cita requerida]

En la ciudad de Valencia, el 4 de mayo de 1814 firmó el decreto de supresión de la Constitución de Cádiz, y la legislación de las Cortes, restaurando el absolutismo entre 1814 y 1820, y persiguiendo a los liberales. Tras seis años de guerra, el país y la Hacienda estaban devastados, y los sucesivos gobiernos fernandinos no lograron restablecer la situación.

Fernando VII traía restaurado el régimen absolutista en España periodo en el que se producen varios pronunciamientos que consiguen ser sofocados. Ya desde los primeros días de 1820, tiene lugar el levantamiento de Riego en las Cabezas de San Juan restituyendo  la Constitución de Cádiz y dio inicio al llamado trienio liberal, durante el cual se restablecieron la Constitución y los decretos de Cádiz, produciéndose una nueva desamortización.  Se vivía un estado de guerra latente con extrema excitación de ánimo y desórdenes diarios por parte de los partidarios realistas (del rey Fernando VII).1

El 7 de julio de 1820 fracasa en Madrid una intentona de la Guardia de Corps. En septiembre y noviembre del mismo año se producen disturbios sangrientos en Madrid entre partidarios y detractores del rey. En aquellas fechas se subleva en Álava el comandante Juan Bautista Guergué y el cura de Foronda. En enero de 1821 se levanta en La Mancha el teniente coronel Manuel Hernández, y el 29 de ese mismo mes se descubre la conspiración del capellán de honor del rey, Matías Vinuesa, llamado el cura de Tamajón. El 1 de julio de 1822, se subleva la Guardia Real, siendo derrotadas las tropas por Francisco Ballesteros el día 7.

Los liberales moderados iban siendo desplazados por exaltados, y el rey, que aparentaba acatar el régimen constitucional, conspiraba para restablecer el absolutismo, lo que se logró tras la intervención de los Cien Mil Hijos de San Luis, en 1823, permaneciendo en España hasta 1828.

Sin embargo, la década liberal moderada había conseguido establecer ciertos logros que molestaban a los Absolutistas más radicales y  en 1826 llegó a aparecer un manifiesto firmado por «una Federación de Realistas Puros» que pretendía elevar al trono al infante Don Carlos y derrocar a Fernando VII, si bien varios historiadores contemporáneos consideran probado que se trataba de una falsificación liberal para perjudicar al infante y enemistarlo con su hermano. Y sin embargo, en 1827 se produjo un levantamiento de los llamados apostólicos (ultrarrealistas),12​ Posteriormente sobreviene la guerra de los malcontents, localizada otra vez en Cataluña (pero también en parte de Aragón, Valencia, País Vasco y Andalucía; era una insurrección contra Fernando VII que reclamaban, entre otras medidas, el restablecimiento de la Inquisición, y protestaban contra la impunidad con que las partidas de liberales asesinaban a clérigos y realizaban todo tipo de saqueos, violaciones y crímenes contra aquellos que tachaban de «serviles».13

En medio de este clima social, el rey Fernando VII, que preveía un gran problema sucesorio al no disponer de descendencia masculina directa, promulgó en 1830 una Pragmática Sanción, por la que pretendía derogar el Reglamento de sucesión de 1713 aprobado por Felipe V (comúnmente denominado como «Ley Sálica»), que impedía que las mujeres accedieran al trono.14​ A los pocos meses, su cuarta esposa dio a luz a una niña, Isabel, que fue proclamada princesa de Asturias.15

 En otoño de 1832, Fernando VII cayó gravemente enfermo, los seguidores de su hermano, Carlos María Isidro de Borbón, consiguieron que el rey firmara la derogación de la Pragmática (los llamados Sucesos de La Granja), lo que supondría que este heredaría el trono. Pero, recuperado de la enfermedad, Fernando VII tuvo tiempo de restablecer la validez de la Pragmática Sanción antes de su muerte el 29 de septiembre de 1833.7

Según una confidencia que escribiría María Cristina de Borbón a su hija Isabel diez años después, habría sido la infanta Carlota, liberal convencida y enemiga de Carlos María Isidro, quien presionó a Fernando VII en su lecho de muerte para que firmase la anulación del decreto derogatorio, ante la falta de interés del rey agonizante y la indecisión de su esposa.17nota 1​:

Viendo, en fin, que yo no tendría nunca el triste valor que procuraba inspirarme, me trató de alma débil y pusilánime, y, acercándose ella misma al lecho del dolor, se dirigió al moribundo y le presentó el papel que era menester que firmase. Tu padre, entonces, dirigiendo hacia ella una mirada suplicante, en que apenas se percibía la última chispa de vida, le dijo con voz apagada: «Déjame morir». Pero tu tía Carlota, asiéndole la mano y llevando la pluma que ella había colocado, le gritó: «Se trata de morir bien; se trata de firmar». Mira tú, hija mía, a qué precio te ha hecho Reina tu tía Carlota.17

María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, 1842

A pesar de la derogación, los partidarios del Infante Carlos María Isidro consideraron que este decreto se había sancionado de forma despótica e ilegal al no haber sido convocadas las Cortes tradicionales y que, por tanto, la legislación sálica seguía en vigor.16

Como Isabel solo contaba en ese momento con tres años de edad, María Cristina asumió la regencia y llegó a un acuerdo con los liberales moderados para preservar el trono de su hija frente al alzamiento de los partidarios de Don Carlos.7

Estos se denominaron carlistas, y eran favorables a la monarquía tradicional española. Sus enemigos les tildaban de absolutistas porque procedían del realismo fernandino.18nota 2​ Entre los partidarios de Don Carlos se encontraba la mayor parte del pueblo,3​ especialmente campesinos y artesanos, sobre todo del mundo rural, que recelaban de las reformas y de las ideas ilustradas o «masónicas», pero también un quinto de la nobleza española y buena parte del estamento eclesiástico, especialmente el bajo clero y el clero regular, además de algunos obispos. Los partidarios de los derechos de Isabel fueron conocidos como isabelinos o cristinos (por la regente María Cristina). El gobierno apoyado por los liberales encontró defensores en la población urbana, la burguesía y buena parte de la nobleza.23

Según Alfonso Bullón de Mendoza, desde octubre de 1832 se había establecido una auténtica dictadura policiaco-militar en España, que desarticuló la mayor parte de las tramas que habían organizado los seguidores de Don Carlos para actuar tan pronto como muriese Fernando VII. Esta intensa represión permitiría el dominio cristino en la mayor parte del país.3

En septiembre de 1833 muere Fernando VII y el infante Carlos María Isidro de Borbón, desde Portugal, tomó la voz y dictado de monarca y se dirigió como tal a los secretarios del despacho, así como a los primeros tribunales, magistrados y corporaciones del reino. Como al mismo tiempo rechazó todas las mediaciones y todas las ofertas, se decretó su exclusión y la de toda su línea del derecho a suceder en el trono.24

De este modo estallaba la guerra civil —conocida mucho después como primera guerra carlista—, que sería la más reñida y sangrienta del siglo xix.25

Con el objeto de evitar los terribles actos de inhumanidad con que ambos partidos beligerantes se distinguían en las provincias del Norte con respecto a las represalias, se procedió a un tratado llamado de Eliot, promovido por los británicos (que se hallaban alarmados por la violencia e inhumanidad de la guerra civil en España en la que participaban también soldados británicos; el convenio se firmó en abril de 1835 entre el jefe carlista Tomás de Zumalacárregui y el isabelino Gerónimo Valdés gracias a la intervención de lord Eliot, enviado por el gobierno británico, para dar fin a los fusilamientos indiscriminados de prisioneros y promover el canje de los mismos.) el cual quedó terminado en 27 de abril de 1835 y que concluyó con la subida al ministerio de Mendizábal y varias victorias obtenidas por las tropas isabelinas.32​ . Solo pasaron unos cuantos meses antes de que las barbaridades otra vez se hicieran con toda la implacabilidad como antes».10

Don Carlos asesorado por su ministro José Arias Teijeiro, llevó a cabo una reorganización de sus fuerzas y nombró jefe de Estado Mayor al general Guergué.33​ Según Mellado, los carlistas estaban por entonces divididos entre «apostólicos», también llamados “brutos” y «moderados». Los primeros (con los que simpatizaba el propio Don Carlos), estaban encabezados por el citado Teijeiro y el obispo de León, Joaquín Abarca.34

En agosto, el General Carlista Maroto firmó con el general Espartero “Cristino o Isabelino”, que iba de victoria en victoria, el célebre convenio de Vergara30​ que sellaba la paz en España. En este documento se acordó mantener los fueros en las Provincias Vascongadas y Navarra e integrar a la oficialidad carlista en el ejército liberal. Los carlistas que permanecieron leales al pretendiente considerarían el convenio la razón de su derrota militar.38

 Don Carlos, este se casó en segundas nupcias el 2 de febrero de 1838 con la hija de Juan VI de Portugal, la princesa de Beira. Este matrimonio, contraído en Salzburgo y ratificado después en Azcoitia y en el palacio del Duque de Granada, se hizo público más adelante e inspiró a los carlistas esperanzas todavía de triunfo, pues creían que la princesa traería al pretendiente poderosos auxilios de los soberanos del norte de Europa. Pero las ilusiones quedaron bien pronto desvanecidas y la misma princesa, cuando se publicó el convenio, fue acusada de traidora por los carlistas sublevados en Vera, capitaneados por el cura Echevarría, y amenazada de muerte, riesgo del cual se libró por un gr an arranque de valor personal.30  

Don Carlos, después de seguir varios y muy diferentes pareceres de los que le rodeaban, sin decidirse enteramente por ninguno, se retiró hacia Elizondo y entró en Francia por Urdax con las fuerzas que le acompañaban y otro verdadero ejército de empleados que seguían su suerte. Se dijo que al poner el pie en el territorio francés, sereno y conforme como era costumbre en él, manifestó que estaba satisfecho de haber cumplido sus deberes como rey. El gobierno francés mandó alojar al pretendiente con la vigilancia indispensable, primero en Ezpeleta y después en Bourges, brindándole con socorros que desdeñó; no así los que le facilitaron los soberanos de AustriaPrusia y Cerdeña, ni tampoco los que periódicamente y desde España le prodigaron sus más fieles adictos.30​ Una multitud de carlistas se negaron a aceptar el convenio de Vergara y fueron pasando a Francia en condiciones penosas y miserables, pues preferían la emigración a la deshonra.39

Las partidas de irredentos dirigidos por Cabrera continuaron la guerra en el Maestrazgo, desde donde dominaban casi la totalidad de las provincias de Teruel y Castellón y buena parte de las demás provincias adyacentes. Para humanizar la guerra, en abril de 1839 Cabrera había firmado con Van Halen el convenio de Segura40​ y después se había dedicado a fortificar sus posiciones. A fines de 1839 Cabrera se puso gravemente enfermo, pero su subordinado Arnau y otros siguieron realizando incursiones en las provincias de Cuenca y Albacete.41

Con unas fuerzas veinte veces superiores, Espartero, junto con Zurbano y otros generales isabelinos,32​ inició un plan de ataque con el que capturó SeguraCastellote (tras una feroz resistencia) y otras plazas. Estrechaba así cada vez más el cerco a los carlistas, hasta que en mayo de 1840 logró finalmente tomar Morella,42​ lo que obligó a Cabrera y los suyos a pasar a Berga y desde allí a Francia. Espartero entró triunfante en Barcelona, donde fue recibido con júbilo.43

Finalizada la guerra civil, hubo casos de excombatientes carlistas que, a pesar de habierse acogido al indulto del gobierno, fueron víctimas de acusaciones, persecuciones y encarcelamientos, lo que obligó a algunos de ellos a volver a «echarse al monte».4445​ Fueron los conocidos como «trabucaires» en Cataluña y «latrofacciosos» en el resto de España (particularmente en La Mancha). Sin embargo, no todos los que recibieron estos apelativos eran carlistas, sino que muchas veces se trataba de simples bandoleros que la literatura oficial confundía con los partidarios del pretendiente para desprestigiar el carlismo.46

En esta situación, algunos cabecillas emigrados en Francia, como Planademunt o Felip, entraron nuevamente en Cataluña y, al frente de algunos hombres, realizaron secuestros de hacendados y acciones espectaculares contra los milicianos nacionales y los mozos de escuadra. Asimismo, en 1842 José Miralles, alias «el Serrador», y Tomás Peñarroya, alias «el Groc», entre otros, levantaron nuevas partidas en el Maestrazgo47​ y lograron mantenerse durante dos años, hasta que el 26 de mayo de 1844 las tropas del gobierno lograron dar muerte al Serrador cerca de Benasal48​ y, en junio del mismo año, el Groc fue asesinado a traición en una masía.49

Ya en la década moderada, desacreditado el carlismo por la derrota en la primera guerra, abandonado por muchos de sus famosos defensores tras el convenio de Vergara y juzgado por muchos como incompatible con la civilización de la época,50​ en octubre de 1844 Antonio de Arjona, representante de Carlos María Isidro, fundaba en Madrid el diario La Esperanza, a fin de mantener viva la causa carlista. El 18 de mayo del año siguiente, Don Carlos abdicó en su hijo primogénito, Carlos Luis de Borbón y Braganza, con la intención de que este procurase contraer matrimonio con su prima Isabel II y resolviese así el pleito dinástico.51

Carlos Luis, titulado conde de Montemolín y conocido como Carlos VI por sus defensores, pensó entonces que era forzoso transigir con las circunstancias de la época, modificar algún tanto sus principios y admitir algunos de los progresos de la revolución liberal. Con este objeto dirigió a los españoles un manifiesto el 23 de mayo de 1845, que fue el acicate a que respondió con entusiasmo todo el partido montemolinista.50

Uno de los principales valedores de la idea de casar a Isabel II con el conde de Montemolín era el clérigo catalán Jaime Balmes, quien inspiró un partido monárquico escindido del partido moderado. Pero el proyecto de matrimonio fracasó, entre otras cosas, debido a las exigencias de los carlistas (que no se conformaban con que Carlos Luis fuese el rey consorte), a la escasez de apoyos internacionales del pretendiente (especialmente en la Francia de Luis Felipe de Orleans), a la oposición de Narváez y al hecho de que a Isabel le desagradaba el aspecto físico de su primo, que padecía estrabismo. Finalmente, el 28 de agosto de 1846 se anunció el próximo matrimonio de la reina con otro de sus primos, Francisco de Asís de Borbón, que contaba con el apoyo de Francia.52​ Alfonso, el primogénito heredero, nació en Madrid en 1857 como primogénito de la reina Isabel II . Oficialmente, su padre era su marido, el rey Francisco de Asís . La paternidad biológica de Alfonso se puso en duda. Se especula que su padre biológico pudo haber sido Enrique Puigmoltó y Mayans (un capitán de la guardia). [1] Estos rumores serían luego utilizados como propaganda política contra Alfonso por los carlistas .

En Bourges el conde de Montemolín lanzó una nueva proclama el 12 de septiembre,53​ luego pasó a Londres para organizar sus proyectos y desde allí dirigió la segunda guerra carlista (también conocida como guerra de los matiners o montemolinista). Los partidarios de más nombradía en la guerra anterior, incluido Cabrera, se lanzaron a las montañas de Cataluña, organizaron sus partidas y ardió de nuevo la tea de la guerra civil. En esta ocasión, los carlistas tomaron también el nombre de montemolinistas

Se prolongó la guerra civil hasta el 26 y 27 de enero de 1849 en que ocurrió la acción del Pastoral, en la que fue derrotado y herido Cabrera; este golpe ya hizo declinar la guerra, que sufrió un golpe mortal con la prisión del conde de Montemolín verificada al entrar en España el 4 de abril. Y aunque el conde recobró luego su libertad, y aunque Cabrera volvió a campaña, ya los pueblos abandonaban a su suerte a los montemolinistas, a estos no les venían ya auxilios del extranjero, porque eran escasas las probabilidades de la victoria. El General Concha anunció el fin de la insurrección al pueblo español el 19 de mayo de ese mismo año.

La violación de los usos parlamentarios por parte de la Corona al final de la década moderada provocó el acercamiento entre los moderados del general Ramón María Narváez y los moderados "puritanos" de Joaquín Francisco Pacheco y Ríos Rosas con los progresistas encabezados por el general Baldomero Espartero y Salustiano de Olózaga, que llegaron a formar un comité electoral para presentar candidaturas conjuntas en las elecciones cuyo objetivo era la conservación del régimen representativo que veían en peligro. Asimismo los "puritanos" Ríos Rosas y Pacheco entraron en contacto con varios militares afectos, como el general O'Donnell, y progresistas, como los generales Domingo Dulce y Ros de Olano, para organizar un pronunciamiento cuyo objetivo era obligar a la reina Isabel II a sustituir el gobierno del conde de San Luis, que carecía de apoyo en las Cortes y que solo se sustentaba por la confianza de la Corona, por otro de "conciliación liberal" que recuperara la letra y el "espíritu" de la Constitución de 1845.

El antecedente más inmediato se produjo el 20 de febrero de 1854 cuando militares adeptos al Partido Democrático trataron de llevar a término una sublevación en Zaragoza, con el apoyo de elementos civiles como Eduardo Ruiz Pons, pero fracasaron.

Ante el fracaso del pronunciamiento, los militares que lo encabezaron buscaron el apoyo popular. El general O'Donnell se reunió con el general Serrano en Manzanares quien le convenció de que era necesario dar un giro al movimiento ofreciendo cambios políticos "que no figuraban en sus intenciones iniciales". Así surgió el Manifiesto de Manzanares redactado por un joven Antonio Cánovas del Castillo, donde se planteaba la «conservación del trono, pero sin camarilla que lo deshonre» y se prometía la rebaja de los impuestos y el restablecimiento de la Milicia Nacional, dos viejas aspiraciones de progresistas y demócratas.3​ De esta forma, según Jorge Vilches, los conjurados pretendían "agrupar a la oposición al Gobierno [del conde de San Luis] y conseguir más elementos de presión sobre la reina". El Manifiesto se hizo público el 7 de julio y en él se prometía la "regeneración liberal" mediante la aprobación de nuevas leyes de imprenta y electoral, la convocatoria de Cortes, la descentralización administrativa y el restablecimiento de la Milicia nacional, todas ellas propuestas clásicas del Partido Progresista.1​ Así empezó la segunda fase de la que se llamaría después la "revolución de 1854" cuyo protagonismo correspondió a los progresistas y a los demócratas que iniciaron la insurrección el 14 de julio en Barcelona -donde revistió especial gravedad por la participación de los obreros- y el 17 de julio en Madrid -donde la difusión desde mediados de julio del Manifiesto de Manzanares movilizó a las clases populares azotadas por el paro y donde fueron asaltados los palacios del marqués de Salamanca-, y del propio presidente del gobierno, el Conde de San Luis, entre otros, así como el de la reina madre María Cristina de Borbón, que tuvo que refugiarse con sus hijos en el Palacio de Oriente; asimismo fue asaltada la cárcel del Saladero para liberar a los demócratas Nicolás María Rivero y Sixto Cámara-. La sublevación de Barcelona y de Madrid fue secundada en otros lugares donde también se formaron juntas, como en Valencia o en Valladolid -en esta última ciudad la insurrección tomó el carácter de motín antifiscal al grito de «más pan y menos consumos», lo mismo que ocurrió en otras ciudades leonesas, castellanas y asturianas-.45​ Según algunas fuentes no contrastadas, los sublevados pretendían además del restablecimiento de la Milicia Nacional, la supresión de la Constitución moderada de 1845 y una amplia amnistía para los presos políticos. También hubo alzamientos en Zaragoza y Logroño. Según esas mismas fuentes el pronunciamiento fue financiado por distintos sectores económicos y, sobre todo, por el banquero Juan Bruil.

Madrid el 18 de julio estaba lleno de barricadas- hizo imposible que los militares pronunciados O'Donnell y Serrano pudieran aceptar el arreglo de compromiso que le ofreció el gobierno. El duque de Rivas intentó reprimir la sublevación popular -por lo que su gobierno fue conocido como «ministerio metralla»- esperando la vuelta de las tropas que habían salido de Madrid.6

Finalmente la reina, tal vez aconsejada por su madre, se decidió a llamar al general Baldomero Espartero, retirado en Logroño, para que formara gobierno, a la vez que pedía a O'Donnell que regresara a la corte. Para aceptar el cargo, Espartero exigió la convocatoria de Cortes Constituyentes, que la reina madre María Cristina respondiese de las acusaciones de corrupción y que Isabel publicase un manifiesto reconociendo los errores cometidos. La reina aceptó todas las condiciones y el 26 de julio publicó el manifiesto dirigido al país en el que decía:7

El nombramiento del esforzado duque de la Victoria [Espartero] para presidente del consejo de ministros y mi completa adhesión a sus ideas, dirigidas a la felicidad común, serán la prenda más segura del cumplimiento de vuestras aspiraciones

(Grabado del palacio de Doña María Cristina de Borbón, 17 de julio de 1854, obra de Pizarro, publicado en la revista La Ilustración).

El 28 de julio el general Espartero hacía su entrada triunfal en Madrid aclamado por la multitud, abrazándose con su antiguo enemigo el general O'Donnell. Así dio comienzo el bienio progresista,8​marchando María Cristina de Borbón al exilio en Francia.

 El General O'Donnell contó con el apoyo de Francia y Gran Bretaña, a través de sus respectivas embajadas, para realizar el pronunciamiento.123

El temor que produjo a la corte la revolución de 1854 y el subsiguiente bienio progresista la llevó a intentar nuevas negociaciones para la reconciliación de las dos ramas de la familia real, a fin de oponerse juntos a los revolucionarios, enemigo común de ambas ramas de la dinastía. Pero el proyecto no llegó a materializarse y los carlistas planearon en solitario un nuevo levantamiento contra la revolución.

Las condiciones de paz de la guerra de África —que no entregaban a España Tánger ni Tetuán a pesar de la victoria— generaron un clima de descontento producido en el Ejército y el pueblo. Carlos Luis y sus partidarios pensaron en aprovechar esta coyuntura, así como el hecho de que las tropas siguiesen aún en África, y realizaron una nueva intentona, que incluía todo un programa de gobierno para dar solución a los problemas de España.56

El 1 de abril de 1860 el general Ortegacapitán general de Baleares (que se había hecho recientemente carlista tras conocer las maniobras de la infanta Carlota antes de la muerte de Fernando VII) fracasó debido a la negativa de sus propios oficiales a secundarlo. Ortega fue fusilado por un consejo de guerra formado por capitanes, ante las protestas del general, que consideraba que debía ser juzgado por un tribunal civil o bien por un consejo de guerra de generales, según correspondía a su grado.57

Según uno de los carlistas implicados en esta intentona, los carlistas nunca creyeron más seguro el triunfo de su causa que en 1860. De acuerdo con este testimonio, tanto Isabel II como su marido Francisco de Asís, que mantenían correspondencia con el primo de ambos, Carlos Luis, estaban convencidos de que ocupaban el trono ilegalmente, por lo que Isabel deseaba abdicar en Carlos. Además, no solo el general Ortega, sino también el general Dulce, capitán general de Cataluña, y muchos otros militares, debían secundar el movimiento, aunque finalmente faltaron a su compromiso. Según este testimonio, el general Ortega fue condenado a muerte por quienes antes habían sido sus amigos, «temiendo que las revelaciones que podía hacer marcarían en sus rostros el estigma de la traición y felonía».60​ Antes de ser fusilado, Ortega pidió a su ayudante Francisco Cavero que, en caso de que le sobreviviera, no delatase jamás a los que habían estado implicados.61

En junio de 1866 tuvo lugar una insurrección en Madrid para acabar con la Monarquía de Isabel II que fue dominada por el gobierno de la Unión Liberal del general O'Donnell y que fue conocida como la sublevación del cuartel de San Gil, porque fueron los sargentos de este cuartel de artillería los que protagonizaron el alzamiento. Al mes siguiente, la reina Isabel II destituyó al general O'Donnell por considerar que había sido demasiado blando con los insurrectos, a pesar de que habían sido fusilados 66 de ellos, y nombró para sustituirle al general Narváez, líder del Partido Moderado2  que adoptó inmediatamente una política autoritaria y represiva, lo que hizo imposible el turno en el poder con la Unión Liberal de O'Donnell, que entonces optó por hacer el «vacío en Palacio» —según la expresión del propio O'Donnell—, solo tras la muerte de O'Donnell, en noviembre de 1867, se sumaría la Unión Liberal —liderada entonces por el general Serrano— al pacto de Ostende que habían firmado un año antes progresistas y demócratas.3

A principios de 1866 estalló la primera crisis financiera de la historia del capitalismo español. Aunque estuvo precedida de la crisis de la industria textil catalana, cuyos primeros síntomas aparecieron en 1862 a consecuencia de la escasez de algodón provocada por la Guerra de Secesión norteamericana, el detonante de la crisis financiera de 1866 fueron las pérdidas sufridas por las compañías ferroviarias, que arrastraron con ellas a bancos y sociedades de crédito.4​Las primeras quiebras de sociedades de crédito vinculadas a las compañías ferroviarias se produjeron en 1864, pero fue en mayo de 1866 cuando la crisis alcanzó a dos importantes sociedades de crédito de Barcelona, la Catalana General de Crédito y el Crédito Mobiliario Barcelonés, lo que desató una oleada de pánico.5​ Se sumó una grave crisis de subsistencias en 1867 y 1868 motivada por la malas cosechas de esos años. Los afectados no fueron los hombres de negocios o los políticos, como en la crisis financiera, sino las clases populares debido a la escasez y carestía de productos básicos como el pan. Se desataron motines populares en varias ciudades, como en Sevilla, donde el trigo llegó a multiplicar por seis su precio, o en Granada, al grito de «pan a ocho [reales]». La crisis de subsistencias se vio agravada por el crecimiento del paro provocado por la crisis económica desencadenada por la crisis financiera, que afectó sobre todo a dos de los sectores que más trabajo proporcionaban, las obras públicas —incluidos los ferrocarriles— y la construcción. La coincidencia de ambas crisis, la financiera y la de subsistencias, creaba «unas condiciones sociales explosivas que daban argumentos a los sectores populares para incorporarse a la lucha contra el régimen isabelino».6

El pacto de Ostende entre progresistas y demócratas, que recibe su nombre por el de la ciudad de Bélgica donde se firmó el 16 de agosto de 1866, fue una iniciativa del general progresista Juan Prim con el objetivo de derribar la Monarquía de Isabel II. Constaba de dos puntos:3

1.º, destruir lo existente en las altas esferas del poder;
2.º, nombramiento de una asamblea constituyente, bajo la dirección de un Gobierno provisorio, la cual decidiría la suerte del país, cuya soberanía era la ley que representase, siendo elegida por sufragio universal directo.

La ambigua redacción del primer punto permitía incorporar al Pacto a otras personalidades y fuerzas políticas. Así, tras el fallecimiento de O'Donnell, Prim y Serrano —paradójicamente, el mismo militar que había dirigido la represión de la sublevación del cuartel de San Gil— firmaron un acuerdo en marzo de 1868 por el que la Unión Liberal se sumaba al Pacto. «Con esto la Unión Liberal aceptaba la entrada en un nuevo proceso constituyente y en la búsqueda de una nueva dinastía, y, según el punto segundo [del pacto de Ostende], la soberanía única de la nación y el sufragio universal».3

La respuesta de Narváez fue acentuar su política autoritaria. Las Cortes cerradas en julio de 1866 no volvieron a abrirse porque fueron disueltas y se convocaron nuevas elecciones para principios de 1867. La «influencia moral» del gobierno dio una mayoría tan aplastante a los diputados ministeriales que la Unión Liberal, lo más parecido a una oposición parlamentaria, quedó reducida a cuatro diputados. Además en el nuevo reglamento de las Cortes aprobado en junio de 1867, tres meses después de haber sido abiertas, se suprimió el voto de censura, reduciendo así sensiblemente su capacidad para controlar al gobierno.7​ En abril de 1868 falleció el general Narváez y la reina nombró para sustituirle al ultraconservador Luis González Bravo que siguió con la política autoritaria y represiva de su antecesor.

A principios de septiembre de 1868 todo estaba preparado para el pronunciamiento militar que se acordó que se iniciaría en Cádiz con la sublevación de la flota por el almirante unionista Juan Bautista Topete. Allí llegó en la noche del 16 de septiembre desde Londres, vía Gibraltar, el general Prim, acompañado de los progresistas Práxedes Mateo Sagasta y Manuel Ruiz Zorrilla, antes de que llegaran desde Canarias en un vapor alquilado con dinero del duque de Montpensier los generales unionistas que estaban allí desterrados, encabezados por el general Francisco Serrano.8​ Prim y Topete decidieron no esperar y el 18 de septiembre se sublevaba Topete al frente de la escuadra. Al día siguiente, tras la llegada de Serrano y los generales unionistas desde Canarias, Topete leyó un manifiesto redactado por el escritor unionista Adelardo López de Ayala en el que se justificaba el pronunciamiento y que acababa con un grito —«¡Viva España con honra!»— que se haría célebre. Según Josep Fontana, el manifiesto «era un auténtico prodigio de ambigüedad política».9

«El manifiesto "España con honra" que redactó Adelardo López de Ayala y firmaron el Duque de la TorreJuan PrimDomingo DulceRamón NouvilasRafael Primo de RiveraAntonio Caballero y Fernández de Rodas y Juan Bautista Topete estaba llamado a ser uno de los emblemas básicos de la España liberal y democrática».10

En los días siguientes el levantamiento se fue extendiendo por el resto del país, empezando por Andalucía. El 20 de septiembre se formaba en Sevilla la primera junta que publicó un manifiesto en el que exponía una serie de reivindicaciones populares, como la abolición de las quintas y los consumos o la libertad religiosa, que iban mucho más lejos que lo ofrecido en el manifiesto leído por Topete.11​ Prim por su parte a bordo de la fragata blindada Zaragoza recorrió la costa mediterránea logrando que se sumaran al movimiento todas las ciudades ribereñas desde Málaga hasta Barcelona.12

El día anterior, 19 de septiembre, González Bravo dimitió y la reina Isabel II nombró para sustituirle al general José Gutiérrez de la Concha, quien mantuvo a casi todos los ministros del gobierno anterior y puso a González Bravo al frente del ministerio de Gobernación. El general de la Concha organizó en Madrid un ejército como pudo, dada la falta de apoyo que encontró entre los mandos militares —ni un solo general «se me presentó entonces, ni aun después, para pedirme un puesto para combatir la revolución», afirmaría más tarde— y lo envió a Andalucía al mando del general Manuel Pavía y Lacy, Marqués de Novaliches, para que acabara con la rebelión. Al mismo tiempo aconsejó a la reina que volviera a Madrid desde San Sebastián donde estaba de veraneo, al igual que el padre Claret que le dijo: «Si su majestad fuera una muñeca, me la pondría en el bolsillo y echaría a correr a Madrid para salvar a España de su revolución». Sin embargo, al poco tiempo de iniciar el viaje en tren a Madrid, el general de la Concha le envió un telegrama a la reina pidiéndole ahora que siguiera en San Sebastián porque las situación de las fuerzas leales había empeorado.13

(Madrid: la Puerta del Sol en la mañana del 29 de septiembre de 1868, de Urrabieta, en El Museo Universal.)

El 28 de septiembre tuvo lugar la decisiva batalla de Alcolea (en la provincia de Córdoba) en la que la victoria fue para las fuerzas sublevadas al mando del general Serrano que contaron con el apoyo de millares de voluntarios armados. Al día siguiente el levantamiento triunfaba en Madrid y el día 30 Isabel II abandonaba España desde San Sebastián.14

En el mensaje dirigido por la reina a la nación «al poner mi planta en tierra extranjera» advertía de que no renunciaba a

la integridad de mis derechos ni podrán afectarle en modo alguno los actos del gobierno revolucionario; y menos aún los acuerdas de las asambleas que habrán de formarse necesariamente al impulso de los furores demagógicos, con manifiesta coacción de las conciencias y de las voluntades. 

«Como en 1840 y 1854, el esquema del pronunciamiento aparece con toda claridad: primero, el resentimiento de los generales-políticos por su alejamiento del poder y la justificación de este resentimiento en principios teóricos; después, la etapa de los sondeos y los compromisos; por último, el pronunciamiento mismo, acompañado de las proclamas emocionales y vibrantes, en las que se hace un llamamiento al pueblo y en las que se expone mejor lo que no se quiere que lo que se proyecta hacer». Sin embargo, el de 1868 presenta algunas novedades: «el objetivo del pronunciamiento no se dirige solo contra un Gobierno corrompido, sino contra la misma persona de la Reina, a la que se juzga incompatible con "la honradez y la libertad" que los pronunciados proclaman; su difusión desde la periferia, donde tienen su fuerza, es muy rápida, imponiéndose desde ella al centro; y finalmente, la misma naturaleza del compromiso contraído por los conspiradores era una novedad sin precedentes: el que fuera una Asamblea Constituyente, elegida por sufragio universal directo, la que decidiese el tipo de gobierno que debía tener el país».15

Lo que buscaban tanto la Unión Liberal como el Partido Progresista —este último en un sentido más radical— era eliminar los obstáculos que permitieran «culminar el tránsito hacia una sociedad plenamente burguesa, donde el sistema capitalista funcionara de un modo racional», mientras que el Partido Demócrata sí «buscaba un cambio real en las condiciones de vida y [era] el que reclamaba, junto a una verdadera democracia asentada sobre el sufragio universal, la liquidación de aquellas medidas que más afectaban a las clases populares: quintasconsumos, una auténtica adhesión a Europa. La revolución democrática era la meta que movilizó a aquellos sectores populares que organizaron las barricadas y sostuvieron con su actitud las Juntas revolucionarias que más tarde el Gobierno Provisional se ocupó de desarticular».17

La historiografía liberal del siglo XIX explicó la revolución de 1868 por motivos políticos. Según esta visión, durante el reinado de Isabel II se produjo un enfrentamiento entre dos ideologías: una casi absolutista, reaccionaria, clerical, representada por el Partido Moderado y por la Corona y su camarilla; y otra liberal, reformista, anticlerical (que no anticatólica) y progresista. Así la revolución de 1868 significaba el triunfo de la segunda sobre la primera, como lo demostraba el grito que resonó fuertemente durante «La Gloriosa»: «¡Viva la Soberanía Nacional! ¡Abajo los Borbones!».18

En 1957 el historiador catalán Jaume Vicens Vives cuestionó que los motivos políticos fueran suficientes para explicar la revolución y defendió que había que tener en cuenta la difícil coyuntura económica por la que atravesaba España en aquellos momentos a causa de la crisis financiera de 1866 lo que explicaría que la «burguesía» se «separase» del régimen isabelino para derribar el incompetente gobierno del Partido Moderado y el propio trono de Isabel II que era quien lo sustentaba. Esta tesis fue desarrollada a finales de los años 1960 y principios de la década de 1970 —coincidiendo con el primer centenario de la revolución— por una serie de historiadores como Nicolás Sánchez AlbornozManuel Tuñón de LaraGabriel Tortella y Josep Fontana. Este último publicó en 1973 un libro en el que su capítulo más extenso se titulaba «Cambio económico y crisis política. Reflexiones sobre las causas de la revolución de 1868» que ejercería una gran influencia y en el que señalaba que buena parte de los políticos y militares que protagonizaron la revolución tenían intereses en las compañías ferroviarias cuyas crecientes pérdidas habían desencadenado la crisis financiera de 1866 —el general Serrano, por ejemplo, era el presidente de la Compañía de los Ferrocarriles del Norte que atravesaba graves problemas que solo una subvención del Estado podría solucionar—. Además había que considerar la importancia de otra crisis de raíz económica, paralela a la crisis financiera, la crisis de subsistencias de 1867-1868 resultado de las malas cosechas de aquellos años que provocó una grave escasez y carestía de productos básicos como el pan y que afectó muy duramente a las clases populares. Todos estos estudios abrieron un gran debate, especialmente cuando Miguel Artola por aquellos mismos años volvió a defender la primacía de los factores políticos sobre los factores económicos y sociales para explicar la revolución.19

De la Fuente señalaba que la crisis financiera de 1866 había afectado a toda la élite política isabelina por igual, por lo que no explicaba que un sector de ella se mantuviera del lado de Isabel II y otro del lado revolucionario, y por tanto había que descartar a la crisis financiera como una de las principales causas de la revolución. De hecho se podía constatar que la mayoría de los hombres de negocios, banqueros y grandes comerciantes y empresarios ni colaboraron ni se sumaron al pronunciamiento. En cuanto a la crisis de subsistencias de 1867-1868 De la Fuente también la descartaba como causa directa de la revolución, porque la movilización popular se produjo después de la revolución y como consecuencia del mayor margen de libertad que trajo consigo, y no antes.22​ Sin embargo, Josep Fontana, en un libro publicado en 2007 reafirmaba la importancia de las causas económicas de la revolución de 1868: «La revolución de 1868 fue un movimiento organizado desde arriba por políticos y militares que tenían unos objetivos limitados: acabar con el bloqueo del sistema parlamentario que impedía el acceso al poder de los progresistas e implantar unas medidas de urgencia para resolver la mala situación económica, en particular la de las empresas ferroviarias».23

Una síntesis del relativo consenso que se ha alcanzado en la actualidad en el debate sobre las causas de la revolución de 1868 la podemos encontrar en dos libros publicados en 2006 y 2007.2425​ En el segundo de ellos Juan Francisco Fuentes resume así el estado de la cuestión:6

Conviene descartar, pues, interpretaciones simplistas del final de la Monarquía isabelina basadas en una relación causa-efecto entre la crisis económica y la Revolución de 1868, en la que tanto protagonismo tuvieron algunos políticos y generales directamente afectados por la situación de las empresas financieras y ferroviarias. Pero tampoco se puede ignorar la importancia que aquella gran crisis del capitalismo español iniciada en 1864 tuvo en la percepción general de las élites políticas y económicas: el convencimiento de que el régimen isabelino, reducido finalmente a una pequeña camarilla político-clerical, se había aislado por completo de la realidad nacional. A los ojos de una buena parte de la sociedad española, aquello era el final de una época. Una grave crisis de subsistencias en los años 1867-1868 acabaría de generalizar esa sensación de catástrofe nacional que se apodera del país en la última etapa del reinado de Isabel II 

El 8 de octubre se formaba un gobierno provisional presidido por el general Serrano, y del que formaban parte el general Prim y el almirante Topete. Se sellaba así el triunfo de la que sería llamada la Revolución de 1868 o La Gloriosa que había puesto fin al reinado de Isabel II.11

La revolución de 1868 destronó a Isabel II y llevó el subsiguiente periodo revolucionario, numerosos políticos y militares moderados, que habían sido antes leales a la reina, fueron pasando a las filas carlistas. Para ellos, la salvación de España se hallaba en el nuevo y joven pretendiente, Carlos de Borbón y Austria-Este (Carlos VII), en quien su padre, Juan de Borbón y Braganza —rechazado por los carlistas por su pensamiento liberal—,64​ había abdicado sus derechos.65

La revolución de 1868 hizo revivir el carlismo con toda fuerza y energía.62​ Arturo Masriera describió la situación de la siguiente manera:

El derribo de templos y conventos, los atropellos contra inocentes e indefensas señoras, que, por ser tales y ser a la vez religiosas, no obtuvieron consideración ni respeto de los gobiernos revolucionarios; el ateísmo proclamado desde el templo de las leyes, las iniquidades contra los ministros del Señor y la persecución abierta o solapada, contra todo lo que significaba el espíritu de fe, de tradición y de instituciones patrióticas, bastaron para despertar de su letargo a los carlistas que, desde los primeros días de la Revolución, se dividieron en dos grupos: los piadosamente tímidos que todo lo esperaban de la oración y la Providencia, y los animosamente bravos, que anhelaban lanzarse al campo y, por la fuerza de las armas, redimir a España del yugo revolucionario.63

El ambiente de inestabilidad política originado por la revolución de Septiembre y la cuestión religiosa suscitada con la promulgación de la Constitución española de 1869, que sancionaba la libertad de cultos —en vulneración del Concordato con la Iglesia—, motivó que los carlistas se lanzasen a un alzamiento, en el que se iba a reivindicar especialmente la llamada unidad católica, defendida por los diputados carlistas en las Cortes66

Carlos VII había nombrado general en jefe a Cabrera para ganarse a los demás cabecillas carlistas, que confiaban en su prestigio.68​ Sin embargo, Cabrera, aunque tenía ya trabajos de conspiración avanzados,68​ consideraba que era preciso aguardar aún y centrarse en adquirir fondos,69​ mientras que Don Carlos creía su honor comprometido y estaba dispuesto a entrar en España como fuese. Ofendido por la falta de entusiasmo de Cabrera,70​ dispuso en julio un levantamiento sin contar con él.71

No obstante, algunos carlistas, ignorando el fracaso del plan, se levantaron a finales de julio. En la provincia de León destacó la partida del exalcalde de León Pedro Balanzátegui, que fue fusilado por la Guardia Civil, y, en La Mancha, la del general Polo,74​ que fue apresado y desterrado a las Islas Marianas.75

Tras haber señalado la mala organización del golpe, debido a la cual los militares que estaban comprometidos con los carlistas no se habían movido, el 7 de agosto Cabrera presentó su dimisión de la jefatura carlista. Don Carlos, indeciso, permaneció algún tiempo cerca de la frontera española, confiando aun en que el movimiento se extendería a Cataluña.76​ Finalmente se trasladó a Ginebra.67

Tras esta primera intentona por Carlos VII, en agosto de 1870 se produciría una segunda en las Provincias Vascongadas,74​ planeada por Eustaquio Díaz de Rada.77​ La impaciencia de algunos jefes carlistas, que estimaban que era preciso aprovechar la coyuntura de la guerra franco-prusiana y contaban con el compromiso y las adhesiones de muchos oficiales del Ejército (e incluso de la Guardia Civil en alguna provincia de Castilla) les había llevado a planear otro alzamiento, que no obtuvo la autorización de Don Carlos.78​ A pesar de ello, debido a una trampa urdida por el coronel del Ejército José Escoda y Canela, quien fingió haberse aliado a los carlistas con la intención de capturar al pretendiente, se llevó a cabo finalmente una sublevación espontánea. Las partidas alzadas fueron rápidamente reprimidas por el capitán general de las Vascongadas y Navarra Allende-Salazar.77

Beneficiados por la libertad ideológica del Sexenio Democrático para los partidos antidinásticos y la adhesión de la mayoría de los llamados neocatólicos a Carlos de Borbón y Austria-Este tras la revolución de 1868, el carlismo había revivido como fuerza política y se publicaban numerosos folletos y periódicos carlistas en toda España.79​ Pero las nuevas libertades políticas no habían traído la concordia social, sino todo lo contrario, y la partida de la porra de los progresistas, que veían aquello como una amenaza a la libertad, cometió algunos asesinatos y atentados contra los casinos y las imprentas de los periódicos carlistas que se iban fundando.80

La popularidad del carlismo en aquel momento era tal, que el mismo ministro Ruiz Zorrilla manifestó en el Congreso que si se sometía a plebiscito quién debía ser el rey de España, la nación elegiría a Carlos VII.80​ Tras optar por la lucha electoral, en las cortes de 1869, los carlistas o católico-monárquicos obtuvieron una veintena de diputados, y en las siguientes elecciones legislativas más de cincuenta.

La coalición de liberales, moderados y republicanos se enfrentaba a la tarea de encontrar un mejor gobierno que sustituyera al de Isabel. Al principio las Cortes rechazaron el concepto de una república para España, y Serrano fue nombrado regente mientras se buscaba un monarca adecuado para liderar el país. Previamente se había aprobado una constitución de corte liberal que fue promulgada por las cortes en 1869.

La búsqueda de un Rey apropiado demostró finalmente ser más que problemática para las Cortes. Juan Prim, el eterno rebelde contra los gobiernos isabelinos, fue nombrado dirigente del gobierno en 1869 y el general Serrano sería regente, y suya es la frase: «¡Encontrar a un rey democrático en Europa es tan difícil como encontrar un ateo en el cielo!». Se consideró incluso la opción de nombrar rey a un anciano Espartero, aunque encontró el rechazo del propio general, que, no obstante, obtuvo ocho votos en el recuento final.

Muchos proponían al joven hijo de Isabel, Alfonso (que posteriormente sería el rey Alfonso XII de España), pero la sospecha de que este podría ser fácilmente influenciable por su madre y que podría repetir los fallos de la anterior reina hacían que no fuera una alternativa viable. Fernando de Sajonia-Coburgo, antiguo regente de la vecina Portugal, fue considerado también como una posibilidad. Otra de las posibilidades era el príncipe Leopoldo de Hohenzollern, de la Casa Hohenzollern, que fue propuesto por Otto von Bismarck, y que provocó abiertamente el rechazo de Francia, hasta el punto de que el ministro de asuntos exteriores francés enviara el llamado Telegrama de Ems, que posteriormente sería el detonante (o la excusa) para la Guerra Franco-Prusiana. Finalmente, se optó por un rey italiano, Amadeo de Saboya, pero su reinado tan solo duró dos años y un mes entre 1871 y 1873.

La llegada de Amadeo de Saboya, considerado por los carlistas como un usurpador extranjero y odiado por ser «el hijo del carcelero del Papa», terminaría por imponer la opción armada.nota 3

El plan de la nueva insurrección carlista en 1871 no era actuar en la montaña, sino tomar ciudades importantes mediante una sublevación militar rápida. Para ello los carlistas, dirigidos por el general Cevallos, habían logrado el compromiso de varios oficiales y jefes del Ejército español, que estaban de acuerdo con el plan urdido por Cabrera. En agosto de 1871 estaba todo preparado,82​ incluyendo fusiles, pólvora y demás pertrechos de guerra,83​ pero Carlos VII no dio la orden y en septiembre suspendió los trabajos de conspiración.84

Las elecciones del 2 de abril de 1872, en que los carlistas verían reducido ostensiblemente su número de escaños en las Cortes, resultaron decisivas para imponer la opción armada. Don Carlos consideró inaceptables los procedimientos del gobierno de Sagasta durante el periodo preelectoral y el día de la elección90​ y antes de que acabaran las elecciones mandó que se retirasen los candidatos y que los diputados y senadores que ya hubiesen sido elegidos no se presentasen en las Cortes. La insurrección estaba ya decidida. Para justificar su conducta, su secretario aclaró en una comunicación a las cancillerías extranjeras más importantes que «el partido carlista que representa la mayoría del país rechaza, en nombre de sus principios, todas las maquinaciones del partido liberal que son el prólogo de la disolución social» y que «el duque de Madrid quería a todo trance evitar un alzamiento en armas», añadiendo que, aunque los carlistas habían aceptado la lucha en el terreno exigido por sus enemigos, se habían empleado ilegalidades, violencias y farsas «para evitar que fuese a las Cortes la verdadera mayoría».92

El 8 de abril el pretendiente envió desde Ginebra una primera carta a Díaz de Rada con instrucciones reservadas, y el día 14 una segunda, en la que ordenaba que se hiciese un alzamiento general el día 21, asegurando a sus seguidores que él estaría el primero «en el punto de peligro». Los catalanes se anticiparon a la fecha acordada,90​ y el 6 de abril salió la primera partida mandada por el general Castells en la provincia de Barcelona.93

(El general Francisco Serrano, autor del convenio de Amorebieta que paralizó la guerra en el Norte en 1872).

Díaz de Rada se movía en Navarra, Dorronsoro en Guipúzcoa, Ulibarri en Vizcaya, Marco de Bello en Aragón y Cucala en el Maestrazgo.90​ Sin embargo, la realidad de la sublevación era muy inferior a la esperada, por lo que Díaz de Rada y otros trataron de impedir que Don Carlos entrase en España como había prometido. Pero el pretendiente hizo caso omiso y entró en Vera de Bidasoa, donde fue aclamado por la población.94​ Se levantaron muchas partidas en Navarra93​ y el 4 de mayo se libró la primera batalla en Oroquieta, que duró solo media hora, pues los carlistas, que habían sido sorprendidos por sus enemigos, se quedaron sin municiones. El fracaso obligó a Don Carlos a cruzar el Ulzama al galope, internándose en Francia por los Alduides al día siguiente.95

A pesar de ello, en las provincias vascas, al igual que en la primera guerra, los carlistas habían logrado hacerse fuertes. Allí se produjeron los combates de Mañaria y Arrigorriaga, y en la acción de Oñate fue herido el brigadier Ulibarri. Desde entonces empezó a decaer el alzamiento en las Vascongadas y el 24 de mayo de 1872 se firmó el convenio de Amorebieta entre el general amadeísta Francisco Serrano y la Diputación de Vizcaya. En el resto de España siguió habiendo numerosas acciones, pero la guerra fue languideciendo ante los hechos ocurridos en Vascongadas.93 

Llego la primer intento republicano en la historia de España fue una experiencia corta, caracterizada por la inestabilidad política. En sus primeros once meses se sucedieron cuatro presidentes del Poder Ejecutivo, todos ellos del Partido Republicano Federal, hasta que el golpe de Estado del general Pavía del 3 de enero de 1874 puso fin a la república federal proclamada en junio de 1873 y dio paso a la instauración de una república unitaria bajo la dictadura del general Serrano, líder del conservador Partido Constitucional. El período estuvo marcado por tres conflictos armados simultáneos: la tercera guerra carlista, la sublevación cantonal y la Guerra de los Diez Años cubana. La Primera República se enmarca dentro del Sexenio Democrático, que comienza con la Revolución de 1868 que dio paso al reinado de Amadeo I de Saboya, al que siguió la república, y termina con el pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto. 

 

Tampoco la Primera República por medio de un consenso sereno y pactado transversalmente; para hacerse una idea de cómo llegaría el nuevo régimen a España tal vez bastara el siguiente pasaje:

El rey Amadeo I renunció al trono de España el día 11 de febrero de 1873.1​ La abdicación estuvo motivada por las dificultades a las que tuvo que enfrentarse durante su corto reinado, como la guerra en Cuba, el estallido de la Tercera Guerra Carlista, la oposición de los monárquicos alfonsinos, que aspiraban a la restauración borbónica en la figura de Alfonso de Borbón, hijo de Isabel II, las diversas insurrecciones republicanas y la división entre sus propios partidarios. Además de eso, el efímero monarca contó con un apoyo popular prácticamente nulo. El detonante final fue la crisis de gobierno originada a causa del conflicto artillero iniciado con el nombramiento de capitán general a Baltasar Hidalgo de Quintana, a quien no podían ver los oficiales de artillería desde el 22 de junio de 1866, pidiendo todos su licencia absoluta o retiro. El gobierno decide la disolución del cuerpo de artillería obteniendo el 7 de febrero 191 votos en las cortes, los mismos que habían elegido a Don Amadeo, que no usó la prerrogativa regia a favor de los artilleros y firmó el decreto de disolución del cuerpo de artillería el 9, abdicando seguidamente el 11 de febrero.2

El lunes 11 de febrero, el diario La Correspondencia de España dio la noticia de que el rey había abdicado e inmediatamente los federales madrileños se agolparon en las calles pidiendo la proclamación de la República. El gobierno del Partido Radical de Ruiz Zorrilla se reunió y en su seno las opiniones estaban divididas entre el presidente y los ministros de procedencia progresista, que pretendían constituirse en gobierno provisional para organizar una consulta al país sobre la forma de gobierno —postura que también apoyaba el partido constitucional del general Serrano, porque de esa forma no se produciría la proclamación inmediata de la República—, y los ministros de procedencia demócrata encabezados por Cristino Martos y apoyados por el presidente del Congreso de los Diputados, Nicolás María Rivero, que se decantaban por la reunión conjunta del Congreso y del Senado que, constituidos en Convención, decidirían la forma de gobierno, lo que conduciría a la proclamación de la República dada la mayoría que formaban en ambas cámaras la suma de republicanos federales y de estos radicales de procedencia demócrata.4

El presidente Ruiz Zorrilla acudió al Congreso de Diputados para pedir a los diputados de su propio partido, que tenían la mayoría absoluta en la Cámara, que aprobaran la suspensión de las sesiones al menos veinticuatro horas, las suficientes para restablecer el orden. Asimismo pidió que no se tomara ninguna decisión hasta que llegara a las Cortes el escrito de renuncia a la Corona del rey Amadeo I y anunció que el gobierno presentaría un proyecto de ley de abdicación. Con todo ello Ruiz Zorrilla pretendía ganar tiempo, pero fue desautorizado por su propio ministro de Estado Cristino Martos cuando este dijo a la Cámara que en cuanto llegara la renuncia formal del rey el poder sería de las Cortes y «aquí no habrá dinastía ni monarquía posible, aquí no hay otra cosa posible que la República». Así se aprobó la moción del republicano Estanislao Figueras para que las Cortes se declararan en sesión permanente, a pesar del intento de Ruiz Zorrilla de que los radicales no la apoyaran. Mientras tanto el edificio del Congreso de los Diputados había sido rodeado por una multitud que exigía la proclamación de la República, aunque la Milicia Nacional logró disolverla.5

Al día siguiente, martes 11 de febrero, los jefes de distrito republicanos amenazaron al Congreso de los Diputados con que si no proclamaban la República antes de las tres de la tarde iniciarían una insurrección. Los republicanos de Barcelona enviaron un telegrama a sus diputados en Madrid en el mismo sentido. Entonces los ministros demócratas encabezados por Martos, junto con los presidentes del Congreso y del Senado, Rivero y Figuerola, decidieron que se reunieran ambas Cámaras, ante las cuales se leyó la renuncia al trono de Amadeo I, y a continuación, ante la ausencia del presidente del gobierno Ruiz Zorrilla, el ministro de Estado Martos anunció que el gobierno devolvía sus poderes a las Cortes con lo que estas se convertían en Convención y asumían todos los poderes del Estado. Entonces, varios diputados republicanos y radicales presentaron una moción para que las dos cámaras, constituidas en Asamblea Nacional, aprobaran como forma de gobierno la República y eligieran un Poder Ejecutivo responsable ante aquella.6​ La proposición decía así:

La Asamblea Nacional asume los poderes y declara como forma de gobierno la República, dejando a las Cortes Constituyentes la organización de esta forma de gobierno.

Manuel Ruiz Zorrilla, hasta entonces presidente del gobierno, intervino para decir:

Protesto y protestaré, aunque me quede solo, contra aquellos diputados que habiendo venido al Congreso como monárquicos constitucionales se creen autorizados a tomar una determinación que de la noche a la mañana pueda hacer pasar a la nación de monárquica a republicana.

A continuación el republicano Emilio Castelar subió al estrado y pronunció este discurso que fue respondido con encendidos aplausos:

Señores, con Fernando VII murió la monarquía tradicional; con la fuga de Isabel II, la monarquía parlamentaria; con la renuncia de don Amadeo de Saboya, la monarquía democrática; nadie ha acabado con ella, ha muerto por sí misma; nadie trae la República, la traen todas las circunstancias, la trae una conjuración de la sociedad, de la naturaleza y de la Historia. Señores, saludémosla como el sol que se levanta por su propia fuerza en el cielo de nuestra Patria.

(Proclamación de la República en las calles de Madrid la noche del 11 de febrero, 
dibujo de Vierge en Le Monde Illustré.)

A las tres de la tarde del 11 de febrero de 1873, el Congreso y el Senado, constituidos en Asamblea Nacional, proclamaron la República por 258 votos contra 32:7Desde el resultado de la votación se entienden las palabras del Presidente Ruiz Zorrilla, que apelaba a sus propios diputados, con los que tenía mayoría absoluta, y que fueron elegidos como monárquicos y ahora se pasaban al bando republicano sin medir las consecuencias de su decisión ni evaluar si estaban conformes los votantes que les eligieron con su decisión. Tal vez sea la señal más clara donde se muestre la más mínima coherencia democrática.  

La Asamblea Nacional reasume todos los poderes y declara la República como forma de gobierno de España, dejando a las Cortes Constituyentes la organización de esta forma de gobierno. Se elegirá por nombramiento directo de las Cortes un poder ejecutivo, que será amovible y responsable ante las mismas Cortes.

 Cristino Martos fue elegido presidente de la autoproclamada Asamblea Nacional, "«el verdadero poder en una situación de Convención», por 222 votos frente a los 20 que reunió Nicolás María Rivero.89​.

«En muchos pueblos de Andalucía la República era algo tan identificado con el reparto de tierras que los campesinos exigieron a los ayuntamientos que se parcelaran inmediatamente las fincas más significativas de la localidad... algunas [de las cuales] habían formado parte de los bienes comunales antes de la desamortización».11​En casi todos los lugares la República también se identifica con la abolición de las odiadas quintas, promesa que la Revolución de 1868 no había cumplido, como recordaba una copla que se cantaba en Cartagena:12

Si la República viene,
No habrá quintas en España,
Por eso aquí hasta la Virgen,
Se vuelve republicana

El encargado de la tarea de restablecer el orden era el ministro de la Gobernación Francisco Pi y Margall, el principal defensor del federalismo pactista de abajo arriba que las juntas estaban poniendo en práctica. Pi consiguió la disolución las juntas y la reposición de los ayuntamientos que habían sido suspendidos a la fuerza en "una clara prueba de su empeño en respetar la legalidad incluso contra los deseos de sus propios partidarios",11​ aunque mantuvo el cuerpo armado de Voluntarios de la República que se oponía a los cuerpos de seguridad y a los Voluntarios de la Libertad, la milicia monárquica fundada en el reinado de Amadeo I. En las Cortes, el diputado conservador Romero Ortiz preguntó qué partes de la Constitución estaban vigentes, a lo que el presidente Figueras le respondió que solo el Título I, que era donde se reconocían los derechos individuales.13

El gobierno Figueras firmó solemnemente el cese del servicio militar obligatorio, y creó el servicio voluntario. Cada soldado cobraría una peseta diaria y un chusco.14​ Por su parte, los integrantes de la milicia de los Voluntarios de la República recibían un sueldo de 50 pesetas al alistarse, más 2 pesetas y un chusco diarios.

Jornada del 24 de febrero en el Congreso de los Diputados, en Le Monde Illustré.

Solo trece días después de haberse formado el nuevo gobierno se encontraba bloqueado por las diferencias que existían entre los ministros radicales y los republicanos por lo que el presidente Figueras presentó la dimisión a las Cortes el 24 de febrero. Esta situación fue aprovechada por el líder de los radicales y presidente de la Asamblea Nacional Cristino Martos para intentar un golpe de Estado que desalojara del gobierno a los republicanos federales y le permitiera formar uno exclusivo de su partido que diera paso a una república liberal-conservadora; Pi y Margal consiguió evitarlo y se acordó disolver la Asamblea Nacional donde los radicales gozaban de mayoría absoluta.15

El 8 de marzo, cuando la Asamblea Nacional iba a discutir la propuesta de disolución de la misma, Cristino Martos intentó un nuevo golpe de Estado con el mismo objetivo de formar un gobierno exclusivamente radical, esta vez presidido por su compañero de partido Nicolás María Rivero, y que contaba con el apoyo del general Serrano, líder del monárquico partido constitucional. Pero en el último momento los diputados radicales seguidores de Rivero, temerosos de que la formación de un gobierno radical provocara un levantamiento de los republicanos «intransigentes» que podría conducir a una guerra civil, no apoyaron la iniciativa de Martos y votaron a favor de la disolución de la Asamblea.

El 9 de marzo, al día siguiente en que en Madrid tenía lugar el intento de golpe de Estado, en Barcelona la Diputación, dominada por los republicanos federales «intransigentes», volvía a intentar proclamar el Estado catalán, como ya había hecho el 12 de febrero, y como en aquella ocasión solo los telegramas que les envió Pi y Margall desde Madrid les hizo desistir.

 Los radicales intentaron un tercer golpe de estado el 23 de abril, con el mismo objetivo de los dos anteriores, pero esta vez contando con el apoyo de militares conservadores, como el general Pavía capitán general de Madrid, el almirante Topete o de nuevo el general Serrano, y con civiles del partido constitucional, encabezados por Práxedes Mateo Sagasta, que también querían evitar la proclamación de la República Federal, porque se esperaba que el gobierno que ellos formarían, gracias a su «influencia moral», conseguiría la mayoría necesaria en las elecciones a Cortes Constituyentes que estaban convocadas para el mes siguiente.  La actuación decidida del ministro de la Gobernación, Pi y Margall, que conocía los planes de los golpistas, desbarató la intentona.18​ Primero sustituyó al general Pavía al frente de la Capitanía General de Madrid por el general Hidalgo y luego ordenó a la Guardia Civil y a la milicia de los Voluntarios de la República que atacaran la plaza de toros donde habían concentrado los golpistas a los Voluntarios de la Libertad, que depusieron las armas después de unos pocos disparos

Los federales armados rodearon el Palacio del Congreso donde estaba reunida la Comisión Permanente que tenía previsto destituir al gobierno y reunir a la Asamblea Nacional para que nombrara presidente del Poder Ejecutivo al general Serrano. Los miembros de la Comisión solo lograron abandonar el Congreso gracias a la protección que les proporcionaron diputados republicanos  La mayoría de los implicados en el golpe frustrado se fueron del país, algunos de ellos disfrazados para no ser reconocidos, como el general Serrano, el general Caballero de Rodas,19​ o Cristino Martos. Al día siguiente un decreto del Poder Ejecutivo, firmado por Pi y Margall, disolvió la Comisión Permanente.20​ y ello fue considerado una mala decisión por los republicanos federales moderados encabezados en aquel momento por Emilio Castelar y Nicolás Salmerón, pues podría provocar el el retraimiento del resto de partidos en las elecciones previstas para formar Cortes Constituyentes. «Fue tal el miedo a la soledad, que Castelar y Figueras negociaron con los radicales y los conservadores para darles una representación parlamentaria», pero ambos grupos rechazaron la propuesta y se reafirmaron en la opción del retraimiento. Los carlistas, que estaban alzados en armas, y los alfonsinos, no reconocían a la República y en las elecciones hubo un 60 % de abstención; señaló Nicolás Estévanez, «España distaba mucho de ser republicana».27

A pesar de que los republicanos federales gozaban de una mayoría aplastante en las Cortes Constituyentes, en realidad estaban divididos en tres grupos:29

Los «intransigentes» con unos 60 diputados formaban la izquierda de la Cámara y propugnaban que las Cortes se declararan en Convención, asumiendo todos los poderes del Estado —el legislativo, el ejecutivo y el judicial— para construir la República Federal de abajo arriba, desde el municipio a los cantones o Estados y desde estos al poder federal, y también defendían la introducción de reformas sociales que mejoraran las condiciones de vida del cuarto estado

Los «centristas» liderados por Pi y Margall coincidían con los «intransigentes» en que el objetivo era construir una república federal pero de arriba abajo, es decir, primero había que elaboran la Constitución federal y luego proceder a la formación de los cantones o estados federados. El número de diputados con que contaba este sector no era muy amplio y en muchas ocasiones actuaban divididos en las votaciones, aunque se solían inclinar por las propuestas de los «intransigentes».

Los «moderados» constituían la derecha de la Cámara y estaban liderados por Emilio Castelar y Nicolás Salmerón —y entre los que también destacaban Eleuterio Maisonnave y Buenaventura Abárzuza Ferrer— y defendían la formación de una República democrática que diera cabida a todas las opciones liberales, por lo que rechazaban la conversión de las Cortes en un poder revolucionario como defendían los «intransigentes» y coincidían con los pimargalianos en que la prioridad de las Cortes era aprobar la nueva Constitución. Constituían el grupo más numeroso de la Cámara, aunque había ciertas diferencias entre los seguidores de Castelar, que eran partidarios de la conciliación con los radicales y con los constitucionales para incluirlos en el nuevo régimen, y los seguidores de Salmerón que propugnaban que la República solo debían fundamentarse en la alianza de los republicanos «viejos». Su modelo era la República Francesa, mientras que «intransigentes» y «centristas» pimargalianos lo eran Suiza y Estados Unidos,

Así narraba Benito Pérez Galdós el clima parlamentario de la I República:

Las sesiones de las Constituyentes me atraían, y las más de las tardes las pasaba en la tribuna de la prensa, entretenido con el espectáculo de indescriptible confusión que daban los padres de la Patria. El individualismo sin freno, el flujo y reflujo de opiniones, desde las más sesudas a las más extravagantes, y la funesta espontaneidad de tantos oradores, enloquecían al espectador e imposibilitaban las funciones históricas. Días y noches transcurrieron sin que las Cortes dilucidaran en qué forma se había de nombrar Ministerio: si los ministros debían ser elegidos separadamente por el voto de cada diputado, o si era más conveniente autorizar a Figueras o a Pi para presentar la lista del nuevo Gobierno. Acordados y desechados fueron todos los sistemas. Era un juego pueril, que causaría risa si no nos moviese a grandísima pena.

Presidiendo un Consejo de Ministros, harto de debates estériles, llegó Estanislao Figueras a gritar en catalán: «Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!»30

En cuanto se reunieron las Cortes Constituyentes, Estanislao Figueras devolvió sus poderes a la Cámara y propuso que se nombrara nuevo presidente del Poder Ejecutivo a su ministro de Gobernación, Francisco Pi y Margall, pero los intransigentes se opusieron y lograron que Pi desistiera de su intento de formar gobierno, por lo que el propio Figueras quedó encargado de formarlo. Entonces Figueras tuvo conocimiento de que los generales «intransigentes» Contreras y Pierrad preparaban un golpe de estado para iniciar la República federal al margen del Gobierno y de las Cortes.

Después de que Pi y Margall no se mostrara muy dispuesto a entrar en su gobierno, Estanasio Figueras dejó disimuladamente su propia dimisión en su despacho en la Presidencia32​ se fue a dar un paseo por el parque del Retiro y, temiendo por su vida, sin decir una palabra a nadie, tomó el primer tren que salió de la estación de Atocha. No se bajó hasta llegar a ParísEl 10 de junio Figueras, presa del pánico, huyó a Francia:31​.,

La respuesta de los «intransigentes» a la política de «orden y progreso» del gobierno de Pi y Margall fue abandonar las Cortes el 1 de julio, alegando como motivo inmediato un bando del gobernador civil de Madrid limitando las garantías de los derechos individuales. Solo quedó en las Cortes el diputado Navarrete quien al día siguiente explicó los motivos del retraimiento acusando al gobierno de Pi y Margal de falta de energía y de haber contemporizado e incluso claudicado frente a los enemigos de la República Federal. Pi y Margall le contestó en esa misma sesión del 2 de julio:44

Lo que pretende el Sr. Navarrete y sus epígonos es que el Gobierno debería haber sido un gobierno revolucionario, que debería haberse arrogado una cierta dictadura, dejando de contar con las Cortes Constituyentes. [...] Si la República hubiese venido de abajo-arriba, se habrían constituido los cantones, pero el período habría sido largo, trabajoso y pleno de conflictos, al paso que ahora, por medio de las Constituyentes, traemos la República federal, sin grandes perturbaciones, sin estrépito y sin sangre.

Tras el abandono de las Cortes exhortaron a la inmediata y directa formación de cantones, lo que iniciaría la rebelión cantonal, formándose en Madrid un Comité de Salvación Pública para dirigirla, aunque, según López Cordón, «lo que prevaleció fue la iniciativa de los federales locales, que se hicieron dueños de la situación en sus respectivas ciudades». A pesar de que hubo casos como el de Málaga, en que las autoridades locales fueron las que encabezaron la sublevación, en la mayoría se formaron juntas revolucionarias. En pocos días la revuelta era un hecho en Andalucía, Valencia y Murcia.45

Pi y Margall reconoció que lo que estaban haciendo los «intransigentes» era poner en práctica su teoría del federalismo «pactista» de abajo arriba, pero condenó la insurrección porque esa teoría estaba pensada para una ocupación del poder «por medio de una revolución a mano armada» no para una «República [que] ha venido por el acuerdo de una Asamblea, de una manera legal y pacífica».38

El 30 de junio el ayuntamiento de Sevilla acordó transformarse en República Social. Una semana más tarde, el 9 de julio, Alcoy se declara independiente: desde el día 7 de julio estaba teniendo lugar una ola de asesinatos y ajustes de cuentas al amparo de una huelga revolucionaria (la llamada Revolución del petróleo dirigida por elementos locales de la sección española de la AIT).

Según Jorge Vilches, «puntos comunes en las declaraciones cantonales fueron la abolición de impuestos impopulares, como los consumos y el estanco de tabacos y sal, la secularización de los bienes del clero, el establecimiento de medidas favorables a los trabajadores, el indulto a presos por delitos contra el Estado, la sustitución del Ejército por la milicia y la formación de comités o juntas de salud pública».46

Los focos federales del país no estallaron en forma de estados autónomos, sino como una constelación de cantones independientes. 

Dos fragatas cantonales, la fragata de hélice Almansa y la fragata blindada Vitoria, salieron de Cartagena hacia Almería para recaudar fondos. Al negarse la ciudad a pagar, fue bombardeada y tomada por los cantonalistas, quienes se cobraron ellos mismos el tributo. El general Contreras, al mando de la flota, se hizo rendir honores al desembarcar, curiosamente al son de la Marcha Real. A continuación, repitieron hazaña en Alicante y, de vuelta a Cartagena, fueron apresados como piratas por las fragatas acorazadas HMS Swiftsure y SMS Friedrich Carl, británica y alemana respectivamente.

El gobierno de Pi y Margall se vio desbordado por la rebelión cantonal y también por la marcha de la Tercera Guerra Carlista,

ya que los partidarios de don Carlos campaban por sus respetos con total libertad en las VascongadasNavarra y Cataluña, salvo en las capitales, y extendían su acción a todo el país a través de partidas, mientras que el pretendiente Carlos VII había formado en Estella un gobierno con sus propios ministerios, que comenzaba incluso a acuñar moneda, mientras que la connivencia de Francia les permitía recibir ayuda externa.

Como la política de Pi y Margall no consiguió detener la rebelión cantonal, (concebida por el mismo como revolución armada de “abajo a arriba” y que no era necesaria pues la República federal ya se hallaba en el poder) el sector «moderado» le retiró su apoyo el 17 de julio proponiendo para sustituirlo a Nicolás Salmerón. Al día siguiente Pi y Margall dimitió, tras 37 días de mandato.53

De esta forma describió las decepciones que le había dado la política:

Han sido tantas mis amarguras en el poder, que no puedo codiciarlo. He perdido en el gobierno mi tranquilidad, mi reposo, mis ilusiones, mi confianza en los hombres, que constituía el fondo de mi carácter. Por cada hombre agradecido, cien ingratos; por cada hombre desinteresado y patriótico, cientos que no buscaban en la política sino la satisfacción de sus apetitos. He recibido mal por bien...

Nicolás Salmerón, elegido presidente del Poder Ejecutivo con 119 votos a favor y 93 votos en contra, era un federalista moderado que defendía la necesidad de llegar a un entendimiento con los grupos conservadores y una lenta transición hacia la república federal. Según Jorge Vilches, «sus intervenciones parlamentarias, excesivamente académicas y altivas, en las dos últimas legislaturas del reinado de Amadeo I, le granjearon popularidad entre los republicanos» y «en las Cortes Constituyentes de la República española lideró una fracción de la derecha republicana, algo lógico no sólo por sus ideas conservadoras, sino por la carencia de hombres de talento, de experiencia en la vida política y de conocimientos constitucionales o jurídicos entre los diputados republicanos de aquella Asamblea».56

 Su oratoria demoledora prosiguió en las Cortes de la RestauraciónFrancisco Silvela decía que Salmerón, en sus discursos, solo usaba un arma: la artillería. Antonio Maura caracterizaba el tono profesoral de don Nicolás diciendo que «siempre parece que esté dirigiéndose a los metafísicos de Albacete».

Ya durante su etapa como ministro de Gracia y Justicia en el gobierno de Estanisalo Figueras, promovió la abolición de la pena de muerte, así como la independencia del poder judicial frente al político.

El lema del gobierno de Salmerón fue el «imperio de la ley», lo que suponía que para salvar la República y las instituciones liberales había que acabar con carlistas y cantonales.

El lema del gobierno del nuevo gobierno de Salmerón fue el «imperio de la ley», lo que suponía que para salvar la República y las instituciones liberales había que acabar con carlistas y cantonales. Para sofocar la rebelión cantonal tomó medidas duras como destituir a los gobernadores civiles, alcaldes y militares que había apoyado de alguna forma a los cantonalistas y a continuación nombró a generales contrarios a la República Federal como Manuel Pavía o Arsenio Martínez Campos —lo que no le importó porque lo prioritario era restablecer el orden— para que mandaran las expediciones militares a Andalucía y a Valencia, respectivamente. «Además, movilizó a los reservistas, aumentó la Guardia Civil con 30 000 hombres, nombró delegados del Gobierno en las provincias con las mismas atribuciones que el Ejecutivo. Autorizó a las Diputaciones a imponer contribuciones de guerra y a organizar cuerpos armados provinciales, y decretó que los barcos en poder de los cartageneros se consideraran piratas —lo que suponía que cualquier embarcación podía abatirlos estuviera en aguas españolas o no—».57​ Gracias a estas medidas fueron sometidos uno tras otro los distintos cantones, excepto el de Cartagena que resistiría hasta el 12 de enero de 1874.

Todavía persistía la frecuente indisciplina de las tropas —que en algún caso se saldó con el asesinato del oficial al mando— los generales pidieron el restablecimiento completo de las Ordenanzas militares españolas que incluía la pena de muerte para los soldados que incumplieran determinados artículos. La propuesta fue aprobada en las Cortes, con la oposición de Salmerón que era absolutamente contrario a la pena de muerte. el 5 de septiembre se le presentó a la firma la aplicación de una sentencia de muerte de ocho soldados que en Barcelona se habían pasado al bando carlista, Nicolás Salmerón prefirió dimitir a manchar su conciencia y presentó su renuncia irrevocable a la presidencia del Poder Ejecutivo (murió Salmerón muchos años después se grabó en piedra en su mausoleo: «abandonó el poder por no firmar una sentencia de muerte»).Esta decisión de dimitir el Presidente Nicolás Salmerón pudo pesar la conducta del general Pavía de continuo desafío a su autoridad.

El 7 de septiembre, fue elegido para ocupar la Presidencia del Poder Ejecutivo Emilio Castelar, partidario de la república unitaria, catedrático de Historia y destacado orador, por 133 votos a favor frente a los 67 obtenidos por Pi y Margall. Durante su anterior etapa como Ministro de Estado en el gobierno de Estanislao Figueras, promovió y consiguió que se aprobase la abolición de la esclavitud en Puerto Rico, aunque no en Cuba por la situación de guerra que vivía.

En el discurso de presentación del nuevo gobierno ante las Cortes, Castelar dijo que su ministerio representaba «la libertad, la democracia, la República... pero además somos la federación sin romper la unidad de la patria».61​ De esta forma resumía su concepción de la República como la forma de gobierno en la que debían caber todas las opciones liberales, incluidas las conservadoras.40

Emilio Castelar había quedado hondamente impresionado por el desorden causado por la rebelión cantonal, que cuando él asumió la presidencia del Poder Ejecutivo estaba prácticamente acabada, con la excepción del último reducto del cantón de Cartagena.

Así valoró mucho más tarde lo que había supuesto para el país, según él, la rebelión cantonal:

Hubo días de aquel verano en que creíamos completamente disuelta nuestra España. La idea de la legalidad se había perdido en tales términos que un empleado cualquiera de guerra62​ asumía todos los poderes y lo notificaba a las Cortes; y los encargados de dar y cumplir las leyes desacatábanlas sublevándose o tañendo a rebato contra la legalidad. No se trataba allí, como en otras ocasiones, de sustituir un ministerio al ministerio existente, ni una forma de Gobierno a la forma admitida; tratábase de dividir en mil porciones nuestra patria, semejantes a las que siguieron a la caída del califato de Córdoba. De provincias llegaban las ideas más extrañas y los principios más descabellados. Unos decían que iban a resucitar la antigua coronilla de Aragón (sic), como si las fórmulas del derecho moderno fueran conjuros de la Edad Media. Otros decían que iban a constituir una Galicia independiente bajo el protectorado de InglaterraJaén se apercibía a una guerra con GranadaSalamanca temblaba por la clausura de su gloriosa Universidad y el eclipse de su predominio científico [...] La sublevación vino contra el más federal de todos los ministerios posibles, y en el momento mismo en que la Asamblea trazaba de prisa un proyecto de Constitución, cuyos mayores defectos provenían de la falta de tiempo en la comisión y de la sobra de impaciencia en el gobierno.63

El 9 de septiembre, solo dos días después de haber sido investido presidente del Ejecutivo, Castelar consiguió de las Cortes, gracias al retraimiento de los «intransigentes», la concesión de facultades extraordinarias, iguales a las pedidas por Pi y Margall para combatir a los carlistas en el país vasconavarro y Cataluña, pero ahora extendidas a toda España para acabar también con la rebelión cantonal. Suspendió  las sesiones de las Cortes, lo que, entre otras consecuencias, supondría paralizar la discusión y la aprobación del proyecto de Constitución federal (medida congruente porque sin la presencia de los que ahora llamaríamos conservadores pro-monárquicos parecía absurdo crear una Constitución) Castelar gobernó mediante decretos. Suspendía las garantías constitucionales, establecía la censura de prensa y reorganizaba el cuerpo de artillería disuelto por Manuel Ruiz Zorrilla  llamamiento a los reservistas y la convocatoria de una nueva leva con lo que Castelar consiguió un ejército de 200 000 hombres, y el lanzamiento de un empréstito de 100 millones de pesetas para hacer frente a los gastos de guerra.65 Restableció las Ordenanzas militares españolas lo que permitirá la aplicación de las sentencias de muerte. Castelar inició su proyecto de acercamiento a las clases conservadoras, sin cuyo apoyo, según Castelar, la República no podría perdurar ni siquiera alcanzar la estabilidad política para poder hacer frente a las tres guerras civiles en que estaba envuelta.  El 29 de septiembre la Junta directiva del partido constitucional, reunida en Madrid, aprobó la propuesta de Práxedes Mateo Sagasta, el almirante Topete y Manuel Alonso Martínez de dar su apoyo incondicional al gobierno de Castelar, lo que provocó la salida del partido para ingresar en el Círculo alfonsino de Madrid de Francisco Romero RobledoAdelardo López de Ayala y de Cristóbal Martín de Herrera. A cambio Castelar estaba dispuesto a conceder a constitucionales y radicales los 86 escaños que habían dejado vacantes los diputados «intransigentes» que se habían sublevado y proponer al constitucional Antonio Ríos Rosas como nuevo presidente de la República. Incluso llegó a ofrecer al alfonsino Antonio Cánovas del Castillo un escaño y seis más para sus seguidores. Pero la muerte de Ríos Rosas, el 3 de noviembre, que era el contacto de Castelar con los constitucionales, truncó el proyecto.66

Castelar nombró a generales de dudosa afección a la República para los puestos más importantes y cuando cubrió los puestos vacantes de tres arzobispados a mediados de diciembre, se entendió que había entablado negociaciones con la Santa Sede, restableciendo de facto las relaciones con ella, lo que se oponía a la separación de la Iglesia y el Estado que defendían los republicanos.69

Castelar propuso en la Diputación Permanente de las Cortes que se celebraran elecciones para ocupar los escaños vacantes; sus propios partidarios votaron junto a pimargallianos e "intransigentes" en contra de la propuesta de Castelar siendo fue rechazada.70

Esa derrota de Castelar hizo suponer que sería reemplazado al frente del Poder Ejecutivo por un voto de censura que previsiblemente iban a presentar Pi y Margall y Salmerón en cuanto volvieran a abrirse las Cortes el 2 de enero de 1874.68 Lo que llevó a Cristino Martos, líder de los radicales, y el general Serrano, líder de los constitucionales, que hasta entonces habían estado preparándose para unas elecciones parciales que ya no se iban a celebrar (y que supondrían, de alguna manera, seguir los pactos que habilitarían la entrada de sus grupos en el Parlamento), acordaran llevar a cabo un golpe de fuerza. Cuando el 20 de diciembre Emilio Castelar tuvo conocimiento del golpe que se preparaba llamó a su despacho el 24 al capitán general de Madrid, el general Pavía, para intentar convencerle de que se atuviera a la legalidad y no participara en la intentona. Pavía, este le pidió a Castelar que promulgara un decreto ordenando que continuasen suspendidas las Cortes y que «yo hubiera fijado en la Puerta del Sol con cuatro bayonetas», a lo que se negó rotundamente Castelar manifestándole que no se separaría un ápice de la legalidad. Sin embargo, Castelar no destituyó a Pavía.71

Castelar intentó negociar con Nicolás Salmerón para evitar que se sumase su voto a la moción de censura que se produciría el 30 de diciembre (o el 26 de diciembre según otras fuentes). Salmerón pidió al Presidente: Sustituir a los generales que Castelar había nombrado por otros adictos al federalismo; revocación del nombramiento de los arzobispos; cese de los ministros más conservadores dando entrada en el gobierno a seguidores suyos; y discusión y aprobación inmediata de la Constitución federal.7072 Al día siguiente, 31 de diciembre, Pi y Margall, Estanislao Figueras y Salmerón se reunieron para acordar presentar un voto de censura contra Emilio Castelar el día 2 de enero, aunque no llegaron a decidir quién lo sustituiría.70

Cuando se reabrieron las Cortes a las dos de la tarde del 2 de enero de 1874 el capitán general de Madrid, Manuel Pavía, tenía preparadas a sus tropas para el caso de que Castelar perdiera la votación parlamentaria.73

En el lado contrario batallones de Voluntarios de la República estaban preparados para actuar si vencía Castelar –de hecho, según Jorge Vilches, «los cantonales cartageneros habían recibido la contraseña de resistir hasta el 3 de enero, día en que siendo derrotado el Gobierno Castelar se formaría uno intransigente que "legalizaría" su situación y "cantonalizaría" España»"–, aunque según otros autores no existe prueba documental de ello.74

Al abrirse la sesión intervino Nicolás Salmerón para anunciar que retiraba su apoyo a Castelar, que le respondió haciendo un llamamiento al establecimiento de la «República posible» con todos los liberales, incluidos los conservadores, y abandonando la «demagogia».75

(Eduardo Palanca Asensi, el candidato de los republicanos federales para sustituir a Emilio Castelar cuya elección fue impedida por el golpe de Pavía).

Pasada la medianoche se produjo la votación de la cuestión de confianza en la que el gobierno salió derrotado por 100 votos a favor y 120 en contra, lo que obligó a Castelar a presentar la dimisión, y a continuación se hizo un receso para que los partidos consensuaran el candidato que habría de sustituir a Castelar al frente del Poder Ejecutivo de la República.

En aquellos momentos el diputado constitucional Fernando León y Castillo ya había hecho llegar el resultado adverso a Castelar al general Pavía.75

Este dio entonces la orden de salir hacia el Congreso de los Diputados a los regimientos comprometidos y él personalmente se situó en la plaza frente al edificio.

La Guardia Civil, que custodiaba el Congreso, se puso a sus órdenes.76​ Era la madrugada del 3 de enero, cuando se estaba procediendo a la votación para elegir al candidato federal Eduardo Palanca Asensi.

Salmerón, al recibir la orden del capitán general en una nota entregada por uno de sus ayudantes en la que le decía «Desaloje el local», suspendió la votación y comunicó lo que estaba sucediendo. Seguidamente intervinieron varios diputados para protestar por la acción de Pavía pero entonces fuerzas de la Guardia Civil y del Ejército entraron en el edificio del Congreso disparando tiros al aire por los pasillos y los diputados lo abandonaron rápidamente.77

El general Pavía nada más desalojar el Congreso envió un telegrama a los jefes militares de toda España en el que les pedía su apoyo al golpe, que Pavía llamaba «mi patriótica misión», «conservando el orden a todo trance». En el telegrama justificaba así lo que más tarde llamará «el acto del 3 de enero»:78

El ministerio de Castelar [...] iba a ser sustituido por los que basan su política en la desorganización del ejército y en la destrucción de la patria. En nombre, pues, de la salvación del ejército, de la libertad y de la patria he ocupado el Congreso convocando a los representantes de todos los partidos, exceptuando los cantonales y los carlistas para que formen un gobierno nacional que salve tan caros objetivos.

Estos hechos supusieron el final de facto de la Primera República, aunque oficialmente continuaría casi otro año más, con el general Serrano al frente. El líder del partido alfonsino Antonio Cánovas del Castillo le comunicó a la reina exiliada Isabel II que «los principios democráticos están heridos de muerte» y que tan solo es cuestión de «calma, serenidad, paciencia, tanto como perseverancia y energía» para lograr la restauración de la Monarquía borbónica.82

Francisco Serrano, duque de la Torre, de 63 años y antiguo colaborador de Isabel II y que ya había desempeñado por dos veces la jefatura del Estado durante el Sexenio Democrático al asumir la presidencia del Poder Ejecutivo de la República y la presidencia del gobierno se fijó como objetivo acabar con la rebelión cantonal y la Tercera Guerra Carlista  y luego convocar unas Cortes que decidieran la forma de gobierno

Quedó así establecida la dictadura de Serrano, pues no existían Cortes que controlaran la acción del gobierno al haber quedado disueltas las Cortes republicanas sin ley suprema que delimitara las funciones del gobierno, porque se restableció la Constitución de 1869 pero a continuación se la dejó en suspenso «hasta que se asegurase la normalidad de la vida política». Salvo en Barcelona donde los días 7 y 8 se levantaron barricadas y se declaró la huelga general no hubo resistencia84

El manifiesto del 8 de enero definía «la dictadura como el "duro crisol" y "fuerte molde" que haría ver a la "nobleza y las clases acomodadas", a la Iglesia también, que el orden es posible con la libertad y la democracia definidas en la revolución de 1868 y la Constitución de 1869». El mensaje era claro e inequívoco y llegó a la Reina Isabel II y al príncipe Alfonso, que residían en Francia, de la mano de Canovas del Castillo.

Serrano disolvió la sección española de Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), gracias a que la Constitución de 1869 estaba suspendida, por atentar «contra la propiedad, contra la familia y demás bases sociales» o el decreto de movilización del 7 de enero, confirmado por el llamamiento extraordinario del 18 de julio, en el que se volvió al viejo sistema de las quintas, con el sorteo y la redención en metálico; restablecía este impuesto sobre los artículos de «beber, comer y arder» además de otro sobre la sal y uno extraordinario sobre los cereales. 

Acabada la rebelión cantonal, Serrano marchó al norte el 26 de febrero para encargarse personalmente de las operaciones contra los carlistas dejando al general Juan de Zavala y de la Puente al frente del gobierno y quedando él como presidente del Poder Ejecutivo de la República.86

Tras su éxito en el levantamiento del sitio de Bilbao, Serrano reforzó su posición en el gobierno con el nombramiento en mayo de Sagasta al frente del ministerio de la Gobernación, que provocó la salida del mismo de los tres ministros radicales y del único ministro republicano; hubo un intento por parte del General Zavala, que presidía el gobierno, de volver a traer a los republicanos y fue cesado por Castelar y sustituido por Sagasta, que se hallaba en el Ministerio de Gobernación, formando así el General Serrano, como Jefe del Estado, un gobierno solo de constitucionalistas que propugnaban la Restauración «parlamentaria y democrática» del príncipe Alfonso. Serrano nombró a Andrés Borrego para que negociara con los alfonsinos de Cánovas, pero este rechazó las propuestas de los constitucionales porque suponía reconocer la Jefatura del Estado de Serrano hasta que fueran derrotados los carlistas y aceptar que la restauración borbónica llegaría a través de la convocatoria de unas Cortes generales extraordinarias —la exreina Isabel II le escribió a su hijo el príncipe Alfonso: «Serrano sigue empeñado en su propósito de ser presidente de la República por 10 años con 4 millones de reales anuales»—.89  Con Sagasta al frente del gobierno, la República consiguió el ansiado reconocimiento internacional y uno tras otro los distintos Estados fueron restableciendo las relaciones diplomáticas con España.90

El 1 de diciembre Cánovas (valedor monárquico de la Reina y del Príncipe Alfonso, tomó la iniciativa con la publicación del Manifiesto de Sandhurst, escrito por él y firmado por el príncipe Alfonso, en el que este se definía «como hombre del siglo, verdaderamente liberal» —afirmación con la que buscaba la reconciliación de los liberales en torno a su monarquía— y en el que unía los derechos históricos de la dinastía legítima con el gobierno representativo y los derechos y libertades que le acompañan.92​ Era la culminación de la estrategia que había diseñado Cánovas desde que había asumido la jefatura de la causa alfonsina el 22 de agosto de 1873 

«Cánovas no deseaba que la Restauración fuera obra de un partido, del Ejército o de un grupo de éste, ni de una elección parlamentaria o pronunciamiento militar», pero el 29 de diciembre de 1874, el general Arsenio Martínez Campos se pronunció en Sagunto a favor de la restauración en el trono de la monarquía borbónica en la persona de don Alfonso de Borbón, hijo de Isabel II. Luego Martínez Campos telegrafió al presidente del gobierno Sagasta y al ministro de la Guerra Francisco Serrano Bedoya, quienes a su vez se comunicaron por vía telegráfica con el presidente del Poder Ejecutivo de la República, el general Serrano, que se encontraba en el Norte combatiendo contra los carlistas. Serrano les ordenó no resistir y el gobierno aceptó la decisión sin protestar, por lo que no ofreció ninguna resistencia cuando se presentó en la sede del gobierno el capitán general de Madrid Primo de Rivera, implicado en el pronunciamiento, y les ordenó disolverse.9

El 31 de diciembre de 1874 se formó el llamado Ministerio-Regencia presidido por Cánovas a la espera de que el príncipe Alfonso regresara a España desde Inglaterra. En ese gobierno estaban dos hombres de la revolución de 1868 —y ministros con Amadeo I—, Francisco Romero Robledo y Adelardo López de Ayala, quien había sido el redactor del manifiesto «Viva España con honra» que había dado inicio a la revolución.95

Resumen británico de la Primera república española:

Se pidió a las Cortes Constituyentes que redactaran una constitución federal. Los radicales prefirieron una república unitaria, con un papel mucho menor para las provincias, y una vez declarada la república, los dos partidos se enfrentaron. Inicialmente, los radicales fueron expulsados ​​en gran medida del poder, uniéndose a los que ya habían sido expulsados ​​por la revolución de 1868 o por la Guerra Carlista .

El primer intento republicano en la historia de España fue una experiencia corta, caracterizada por una profunda inestabilidad y violencia política y social. La República estaba gobernada por cuatro presidentes distintos: Estanislao Figueras , Francesc Pi i Margall , Nicolás Salmerón , Emilio Castelar ; luego, solo once meses después de su proclamación, el general Manuel Pavía lideró un golpe de estado y estableció una república unificada dominada por Francisco Serrano .

El período estuvo marcado por tres guerras civiles simultáneas: la Tercera Guerra Carlista , la Revolución Cantonal , la Revolución del Petróleo en Alcoy ; y por la Guerra de los Diez Años en Cuba . Los problemas más graves para la consolidación del régimen fueron la falta de verdaderos republicanos, su división entre federalistas y unitarios y la falta de apoyo popular. Subversión en el ejército, una serie de levantamientos cantonalistas locales , inestabilidad en Barcelona , golpes antifederalistas fallidos, llama a la revolución por parte de la Asociación Internacional de Trabajadores, la falta de una amplia legitimidad política y las luchas internas personales entre los líderes republicanos debilitaron aún más a la república.

(Sello del cantón federal de Valencia (1873))

La República terminó efectivamente el 3 de enero de 1874, cuando el Capitán General de Madrid , Manuel Pavía , se pronunció contra el gobierno federalista y llamó a todos los partidos, excepto federalistas y carlistas, a formar un gobierno nacional. aclaración necesaria ] Los monárquicos y republicanos se negaron, dejando a los radicales y constitucionalistas unitarios como el único grupo dispuesto a gobernar; de nuevo una base política estrecha. El general Francisco Serrano formó un nuevo gobierno y fue nombrado presidente de la República, aunque fue una mera formalidad ya que las Cortes habían sido disueltas.

Las fuerzas carlistas lograron expandir el territorio bajo su control en la mayor medida a principios de 1874, aunque una serie de derrotas por parte del ejército del norte de la república en la segunda mitad del año podrían haber llevado al final de la guerra si no hubiera sido para mal. tiempo. Sin embargo, los demás monárquicos habían tomado el nombre de alfonsistas como partidarios de Alfonso , el hijo de la ex reina Isabel , y fueron organizados por Cánovas del Castillo .

Este período de la República duró hasta que el brigadier Martínez-Campos se pronunció por Alfonso en Sagunto el 29 de diciembre de 1874 y el resto del ejército se negó a actuar en su contra. El gobierno se derrumbó, provocando el fin de la república y la restauración de la monarquía borbónica con la proclamación de Alfonso XII como rey.

 

Los Carlistas siguieron generando combates hasta que, proclamado Alfonso XII por el pronunciamiento de Sagunto, el rey liberal imitó a Carlos VII y se colocó al frente de su Ejército del Norte. Alfonso estuvo a punto de caer prisionero en la batalla de Lácar, ganada por los carlistas.101

Pero las fuerzas liberales eran tan numerosas, que los carlistas no podían hacerles frente. La restauración alfonsina había marcado el declive carlista en la guerra y restado apoyos a su causa. Contribuyó mucho a desalentar a los carlistas la defección de Cabrera, que reconoció públicamente a Alfonso desde Londres el 11 de marzo de 1875 y dirigió una proclama a sus antiguos correligionarios induciéndoles a hacer lo mismo.102​ Ese mismo mes se reunió Martínez Campos con Savalls cerca de Olot para mejorar el trato a los presos y heridos de ambos bandos, pero esta entrevista hizo que los voluntarios empezaran a dudar de la lealtad de su jefe y, como en 1839, empezaron a circular rumores de traición entre los carlistas catalanes.103

Los generales Martínez Campos y Fernando Primo de Rivera acabaron por derrotar a los carlistas en Cataluña, donde fue sitiada y tomada Seo de Urgel,104​ y, tras vencer Quesada sobre Pérula (último jefe de Estado Mayor General carlista) en la batalla de Zumelzu, no se producirían más acciones de importancia.105​ El 17 de febrero de 1876 las fuerzas de Primo de Rivera se apoderaron del fuerte de Montejurra (rendido por el brigadier Calderón) y penetraron en la que había sido la corte de Don Carlos, Estella.106​ En Peña-Plata se libró la última batalla, que consumaba la victoria militar alfonsina en el norte.107

Los carlistas se vieron obligados a pasar a Francia el 28 de febrero y Don Carlos se despidió de sus voluntarios con un solemne “Volveré”.108

 

Aunque la ex_reina, Isabel II seguía con vida, ella reconoció que era demasiado divisiva como líder, y abdicó en 1870 en favor de su hijo, Alfonso XII. Después del fracaso de la Primera República Española, los españoles estaban dispuestos a aceptar un retorno a la estabilidad gubernamental bajo el dominio Borbón. Los ejércitos republicanos que se resisten a una insurrección carlista, declararon su lealtad al nuevo Rey en el invierno de 1874-1875. La República se disolvió y Antonio Cánovas del Castillo, político e intelectual de confianza del rey, fue nombrado primer ministro en la víspera de Año Nuevo de 1874, promulgándose el 30 de junio de 1876 la nueva Constitución.

El príncipe Alfonso, nacido en España, y luego en el exilio con su madre, asistió a la Academia militar de Sandhurst, en Inglaterra. En este país conoció de primera mano el constitucionalismo inglés. De la correspondencia de Alfonso con su madre durante todas sus estancias en los distintos colegios y academias, se pone de manifiesto la relativa estrechez económica en que se movía la familia real en esos años. El 25 de junio de 1870, su madre, Isabel II, abdicó sus derechos dinásticos, en un documento firmado en París, en favor de su hijo Alfonso, que pasaba así a ser considerado por los monárquicos como el legítimo rey de España.  Durante la etapa histórica (el Sexenio Democrático), la causa alfonsina estuvo representada en las Cortes por Antonio Cánovas del Castillo.

Su reinado consistió principalmente en consolidar la monarquía y la estabilidad institucional, reparando los daños que las luchas internas de los años del llamado Sexenio Revolucionario habían dejado tras de sí, ganándose el apodo de «el Pacificador». Se aprobó la nueva Constitución de 1876 y durante ese mismo año finalizó la guerra carlista, dirigida por el pretendiente Carlos VII (el propio monarca hizo acto de presencia y acudió al campo de batalla para presenciar su final). Los fueros vascos y navarros fueron reducidos y se logró que cesaran, de forma transitoria, las hostilidades en Cuba con la firma de la Paz de Zanjón. En 1878 y 1879 fue víctima de dos atentados perpetrados por anarquistas de los que salió ileso. Según Ramón Villares, «fue un monarca popular, gracias a su breve matrimonio con su prima María de las Mercedes y a gestos como su temprana visita al ejército del Norte, o a su presencia, no siempre aprobada por el gobierno, en lugares abatidos por alguna tragedia (inundaciones, epidemias de cólera…). 

La insurrección carlista fue reprimida enérgicamente por el nuevo rey, que tuvo un papel activo en la guerra y rápidamente se ganó el apoyo de la mayoría de los españoles. Un sistema de turnos se estableció en España en la que los liberales, encabezados por Práxedes Mateo Sagasta y los conservadores, liderados por Antonio Cánovas del Castillo, se alternaron en el control del gobierno. La estabilidad y el progreso económico se restableció en España durante el reinado de Alfonso XII.

Cabe destacar la redacción de los proyectos de gobierno autonómico para Cuba y Puerto Rico llevados a buen fin por los políticos MauraAbárzuza y Cánovas, que cristalizaron durante el gobierno de Sagasta, con Segismundo Moret en el Ministerio de Ultramar, otorgando a la isla autonomía plena con la sola reserva del cargo de Gobernador General, más los reales decretos por los que se establecía la igualdad de derechos políticos de los españoles residentes en las Antillas y los peninsulares, haciendo extensivo a Cuba y Puerto Rico el sufragio universal masculino.

En 1885 muere Alfonso XII de tuberculosis dando paso al reinado de Alfonso XIII precedido de la regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena.

Poco después de fallecer Alfonso XII, en casa del marqués del Busto, en Madrid, el obispo de Daulia, José María Benito Serra, recibió la visita de unos carlistas interesados por conocer si sería posible y oportuno combatir con las armas a la regencia de María Cristina, ante lo cual el anciano obispo se mostró animoso y les bendijo.110​ Ese alzamiento finalmente no se llevó a cabo.

​ La muerte del Rey Alfonso XII dejó a España en una incertidumbre sobre cuál sería el futuro de la joven monarquía restablecida hace apenas diez años. La Reina María Cristina se encontraba embarazada de tres meses cuando falleció Alfonso XII, por lo que Cánovas creyó conveniente esperar a que naciera el futuro Alfonso XIII antes de proclamar reina a la Princesa Mercedes7​.

La reina regente María Cristina de Habsburgo-Lorena y Alfonso XIII (1890), óleo de Antonio CabaReal Academia Catalana de Bellas Artes de San Jorge (Barcelona).

María Cristina, inexperta en temas de política, se dejó aconsejar por las dos figuras políticas más influyentes de la épocaː Cánovas y Sagasta7​. Con el objetivo de evitar los errores que dieron lugar a la crisis del reinado de Isabel II, se llegó al Pacto de El Pardo, mediante el cual se instituyó el sistema de turnos pacíficos en el ejercicio del poder entre liberales y conservadores y consolidó la Restauración hasta finales del siglo XIX y principios del XX.

El principal apoyo durante su regencia fue la Iglesia y el ejército. Sabedora de los problemas del reinado de su antecesora Isabel II, se mantuvo dentro de su papel de moderador que le otorgaba la Constitución de 1876. El segundo apoyo, el de la Iglesia Católica, fue gracias a la piedad que profesaba María Cristina lo que contribuyó a reanudar las relaciones entre la Santa Sede y el gobierno de España, haciendo de esta manera disipar a los carlistas.7​ Por esta causa sus enemigos políticos le pusieron el mote de «Doña Virtudes».8

Durante el periodo de regencia, María Cristina afianzó la figura de la corona española con diversos actos que hacían que la Corona fuese más cercana al pueblo. Comenzó con el traslado a las Cortes para la apertura de las legislaturas que se fueron sucediendo, así como los diversos viajes por todo el país. María Cristina fundó el ideal de monarca que aún perdura en la actualidad.9

El papel de María Cristina en el sistema de gobierno fue representativo, ya que no participó en los enfrentamientos entre los partidos dinásticos, respetando el turno a la hora de llamar a los candidatos a formar gobierno, aunque se sintió más cercana a Sagasta y no puso dificultades al mantenimiento de largos períodos de gobierno del partido liberal. Se promulgaron, entre otras, la Ley de Sufragio Universal y la Ley de Asociaciones.10


Sería el asesinato de Cánovas del Castillo en 1897, el que conmocionaría a la nación, debido a las funestas consecuencias inmediatas derivadas de la Guerra hispano-estadounidense de 1898.

España pierde CubaFilipinas y Puerto RicoCuba se rebeló contra España en el comienzo la Guerra de los Diez Años en 1868, dando como resultado la abolición de la esclavitud en las colonias españolas en el Nuevo Mundo. Los intereses estadounidenses en la isla, junto con la preocupación por el pueblo de Cuba, empeoraron las relaciones entre los dos países. La explosión del USS Maine lanzó la guerra de Cuba en 1898, en el que España sufrió un descalabro. Cuba obtuvo su independencia y España perdió sus últimas colonias del Nuevo Mundo: Puerto Rico, junto con Guam y las Filipinas fueron cedidas a los Estados Unidos por 20 millones de dólares. En 1899, España vendió su participación restante de las islas del Pacífico, las Islas Marianas del NorteIslas Carolinas y Palaos, a Alemania y las posesiones coloniales españolas se redujeron al Marruecos españolSahara Español y Guinea española, todo en África. El «desastre» de 1898 creó la Generación del 98, un grupo de estadistas e intelectuales que exigían el cambio liberal del nuevo gobierno.

En 1897 la crisis de la monarquía alfonsina a causa de la situación en Cuba y en Filipinas dio nuevos bríos al carlismo. En el clima de tensión, en marzo de ese año llegaron a alzarse partidas aisladas en Puebla de San Miguel (Valencia)111​ y Castelnou y Calanda (Teruel),112​ lo que generó una cierta alarma social. El diputado tradicionalista Matías Barrio y Mier condenó enérgicamente la intentona113​ y afirmó que «eso que se supone y se nos atribuye, sería antipatriótico en las presentes circunstancias».114​ De hecho, Don Carlos ordenó desde Bruselas a todos los carlistas que no hicieran nada que pudiera comprometer el éxito de la guerra y que ayudaran con todas sus fuerzas a los encargados de defender la integridad española en Cuba y Filipinas.115

Estados Unidos declaró la guerra a España, Don Carlos amenazó formalmente con una nueva guerra civil si no se luchaba por defender el honor nacional y manifestó que no podría asumir la responsabilidad ante la Historia de la pérdida de Cuba. Por eso, después del tratado de París, considerado una deshonra nacional, se generalizó la opinión de que los carlistas se lanzarían a una nueva guerra civil, aprovechando el gran descontento del Ejército y del pueblo.115​ Así pues, se planeó la sublevación, en la que en un principio estaba comprometido el general Weyler (que se desvinculó después),116​ pero el pretendiente finalmente no dio la orden. Eso motivó que algunos carlistas tratasen de hacer la guerra por su cuenta y en octubre de 1900 se alzaron algunas partidas en Badalona y algunas otras localidades españolas.117

Los Estados Unidos, no participaron en el reparto de África ni de Asia y desde principios del siglo XIX estaban llevando a cabo una política expansionista, fijaron su área de expansión inicial en la región del Caribe y, en menor medida, en el Pacífico, donde su influencia ya se había dejado sentir en Hawái y Japón. Tanto en una zona como en otra se encontraban valiosas colonias españolas (Cuba y Puerto Rico en el Caribe, Filipinaslas Carolinas y las Marianas y las Palaos en el Pacífico), que resultaron ser presas fáciles, debido a la fuerte crisis política que sacudía su metrópoli desde el final del reinado de Isabel II.[cita requerida]

En el caso de Cuba, su fuerte valor económico, agrícola y estratégico ya había provocado numerosas ofertas de compra de la isla por parte de varios presidentes estadounidenses (John Quincy AdamsJames PolkJames Buchanan y Ulysses S. Grant), que el gobierno español siempre rechazó.17​ Cuba no solo era una cuestión de prestigio para España, sino que se trataba de uno de sus territorios más ricos y el tráfico comercial de su capital, La Habana, era comparable al que registraba en la misma época Barcelona.[cita requerida]

A esto se añade el nacimiento del sentimiento nacional en Cuba, que desde la Revolución de 1868 había ido ganando adeptos, el nacimiento de una burguesía local y las limitaciones políticas y comerciales impuestas por España que no permitía el libre intercambio de productos, fundamentalmente azúcar de caña, con los EE. UU. y otras potencias.[cita requerida] Los beneficios de la burguesía industrial y comercial de Cuba se veían seriamente afectados por la legislación española. Las presiones de la burguesía textil catalana habían llevado a la promulgación de la Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas (1882) y el Arancel Cánovas (1891),18​ que garantizaban el monopolio del textil barcelonés gravando los productos extranjeros con aranceles de entre el 40 y 46 %, y obligando a absorber los excedentes de producción.1920​ La extensión de estos privilegios en el mercado cubano asentó la industrialización de la región catalana durante la crisis del sector en la década de 1880, anulando sus problemas de competitividad,21​ a costa de los intereses de la industria cubana, lo que fue un estímulo esencial de la revuelta.22

Estados Unidos comenzó a gravitar cada vez con más fuerza en toda el área del Caribe. El presidente Theodore Roosevelt propuso construir un canal interoceánico en Centroamérica, y en 1903 ofreció al gobierno colombiano comprar una franja de tierra de lo que hoy es Panamá.

Al terminar la guerra surgió una polémica interna en los Estados Unidos al respecto del destino de las colonias recientemente adquiridas. Hubo quien sostuvo el argumento de preparar a las naciones subdesarrolladas para la democracia y quienes defendían el principio de autodeterminación nacional que figura en la Declaración de Independencia estadounidense. En Filipinas, los insurgentes que habían peleado contra el colonialismo español pronto empezaron a luchar contra las tropas de Estados Unidos en una guerra que duró tres años y provocó la muerte de un millón de filipinos. Muchos intelectuales, como el filósofo William James y el presidente de la Universidad Harvard, Charles Eliot, un conocido opositor al imperialismo estadounidense, denunciaron estas acciones como traición de los valores estadounidenses.41

Al mismo tiempo que Colombia rechazaba la oferta de Roosevelt, se desató una rebelión en el área designada para la ubicación del canal. Roosevelt apoyó la revuelta y rápidamente emancipación de Panamá frente a Colombia. Unos días después, el francés Philippe-Jean Bunau-Varilla, quien viajó a Washington como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la naciente República de Panamá, vendió a Estados Unidos la zona del canal. En 1914, el canal de Panamá se abrió al tráfico marítimo.

Las tropas estadounidenses abandonaron Cuba en 1902, pero se exigió a la nueva nueva república que otorgara bases navales a Estados Unidos. Asimismo se prohibió a Cuba suscribir tratados que pudieran atraerla a la órbita de otra potencia extranjera. También se garantizó la capacidad de intervención de Estados Unidos en el nuevo estado a través de la Enmienda Platt, vigente hasta 1934. A Filipinas se le concedió un autogobierno limitado en 1907 e independencia absoluta en 1946, tras la Segunda Guerra Mundial. En 1952 el Congreso de los Estados Unidos aprueba para el territorio no incorporado de Puerto Rico un gobierno propio limitado.

 La derrota en la guerra comenzó el debilitamiento de la frágil estabilidad del régimen político conocido como «la Restauración» que había sido establecida anteriormente por el gobierno de Alfonso XII.

El siglo XIX había empezado con las guerras con la Francia Revolucionaria y su posterior régimen Bonapartista, que a juicio de algunos analistas el conflicto con Napoleón forjó la identidad nacional española y abrió las puertas al constitucionalismo, iniciado en las primeras constituciones del país, el estatuto bonapartista de Bayona y la constitución de Cádiz. Sin embargo, también abrió una era de guerras civiles entre partidarios del absolutismo y el liberalismo, conocidas como las guerras carlistas , que se extenderían a lo largo del siglo XIX.  y que marcó el desarrollo del país.

La visión anglosajona:

Alfonso nació en Madrid como el hijo mayor de la reina Isabel II . Oficialmente, su padre era su marido, el rey Francisco de Asís . La paternidad biológica de Alfonso se puso en duda. Se especula que su padre biológico pudo haber sido Enrique Puigmoltó y Mayans (un capitán de la guardia). [1] Estos rumores fueron utilizados como propaganda política contra Alfonso por los carlistas .

La adhesión de su madre creó la segunda causa de inestabilidad, que fueron las Guerras Carlistas. Los partidarios del Conde de Molina como rey de España se levantaron para entronizarlo. Además, en el contexto de las restauraciones y revoluciones posnapoleónicas que envolvieron a Occidente tanto en Europa como en América, tanto los conservadores carlistas como los isabelinos se opusieron al nuevo sistema constitucional napoleónico. Al igual que en Gran Bretaña, que se restó del proceso constitucional liberal, los conservadores españoles querían continuar con las Leyes Orgánicas Tradicionales Españolas como el Fuero Juzgo , la Novísima Recopilación y las Partidas de Alfonso X. Esto llevó a la tercera causa de inestabilidad notable, la "Independencia de los Reinos Americanos", reconocida entre 1823 y 1850.

La Restauración española, hacia el final del s XIX, tal como se expresa desde la visión anglosajona llegó después de casi un siglo de inestabilidad política y muchas guerras civiles, y tuvo como objetivo crear un nuevo sistema político, que asegurara la estabilidad mediante la práctica del turnismo . Esta fue la rotación deliberada de los partidos Liberal y Conservador en el gobierno, por lo que ningún sector de la burguesía se sintió aislado, mientras que todos los demás partidos fueron excluidos del sistema. Esto se logró mediante el fraude electoral . La oposición al sistema vino de republicanos , socialistas , anarquistas , nacionalistas vascos y catalanes y carlistas . Los dos partidos se alternaron en el gobierno en un proceso controlado conocido como el turno pacífico ; el Partido Liberal estaba dirigido por Sagasta y el Partido Conservador por Cánovas del Castillo . Los caciques , poderosas figuras locales, fueron utilizados para manipular los resultados electorales, y como resultado, el resentimiento contra el sistema se fue acumulando con el tiempo y comenzaron a formarse importantes movimientos nacionalistas en Cataluña , Galicia y País Vasco , así como sindicatos.

España acababa el siglo XIX igual que había acabado el s.XVIII, con guerras y pérdida de las últimas posesiones coloniales de Cuba y Filipinas a manos de EEUU, en lo que se denominaría Desastre del 98 (pero ello era un signo de los tiempos, al menos en esos finales del siglo también Portugal, Francia e Italia vieran pérdidas territoriales)

La característica fundamental de este siglo XIX será la de ser un período de grandes cambios en la economía y la ciencia. La ciencia y la economía se retroalimentarían, el término ‘científico’, acuñado en 1833 por William Whewell,23​ sería parte fundamental del lenguaje de la época; la economía sufriría dos fuertes revoluciones industriales, la primera acaecida entre 1750 y 1840, y la segunda entre 1880 y 1914.4​ En política, las nuevas ideas del anterior siglo sentarían las bases para las revoluciones burguesas, revoluciones que se explayarían por el mundo mediante el imperialismo y buscaría alianza con el movimiento obrero al que, le cederían el sufragio universal; en filosofía, surgirían los principios de la mayor parte de las corrientes de pensamiento contemporáneas, corrientes como el idealismo absoluto, el materialismo dialéctico, el nihilismo y el nacionalismo; el arte demoraría en iniciar el proceso de vanguardia pero quedaría cimentado en movimientos como el impresionismo. A finales de este siglo surgieron la cinematografía y la animación gracias a los grandes avances tecnológicos de la época.

El siglo XIX fue testigo de grandes cambios sociales; la esclavitud fue abolida , y la primera y segunda revolución industrial (que también se solapan con el 18o y 20 siglos, respectivamente) llevado a masiva urbanización y niveles mucho más altos de productividad, el beneficio y la prosperidad. Los imperios islámicos de la pólvora se disolvieron formalmente y el imperialismo europeo llevó gran parte del sur de Asia , el sudeste asiático y casi toda África bajo el dominio colonial .

Estuvo marcado por el colapso de los imperios español , zulú , primer francés , sacro romano y mogol . Esto allanó el camino para la creciente influencia del Imperio Británico , el Imperio Ruso , los Estados Unidos , el Imperio Alemán (esencialmente reemplazando al Sacro Imperio Romano Germánico), el Segundo Imperio Francés , el Reino de Italia y el Japón Meiji , con los británicos jactándose dominio indiscutible después de 1815. Después de la derrota del Imperio francés y sus aliados indios en elEn las guerras napoleónicas , los imperios británico y ruso se expandieron enormemente, convirtiéndose en las principales potencias del mundo. El Imperio Ruso se expandió en el Cáucaso , el centro y el lejano este de Asia. El Imperio Otomano pasó por un período de occidentalización y reforma conocido como Tanzimat , aumentando enormemente su control sobre sus territorios centrales en Anatolia y el Cercano Oriente . A pesar de esto, el enfermo de Europa permaneció en un período de decadencia, perdiendo territorio en los Balcanes , Egipto y el norte de África .

El resto de poderes en el subcontinente indio , como el Reino de Mysore y sus aliados franceses , Nawabs de Bengala , imperio de Maratha , Reino sij y los estados principescos de la Nizam , sufrió una disminución masiva, y su insatisfacción con British East India Company El gobierno llevó a la Rebelión India de 1857 , marcando su disolución, sin embargo, más tarde fue gobernado directamente por la Corona Británica a través del establecimiento del Raj británico .

El Imperio Británico creció rápidamente en la primera mitad del siglo, especialmente con la expansión de vastos territorios en Canadá, Australia, Sudáfrica y la India densamente poblada, y en las últimas dos décadas del siglo en África. A finales de siglo, el Imperio Británico controlaba una quinta parte de la tierra del mundo y una cuarta parte de la población mundial. Durante la era post-napoleónica, impuso lo que se conoció como la Pax Britannica , que había marcado el comienzo de una globalización sin precedentes y una integración económica a gran escala.

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