El desconocido s.XIX en España y las distintas interpretaciones de "la Luz" que llegaron con Copérnico y Galileo.
Concebir que la Luz se ha de posibilitar en cada ser Humano y que cada Ser Humano tiene un camino particular hacia su propia Luz, tal vez sea la clave que se está sacrificando, en términos generales, sin saber si es un precio necesario absurdo (bajo el pretexto de así ser más útil organizarse para el progreso y rivalizar con otras Naciones) que en algún momento se concibiera pagar; hacerlo pagar a la inmensa mayoría en un gran sacrificio colectivo a cambio de acceso a bienes materiales (en el inicio concebidos como una mínima necesidad para que exista el bienestar) pero luego concebidos como “zanahorias” u oportunidad de riqueza, tras la cual ir y en las que algunos pierden las condiciones más nobles que definen a los Seres Humanos.
Este extenso artículo trata de ello. Está
concebido para llevar al lector por un itinerario (de hechos y circunstancias) con lenguaje diferente y no críptico,
que propone una visión humanista más cercana
– debido a la inmensa mayoría de la población apenas pasara de puntillas en los
procesos educativos – acumulando datos, fechas y personalidades relevantes que
poder exhibir como si ello portara conocimiento. Por lo general no hubo
tiempo - como señalara Ortega y Gasset en
1932 - para quedarse a solas y reflexionar sobre ello - y como manifiesta el encabezado de este
mismo blog - haciendo concebir una visión de la
Historia que suele interpretarse en clave épica, y que se proyectará, también,
de alguna manera, al abordar la Historia Universal.
La inmensa mayoría a penas hemos reflexionado sobre los personajes que aparecieron, más allá de referencias someras – o desde el mismo punto de vista épico -, que en ocasiones se consideran pertenecientes a un pasado “ya superado”. por lo que la inmensa mayoría consideraría que ello no es ni preciso, ni necesario, ni útil, ni transcendente, porque no viera las “conexiones” generales que ello le aportaría para desarrollar o condicionar las vidas cotidianas y se suele considerar que las vidas particulares, y sus proyectos personales, se pueden realizar y llevar a cabo, con éxito, al margen de lo que fuera la propia Historia, tal vez por considerarla superada.
Se conviene, por lo general, que el episodio de Galileo señala el punto de inflexión desde el cual se iniciaría un proceso de cambios de paradigmas que darían lugar a nuevas perspectivas y referencias impulsando el desarrollo tecnológico y estableciendo nuevas visiones de la economía que transformarían las sociedades y la percepción del Mundo, la Naturaleza y el Universo que nos rodea, al cual, están vinculadas nuestras vidas. Sin embargo, de alguna manera sabemos, que los procesos de cambio (aunque aparezcan situaciones puntuales como la de Galileo) son producto de un “devenir” que aboca a ello. Un devenir de conocimientos que ya eran previos y, de alguna manera, “presionaban” al ambiente político de la época (por entonces la vinculación estrecha e inseparable configurada por el poder civil y religioso se manifestaba con fuerza y rotundidad en las vidas de los súbditos) hasta tal punto se manifestara resistencia “oficial” de manera persistente y en tiempo prolongado al cambio de “percepción” del mundo que nos contiene – la Tierra - que se iniciaría un “pulso sostenido”, durante mas de cien años, para establecer ese cambio de percepción, iniciándose con la publicación de Copérnico, pasando por Galileo, cruzándose por medio Descartes con su tratado del Método, y concluyendo con Newton – considerándose apostillado ese avance por Kant; trayecto concebido como “Revolución Copernicana” de cuyas consecuencias vivimos hoy en día.
Mirar al Cielo y en él proyectar, con la imaginación,
figuras uniendo estrellas (como primera disposición para abarcarlo y
reconocerlo cada noche) llevaría a darles nombres para poderlo “abarcar” de
manera predeterminada, y luego surgiría, la curiosidad de estudiarlo, en
especial la observación de la peculiaridad que su movimiento (aparente)
aparecieran zonas o estrellas que parecían fijas (cuestión que depende de la
latitud donde se realicen las observaciones - por lo que resultaría
determinante en la “concepción” e “interpretación” del Universo Celeste y
consecuentemente en la “idea trascendente” (como punto de partida) para
concebirse así mismas las primeras pequeñas civilizaciones (no se percibe el
cielo, en su movimiento, de igual manera en zonas cercanas al polo que en el
ecuador; y tampoco se perciben las mismas disposición de las estrellas; por lo
que los primeros grupos que tuvieran que migrar buscando nuevos territorios, si
fueran largos viajes que implicaran cambios esenciales de latitud observarían
un Cielo Nuevo, con estrellas nuevas, movimiento celeste diferente y una Luna
cuyas fases se manifestaban de manera totalmente diferente, “al revés y que
forman parte de una cultura, pues a través de la observación del Cielo las culturas se construyen y
determinan el devenir de la Humanidad, como es el caso en occidente, pues el
conflicto de Galileo es el punto de inflexión – precisamente al observar el
Cielo y disputar interpretaciones sobre los movimientos que en él se producen,
lo que marcaría un conjunto de cambios profundos (en el conocimiento, la
sociedad y nuestras vidas como Seres Humanos) que llegan a nuestros días) – otros fenómenos extraordinarios, ocasionales
y temibles, como terremotos, o
erupciones volcánicas, o tsunamis se pudieron concebir como productos de
voluntad de inmensas y desconocidas fuerzas a las que también se pondrían
nombres (y tal vez por concebirse que lo “inerte”, lo que no tiene vida, no se
mueve, aquellos impresionantes movimientos de material que constituye la
Naturaleza de la Tierra, se atribuiría a voluntades de Seres “magníficos” en
poder y fuerza (que se describieron como Titanes, Héroes o Dioses) asignándoles nombres variados y concebidos
como poseedores de rasgos físicos humanos, carácter humano y relaciones entre
sí similares a las humanas (creandoles relaciones de parentesco, de amistad o
rivalidad, de enfados y tramas que daban lugar a esas manifestaciones violentas
que el mar, la Tierra o el Cielo mostraban a veces, comprometiendo la vida de
los mortales (tal vez por ello, por esas manifestaciones de tierra, fuego, agua
o aire, se concibieran los elementos básicos de la existencia).
Desde el propio suelo que se pisa, la Tierra - se concibe la “literalidad” con que percibimos el Cielo como realidad (el Sol se mueve, la Luna se mueve, las estrellas se mueven todas juntas); y ello alude a la idea de “apariencia frente a realidad”, dando lugar a especulaciones sobre si era plana, cilíndrica o esfera, se transforma posteriormente, a un escenario “más completo y complejo”, donde se empieza a contemplar el firmamento - ya no como un manto plano, donde “flotan” o “caminan” y se “sostienen” los “luceros” grandes y pequeños, que nos rodea, sino que tuviera una verdadera “profundidad”- concibiendo una “relación” de “interdependencia” existente entre nuestro “hogar” – la Tierra - y la inmensidad de lo que se muestra como un Universo: El Sol (del cual ya se concibe esencial para la Vida), la Luna (de la cual ya se va estableciendo su influencia en los mares y mareas. Parece ser que Piteas (siglo IV a. C.) fue el primero en señalar la relación entre la amplitud de la marea y las fases de la Luna, así como su periodicidad. Plinio el Viejo (23-79) en su Naturalis Historia describe correctamente el fenómeno y piensa que la marea está relacionada con la Luna y el Sol), los “sorprendentes planetas” (a los que se les da importancia, casi como al Sol y la Luna, hasta el punto de darles, a todos ellos, un lugar designando los días de la semana – que llegan a la actualidad de nuestro presente; y que incluso entrara en el ámbito de la Medicina de reconocidos estudiosos, como el aragonés Miguel Servet en cuya época se atribuía a cada órgano del cuerpo humano una vinculación con un planeta determinado; así mismo, al igual que la Luna se concebía influencia en la agricultura – determinando el momento oportuno para la siembra de hortalizas o poda de árboles y arbustos; e incluso su influencia en los ciclos reproductivos y las fechas de parto (hoy en día puesto en duda mediante estadísticas; y otros, que se resisten a ellas, alegan que la vida artificial y ciudadana ha roto esas “vinculaciones” del Ser Humano con el entorno Natural, creando cada vez más entornos artificiales que serían la causa de la “desconexión”, “conexión” que otros dicen aún se mantiene, e incluso se observan y afirman en el mundo rural, especialmente en la agricultura y en el manejo de caldos de vino) - las estrellas – se agruparía según las figuras que sugirieran dando lugar a concebir constelaciones a las que se atribuía la propiedad de” influir”, en ciertos rasgos del carácter e incluso las vidas de las personas o simple reflejo de mitos del pasado – como hiciera Newton -, siendo el origen del Zodiaco en Babilonia; incluso determinar tendencias en las Eras de la Historia de las civilizaciones humanas - desde distintas civilizaciones estableciendo calendarios.También las estrellas recibirían lugar merecido y consecuente en los simbolos de los nuevos Estados nacidos en el s.XIX (cuyo asentamiento era de tal fuerza en la sociedad, que muchas Naciones nacidas en el s XIX incorporarían agrupamientos de estrellas, como la “Cruz del Sur” a sus banderas e incluso la organización Mercosur ya en el s.XX),
El astrolabio daría paso al sextante en 1770,
mientras la brújula, ya usada en China (desde c. 206 a.C.) para navegar ante el problema
de las nieblas y las nubes que no permitían ver las estrellas (la brújula fue
inventada por primera vez como un dispositivo para la adivinación ya en la China de la dinastía
Han , [1] [2] y
más tarde adoptó para la navegación por la dinastía Song de China durante el Siglo 11. [3] [4] [5] ) El primer uso de una brújula registrado en Europa
Occidental y el mundo islámico ocurrió alrededor de 1190. [6] [7]
– a ambas se añadiría el uso del reloj (Cronómetro marino)
también los relojes ayudaron a precisar la posición de las naves en el mar, (llevaban miles de años en uso – desde el gnomon usados por los
egipcios, los relojes de sol (los relojes
de sol bien construidos daban una precisión razonable para la época de 1 ó 2
minutos, por lo cual fueron usados hasta 1830 para “monitorear” otros sistemas
de relojería mecánica – debido a la necesidad de estandarizar las zonas
horarias entre distintas ciudades y así fuera de utilidad para el horario de
los trenes o los envíos de telegramas y - luego relojes de mecanismos
movidos por agua, aparecirían los mecánicos, hasta llegar al cronómetro para la
marina, promovido en un concurso por los británicos en 1714, (el gobierno
británico ofreció grandes recompensas
financieras por valor de 20.000
libras [62] En
1735, Harrison construyó su primer cronómetro ).
El solo contemplar
el entorno Natural muestra que se está
“insertado” dentro de una existencia llena de vida y de fenómenos
asociados a la misma, que nos contiene – y
donde existen otros seres vivos, que sin ser semejantes a nosotros, comparten
el hecho de existir, pueden apreciarse por su capacidad de permanecer
impasibles, simbolizar el honor, otros volar, o de correr a gran velocidad, o
por su fortaleza o fuerza, o por su fiereza, e incluso apreciar en ellos
inteligencia por su capacidad de cooperación – como ocurre con abejas u
hormigas (pasando a formar parte de un imaginario de símbolos que acabarían por
trasladarse literalmente a paredes como parte de un relato que concibe la
existencia (como vida y muerte y/o vida, para los egipcios) o a esculturas de
piedra, o a escudos, banderas o símbolos mismos de una familia Noble o de una
monarquía o de una nación: Las águilas fueron símbolo de imperios, o el Roble
de Nobleza … se “siente y percibe” que en la propia Naturaleza se encontraría
el reflejo de la propia Humanidad, como formando parte de un mismo destino ante
fenómenos rutinarios y cíclicos de los que depende la vida y que a todo Ser
Vivo condiciona– como el día, con un Sol, y la noche con luna y estrellas (que
también serían incorporados como símbolos de reyes o papas y acabarían formando
parte de escudos y banderas) y que
evidencia la existencia de lo que conocemos como “ciclos”, avocando a la
determinación exacta de los mismos – y otros que se reiteran de manera no tan
exacta – como lluvias, tormentas, relámpagos, truenos, rayos, crecidas de ríos,
incluso granizo o nieve – y que ello evidencia
existir reiteraciones más amplio a descubrir (desarrollándose
calendarios que señalarían ciclos anuales) y desde ahí se fuera profundizando
en busca de otros más extensos buscando Eras. (todo ello concebido con la
posible intención de prever situaciones futuras partiendo del convencimiento de
existir ciclos, mirando las consecuencias que dejaron otras situaciones en el
pasado y buscando en los ciclos la previsión del futuro).
De alguna
manera, conocer el mundo que nos rodeaba daría lugar a establecer unas
creencias sobre cual fuera el motivo de la existencia y de la vida propia, la
de los otros seres vivos y de la propia Naturaleza, con sus fenómenos naturales
– a veces propicios, llevándonos a la
prosperidad y otros adversos, determinando la penuria - que nos rodean,
incluido el Cielo, sus luceros, teniendo que atribuir esa existencia a un
impulso o motor inicial o inteligencia que lo creara, porque pronto se vio que
la propia vida (ya fuera vegetal o animal)
estaba construida o edificada desde una inteligencia que se escapaba y superaba
al Ser Humano, estableciéndose creencias y ritos (como hecho antropológico engloba, entre otros, los siguientes
elementos: tradiciones, culturas ancestrales, instituciones, escrituras,
historia, mitología, fe y credos, experiencias personales, interpersonales, místicas, ritos, liturgias, oraciones y
otras).) que se pudieron materializar en religiones
desde las cuales construir o constituir culturas.
Este somero bosquejo que refleja algunos conocimientos previos
existentes al Renacimiento en Europa y que presionan (como los conocimientos que se plasman en instrumentos para la
navegación ya desarrollados fuera de Europa, y cuyos avances tecnológicos se
concibiera como posible estancamiento para occidente, llegan con posterioridad
o se recuperan o reincorporan más tarde en occidente) para que se acepten las
“evidencias”; y ante la resistencia se produce un proceso de cambio largo,
penoso y doloroso; que se inicia a partir del Renacimiento y toma el impulso de
la ilustración en occidente y ello “le hace ponerse al día”; toma Occidente el
liderazgo mundial de ese proceso, iniciado en el Renacimiento, y lo extiende
por todo el Mundo –
La obra de los dos fue
prohibida en el mundo Latino , (en
el caso de Descartes - su libro sería prohibido hasta 1835 - que había
adquirido gran fama en vida, Claude
Clerselier , el
cuñado de Chanut, "un católico
devoto habría comenzado el “proceso de convertir” a Descartes en un santo
cortando, agregando y publicando sus cartas de forma selectiva"). Ambos, Galileo y Descartes, perderían
uno o dos dedos cuando fueron re-enterrados en otras tumbas; de Descartes, en
el tránsito de tumba, además también se perdería su cabeza (esa reubicación póstuma de cadáveres parece
destinada a reconocimiento, como ha ocurrido en el pasado con otros personajes
relevantes – por ejemplo de
Goya también se perdería su cabeza pero la pérdida de la integridad
corpórea de los restos suele ser recurrente por un motivo u otro en la
Historia).
Cabe señalar tres cuestiones a este respecto que
marca el tránsito de la Humanidad:
1)
La primera respecto al término Revolución (con que titula Copérnico su trabajo impreso por primera vez en 1543 en Nuremberg, aunque su Commentariolus ,
fue escrito antes de 1514), que
al ser de tal impacto social, en su momento, posteriormente se empleara el
término Revolución frecuentemente, no solo para la cuestión copernicana,– (que se prolongaría durante más de un siglo
hasta que los trabajos de Newton se consideran el final de esa revolución
copernicana) sino para todo cambio de “paradigma” que se produjera no solo
en el ambiente científico posterior, sino para todas las consecuencias sociales
y políticas que ello traería; y que parecerán ya siempre vinculados con ese
proceso inicial, revolucionario, copernicano y para cualquier otro suceso que
alcanzara similar impacto con resultado de transformación de las sociedades (se usaría, en adelante, para definir
cualquier otras circunstancias que generaran transformaciones o cambios sociales
de gran calado, sin distinguir si estas se producen o no pacíficamente).
Copérnico argumentó y aportó evidencias a su alcance – ya realizadas en su pasado y también en su presente al que se sumaría
Galileo - para mostrarlo y ponerlo al alcance de todos; y en ello no existe
más violencia que la que él mismo (y
otros coetáneos suyos, u otros posteriores, sin fama) pudieran sufrir o temieran sufrir, o fueran intimidados por evidenciar
lo mismo – al rescatar un conocimiento ya
existente que sería negado, motivo de burla e incluso de amenazas durante los
dos siglos siguientes.
2)
Merece la pena observar que tal problema
de aceptar un conocimiento, ante una evidencia de similar magnitud, no se
produjera, ni fuera necesaria sobre la esfericidad de la Tierra, cuando aún no
había sido circunvalada por la marina española, potencia de la época (de 1519 a
1522) y previamente el fallido intento de Colón (1492), que diera como
resultado el descubrimiento de América. Ese conocimiento greco-romano sí
sobrevivió, y fuera aceptado pese a la visión bíblica (visión que “conecta” con la precepción y apariencia que como habitantes
de la Tierra poseemos en nuestras vidas cotidianas) y esos intentos de constatación
(que aún fallidos o lleno de penalidades,
generarían beneficios y oportunidades a los Estados desde el primer momento)
haría concebir absurdo debatir sobre ello (poco
parecía importar si la Tierra fuera un disco plano, esférica o cilíndrica; además
ello ya se hallaría resulto por la visión de Ptolomeo que seguía poniendo en el
centro del Universo a la Tierra y con ella al Ser Humano). La esfericidad de la Tierra fue ampliamente reconocida en la
astronomía grecorromana desde al menos el siglo IV a C., [3] la rotación diaria de la Tierra también pero no así la órbita anual alrededor del Sol que nunca fueron aceptadas
universalmente hasta la Revolución Copernicana y
esta no terminaría de aceptarse plenamente hasta los trabajos de Newton.
3)
Llama a curiosidad entender porqué se debilitó
o se dudó sobre el conocimiento greco-romano sobre la esfericidad de la Tierra;
tal vez por comodidad (las ediciones de
la Biblia
seguía, parece ser, sosteniendo, en la descripción de la creación, la visión
plana de la Tierra – haciendo una referencia que pasa casi desapercibida sobre
su esfericidad más adelante - y aunque la Biblia no estuviera al alcance de las
poblaciones (aunque se siguiese leyendo en misa, pero en latín, y durante la
Edad Media las poblaciones ya casi no entendían el latín, idioma implantado
durante el Imperio Romano, que evolucionaba de diferente manera en Europa; por
lo que la lectura por los sacerdotes en misa les resultaría críptica a la
inmensa mayoría). El conocimiento sobre la esfericidad de la Tierra se perdió
para la inmensa mayoría de la población – tal vez por no resultarle útil en sus
vidas cotidianas. Hoy sabemos que hay evidencias que naves romanas llegarían hasta
China instalando pequeños asentamientos), o qué paralelismos pudieran existir al respecto cuando se observa un
nuevo impulso destinado a “perder” o cuestionar conocimientos ya adquiridos y
“retrotraer” a la sociedad a la visión previa de que sea
plana, otra vez (así como las implicaciones sociales, políticas y
económicas que pudieran respaldar ese impulso).
La resistencia a
aceptar el heliocentrismo – al menos como
modelo matemático que salvaba las apariencias y, por tanto, digno de ser tenido
en cuenta – y considerarlo una herejía, fuera uno de los rasgos que muestra
lo que llevara a las Universidades de la Edad Media a estancarse y no poder
evolucionar ante las “evidencias” que estaban ya al alcance de cualquiera que
tuviera un mínimo de disposición para contemplar el Cielo nocturno, sin temor a
ser, por ello, condenado por la Inquisición – bastaría la discreción de guardar silencio (es decir: cualquier comerciante, marinero o agricultor, con espíritu de
curiosidad ante la Naturaleza y la Existencia, estaría en mejor predisposición
de aceptar evidencias y sin necesidad de tener que discutir de ello con ningún
poderoso que se le opusiera – por ejemplo, los mismos marineros que en sus
viajes o por el uso de instrumentos de “referencia” en el Cielo, concibieran la
redondez de la Tierra desde un primer momento, y se hallaran dispuestos a
“comprender” y explorar la idea del heliocentrismo.
Es posible que
desde esa evidencia de la existencia de una rigidez “extrema”, algunos reyes o
personajes poderosos – incluso algún Papa
y los propios Jesuitas – tendieran “una mano” a personajes que como Galileo,
o Copérnico, exploraban el firmamento y aportaban al mundo conocimientos; pero
también es obvio que la impresión que produce “descubrir” y la propia “experiencia”
de “experimentar la redondez de la Tierra” en uno mismo (descubrimiento también para nuestros sentidos, pues es con ellos con
los que percibimos el mundo que nos rodea) “cambia” profundamente – al menos por un tiempo – la inicial concepción
del mundo que nos rodea, sin más consecuencia de ello; pero si se es un hombre
dedicado al estudio y la búsqueda de la Verdad (que se acabarían denominando filósofos y luego, muy posteriormente –
cuando ya aparentemente “integrados” y/o reconducidos a unas tareas
predeterminadas serían denominados Científicos ya en el siglo XIX), se
adopta una “postura” de defensa y divulgación ante la propia sociedad que nos
rodea, más aún si esta se halla estancada o “niega” con dureza y amenaza de
castigo y muerte “concebir una realidad diferente” a la “oficial”.
Las Universidades
de la época (en las prudentes manos
religiosas) no podrían afirmar desconocer el Heliocentrismo, pues no solo se
conocía la esfericidad de la Tierra desde antiguo y la tesis sobre el
heliocentrismo, sino que en el siglo XII fue resucitada o reactualizada por
astrónomos árabes antes referidos por el propio Copérnico. La existencia de las
evidencias – al alcance de cualquiera
usando sus sentidos y la reflexión en soledad – daría lugar a “intrigas”
políticas que alcanzarían a las capas más altas del poder (la Universidad, atascada - con multitud de hipótesis controladas por la
Inquisición o la propia autocensura - y sin evolución eficiente, haría posible
que se “bebiera” en otras fuentes de conocimientos considerados heréticas –
haciendo posible, a la postre, listas de libros prohibidos; pues parece obvio
que “conocer” el mundo que nos rodea con mayor exactitud posible puede
convertirse en “debilidad” de cualquiera – máxime si es conocimiento prohibido
-, incluso de Papas de entonces, haciendo viable un juego de intrigas políticas
de las que se dice que Galileo pagaría un precio por ello – así como se asegura
de Descartes, en perpetuo acoso y del que se dice que fuera, a la postre,
asesinado - en un libro de 2009, el filósofo alemán Theodor Ebert sostiene que
Descartes fue envenenado por un misionero católico que se opuso a sus puntos de
vista religiosos. [68] [69] [70]).
Es factible
suponer que la negación de las teorías de Copérnico o Galileo, o posteriormente
los trabajos de Descartes (que ya fuera
advertido por sus propios maestros que procurarían su educación y formación, los
jesuitas, y que ya siendo conocido lo que
acaecía a Galileo con la Inquisición, para que saliera de Francia y se
estableciera en Países Bajos para realizar sus trabajos – trabajos, sin duda,
estimulados de alguna manera por los propios Jesuitas) dejarían la puestas
abiertas al mundo anglosajón/ protestante (más
pragmático y que se encaminaba a liderar la nueva era de conocimiento, por lo
que ello comportaría de beneficios económicos y a la postre de poder político
sobre sus adversarios) haciendo posible los trabajos de Newton, que
pondrían fin a lo concebido como revolución copernicana.
Pensar que los personajes históricos del momento, los que pusieron trabas, no fueran permeables al conocimiento que impulsaban estos personajes – personajes que en ello arriesgaban sus libertades personales y la propia vida – y considerarlos estrictamente “obtusos” es una visión simplista que se fomentó en el mundo educativo de mi época, tal vez para fomentar el interés por las asignaturas y acercarse al conocimiento como “clave” personal sobre la que alzarse sobre el resto - “considerados ignorantes”; ignorantes las antiguas civilizaciones a las que el propio alumno superaba con solo ir a clase e ignorantes padres y abuelos, por el mismo motivo, ante la evidencia de desconocer datos concretos. El saber y los conocimientos se hallan entre nosotros desde hace milenios (aunque no al alcance de todos, pero el solo hecho de vivir y existir proporciona la experiencia para intuir “de qué va la sociedad” y disponerse sobrevivir, por lo que en sí mismo se concibe como saber, por lo que desde ahí se concibe que exista un mínimo respeto hacia las generaciones pasadas, de las cuales venimos).
La biblioteca de
Alejandría no fue destruida, como se ha extendido la idea durante décadas, en
un incendio (aunque sí se reconoce la
posibilidad de incendio, que no le afectaría en la manera en que en un primer
momento se señalara en la
guerra de Cesar); entró en decadencia, por causa de lo que pareciera
una purga de Ptolomeo (un Ptolomeo en
entredicho cuando sacara su teoría geocentrista, sospechándose desde un primer
momento de ser interesada por no ser coherente con la afirmación que él mismo
sostuviera de haber constatado datos que se remontarían a 800 años atrás . [25] y que los astrónomos señalarían argumento
falseado por el propio Ptolomeo), sus papiros y conocimientos tal vez se fueran
dispersando (era la política bibliotecaria
de prestar a cambio de obtener nuevos documentos con el pretexto de copiarlos y
aumentar el compendio de conocimientos y estudios de la propia biblioteca: copiar
a cambio de prestar, pero en ello también la biblioteca alejandrina también
usara el ardid de no devolver los originales al prestatario sino una copia)
los documentos alejandrinos se esparcirían por los cuatro puntos cardinales del
continente euroasiático, e incluso africano.
Del interés de recopilar
y e intentar sistematizar saberes se muestra en la escuela
de traductores de Toledo, (la
importancia de la recopilación y clasificación de documentos que reflejan el
conocimiento – en principio del mundo natural y luego el social y económico ha
sido, sin duda, la tarea más relevante siempre se realizara; ya en el siglo
XII y XIII tuvo actividad esencial en libros procedentes del mundo árabe (libros de Arquímedes, Euclides, Aristóteles…)
y fuera Alfonso IV de Castilla quien la desmantelaría (y aun así siguieran algunos trabajando bajo mecenazgo, tal vez ya fuera
de Toledo).
El mundo de entonces y
los poderes humanos que los sustentaban, sí conocían o tenían acceso al
contenido de libros prohibidos (por la
elemental condición de tener que leerlos para prohibirlos - al menos los
producidos dentro del orbe católico, o los generados por filósofos cercanos,
formados en órdenes religiosas – que en muchas ocasiones estarían bajo la lupa
de cualquier herejía o concepto o experiencia trasladada a la obra que pudiera
ser herética o “dar pie” a ello, que debería corregir o explicar el autor;
teniendo así, siempre el poder, la última palabra que podría incluir
prohibición y castigo – a los autores,
por lo general patrocinados por mecenas, que en su condición de tales mecenas,
estaban cercanos o dependientes del poder para seguir manteniendo su tal condición).
La prohibición se enunciaba en términos de “no poder leerlos sin autorización
previa” (e incluso guiados en su lectura);
el descubrimiento de que libros de esa naturaleza fueran revestidos de una capa
(azulada, en aquellos tiempos) que
contenía producto venenoso, incluso en sus lomos (remitiéndonos al libro de Humberto Ecco “El Nombre de la Rosa”) refleja “el castigo” que esperaba a quienes
se atrevieran a extraerlos de las bibliotecas (sin autorización) y proceder a su lectura sin permiso (pudiendo concebirse
aquél envenenamiento como castigo particular y directo gestionado por el propio
D. por no observar la prohibición) es probable que los depositarios del
conocimiento en el mundo cristiano concibiera, de permitir “cesiones” formales
a ciertos dogmas sostenidos bajo principios religiosos, se acabaría
cuestionando la autoridad religiosa (concebida como sabiduría solo al alcance
de quien D. señalare, o hubiera tenido acceso a la revelación e interpretación
correcta de la misma) y con ese cuestionamiento, se podría edificar la “razón”
para el cuestionamiento de la autoridad de los reyes (concebida divina y
refrendada por la religión), cayéndose la arquitectura humana del poder tal y
como se concebía – como a la postre resultara ser cierto en el advenimiento de
otras impactante revoluciones: La Norteamericana y La Revolución Francesa);
también pudieran concebir que si se permitieran los libros románticos, también
prohibidos, se pudiera acceder a otras formas de “felicidad terrenal” al
alcance de cualquiera que podría cuestionar la severa autoridad moral de la
época, que concibiera la vida como una expiación o prueba en la que se debiera
proteger y preservar el alma de los cristianos para garantizar su salvación.
Todas las publicaciones realizadas hasta bien entrados el si XIX en España,
precisarían de ese “visado” para su impresión. Solo escaparon autores
extranjeros u obras, ya de por sí considerados heréticos, pero protegidos o
autorizados o tolerados por otros Estados o simplemente amparados por su fama
pública y social – lo que en sí señalara
la siempre existente “oposición” popular a las posturas “oficiales rígidas”;
los gobiernos considerados avanzados en la época, vieran en la reflexión y
experiencia de esos autores un conocimiento que se podría plasmar en soluciones
prácticas proporcionando resultados económicos y sociales, otorgando capacidad
para ser relevantes en el concierto internacional de Naciones/Estados – autores
cuya actividad era evidentemente herética para el mundo cristiano; lo que daría
lugar a la confección de la lista de libros prohibidos, en los que inesperadamente se hubieran de incluir también los de Santo
Tomás de Aquino y pasar su autor por un, doloroso para él, proceso inquisitorio
en que fuera cuestionado y prohibido todo su esfuerzo literario destinado a
proteger y afirmar el catolicismo frente a las posturas heréticas – por lo que se tuvo que esperar muchos años
para reconocer, posteriormente ese esfuerzo y hacerlo Santo .
Así eran los medios
utilizados en aquél momento por el poder para hacer observar sus normas y tener
controlado el acceso a la información o el conocimiento o la experiencia de
otros, o de quienes, en base a ello, pudieran
poner en duda la propia autoridad y la fortaleza en preservar el “Orden
Perfecto” en consonancia con el aparente movimiento de los astros en los Cielos.
En aquellos tiempos que se saliera del Medievo ya “Fernando I El Católico” – personaje de esta tierra - consideraba
que vivía en el mundo y sociedad perfecta – y
Maquiavelo, en su obra El Príncipe, mostraba todas las capacidades disponibles,
y al alcance del poder, para dirigir o reconducir los destinos de sus súbditos
e incluso acabar con ellos , mediante el juego del medio, la trama y el terror
– y de que se lamentara que ello no siempre saliese bien a consecuencia, en
último extremo, de evidente “intervención” divina; paradoja “solo al alcance de
verificar fehacientemente”, por aquellos que teniendo TODO el poder y TODOS los
medios de un Estado para “acabar con las vidas de quienes consideran rivales o
peligrosos o incómodos” para su propio poder, fueran “salvados”, en último
término, por circunstancias inesperadas, imprevistas, inexplicables o absurdas.
Decisivas en la
historia mundial serían Revolución de las Trece Colonias, la Revolución
francesa, las revoluciones independentistas de Latinoamérica o la Revolución
de Octubre).
(4) De esta fricción (entre avanzar o estancarse) nacería un impulso casi imparable de
observar con “criterio independiente
basado en un método al alcance de todos” el Universo, la Tierra, la
Naturaleza, (con el “motor” que supusiera,
ya por fin, poder dar respuestas razonables a afirmaciones “burlescas” que aún subsistían
(como que los habitantes de las antípodas, si la Tierra fuera redonda, caerían
al infinito) para cuestionar o impedir el avance del conocimiento – usando para
ello el “sentido común” de un pueblo al que se le ha dado un limitado y segado
acceso al conocimiento que permite manipularlo en su “ignorancia” (pueblo que
podría vivir, y de hecho vivía en las “apariencias de la realidad”) oponiéndolo
y enfrentándolo a experiencias más complejas, profundas y sensibles; y que Newton salvaría, definitivamente, definiendo
la teoría de la Gravedad y respondiendo a esa duda que aún subsistía
cuestionado todo el trayecto iniciado por la “experimentación” personal del
saber que trae conocimiento; y que con las críticas burlescas no solo buscaría
poner en duda los inicios del Conocimiento concebido como LUZ y al alcance de TODOS, estructurado
en Método por Descartes, ello podría Iluminar también al Pueblo – y a los
Pueblos. Ante la evidencia de esa “nueva
luz” que parecía “liberar de cadenas invisibles” se buscó no solo bloquear el
acceso hacia esa “Luz” sino, en ocasiones, proponer retornar al estadio de “ignorancia
anterior”, intentado, al parecer cuestionar ya una concepción dada por sabida
(la esfericidad de la Tierra) sino casi sugerir volver a la vieja idea de que
la Tierra era Plana, estableciendo, por medio de la “lógica” duda de una
“experiencia cotidiana de estar por casa”, distancia, aparentemente “insalvable”
entre el Pueblo y el conocimiento o la “experiencia del conocimiento”; es
decir: Entre el Pueblo y la Luz; lo que sugiere, a priori, seguir manteniendo,
al menos ante el Pueblo, el monopolio de la verdad –monopolio de poder acceder
“al entorno de la verdad” – haciendo posible una idea que se extendería a pesar
de la Ilustración por la cual, el poder establecería qué era o no verdad en
cualquier ámbito. Siendo ello una paradoja en sí mismo, pues resultaría
evidente que el poder interpretaría cualquier cuestión - y con el tiempo de
cualquier naturaleza, bajo su propia conveniencia – manteniendo al pueblo, y
luego a los ciudadanos, en una cierta “oscuridad”; que pudiera, a la definitiva
plasmarse en una “inteligente gestión” de la “oscuridad” - en oposición a la
visión ilustrada - o de “la Luz” – si lo que se trataba era de oponerse al
monopolio de la verdad sostenido por el absolutismo (que funcionaba en tándem
Iglesia/Estado), haciendo posible la concepción de partidos políticos, que
actuarían bajo distintas denominaciones, propias de las circunstancias de la
determinada época de España - que ahora serían considerados conservadores o
progresistas, con sus ramificaciones extremas y radicales, en función de
creencias sostenidas como convenientes para la sociedad – que se manifestarían
en la necesidad de imprimir velocidad a las transformaciones sociales o de
considerar que el escenario del Antiguo Régimen (expresado en la autoridad de
una sola persona, en aquél tiempo un rey y luego, en ambientes republicanos o
en carencia de monarquías, serían ya plenamente dictadores) ya era perfecto de
por sí - y que ello pudiera suponer,
como a la postre se verificaría, una gestión destinada a la defensa del propio
Poder (donde la “experiencia del conocimiento personal” sería, ya, regulada por
el Estado, ampliada fuera del ámbito de la Iglesia, estructurada, sometida a
procedimiento de “examen” de cada alumno, por medio del cual obtendría una
Licencia, que con el tiempo sería un Título en nombre del Rey – o del Jefe del Estado
– que les permitiría realizar, “oficialmente” “experiencias o investigaciones”,
adquiriendo más recientemente el nombre de Científicos (que sería usado
retroactivamente para denominar de igual manera a quienes se jugaron la
libertad, la vida o la fama para llevar a la Humanidad al territorio de la Luz;
y a la vez, por medio de esta “equiparación” entre los personajes históricos y
los “reconocidos” por los Estados, ponerlos en pie de igualdad y equiparación
honorífica, por medio de “ritos y actos solemnes”, escenificados en
Universidades que adoptarían el mismo modelo dogmático y estructura que, para
sí, adquiriera la Iglesia desde antiguo, también para sus propias
Universidades. Siendo tan potente el impulso de la ilustración, que mediante
sus principios se establecerían rangos y estadios de conocimientos a los que
accedería la población para realizar tareas de Docencia, de Administración, de
Medicina, de Economía, entrando en el ámbito de los Oficios y extendiéndose en el control del
conocimiento a toda nuevo ámbito de conocimiento que surgiera – pues la
Ilustración se concibiera en España, como en otros lugares, una tarea que
incumbía al Estado, y ello aumentaría el poder de los Estados sobre las vidas
de sus súbditos y luego ciudadanos.(7).
En el Diccionario de autoridades publicado por la Real Academia Española entre
1726 y 1739 se definía «luz de la razón» como «el conocimiento de las cosas
que proviene del discurso natural que distingue a los hombres de los brutos»,
que iba unido a la «luz de la crítica» o las «luces críticas», por cuanto «las
luces» «no solo remitían al cultivo de la inteligencia y al conocimiento
adquirido por un reducido número de personas, sino también... al uso crítico de
la razón frente a los prejuicios heredados del pasado».2
Aunque la Ilustración «no fue una doctrina o un sistema filosófico, sino
un movimiento intelectual heterogéneo», los ilustrados compartieron una serie
de principios, actitudes y valores estrechamente interrelacionados.3
Así para los ilustrados la razón era el instrumento esencial para
alcanzar la verdad por lo que debían ser sometidas a crítica todas las
«verdades» (o creencias admitidas)
heredadas de la «tradición» (del pasado), especialmente aquellas que
se basaban en los prejuicios, en la ignorancia y en la superstición o en los dogmas religiosos.4
Mediante la razón el hombre es capaz, él solo, de conocer y explicar
la realidad, entendida como La Naturaleza (no como La
Creación de ningún «dios», aunque los «deístas» reconozcan que existe algún tipo de
«Ser Supremo», principio de todo lo existente), recurriendo exclusivamente a
los instrumentos que le proporcionan la filosofía y la ciencia.
Aplicando ese conocimiento (mediante la técnica) y extendiéndolo a
toda la sociedad (mediante la educación) el hombre será capaz de perfeccionarse
a sí mismo, de progresar (de mejorar sus condiciones de vida y de liberarse de
la ignorancia y de la superstición), y lograr así la felicidad, sin esperar a
alcanzarla en la «otra vida».5
Y, aunque los principios que defendieron llegaron a impregnar toda su
época, el censo de los indiferentes, de los tradicionalistas y de los enemigos
de las Luces siempre fue mucho más abultado que el de los partidarios del
progreso, la razón y la libertad».6
Hacia 1760 empezó a utilizarse al término «Siglo de las Luces» o «siglo ilustrado», aunque esta última expresión paradójicamente fue muy utilizada, en sentido peyorativo, por los que se oponían a las nuevas ideas, como el fraile Fernando de Ceballos que escribió en 1776 Demencias de este siglo ilustrado, confundidas por la sabiduría del Evangelio o el también fraile José Gómez de Avellaneda que escribió en el mismo año una sátira contra Pablo de Olavide, titulada El Siglo Ilustrado. Vida de D. Guindo Cerezo, nacido y educado, instruido, sublime y muerto según las Luces del presente siglo.8
Se había utilizado el
verbo «ilustrar», aunque con dos sentidos diferentes, el católico y tradicional ligado a Dios y a
la fe y de «dar lustre o esplendor» a «la patria» o «la nación», (que aún perdura en nuestros días) y el nuevo de «instruir, enseñar, transmitir conocimientos» que se usaba
indistintamente con «dar luces». Así el abate Gándara en 1759, dando la bienvenida al nuevo rey Carlos III, se
mostró convencido de que pronto se
desterrará la desidia, se proscribirá la ignorancia, se adquirirán luces, se
ilustrará el Reyno.7 (8)
«Los ilustrados —salvo cuando evolucionaron hacia el liberalismo a fines del siglo XVIII— no aspiraban a modificar sustancialmente
el orden social y político vigente. Pretendían introducir reformas que
fomentasen lo que denominaron pública felicidad y para ello
deseaban involucrar a los grupos privilegiados en su materialización».9
Esta faceta reformista es lo que atraería la atención de los
gobiernos absolutistas europeos dispuestos a impulsar el «progreso» pero sin
alterar el orden social y político establecido (algo así como impulsar para “controlar”). Así los gobiernos se
habrían servido de la Ilustración para «dotar a sus planes de reforma
económica, fiscal, burocrática y militar de una aureola de acendrada
modernidad, justificando así, como necesaria e inevitable la creciente
intervención del Estado en todos los órdenes de la vida social». Por eso cuando
algunos ilustrados traspasaron ciertos límites acabaron sufriendo en sus carnes
el poder coercitivo del Estado.10
Los ilustrados españoles confiaron en que la Corona fuera la
«impulsora» de la modernización cultural, social y económica que ellos
propugnaban. Pero la Corona (el Estado), por
su parte, utilizó las propuestas ilustradas para lograr que su poder fuera
incontestado y sin ningún tipo de cortapisas. De ahí provendrán
precisamente las mayores frustraciones para el movimiento ilustrado pues, como
ha señalado el historiador Carlos
Martínez Shaw, los reyes «estuvieron más interesados por
lo general en el robustecimiento de su autoridad, en el perfeccionamiento de su
maquinaria administrativa y en el engrandecimiento de sus territorios que en la
proclamada felicidad de sus súbditos».11
Como ha remarcado Martínez Shaw, «la campaña reformista de los ilustrados
tuvo que detenerse ante los privilegios de las clases dominantes, ante las
estructuras del régimen absolutista y ante los anatemas de las autoridades
eclesiásticas».13
La mayoría de los ilustrados españoles «eran buenos cristianos y
fervientes monárquicos que no tenían nada de subversivos ni revolucionarios en
el sentido actual del término. Eran, eso sí, decididos partidarios de
cambios pacíficos y graduales que afectaran a todos los ámbitos de la vida
nacional sin alterar en esencia el orden social y político vigentes. Es
decir, reformar las deficiencias para poner España al día y en pie de
competencia con las principales potencias europeas manteniendo las bases de un
sistema que no consideraban intrínsecamente malo».12
En
España los partidarios de las «luces de la razón» fueron respetuosos con la
«luz divina», ya que para muchos de ellos «la razón y la religión compartían
una misma «luz natural» obra del Creador».15
Reo de la Inquisición Española con capirote
y sambenito. Capricho de Francisco de
Goya.
Según Pedro Ruiz Torres, el hecho de que el catolicismo ortodoxo continuara
siendo hegemónico, incluso entre las elites abiertas a las nuevas ideas, tuvo
consecuencias negativas para la Ilustración en España porque los diversos
discursos ilustrados elaborados en otros países aquí fueron con frecuencia
amputados y tergiversados, a causa también de «la doble censura política y
religiosa ejercida a través del Consejo de Castilla y por medio de
la Inquisición» que «apenas dejó espacio para una
opinión independiente». En 1756 el Santo Oficio prohibió «El espíritu de las leyes» de Montesquieu,
por «contener y aprobar toda clase de herejías»; en 1759 dificultó
la difusión de la Enciclopedia; en 1762 toda la obra de Voltaire y Rousseau fue
prohibida. Aunque estas obras fueron conocidas en España gracias a «la labor de
unos libreros dispuestos a vencer el temor al Santo Oficio e importarlos para
sus clientes».16
No hay reino que no sea
newtoniano y por consiguiente copernicano;
mas no por eso pretendo ofender a las Sagradas Letras, que tanto debemos
venerar. El sentido en que éstas hablaron es clarísimo; no quisieron enseñar
Astronomía, sino darse solamente a entender al pueblo. Hasta los mismos que
sentenciaron a Galileo se reconocen hoy arrepentidos de haberlo hecho, y
nada lo acredita tanto como la conducta de la misma Italia; por toda ella se
enseña públicamente el sistema copernicano
Asimismo la mayoría de los ilustrados defendían el rigorismo en las cuestiones
morales frente al probabilismo de
los jesuitas, lo que les valió en ocasiones ser acusados de jansenistas.
Y en cuanto a la organización de la Iglesia todos ellos fueron episcopalistas y conciliaristas porque
la jurisdicción de los obispos y la convocatoria de concilios sin el permiso de
Roma constituían para ellos un instrumento fundamental de la reforma
eclesiástica que propugnaban y un instrumento de control del clero regular que,
según ellos, era el propagador de la religiosidad «supersticiosa» del pueblo.19
Las propuestas de la «ilustración
católica» encontraron fuertes resistencias entre la mayoría del clero, como
el arzobispo de Santiago Alejandro
Bocanegra quien en una pastoral afirmó:20
“…este libertinaje en hablar los
seculares indoctos en puntos de Religión con el mismo orgullo que si poseyeran
toda la Ciencia de la Escuela. Este modo de hablar del Episcopado y del Papa,
este abuso de leer libros venenosos… Una nación tan católica como la española
está hoy, sino sumergida, a pique de sumergirse en un abismo. Voltayre [sic] y
otro como él son los que muchos jóvenes (y no jóvenes) con el fin de lucir en
sus juntas y asambleas leen con libertad”
Según
el historiador Carlos Martínez Shaw, "las Luces fueran patrimonio de
una elite, de intelectuales, mientras la mayor parte de la población seguía
moviéndose en un horizonte caracterizado por el atraso económico, la
desigualdad social, el analfabetismo y el imperio de la religión tradicional".13
En
esto último residía una de las limitaciones de las propuestas culturales ilustradas:
su elitismo. Es el caso, por ejemplo, del
ilustrado Gaspar Melchor
de Jovellanos que "aboga calurosamente por una
educación al alcance de todos y por la proliferación de las escuelas públicas,
pero al mismo tiempo deja entrever que el buen orden social prescribe la
limitación de la instrucción para muchos a sus niveles elementales y sólo como
vía á su capacitación técnica, pues lo contrario provocaría una igualación en
los saberes que sería perniciosa para el equilibrio de la sociedad".24
Aquí encontraríamos el primer elemento condicionante que
llevaría a frustrar la posibilidad de llevar o acercar la “luz” a todos. La
visión “elitista” se
concibió como una prolongación del orden previamente establecido en el
absolutismo (Clase Alta, Media y Baja;
pero reconocida como una situación de hecho, no institucionalizada estratos sociales
por que de serlo, la clase Alta, por ejemplo, se consideraría Aristocracia).
Aunque la Revolución Francesa hubiera propugnado el acceso al poder de quienes
hacen posible la economía del Estado – bajo
los principios ilustrados y Liberales – y con ello arrastrado al pueblo
francés a secundarle en la acción de imponerse al absolutismo, bajo promesas de
libertad y progreso, la realidad sería que, una vez en el poder, la burguesía
reclamaría para sí el “espacio de poder” obtenido y se olvidaría de la
profundidad de las promesas dadas para sacar al pueblo de la pobreza, sumisión,
esclavitud e ignorancia. (9)
De
hecho retornaría una nueva visión única, propia del absolutismo, primero bajo
el imperio de Napoleón – que sería acosado por Inglaterra financiando sucesivas
coaliciones de guerras, hasta seis, bajo la idea tradicional, siempre por
Inglaterra sostenida, de “no permitir que una Nación Estado o Monarquía se
impusiera sobre el resto por atentar contra la seguridad” – también bajo
similar criterio apoyaría la Guerra de Independencia en España, para luego
imponer la monarquía absoluta por medio de los 100.000 hijos de San Luis - se erigiera y los postreros retornos de Francia a la monarquía).
Esa nueva visión, por la cual, la burguesía era capaz de influir y decidir
sobre decisiones del propio Estado – excluyendo al pueblo
Esta exclusión elitista se imponía en Inglaterra, durante la
revolución industrial, y se extendería por el resto del continente europeo. La
revolución industrial se señala con la mecanización de telares (para los cuales se usarían niños, porque se
precisaban manos y dedos pequeños para entre-anudar el tejido, y los orfanatos
los cederían haciendo con ellos negocio, en horarios laborales de 12 y 16 h que
sería denunciado por Charles Dickens en su obra “Oliver Twist” ) y que arruinan
el oficio artesano del tejedor (que
realizaba su trabajo en su taller, su propia casa, al que se sumaba su familia
y que no pudo competir con los nuevos telares mecánicos y una parte sustancial
de la mano de obra casi gratuita) que abandonaría su oficio o se
incorporaría a las fabricas de telares, toda la familia por un sueldo. La
aparición de la mecanización también llegaría rápidamente a la producción de
piezas que conformarían objetos de uso (como
mesas o sillas) antes realizadas por los artesanos (trabajo que realizaban como un proyecto completo, desde la concepción
de la silla, la fabricación de todas sus piezas, su montaje y acabado; un
producto completo por el que recibía un dinero y además la satisfacción de un
trabajo bien hecho) desapareciendo el artesano, que tampoco podría competir
con las fábricas y que se incorporaría a ellas, con toda su familia para
obtener el dinero para poder seguir viviendo. (Pasaría de trabajar desde la creatividad de concebir y diseñar un
trabajo completo a realizar un movimiento repetitivo diario, durante un tiempo
determinado (12 a 16 h al día) sin cobrar si enfermaba o se accidentaba y
quedaba “inútil” y sin poder ausentarse o bajar el ritmo de trabajo y mucho
menos hacer huelga para reclamar mejoras salariales o de horario, por que las
leyes británicas aceptarían la tesis de los empresarios, por la cual una
máquina parada significaba pérdidas económicas a causa del trabajador, que así
sería considerado un delincuente si se ausentaba, reducía el ritmo de producción
y más aún si hacía huelga). Creciendo la producción y la demanda, por los
bajos precios de los productos en el mercado propio e internacional, el
siguiente paso sería incorporar al mundo agrario, los agricultores que vivían
casi en autarquía de las tierras comunales desde hacía siglos; sus tierras
fueron parceladas y valladas con piedras, para obligar la emigración de las
familias a las ciudades; y en otros lugares como Escocia, los señores o matones
enviados por ellos sacaron a los campesinos de sus casas, a veces de noche, y
las incendiaron para que no volvieran – de
ello queda constancia en las canciones populares folclóricas que llegan a
nuestros días y en las lápidas de las tumbas de aquellos que se resistieron –
marcharán a las ciudades a trabajar en fábricas y factorías. Esa visión de la producción, nacida del
impulso de la Ilustración (recopilando
conocimientos de todos los ámbitos, clasificándolos, promoviendo su estudio…),
llevaría al desarrollo de máquinas con engranajes movidos por agua harían posible
la acumulación de dinero que se reinvertiría en más fabricas y más obreros,
dando el salto al vapor, mediante quema de carbón, y haciendo posible la idea
de un Capitalismo, que enriquece y desarrolla la nación, pero concebido de
manera elitista, desde una visión Liberal que ya nada tenía que ver con los
principios liberales que proclamarían los Derechos del Hombre. Este sistema fue
conocido en el resto del continente europeo que buscaría alternativas a esa
visión tan alienante y esclavista generada en Inglaterra, pero que tendría que
ser eficiente para competir con una Inglaterra que se ponía en cabeza y liderazgo
(sometiendo a su propio pueblo y
haciéndolo esclavo), Bélgica emularía el sistema británico, el resto del
continente buscaría otras formulas económicas de producción.
Así
pues, la Ilustración creyó en general que los más altos niveles de la formación
cultural debían estar reservados únicamente a una elite. Esta elite además debía trasladar
sus modelos culturales a las clases populares a través, por ejemplo, del teatro,
y oponerse a las manifestaciones más "perniciosas" de la cultura
popular, como las romerías, las procesiones y otras muestras de
religiosidad "supersticiosa", o como la fiesta de las toros, las ferias,
las mojigangas, las peleas de gallos o
los carnavales.25
En
este sentido, existieron poderosos instrumentos para controlar la producción
cultural y prohibir aquella que no sirviera a sus intereses. En primer lugar
la Inquisición española y
su Índice de
Libros Prohibidos encargada de la censura "a posteriori», y en
segundo lugar el "Juzgado de Imprentas», dependiente del Consejo de
Castilla, que otorgaba la licencia para que un libro o un
folleto pudiera ser publicado, ejerciendo así la censura "a priori», que
también era ejecutada por la autoridad eclesiástica que era la que otorgaba
el nihil obstat sin el cual no podían
publicarse los libros que abordaran temas de carácter espiritual, religioso o
teológico.22
Estos
instrumentos coercitivos estatales y eclesiásticos fomentaron la autocensura
de buena parte de los ilustrados españoles, como se puede rastrear en su
correspondencia privada. Especialmente cuando trataban dos temas, la política y
la religión, y de ahí que algunos de sus trabajos permanecieron inéditos y solo
fueran publicados en el siglo XIX o en el siglo XX, como la Filosofía
Cristiana de Mayans, en el que utilizaba el Ensayo sobre el
conocimiento humano de John Locke, una obra que podía ocasionarle
problemas con la censura.23
En la mayoría de
estados europeos, la universidad permaneció en general al margen de la renovación intelectual
ilustrada, y las nuevas ideas se expandieron a través de
las tertulias y de las academias, y de otros nuevos espacios de sociabilidad como las sociedades de
agricultura, las sociedades económicas, los salones, las logias masónicas, los clubes o los cafés, en los que participaron no solo la nobleza y el clero sino
otros sectores sociales interesados en mejorar la condición humana y la "sociedad civil", como se llamaba entonces a la forma de gobierno, con el fin
último de lograr la "felicidad pública". En España las tertulias y
las academias, y posteriormente las Sociedades
Económicas de Amigos del País, fueron los principales medios en la
elaboración y difusión de la cultura ilustrada.
Entre
1680 y 1720 se produjo lo que el historiador francés Paul Hazard llamó en 1935 La crisis
de la conciencia europea, un período decisivo de su historia
cultural ya que durante el mismo se pusieron en cuestión los fundamentos del
saber hasta entonces admitido, gracias a los trabajos de John Locke, Richard Simon, Leibniz, Pierre Bayle, Newton, etc. En esta época culminó la revolución
científica del siglo XVII; los bolandistas y los maurinos pusieron
las bases de la historia crítica; el iusnaturalismo y el contractualismo se convirtieron en los
nuevos fundamentos de la filosofía política;
se difundieron el jansenismo y
el deísmo provocando una crisis religiosa,
etc.27
Según
Antonio Mestre y Pablo Pérez García, estos autores que conmovieron "los
cimientos de la tradición europea" compartían tres características
básicas: "En primer lugar, su apuesta por una explicación racional de
la realidad como requisito indispensable para desentrañarla y transformarla.
En segundo término, su hastío ante la tradición, la pereza y el inmovilismo
intelectual, académico y científico. Y por último, su prudencia o, si se
prefiere, su convencimiento de que el camino por el que debería avanzar el
progreso de las letras, las artes y las ciencias no era la senda de la
revolución".28
Las nuevas
corrientes culturales europeas ya eran conocidas en las dos últimas décadas del
siglo XVII por los novatores —llamados así despectivamente por
los tradicionalistas porque, según ellos constituían una amenaza para la fe—,
por lo tanto antes de la llegada Borbones.31
Existen
historiadores que aún van más lejos y afirman que la preocupación fundamental
del fundador de la monarquía absoluta borbónica no fue la renovación cultural sino
la política internacional y militar, lo que retrasó el "despegue" de
la Ilustración en España, además de que Felipe V obstaculizó el desarrollo de
la misma, como lo demuestra "la lentitud en aprobar la Regia
Sociedad de Medicina y otras Ciencias de Sevilla, la prohibición de las páginas que
dedicaba Ferreras a la tradición de la Virgen
del Pilar que
fueron suprimidas, o la persecución de Mayans por haber editado la Censura
de Historias Fabulosas de Nicolás Antonio".30
Las
investigaciones de las últimas décadas han puesto de manifiesto que el
pensamiento político, social y económico de los ilustrados españoles en su
mayor parte ha permanecido inédito ya que publicar sobre "política"
en el sentido amplio de la palabra comportaba muchos riesgos, como verse
envuelto en un proceso inquisitorial o tener que lidiar con el Consejo
de Castilla. Gracias al estudio de los papeles
manuscritos y de la correspondencia se ha podido conocer mejor lo que pensaban
realmente los ilustrados españoles sobre estos temas, lo que "ha llegado a
provocar alguna sorpresa mayúscula. ¡Cuán distinta ha acabado siendo, sin ir
más lejos, la imagen que se tenía del Mayans y Siscar autor público y la que
hemos podido forjarnos después de la edición de las veinte grandes entregas de
su epistolario o de la publicación de sus inéditos filosóficos y
económicos!".51
La obra más
importante sobre estos temas y de mayor influjo publicada en la primera mitad
del siglo XVIII fue Theórica y Práctica de Comercio y Marina de Jerónimo de Ustáriz (1724) —fue traducida al inglés en 1751 y utilizada por Adam Smith para estudiar la economía
española; y al francés en 1753—. Considerada por muchos como el estudio cumbre del
pensamiento mercantilista español, no se podría considerar como un paradigma del
pensamiento económico de la Ilustración —que
se movió entre la fisiocracia francesa y el liberalismo económico de Adam
Smith—, pero sí es una obra ilustrada por dos
de sus rasgos: "empeño científico y objetivo de progreso social". La
obra influyó en las políticas de los últimos gobiernos de Felipe V, cuyos
miembros más destacados se proclamaban "ustarizistas" y también
auspició la publicación de otras obras siguiendo su estela.
En el campo
científico también hubo continuidad entre la obra de los novatores y
los de la primera Ilustración, "apenas interrumpida por el cambio
dinástico". Precisamente el papel que desempeñaron los gobiernos de Felipe
V en el desarrollo de la ciencia moderna en España es objeto de debate. Todos
los estudiosos reconocen su apoyo a los progresos en las ciencias aplicadas,
aunque los más críticos señalan que su finalidad era proporcionar al
ejército y a la marina los "conocimientos útiles" necesarios para
ponerlas a la altura del resto de las potencias europeas —incluso hay historiadores que hablan de
"militarización de la ciencia española de la Ilustración"—. En
esta línea crítica también se destaca que no se fundara una Real Academia de
Ciencias —como las que existían en
Londres, París, Berlín o San Petersburgo— "que estructurase y avalase
la investigación científica de forma autónoma respecto al poder o las instituciones
universitarias dominadas por la escolástica".53
En una primera
etapa la herencia de los novatores fue determinante. El Compendio
Matemático del Padre Tosca (1707-1715) se convirtió en el
manual de las academias militares hasta el reinado de Carlos III. Asimismo el Compendium
Philosophicum de Tosca, publicado en 1721, en el que se defendían las
posturas mecanicistas de Galileo, Descartes y Gassendi, también ejerció una gran influencia.54
Las aportaciones de Newton, cuya
obra no sería conocida en profundidad en España — aunque Feijoo se había confesado newtoniano —
hasta la expedición patrocinada por la Academia de Ciencias de
París para medir un grado del meridiano terrestre en Ecuador (1735-1744) en la que
participaron Jorge Juan y Antonio
Ulloa, quienes a su
regreso y anticipándose a los franceses publicaron en 1748, Observaciones
Astronómicas y Físicas, hechas de Orden de S.M. en los Reinos del Perú,
"sin duda la obra científica más
importante de nuestro siglo XVIII", según Antonio Domínguez Ortiz.55
En ella se defendían los postulados newtonianos, que claro está incluía el heliocentrismo, por lo que fue objeto de examen por
la Inquisición que obligó, en principio, a añadir la frase: «sistema
dignamente condenado por la Iglesia». "Ulloa parece que estaba
dispuesto a aceptar semejante imposición, pero Jorge Juan se negó y acudió al
jesuita Andrés Marcos Burriel, quien explicó las circunstancias a
Mayans. Y entre Burriel y Mayans calmaron al inquisidor general (Pérez Prado) que se conformó con que se introdujeran las palabras:
«aunque esta hipótesis sea falsa»".56
La Ilustración en
España "se abrió paso con dificultad y sólo llegó a constituir islotes
poco extensos y nada radicales" pero que estos "islotes no surgieron
al azar". "El caldo de cultivo de las ideas ilustradas se encontraba
en ciudades y comarcas dotadas de una infraestructura material y espiritual:
imprenta, bibliotecas, centros de enseñanza superior, sector terciario
desarrollado, burguesía culta, comunicación con el exterior; condiciones
difíciles de hallar en el interior, salvo en contadas ciudades: Madrid,
Salamanca, Zaragoza... Más bien se hallaban en el litoral, en puertos
comerciales".58
En la España interior los únicos focos ilustrados de cierta relevancia
fueron Zaragoza, Salamanca y, sobre todo, Madrid. En la capital aragonesa el
movimiento ilustrado se articuló en torno a la Real Sociedad
Económica Aragonesa de Amigos del País que fue una de las más
activas de España. En ella se fundó la primera cátedra de "Economía civil"
—lo que después se conocería como
"Economía política"— que estuvo a cargo de Lorenzo Normante,
muy influido por el napolitano Antonio Genovesi.
Su crítica a la propiedad amortizada, su defensa del lujo como
estímulo al crecimiento económico y la afirmación de que el celibato eclesiástico
era perjudicial para el Estado, le valió muchas críticas por parte de los
miembros de la universidad de Zaragoza y desde los púlpitos, campaña que
culminó con la llegada la capital aragonesa del capuchino fray Diego de Cádiz, que lo denunció a la
Inquisición, aunque esta decidió no intervenir, y además Normante encontró
apoyo en la corte que nombró una comisión de teólogos y juristas que emitieron
un dictamen favorable y pudo seguir enseñando. "Cuando marchó a Madrid su
sucesor divulgó las teorías de Adam Smith,
novedad absoluta en España".65
El núcleo ilustrado de Salamanca se reducía a la Universidad, cuyo claustro estaba muy dividido entre el sector tradicionalista y el defensor de la introducción de las nuevas ideas.
Madrid fue
indudablemente el centro de la Ilustración gracias a un conjunto de factores
que no se encontraban en ninguna otra ciudad: instituciones docentes de
espíritu moderno, ambiente cosmopolita, prensa abundante, mecenazgo de
aristócratas ilustrados, una Sociedad
Económica cuya
actividad sobrepujó mucho a las de provincias y una presencia gubernamental que
era, según los casos, impulso, freno o tutela".67
"La monarquía de Carlos III se preocupó por
las ciencias e intensificó el impulso que se había dado en España durante
el reinado de Fernando VI. En diversas
instituciones académicas españolas trabajaron destacadas personalidades
científicas... [y] en distintos organismos oficiales se introdujeron cátedras
de química, y la mineralogía y la metalurgia se convirtieron en objeto de
especial protección para el gobierno. Las necesidades del ejército y de la
marina continuaron estimulando la introducción en España de los nuevos
conocimientos de medicina, matemáticas, física experimental, geografía,
cartografía y astronomía, imprescindibles para un mejor conocimiento y
protección del imperio".72
Jorge Juan promovió
el Real Instituto y Observatorio de la
Armada, inaugurado a finales de siglo, y siguió desarrollando sus
estudios astronómicos, matemáticos y físicos, que culminaron con la publicación
en 1771 de Examen Marítimo, que a juicio de muchos historiadores es
la "única obra española de mecánica racional que es original". Tuvo
una segunda edición con adiciones de Gabriel Ciscar,
que le merecieron fama universal, y fue traducida al francés, al inglés y al
italiano.73
Ciscar continuó la labor científica y docente de Jorge Juan y de Antonio Ulloa
en la Escuela de Guardiamarinas para la que
redactó una serie de manuales de amplia difusión como el Tratado de
Aritmética (1795), el Tratado de Cosmografía (1796) o
el Tratado de Trigonometría Esférica (1796). Todos estos
méritos le valieron ser nombrado representante español en la comisión que iba a
establecer en París el nuevo sistema de pesos y medidas de alcance universal
que sería conocido como sistema métrico decimal. Su trabajo Memoria
Elemental sobre los Nuevos Pesos y Medidas Decimales de 1800 fue
alabado por la Academia de Ciencias de París.74
En el campo de las matemáticas también destacó, aunque con aportaciones
menos originales que las de Jorge Juan o las de Ciscar, el jesuita Tomàs Cerdà,
que publicó Lecciones de Matemáticas (1760) y Lección
de Artillería (1764) y fue profesor del Real Colegio de Artillería de
Segovia.75
En el campo de la botánica el sistema de Linneo fue aceptado por la mayoría de los científicos —y por los jardines botánicos creados entonces: Barcelona, Sevilla, Valencia, Zaragoza, etc—, gracias a la venida a España en 1751 de Pehr Löfling para estudiar la flora española y al apoyo del director del Jardín Botánico de Madrid, el valenciano Antonio José Cavanilles, autor de numerosos trabajos sobre botánica y creador y director de la revista Anales de Historia Natural. Además Cavanilles, cuyo método científico fue alabado en toda Europa, mantuvo contacto con el naturalista francés Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, cuyos trabajos difundió en España el Real Gabinete de Historia Natural, que impulsó la traducción de su Historia Natural, General y Particular por José Clavijo y Fajardo, editor de El Pensador, "quien con el fin de evitar dificultades con el Santo Oficio, incluyó la retractación a que se había visto obligado el mismo Buffon".76
A diferencia de las dificultades que encontró la física newtoniana, los
planteamientos de Lavoisier fueron rápidamente aceptados, y así surgieron
varios laboratorios de química fundados por la Secretaría de Indias (1786), de
Hacienda (1787) y por la Secretaría de Estado (1788), además de los de
Azpeitia, Barcelona, Cádiz, Segovia o Valencia creados por las Sociedades
Económicas de Amigos de País u otras entidades. Algo parecido ocurrió con
la geología del
alemán Abraham Gottlob Werner.77
Durante este período se realizaron varias expediciones científicas que
tuvieron gran resonancia en toda Europa, especialmente dos. La primera estuvo
dirigida por Félix de Azara, hermano del diplomático y
humanista aragonés José Nicolás de Azara, y se dirigió al Río de la Plata y al Paraguay,
y cuyas conclusiones publicó en una obra que en 1801 fue traducida al francés,
y que clarificaba los estudios de Buffon. Se trataba de los Apuntamientos
para la Historia Natural de los Quadrúpedos del Paraguay y Río de la Plata que
fue seguida de los Apuntamientos para la Historia Natural de los
Páxaros del Paraguay y Río de la Plata (1802-1805).78
La segunda expedición tuvo una repercusión de alcance mundial porque el
objetivo de la misma fue propagar la vacuna contra
la viruela,
descubierta por el británico Edward Jenner,
a América y Asia. Estuvo encabezada por el cirujano militar Francisco Javier Balmis, que ya era muy
conocido por haber descubierto durante su estancia en las Antillas unas raíces
indias como remedio para las enfermedades venéreas y cuyo hallazgo había
publicado en 1794. La Real Expedición Filantrópica de la
Vacuna tuvo lugar entre 1803 y 1806 y "alcanzó merecida
fama, hasta el extremo de ser cantado [el viaje] por el poeta Manuel José Quintana y ser celebrado por
los científicos extranjeros como uno de los hitos básicos en los inicios de la
moderna medicina preventiva".78
Los escritores ilustrados del siglo XVIII, filósofos, politólogos, científicos y economistas, denominados comúnmente philosophes, y a partir de 1751 los enciclopedistas, contribuyeron a minar las bases del derecho divino de los reyes.
La Revolución Norteamericana fue el preludio de la Revolución Francesa, ambas influidas por la filosofía de la Ilustración que ha desempeñado un rol significativo en el giro que tomaron estos eventos históricos pero su influencia debe relatarse de modo más matizado: acordarle demasiada importancia a los preceptos filosóficos nacidos durante ese siglo se revelaría como una carencia mayúscula de fidelidad historiográfica.
La corriente de pensamiento vigente en Francia era la Ilustración, cuyos principios se basaban en la razón, la igualdad y la libertad. La Ilustración había servido de impulso a las Trece Colonias norteamericanas para la independencia de su metrópolis
europea.
Tanto la influencia de la Ilustración como el ejemplo de los Estados
Unidos sirvieron de «trampolín» ideológico para el inicio de la revolución en
Francia.
Bajo Luis XIV, la corte de Versalles se había convertido en el centro de la cultura, la
moda y el poder político. Las mejoras en la educación y la alfabetización a lo
largo del siglo XVIII significaron audiencias más grandes para los periódicos y revistas, con logias masónicas y
cafeterías y clubes de lectura que proporcionaron áreas donde la gente podía
debatir y discutir ideas. El surgimiento de esta llamada "esfera
pública" llevó a París a reemplazar a Versalles como centro cultural e
intelectual, dejando a la Corte aislada y con menos capacidad de influir en la
opinión.7 8
La población francesa creció de 18 millones en 1700 a 26 millones en 1789, lo que lo convierte en el estado más poblado de Europa; París tenía más de 600.000 habitantes, de los cuales aproximadamente un tercio estaban desempleados o no tenían trabajo regular [12]. Los métodos agrícolas ineficientes significaban que los agricultores nacionales no podían mantener estos números, mientras que las redes de transporte primitivas dificultaban el mantenimiento de los suministros incluso cuando había suficientes. Como resultado, los precios de los alimentos aumentaron en un 65% entre 1770 y 1790, pero los salarios reales aumentaron solo en un 22%.9
La escasez de alimentos fue particularmente perjudicial para el régimen, ya que muchos atribuyeron los aumentos de precios a la incapacidad del gobierno para evitar la especulación. [14] En la primavera de 1789, una mala cosecha seguida de un invierno severo había creado un campesinado rural sin nada que vender y un proletariado urbano cuyo poder adquisitivo se había derrumbado.
Las
visiones tradicionales de la Revolución Francesa a menudo atribuyen la crisis
financiera de la década de 1780 a los grandes gastos de la guerra anglo-francesa de 1778-1783, pero los
estudios económicos modernos muestran que esto es incorrecto. En 1788, la
relación entre la deuda y la renta nacional bruta en Francia era del 55,6%, en
comparación con el 181,8% en Gran Bretaña. Aunque los costos de los préstamos
en Francia eran más elevados, el porcentaje de los ingresos fiscales dedicados
al pago de intereses era aproximadamente el mismo en ambos países.10
Sin embargo, estos impuestos
los pagaban predominantemente los pobres de las zonas urbanas y rurales, y los
parlamentos regionales que controlaban la política financiera bloquearon los
intentos de repartir la carga de manera más equitativa. El impasse resultante
frente a la angustia económica generalizada llevó a la convocatoria de
los Estados Generales,
que se radicalizaron por la lucha por el control de las finanzas públicas. Sin
embargo, ni el nivel de la deuda estatal francesa en 1788, ni su historia
previa, pueden considerarse una explicación del estallido de la revolución en
1789.11
Aunque Luis no fue indiferente a la crisis, cuando se enfrentó a la oposición, tendió a retroceder. La corte se convirtió en el blanco de la ira popular, especialmente la reina María Antonieta, que fue vista como una espía austríaca derrochadora, y acusada de la destitución de ministros "progresistas" como Jacques Necker. Para sus oponentes, las ideas de la Ilustración sobre la igualdad y la democracia proporcionaron un marco intelectual para abordar estos problemas, mientras que la Revolución Americana fue vista como una confirmación de su aplicación práctica.12
Los historiadores generalmente ven las causas subyacentes de la Revolución Francesa como impulsadas por el fracaso del Antiguo Régimen para responder a la creciente desigualdad social y económica. El rápido crecimiento de la población y las restricciones causadas por la incapacidad de financiar adecuadamente la deuda pública dieron lugar a una depresión económica, desempleo y altos precios de los alimentos4.
Combinado con un sistema fiscal regresivo y la resistencia a la reforma de la élite gobernante, el resultado fue una crisis que Luis XVI no pudo manejar.56
El 11 de julio de 1789, el rey Luis XVI, actuando bajo la influencia de los nobles conservadores al igual que la de su hermano, el conde D'Artois, despidió al ministro Necker y ordenó la reconstrucción del Ministerio de Finanzas. Gran parte del pueblo de París interpretó esta medida como un autogolpe de la realeza, y se lanzó a la calle en abierta rebelión. Algunos de los militares se mantuvieron neutrales, pero otros se unieron al pueblo.
· La derecha representaba a las
antiguas clases privilegiadas. Sus oradores más brillantes eran el
aristócrata Cazalès, en representación de la nobleza,
y el abad Jean-Sifrein Maury, en representación del alto
clero. Se oponían sistemáticamente a todo tipo de reformas y buscaban más
sembrar la discordia que proponer medidas.13
· En torno al antiguo
ministro Jacques Necker se constituyó un partido
moderado, poco numeroso, que abogaba por el establecimiento de un régimen
parecido al británico: Jean-Joseph Mounier, el conde de
Lally-Tollendal, el conde de Clermont-Tonnerre y el conde de Vyrieu, formaron
un grupo denominado «demócratas realistas»[cita requerida]. Se les
llamó más tarde «partido monárquico».13
· El resto (y mayoría) de la Asamblea conformaba lo que se llamaba el «partido de la nación». En él se dibujaban dos grandes tendencias, sin que ninguna tuviera homogeneidad ideológica. Mirabeau, Lafayette y Bailly representaban la alta burguesía, mientras que el triunvirato compuesto por Barnave, Duport y Lameth encabezaba los que defendían las clases más populares; los tres procedían del Club Breton y eran portavoces de las sociedades populares y de los clubes. Representaban la franja más izquierdista de la Asamblea, dado que aún no se manifestaban los grupos radicales que iban a aparecer más adelante.13
En ese primer periodo constituyente, los líderes indiscutibles de la Asamblea eran Mirabeau y el abad Sieyès.13
El 27 de agosto de 1789 la Asamblea publicó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano inspirándose en parte en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y estableciendo el principio de libertad, igualdad y fraternidad. Dicha declaración establecía una declaración de principios que serían la base ineludible de la futura Constitución.
El curso de los
acontecimientos estaba ya marcado, si bien la implantación del nuevo modelo no
se hizo efectiva hasta 1793. El rey, junto con sus seguidores militares,
retrocedió al menos por el momento. Lafayette
tomó el mando de la Guardia Nacional
de París y Jean-Sylvain Bailly,
presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, fue nombrado nuevo alcalde de
París. El rey visitó París el 27 de julio y aceptó la escarapela tricolor.
Sin embargo, después de estos
actos de violencia, los nobles, no muy seguros del rumbo que tomaría la
reconciliación temporal entre el rey y el pueblo, comenzaron a salir del país,
algunos con la intención de fomentar una guerra civil en Francia y de llevar a
las naciones europeas a respaldar al rey. Estos fueron conocidos como los émigrés (emigrados).
La Asamblea
Nacional Constituyente no era solo un órgano legislativo, sino
la encargada de redactar una nueva constitución. Algunos, como Necker, favorecían
la creación de una asamblea bicameral en donde el Senado sería escogido por la Corona entre
los miembros propuestos por el pueblo. Los nobles, por su parte, favorecían un
Senado compuesto por miembros de la nobleza elegidos por los propios nobles.
Prevaleció, sin embargo, la tesis liberal de que la Asamblea tendría una sola
cámara, quedando el rey solo con el poder de veto, pudiendo posponer la
ejecución de una ley, pero no su total eliminación.
El movimiento de los
monárquicos para bloquear este sistema fue desmontado por el pueblo de París, compuesto fundamentalmente por mujeres
(llamadas despectivamente «las Furias»), que marcharon el 5 de octubre de 1789 sobre Versalles. Tras varios incidentes, el rey y
su familia se vieron obligados a abandonar Versalles
y se trasladaron al palacio de las
Tullerías en París.
La iglesia era el terrateniente individual más grande de Francia, controlando casi el 10% de todas las propiedades y los diezmos recaudados, efectivamente un impuesto del 10% sobre la renta, recaudado de los campesinos en forma de cultivos. A cambio, proporcionó un nivel mínimo de apoyo social.15 Los decretos de agosto abolieron los diezmos, y el 2 de noviembre la Asamblea confiscó todas las propiedades de la iglesia, cuyo valor se utilizó para respaldar un nuevo papel moneda conocido como assignats. A cambio, el estado asumió responsabilidades como pagar al clero y cuidar a los pobres, los enfermos y los huérfanos. El 13 de febrero de 1790, se disolvieron las órdenes religiosas y los monasterios, mientras se animaba a los monjes y monjas a volver a la vida privada. La Constitución Civil del Clero del 12 de julio de 1790 los convirtió en empleados del estado, además de establecer tarifas de pago y un sistema para elegir sacerdotes y obispos. El Papa Pío VI y muchos católicos franceses se opusieron a esto porque negaba la autoridad del Papa sobre la Iglesia francesa. En octubre, treinta obispos redactaron una declaración denunciando la ley, lo que avivó aún más la oposición. 16 17
Cuando se requirió que el clero jurara lealtad a la Constitución Civil en noviembre de 1790, menos del 24% lo hizo; el resultado fue un cisma con los que se negaron, el "clero que no jura" o el "clero refractario". Esto endureció la resistencia popular contra la injerencia del Estado, especialmente en áreas tradicionalmente católicas como Normandía, Bretaña y Vendée, donde solo unos pocos sacerdotes prestaron juramento y la población civil se volvió contra la revolución. La negativa generalizada dio lugar a nuevas leyes contra el clero, muchos de los cuales fueron obligados a exiliarse, deportados o ejecutados18.
Bajo el Antiguo Régimen la Iglesia era el mayor terrateniente del país. Más tarde se promulgó una legislación que convirtió al clero en empleados del Estado.
La revolución se enfrentó duramente con la Iglesia católica, que pasó a depender del Estado. En 1790 se eliminó la autoridad de la Iglesia de imponer impuestos sobre las cosechas, se eliminaron también los privilegios del clero y se confiscaron sus bienes.
Fueron unos años de dura represión para el clero, siendo comunes la prisión y masacre de sacerdotes en toda Francia. El Concordato de 1801 entre la Asamblea y la Iglesia finalizó este proceso y establecieron normas de convivencia que se mantuvieron vigentes hasta el 11 de diciembre de 1905, cuando la Tercera República sentenció la separación definitiva entre la Iglesia y el Estado. El viejo calendario gregoriano, propio de la religión católica, fue anulado por Billaud-Varenne, en favor de un «calendario republicano» y una nueva era, que establecía como primer día el 22 de septiembre de 1792.
A principios de 1791, la Asamblea consideró introducir una legislación contra los franceses que emigraron durante la Revolución (émigrés). Se pretendía coartar la libertad de salir del país para fomentar desde el extranjero la creación de ejércitos contrarrevolucionarios, y evitar la fuga de capitales. Mirabeau se opuso rotundamente a esto. Sin embargo, el 2 de marzo de 1791 Mirabeau fallece, y la Asamblea adopta esta draconiana medida.
El 20 de junio de 1791, Luis XVI, opuesto al curso que iba tomando la Revolución, huyó junto con su familia de las Tullerías. Sin embargo, al día siguiente cometió la imprudencia de dejarse ver, fue arrestado en Varennes por un oficial del pueblo y devuelto a París escoltado por la guardia. A su regreso a París el pueblo se mantuvo en silencio y, tanto él como su esposa, María Antonieta, sus dos hijos (María Teresa y Luis-Carlos, futuro Luis XVII) y su hermana (Madame Elizabeth) permanecieron bajo custodia.
(Moneda francesa de 1791. En el anverso
aparece el rey Luis XVI con el epígrafe: «Luis XVI rey de los
franceses». El reverso lleva un haz de lictor con
un gorro frigio, símbolos de la Revolución, y la
inscripción «la nación, la ley, el rey»).
El 3 de septiembre de 1791, fue aprobada la
primera constitución de la historia de Francia. Una nueva organización judicial
dio características temporales a todos los magistrados y total independencia de
la Corona. Al rey solo le quedó el poder ejecutivo y
el derecho de vetar las
leyes aprobadas por la Asamblea Legislativa. La Asamblea, por su parte, eliminó
todas las barreras comerciales y suprimió las antiguas corporaciones
mercantiles y los gremios; en adelante, los individuos que quisieran desarrollar
prácticas comerciales necesitarían una licencia, y se abolió[cita requerida] el
derecho a la huelga.
Aun cuando existía una fuerte
corriente política que favorecía la monarquía constitucional, al final venció
la tesis de mantener al rey como una figura decorativa. Jacques Pierre
Brissot introdujo una petición insistiendo en que, a los ojos
del pueblo, Luis XVI había sido depuesto por el hecho
de su huida. Una inmensa multitud se congregó en el Campo de Marte para firmar dicha
petición. Georges-Jacques Danton y Camille Desmoulins pronunciaron discursos
exaltados. La Asamblea pidió a las autoridades municipales guardar el orden.
Bajo el mando de Lafayette, la Guardia Nacional se enfrentó a la
multitud. Al principio, tras recibir una oleada de piedras, los soldados
respondieron disparando al aire; dado que la multitud no cedía, Lafayette
ordenó disparar a los manifestantes, ocasionando más de cincuenta muertos.
Tras esta masacre, las
autoridades cerraron varios clubes políticos, así como varios periódicos
radicales, como el que editaba Jean-Paul Marat.
Danton se fugó a Inglaterra y Desmoulins y
Marat permanecieron escondidos.
Mientras tanto, la Asamblea
había redactado la Constitución y el rey había sido mantenido en custodia,
aceptándola. El rey pronunció un discurso ante la Asamblea, que fue acogido con
un fuerte aplauso. La Asamblea Nacional Constituyente cesó en sus funciones
el 29 de septiembre de 1791.
Bajo la Constitución de 1791,
Francia funcionaría como una monarquía
constitucional. El rey tenía que compartir su poder con la Asamblea,
pero todavía mantenía el poder de veto y la potestad de elegir a sus ministros.
La Asamblea Legislativa se reunió por
primera vez el 1 de octubre de
1791. La componían 264 diputados situados a la derecha: feuillants (dirigidos
por Barnave, Duport y Lameth), y girondinos, portavoces republicanos de la gran
burguesía. En el centro figuraban 345 diputados independientes, carentes de
programa político definido. A la izquierda 136 diputados inscritos en el club
de los jacobinos o en el de los cordeliers, que representaban al pueblo llano
parisino a través de sus periódicos L´Ami du Peuple y Le
Père Duchesne, y con Marat y Hebert como portavoces. Pese a su importancia
social y el apoyo popular y de la pequeña burguesía, en la Asamblea era escasa
la influencia de la izquierda, pues la Asamblea estaba dominada por las ideas
políticas que representaban los girondinos. Mientras los jacobinos tenían
detrás a la gran masa de la pequeña burguesía, los cordeliers contaban con el
apoyo del pueblo llano, a través de las secciones parisienses.
Este gran número de diputados
se reunían en los clubes, germen de los partidos políticos. El más célebre de
entre estos fue el partido de los jacobinos, dominado por Robespierre.
A la izquierda de este partido se encontraban los cordeliers, quienes defendían el sufragio universal
masculino (derecho de todos los hombres al voto a partir de una determinada
edad). Los cordeliers querían la eliminación de la monarquía e instauración de
la república. Estaban dirigidos por Jean-Paul Marat y Georges-Jacques
Danton, representando siempre al pueblo más humilde. El grupo de
ideas más moderadas era el de los girondinos, que defendían el sufragio censitario y
propugnaban una monarquía constitucional descentralizada. También se
encontraban aquellos que formaban parte de «el Pantano», o «el Llano», como
eran llamados aquellos que no tenían un voto propio, y que se iban por las
proposiciones que más les convenían, ya vinieran de los jacobinos o de los girondinos.
Mientras tanto, dos potencias absolutistas europeas, Austria y Prusia, se dispusieron a invadir la Francia revolucionaria, lo
que hizo que el pueblo francés se convirtiera en un ejército nacional,
dispuesto a defender y a difundir el nuevo orden revolucionario por toda Europa.
Durante la guerra, la libertad de expresión permitió
que el pueblo manifestase su hostilidad hacia la reina María Antonieta (llamada la Austriaca por ser hija de un emperador de aquel país y
Madame Déficit por el gasto que había representado al Estado, que no era mayor
que la mayoría de los cortesanos) y contra Luis XVI, que casi siempre se
negaba a firmar leyes propuestas por la Asamblea Legislativa.
El 10 de agosto de 1792, las masas asaltaron el palacio de las Tullerías, y la Asamblea Legislativa suspendió las funciones
constitucionales del rey. La Asamblea acabó convocando elecciones con el
objetivo de configurar (por sufragio universal) un nuevo parlamento que
recibiría el nombre de Convención. Aumentaba la tensión política y social en
Francia, así como la amenaza militar de las potencias europeas. El conflicto se
planteaba así entre una monarquía constitucional francesa en camino de
convertirse en una democracia republicana, y las monarquías europeas absolutas.
El nuevo parlamento elegido ese año abolió la monarquía y proclamó la república. Creó también un nuevo calendario,
según el cual el año 1792 se convertiría en el año 1 de su nueva era.
El poder legislativo de la nueva República estuvo a cargo de la Convención Nacional, mientras que el poder ejecutivo recayó sobre el Comité de Salvación Pública.
En el manifiesto de Brunswick, los Ejércitos Imperiales y de Prusia amenazaron con invadir Francia si la población se
resistía al restablecimiento de la monarquía. Esto ocasionó que Luis XVI fuera
visto como conspirador con los enemigos de Francia. El 17 de enero de 1793, la Convención condenó al rey a muerte por una pequeña
mayoría, acusándolo de «conspiración contra la libertad pública y la seguridad
general del Estado». El 21 de enero el rey fue ejecutado, lo cual encendió nuevamente
la mecha de la guerra con otros países europeos. La reina María Antonieta,
nacida en Austria y hermana del emperador, fue ejecutada el 16
de octubre del mismo año, iniciándose así una
revolución en Austria para sustituir a la reina. Esto provocó la ruptura de
toda relación entre ambos países.
En el manifiesto de Brunswick, los Ejércitos Imperiales y de Prusia amenazaron con invadir Francia si la población se
resistía al restablecimiento de la monarquía. Esto ocasionó que Luis XVI fuera
visto como conspirador con los enemigos de Francia. El 17 de enero de 1793, la Convención condenó al rey a
muerte por una pequeña mayoría, acusándolo de «conspiración contra la libertad
pública y la seguridad general del Estado». El 21 de enero el rey fue
ejecutado, lo cual encendió nuevamente la mecha de la guerra con otros países
europeos. La reina María Antonieta,
nacida en Austria y hermana del
emperador, fue ejecutada el 16 de octubre del mismo año, iniciándose así una revolución en Austria para
sustituir a la reina. Esto provocó la ruptura de toda relación entre ambos
países.
El mismo día en el que se reunía la Convención (20 de septiembre de 1792), todas las tropas francesas (formadas por tenderos,
artesanos y campesinos de toda Francia) derrotaron por primera vez a un ejército prusiano en Valmy, lo cual señalaba el inicio de las llamadas guerras revolucionarias francesas.
la situación económica seguía
empeorando, lo cual dio origen a revueltas de las clases más pobres. Los llamados sans-culottes expresaban
su descontento por el hecho de que la Revolución francesa no solo no estaba
satisfaciendo los intereses de las clases bajas, sino que incluso algunas
medidas liberales causaban un enorme perjuicio a estas (libertad de precios,
libertad de contratación, Ley Le Chapelier, etcétera). Al mismo tiempo se
comenzaron a gestar luchas antirrevolucionarias en diversas regiones de
Francia. En la Vandea, un levantamiento popular fue especialmente significativo: campesinos y
aldeanos se alzaron por el rey y las tradiciones católicas, provocando la
llamada guerra de Vandea,
reprimida tan cruentamente por las autoridades revolucionarias parisinas que se
ha llegado a calificar de genocidio. Por otra parte, la guerra exterior amenazaba con
destruir la Revolución y la república. Todo ello motivó la trama de un golpe de Estado por parte de los jacobinos, quienes buscaron el favor popular en contra de
los girondinos. La alianza de los
jacobinos con los sans-culottes se convirtió de hecho en el
centro del gobierno.
Se redactó en 1793 una
nueva Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, y una nueva
constitución de tipo democrático que reconocía el sufragio universal.
El Comité de Salvación Pública cayó bajo el mando de Maximilien Robespierre y
los jacobinos desataron lo que se denominó el Reinado del Terror (1793-1794).
No menos de 10 000 personas fueron guillotinadas ante acusaciones de
actividades contrarrevolucionarias. La menor sospecha de dichas actividades
podía hacer recaer sobre una persona acusaciones que eventualmente la llevarían
a la guillotina. El cálculo total de víctimas varía, pero se cree que pudieron
ser hasta 40 000 los que fueron víctimas del Terror.
En 1794, Robespierre[cita requerida] procedió a ejecutar a ultrarradicales y a jacobinos moderados.192021 Su popularidad, sin embargo, comenzó a erosionarse. El 27 de julio de 1794, ocurrió otra revuelta popular[cita requerida] contra Robespierre, apoyada por los moderados que veían peligroso el trayecto de la Revolución, cada vez más exaltada. El pueblo, por otro lado, se rebela contra la condición burguesa de Robespierre que, revolucionario antes, ahora persigue a Verlet, Leclerc y Roux[cita requerida]. Los miembros de la Convención lograron convencer al Pantano, y derrocar y ejecutar a Robespierre junto con otros líderes del Comité de Salvación Pública.
La Convención aprobó una nueva constitución el 17 de agosto de 1795, ratificada el 26 de septiembre en un plebiscito. La nueva Constitución, llamada Constitución del Año III, confería el poder ejecutivo a un Directorio, formado
por cinco miembros llamados directores. El poder legislativo sería ejercido por
una asamblea bicameral, compuesta por el Consejo de Ancianos (250 miembros) y
el Consejo de los
Quinientos. Esta Constitución suprimió el sufragio universal masculino y restableció el sufragio censitario.
La nueva Constitución encontró la oposición de grupos monárquicos y jacobinos. Hubo diferentes revueltas que fueron reprimidas por el
ejército, todo lo cual motivó que el general Napoleón Bonaparte,
retornado de su campaña en Egipto, diera el 9 de noviembre de 1799 un golpe de Estado (18 de Brumario), instalando el Consulado.
La nueva Constitución encontró la oposición de grupos monárquicos y jacobinos. Hubo diferentes revueltas que fueron reprimidas por el
ejército, todo lo cual motivó que el general Napoleón Bonaparte,
retornado de su campaña en Egipto, diera el 9 de noviembre de 1799 un golpe de Estado (18 de Brumario), instalando el Consulado.
Las mujeres ocuparon las
calles durante las semanas precedentes a la insurrección y tuvieron un papel
protagonista en el inicio de la Revolución. El 5 de octubre de 1789 fueron
ellas quienes iniciaron la marcha hacia Versalles a buscar al rey. Sin embargo,
cuando las asociaciones revolucionarias dirigen el alzamiento las mujeres
quedan excluidas del pueblo deliberante, del pueblo armado -la guardia
nacional-, de los comités locales y de las asociaciones políticas.
Al no poder participar en las
asambleas políticas toman la palabra en las tribunas abiertas al público y
crean los clubes femeninos en los que leen y debaten las leyes y los periódicos.
Entre los más reconocidos estaba la Sociedad Patriótica y de Beneficencia de las Amigas de la
Verdad (1791-1792), fundada por Etta Palm,
en el que se reclamaba educación para las niñas pobres, divorcio y derechos
políticos.
Entre las revolucionarias más
destacadas se encontraba la dramaturga y activista política, considerada
precursora del feminismo, Olympe de Gouges, la cual escribió la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana (1793),
reivindicando la equiparación de derechos entre hombres y mujeres. Olympe de
Gouges se enfrentó a Robespierre y
publicó la carta Pronostic de Monsieur Robespierre pour un animale
amphibie,26 que la llevó a ser acusada de
intrigas sediciosas. Fue juzgada, condenada a muerte y guillotinada.27
El 30 de septiembre de 1793
se prohibieron los clubes femeninos. En 1794 se insistió en la prohibición de
la presencia femenina en cualquier actividad política, y en mayo de 1795 la
Convención prohibió a las mujeres asistir a las asambleas política ordenando
que se retiraran a sus domicilios bajo orden de arresto si no cumplían lo
prescrito.28 Finalmente el Código Napoleónico aprobado
en 1804 consagró la derrota femenina en la lucha por la igualdad, libertad y fraternidad que la revolución
significó para los varones.29
(Retrato del conde de Floridablanca por Pompeo Batoni)
Además Floridablanca decidió suspender todos los periódicos, excepto los
oficiales (Gazeta de Madrid, Mercurio, Diario de Madrid),
los cuales tenían prohibido mencionar los acontecimientos franceses; reforzar
el control ideológico de la Inquisición, retornando a su primitiva función
de aparato represivo al servicio de la Monarquía; crear en 1791 la llamada
Comisión Reservada para perseguir a aquellas personas que defendieran las
"ideas revolucionarias" —los miembros de la Comisión debían
introducirse en las tertulias de personajes influyentes e informar de los temas
de conversación y de quiénes intervenían—; confeccionar un censo de extranjeros
para controlar sus movimientos, especialmente de los franceses, y a los que
sólo se permitiría la estancia en España a los que jurasen fidelidad a la
religión católica y al rey; ordenar a los corregidores que retiraran toda la
propaganda que estimaran subversiva; etc.2
Los
acontecimientos franceses también tuvieron su impacto en el Imperio de las
Indias ya que España ya no pudo contar con la ayuda de la Monarquía francesa
vinculada a la española por los pactos
de familia —así
llamados al ser los Borbones la casa reinante en ambas
monarquías—, como ocurrió con la disputa mantenida con Gran Bretaña por
el territorio de Nutka. Y también afectaron a la política
mediterránea porque cuando las plazas del norte de África de Orán y Mazalquivir fueron atacadas por los
piratas berberiscos el gobierno de Madrid optó por abandonarlas, a pesar de
que habían resistido los ataques, para centrarse por completo en lo que estaba
sucediendo en Francia.5
Los
acontecimientos en Francia obligaron finalmente a la Monarquía española a dejar en suspenso los "pactos
de familia" con
la Monarquía de Francia. La detención de Luis XVI en Varennes, tras su intento de fuga
de París, en junio de
1791, inclinaron a Floridablanca a intervenir en defensa del rey francés y al
envío de una nota diplomática a la Asamblea Nacional francesa en la que exhortaba a los
franceses a respetar «la dignidad eminente de su persona sagrada [Luis XVI],
su libertad, sus inmunidades y las de la familia real». La nota fue
considerada como una injerencia inadmisible en los asuntos internos de Francia
y empeoró las relaciones entre los dos estados —un diputado de la Asamblea
afirmó que «las potencias de Europa sabrán que moriremos, si es necesario;
pero que no permitiremos que intervengan en nuestros asuntos»
En un informe
titulado Exposición que el señor Floridablanca hizo y leyó a S.M, en el
Consejo, dando una idea sucinta del Estado de la Francia, de la Europa y de la
España, con fecha 19 de febrero de 1792, el primer secretario resumía así
lo que había sucedido en Francia tras el triunfo de la Revolución: «El
Estado de la Francia es el de haber reducido al Rey al de un simple ciudadano»
convertido en «el primer empleado en el servicio de la Nación»; haber
destruido «la jerarquía eclesiástica» y «la nobleza, los blasones y
armas, los títulos y todas las distinciones de honor»; haber proclamado «que
todos los hombres son iguales, y que así el más infeliz artesano o jornalero es
igual al propio Rey» y que la «Asamblea legislativa... podrá dictar
leyes y decretos a su mismo soberano y a toda la nación y finalmente, que
tendrá una absoluta libertad de hablar, escribir y obrar como le parezca».
Su informe concluía con la frase: «En Francia se acabó todo».
Carlos IV
destituía al conde de Floridablanca y nombraba en su lugar al conde
de Aranda, partidario
de llevar adelante una política menos inflexible con la nueva "Monarquía
Constitucional" francesa. Parece que una de las personas que convencieron
al rey para que destituyera a Floridablanca fue el nuevo embajador francés,
el caballero de
Bourgoing, que en una
entrevista mantenida con Carlos IV justo el día anterior a la destitución del
conde, habría amenazado con la ruptura con España si se mantenía la política
intransigente de este
En Francia el
nombramiento de Aranda fue recibido con entusiasmo e incluso Condorcet le envió una carta de felicitación
en el que le llamaba «defensor de la libertad contra la superstición y el
despotismo». Inmediatamente Aranda desmontó el entramado administrativo
creado por Floridablanca y suprimió la Junta Suprema de Estado que fue sustituida por el Consejo de Estado
El conde de Aranda
puso en marcha su programa de acercamiento a Francia para influir positivamente
en la situación del rey y contar con el apoyo francés frente a Gran Bretaña.
Así, por ejemplo, se suavizaron los controles sobre la prensa y en las
fronteras. Sin embargo, Aranda acabó siendo desbordado por la radicalización de
la revolución francesa —en agosto de 1792 Luis XVI fue destituido y encarcelado
junto con su familia acusado de traición y al mes siguiente se proclamaba
la República—. El conde de Aranda retiró al
embajador en París, el conde de Fernán Núñez, y reunió al Consejo de Estado que
acordó iniciar los preparativos para una intervención armada contra la «nación
francesa y reducirla a la razón».
Se comenzaron a
desplegar los dos ejércitos que invadirían Francia por los dos extremos de los
Pirineos se pusieron en evidencia los problemas logísticos que planteaba la
operación y las graves deficiencias que presentaban las unidades militares que
iban a intervenir. Aranda confiaba en que los ejércitos prusiano y austríaco que iban a invadir Francia por el
norte conquistaran rápidamente París y no fuera necesaria la intervención
española, pero cuando éstos fueron derrotados en la batalla
de Valmy del 21 de
septiembre y los ejércitos revolucionarios franceses pasaron a la ofensiva toda
su estrategia se vino abajo. Aranda optó entonces por defender la neutralidad,
dada la falta de preparación del ejército español, por lo que en noviembre fue
destituido por Carlos IV partidario de la intervención —como lo eran también
los emigrés residentes
en la corte de Madrid o el nuncio del Papa, declarado antiarandista «por el
bien de la religión y del Estado»—. El conde de Aranda, que sólo estuvo
ocho meses en el poder, fue sustituido por Manuel
Godoy, un joven oficial
de la Guardia de Corps proveniente de una familia hidalga extremeña, que se había ganado la
confianza de los reyes por la lealtad que les profesaba.10
El objetivo
prioritario encomendado por los reyes a Godoy fue salvar la vida del jefe de
la Casa
de Borbón y éste
empleó todos los medios que tuvo a su alcance —incluido el soborno a miembros
destacados de la Convención, que era la institución que estaba
juzgando a Luis XVI
Las principales
potencias europeas, incluida la Monarquía española y también Gran Bretaña —que
firmaron el Tratado de Aranjuez—, entraron en guerra contra la
República francesa. El Conde de Aranda, que aún era miembro del Consejo de Estado y del Consejo de Castilla, desaconsejó al rey en un informe
confidencial la declaración de guerra alegando que el ejército español no
estaba en condiciones de combatir, además de que las malas comunicaciones en el
norte de España dificultaría el movimiento de las tropas y su
aprovisionamiento. Con este motivo tuvo un violento enfrentamiento con Godoy en
la reunión que mantuvo el Consejo de Estado el 14 de marzo de 1793, lo que se
tradujo en que Aranda fuera desterrado a Jaén y finalmente a la Alhambra de Granada donde quedó confinado.13
Así, en los años 90 del siglo XVIII también se produjo una importante agitación "liberal" —proliferación de pasquines sediciosos, ostentación de símbolos revolucionarios, circulación de panfletos subversivos—, impulsada desde Bayona por una serie de ilustrados españoles exiliados que adoptaron los principios y los ideales de la Revolución Francesa. El miembro más destacado y animador principal de este grupo era José Marchena, editor de la Gaceta de la Libertad y de la Igualdad, que estaba redactada en español y en francés, y cuya finalidad declarada era «preparar los espíritus españoles para la libertad». Además fue el redactor de la proclama A la Nación española, publicada en Bayona en 1792 con una tirada de 5.000 ejemplares, y en la que entre otras cosas pedía la supresión de la Inquisición, el restablecimiento de las Cortes estamentales o la limitación de los privilegios del clero —un programa ciertamente bastante moderado, dada la cercanía de Marchena a los girondinos—. Junto a Marchena se encontraban Miguel Rubín de Celis, José Manuel Hevia y Vicente María Santibáñez —este último tal vez el más radical, cercano a los jacobinos, defendía la formación de una Cortes que representaran a la «nación»—.25
Godoy inició una campaña "patriótica" sin
precedentes en la que los miembros del clero anti-ilustrado
participaron de forma entusiástica convirtiendo la guerra en una
"cruzada" en defensa de la Religión y de la Monarquía y en contra del
"impío francés" y de la "perversa Francia", encarnación del
Mal Absoluto, e identificando la Ilustración con la Revolución. Fray
Jerónimo Fernando de Cevallos escribió a Godoy en 1794 que «los franceses, con doscientos
mil sans-culottes podrán hacer una devastación horrible,
¿pero cuánto mejor será la que hará cuatro o cinco millones de sansculottes,
que están para nacer en España de labradores, artesanos, mendigos, vagos y
canallas, si toman el gusto a los principios seductores de los Filósofos?».14
Los que lanzaron la campaña se basaron en el "mito reaccionario" que explicaría la Revolución como el resultado de una "conspiración" universal de "tres sectas" atentatorias contra «la pureza del catolicismo y el buen gobierno» (la filosófica, la jansenista y la masónica). Una "teoría conspirativa" elaborada por el abate francés Agustín Barruel y que en España difundirán fray Diego José de Cádiz, autor de El soldado católico en guerra de religión, y otros.
La Convención por su parte intentó contrarrestar la campaña
antifrancesa y contrarrevolucionaria con varios manifiestos como
el Aviso al pueblo español o el llamado Als catalans en
los que destacaban que se habían formado una «coalición monstruosa» con todos
los tiranos de Europa, pero no tuvo ningún efecto frente a los relatos
difundidos por los periódicos sobre la forma de actuar de los franceses —de la
toma de Besalú informaron de que «en los templos derribaron las imágenes, las
arcabucearon y después se ensuciaron con todo; en algunos pueblos han forzado a
las mujeres y muerto a otras»— y sobre las ideas que propagaban, como la
«destructora y absurda» idea de la igualdad que «borraba la natural
distinción entre dueños y esclavos, próceres e ínfima plebe».16
Como consecuencia
de la campaña "patriótica" a favor de la guerra con la Convención, en
muchos lugares se produjeron ataques contra residentes franceses que nada
tenían que ver con lo que estaba sucediendo en su país, con el
"argumento" de que "todos" los franceses eran «infieles,
judíos, herejes y protestantes», como afirmó un fabricante de linternas
de Requena que propuso exterminarlos
utilizando unos polvos elaborados por él para esparcir «peste, malos granos,
carbunclos y landres».17
La guerra contra la República Francesa —llamada Guerra de la Convención o Guerra de los Pirineos y en Cataluña Guerra Gran, 'Guerra Grande'— resultó un desastre porque el ejército no estaba preparado y el estado
de las comunicaciones dificultó el desplazamiento y abastecimiento de tropas,
lo que venía a dar la razón al conde de Aranda. El ejército español compuesto
por unos 55.000 soldados se desplegó en el centro y en los dos extremos de los
Pirineos. La iniciativa la tomó el ejército estacionado en Cataluña que estaba
al mando del general Antonio Ricardos que ocupó rápidamente el Rosellón pero sin llegar a ocupar la
capital, Perpiñán —las tropas se dedicaron más bien a realizar actos simbólicos
como sustituir la bandera tricolor de la República por la blanca de los Borbones o talar los árboles de la libertad—.18 19
La contraofensiva republicana francesa se produjo a finales
de 1793 ocupando el Valle de Arán y Puigcerdá, donde imprimieron la Declaración
de Derechos del Hombre y del Ciudadano en catalán, y al año siguiente Seo
de Urgel, Camprodón, San Juan de las Abadesas y Ripoll. En marzo de 1794 moría el general
Ricardos que era sustituido por el conde de la Unión que se replegaba hacia el Ampurdán. A fines de 1794 caía el estratégico
fuerte de San Fernando de
Figueras que se
creía inexpugnable —en realidad fue entregado por los oficiales de forma
"vergonzosa"—,19
lo que desmoralizó a las tropas que combatían en Cataluña. En el extremo
occidental de los Pirineos el avance francés casi no encontró oposición y
fueron cayendo Fuenterrabía —donde según los rumores los
soldados republicanos franceses cometieron profanaciones en edificios
religiosos como vestir «a un santo de guardia
nacional»— y San
Sebastián, Tolosa, Bilbao y Vitoria, quedando libre el camino hacia Madrid.
Mientras, en Cataluña caía Rosas en febrero de 1795 lo que dejaba
expedito el avance hacia Barcelona.2019
Durante la ocupación del País Vasco y del norte de Cataluña los revolucionarios franceses alentaron el particularismo en ambos territorios. En Cataluña
prometieron la liberación del «yugo castellano» mediante la formación de una república
catalana independiente con el propósito final de asimilarla a la República
Francesa mediante la ruptura de «los lazos comerciales de este país [Cataluña]
con el resto de España [y] multiplicarlos con nosotros a través de fáciles
caminos» y la introducción de «la lengua francesa». En el otro lado los
militares castellanos que mandaban las tropas de Carlos IV intentaron ganarse
la confianza de los habitantes del antiguo Principado, que habían mostrado su
rechazo a los reclutamientos y había habido conatos de indisciplina y
deserciones, redactando en catalán las proclamas y manifiestos, lo que no
sucedía desde el Decreto de Nueva
Planta de Cataluña de
1716. Asimismo restablecieron el somatén que también había sido abolido por
la "Nueva Planta" borbónica, y se permitió la creación de Juntas
de Defensa y Armamento que debían culminar con la formación de una
hipotética Junta del Principado que nunca llegó a ser
realidad. Solo funcionaron las Juntas a nivel de corregimiento con la única finalidad de
«contener al enemigo» y bajo el control estricto del Capitán General.22
En el País Vasco la iniciativa la tomó la Junta General de Guipúzcoa que tras la reunión celebrada
en Guetaria en junio de 1794 planteó a las
autoridades francesas la posible independencia de la "provincia",
aunque lo que a ésta le ofrecieron fue integrarse en la República francesa,
alternativa "imposible, pues los valores y los conceptos revolucionarios
eran absolutamente ajenos al mundo tradicional y corporativo de la sociedad vasca", afirma
Enrique Giménez —aunque tras la guerra
algunos "colaboracionistas" guipuzcoanos que fueron juzgados
mostraron su adhesión a los valores republicanos: «miraban hacia Francia y
exclamaban: ¡Viva la República!». En el otro lado, al igual que en
Cataluña, las autoridades militares españolas estimularon el
"foralismo" vasco y navarro para que sus habitantes se
comprometieran en la lucha contra el invasor, aunque precisamente los fueros
plantearon problemas de reclutamiento de soldados.23
En el interior de España también hubo agitación
liberal, cuya realización de mayor impacto fue la "conspiración
de San Blas", así llamada porque fue
descubierta el 3 de febrero de 1795, día de San
Blas. Estaba encabezada
por el ilustrado mallorquín Juan
Picornell —cuyas preocupaciones hasta entonces se
habían centrado en la renovación pedagógica y en el fomento de la educación
pública— y los
conjurados trataban de dar un golpe de estado apoyado por las clases populares
madrileñas para «salvar a la Patria de la entera ruina que la amenaza».
Tras el triunfo del golpe se habría formado una Junta Suprema, que
actuaría como gobierno provisional en representación del pueblo, y tras la
elaboración de una Constitución se habrían celebrado elecciones, sin que
estuviera claro si los conjurados se decantaban por la Monarquía constitucional
o por la República, aunque sí sabían que la divisa del nuevo régimen sería libertad, igualdad y
abundancia.
Picornell y los otros tres detenidos fueron condenados a morir en la horca,
pero la pena fue conmutada por la de cadena perpetua que debían cumplir en la
prisión de La Guaira en Venezuela, pero consiguieron escapar de allí el 3
de junio de 1797, colaborando a partir de entonces con los criollos partidarios de la independencia de
las colonias españolas de América.26
En los años siguientes no hubo ningún otro intento de acabar con el Antiguo
Régimen, aunque el
gobierno mantuvo su temor al contagio revolucionario.27
La
aparición de sentimientos "catalanista" y "vasquista" en
las "provincias" donde se estaba combatiendo, junto con el desastre
militar y la lastimosa situación en la que quedó la Hacienda real —los gastos
de la guerra habían provocado un "endeudamiento asfixiante"—28 obligaron a Godoy a iniciar
negociaciones de paz. Del lado francés también había cansancio por la
guerra y la caída de Robespierre en julio de 1794 y la llegada al poder de los
republicanos moderados o thermidorianos abrió una nueva etapa en
la República. Tras unos primeros contactos infructuosos, las negociaciones
tuvieron lugar en Basilea donde residía F. Barthélemy, representante de la
República francesa ante la Confederación
Helvética, a donde acudió Domingo
Iriarte, embajador de la Monarquía de Carlos IV en la corte de Varsovia, quien conocía a Barthélemy desde su
estancia en la embajada París en 1791, amistad que facilitó mucho llegar a un
acuerdo —que también se vio favorecido por la muerte en prisión del Delfín Luis XVII el 8 de junio de 1795, ya que
Carlos IV exigía su liberación como condición para lograr la paz—. Así
finalmente los dos plenipotenciarios firmaron el 22 de julio de 1795 el Tratado
de Basilea que puso fin a la Guerra de la
Convención.29
En
el Tratado
de Basilea la Monarquía de España logró la devolución de
todo el territorio ocupado por los franceses al sur de los Pirineos pero
tuvo que ceder a Francia, a cambio, su parte de la isla de Santo Domingo en
el mar Caribe, aunque conservó la Louisiana reclamada por los franceses. En
una cláusula secreta se resolvió otro tema controvertido: la liberación de la
hermana del delfín fallecido e hija de Luis XVI, que sería entregada al emperador de Austria.
Además el Tratado abría la puerta a mejorar las relaciones entre la
Monarquía de España y la República Francesa porque en su artículo 1 no sólo se
hablaba de paz, sino de «amistad y buena inteligencia entre el Rey de España
y la República francesa», e incluso en otro artículo se hablaba de la
firma de un «nuevo tratado de comercio», aunque éste nunca vio la luz.30 Según el historiador Enrique
Giménez, "la modestia de las reivindicaciones francesas" se debió a
que "la República pretendía la reconciliación con España y reeditar la
alianza que había unido a las dos potencias vecinas durante el siglo XVIII
frente al común enemigo británico".31
Un año después de
la "Paz de Basilea", la Monarquía de Carlos IV se aliaba con la
República Francesa mediante la firma del Tratado de San Ildefonso que tuvo lugar el 19 de agosto de
1796, cuya finalidad primordial era hacer frente al enemigo común, Gran
Bretaña.32
Como han señalado Rosa Mª Capel y José Cepeda fue un "pacto
de familia sin
familia".33
En este vuelco de
la política de la corte de Madrid respecto de la Revolución Francesa pesó sobre
todo la defensa del Imperio de América frente a las ambiciones británicas,33
aunque también los intereses dinásticos de los Borbones en Italia, pues Carlos
IV quería garantizar la continuidad de la Casa
de Borbón en
el ducado de Parma y en el reino de Nápoles, ambos amenazados por la invasión
francesa iniciada por el general Napoleón Bonaparte en marzo de 1796 —de hecho los ejércitos franceses en su
avance hacia Milán desde el Piamonte habían atravesado Parma, obligando
al duque Fernando, hermano de la reina española, a que pagara una fuerte
indemnización en víveres y en obras de arte.34
Para la República
Francesa el interés principal de la
alianza con la Monarquía de Carlos IV estribaba en poder contar con la flota de
guerra española —la
tercera más poderosa de la época, aunque poner en situación operativa la
escuadra española supondría para la hacienda real unos gastos extraordinarios—
y con el estratégico puerto de Cádiz, además de conseguir expulsar a los
ingleses de Portugal.35
Sólo dos meses
después de la firma del Tratado de San Ildefonso la monarquía británica, sintiéndose amenazada, le
declaraba la guerra a la monarquía española. En febrero de 1797
tenía lugar la batalla del Cabo de San Vicente en la que la flota española, aun siendo muy superior en número —24
navíos contra 15—, fue derrotada por
la armada británica al mando del almirante Jarvis —el jefe de la flota
española José de Córdoba fue condenado en un consejo
de guerra al
destierro fuera de Madrid y de cualquier provincia marítima de la península—.
Sólo dos días después los británicos se
apoderaban de la isla de Trinidad en las Antillas en un actuación igualmente poco gloriosa tanto de la flota
como del ejército español que la defendían. No sucedió lo mismo en los ataques
a Puerto Rico (abril
de 1797), a Cádiz (julio) y a Santa
Cruz de Tenerife (julio),
cuyos defensores lograron rechazar los intentos de desembarco británicos. Las
dos últimas acciones fueron comandadas por el almirante Horatio
Nelson, quien resultó
herido en el ataque a Santa Cruz
de Tenerife, perdiendo
el brazo derecho y siendo capturado —"caballerosamente,
el gobernador militar, general Antonio Gutérrez, le permitió reembarcarse tras
hacerle prometer que no volvería a atacar las islas
Canarias"—.3637
Las consecuencias
económicas de la guerra fueron mucho más graves que las de la Guerra
de la Convención ya que el corso inglés en el
Mediterráneo desde Menorca —que volvió a
ser ocupada por Gran Bretaña— y en el Atlántico, además del bloqueo de
Cádiz tras la derrota naval del cabo San Vicente en febrero de 1797, interrumpieron
el comercio español con "Las Indias", quedando las colonias
americanas desabastecidas y sin posibilidad de dar salida a su producción colonial.38
La interrupción del comercio con América creó una situación tan dramática que un Decreto de 18 de noviembre de 1797 dejó en suspenso el monopolio comercial de la metrópoli, y permitió que las colonias pudieran comerciar con países neutrales —fundamentalmente los Estados Unidos—. Una medida que tuvo una enorme trascendencia de cara al futuro.
Para hacer frente a la crítica situación Godoy dio entrada en su gobierno a dos
reputados ilustrados: Gaspar Melchor de Jovellanos, en la Secretaría de Estado
y del Despacho de Gracia
y Justicia, y a Francisco de Saavedra en la de Hacienda. Además nombró al obispo
ilustrado Ramón José de Arce como Inquisidor General y envió en noviembre de 1797 a
París como embajador a Francisco
Cabarrús para
mejorar las relaciones con el Directorio bastante deterioradas porque éste
había iniciado conversaciones de paz con los británicos sin contar con la
Monarquía de España, a
la que tampoco había consultado cuando impuso una fuerte contribución al reino de Nápoles a cambio de respetar su
neutralidad en la guerra —los franceses
por su parte empezaban a desconfiar de Godoy porque siempre daba largas cuando
se hablaba de atacar Portugal, lo que achacaban a que una hija de Carlos IV era
la esposa del regente portugués, y porque mantenía buenas relaciones con los
franceses monárquicos exiliados en la corte de Madrid—.41
obligaron a Carlos IV a destituir a Godoy el 28 de marzo de 1798,
El primer problema que tuvo que abordar el nuevo gobierno
fue la práctica bancarrota de la Hacienda Real, cuyo déficit se había intentado sufragar hasta entonces con continuas
emisiones de vales
reales cuyo valor
se había ido deteriorando, ya que el Estado tenía muchos problemas para pagar
los intereses y los vencimientos de estos. Urquijo recurrió a una medida
extraordinaria: la apropiación por el Estado de ciertos bienes "amortizados", su posterior venta y la
asignación del importe al pago de la deuda a través de una Caja de Amortización. Lo paradójico fue que esta
primera desamortización española fue conocida, sin demasiado
fundamento, como la "Desamortización de Godoy".44
puso a la venta el patrimonio de los Colegios
Mayores, compensando a
esta "mano muerta" con el 3 % del valor del mismo, que abonaría la
Caja de Amortización; los bienes de los jesuitas, expulsados en 1767, que aún no
hubiesen sido enajenados; y los bienes raíces pertenecientes a instituciones
benéficas dependientes de la Iglesia, como Hospitales, Casas de Misericordia, Casas de Expósitos, Obras Pías, Cofradías, etc., y, a cambio, estas
"manos muertas" recibirían una renta anual del 3% del valor de las
bienes vendidos. Con está mal llamada «desamortización de Godoy» en diez
años se liquidó una sexta parte de la propiedad rural y urbana que
administraba la Iglesia. Además las consecuencias sociales de la misma no
deben ser desdeñadas, ya que la red benéfica de la Iglesia quedó prácticamente
desmantelada.
La política regalista de creación de una Iglesia española
independiente de Roma aprovechando las dificultades por las que atravesaba el
Papado, cuyos Estados Pontificios habían sido ocupados
por las tropas francesas al mando de Napoleón Bonaparte y el Papa había sido
obligado a abandonar Roma tras la proclamación de la República. El proyecto
de una Iglesia "nacional", que había sido iniciado en el último año
de gobierno de Godoy, también tenía una importante repercusión económica
pues dejarían de salir hacia Roma las tasas que cobraba la Iglesia en España
por las gracias y dispensas matrimoniales, por ejemplo, que en 1797 habían
supuesto cerca de 380.000 escudos romanos. Así el decreto del 5 de septiembre
de 1799, promulgado un mes después del fallecimiento de Pío VI en
Francia y que sería conocido más adelante como el "Cisma de Urquijo",
establecía que hasta la elección del nuevo papa «los arzobispos y obispos
españoles usen de toda la plenitud de sus facultades, conforme a la antigua
disciplina de la Iglesia, para dispensas matrimoniales y demás que les
competen» y el rey asumía la confirmación canónica de los obispos que antes
correspondía al papa. Pero el decreto tuvo escasa vigencia porque el nuevo
papa Pío VII,
elegido en marzo de 1800 por el cónclave cardenalicio en Venecia, se negó a
confirmarlo.45
Juan Meléndez Valdés, retratado por Goya en
1797.
Tampoco
tuvo éxito el intento de Jovellanos, secretario del Despacho de Gracia y
Justicia, de recortar las atribuciones de la Inquisición que pasarían a los
obispos, siguiendo el pensamiento episcopalista,
porque no obtuvo el respaldo del rey Carlos IV. Fue destituido y confinado
en su tierra natal, Asturias. La misma suerte sufrieron otros destacados
ilustrados como Juan Meléndez Valdés, desterrado primero
a Medina del Campo y luego a Zamora,
o José Antonio Mon y Velarde, conde del Pinar,
amigo de Jovellanos, que fue jubilado con la mitad de su sueldo.46
El
problema más grave al que tuvo que enfrentarse Urquijo, y que acabaría
provocando su caída, fue la relación con la República Francesa, especialmente tras la
formación de la Segunda Coalición antifrancesa, de nuevo
encabezada por el Reino de Gran Bretaña y en la que se había
integrado el reino de Nápoles, que presionaron a Urquijo
para que abandonara el pacto con Francia y se sumara a la coalición —en
septiembre de 1798 los británicos ocuparon Menorca de nuevo—, y sobre todo tras
el golpe del 18 de brumario de noviembre de 1799 con el
que Napoleón Bonaparte se hizo con el poder en
Francia, quien como ya había hecho el Directorio presionó a Urquijo para que
dejara pasar un ejército francés que apoyara al español para invadir Portugal,
base de la flota británica que operaba en el Mediterráneo y que también
bloqueaba el estratégico puerto de Cádiz.
Así acababa en España el s.XVIII, gravemente presionada por Francia e
Inglaterra, y con pérdida de territorios ante la nueva acción Inglesa para
controlar eficazmente el Mediterráneo.
Napoleón, recién ascendido al poder de Francia, mediante un golpe de Estado
en noviembre de 1899, presiona al Presidente español, Urquijo, que es contrario a la invasión de
Portugal, intentó la vía diplomática para que Portugal y Francia firmaran la
paz pero fracasó. Además ordenó el regreso de la escuadra española surta en el
puerto francés de Brest y se opuso al nombramiento de Luciano
Bonaparte como plenipotenciario en España, lo que provocó
finalmente que el 13 de diciembre de 1800 Napoleón impusiera a Carlos IV la
destitución de Urquijo y su sustitución por Manuel Godoy.
En diciembre de 1800 Godoy volvió al poder pero no como secretario de Estado
y del Despacho sino
con una autoridad reforzada al recibir al año siguiente el título de Generalísimo
de mis armas de mar y tierra lo que lo situaba muy por encima de
los ministros. Una de las primeras medidas que tomó fue la persecución de
los ilustrados y reformistas que habían apoyado al gobierno de Urquijo,
para lo que se alió con el clero antiilustrado que constituía la mayoría de la
Iglesia española de aquel momento Para justificar la persecución se utilizó
de nuevo el mito reaccionario de la conspiración jansenista y filosófica,
que en aquel momento tuvo en el exjesuita Lorenzo Hervás y Panduro a su máximo propagador gracias a
su obra Causas de la Revolución Francesa. La principal víctima de
la ofensiva antiilustrada fue Gaspar Melchor de Jovellanos que fue encarcelado sin proceso en
Mallorca en abril de 1801 y allí permaneció hasta abril de 1808, un mes después
del motín de Aranjuez que supuso la caída definitiva de
Godoy.
Cumpliendo los
deseos de Napoleón plasmados en el Tratado
de Madrid —seguido del Convenio de Aranjuez y del posterior Tratado de Aranjuez—, Godoy emprendió la guerra contra Portugal a la que Urquijo se había
opuesto. La declaración de guerra tuvo lugar el 27 de febrero de 1801 —precedida de un ultimátum en el que se
conminaba al regente portugués a que cerrara sus puertos a los barcos
británicos—,51
pero los combates no comenzaron hasta el 19 de mayo. Comenzaba la llamada
"guerra de las Naranjas", llamada así porque Godoy envió a
la reina un ramo de naranjas portuguesas como obsequio. Sin embargo la guerra
sólo duró tres semanas porque tras la toma por las tropas españolas de Olivenza y Jurumenha y los cercos de Elvas y Campo Mayor, se iniciaron las negociaciones de paz
que concluyeron rápidamente con la firma el 8 de junio del Tratado de Badajoz. En el mismo el reino
de Portugal se
comprometió a cerrar sus puertos a los navíos ingleses y cedió la plaza de
Olivenza a la Monarquía de España. Pero el tratado no fue del agrado de
Napoleón porque éste exigía que la guerra continuara hasta la conquista
completa de Portugal. Así que a raíz del mismo Napoleón comenzó a desconfiar de
Manuel Godoy.52
En América durante la "Guerra de las Naranjas" tuvo lugar la Conquista
portuguesa de las Misiones Orientales.
Entre
la declaración de guerra a Portugal y el inicio efectivo de la misma, Godoy y
el embajador francés Luciano Bonaparte firmaron el 21 de marzo de 1801 el Tratado de
Aranjuez, que ampliaba el Tratado de
San Ildefonso firmado por Urquijo en octubre del año anterior,
por el que se aceptaba que el ducado de Parma pasara a Napoleón,
compensando al duque Fernando I de
Borbón-Parma con el Ducado de Toscana -cuyo soberano Fernando III, Gran Duque de Toscana se
había visto obligado a abandonarlo, según el tratado de Lunéville firmado
el 9 de febrero de 1801 entre Francia y el Sacro
Imperio Romano Germánico—, reconvertido en el nuevo reino de Etruria. Además Napoleón obtenía de
España la Luisiana que
poco después sería vendida por los franceses a los Estados Unidos, además de
aumentar su colaboración militar con la República Francesa.53
En
marzo de 1802 se ponía fin a la guerra de la Segunda Coalición,
y con ella a la guerra angloespañola, con la firma del Tratado de Amiens entre
la República Francesa y
el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda.
Según los términos de tratado Menorca volvió a la soberanía española pero
Gran Bretaña conservó la isla de Trinidad en el Caribe.53
La Paz de Amiens duró muy poco porque en mayo de 1803
estalló una nueva guerra entre Francia y Gran Bretaña. Esta vez Godoy intentó
mantener neutral a la Monarquía española buscando el apoyo
del Imperio
Ruso, el Imperio Austríaco y el reino de Nápoles, a pesar de la malas relaciones que mantenía
Carlos IV con su hermano Fernando IV de Nápoles. Cuando esta iniciativa fracasó "compró"
la neutralidad de la monarquía española mediante la firma del Tratado de subsidio por el que el gobierno español se comprometía a pagar seis millones de libras mensuales para
colaborar con el esfuerzo bélico francés y a permitir la entrada en los puertos
españoles de los buques de la armada francesa. Pero Napoleón lo que necesitaba
era la Armada española para su proyecto de invasión de Gran Bretaña —«dominar las 24 horas del Canal»- hasta alcanzar las costas inglesas—,54
así que cuando los pagos se retrasaron Godoy no tuvo más remedio que volver
a la alianza con Francia en diciembre de 1804
En julio de 1805 tuvo lugar la primera
batalla entre las flotas franco-española y británica
conocida como batalla del
Cabo Finisterre, de resultado incierto, pero fue el 20 de octubre de
1805, cuando se produjo el enfrentamiento decisivo: la batalla de Trafalgar.
La flota británica, al mando del almirante Nelson, se encontró con la flota
franco-española, al mando del almirante
Villeneuve, a la altura del cabo de Trafalgar, frente a Cádiz, y la
derrotó completamente, a pesar de la ligera superioridad naval aliada. Según
Enrique Giménez, la derrota de la batalla de Trafalgar se
explica por "inferior preparación de las tripulaciones franco-españolas y
la mediocridad del almirante francés Villeneuve, que hizo caso omiso de las
indicaciones de los marinos españoles, junto a la táctica naval del almirante
inglés Horatio Nelson, un revolucionario de la guerra en el mar".57 "La flota de combate británica,
a favor de viento, atacó a la flota hispano francesa por el centro y la
retaguardia, rompiendo en dos la línea de Villeneuve, y batiendo sucesivamente
a los dos bloques navales enemigos, primero a la retaguardia y luego a la
vanguardia. De este modo, la ligera inferioridad numérica de Nelson se
invirtió... Sólo 9 de los 33 barcos aliados regresaron, maltrechos, a Cádiz, y
murieron 4.500 marineros franceses y españoles".58 En la batalla también murió el
propio Nelson junto a los capitanes españoles Cosme Damián Churruca, Federico Gravina y Dionisio Alcalá
Galiano.59
Al haber perdido en Trafalgar una parte de
su flota, la Monarquía de España ya no fue capaz de defender su Imperio de
América, aunque las dos invasiones
inglesas del Río de la Plata de 1806 y 1807 no lograron
consolidarse
El dominio
británico del Atlántico hizo que el comercio colonial español quedara
completamente roto —por ejemplo, de las
969.000 arrobas de azúcar desembarcadas en Cádiz en 1804 se pasó a 1.216 en
1807—, reproduciéndose —y agravándose—
la misma situación económica del periodo 1796-1802: volvieron las quiebras de
compañías comerciales y de seguros en Cádiz, y de sociedades manufactureras en
Cataluña.60
Aún más grave fue la crisis de la Hacienda Real porque se interrumpieron las
remesas de metales preciosos —en 1807 no llegó ni un solo barco con oro o
plata—61 y se desplomaron los ingresos de las
aduanas, por lo que fue incapaz de pagar a tiempo los intereses a los titulares
de vales reales o los sueldos de los funcionarios. Para hacer frente a la práctica bancarrota de la Hacienda Real Carlos
IV hubo de solicitar del papa autorización para la venta de la séptima parte de
los bienes eclesiásticos, la cual le fue otorgada el 12 de diciembre de 1806.62
A raíz del desastre de Trafalgar se generalizaron las críticas contra Godoy
y su impopularidad se fue incrementando hasta convertirse en el personaje más
odiado de la monarquía. Este rechazo a Godoy fue azuzado por una campaña
"satírica, soez, denigratoria y profundamente reaccionaria" —en palabras del historiador Emilio La Parra— contra él y contra la reina, orquestada por el príncipe de
Asturias Fernando en colaboración con buena parte de
la nobleza y del clero, que tenían sus propios motivos para querer acabar con
Godoy El príncipe mandó imprimir un 30
láminas a color con representaciones soeces y denigratorias de Godoy y de la
reina —e implícitamente también del rey—
que en diciembre de 1806 repartió a un nutrido grupo de aristócratas como
regalo de Nochebuena. Las estampas iban acompañadas por unas letrillas o versos
que suponían una crítica feroz y chabacana de Godoy, al que se denominaba
«choricero», «príncipe de la pasa», «duque de la alcuza», «caballero de la
ordinariez», «detentador de todo»..., y cuyo puesto lo debía a sus amoríos con
la reina «Luisa Tonante».64
Dos ejemplos de estas «ingeniosas» coplillas son los siguientes:65
Se descubrió en octubre de 1807 el
llamado complot de El
Escorial que pretendía destituir a Godoy y lograr la abdicación
del rey Carlos IV en favor del príncipe Fernando.
Según Enrique Giménez el detonante de la misma había sido la concesión de
Carlos IV a Godoy del título de "Alteza Serenísima", un título
reservado a los miembros de la familia real. "Para Fernando y su
partido la decisión fue considerada como el inicio de una conjura destinada a
apartar a Fernando de la sucesión al trono y a nombrar a Godoy como regente a
la muerte de Carlos IV, desenlace muy probable pues el rey había estado muy
enfermo en el otoño de 1806, temiéndose por su vida".66
Descubierto
el complot del «más ignominioso e inaudito plan», en palabras de Carlos IV,
éste ordenó la detención o el destierro de todos los nombres implicados —algunos de los cuales ya tenían asignados
los caros que desempeñarían una vez Fernando fuera proclamado rey— y la
reclusión en sus habitaciones del príncipe de Asturias, además de mandar
celebrar misas en acción de gracias. Sin embargo, Carlos IV, aconsejado por su
confesor Felix Amat concedió
el perdón a su hijo Fernando lo que reforzó la patraña que habían difundido los
conjurados de que el "complot de El Escorial" había sido una farsa
urdida por Godoy para desprestigiar al príncipe de Asturias y hacerse él con la
sucesión al trono. Esta "teoría" se vio reforzada cuando los jueces
designados por el Consejo de Castilla absolvieron
a los nobles implicados en el complot.67
Paradójicamente,
pues, de la "conjura de El Escorial" salió fortalecido el príncipe
Fernando —considerado víctima de la
ambición de su madre y de su perverso favorito—, y los desprestigiados
fueron Godoy, la reina y el "débil" Carlos IV. El Príncipe de Asturias
no desaprovecharía la segunda oportunidad que tuvo para hacerse con el trono en
marzo del año siguiente.68
El mismo día en que se descubrió el "complot de El Escorial" (el 27 de octubre de 1807), Napoleón y la Corona española firmaban el Tratado de Fontainebleau, Napoleón por Portugal estribaba en que quería cerrar el bloqueo continental que había ordenado en noviembre de 1806 y que pretendía ahogar la economía británica impidiendo el comercio con el resto de Europa —un plan que según algunos historiadores no era tan descabellado como podía parecer porque cuando estalló la insurrección antifrancesa en España en la primavera y el verano de 1808 los banqueros y comerciantes de la City de Londres estaban al borde de la quiebra—.69 El 18 de octubre de 1807, antes incluso de la firma efectiva del Tratado, tropas francesas comenzaron a cruzar la frontera en dirección a Portugal. Un mes después el general francés Junot entraba en Lisboa y las tropas francesas y españolas ocupaban en pocos días todo el territorio de Portugal —unos días antes, la familia real portuguesa había abandonado Lisboa en dirección a Río de Janeiro, en su colonia de Brasil, donde establecería su corte—. Napoleón había decidido intervenir en España e incorporar las provincias españolas del norte de España a Francia situando la nueva frontera franco-española en el Ebro,70 por lo que el 6 de diciembre de 1807 había dado la orden de que un ejército cruzara los Pirineos para unir su fuerza a las ya existentes en la península. A continuación, el 28 de enero de 1808, dio órdenes inequívocas para que las tropas francesas procedieran a la ocupación militar de España. En febrero ya había en España un ejército de 100.000 soldados franceses supuestamente "aliados".71 Godoy y el rey Carlos IV fueron definitivamente conscientes de las intenciones de Napoleón cuando el 16 de febrero las tropas francesas ocuparon a traición la ciudadela de Pamplona, y cuando el día 5 de marzo, hicieron lo mismo en la de Barcelona. Godoy inició los preparativos para la partida de los reyes hacia el sur de España, y si llegara el caso embarcarlos hacia las colonias americanas, coma había hecho la familia real portuguesa. Pero el Príncipe de Asturias y sus partidarios intervinieron para desbaratar esos planes e impedir la salida de los reyes de la Corte, pues estaban convencidos de que la intervención de Napoleón en España iba destinada a destituir a Godoy y a facilitar el traspaso de la corona de Carlos IV a su hijo, Fernando, sin otras consecuencias.71 Así se puso en marcha la maquinaria que conduciría al «motín de Aranjuez» del 17-19 de marzo de 1808. «Viva el Rey y venga a tierra la cabeza de Godoy» o «Viva el Rey, viva el príncipe de Asturias, muera el perro de Godoy». Al día siguiente por la noche estallaba el motín "popular" y el palacio real era rodeado por la multitud y por soldados para impedir el supuesto viaje de la familia real. Asimismo el palacio de Godoy era asaltado y saqueado —Godoy fue detenido y enviado preso al castillo de Villaviciosa—. El 18 de marzo, Carlos IV ante la presión de las amotinados firmó la destitución de Godoy y a continuación, el día 19, abdicó en su hijo Fernando (VII). "Era un hecho insólito que un monarca fuera forzado a abdicar por una parte importante de la aristocracia y por el príncipe heredero", afirma Enrique Giménez.73
Versión
Francesa:
…fue con la armada francesa que la flota española sufrió la
terrible derrota de Trafalgar en 1805 . La pérdida de todas las
comunicaciones con sus colonias de ultramar hizo que buscara una compensación
territorial en el vecino reino de Portugal , con el apoyo de Napoleón. De hecho, la
monarquía portuguesa era un aliado incondicional del Reino
Unido y se negó a cerrar sus puertos a los
barcos ingleses. Fue la llamada guerra
de las naranjas que terminó el6 de junio de 1801por el Tratado de Badajoz (1801) .
Obtuvo el permiso para que sus tropas, al mando del general
francés Jean-Andoche Junot ,
cruzaran España para castigar a los portugueses. Así comienza el primer
intento de invadir Portugal (18
de octubre de 1807). Napoleón también habría emprendido la
conquista de Portugal para hacerse con el control de la flota portuguesa 1 , 2 .
Napoleón comenzó a inmiscuirse en los
asuntos españoles. Con el pretexto de enviar refuerzos a Junot ,
trajo a España un ejército comandado por Murat según lo autorizado por el Tratado
de Fontainebleau. En este momento, un golpe de estado liderado bajo el
control del infante Fernando derrocó
al rey Carlos IV. Fernando, que se convirtió en Fernando VII, tomó el
poder. El rey depuesto apeló al arbitraje de Napoleón. Este último
convocó a padre e hijo a la conferencia de Bayona (abril-mayo de 1808 ). Viendo
el estado de decrepitud de la monarquía española, el emperador trató de
aprovechar la situación para apoderarse de España. Sus asesores lo
empujaban: el ministro Champagnyescribió
por ejemplo: “ es necesario que venga mano dura para restablecer
el orden en su administración [la de España] y evitar la ruina hacia la que
[España] marcha ” 3 . Acostumbrado a su
popularidad y a la docilidad de Italia y los polacos, Napoleón pensó que los afrancesados (partidarios
de los franceses) constituían la mayoría de los españoles, lo cual se
equivocó 4 .
En
Madrid, los rumores afirmaban que la familia real española estaba siendo rehén
de Napoleón en Bayona. los2 de mayo de 1808,
aprehendiendo el secuestro del infante de la familia real por parte de Francia,
la población de Madrid se levantó contra las tropas francesas, en el mismo
momento en que Fernando y Carlos disputaban el trono de España ante el
Emperador. La rebelión fue aplastada en sangre por Murat. El famoso cuadro de Goya , Tres de mayo , recuerda los tiroteos
que resultaron de esta represión. Napoleón creía que podía perseguir su
objetivo: obligó a los dos soberanos a abdicar y luego ofreció la corona
vacante a su hermano José . Fue un grave error de
juicio. El Imperio estaba comprometido en una guerra contra toda la
península, lo que socavaría las fuerzas de Napoleón durante casi seis años.
Francia
perdió cerca de 217.000 hombres y España cerca de 390.000 en las filas
militares (con 700.000 civiles más,
según algunas estimaciones [¿Cuáles?] [Ref.
Necesario] )Por aquella época España tenía una
población entorno a los 11 millones de personas https://fr.wikipedia.org/wiki/D%C3%A9mographie_de_l%27Espagne#%C3%89volution_de_la_population_espagnole. Las
requisas de alimentos, la devastación de los campos y los robos derribaron la
producción agrícola y el comercio de alimentos, provocando un aumento de la
desnutrición y la mortalidad entre la población española.
Napoleón lo admitió en Santa Elena : "esta desgraciada guerra en España fue una auténtica plaga,
la primera causa de las desgracias de Francia" . Se
estima que el conflicto retuvo a 300.000 soldados franceses. España fue
una trampa y un balón para la política expansionista del emperador. Los
españoles guardan orgullosos recuerdos de esta guerra. Unidos a pesar de
sus diferencias, lograron hacer retroceder al ejército francés. Gran
animadora de la resistencia, la Iglesia católica recuperó
un nuevo vigor. Sin embargo, al final de la guerra, el país quedó
devastado. Se perdió además el cambio de la modernización agrícola e
industrial del xix ° siglo.
Otro
punto negativo del lado español, las colonias americanas aprovecharon la
guerra para emanciparse de la metrópoli y proclamar
su independencia . Finalmente, si bien el regreso de Fernando VII en 1813 alimentaba
muchas esperanzas entre sus súbditos, su reinado no permitió resolver la crisis
política. El frente común nacido de la lucha contra Napoleón se rompió. España
redescubrió sus divisiones entre liberales y ultraconservadores. Los
españoles, que luchaban con la esperanza de restablecer a su rey en el trono,
finalmente se rebelaron contra el mismo rey en 1820 .
Versión
Británica:
La
guerra comenzó cuando los ejércitos francés y español invadieron y
ocuparon Portugal en 1807 al transitar por España, y se
intensificó en 1808 después de que la Francia napoleónica ocupara
España, que había sido su aliada.Napoleón Bonaparte forzó
la abdicación de Fernando VII y
su padre Carlos IV y
luego instaló a su hermano José Bonaparte en el trono español
y promulgó la Constitución de
Bayona . La mayoría de los españoles rechazaron el dominio
francés y libraron una sangrienta guerra para derrocarlos. La guerra en la
península duró hasta que la Sexta
Coalición derrotó a Napoleón en 1814, y se considera una de las
primeras guerras de
liberación nacional y es importante para el surgimiento de
la guerra de guerrillas a gran
escala .
La
guerra se inició en España con el Levantamiento del Dos de Mayo el
2 de mayo de 1808 y terminó el 17 de abril de 1814 con la restauración de
Fernando VII a la monarquía. La ocupación francesa destruyó la administración española ,
que se fragmentó en juntas provinciales
en disputa . El episodio sigue siendo el
acontecimiento más sangriento de la historia moderna de España, duplicando en
términos relativos la Guerra Civil española . [10]
Al
final de la Guerra de la Independencia, las tropas británicas fueron enviadas
en parte a Inglaterra y en parte se embarcaron en Burdeos hacia América para
prestar servicio en los últimos meses de la Guerra de los Estados Unidos de
1812 . Los portugueses y españoles volvieron a cruzar los
Pirineos y el ejército francés se dispersó por toda Francia. Luis XVIII fue restaurado al trono
francés; ya Napoleón se le permitió residir en la isla de Elba ,
cuya soberanía le había sido concedida por las potencias aliadas.
El
rey José había sido recibido por afrancesados españoles ( francófilos ), que creían que la
colaboración con Francia traería modernización y libertad; un ejemplo fue
la abolición de la Inquisición española . Después
de la guerra, los afrancesados restantes fueron exiliados
a Francia.
Todo
el país ha sido saqueado, la Iglesia católica ha sido arruinada por sus
pérdidas y la sociedad ha sido sometida a cambios desestabilizadores. [169] [170] Después de la Guerra de la
Independencia, los tradicionalistas independentistas y los liberales se
enfrentaron en las Guerras Carlistas ,
cuando el Rey Fernando VII ("el
Deseado"; más tarde "el Rey Traidor") revocó todos los cambios
hechos por los independientes Cortes Generales de Cádiz, la Constitución
de 1812 el 4 de mayo de 1814. Los militares obligaron a
Fernando a aceptar de nuevo la Constitución de Cádiz en 1820, y estuvo en vigor
hasta abril de 1823, durante lo que se conoce como el Trienio Liberal .
La
experiencia de autogobierno llevó a la posterior Libertadores a promover la
independencia de la América española . La
posición de Portugal fue más favorable que la de España. La revuelta no se
había extendido a Brasil, no había lucha colonial y no había habido ningún
intento de revolución política. [171] El traslado de la Corte
portuguesa a Río de Janeiro inició la construcción del Estado brasileño que
produjo su independencia en 1822.
En
total, el episodio sigue siendo el suceso más sangriento de la historia moderna
de España, duplicando en términos relativos la Guerra Civil española ; está
abierto al debate entre los historiadores si una transición del absolutismo al
liberalismo en España en ese momento habría sido posible sin la guerra. [10]
Fernando rey era exaltado como una especie de libertador o mesías: «Ya España ha resucitado / con su nuevo rey Fernando». Una de las primeras medidas que tomó Fernando VII fue prometer a Napoleón una colaboración más estrecha y pedir a los habitantes de Madrid que acogieran como fuerzas amigas a las tropas del mariscal Murat que se encontraban en las cercanías y que hicieron su entrada en la "villa y corte" el 23 de marzo. Murat siguiendo las instrucciones de Napoleón obligó al nuevo rey a que pusiera bajo su protección a los reyes depuestos, "lo cual venía a suponer que, en el caso de ser conveniente a los intereses napoleónicos, Caros IV podía ser repuesto en el trono, Napoleón cambió su plan inicial de desmembrar la monarquía española por el de asimilarla a su Imperio, mediante el cambio de la dinastía de los Borbones por un miembro de su familia, En Bayona tanto Fernando VII como Carlos IV ofrecieron poca resistencia a los planes de Napoleón de situar en el trono de España a un miembro de su familia y en menos de ocho días abdicaron de la corona de España en su favor. Unos días antes, el 24 de mayo, el periódico oficial La Gaceta de Madrid había publicado la convocatoria de una Asamblea de los tres estamentos del Reino (50 diputados por cada uno) que se celebraría en Bayona el día 15 de junio para aprobar una Constitución para la Monarquía. Sin embargo, llegada la fecha sólo se presentaron 65 representantes, pues en España había estallado una insurrección generalizada antifrancesa que no reconocía las "abdicaciones de Bayona"
El 2 de
mayo de 1808 corrió la noticia de que también se iba a trasladar a Bayona al
resto de la familia real. Todavía hoy es objeto de debate si la
revuelta fue espontánea o estuvo organizada con antelación por algunos
oficiales del parque de artillería, en particular Pedro
Velarde. Lo que sí está
probado es que en el motín antifrancés participaron personas de los pueblos
próximos a Madrid. La revuelta se saldó con la muerte de 409 personas.75
Aunque el inicio de la Guerra
de la Independencia Española se suele situar en la fecha del 2
de mayo, "la revuelta decisiva se produjo cuando la Gaceta de Madrid, correspondiente a los días
13 y 20 de mayo, dio la noticia de las abdicaciones [de Bayona]". A partir
de entonces se generalizó el alzamiento antifrancés por toda España y en
prácticamente todos los sitios las autoridades tradicionales fueron sustituidas
por Juntas formadas
por personajes de relieve en la vida política, social y económica. Asimismo
comenzó a organizarse la resistencia militar a la ocupación francesa.78
Así, el
ejército francés que pretendía ocupar Andalucía fue derrotado en la batalla de Bailén (Jaén)
el 22 de julio por un ejército organizado rápidamente por la Junta de
Sevilla y al mando del general Castaños.
La
victoria de Bailén obligó al nuevo rey José I Bonaparte,
que acababa de hacer su entrada en la capital el 20 de julio, a abandonar
Madrid apresuradamente el 1 de agosto, junto con los ejércitos franceses que se
replegaron al otro lado del río Ebro.
Así
pues, en el verano de 1808 casi toda España estaba bajo la autoridad de las
nuevos poderes de las Juntas, que reunidas en Aranjuez el 25 de septiembre
decidieron no reconocer el cambio de dinastía y asumir el poder apelando a la
soberanía del pueblo con el nombre de Junta
Central Suprema y Gubernativa del Reino. Sería el inicio de la Revolución Española.
Como afirmaba el poeta Manuel José Quintana en
su Ultima carta a Lord Holland, «estas revueltas, esta agitación
no son otra cosa que las agonías y convulsiones de un Estado que fenece».79
En
estos términos entra España en el siglo XIX, con guerra en la península
(franceses, ingleses, españoles y portugueses) y ola revolucionaria en
Latinoamérica. Fueron las numerosas guerras contra el
dominio español en Hispanoamérica durante
principios del siglo XIX. Con el objetivo de la independencia política,
estos comenzaron poco después de la invasión
francesa de España en
1807 durante las Guerras Napoleónicas de Europa . Aunque ha
habido investigaciones sobre la idea de una identidad hispanoamericana
("criolla") separada de la de Iberia , [4] la
independencia política no fue inicialmente el objetivo de la mayoría de los
hispanoamericanos, ni fue necesariamente inevitable. [5]
Los acontecimientos en Hispanoamérica estuvieron relacionados con
las guerras de independencia en la ex colonia francesa de St-Domingue, Haití , y la transición a la independencia en
Brasil. La independencia de Brasil , en particular, compartió un punto de partida
común con la de Hispanoamérica, ya que ambos conflictos fueron desencadenados
por la invasión de Napoleón a la Península Ibérica, que obligó a la familia
real portuguesa a huir a Brasil en 1807. El proceso de independencia de América
Latina tomó lugar en el clima político e intelectual general que surgió de
la Era de la Ilustración y que influyó en todas
las revoluciones atlánticas , incluidas las revoluciones anteriores en los Estados Unidosy Francia . Una
causa más directa de las guerras de independencia hispanoamericanas fueron los
desarrollos únicos que ocurrieron dentro del Reino de España y
su monarquía durante
esta época. Concluyendo, finalmente, con el
surgimiento de las nuevas repúblicas hispanoamericanas en el mundo
posnapoleónico.
Los
violentos conflictos comenzaron en 1809 con juntas de gobierno de corta duración establecidas en Chuquisaca y Quito para oponerse al gobierno de la Junta Central Suprema de Sevilla . En 1810, aparecieron numerosas juntas nuevas en los dominios españoles en las Américas cuando la
Junta Central cayó ante la invasión francesa. Aunque varias regiones de
Hispanoamérica se opusieron a muchas políticas de la corona, "había poco
interés en la independencia absoluta; de hecho, hubo un amplio apoyo a la Junta
Central española formada para liderar la resistencia contra los
franceses". [7]Si
bien algunos hispanoamericanos creían que la independencia era necesaria, la
mayoría de los que inicialmente apoyaron la creación de los nuevos gobiernos
los vieron como un medio para preservar la autonomía de la región frente a los
franceses. En el transcurso de la próxima década, la inestabilidad
política en España y la restauración absolutista bajo
Fernando VII convencieron a muchos hispanoamericanos de la necesidad de
establecer formalmente la independencia de la madre
patria .
La Constitución española de 1812 aprobada por las Cortes de Cádiz -
la regencia parlamentaria en el lugar mientras Fernando VII fue depuesto -
rechaza cualquier tipo de soberanía popular Con
la restauración de Fernando VIIen 1814, el rey también rechaza cualquier tipo de
soberanía en América. El Trienio Liberal de 1820 tampoco cambió la posición de la
constitución de Cádiz contra el separatismo, mientras que los latinoamericanos
se radicalizaron cada vez más en busca de la independencia política. [6]
Al otro lado del Atlántico, las colonias americanas aprovecharon esto para escapar del Imperio español , después de varias guerras de independencia , de la de Venezuela que comenzó en 1810 hasta el final de la guerra hispanoamericana en 1898.
Las guerras
carlistas fueron una serie de contiendas civiles que tuvieron lugar
en España a lo largo del siglo xix.
Se debieron, por un lado, a una disputa por el trono, y, por el otro, a un
enfrentamiento entre principios políticos opuestos. Los carlistas, que luchaban bajo el lema de «Dios, Patria y Rey», encarnaban una oposición
reaccionaria al liberalismo y
defendían la monarquía tradicional,
los derechos de la Iglesia y
los fueros, mientras que los liberales exigían
hondas reformas políticas por medio de un gobierno constitucional y
parlamentario.
Según
el historiador Alfonso Bullón de
Mendoza, todos los testimonios de la época coinciden en que en 1833
los carlistas eran superiores en número, si bien la mayoría de ellos no
actuaron activamente debido a la represión del gobierno.3 Geográficamente, donde mayor apoyo
popular tenía la causa del infante Carlos María
Isidro era en gran parte de Castilla la Vieja, la zona de Tortosa y la montaña de Cataluña,4 y donde mejor organizados estaban sus
partidarios era en Castilla la Vieja, Extremadura y Andalucía.5 Sin embargo, donde finalmente triunfó
con mayor fuerza el alzamiento carlista fue en la mayor parte de las Provincias
Vascongadas y Navarra, ya que la legislación foral, que
dejaba la subinspección de los cuerpos en manos de las respectivas
diputaciones, había permitido que los Voluntarios Realistas no
fueran purgados allí como en el resto de España.6
Así
pues, donde lograron hacerse fuertes los defensores del pretendiente, sobre
todo durante la primera y tercera guerras
carlistas, fue en la mitad norte peninsular, especialmente en el País Vasco y Navarra —sus focos más importantes—, así
como el norte de Cataluña y el Maestrazgo.7
El convenio de Vergara de
1839 marcó el final de la primera guerra carlista, pero las insurrecciones e
intentonas carlistas continuaron a lo largo del siglo xix y el carlismo volvió a aparecer
con fuerza como reacción a la revolución de 1868.
De gran influencia todavía en la primera mitad del siglo xx, la actuación de la Comunión
Tradicionalista sería determinante en la conspiración contra
la Segunda
República y la sublevación
del 18 de julio de 1936 que dio origen a la guerra civil española.
En la
ciudad de Valencia, el 4 de mayo de 1814 firmó el
decreto de supresión de la Constitución de Cádiz,
y la legislación de las Cortes, restaurando
el absolutismo entre 1814 y 1820, y persiguiendo a los
liberales. Tras seis años de guerra, el país y la Hacienda estaban devastados,
y los sucesivos gobiernos fernandinos no lograron restablecer la situación.
Fernando
VII traía restaurado
el régimen absolutista en España periodo en el que se producen
varios pronunciamientos que consiguen ser sofocados. Ya desde los primeros días
de 1820, tiene lugar el levantamiento de Riego en las Cabezas de San Juan restituyendo
la Constitución
de Cádiz y dio inicio al llamado trienio liberal, durante el cual se
restablecieron la Constitución y los decretos de Cádiz, produciéndose una
nueva desamortización. Se vivía un estado de guerra latente con
extrema excitación de ánimo y desórdenes diarios por parte de los partidarios
realistas (del rey Fernando VII).1
El 7 de julio de 1820 fracasa
en Madrid una intentona de la Guardia de Corps. En septiembre y noviembre
del mismo año se producen disturbios sangrientos en Madrid entre partidarios y detractores
del rey. En aquellas fechas se subleva en Álava el comandante Juan Bautista Guergué
y el cura de Foronda. En enero de 1821 se levanta en La Mancha el teniente coronel Manuel Hernández, y el
29 de ese mismo mes se descubre la conspiración del capellán de honor del
rey, Matías Vinuesa,
llamado el cura de Tamajón. El 1 de julio de 1822, se subleva la Guardia Real, siendo derrotadas las tropas
por Francisco Ballesteros el
día 7.
Los
liberales moderados iban siendo desplazados por exaltados, y el rey, que
aparentaba acatar el régimen constitucional, conspiraba para restablecer el
absolutismo, lo que se logró tras la intervención de los Cien Mil Hijos
de San Luis, en 1823, permaneciendo en España hasta 1828.
Sin
embargo, la década liberal moderada había conseguido establecer ciertos logros que
molestaban a los Absolutistas más radicales y
en 1826 llegó a aparecer un manifiesto firmado por «una Federación de
Realistas Puros» que pretendía elevar al trono al infante Don Carlos y
derrocar a Fernando VII, si bien varios historiadores contemporáneos consideran
probado que se trataba de una falsificación liberal para perjudicar al infante
y enemistarlo con su hermano. Y sin embargo, en 1827 se produjo un
levantamiento de los llamados apostólicos (ultrarrealistas),12 Posteriormente sobreviene la guerra de
los malcontents, localizada otra vez en Cataluña (pero
también en parte de Aragón, Valencia, País Vasco y Andalucía; era una
insurrección contra Fernando VII que reclamaban, entre otras medidas, el
restablecimiento de la Inquisición,
y protestaban contra la impunidad con que las partidas de liberales asesinaban
a clérigos y realizaban todo tipo de saqueos, violaciones y crímenes contra
aquellos que tachaban de «serviles».13
En
medio de este clima social, el rey Fernando VII,
que preveía un gran problema sucesorio al no disponer de descendencia masculina
directa, promulgó en 1830 una Pragmática
Sanción, por la que pretendía derogar el Reglamento
de sucesión de 1713 aprobado por Felipe V (comúnmente
denominado como «Ley Sálica»), que
impedía que las mujeres accedieran al trono.14 A los pocos meses, su cuarta esposa
dio a luz a una niña, Isabel, que
fue proclamada princesa de Asturias.15
En otoño de 1832, Fernando VII cayó gravemente enfermo, los
seguidores de su hermano, Carlos María Isidro de Borbón, consiguieron que el rey firmara la
derogación de la Pragmática (los llamados Sucesos de La Granja), lo que
supondría que este heredaría el trono. Pero, recuperado de la enfermedad, Fernando VII tuvo tiempo de restablecer la
validez de la Pragmática Sanción antes de su muerte el 29 de
septiembre de 1833.7
Según
una confidencia que escribiría María
Cristina de Borbón a su hija Isabel diez
años después, habría sido la infanta Carlota,
liberal convencida y enemiga de Carlos María Isidro, quien presionó a Fernando
VII en su lecho de muerte para que firmase la anulación del decreto
derogatorio, ante la falta de interés del rey agonizante y la indecisión de su
esposa.17nota 1:
Viendo, en fin, que yo no tendría nunca
el triste valor que procuraba inspirarme, me trató de alma débil y pusilánime,
y, acercándose ella misma al lecho del dolor, se dirigió al moribundo y le
presentó el papel que era menester que firmase. Tu padre, entonces, dirigiendo
hacia ella una mirada suplicante, en que apenas se percibía la última chispa de
vida, le dijo con voz apagada: «Déjame morir». Pero tu tía Carlota, asiéndole
la mano y llevando la pluma que ella había colocado, le gritó: «Se trata de
morir bien; se trata de firmar». Mira tú, hija mía, a qué precio te ha hecho
Reina tu tía Carlota.17
A pesar de la derogación, los partidarios del Infante Carlos
María Isidro consideraron que este decreto se había sancionado de forma
despótica e ilegal al no haber sido convocadas las Cortes tradicionales y que, por tanto, la legislación
sálica seguía en vigor.16
Como
Isabel solo contaba en ese momento con tres años de edad, María Cristina asumió
la regencia y llegó a un acuerdo con los liberales moderados para preservar el
trono de su hija frente al alzamiento de los partidarios de Don Carlos.7
Estos
se denominaron carlistas, y eran
favorables a la monarquía tradicional española. Sus enemigos les tildaban
de absolutistas porque
procedían del realismo fernandino.18nota 2 Entre los partidarios de Don
Carlos se encontraba la mayor parte del pueblo,3 especialmente campesinos y artesanos,
sobre todo del mundo rural, que recelaban de las reformas y de las ideas
ilustradas o «masónicas», pero
también un quinto de la nobleza española y buena parte del estamento
eclesiástico, especialmente el bajo clero y el clero regular,
además de algunos obispos. Los partidarios de los derechos de Isabel fueron
conocidos como isabelinos o cristinos (por la regente María
Cristina). El gobierno apoyado por los liberales encontró
defensores en la población urbana, la burguesía y buena parte de la nobleza.23
Según Alfonso Bullón de Mendoza, desde octubre de 1832 se había
establecido una auténtica dictadura policiaco-militar en España, que
desarticuló la mayor parte de las tramas que habían organizado los seguidores
de Don Carlos para actuar tan pronto como muriese Fernando VII. Esta intensa
represión permitiría el dominio cristino en la mayor parte del país.3
En septiembre de 1833 muere Fernando VII y el infante Carlos María Isidro de Borbón, desde Portugal, tomó la voz y dictado de monarca y se
dirigió como tal a los secretarios del despacho, así como a los primeros
tribunales, magistrados y corporaciones del reino. Como al mismo tiempo rechazó
todas las mediaciones y todas las ofertas, se decretó su exclusión y la de toda
su línea del derecho a suceder en el trono.24
De este modo estallaba la guerra civil —conocida mucho
después como primera guerra carlista—, que sería la más reñida y sangrienta
del siglo xix.25
Con el objeto de evitar
los terribles actos de inhumanidad con que ambos partidos beligerantes se
distinguían en las provincias del Norte con respecto a las represalias, se
procedió a un tratado llamado de Eliot, promovido por los británicos (que se hallaban alarmados por la
violencia e inhumanidad de la guerra civil en España en la que participaban
también soldados británicos; el convenio se firmó en abril de 1835 entre el jefe carlista Tomás de Zumalacárregui y el isabelino Gerónimo Valdés gracias
a la intervención de lord Eliot, enviado por el gobierno británico, para dar fin a los
fusilamientos indiscriminados de prisioneros y promover el canje de los
mismos.) el cual quedó terminado en 27 de abril de 1835 y que concluyó con la
subida al ministerio de Mendizábal y
varias victorias obtenidas por las tropas isabelinas.32
. Solo pasaron unos cuantos meses antes de que las barbaridades otra vez se
hicieran con toda la implacabilidad como antes».10
Don Carlos
asesorado por su ministro José Arias Teijeiro,
llevó a cabo una reorganización de sus fuerzas y nombró jefe de Estado Mayor al
general Guergué.33
Según Mellado, los
carlistas estaban por entonces divididos entre «apostólicos», también llamados
“brutos” y «moderados». Los primeros (con los que simpatizaba el propio Don
Carlos), estaban encabezados por el citado Teijeiro y el obispo de León, Joaquín Abarca.34
En agosto, el General Carlista Maroto firmó
con el general Espartero “Cristino
o Isabelino”, que iba de victoria en victoria, el célebre convenio de
Vergara30 que sellaba la paz en España. En este documento se
acordó mantener los fueros en las
Provincias Vascongadas y Navarra e
integrar a la oficialidad carlista en el ejército liberal. Los carlistas que
permanecieron leales al pretendiente considerarían el convenio la razón de su
derrota militar.38
Don Carlos, este se casó en segundas nupcias el 2 de febrero de
1838 con la hija de Juan VI de Portugal,
la princesa de Beira.
Este matrimonio, contraído en Salzburgo y
ratificado después en Azcoitia y en el palacio del Duque de Granada, se hizo
público más adelante e inspiró a los carlistas esperanzas todavía de triunfo,
pues creían que la princesa traería al pretendiente poderosos auxilios de los
soberanos del norte de Europa. Pero las ilusiones quedaron bien pronto
desvanecidas y la misma princesa, cuando se publicó el convenio, fue acusada de
traidora por los carlistas sublevados en Vera, capitaneados
por el cura Echevarría, y amenazada de muerte, riesgo del cual se libró por un
gr an arranque de valor personal.30
Don Carlos, después de seguir varios y muy
diferentes pareceres de los que le rodeaban, sin decidirse enteramente por
ninguno, se retiró hacia Elizondo y entró en Francia por Urdax con las fuerzas que le acompañaban y otro verdadero
ejército de empleados que seguían su suerte. Se dijo que al poner el pie en el
territorio francés, sereno y conforme como era costumbre en él, manifestó que
estaba satisfecho de haber cumplido sus deberes como rey. El gobierno francés
mandó alojar al pretendiente con la vigilancia indispensable, primero en Ezpeleta y después en Bourges, brindándole con socorros que desdeñó; no así los que le
facilitaron los soberanos de Austria, Prusia y Cerdeña, ni tampoco
los que periódicamente y desde España le prodigaron sus más fieles adictos.30
Una multitud de carlistas se negaron a aceptar el convenio de Vergara y fueron
pasando a Francia en condiciones penosas y miserables, pues preferían la
emigración a la deshonra.39
Las partidas de
irredentos dirigidos por Cabrera continuaron la guerra en el Maestrazgo, desde donde dominaban casi la
totalidad de las provincias de Teruel y Castellón y
buena parte de las demás provincias adyacentes. Para humanizar la guerra, en
abril de 1839 Cabrera había firmado con Van Halen el convenio de
Segura40 y después se había dedicado a
fortificar sus posiciones. A fines de 1839 Cabrera se puso gravemente enfermo,
pero su subordinado Arnau y
otros siguieron realizando incursiones en las provincias de Cuenca y Albacete.41
Con unas fuerzas
veinte veces superiores, Espartero, junto con Zurbano y otros generales isabelinos,32 inició un plan de ataque con el
que capturó Segura, Castellote (tras una feroz resistencia) y
otras plazas. Estrechaba así cada vez más el cerco a los carlistas, hasta que
en mayo de 1840 logró finalmente tomar Morella,42 lo que obligó a Cabrera y los suyos
a pasar a Berga y desde allí a Francia. Espartero
entró triunfante en Barcelona, donde fue recibido con júbilo.43
Finalizada la guerra
civil, hubo casos de excombatientes carlistas que, a pesar de habierse acogido
al indulto del gobierno, fueron víctimas de acusaciones, persecuciones y
encarcelamientos, lo que obligó a algunos de ellos a volver a «echarse al
monte».4445 Fueron los conocidos como
«trabucaires» en Cataluña y «latrofacciosos» en el resto de España
(particularmente en La Mancha). Sin
embargo, no todos los que recibieron estos apelativos eran carlistas, sino que
muchas veces se trataba de simples bandoleros que la literatura oficial
confundía con los partidarios del pretendiente para desprestigiar el carlismo.46
En esta situación,
algunos cabecillas emigrados en Francia, como Planademunt o Felip, entraron nuevamente en Cataluña y, al
frente de algunos hombres, realizaron secuestros de hacendados y acciones
espectaculares contra los milicianos
nacionales y los mozos de escuadra. Asimismo, en 1842 José Miralles, alias «el Serrador», y Tomás
Peñarroya, alias «el Groc», entre otros, levantaron nuevas partidas
en el Maestrazgo47 y lograron mantenerse durante dos
años, hasta que el 26 de mayo de 1844 las tropas del gobierno lograron dar
muerte al Serrador cerca de Benasal48 y, en junio del mismo año, el Groc
fue asesinado a traición en una masía.49
Ya en la década moderada,
desacreditado el carlismo por la derrota en la primera guerra, abandonado por
muchos de sus famosos defensores tras el convenio de Vergara y
juzgado por muchos como incompatible con la civilización de la época,50
en octubre de 1844 Antonio de
Arjona, representante de Carlos María
Isidro, fundaba en Madrid el diario La Esperanza, a fin de mantener viva
la causa carlista. El 18 de mayo del año siguiente, Don Carlos abdicó en su
hijo primogénito, Carlos Luis de Borbón y Braganza, con la intención de que este procurase contraer
matrimonio con su prima Isabel II y resolviese así el pleito dinástico.51
Carlos Luis,
titulado conde de Montemolín y
conocido como Carlos VI por sus defensores, pensó entonces que
era forzoso transigir con las circunstancias de la época, modificar algún tanto
sus principios y admitir algunos de los progresos de la revolución liberal. Con
este objeto dirigió a los españoles un manifiesto el 23 de mayo de 1845, que fue
el acicate a que respondió con entusiasmo todo el partido montemolinista.50
Uno de los principales
valedores de la idea de casar a Isabel II con el conde de Montemolín era el
clérigo catalán Jaime Balmes, quien
inspiró un partido
monárquico escindido del partido moderado. Pero el proyecto de
matrimonio fracasó, entre otras cosas, debido a las exigencias de los carlistas
(que no se conformaban con que Carlos Luis fuese el rey consorte), a la escasez
de apoyos internacionales del pretendiente (especialmente en la Francia
de Luis Felipe de
Orleans), a la oposición de Narváez y
al hecho de que a Isabel le desagradaba el aspecto físico de su primo, que
padecía estrabismo. Finalmente,
el 28 de agosto de 1846 se anunció el próximo matrimonio de la reina con otro
de sus primos, Francisco de
Asís de Borbón, que contaba con el apoyo de Francia.52 Alfonso, el primogénito heredero, nació
en Madrid en 1857 como primogénito de la reina Isabel II . Oficialmente,
su padre era su marido, el rey Francisco de
Asís . La paternidad biológica de Alfonso se puso en
duda. Se especula que su padre biológico pudo haber sido Enrique Puigmoltó
y Mayans (un capitán de la guardia). [1] Estos
rumores serían luego utilizados como propaganda política contra Alfonso por
los carlistas .
En Bourges el conde de Montemolín lanzó una nueva proclama el 12 de
septiembre,53
luego pasó a Londres para organizar sus proyectos y desde allí dirigió la
segunda guerra carlista (también conocida como guerra de los matiners o
montemolinista). Los partidarios de más nombradía en la guerra anterior,
incluido Cabrera, se lanzaron a las montañas de Cataluña, organizaron sus
partidas y ardió de nuevo la tea de la guerra civil. En esta ocasión, los
carlistas tomaron también el nombre de montemolinistas
Se
prolongó la guerra civil hasta el 26 y 27 de enero de 1849 en que ocurrió la
acción del Pastoral, en la que fue derrotado y herido Cabrera; este golpe ya
hizo declinar la guerra, que sufrió un golpe mortal con la prisión del conde de
Montemolín verificada al entrar en España el 4 de abril. Y aunque el conde
recobró luego su libertad, y aunque Cabrera volvió a campaña, ya los pueblos
abandonaban a su suerte a los montemolinistas, a estos no les venían ya
auxilios del extranjero, porque eran escasas las probabilidades de la victoria.
El General Concha anunció el fin de la insurrección al pueblo español el 19 de
mayo de ese mismo año.
La violación de los usos parlamentarios por parte de la
Corona al final de la década moderada provocó el acercamiento entre los moderados del general Ramón María Narváez y los moderados "puritanos"
de Joaquín Francisco Pacheco y Ríos Rosas con los progresistas encabezados por el general Baldomero Espartero y Salustiano de Olózaga, que llegaron a formar un comité
electoral para presentar candidaturas conjuntas en las elecciones cuyo objetivo
era la conservación del régimen representativo que veían en peligro. Asimismo
los "puritanos" Ríos Rosas y Pacheco entraron en contacto con varios
militares afectos, como el general O'Donnell, y progresistas, como los
generales Domingo Dulce y Ros
de Olano, para
organizar un pronunciamiento cuyo objetivo era obligar a la reina Isabel II a
sustituir el gobierno del conde de San Luis, que carecía de apoyo en las Cortes y
que solo se sustentaba por la confianza de la Corona, por otro de
"conciliación liberal" que recuperara la letra y el
"espíritu" de la Constitución de 1845.
El antecedente más inmediato se produjo el 20
de febrero de 1854
cuando militares adeptos al Partido Democrático trataron de llevar a término una
sublevación en Zaragoza, con el apoyo de elementos civiles como Eduardo
Ruiz Pons, pero
fracasaron.
Ante el fracaso del pronunciamiento, los militares que lo encabezaron
buscaron el apoyo popular. El general O'Donnell se reunió con el general
Serrano en Manzanares quien le convenció de que era
necesario dar un giro al movimiento ofreciendo cambios políticos "que no
figuraban en sus intenciones iniciales". Así surgió el Manifiesto
de Manzanares redactado
por un joven Antonio Cánovas del Castillo, donde se planteaba la «conservación
del trono, pero sin camarilla que lo deshonre» y se prometía la rebaja de
los impuestos y el restablecimiento de la Milicia Nacional, dos viejas aspiraciones de progresistas y demócratas.3
De esta forma, según Jorge Vilches, los conjurados pretendían "agrupar a
la oposición al Gobierno [del conde de San Luis] y conseguir más elementos de
presión sobre la reina". El Manifiesto se hizo público el 7 de julio y en
él se prometía la "regeneración liberal" mediante la
aprobación de nuevas leyes de imprenta y electoral, la convocatoria de Cortes,
la descentralización administrativa y el restablecimiento de la Milicia
nacional, todas ellas propuestas clásicas del Partido Progresista.1
Así empezó la segunda fase de la que se llamaría después la "revolución de
1854" cuyo protagonismo correspondió a los progresistas y a los demócratas que iniciaron la insurrección el
14 de julio en Barcelona -donde revistió especial gravedad por la participación
de los obreros- y el 17 de julio en Madrid -donde la difusión desde mediados de
julio del Manifiesto de Manzanares movilizó a las clases populares azotadas por
el paro y donde fueron asaltados los palacios del marqués de Salamanca-, y del
propio presidente del gobierno, el Conde
de San Luis, entre
otros, así como el de la reina madre María Cristina de Borbón, que tuvo que refugiarse con sus hijos
en el Palacio de Oriente; asimismo fue asaltada la cárcel del Saladero para liberar a los
demócratas Nicolás María Rivero y Sixto
Cámara-. La sublevación
de Barcelona y de Madrid fue secundada en otros lugares donde también se
formaron juntas, como en Valencia o en Valladolid -en esta última ciudad la
insurrección tomó el carácter de motín antifiscal al grito de «más pan y
menos consumos», lo mismo que ocurrió en otras
ciudades leonesas, castellanas y asturianas-.45
Según algunas fuentes no contrastadas, los sublevados pretendían además del
restablecimiento de la Milicia Nacional, la supresión de la Constitución moderada de 1845 y una amplia amnistía para los presos
políticos. También hubo
alzamientos en Zaragoza y Logroño. Según esas mismas fuentes el
pronunciamiento fue financiado por distintos sectores económicos y, sobre todo,
por el banquero Juan Bruil.
Madrid el
18 de julio estaba lleno de barricadas- hizo imposible que los militares
pronunciados O'Donnell y Serrano pudieran aceptar el arreglo de compromiso que
le ofreció el gobierno. El duque de Rivas intentó reprimir la sublevación
popular -por lo que su gobierno fue conocido como «ministerio metralla»-
esperando la vuelta de las tropas que habían salido de Madrid.6
Finalmente
la reina, tal vez aconsejada por su madre, se decidió a llamar al general Baldomero Espartero, retirado en Logroño, para
que formara gobierno, a la vez que pedía a O'Donnell que regresara a la corte.
Para aceptar el cargo, Espartero exigió la convocatoria de Cortes Constituyentes, que la reina madre María
Cristina respondiese de las acusaciones de corrupción y que Isabel publicase un
manifiesto reconociendo los errores cometidos. La reina aceptó todas las
condiciones y el 26 de julio publicó el manifiesto dirigido al país en el que
decía:7
El
nombramiento del esforzado duque de la Victoria [Espartero] para presidente del
consejo de ministros y mi completa adhesión a sus ideas, dirigidas a la
felicidad común, serán la prenda más segura del cumplimiento de vuestras
aspiraciones
(Grabado del palacio de Doña María Cristina de Borbón, 17 de julio de 1854, obra de Pizarro, publicado en la revista La Ilustración).
El 28 de julio el general
Espartero hacía su entrada triunfal en Madrid aclamado por la multitud,
abrazándose con su antiguo enemigo el general O'Donnell. Así dio comienzo
el bienio progresista,8marchando
María Cristina de Borbón al exilio en Francia.
El General O'Donnell contó con el apoyo de Francia y Gran
Bretaña, a través de
sus respectivas embajadas, para realizar el pronunciamiento.123
El temor que
produjo a la corte la revolución de 1854 y el subsiguiente bienio progresista la llevó a intentar nuevas
negociaciones para la reconciliación de las dos ramas de la familia real, a fin
de oponerse juntos a los revolucionarios, enemigo común de ambas ramas de la
dinastía. Pero el proyecto no llegó a materializarse y los carlistas planearon
en solitario un nuevo levantamiento contra la revolución.
Las
condiciones de paz de la guerra de África —que no entregaban a España Tánger ni Tetuán a pesar de la victoria— generaron
un clima de descontento producido en el Ejército y el pueblo. Carlos Luis y sus partidarios pensaron en
aprovechar esta coyuntura, así como el hecho de que las tropas siguiesen aún en
África, y realizaron una nueva intentona, que incluía todo un programa de
gobierno para dar solución a los problemas de España.56
El 1 de
abril de 1860 el general Ortega, capitán general de Baleares (que se había hecho recientemente
carlista tras conocer las maniobras de la infanta Carlota antes de la muerte de
Fernando VII) fracasó debido a la negativa de sus propios oficiales a secundarlo.
Ortega fue fusilado por un consejo
de guerra formado
por capitanes, ante las protestas del general, que consideraba que debía ser
juzgado por un tribunal civil o bien por un consejo de guerra de generales,
según correspondía a su grado.57
Según uno de
los carlistas implicados en esta intentona, los carlistas nunca creyeron más
seguro el triunfo de su causa que en 1860. De acuerdo con este testimonio,
tanto Isabel II como su marido Francisco de Asís, que mantenían correspondencia con el
primo de ambos, Carlos Luis, estaban convencidos de que ocupaban el trono
ilegalmente, por lo que Isabel deseaba abdicar en Carlos. Además, no solo el
general Ortega, sino también el general Dulce, capitán general de Cataluña, y muchos
otros militares, debían secundar el movimiento, aunque finalmente faltaron a su
compromiso. Según este testimonio, el general Ortega fue condenado a muerte por
quienes antes habían sido sus amigos, «temiendo que las revelaciones que podía
hacer marcarían en sus rostros el estigma de la traición y felonía».60
Antes de ser fusilado, Ortega pidió a su ayudante Francisco
Cavero que, en
caso de que le sobreviviera, no delatase jamás a los que habían estado
implicados.61
En junio de 1866 tuvo lugar una insurrección en Madrid para
acabar con la Monarquía de Isabel II que fue dominada por el gobierno
de la Unión Liberal del general O'Donnell y que fue
conocida como la sublevación del
cuartel de San Gil,
porque fueron los sargentos de este cuartel de artillería los que
protagonizaron el alzamiento. Al mes siguiente, la reina Isabel II destituyó al
general O'Donnell por considerar que había sido demasiado blando con los
insurrectos, a pesar de que habían sido fusilados 66 de ellos, y nombró para
sustituirle al general Narváez, líder del Partido
Moderado2
que adoptó inmediatamente una política autoritaria y represiva, lo que
hizo imposible el turno en el poder con la Unión Liberal de O'Donnell, que entonces optó
por hacer el «vacío en Palacio» —según la expresión del propio O'Donnell—, solo
tras la muerte de O'Donnell, en noviembre de 1867, se sumaría la Unión Liberal
—liderada entonces por el general
Serrano— al pacto
de Ostende que
habían firmado un año antes progresistas y demócratas.3
A principios de 1866 estalló la primera crisis
financiera de la
historia del capitalismo español. Aunque estuvo precedida de la crisis de la
industria textil catalana, cuyos primeros síntomas aparecieron en 1862 a
consecuencia de la escasez de algodón provocada por la Guerra de Secesión norteamericana, el detonante de
la crisis financiera de 1866 fueron las pérdidas sufridas por
las compañías ferroviarias, que arrastraron con ellas a bancos y sociedades de
crédito.4Las
primeras quiebras de sociedades de crédito vinculadas a las compañías
ferroviarias se produjeron en 1864, pero fue en mayo de 1866 cuando la crisis
alcanzó a dos importantes sociedades de crédito de Barcelona, la Catalana General de
Crédito y el Crédito
Mobiliario Barcelonés,
lo que desató una oleada de pánico.5
Se sumó una grave crisis de subsistencias en 1867 y 1868 motivada por la
malas cosechas de esos años. Los afectados no fueron los hombres de negocios o
los políticos, como en la crisis financiera, sino las clases populares debido a
la escasez y carestía de productos básicos como el pan. Se desataron motines
populares en varias ciudades, como en Sevilla, donde el trigo llegó a
multiplicar por seis su precio, o en Granada, al grito de «pan a ocho
[reales]». La crisis de subsistencias se vio agravada por el crecimiento del
paro provocado por la crisis económica desencadenada por la crisis financiera,
que afectó sobre todo a dos de los sectores que más trabajo proporcionaban, las
obras públicas —incluidos los ferrocarriles— y la construcción. La coincidencia
de ambas crisis, la financiera y la de subsistencias, creaba «unas condiciones
sociales explosivas que daban argumentos a los sectores populares para incorporarse
a la lucha contra el régimen isabelino».6
El pacto de Ostende entre
progresistas y demócratas, que recibe su nombre por el de la ciudad de Bélgica donde
se firmó el 16 de agosto de 1866, fue una iniciativa del general
progresista Juan Prim con el objetivo de derribar la Monarquía
de Isabel II. Constaba de dos puntos:3
1.º,
destruir lo existente en las altas esferas del poder;
2.º, nombramiento de una asamblea constituyente, bajo la dirección de un
Gobierno provisorio, la cual decidiría la suerte del país, cuya soberanía era
la ley que representase, siendo elegida por sufragio universal directo.
La ambigua
redacción del primer punto permitía incorporar al Pacto a otras personalidades
y fuerzas políticas. Así, tras el fallecimiento de O'Donnell, Prim y Serrano
—paradójicamente, el mismo militar que había dirigido la represión de la sublevación del cuartel de San Gil—
firmaron un acuerdo en marzo de 1868 por el que la Unión Liberal se sumaba al
Pacto. «Con esto la Unión Liberal aceptaba la entrada en
un nuevo proceso constituyente y en la búsqueda de una nueva dinastía, y, según
el punto segundo [del pacto de Ostende], la soberanía única de la nación y el
sufragio universal».3
La respuesta de Narváez fue acentuar su política autoritaria.
Las Cortes cerradas en julio de 1866 no volvieron a abrirse porque fueron
disueltas y se convocaron nuevas elecciones para principios de 1867. La
«influencia moral» del gobierno dio una mayoría tan aplastante a los diputados
ministeriales que la Unión Liberal, lo más parecido a una oposición
parlamentaria, quedó reducida a cuatro diputados. Además en el nuevo reglamento
de las Cortes aprobado en junio de 1867, tres meses después de haber sido
abiertas, se suprimió el voto de censura, reduciendo así sensiblemente su capacidad para controlar al
gobierno.7
En abril de 1868 falleció el general Narváez y la reina nombró para sustituirle
al ultraconservador Luis González Bravo que siguió con la política
autoritaria y represiva de su antecesor.
A principios de septiembre de 1868 todo estaba preparado para
el pronunciamiento militar que se acordó que se iniciaría en
Cádiz con la sublevación de la flota por el almirante unionista Juan Bautista Topete. Allí llegó en la noche del 16 de
septiembre desde Londres, vía Gibraltar, el general Prim, acompañado de los
progresistas Práxedes Mateo Sagasta y Manuel Ruiz Zorrilla, antes de que llegaran desde Canarias
en un vapor alquilado con dinero del duque de Montpensier los generales unionistas que
estaban allí desterrados, encabezados por el general Francisco Serrano.8
Prim y Topete decidieron no esperar y el 18 de septiembre se sublevaba Topete
al frente de la escuadra. Al día siguiente, tras la llegada de Serrano y los
generales unionistas desde Canarias, Topete leyó un manifiesto redactado por el
escritor unionista Adelardo
López de Ayala en
el que se justificaba el pronunciamiento y que acababa con un grito —«¡Viva
España con honra!»— que se haría célebre. Según Josep Fontana, el manifiesto
«era un auténtico prodigio de ambigüedad política».9
«El manifiesto "España con honra" que redactó Adelardo López de Ayala y firmaron el Duque de la Torre, Juan
Prim, Domingo
Dulce, Ramón
Nouvilas, Rafael Primo de Rivera, Antonio Caballero y
Fernández de Rodas y Juan Bautista Topete estaba llamado a ser uno de los
emblemas básicos de la España liberal y democrática».10
En los días
siguientes el levantamiento se fue extendiendo por el resto del país, empezando
por Andalucía. El 20 de septiembre se formaba en Sevilla la primera junta que
publicó un manifiesto en el que exponía una serie de reivindicaciones
populares, como la abolición de las quintas y los consumos o la libertad religiosa, que iban
mucho más lejos que lo ofrecido en el manifiesto leído por Topete.11
Prim por su parte a bordo de la fragata blindada Zaragoza recorrió la
costa mediterránea logrando que se sumaran al movimiento todas las ciudades
ribereñas desde Málaga hasta Barcelona.12
El día
anterior, 19 de septiembre, González Bravo dimitió y la reina Isabel II nombró
para sustituirle al general José Gutiérrez de la Concha, quien mantuvo
a casi todos los ministros del gobierno anterior y puso a González Bravo al
frente del ministerio de Gobernación. El general de la Concha organizó en
Madrid un ejército como pudo, dada la falta de apoyo que encontró entre los
mandos militares —ni un solo general «se me presentó entonces, ni aun después,
para pedirme un puesto para combatir la revolución», afirmaría más tarde— y lo
envió a Andalucía al mando del general Manuel Pavía y Lacy, Marqués de Novaliches,
para que acabara con la rebelión. Al mismo tiempo aconsejó a la reina que
volviera a Madrid desde San Sebastián donde estaba de veraneo, al igual que
el padre Claret que le dijo: «Si su majestad
fuera una muñeca, me la pondría en el bolsillo y echaría a correr a Madrid para
salvar a España de su revolución». Sin embargo, al poco tiempo de iniciar el
viaje en tren a Madrid, el general de la Concha le envió un telegrama a la
reina pidiéndole ahora que siguiera en San Sebastián porque las situación de
las fuerzas leales había empeorado.13
(Madrid: la Puerta del Sol en la mañana del 29 de septiembre de 1868, de Urrabieta, en El Museo Universal.)
El 28 de
septiembre tuvo lugar la decisiva batalla de Alcolea (en
la provincia de Córdoba) en la que la
victoria fue para las fuerzas sublevadas al mando del general Serrano que
contaron con el apoyo de millares de voluntarios armados. Al día siguiente el
levantamiento triunfaba en Madrid y el día 30 Isabel II abandonaba España desde
San Sebastián.14
En el mensaje dirigido por la reina a la
nación «al poner mi planta en tierra extranjera» advertía de que no renunciaba
a
la integridad de mis derechos ni podrán afectarle en modo alguno los actos del gobierno revolucionario; y menos aún los acuerdas de las asambleas que habrán de formarse necesariamente al impulso de los furores demagógicos, con manifiesta coacción de las conciencias y de las voluntades.
«Como en 1840 y 1854, el esquema del pronunciamiento aparece con toda claridad:
primero, el resentimiento de los generales-políticos por su alejamiento del
poder y la justificación de este resentimiento en principios teóricos; después,
la etapa de los sondeos y los compromisos; por último, el pronunciamiento
mismo, acompañado de las proclamas emocionales y vibrantes, en las que se hace
un llamamiento al pueblo y en las que se expone mejor lo que no se quiere que
lo que se proyecta hacer». Sin embargo, el de 1868 presenta algunas novedades:
«el objetivo del pronunciamiento no se dirige solo contra un Gobierno
corrompido, sino contra la misma persona de la Reina, a la que se juzga
incompatible con "la honradez y la libertad" que los pronunciados
proclaman; su difusión desde la periferia, donde tienen su fuerza, es muy
rápida, imponiéndose desde ella al centro; y finalmente, la misma naturaleza
del compromiso contraído por los conspiradores era una novedad sin precedentes:
el que fuera una Asamblea Constituyente, elegida por sufragio universal directo, la que decidiese el tipo de gobierno
que debía tener el país».15
Lo que buscaban tanto la
Unión Liberal como el Partido Progresista —este último en un sentido más
radical— era eliminar los obstáculos que permitieran «culminar el tránsito
hacia una sociedad plenamente burguesa, donde el sistema
capitalista funcionara de un modo
racional», mientras que el Partido Demócrata sí «buscaba un cambio real en las
condiciones de vida y [era] el que reclamaba, junto a una verdadera democracia asentada sobre el sufragio universal,
la liquidación de aquellas medidas que más afectaban a las clases
populares: quintas, consumos, una
auténtica adhesión a Europa. La revolución democrática era la meta que movilizó
a aquellos sectores populares que organizaron las barricadas y sostuvieron con
su actitud las Juntas revolucionarias que más tarde el Gobierno Provisional se
ocupó de desarticular».17
La historiografía liberal del siglo XIX explicó la
revolución de 1868 por motivos políticos. Según esta visión, durante el reinado de Isabel II se produjo un enfrentamiento entre
dos ideologías: una casi absolutista, reaccionaria, clerical, representada por
el Partido Moderado y por la Corona y su camarilla; y otra liberal, reformista,
anticlerical (que no anticatólica) y progresista. Así la revolución de 1868
significaba el triunfo de la segunda sobre la primera, como lo demostraba el
grito que resonó fuertemente durante «La Gloriosa»: «¡Viva la Soberanía
Nacional! ¡Abajo los Borbones!».18
En 1957 el
historiador catalán Jaume Vicens Vives cuestionó que los motivos
políticos fueran suficientes para explicar la revolución y defendió que había
que tener en cuenta la difícil coyuntura económica por la que atravesaba
España en aquellos momentos a causa de la crisis financiera de 1866 lo que explicaría que la «burguesía» se «separase» del régimen isabelino
para derribar el incompetente gobierno del Partido
Moderado y el
propio trono de Isabel II que era quien lo sustentaba. Esta tesis fue
desarrollada a finales de los años 1960 y principios de la década de 1970
—coincidiendo con el primer centenario de la revolución— por una serie de
historiadores como Nicolás Sánchez Albornoz, Manuel
Tuñón de Lara, Gabriel
Tortella y Josep
Fontana. Este último
publicó en 1973 un libro en el que su capítulo más extenso se titulaba «Cambio
económico y crisis política. Reflexiones sobre las causas de la revolución de
1868» que ejercería una gran influencia y en el que señalaba que buena parte de
los políticos y militares que protagonizaron la revolución tenían intereses en
las compañías ferroviarias cuyas crecientes pérdidas habían desencadenado
la crisis financiera de 1866 —el general Serrano, por ejemplo,
era el presidente de la Compañía
de los Ferrocarriles del Norte que atravesaba graves problemas que solo una subvención del Estado
podría solucionar—. Además había que considerar la importancia de otra crisis
de raíz económica, paralela a la crisis financiera, la crisis de subsistencias de 1867-1868 resultado de las
malas cosechas de aquellos años que provocó una grave escasez y carestía de
productos básicos como el pan y que afectó muy duramente a las clases
populares. Todos estos estudios abrieron un gran debate, especialmente
cuando Miguel Artola por aquellos mismos años volvió a defender la primacía
de los factores políticos sobre los factores económicos y sociales para
explicar la revolución.19
De la Fuente señalaba que
la crisis financiera de 1866 había
afectado a toda la élite política isabelina por igual, por lo que no explicaba
que un sector de ella se mantuviera del lado de Isabel II y otro del lado
revolucionario, y por tanto había que descartar a la crisis financiera como una
de las principales causas de la revolución. De hecho se podía constatar que la
mayoría de los hombres de negocios, banqueros y grandes comerciantes y
empresarios ni colaboraron ni se sumaron al pronunciamiento.
En cuanto a la crisis de subsistencias de 1867-1868 De la Fuente también la
descartaba como causa directa de la revolución, porque la movilización popular
se produjo después de la revolución y como consecuencia del
mayor margen de libertad que trajo consigo, y no antes.22
Sin embargo, Josep Fontana, en un libro publicado en 2007 reafirmaba la
importancia de las causas económicas de la revolución de 1868: «La revolución
de 1868 fue un movimiento organizado desde arriba por políticos y militares que
tenían unos objetivos limitados: acabar con el bloqueo del sistema
parlamentario que impedía el acceso al poder de los progresistas e implantar unas medidas
de urgencia para resolver la mala situación económica, en particular la de las
empresas ferroviarias».23
Una síntesis del relativo
consenso que se ha alcanzado en la actualidad en el debate sobre las causas de
la revolución de 1868 la podemos encontrar en dos libros publicados en 2006 y
2007.2425
En el segundo de ellos Juan Francisco Fuentes resume así el estado de la
cuestión:6
Conviene descartar, pues, interpretaciones simplistas del final de la Monarquía isabelina basadas en una relación causa-efecto entre la crisis económica y la Revolución de 1868, en la que tanto protagonismo tuvieron algunos políticos y generales directamente afectados por la situación de las empresas financieras y ferroviarias. Pero tampoco se puede ignorar la importancia que aquella gran crisis del capitalismo español iniciada en 1864 tuvo en la percepción general de las élites políticas y económicas: el convencimiento de que el régimen isabelino, reducido finalmente a una pequeña camarilla político-clerical, se había aislado por completo de la realidad nacional. A los ojos de una buena parte de la sociedad española, aquello era el final de una época. Una grave crisis de subsistencias en los años 1867-1868 acabaría de generalizar esa sensación de catástrofe nacional que se apodera del país en la última etapa del reinado de Isabel II
El 8 de octubre se formaba un gobierno provisional presidido por el general Serrano,
y del que formaban parte el general Prim y el almirante Topete. Se sellaba así
el triunfo de la que sería llamada la Revolución de 1868 o La Gloriosa que
había puesto fin al reinado de Isabel II.11
La revolución de 1868 destronó a Isabel II y llevó el subsiguiente periodo
revolucionario, numerosos políticos y militares moderados, que habían sido
antes leales a la reina, fueron pasando a las filas carlistas. Para ellos, la
salvación de España se hallaba en el nuevo y joven pretendiente, Carlos de Borbón y Austria-Este (Carlos VII), en quien su
padre, Juan de Borbón y Braganza —rechazado por los carlistas por
su pensamiento liberal—,64
había abdicado sus derechos.65
La revolución de 1868 hizo revivir el
carlismo con toda fuerza y energía.62 Arturo Masriera describió
la situación de la siguiente manera:
El derribo de templos y
conventos, los atropellos contra inocentes e indefensas señoras, que, por ser
tales y ser a la vez religiosas, no obtuvieron consideración ni respeto de los
gobiernos revolucionarios; el ateísmo proclamado desde el templo de las leyes,
las iniquidades contra los ministros del Señor y la persecución abierta o
solapada, contra todo lo que significaba el espíritu de fe, de tradición y de
instituciones patrióticas, bastaron para despertar de su letargo a los
carlistas que, desde los primeros días de la Revolución, se dividieron en dos
grupos: los piadosamente tímidos que todo lo esperaban de la oración y la
Providencia, y los animosamente bravos, que anhelaban lanzarse al campo y, por
la fuerza de las armas, redimir a España del yugo revolucionario.63
El ambiente de inestabilidad política originado por la revolución de Septiembre y la cuestión religiosa suscitada
con la promulgación de la Constitución española de 1869, que sancionaba la libertad de cultos —en vulneración del Concordato
con la Iglesia—, motivó
que los carlistas se lanzasen a un alzamiento, en el que se iba a reivindicar
especialmente la llamada unidad católica, defendida por los diputados carlistas
en las Cortes66
Carlos VII
había nombrado general en jefe a Cabrera para ganarse a los demás cabecillas
carlistas, que confiaban en su prestigio.68
Sin embargo, Cabrera, aunque tenía ya trabajos de conspiración avanzados,68
consideraba que era preciso aguardar aún y centrarse en adquirir fondos,69
mientras que Don Carlos creía su honor comprometido y estaba dispuesto a entrar
en España como fuese. Ofendido por la falta de entusiasmo de Cabrera,70
dispuso en julio un levantamiento sin contar con él.71
No obstante, algunos
carlistas, ignorando el fracaso del plan, se levantaron a finales de julio. En
la provincia de León destacó
la partida del exalcalde de León Pedro Balanzátegui,
que fue fusilado por la Guardia Civil, y, en La Mancha, la del general Polo,74 que fue apresado y desterrado a
las Islas Marianas.75
Tras haber señalado la mala
organización del golpe, debido a la cual los militares que estaban
comprometidos con los carlistas no se habían movido, el 7 de agosto Cabrera
presentó su dimisión de la jefatura carlista. Don Carlos, indeciso, permaneció
algún tiempo cerca de la frontera española, confiando aun en que el movimiento
se extendería a Cataluña.76 Finalmente se trasladó a Ginebra.67
Tras esta primera intentona por Carlos VII, en agosto
de 1870 se produciría una segunda en las Provincias Vascongadas,74
planeada por Eustaquio Díaz de Rada.77
La impaciencia de algunos jefes carlistas, que estimaban que era preciso
aprovechar la coyuntura de la guerra franco-prusiana y
contaban con el compromiso y las adhesiones de muchos oficiales del Ejército (e
incluso de la Guardia Civil en alguna provincia de Castilla) les había llevado
a planear otro alzamiento, que no obtuvo la autorización de Don Carlos.78
A pesar de ello, debido a una trampa urdida por el coronel del Ejército José Escoda y Canela, quien fingió haberse
aliado a los carlistas con la intención de capturar al pretendiente, se llevó a
cabo finalmente una sublevación espontánea. Las partidas alzadas fueron
rápidamente reprimidas por el capitán general de las Vascongadas y
Navarra Allende-Salazar.77
Beneficiados por la libertad ideológica del Sexenio Democrático para
los partidos antidinásticos y la adhesión de la mayoría de los llamados neocatólicos a Carlos de Borbón y Austria-Este tras la revolución de 1868,
el carlismo había revivido como fuerza política y se publicaban numerosos
folletos y periódicos carlistas en toda España.79
Pero las nuevas libertades políticas no habían traído la concordia social, sino
todo lo contrario, y la partida de la porra de
los progresistas,
que veían aquello como una amenaza a la libertad, cometió algunos asesinatos y
atentados contra los casinos y las imprentas de los periódicos carlistas que se
iban fundando.80
La popularidad del carlismo en aquel momento era tal, que el
mismo ministro Ruiz Zorrilla manifestó en el Congreso que si se
sometía a plebiscito quién debía ser el rey de España, la nación elegiría a
Carlos VII.80
Tras optar por la lucha electoral, en las cortes de 1869, los carlistas o católico-monárquicos obtuvieron
una veintena de diputados, y en las siguientes
elecciones legislativas más
de cincuenta.
La
coalición de liberales, moderados y republicanos se enfrentaba a la tarea de
encontrar un mejor gobierno que sustituyera al de Isabel. Al principio las
Cortes rechazaron el concepto de una república para España, y Serrano fue
nombrado regente mientras
se buscaba un monarca adecuado para liderar el país. Previamente se había
aprobado una constitución de
corte liberal que fue promulgada por las cortes en 1869.
La
búsqueda de un Rey apropiado demostró finalmente ser más que problemática para
las Cortes. Juan
Prim, el eterno rebelde contra los gobiernos isabelinos, fue nombrado dirigente
del gobierno en 1869 y el general Serrano sería regente,
y suya es la frase: «¡Encontrar a un rey democrático en Europa es tan difícil
como encontrar un ateo en el cielo!». Se consideró incluso la opción de nombrar
rey a un anciano Espartero,
aunque encontró el rechazo del propio general, que, no obstante, obtuvo ocho
votos en el recuento final.
Muchos
proponían al joven hijo de Isabel, Alfonso (que posteriormente sería el
rey Alfonso XII de España),
pero la sospecha de que este podría ser fácilmente influenciable por su madre y
que podría repetir los fallos de la anterior reina hacían que no fuera una
alternativa viable. Fernando de
Sajonia-Coburgo, antiguo regente de la vecina Portugal, fue considerado también como una
posibilidad. Otra de las posibilidades era el príncipe Leopoldo
de Hohenzollern, de la Casa Hohenzollern, que fue propuesto
por Otto von Bismarck,
y que provocó abiertamente el rechazo de Francia, hasta el punto de que el
ministro de asuntos exteriores francés enviara el llamado Telegrama de Ems, que posteriormente sería el
detonante (o la excusa) para la Guerra
Franco-Prusiana. Finalmente, se optó por un rey italiano, Amadeo de Saboya, pero su reinado tan solo
duró dos años y un mes entre 1871 y 1873.
La llegada
de Amadeo de Saboya, considerado por los carlistas como un
usurpador extranjero y odiado por ser «el hijo del carcelero del Papa»,
terminaría por imponer la opción armada.nota 3
El plan de
la nueva insurrección carlista en 1871 no era actuar en la montaña, sino tomar
ciudades importantes mediante una sublevación militar rápida. Para ello los
carlistas, dirigidos por el general Cevallos, habían logrado el compromiso de varios
oficiales y jefes del Ejército español, que estaban de acuerdo con el plan
urdido por Cabrera. En agosto de 1871 estaba todo
preparado,82
incluyendo fusiles, pólvora y demás pertrechos de guerra,83
pero Carlos VII no dio la orden y en septiembre suspendió los trabajos de
conspiración.84
Las elecciones
del 2 de abril de 1872,
en que los carlistas verían reducido ostensiblemente su número de escaños en
las Cortes, resultaron decisivas para imponer la opción armada. Don Carlos
consideró inaceptables los procedimientos del gobierno de Sagasta durante el periodo preelectoral y
el día de la elección90
y antes de que acabaran las elecciones mandó que se retirasen los candidatos y
que los diputados y senadores que ya hubiesen sido elegidos no se presentasen
en las Cortes. La insurrección estaba ya decidida. Para justificar su conducta,
su secretario aclaró en una comunicación a las cancillerías extranjeras más
importantes que «el partido carlista que representa la mayoría del país
rechaza, en nombre de sus principios, todas las maquinaciones del partido
liberal que son el prólogo de la disolución social» y que «el duque de Madrid
quería a todo trance evitar un alzamiento en armas», añadiendo que, aunque los
carlistas habían aceptado la lucha en el terreno exigido por sus enemigos, se
habían empleado ilegalidades, violencias y farsas «para evitar que fuese a las
Cortes la verdadera mayoría».92
El 8 de abril el pretendiente
envió desde Ginebra una
primera carta a Díaz de Rada con
instrucciones reservadas, y el día 14 una segunda, en la que ordenaba que se
hiciese un alzamiento general el día 21, asegurando a sus seguidores que él
estaría el primero «en el punto de peligro». Los catalanes se anticiparon a la
fecha acordada,90
y el 6 de abril salió la primera partida mandada por el general Castells en
la provincia de Barcelona.93
(El general Francisco Serrano, autor del convenio de Amorebieta que paralizó la guerra en el Norte en 1872).
Díaz de Rada se movía en
Navarra, Dorronsoro en Guipúzcoa, Ulibarri en Vizcaya, Marco de Bello en Aragón y Cucala en
el Maestrazgo.90
Sin embargo, la realidad de la sublevación era muy inferior a la esperada, por
lo que Díaz de Rada y otros trataron de impedir que Don Carlos entrase en
España como había prometido. Pero el pretendiente hizo caso omiso y entró
en Vera de Bidasoa, donde fue aclamado por la
población.94
Se levantaron muchas partidas en Navarra93
y el 4 de mayo se libró la primera batalla en Oroquieta, que duró solo media hora, pues
los carlistas, que habían sido sorprendidos por sus enemigos, se quedaron sin
municiones. El fracaso obligó a Don Carlos a cruzar el Ulzama al
galope, internándose en Francia por los Alduides al
día siguiente.95
A pesar de ello, en las provincias vascas, al igual que en la primera guerra, los carlistas habían logrado hacerse fuertes. Allí se produjeron los combates de Mañaria y Arrigorriaga, y en la acción de Oñate fue herido el brigadier Ulibarri. Desde entonces empezó a decaer el alzamiento en las Vascongadas y el 24 de mayo de 1872 se firmó el convenio de Amorebieta entre el general amadeísta Francisco Serrano y la Diputación de Vizcaya. En el resto de España siguió habiendo numerosas acciones, pero la guerra fue languideciendo ante los hechos ocurridos en Vascongadas.93
Llego la primer intento republicano en la historia de España fue una experiencia corta, caracterizada por la inestabilidad política. En sus primeros once meses se sucedieron cuatro presidentes del Poder Ejecutivo, todos ellos del Partido Republicano Federal, hasta que el golpe de Estado del general Pavía del 3 de enero de 1874 puso fin a la república federal proclamada en junio de 1873 y dio paso a la instauración de una república unitaria bajo la dictadura del general Serrano, líder del conservador Partido Constitucional. El período estuvo marcado por tres conflictos armados simultáneos: la tercera guerra carlista, la sublevación cantonal y la Guerra de los Diez Años cubana. La Primera República se enmarca dentro del Sexenio Democrático, que comienza con la Revolución de 1868 que dio paso al reinado de Amadeo I de Saboya, al que siguió la república, y termina con el pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto.
Tampoco la Primera República por medio de un consenso
sereno y pactado transversalmente; para hacerse una idea de cómo llegaría el
nuevo régimen a España tal vez bastara el siguiente pasaje:
El rey Amadeo I renunció al trono de España el día 11
de febrero de 1873.1
La abdicación estuvo motivada por las dificultades a las que tuvo que
enfrentarse durante su corto reinado, como la guerra en Cuba, el estallido de la Tercera Guerra Carlista, la oposición de los monárquicos alfonsinos,
que aspiraban a la restauración borbónica en la figura de Alfonso de Borbón, hijo de Isabel II, las diversas insurrecciones
republicanas y la división entre sus propios partidarios. Además de eso, el
efímero monarca contó con un apoyo popular prácticamente nulo. El detonante
final fue la crisis de gobierno originada a causa del conflicto artillero
iniciado con el nombramiento de capitán general a Baltasar Hidalgo de Quintana, a quien no podían ver los oficiales de
artillería desde el 22 de junio de 1866, pidiendo todos su licencia absoluta o
retiro. El gobierno decide la disolución del cuerpo de artillería obteniendo el
7 de febrero 191 votos en las cortes, los mismos que habían elegido a Don
Amadeo, que no usó la prerrogativa regia a favor de los artilleros y firmó el
decreto de disolución del cuerpo de artillería el 9, abdicando seguidamente el
11 de febrero.2
El lunes 11
de febrero, el
diario La Correspondencia de España dio
la noticia de que el rey había abdicado e inmediatamente los federales
madrileños se agolparon en las calles pidiendo la proclamación de la República. El gobierno del Partido Radical de Ruiz Zorrilla se reunió y en su
seno las opiniones estaban divididas entre el presidente y los ministros de
procedencia progresista, que pretendían constituirse en
gobierno provisional para organizar una consulta al país sobre la forma
de gobierno —postura
que también apoyaba el partido constitucional del general
Serrano, porque de esa
forma no se produciría la proclamación inmediata de la República—, y los
ministros de procedencia demócrata encabezados por Cristino
Martos y apoyados
por el presidente del Congreso de los Diputados, Nicolás María Rivero, que se decantaban por la reunión
conjunta del Congreso y del Senado que, constituidos en Convención, decidirían
la forma de gobierno, lo que conduciría a la proclamación de la República dada
la mayoría que formaban en ambas cámaras la suma de republicanos federales y de
estos radicales de procedencia demócrata.4
El presidente Ruiz Zorrilla acudió al Congreso
de Diputados para pedir a los diputados de su propio partido, que tenían la
mayoría absoluta en la Cámara, que aprobaran la suspensión de las sesiones al
menos veinticuatro horas, las suficientes para restablecer el orden. Asimismo
pidió que no se tomara ninguna decisión hasta que llegara a las Cortes el
escrito de renuncia a la Corona del rey Amadeo I y anunció que el gobierno
presentaría un proyecto de ley de abdicación. Con todo ello Ruiz Zorrilla
pretendía ganar tiempo, pero fue desautorizado por su propio ministro de
Estado Cristino
Martos cuando este
dijo a la Cámara que en cuanto llegara la renuncia formal del rey el poder
sería de las Cortes y «aquí no habrá dinastía ni monarquía posible, aquí no hay
otra cosa posible que la República». Así se aprobó la moción del
republicano Estanislao Figueras para que las Cortes se declararan
en sesión permanente, a pesar del intento de Ruiz Zorrilla de que los radicales
no la apoyaran. Mientras tanto el edificio del Congreso de los Diputados había
sido rodeado por una multitud que exigía la proclamación de la República,
aunque la Milicia Nacional logró disolverla.5
Al día
siguiente, martes 11 de febrero, los jefes de distrito republicanos amenazaron
al Congreso de los Diputados con que si no proclamaban la República antes de
las tres de la tarde iniciarían una insurrección. Los republicanos de Barcelona
enviaron un telegrama a sus diputados en Madrid en el mismo sentido. Entonces
los ministros demócratas encabezados por Martos, junto con los presidentes del
Congreso y del Senado, Rivero y Figuerola, decidieron que se reunieran ambas
Cámaras, ante las cuales se leyó la renuncia al trono de Amadeo I, y a
continuación, ante la ausencia del presidente del gobierno Ruiz Zorrilla, el
ministro de Estado Martos anunció que el gobierno devolvía sus poderes a las
Cortes con lo que estas se convertían en Convención y asumían todos los poderes
del Estado. Entonces, varios diputados republicanos y radicales presentaron una
moción para que las dos cámaras, constituidas en Asamblea Nacional, aprobaran
como forma de gobierno la República y eligieran un Poder Ejecutivo responsable
ante aquella.6
La proposición decía así:
La Asamblea Nacional asume los poderes y declara como forma de gobierno la
República, dejando a las Cortes Constituyentes la organización de esta forma de
gobierno.
Manuel Ruiz Zorrilla, hasta entonces presidente
del gobierno, intervino para decir:
Protesto y protestaré, aunque me quede solo, contra aquellos diputados que
habiendo venido al Congreso como monárquicos constitucionales se creen
autorizados a tomar una determinación que de la noche a la mañana pueda hacer
pasar a la nación de monárquica a republicana.
A continuación
el republicano Emilio Castelar subió al estrado y
pronunció este discurso que fue respondido con encendidos aplausos:
Señores, con Fernando VII murió la monarquía tradicional; con la fuga de Isabel II, la monarquía parlamentaria; con la renuncia
de don Amadeo de Saboya, la monarquía democrática; nadie ha acabado
con ella, ha muerto por sí misma; nadie trae la República, la traen todas las
circunstancias, la trae una conjuración de la sociedad, de la naturaleza y de
la Historia. Señores, saludémosla como el sol que se levanta por su propia
fuerza en el cielo de nuestra Patria.
dibujo de Vierge en Le Monde Illustré.)
La Asamblea Nacional reasume todos los poderes y declara la República como
forma de gobierno de España, dejando a las Cortes Constituyentes la
organización de esta forma de gobierno. Se elegirá por nombramiento directo de
las Cortes un poder ejecutivo, que será amovible y responsable ante las mismas
Cortes.
Cristino
Martos fue elegido
presidente de la autoproclamada Asamblea Nacional, "«el verdadero poder en
una situación de Convención», por 222 votos frente a los 20 que reunió Nicolás María Rivero.89.
«En muchos pueblos de Andalucía la
República era algo tan identificado con el reparto de tierras que los campesinos
exigieron a los ayuntamientos que se parcelaran inmediatamente las fincas más
significativas de la localidad... algunas [de las cuales] habían formado parte
de los bienes comunales antes de la desamortización».11En
casi todos los lugares la República también se identifica con la abolición de
las odiadas quintas,
promesa que la Revolución de 1868 no había cumplido, como
recordaba una copla que se cantaba en Cartagena:12
El encargado de la tarea de restablecer el orden era el ministro de la
Gobernación Francisco Pi y Margall, el principal defensor
del federalismo pactista de abajo arriba que las juntas estaban poniendo en
práctica. Pi consiguió la disolución las juntas y la reposición de los
ayuntamientos que habían sido suspendidos a la fuerza en "una clara prueba
de su empeño en respetar la legalidad incluso contra los deseos de sus propios
partidarios",11
aunque mantuvo el cuerpo armado de Voluntarios de la República que se
oponía a los cuerpos de seguridad y a los Voluntarios de la Libertad, la milicia
monárquica fundada en el reinado de Amadeo I. En las Cortes, el diputado
conservador Romero Ortiz preguntó qué partes de la Constitución estaban
vigentes, a lo que el presidente Figueras le respondió que solo el Título I,
que era donde se reconocían los derechos individuales.13
El gobierno
Figueras firmó solemnemente el cese del servicio militar obligatorio, y creó
el servicio voluntario. Cada soldado cobraría una peseta diaria
y un chusco.14
Por su parte, los integrantes de la milicia de los Voluntarios de la República
recibían un sueldo de 50 pesetas al alistarse, más 2 pesetas y un chusco
diarios.
Jornada del
24 de febrero en el Congreso de los Diputados,
en Le Monde Illustré.
Solo trece
días después de haberse formado el nuevo gobierno se encontraba bloqueado por
las diferencias que existían entre los ministros radicales y los republicanos
por lo que el presidente Figueras presentó la dimisión a las Cortes el 24 de febrero.
Esta situación fue aprovechada por el líder de los radicales y presidente de
la Asamblea Nacional Cristino Martos para intentar un golpe de Estado que desalojara del
gobierno a los republicanos federales y le permitiera formar uno exclusivo de
su partido que diera paso a una república liberal-conservadora; Pi y Margal
consiguió evitarlo y se acordó disolver la Asamblea Nacional
donde los radicales gozaban de mayoría absoluta.15
El 8 de marzo, cuando la Asamblea Nacional iba a discutir la propuesta de
disolución de la misma, Cristino
Martos intentó un
nuevo golpe de Estado con el mismo objetivo de formar un gobierno
exclusivamente radical, esta vez presidido por su compañero de partido Nicolás María Rivero, y que contaba con el apoyo del general
Serrano, líder del monárquico partido constitucional. Pero en el último momento
los diputados radicales seguidores de Rivero, temerosos de que la formación de
un gobierno radical provocara un levantamiento de los republicanos
«intransigentes» que podría conducir a una guerra civil, no apoyaron la
iniciativa de Martos y votaron a favor de la disolución de la Asamblea.
El 9 de marzo, al día siguiente en que en
Madrid tenía lugar el intento de golpe de Estado, en Barcelona la Diputación,
dominada por los republicanos federales «intransigentes», volvía a intentar proclamar el Estado catalán, como ya había hecho el 12 de febrero, y como en aquella ocasión solo los telegramas que les envió Pi y Margall desde
Madrid les hizo desistir.
Los radicales intentaron un tercer
golpe de estado el 23 de abril, con el mismo objetivo de los dos
anteriores, pero esta vez contando con el apoyo
de militares conservadores, como el general
Pavía capitán
general de Madrid, el almirante
Topete o de nuevo
el general Serrano, y con civiles del partido constitucional, encabezados
por Práxedes Mateo Sagasta, que también querían evitar la
proclamación de la República Federal, porque se esperaba que el gobierno que
ellos formarían, gracias a su «influencia moral», conseguiría la mayoría
necesaria en las elecciones a Cortes Constituyentes que estaban convocadas para
el mes siguiente. La actuación decidida del ministro de la Gobernación,
Pi y Margall, que conocía los planes de los golpistas, desbarató la intentona.18
Primero sustituyó al general Pavía al frente de la Capitanía General de Madrid
por el general Hidalgo y luego ordenó a la Guardia Civil
y a la milicia de los Voluntarios de la República que atacaran la plaza de toros
donde habían concentrado los golpistas a los Voluntarios de la Libertad, que depusieron las armas después de
unos pocos disparos
Los federales armados rodearon el Palacio del
Congreso donde estaba reunida la Comisión Permanente que tenía previsto
destituir al gobierno y reunir a la Asamblea Nacional para que nombrara
presidente del Poder Ejecutivo al general Serrano. Los miembros de la
Comisión solo lograron abandonar el Congreso gracias a la protección que les
proporcionaron diputados republicanos La mayoría de los implicados
en el golpe frustrado se fueron del país, algunos de ellos disfrazados para no
ser reconocidos, como el general Serrano, el general Caballero de Rodas,19
o Cristino Martos. Al día siguiente un decreto del Poder Ejecutivo,
firmado por Pi y Margall, disolvió la Comisión Permanente.20
y ello fue considerado una mala decisión por los republicanos federales
moderados encabezados en aquel momento por Emilio
Castelar y Nicolás Salmerón, pues podría provocar el el retraimiento del resto de partidos en las
elecciones previstas para formar Cortes Constituyentes. «Fue tal el miedo a la
soledad, que Castelar y Figueras negociaron con los radicales y los conservadores para darles una representación
parlamentaria», pero ambos grupos rechazaron la propuesta y se reafirmaron en
la opción del retraimiento. Los carlistas, que estaban alzados en armas, y los
alfonsinos, no reconocían a la República y en las elecciones hubo un 60 % de
abstención; señaló Nicolás Estévanez, «España distaba mucho de ser
republicana».27
A pesar de que los republicanos federales
gozaban de una mayoría aplastante en las Cortes Constituyentes, en realidad
estaban divididos en tres grupos:29
Los «intransigentes» con unos 60 diputados
formaban la izquierda de la Cámara y propugnaban que las Cortes se declararan
en Convención, asumiendo todos los poderes del Estado —el legislativo, el
ejecutivo y el judicial— para construir la República Federal de abajo arriba,
desde el municipio a los cantones o Estados y desde estos al poder federal, y
también defendían la introducción de reformas sociales que mejoraran las
condiciones de vida del cuarto estado.
Los «centristas» liderados por
Pi y Margall coincidían con los «intransigentes» en que el objetivo era
construir una república federal pero de arriba abajo, es decir, primero había
que elaboran la Constitución federal y luego proceder a la formación de los
cantones o estados federados. El número de diputados con que contaba este
sector no era muy amplio y en muchas ocasiones actuaban divididos en las
votaciones, aunque se solían inclinar por las propuestas de los
«intransigentes».
Los «moderados» constituían la derecha de la
Cámara y estaban liderados por Emilio
Castelar y Nicolás Salmerón —y entre los que también
destacaban Eleuterio Maisonnave y Buenaventura Abárzuza Ferrer— y defendían la formación de una
República democrática que diera cabida a todas las opciones liberales, por lo
que rechazaban la conversión de las Cortes en un poder revolucionario como
defendían los «intransigentes» y coincidían con los pimargalianos en que la
prioridad de las Cortes era aprobar la nueva Constitución. Constituían el grupo
más numeroso de la Cámara, aunque había ciertas diferencias entre los
seguidores de Castelar, que eran partidarios de la conciliación con los
radicales y con los constitucionales para incluirlos en el nuevo régimen, y los
seguidores de Salmerón que propugnaban que la República solo debían
fundamentarse en la alianza de los republicanos «viejos». Su modelo era
la República Francesa, mientras que «intransigentes» y
«centristas» pimargalianos lo eran Suiza y Estados
Unidos,
Así narraba Benito Pérez Galdós el clima parlamentario
de la I República:
Las sesiones de las
Constituyentes me atraían, y las más de las tardes las pasaba en la tribuna de
la prensa, entretenido con el espectáculo de indescriptible confusión que daban
los padres de la Patria. El individualismo sin freno, el flujo y reflujo de
opiniones, desde las más sesudas a las más extravagantes, y la funesta
espontaneidad de tantos oradores, enloquecían al espectador e imposibilitaban
las funciones históricas. Días y noches transcurrieron sin que las Cortes
dilucidaran en qué forma se había de nombrar Ministerio: si los ministros
debían ser elegidos separadamente por el voto de cada diputado, o si era más
conveniente autorizar a Figueras o a Pi para presentar la lista del nuevo
Gobierno. Acordados y desechados fueron todos los sistemas. Era un juego
pueril, que causaría risa si no nos moviese a grandísima pena.
Presidiendo
un Consejo de Ministros, harto de debates estériles, llegó Estanislao Figueras a gritar en catalán:
«Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de
todos nosotros!»30
En cuanto se reunieron las Cortes
Constituyentes, Estanislao Figueras devolvió sus poderes a la Cámara y propuso
que se nombrara nuevo presidente del Poder Ejecutivo a su ministro de
Gobernación, Francisco Pi y Margall, pero los intransigentes se opusieron y
lograron que Pi desistiera de su intento de formar gobierno, por lo que el
propio Figueras quedó encargado de formarlo. Entonces Figueras tuvo conocimiento
de que los generales «intransigentes» Contreras y Pierrad preparaban un golpe
de estado para iniciar la República federal al margen del Gobierno y de las
Cortes.
Después de que Pi y Margall no se mostrara muy dispuesto a entrar en su
gobierno, Estanasio Figueras dejó disimuladamente su propia dimisión en su
despacho en la Presidencia32
se fue a dar un paseo por el parque
del Retiro y,
temiendo por su vida, sin decir una palabra a nadie, tomó el primer tren que
salió de la estación de Atocha. No se bajó hasta llegar a ParísEl 10 de junio Figueras, presa del
pánico, huyó a Francia:31.,
La
respuesta de los «intransigentes» a la política de «orden y progreso» del
gobierno de Pi y Margall fue abandonar las Cortes el 1 de julio, alegando como
motivo inmediato un bando del gobernador civil de Madrid limitando las
garantías de los derechos individuales. Solo quedó en las Cortes el diputado
Navarrete quien al día siguiente explicó los motivos del retraimiento acusando
al gobierno de Pi y Margal de falta de energía y de haber contemporizado e
incluso claudicado frente a los enemigos de la República Federal. Pi y Margall
le contestó en esa misma sesión del 2 de julio:44
Lo que pretende el Sr. Navarrete y sus
epígonos es que el Gobierno debería haber sido un gobierno revolucionario, que
debería haberse arrogado una cierta dictadura, dejando de contar con las Cortes
Constituyentes. [...] Si la República hubiese venido de abajo-arriba, se
habrían constituido los cantones, pero el período habría sido largo,
trabajoso y pleno de conflictos, al paso que ahora, por medio de las
Constituyentes, traemos la República federal, sin grandes perturbaciones,
sin estrépito y sin sangre.
Tras el
abandono de las Cortes exhortaron a la inmediata y directa formación de cantones, lo que iniciaría la rebelión
cantonal, formándose en Madrid un Comité de Salvación Pública para dirigirla,
aunque, según López Cordón, «lo que prevaleció fue la iniciativa de los
federales locales, que se hicieron dueños de la situación en sus respectivas
ciudades». A pesar de que hubo casos como el de Málaga, en que las autoridades
locales fueron las que encabezaron la sublevación, en la mayoría se formaron
juntas revolucionarias. En pocos días la revuelta era un hecho en Andalucía,
Valencia y Murcia.45
Pi y
Margall reconoció que lo que estaban haciendo los «intransigentes» era poner en
práctica su teoría del federalismo «pactista» de abajo arriba, pero condenó la
insurrección porque esa teoría estaba pensada para una ocupación del poder «por
medio de una revolución a mano armada» no para una «República [que] ha venido
por el acuerdo de una Asamblea, de una manera legal y pacífica».38
El 30 de junio el
ayuntamiento de Sevilla acordó
transformarse en República Social. Una semana más tarde, el 9 de julio, Alcoy se
declara independiente: desde el día 7 de julio estaba teniendo lugar una ola de
asesinatos y ajustes de cuentas al amparo de una huelga revolucionaria (la
llamada Revolución del
petróleo dirigida por elementos locales de la sección
española de la AIT).
Según Jorge Vilches, «puntos comunes en las declaraciones
cantonales fueron la abolición de impuestos impopulares, como los consumos y
el estanco de tabacos y sal, la secularización de los bienes del clero,
el establecimiento de medidas favorables a los trabajadores, el indulto a
presos por delitos contra el Estado, la sustitución del Ejército por la milicia
y la formación de comités o juntas de salud pública».46
Los focos federales del país no estallaron en forma de estados
autónomos, sino como una constelación de cantones independientes.
Dos
fragatas cantonales, la fragata de hélice Almansa y la fragata
blindada Vitoria, salieron de Cartagena hacia Almería para recaudar fondos. Al negarse
la ciudad a pagar, fue bombardeada y tomada por los cantonalistas, quienes se
cobraron ellos mismos el tributo. El general Contreras, al mando de la flota,
se hizo rendir honores al desembarcar, curiosamente al son de la Marcha
Real. A continuación,
repitieron hazaña en Alicante y, de vuelta a Cartagena, fueron
apresados como piratas por las fragatas
acorazadas HMS Swiftsure y SMS Friedrich Carl, británica y alemana respectivamente.
El gobierno de Pi y Margall se vio desbordado
por la rebelión cantonal y también por la marcha de la Tercera Guerra Carlista,
ya que los partidarios de don Carlos campaban por sus respetos con
total libertad en las Vascongadas, Navarra y Cataluña, salvo en las capitales, y extendían su acción a todo el
país a través de partidas, mientras que el pretendiente Carlos
VII había formado en Estella un
gobierno con sus propios ministerios, que comenzaba incluso a acuñar moneda, mientras que la connivencia de Francia les permitía recibir ayuda externa.
Como la
política de Pi y Margall no consiguió detener la rebelión cantonal, (concebida por el mismo como revolución
armada de “abajo a arriba” y que no era necesaria pues la República federal ya
se hallaba en el poder) el sector «moderado» le retiró su apoyo el 17 de
julio proponiendo para sustituirlo a Nicolás Salmerón. Al día siguiente Pi y Margall
dimitió, tras 37 días de mandato.53
De esta forma describió las decepciones
que le había dado la política:
Han sido tantas mis amarguras en el
poder, que no puedo codiciarlo. He perdido en el gobierno mi tranquilidad, mi
reposo, mis ilusiones, mi confianza en los hombres, que constituía el fondo de
mi carácter. Por cada hombre agradecido, cien ingratos; por cada hombre
desinteresado y patriótico, cientos que no buscaban en la política sino la
satisfacción de sus apetitos. He recibido mal por bien...
Nicolás
Salmerón, elegido
presidente del Poder Ejecutivo con 119 votos a favor y 93 votos en contra, era
un federalista moderado que defendía la necesidad de llegar a un entendimiento
con los grupos conservadores y una lenta transición hacia la república federal.
Según Jorge Vilches, «sus intervenciones parlamentarias, excesivamente
académicas y altivas, en las dos últimas legislaturas del reinado de Amadeo I, le granjearon popularidad entre los
republicanos» y «en las Cortes Constituyentes de la República española lideró
una fracción de la derecha republicana, algo lógico no sólo por sus ideas
conservadoras, sino por la carencia de hombres de talento, de experiencia en la
vida política y de conocimientos constitucionales o jurídicos entre los
diputados republicanos de aquella Asamblea».56
Su
oratoria demoledora prosiguió en las Cortes de la Restauración. Francisco Silvela decía que Salmerón, en
sus discursos, solo usaba un arma: la artillería. Antonio Maura caracterizaba el tono
profesoral de don Nicolás diciendo que «siempre parece que esté dirigiéndose a
los metafísicos de Albacete».
Ya
durante su etapa como ministro de Gracia y Justicia en el gobierno de
Estanisalo Figueras, promovió la abolición de la pena de muerte, así como la independencia
del poder judicial frente
al político.
El lema del gobierno de Salmerón fue el
«imperio de la ley», lo que suponía que para salvar la República y las
instituciones liberales había que acabar con carlistas y cantonales.
El lema del gobierno del nuevo gobierno de
Salmerón fue el «imperio de la ley», lo que suponía que para salvar la
República y las instituciones liberales había que acabar con carlistas y
cantonales. Para sofocar la rebelión cantonal tomó medidas duras como destituir
a los gobernadores civiles, alcaldes y militares que había apoyado de alguna
forma a los cantonalistas y a continuación nombró a generales contrarios a la
República Federal como Manuel Pavía o Arsenio Martínez Campos —lo que no le importó porque lo
prioritario era restablecer el orden— para que mandaran las expediciones
militares a Andalucía y a Valencia, respectivamente. «Además, movilizó a
los reservistas, aumentó la Guardia
Civil con
30 000 hombres, nombró delegados del Gobierno en las provincias con las
mismas atribuciones que el Ejecutivo. Autorizó a las Diputaciones a imponer
contribuciones de guerra y a organizar cuerpos armados provinciales, y decretó
que los barcos en poder de los cartageneros se consideraran piratas —lo que
suponía que cualquier embarcación podía abatirlos estuviera en aguas españolas
o no—».57
Gracias a estas medidas fueron sometidos uno tras otro los distintos cantones,
excepto el de Cartagena que resistiría hasta el 12
de enero de 1874.
Todavía persistía la frecuente indisciplina de
las tropas —que en algún caso se saldó con el asesinato del oficial al mando—
los generales pidieron el restablecimiento completo de las Ordenanzas militares españolas que incluía la pena
de muerte para los
soldados que incumplieran determinados artículos. La propuesta fue aprobada en
las Cortes, con la oposición de Salmerón que era absolutamente contrario a la
pena de muerte. el 5 de septiembre se le presentó a la firma la aplicación
de una sentencia de muerte de ocho soldados que en Barcelona se habían pasado
al bando carlista, Nicolás Salmerón prefirió dimitir a manchar su conciencia y
presentó su renuncia irrevocable a la presidencia del Poder Ejecutivo (murió
Salmerón muchos años después se grabó en piedra en su mausoleo: «abandonó el
poder por no firmar una sentencia de muerte»).Esta decisión de dimitir el
Presidente Nicolás Salmerón pudo pesar la conducta del general Pavía de
continuo desafío a su autoridad.
El 7
de septiembre, fue
elegido para ocupar la Presidencia del Poder Ejecutivo Emilio
Castelar, partidario de
la república unitaria, catedrático de Historia y destacado orador, por 133
votos a favor frente a los 67 obtenidos por Pi y Margall. Durante su anterior
etapa como Ministro de Estado en el gobierno de Estanislao Figueras, promovió y
consiguió que se aprobase la abolición de la esclavitud en Puerto
Rico, aunque no
en Cuba por la situación de guerra que
vivía.
En el discurso de presentación del nuevo
gobierno ante las Cortes, Castelar dijo que su ministerio representaba «la
libertad, la democracia, la República... pero además somos la federación sin
romper la unidad de la patria».61
De esta forma resumía su concepción de la República como la forma
de gobierno en la
que debían caber todas las opciones liberales, incluidas las conservadoras.40
Emilio
Castelar había quedado hondamente impresionado por el desorden causado por
la rebelión cantonal, que cuando él asumió la
presidencia del Poder Ejecutivo estaba prácticamente acabada, con la excepción
del último reducto del cantón de Cartagena.
Así valoró mucho más tarde lo que había
supuesto para el país, según él, la rebelión cantonal:
Hubo días de aquel verano en que
creíamos completamente disuelta nuestra España. La idea de la legalidad se
había perdido en tales términos que un empleado cualquiera de guerra62
asumía todos los poderes y lo notificaba a las Cortes; y los encargados de dar
y cumplir las leyes desacatábanlas sublevándose o tañendo a rebato contra la
legalidad. No se trataba allí, como en otras ocasiones, de sustituir un
ministerio al ministerio existente, ni una forma de Gobierno a la forma
admitida; tratábase de dividir en mil porciones nuestra patria, semejantes a
las que siguieron a la caída del califato de Córdoba. De provincias llegaban las
ideas más extrañas y los principios más descabellados. Unos decían que iban a
resucitar la antigua coronilla de Aragón (sic), como si las fórmulas
del derecho moderno fueran conjuros de la Edad Media.
Otros decían que iban a constituir una Galicia independiente
bajo el protectorado de Inglaterra. Jaén se
apercibía a una guerra con Granada. Salamanca temblaba por la clausura de su gloriosa Universidad y el eclipse de su
predominio científico [...] La sublevación vino contra el más federal de todos
los ministerios posibles, y en el momento mismo en que la Asamblea trazaba de
prisa un proyecto de Constitución,
cuyos mayores defectos provenían de la falta de tiempo en la comisión y de la
sobra de impaciencia en el gobierno.63
El 9 de septiembre, solo dos días después de
haber sido investido presidente del Ejecutivo, Castelar consiguió de las
Cortes, gracias al retraimiento de los «intransigentes», la concesión de
facultades extraordinarias, iguales a las pedidas por Pi y Margall para
combatir a los carlistas en el país vasconavarro y Cataluña, pero ahora
extendidas a toda España para acabar también con la rebelión cantonal.
Suspendió las sesiones de las Cortes, lo
que, entre otras consecuencias, supondría paralizar la discusión y la
aprobación del proyecto de Constitución federal (medida congruente porque sin
la presencia de los que ahora llamaríamos conservadores pro-monárquicos parecía
absurdo crear una Constitución) Castelar gobernó mediante decretos. Suspendía
las garantías constitucionales, establecía la censura de prensa y reorganizaba el cuerpo
de artillería disuelto por Manuel Ruiz Zorrilla llamamiento a los reservistas y la
convocatoria de una nueva leva con lo que Castelar consiguió un ejército de
200 000 hombres, y el lanzamiento de un empréstito de 100 millones de
pesetas para hacer frente a los gastos de guerra.65 Restableció
las Ordenanzas militares españolas lo que permitirá la aplicación de
las sentencias de muerte. Castelar inició su proyecto de acercamiento a las
clases conservadoras, sin cuyo apoyo, según Castelar, la República no podría
perdurar ni siquiera alcanzar la estabilidad política para poder hacer frente a
las tres guerras civiles en que estaba envuelta. El 29 de septiembre la
Junta directiva del partido constitucional, reunida en Madrid, aprobó la
propuesta de Práxedes Mateo Sagasta, el almirante
Topete y Manuel Alonso Martínez de dar su apoyo incondicional al
gobierno de Castelar, lo que provocó la salida del partido para ingresar en el
Círculo alfonsino de Madrid de Francisco Romero Robledo, Adelardo López de Ayala y de Cristóbal Martín de Herrera. A cambio Castelar estaba dispuesto a
conceder a constitucionales y radicales los 86 escaños que habían dejado
vacantes los diputados «intransigentes» que se habían sublevado y proponer al
constitucional Antonio Ríos Rosas como nuevo presidente de la
República. Incluso llegó a ofrecer al alfonsino Antonio Cánovas del Castillo un escaño y seis más para sus
seguidores. Pero la muerte de Ríos Rosas, el 3 de noviembre, que era el
contacto de Castelar con los constitucionales, truncó el proyecto.66
Castelar nombró a generales de dudosa afección
a la República para los puestos más importantes y cuando cubrió los puestos
vacantes de tres arzobispados a mediados de diciembre, se entendió que había
entablado negociaciones con la Santa Sede, restableciendo de
facto las
relaciones con ella, lo que se oponía a la separación de la
Iglesia y el Estado que
defendían los republicanos.69
Castelar
propuso en la Diputación Permanente de
las Cortes que se celebraran elecciones para ocupar los escaños vacantes; sus
propios partidarios votaron junto a pimargallianos e "intransigentes"
en contra de la propuesta de Castelar siendo fue rechazada.70
Esa
derrota de Castelar hizo suponer que sería reemplazado al frente del Poder
Ejecutivo por un voto de censura que previsiblemente iban a presentar Pi y
Margall y Salmerón en cuanto volvieran a abrirse las Cortes el 2 de enero de
1874.68 Lo que llevó a Cristino Martos, líder de los radicales, y
el general Serrano,
líder de los constitucionales, que hasta entonces habían estado preparándose
para unas elecciones parciales que ya no se iban a celebrar (y que supondrían,
de alguna manera, seguir los pactos que habilitarían la entrada de sus grupos
en el Parlamento), acordaran llevar a cabo un golpe de fuerza. Cuando el 20 de diciembre Emilio Castelar tuvo
conocimiento del golpe que se preparaba llamó a su despacho el 24 al capitán
general de Madrid, el general
Pavía, para intentar
convencerle de que se atuviera a la legalidad y no participara en la intentona.
Pavía, este le pidió a Castelar que promulgara un decreto ordenando que
continuasen suspendidas las Cortes y que «yo hubiera fijado en la Puerta del
Sol con cuatro bayonetas», a lo que se negó rotundamente Castelar
manifestándole que no se separaría un ápice de la legalidad. Sin embargo, Castelar
no destituyó a Pavía.71
Castelar
intentó negociar con Nicolás Salmerón para evitar que se sumase su voto a la
moción de censura que se produciría el 30 de diciembre (o
el 26 de diciembre según otras fuentes). Salmerón pidió al Presidente:
Sustituir a los generales que Castelar había nombrado por otros adictos al
federalismo; revocación del nombramiento de los arzobispos; cese de los
ministros más conservadores dando entrada en el gobierno a seguidores suyos; y
discusión y aprobación inmediata de la Constitución federal.7072 Al
día siguiente, 31 de diciembre, Pi y Margall, Estanislao Figueras y Salmerón se
reunieron para acordar presentar un voto de censura contra Emilio Castelar el
día 2 de enero, aunque no llegaron a decidir quién lo sustituiría.70
Cuando se reabrieron las Cortes
a las dos de la tarde del 2 de enero de 1874 el capitán general de
Madrid, Manuel Pavía, tenía preparadas a sus tropas
para el caso de que Castelar perdiera la votación parlamentaria.73
En el lado contrario batallones
de Voluntarios de la República estaban
preparados para actuar si vencía Castelar –de hecho, según Jorge Vilches,
«los cantonales cartageneros habían recibido la contraseña de resistir hasta el
3 de enero, día en que siendo derrotado el Gobierno Castelar se formaría uno
intransigente que "legalizaría" su situación y
"cantonalizaría" España»"–, aunque según otros autores no existe
prueba documental de ello.74
Al abrirse
la sesión intervino Nicolás Salmerón para anunciar que retiraba su apoyo a
Castelar, que le respondió haciendo un llamamiento al establecimiento de la
«República posible» con todos los liberales, incluidos los conservadores, y
abandonando la «demagogia».75
(Eduardo Palanca Asensi, el candidato de los
republicanos federales para sustituir a Emilio Castelar cuya
elección fue impedida por el golpe de Pavía).
Pasada la
medianoche se produjo la votación de la cuestión de confianza en la que el
gobierno salió derrotado por 100 votos a favor y 120 en contra, lo que obligó a
Castelar a presentar la dimisión, y a continuación se hizo un receso para
que los partidos consensuaran el candidato que habría de sustituir a Castelar
al frente del Poder Ejecutivo de la República.
En aquellos momentos el diputado
constitucional Fernando León y Castillo ya había
hecho llegar el resultado adverso a Castelar al general Pavía.75
Este dio entonces la orden de salir
hacia el Congreso de los Diputados a los regimientos comprometidos y él
personalmente se situó en la plaza frente al edificio.
La Guardia Civil, que custodiaba el
Congreso, se puso a sus órdenes.76
Era la madrugada del 3 de enero, cuando se estaba procediendo a la votación
para elegir al candidato federal Eduardo Palanca Asensi.
Salmerón, al recibir la orden del
capitán general en una nota entregada por uno de sus ayudantes en la que le
decía «Desaloje el local», suspendió la votación y comunicó lo que estaba
sucediendo. Seguidamente intervinieron varios diputados para protestar por la
acción de Pavía pero entonces fuerzas de la Guardia Civil y del Ejército
entraron en el edificio del Congreso disparando tiros al aire por los pasillos
y los diputados lo abandonaron rápidamente.77
El general Pavía nada más desalojar el
Congreso envió un telegrama a los jefes militares de toda España en el que les
pedía su apoyo al golpe, que Pavía llamaba «mi patriótica misión», «conservando
el orden a todo trance». En el telegrama justificaba así lo que más tarde
llamará «el acto del 3 de enero»:78
El ministerio de Castelar [...] iba a ser sustituido por los que basan
su política en la desorganización del ejército y en la destrucción de la
patria. En nombre, pues, de la salvación del ejército, de la libertad y de la
patria he ocupado el Congreso convocando a los representantes de todos los
partidos, exceptuando los cantonales y los carlistas para que formen un
gobierno nacional que salve tan caros objetivos.
Estos hechos supusieron el final de facto de
la Primera República, aunque oficialmente continuaría casi otro año más, con el
general Serrano al frente. El líder del partido
alfonsino Antonio Cánovas del Castillo le comunicó a la reina exiliada Isabel II que «los principios democráticos
están heridos de muerte» y que tan solo es cuestión de «calma, serenidad,
paciencia, tanto como perseverancia y energía» para lograr la restauración de la Monarquía
borbónica.82
Francisco Serrano, duque de la Torre, de 63
años y antiguo colaborador de Isabel II y que ya había desempeñado por dos
veces la jefatura del Estado durante el Sexenio Democrático al asumir la presidencia del Poder
Ejecutivo de la República y la presidencia del gobierno se fijó como objetivo
acabar con la rebelión cantonal y la Tercera Guerra Carlista y luego convocar unas Cortes que
decidieran la forma
de gobierno.
Quedó así establecida la dictadura
de Serrano, pues no existían Cortes que controlaran la acción del gobierno al
haber quedado disueltas las Cortes republicanas sin ley suprema que delimitara
las funciones del gobierno, porque se restableció la Constitución de 1869 pero a continuación se
la dejó en suspenso «hasta que se asegurase la normalidad de la vida política».
Salvo en Barcelona donde los días 7 y 8 se levantaron barricadas y se declaró
la huelga general no hubo resistencia84
El manifiesto del 8 de enero definía «la dictadura como el
"duro crisol" y "fuerte molde" que haría ver a la
"nobleza y las clases acomodadas", a la Iglesia también, que el orden
es posible con la libertad y la democracia definidas en la revolución de 1868 y la Constitución de 1869». El mensaje era claro e
inequívoco y llegó a la Reina Isabel II y al príncipe Alfonso, que residían en
Francia, de la mano de Canovas del Castillo.
Serrano disolvió la sección española de Asociación Internacional de
Trabajadores (AIT),
gracias a que la Constitución de 1869 estaba suspendida, por atentar «contra la
propiedad, contra la familia y demás bases sociales» o el decreto de
movilización del 7 de enero, confirmado por el llamamiento extraordinario del
18 de julio, en el que se volvió al viejo sistema de las quintas, con el sorteo
y la redención en metálico; restablecía este impuesto sobre los artículos
de «beber, comer y arder» además de otro sobre la sal y uno extraordinario
sobre los cereales.
Acabada la rebelión cantonal, Serrano marchó al norte el 26
de febrero para encargarse personalmente de las operaciones contra los
carlistas dejando al general Juan de Zavala y de la Puente al frente del gobierno y quedando
él como presidente del Poder Ejecutivo de la República.86
Tras su éxito en el levantamiento del sitio de Bilbao,
Serrano reforzó su posición en el gobierno con el nombramiento en mayo de
Sagasta al frente del ministerio de la Gobernación, que provocó la salida del
mismo de los tres ministros radicales y del único ministro republicano; hubo un
intento por parte del General Zavala, que presidía el gobierno, de volver a
traer a los republicanos y fue cesado por Castelar y sustituido por Sagasta,
que se hallaba en el Ministerio de Gobernación, formando así el General
Serrano, como Jefe del Estado, un gobierno solo de constitucionalistas que
propugnaban la Restauración «parlamentaria y democrática» del príncipe Alfonso.
Serrano nombró a Andrés
Borrego para que
negociara con los alfonsinos de Cánovas, pero este rechazó las
propuestas de los constitucionales porque suponía reconocer la Jefatura del
Estado de Serrano hasta que fueran derrotados los carlistas y aceptar que la
restauración borbónica llegaría a través de la convocatoria de unas Cortes
generales extraordinarias —la exreina Isabel II le escribió a su hijo el
príncipe Alfonso: «Serrano sigue empeñado en su propósito de ser presidente de
la República por 10 años con 4 millones de reales anuales»—.89 Con Sagasta al frente del gobierno, la
República consiguió el ansiado reconocimiento internacional y uno tras otro los
distintos Estados fueron restableciendo las relaciones diplomáticas con España.90
El 1
de diciembre Cánovas
(valedor monárquico de la Reina y del Príncipe Alfonso, tomó la iniciativa con
la publicación del Manifiesto de Sandhurst, escrito por él y firmado por el príncipe Alfonso, en el
que este se definía «como hombre del siglo, verdaderamente liberal» —afirmación
con la que buscaba la reconciliación de los liberales en torno a su monarquía—
y en el que unía los derechos históricos de la dinastía legítima con el
gobierno representativo y los derechos y libertades que le acompañan.92
Era la culminación de la estrategia que había diseñado Cánovas desde que había
asumido la jefatura de la causa alfonsina el 22 de agosto de 1873
«Cánovas no deseaba que la Restauración fuera obra de un partido, del
Ejército o de un grupo de éste, ni de una elección parlamentaria o
pronunciamiento militar», pero el 29
de diciembre de 1874, el general Arsenio Martínez Campos se pronunció en Sagunto a favor de la restauración en el
trono de la monarquía borbónica en la persona de don Alfonso de Borbón, hijo de Isabel II. Luego Martínez Campos telegrafió al
presidente del gobierno Sagasta y al ministro de la Guerra Francisco Serrano Bedoya, quienes a su vez se comunicaron por
vía telegráfica con el presidente del Poder Ejecutivo de la República, el
general Serrano, que se encontraba en el Norte combatiendo contra los
carlistas. Serrano les ordenó no resistir y el gobierno aceptó la decisión sin
protestar, por lo que no ofreció ninguna resistencia cuando se presentó en la
sede del gobierno el capitán general de Madrid Primo de Rivera, implicado en el
pronunciamiento, y les ordenó disolverse.9
El 31 de diciembre de 1874 se formó el llamado
Ministerio-Regencia presidido por Cánovas a la espera de que el príncipe
Alfonso regresara a España desde Inglaterra. En ese gobierno estaban dos
hombres de la revolución de 1868 —y ministros con Amadeo
I—, Francisco Romero Robledo y Adelardo López de Ayala, quien había sido el redactor del
manifiesto «Viva España con honra» que había dado inicio a la revolución.95
Resumen
británico de la Primera república española:
Se pidió a
las Cortes Constituyentes que redactaran
una constitución federal. Los radicales prefirieron una república
unitaria, con un papel mucho menor para las provincias, y una vez declarada la
república, los dos partidos se enfrentaron. Inicialmente, los radicales
fueron expulsados en gran medida del poder, uniéndose a los que ya habían
sido expulsados por la revolución de 1868 o por la Guerra Carlista .
El primer intento
republicano en la historia de España fue una experiencia corta, caracterizada
por una profunda inestabilidad y violencia política y social. La República
estaba gobernada por cuatro presidentes distintos: Estanislao Figueras , Francesc Pi i Margall , Nicolás Salmerón , Emilio Castelar ; luego,
solo once meses después de su proclamación, el general Manuel Pavía lideró
un golpe de estado y estableció una república unificada dominada por Francisco Serrano .
El período estuvo
marcado por tres guerras civiles simultáneas: la Tercera Guerra Carlista , la Revolución Cantonal , la Revolución del Petróleo en Alcoy ; y
por la Guerra de los Diez Años en Cuba . Los
problemas más graves para la consolidación del régimen fueron la falta de
verdaderos republicanos, su división entre federalistas y unitarios y la falta
de apoyo popular. Subversión en el ejército, una serie
de levantamientos cantonalistas locales , inestabilidad en Barcelona ,
golpes antifederalistas fallidos, llama a la revolución por parte de la Asociación Internacional de
Trabajadores, la falta de una amplia legitimidad política y las
luchas internas personales entre los líderes republicanos debilitaron aún más a
la república.
(Sello del cantón
federal de Valencia (1873))
La República terminó
efectivamente el 3 de enero de 1874, cuando el Capitán General de Madrid , Manuel Pavía , se
pronunció contra el gobierno federalista y llamó a todos los partidos, excepto
federalistas y carlistas, a formar un gobierno nacional. [ aclaración necesaria ] Los
monárquicos y republicanos se negaron, dejando a los radicales y
constitucionalistas unitarios como el único grupo dispuesto a gobernar; de
nuevo una base política estrecha. El general Francisco Serrano formó
un nuevo gobierno y fue nombrado presidente de la República, aunque fue una
mera formalidad ya que las Cortes habían sido disueltas.
Las fuerzas
carlistas lograron expandir el territorio bajo su control en la
mayor medida a principios de 1874, aunque una serie de derrotas por parte del
ejército del norte de la república en la segunda mitad del año podrían haber
llevado al final de la guerra si no hubiera sido para mal. tiempo. Sin
embargo, los demás monárquicos habían tomado el nombre de alfonsistas como
partidarios de Alfonso , el hijo de la ex reina Isabel , y fueron organizados por Cánovas del Castillo .
Este período de la
República duró hasta que el brigadier Martínez-Campos se pronunció por
Alfonso en Sagunto el
29 de diciembre de 1874 y el resto del ejército se negó a actuar en su
contra. El gobierno se derrumbó, provocando el fin de la república y
la restauración de la monarquía borbónica con
la proclamación de Alfonso XII como rey.
Los Carlistas siguieron
generando combates hasta que, proclamado Alfonso XII por
el pronunciamiento
de Sagunto, el rey liberal imitó a Carlos VII y se colocó al frente
de su Ejército del Norte. Alfonso estuvo a punto de caer prisionero en la batalla de Lácar,
ganada por los carlistas.101
Pero las fuerzas
liberales eran tan numerosas, que los carlistas no podían hacerles frente. La
restauración alfonsina había marcado el declive carlista en la guerra y restado
apoyos a su causa. Contribuyó mucho a desalentar a los carlistas la defección
de Cabrera, que
reconoció públicamente a Alfonso desde Londres el 11 de marzo de 1875 y
dirigió una
proclama a sus antiguos correligionarios induciéndoles a hacer
lo mismo.102 Ese mismo mes se reunió Martínez Campos con Savalls cerca de Olot para
mejorar el trato a los presos y heridos de ambos bandos, pero esta entrevista
hizo que los voluntarios empezaran a dudar de la lealtad de su jefe y, como en
1839, empezaron a circular rumores de traición entre los carlistas catalanes.103
Los generales Martínez
Campos y Fernando Primo de
Rivera acabaron por derrotar a los carlistas en Cataluña, donde
fue sitiada y tomada Seo de Urgel,104 y, tras vencer Quesada sobre Pérula (último jefe de Estado Mayor
General carlista) en la batalla
de Zumelzu, no se producirían más acciones de importancia.105 El 17 de febrero de 1876 las
fuerzas de Primo de Rivera se apoderaron del fuerte de Montejurra (rendido por el
brigadier Calderón)
y penetraron en la que había sido la corte de Don Carlos, Estella.106 En Peña-Plata se libró la última
batalla, que consumaba la victoria militar alfonsina en el norte.107
Los carlistas se
vieron obligados a pasar a Francia el 28 de febrero y Don Carlos se despidió de
sus voluntarios con un solemne “Volveré”.108
Aunque la ex_reina, Isabel II seguía con vida, ella reconoció
que era demasiado divisiva como líder, y abdicó en 1870 en favor de su hijo, Alfonso XII. Después del fracaso de la Primera
República Española, los españoles estaban dispuestos a aceptar un retorno a la
estabilidad gubernamental bajo el dominio Borbón. Los ejércitos republicanos
que se resisten a una insurrección carlista, declararon su lealtad al nuevo Rey
en el invierno de 1874-1875. La República se disolvió y Antonio Cánovas del Castillo, político e intelectual de confianza
del rey, fue nombrado primer ministro en la víspera de Año Nuevo de 1874,
promulgándose el 30 de junio de 1876 la nueva
Constitución.
El príncipe Alfonso, nacido en España, y luego en el exilio
con su madre, asistió a la Academia militar de Sandhurst, en Inglaterra. En este país conoció de primera mano
el constitucionalismo inglés. De la correspondencia de Alfonso con su madre
durante todas sus estancias en los distintos colegios y academias, se pone de
manifiesto la relativa estrechez económica en que se movía la familia real en
esos años. El 25 de junio de 1870, su madre, Isabel II, abdicó sus derechos
dinásticos, en un documento firmado en París, en favor de su hijo Alfonso, que
pasaba así a ser considerado por los monárquicos como el legítimo rey de
España. Durante la etapa histórica (el Sexenio Democrático), la causa alfonsina estuvo
representada en las Cortes por Antonio Cánovas del Castillo.
Su reinado consistió principalmente en consolidar la
monarquía y la estabilidad institucional, reparando los daños que las luchas
internas de los años del llamado Sexenio Revolucionario habían dejado tras de sí,
ganándose el apodo de «el Pacificador». Se aprobó la nueva Constitución de 1876 y durante ese mismo año finalizó
la guerra carlista, dirigida por el pretendiente Carlos VII (el propio monarca hizo acto de
presencia y acudió al campo de batalla para presenciar su final). Los
fueros vascos y navarros fueron reducidos y se logró que cesaran,
de forma transitoria, las hostilidades en Cuba con la firma de la Paz
de Zanjón. En 1878 y
1879 fue víctima de dos atentados perpetrados por
anarquistas de los
que salió ileso. Según Ramón
Villares, «fue un
monarca popular, gracias a su breve matrimonio con su prima María de las Mercedes y a gestos como su temprana visita
al ejército del Norte, o a su presencia, no siempre aprobada por el gobierno,
en lugares abatidos por alguna tragedia (inundaciones, epidemias de cólera…).
La
insurrección carlista fue reprimida enérgicamente por el nuevo rey, que tuvo un
papel activo en la guerra y rápidamente se ganó el apoyo de la mayoría de los
españoles. Un sistema de turnos se estableció en España en la que los
liberales, encabezados por Práxedes Mateo
Sagasta y los conservadores, liderados por Antonio Cánovas del
Castillo, se alternaron en el control del gobierno. La estabilidad y el
progreso económico se restableció en España durante el reinado de Alfonso XII.
Cabe
destacar la redacción de los proyectos de gobierno autonómico para Cuba y Puerto Rico llevados a buen fin por los
políticos Maura, Abárzuza y
Cánovas, que cristalizaron durante el gobierno de Sagasta, con Segismundo Moret en el Ministerio de
Ultramar, otorgando a la isla autonomía plena con la sola reserva del cargo de
Gobernador General, más los reales decretos por los que se establecía la
igualdad de derechos políticos de los españoles residentes en las Antillas y
los peninsulares, haciendo extensivo a Cuba y Puerto Rico el sufragio universal
masculino.
En 1885 muere
Alfonso XII de tuberculosis dando
paso al reinado de Alfonso XIII precedido
de la regencia de María
Cristina de Habsburgo-Lorena.
Poco después de
fallecer Alfonso XII,
en casa del marqués
del Busto, en Madrid, el obispo de Daulia, José María Benito
Serra, recibió la visita de unos carlistas interesados por conocer
si sería posible y oportuno combatir con las armas a la regencia de María
Cristina, ante lo cual el anciano obispo se mostró animoso y les
bendijo.110 Ese alzamiento finalmente no se
llevó a cabo.
La
muerte del Rey Alfonso XII dejó a España en una incertidumbre sobre cuál sería
el futuro de la joven monarquía restablecida hace apenas diez años. La Reina
María Cristina se encontraba embarazada de tres meses cuando falleció Alfonso
XII, por lo que Cánovas creyó conveniente esperar a que naciera el futuro Alfonso XIII antes de proclamar reina a
la Princesa
Mercedes7.
La reina regente María Cristina de
Habsburgo-Lorena y Alfonso XIII (1890), óleo de Antonio Caba, Real Academia
Catalana de Bellas Artes de San Jorge (Barcelona).
María
Cristina, inexperta en temas de política, se dejó aconsejar por las dos figuras
políticas más influyentes de la épocaː Cánovas y Sagasta7.
Con el objetivo de evitar los errores que dieron lugar a la crisis del reinado
de Isabel II, se llegó al Pacto de El
Pardo, mediante el cual se instituyó el sistema de turnos pacíficos
en el ejercicio del poder entre liberales y conservadores y consolidó la Restauración hasta finales del siglo XIX y
principios del XX.
El
principal apoyo durante su regencia fue la Iglesia y el ejército. Sabedora de
los problemas del reinado de su antecesora Isabel II, se mantuvo dentro de su
papel de moderador que le otorgaba la Constitución
de 1876. El segundo apoyo, el de la Iglesia Católica, fue gracias a
la piedad que profesaba María Cristina lo que contribuyó a reanudar las
relaciones entre la Santa Sede y el gobierno de España, haciendo de esta manera
disipar a los carlistas.7 Por esta causa sus enemigos políticos
le pusieron el mote de «Doña Virtudes».8
Durante
el periodo de regencia, María Cristina afianzó la figura de la corona española
con diversos actos que hacían que la Corona fuese más cercana al pueblo.
Comenzó con el traslado a las Cortes para la apertura de las legislaturas que
se fueron sucediendo, así como los diversos viajes por todo el país. María
Cristina fundó el ideal de monarca que aún perdura en la actualidad.9
El
papel de María Cristina en el sistema de gobierno fue representativo, ya que no
participó en los enfrentamientos entre los partidos dinásticos, respetando el
turno a la hora de llamar a los candidatos a formar gobierno, aunque se sintió
más cercana a Sagasta y
no puso dificultades al mantenimiento de largos períodos de gobierno del
partido liberal. Se promulgaron, entre otras, la Ley de Sufragio
Universal y la Ley
de Asociaciones.10
Sería el asesinato de Cánovas del
Castillo en 1897, el que conmocionaría a
la nación, debido a las funestas consecuencias inmediatas derivadas de la Guerra
hispano-estadounidense de 1898.
España pierde Cuba, Filipinas y Puerto
Rico: Cuba se rebeló contra España en el
comienzo la Guerra de los Diez Años en 1868, dando como resultado la abolición de
la esclavitud en las colonias españolas en el Nuevo
Mundo. Los
intereses estadounidenses en la isla, junto con la preocupación por el pueblo de
Cuba, empeoraron las relaciones entre los dos países. La explosión del USS
Maine lanzó
la guerra de Cuba en 1898, en el que España sufrió un descalabro.
Cuba obtuvo su independencia y España perdió sus últimas colonias del Nuevo Mundo: Puerto
Rico, junto con Guam y las Filipinas fueron cedidas a los Estados
Unidos por 20
millones de dólares. En 1899,
España vendió su participación restante de las islas del Pacífico, las Islas Marianas del Norte, Islas
Carolinas y Palaos, a Alemania y las posesiones coloniales
españolas se redujeron al Marruecos
español, Sahara
Español y Guinea española, todo en África. El «desastre» de 1898 creó la Generación del 98, un grupo de estadistas e intelectuales
que exigían el cambio liberal del nuevo gobierno.
En 1897 la crisis de la
monarquía alfonsina a causa de la situación en
Cuba y en Filipinas dio
nuevos bríos al carlismo. En el clima de tensión, en marzo de ese año llegaron
a alzarse partidas aisladas en Puebla de San Miguel (Valencia)111 y Castelnou y Calanda (Teruel),112 lo que generó una cierta alarma
social. El diputado tradicionalista Matías Barrio y Mier condenó
enérgicamente la intentona113 y afirmó que «eso que se supone y
se nos atribuye, sería antipatriótico en las presentes circunstancias».114 De hecho, Don Carlos ordenó
desde Bruselas a todos los carlistas que no
hicieran nada que pudiera comprometer el éxito de la guerra y que ayudaran con
todas sus fuerzas a los encargados de defender la integridad española en Cuba y Filipinas.115
Estados Unidos declaró la guerra a España, Don Carlos amenazó
formalmente con una nueva guerra civil si no se luchaba por defender el honor nacional y
manifestó que no podría asumir la responsabilidad ante la Historia de la
pérdida de Cuba. Por eso, después del tratado de París, considerado una deshonra nacional, se
generalizó la opinión de que los carlistas se lanzarían a una nueva guerra civil,
aprovechando el gran descontento del Ejército y del pueblo.115
Así pues, se planeó la sublevación, en la que en un principio estaba
comprometido el general Weyler (que se desvinculó después),116
pero el pretendiente finalmente no dio la orden. Eso motivó que algunos
carlistas tratasen de hacer la guerra por su cuenta y en octubre de 1900 se alzaron algunas partidas en Badalona y algunas otras
localidades españolas.117
Los Estados Unidos, no
participaron en el reparto de África ni de Asia y desde principios del
siglo XIX estaban llevando a cabo una política expansionista, fijaron su
área de expansión inicial en la región del Caribe y, en menor medida, en el
Pacífico, donde su influencia ya se había dejado sentir en Hawái y Japón. Tanto en una zona como en otra se
encontraban valiosas colonias españolas (Cuba y Puerto Rico en el Caribe, Filipinas, las Carolinas y las Marianas y las Palaos en el Pacífico), que
resultaron ser presas fáciles, debido a la fuerte crisis política que sacudía
su metrópoli desde el final del reinado de
Isabel II.[cita requerida]
En el caso de Cuba, su
fuerte valor económico, agrícola y estratégico ya había provocado numerosas
ofertas de compra de la isla por parte de varios presidentes estadounidenses (John Quincy Adams, James Polk, James Buchanan y Ulysses S. Grant), que el gobierno
español siempre rechazó.17 Cuba no solo era una cuestión de
prestigio para España, sino que se trataba de uno de sus territorios más ricos
y el tráfico comercial de su capital, La Habana, era comparable al que registraba en
la misma época Barcelona.[cita requerida]
A esto se añade el
nacimiento del sentimiento nacional en Cuba, que desde la Revolución de 1868
había ido ganando adeptos, el nacimiento de una burguesía local y las
limitaciones políticas y comerciales impuestas por España que no permitía el
libre intercambio de productos, fundamentalmente azúcar de caña,
con los EE. UU. y otras potencias.[cita requerida] Los
beneficios de la burguesía industrial y comercial de Cuba se veían seriamente
afectados por la legislación española. Las presiones de la burguesía textil
catalana habían llevado a la promulgación de la Ley
de Relaciones Comerciales con las Antillas (1882) y el Arancel
Cánovas (1891),18 que garantizaban el monopolio del
textil barcelonés gravando los productos extranjeros con aranceles de entre el
40 y 46 %, y obligando a absorber los excedentes de producción.1920 La extensión de estos privilegios en
el mercado cubano asentó la industrialización de la región catalana durante la
crisis del sector en la década de 1880, anulando sus problemas de
competitividad,21 a costa de los intereses de la
industria cubana, lo que fue un estímulo esencial de la revuelta.22
Estados
Unidos comenzó a gravitar cada vez con más fuerza en toda el área del Caribe.
El presidente Theodore Roosevelt propuso
construir un canal interoceánico en
Centroamérica, y en 1903 ofreció al gobierno colombiano comprar una franja de tierra
de lo que hoy es Panamá.
Al
terminar la guerra surgió una polémica interna en los Estados Unidos al
respecto del destino de las colonias recientemente adquiridas. Hubo quien sostuvo
el argumento de preparar a las naciones subdesarrolladas para la democracia y
quienes defendían el principio de autodeterminación nacional que figura en la
Declaración de Independencia estadounidense. En Filipinas, los insurgentes que
habían peleado contra el colonialismo español pronto empezaron a luchar contra las tropas de
Estados Unidos en una guerra que duró tres años y provocó la
muerte de un millón de filipinos. Muchos intelectuales, como el filósofo William James y el presidente de la Universidad Harvard,
Charles Eliot, un conocido opositor al imperialismo estadounidense, denunciaron estas acciones como traición de los valores
estadounidenses.41
Al mismo tiempo
que Colombia rechazaba la oferta de Roosevelt,
se desató una rebelión en el área designada para la ubicación del canal. Roosevelt apoyó
la revuelta y rápidamente emancipación
de Panamá frente a Colombia. Unos días después, el
francés Philippe-Jean
Bunau-Varilla, quien viajó a Washington como Embajador
Extraordinario y Plenipotenciario de la naciente República de Panamá,
vendió a Estados Unidos la zona del canal. En 1914, el canal de Panamá se
abrió al tráfico marítimo.
Las tropas
estadounidenses abandonaron Cuba en 1902, pero se exigió a la nueva nueva
república que otorgara bases navales a Estados Unidos. Asimismo
se prohibió a Cuba suscribir tratados que pudieran atraerla a la órbita de otra
potencia extranjera. También se garantizó la capacidad de intervención de
Estados Unidos en el nuevo estado a través de la Enmienda Platt, vigente hasta 1934. A Filipinas
se le concedió un autogobierno limitado en 1907 e independencia absoluta en
1946, tras la Segunda Guerra
Mundial. En 1952 el Congreso de
los Estados Unidos aprueba para el territorio no
incorporado de Puerto Rico un gobierno propio
limitado.
La derrota en la guerra comenzó el debilitamiento de la
frágil estabilidad del régimen político conocido como «la Restauración» que había sido establecida
anteriormente por el gobierno de Alfonso
XII.
El siglo XIX había empezado con las guerras con la Francia
Revolucionaria y su posterior régimen Bonapartista, que a juicio de algunos
analistas el conflicto con Napoleón forjó la identidad nacional española y
abrió las puertas al constitucionalismo, iniciado en las primeras
constituciones del país, el estatuto bonapartista de Bayona y la constitución
de Cádiz. Sin embargo, también abrió una era de guerras civiles entre
partidarios del absolutismo y el liberalismo, conocidas como las guerras carlistas , que se
extenderían a lo largo del siglo XIX. y que marcó el
desarrollo del país.
La
visión anglosajona:
Alfonso
nació en Madrid como el hijo mayor de la reina Isabel II . Oficialmente,
su padre era su marido, el rey
Francisco de Asís . La paternidad biológica de Alfonso se
puso en duda. Se especula que su padre biológico pudo haber sido Enrique
Puigmoltó y Mayans (un capitán de la guardia). [1] Estos rumores fueron utilizados
como propaganda política contra Alfonso por los carlistas .
La
adhesión de su madre creó la segunda causa de inestabilidad, que fueron las
Guerras Carlistas. Los partidarios del Conde de
Molina como rey de España se levantaron para
entronizarlo. Además, en el contexto de las restauraciones y revoluciones
posnapoleónicas que envolvieron a Occidente tanto en Europa como en América,
tanto los conservadores carlistas como los isabelinos se opusieron al nuevo
sistema constitucional napoleónico. Al igual que en Gran Bretaña, que se
restó del proceso constitucional liberal, los conservadores españoles querían
continuar con las Leyes Orgánicas Tradicionales Españolas como el Fuero Juzgo , la Novísima Recopilación y
las Partidas de Alfonso X. Esto
llevó a la tercera causa de inestabilidad notable, la "Independencia de
los Reinos Americanos", reconocida entre 1823 y 1850.
La
Restauración española, hacia el final del s XIX, tal como se expresa desde la
visión anglosajona llegó después de casi un
siglo de inestabilidad política y muchas guerras civiles, y tuvo como objetivo
crear un nuevo sistema político, que asegurara la estabilidad mediante la
práctica del turnismo . Esta
fue la rotación deliberada de los partidos Liberal y Conservador en el
gobierno, por lo que ningún sector de la burguesía se sintió aislado, mientras
que todos los demás partidos fueron excluidos del sistema. Esto se logró
mediante el fraude electoral . La
oposición al sistema vino de republicanos , socialistas , anarquistas , nacionalistas vascos y catalanes y carlistas . Los dos partidos se alternaron en el gobierno en
un proceso controlado conocido como el turno pacífico ; el
Partido Liberal estaba dirigido por Sagasta y el
Partido Conservador por Cánovas del Castillo . Los caciques ,
poderosas figuras locales, fueron utilizados para manipular los resultados
electorales, y como resultado, el resentimiento contra el sistema se fue
acumulando con el tiempo y comenzaron a formarse importantes
movimientos nacionalistas en Cataluña , Galicia y País Vasco ,
así como sindicatos.
España acababa el siglo XIX igual que había acabado el
s.XVIII, con guerras y pérdida de las últimas posesiones coloniales de Cuba y
Filipinas a manos de EEUU, en lo que se denominaría Desastre del 98 (pero ello era un signo de los tiempos, al
menos en esos finales del siglo también Portugal, Francia e Italia vieran
pérdidas territoriales)
La característica fundamental de este siglo
XIX será la de ser un período de grandes cambios en la economía y la ciencia.
La ciencia y la economía se
retroalimentarían, el término ‘científico’, acuñado en 1833 por William
Whewell,23
sería parte fundamental del lenguaje de la época; la economía sufriría dos
fuertes revoluciones industriales, la primera acaecida
entre 1750 y 1840, y la segunda entre
1880 y 1914.4
En política, las nuevas ideas del
anterior siglo sentarían las bases para las revoluciones burguesas,
revoluciones que se explayarían por el mundo mediante el imperialismo y buscaría alianza con el movimiento
obrero al que, le cederían el sufragio universal;
en filosofía, surgirían los principios de la mayor parte de las corrientes de
pensamiento contemporáneas, corrientes como el idealismo absoluto,
el materialismo dialéctico, el nihilismo y el nacionalismo; el arte demoraría en iniciar el proceso de vanguardia pero quedaría
cimentado en movimientos como el impresionismo. A finales de este siglo surgieron la cinematografía y la animación gracias a los grandes avances tecnológicos de la
época.
El siglo
XIX fue testigo de grandes cambios sociales; la esclavitud fue abolida , y la primera y segunda
revolución industrial (que también se solapan con el 18o y 20 siglos, respectivamente) llevado a
masiva urbanización y
niveles mucho más altos de productividad, el beneficio y la prosperidad. Los imperios islámicos
de la pólvora se disolvieron formalmente y el imperialismo europeo llevó gran
parte del sur de Asia ,
el sudeste asiático y
casi toda África bajo el dominio colonial .
Estuvo
marcado por el colapso de los imperios español , zulú , primer francés , sacro romano y mogol . Esto allanó el camino para
la creciente influencia del Imperio Británico , el Imperio Ruso , los Estados Unidos , el Imperio Alemán (esencialmente
reemplazando al Sacro Imperio Romano Germánico), el Segundo Imperio
Francés , el Reino de Italia y el Japón Meiji , con los británicos
jactándose dominio indiscutible después de 1815. Después de la derrota
del Imperio francés y
sus aliados indios en elEn las guerras
napoleónicas , los imperios británico y ruso se expandieron
enormemente, convirtiéndose en las principales potencias del mundo. El
Imperio Ruso se expandió en el Cáucaso , el centro y el lejano este de
Asia. El Imperio Otomano pasó
por un período de occidentalización y
reforma conocido como Tanzimat ,
aumentando enormemente su control sobre sus territorios centrales en Anatolia y el Cercano Oriente . A pesar de esto,
el enfermo de Europa permaneció
en un período de decadencia, perdiendo territorio en los Balcanes , Egipto y el norte de África .
El
resto de poderes en el subcontinente indio ,
como el Reino de Mysore y
sus aliados franceses , Nawabs de Bengala , imperio de Maratha , Reino sij y los estados principescos de
la Nizam ,
sufrió una disminución masiva, y su insatisfacción con British East India
Company El gobierno llevó a la Rebelión India de
1857 , marcando su disolución, sin embargo, más tarde fue
gobernado directamente por la Corona Británica a través del
establecimiento del Raj británico .
El
Imperio Británico creció rápidamente en la primera mitad del siglo,
especialmente con la expansión de vastos territorios en Canadá, Australia,
Sudáfrica y la India densamente poblada, y en las últimas dos décadas del siglo
en África. A finales de siglo, el Imperio Británico controlaba una quinta
parte de la tierra del mundo y una cuarta parte de la población
mundial. Durante la era post-napoleónica, impuso lo que se conoció como
la Pax Britannica ,
que había marcado el comienzo de una globalización sin precedentes y una
integración económica a gran escala.
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