Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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jueves, 15 de octubre de 2015

El Doce de Octubre

        
La crisis ha hecho posible que los ciudadanos, organizados en colectivos que alcanzan las responsabilidades de gobiernos, revisen todo aquello que habían aceptado como parte de una sociedad que prometía que siguiendo ciertas reglas (esfuerzo, sacrificio en los estudios y actitud positiva) se alcanzaría una posición de independencia personal que permitiría acceder a una vida propia, plena, segura y positivamente previsible. Y ahora todo se revisa no siempre con fortuna, en un intento de encontrar los errores de una sociedad que ha hecho posible esta crisis de valores  pidiendo, implícitamente, respuestas.
No hay que olvidar que todo esto se ha generado desde la libertad del pensamiento cuya misión es hacer posible una visión crítica de la sociedad que la movilice, como motor de cambio. Pero tampoco hay que olvidar que todo cambio debe comportar cierta reconciliación con las generaciones que nos preceden (es decir, otorgarles cierta presunción de veracidad y honestidad en todo lo que realizaron) para que el cambio suponga un verdadero paso hacia adelante.
Parece recurrente, en este proceso de asimilación de la crisis, marcar claras diferencias con la generación del 78, y sin embargo si esas diferencias se construyen desde la crítica indignada estamos entrando en el terreno de la ruptura y toda ruptura  precisa de un proceso de reconstrucción que nos traería nuevas contradicciones que volveremos a sufrir como sociedad. Por ello es preciso que la crítica pase de indignada a racional para que nos permita una continuidad social que permita el cambio de perspectiva sin necesidad de destruir todo lo que de bueno hemos construido en estos últimos cuarenta años.
Todo no está mal. Ya lo advertía Ortega y Gaset en “La rebelión de las masas”. Intentar cuestionar todo para establecer diferencias insalvables es propio de niños mimados y por lo tanto irresponsables. Ello no aporta soluciones, sólo diferencias que terminarían por llevarnos a posiciones irreconciliables y a una nueva transición pero esta vez  llena de Robespieres.
Es probable que el descubrimiento de América llevara a ese continente nuevas enfermedades propias de Europa (y no sólo de carácter sanitario sino también la ambición propia de las sociedades que compiten). Pero ignorar que América no era un paraíso antes de la llegada de los europeos es vivir en la inopia. Ya los Incas se daban de manporrazos con aquellos que no se les sometía. Y recordar las abominables ceremonias sangrientas que celebraban con los cuerpos de sus semejantes no parece una actividad que dejara indiferentes a las sensibilidades esgrimidas por los actuales antitaurinos.
Pretender que los hombres malos sólo lo son los europeos o exclusivamente los españoles por descubrir América y proceder, por ello, a transmitir su cultura, es creer fabulas infantiles.
El ser humano es lo que es. Y lo es por su condición biológicamente animal en un entorno de recursos limitados. Y no por ello es más abominación que las salvajes leyes que rigen las selvas o las estepas africanas donde los carnívoros se alimentan de todo lo que cae entre sus garras (desde "bebes" gacelas, hasta "madres" de chimpancés e incluso se devoran o matan a los de sus mismas especies) o donde los herbívoros son capaces de combatir hasta la muerte por un harén de hembras.  Y en esta afirmación apelo a las certezas que observamos en la existencia de sentimientos comunes entre animales y humanos; sentimientos que bien conocen las personas que tienen a su cargo animales domésticos que tuvieron como antecesores seres salvajes - igualmente que nosotros los humanos. Podríamos afirmar, por ello, que sólo en entornos seguros los seres vivos semejantes a nosotros son capaces de olvidar los fuertes impulsos de su condición biológica.
Podemos decir con rigor que el género humano ha sometido a esclavitud a los negros africanos, pero también en ello seríamos parciales, la esclavitud se ha dado en todas formas y sociedades.La escenas televisivas nos muestran la fácil capacidad que la humanidad  tiene en olvidar que la racionalidad de su inteligencia le permite resolver situaciones complejas sin violencia y alejarse de la sumisión a sus instintos más primarios. E incluso la esclavitud llega a nuestros días en la trata de blancas o de niños para satisfacer impulsos biológicos sacrificando vidas humanas o incluso el sacrificio de personas vivas y sanas para tráfico de órganos de pudientes de todas las razas y condición, siempre que tengan el dinero suficiente para pagar estos "servicios". 
Y qué decir de las guerras que somos capaces de organizar en las que todas las razas y poblaciones humanas han participado; y algunas lo han hecho en el último momento para granjearse parte de los beneficios que los vencedores iban a repartirse.
A todos nos dan ganas de refugiarnos clamando por un lugar seguro ante un mundo tan adverso. Pero acabamos por "ver" (que no es otra cosa que aceptar que las leyes de la vida con sus contradicciones - y estas no sólo son las que se formulan en entornos presididos por la racionalidad, sino también aceptamos que hay cierta irracionalidad en esta forma de vida que tenemos en donde los sentimientos más sinceros que dan sentido a la vida conviven con los más absurdos impulsos o con la enfermedad y la muerte) y aunque busquemos seguridad todos sabemos que debemos sobrevivir en un mundo cuyas reglas pueden que no nos gusten y tal vez algunas las podamos cambiar precisamente al agruparnos en sociedades que nos hacen fuertes - y en ello debemos reconocer el mérito que como humanos hemos adquirido al dotarnos de sociedades seguras que nos permiten la ensoñación de mundos mejores y sociedades perfectas - , pero la mayoría de ellas, de esas leyes biológicas, y de las pulsaciones del ánimo más salvaje debemos aceptarlas como posibles porque algún día nos pueden alcanzar aunque vivamos en sociedades organizadas y altamente seguras.
Por mucho que se critique el Doce de Octubre desde las nuevas esferas generacionales o desde Catalunya, el mundo de las sociedades humanas seguirá careciendo de la racionalidad plena en la que todos estemos conformes. Es condición humana.








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