Estoy en clase. Mira. habla. Corrige. Anima. apoya. Da dos besos cuando a la entrada. Acepta lo que discretamente sugiero, manteniéndome en un segundo plano. Ignora mis incomodidades. Y sonríe. También observo que mira de reojo si sale bien el paso o no. Y parece dejar en el pasado toda divergencia (e intrusión que tanto daño hizo). ¡Es cariño! – le digo a mi amiga (Índigo o Violeta). Y ella afirma: ¡Sí es cariño!, se porta muy bien y es encantadora. Y siento el bienestar que produce el constatar un paso hacia delante (donde las cosas están en su sitio), a pesar de aquellos (y aquellas) que malmetieron (y que ahora deben estar comiéndose los muñones). Respeto su camino porque, de alguna manera acabará por estar donde ella quiere estar. Y voy contento a clase; sabiendo que esa sonrisa en algún momento inesperado se mostrará (sacando lo mejor de ella). Te deseo mucha suerte y, creo, que te mereces que las cosas te vayan muy bien (desde aquí veo tus méritos pasados).
Una amiga... al principio parecía enojarse con mis comentarios, pero pronto se dio cuenta que son similares a los suyos. Desde entonces nos aceptamos (aunque siempre hay a quien le molesta que nos veamos). Eres alegría diaria. Sol en el invierno (llueva o haga frío o viento). Y en este abril eres mi segunda primavera en menos de tres meses. ¡Que hoy es martes! ¡Nos vemos a las nueve en clase! - ¡Ah sí! – me contesta ella, dando por olvidada la cita. Y es que la amistad, cuando es incondicional sabe a TODO y hace completo el día y nos acompaña a los dos la sorpresa: ¡Aún nos quedan la clase de las nueve! – nos decimos los dos al unísono, al dejarla cincuenta metros de su casa. Y pienso: “Espero que ese Don Juan Tenorio sepa apreciar lo que tiene a su alcance”. Dice que lo suyo es Amor –toda convencida, ante las confidencias que nos hacemos. ¡Ya lo sé! ¡A mí me lo vas a decir! – pienso - ¡que lo he visto derramarse por tus mejillas!
Se acercan pensando que estoy, o voy a estar, en la cresta de la ola. Y no reparan en que el momento posterior (dado cómo es el mundo, y cómo soy yo) puede ser estar (probablemente) estrellado contra unas rocas. Y no creo que les vaya con su narcisismo tener acompañante estrellado y por eso sólo se fijan en el momento que les conviene sin reparar en el postrero.
Amiga; los dos sabemos que nos merecemos lo mejor. Espero que el Universo también lo crea.
“El próximo diciembre dicen que llega el final del mundo.
Algunos dicen que es el nacimiento de una nueva forma de pensar.
Estoy con ellos.
A partir de ahora el “diferente” no es el que hay que segregar,
o modificar,
si no el que señala a nuestra consciencia
la distancia que aún nos queda por recorrer
para alcanzar la felicidad de un mundo mejor”
La bicicleta blanca
Música: Astor Piazzolla
Letra: Horacio Ferrer
(polca/tango)
Lo viste. Seguro que vos también, alguna vez, lo viste: te hablo de ese eterno ciclista solo, tan solo, que repecha las calles por la noche.
Usa las botamangas del pantalón bien metidas en las medias y una boina calzada hasta las orejas, ¿te fijaste? Nadie sabe, no, de dónde cuernos viene, jamás se le conoce a dónde diablos va.
De todos modos, si lo vieras pasar, miralo con mucho Amor: puede que sea, otra vez...
El flaco que tenía la bicicleta blanca;
silbando una polkita cruzaba la ciudad.
Sus ruedas, daban pena: tan chicas y cuadradas
¡que el pobre se enredaba la barba en el pedal!
Llevaba, de manubrio, los cuernos de una cabra.
Atrás, en un carrito, cargaba un pez y un pan.
Jadeando a lo pichicho, trepaba las barrancas,
y él mismo se animaba, gritando al pedalear.
"¡Dale, Dios!... ¡Dale, Dios!...
¡Meté, flaquito corazón!
Vos sabés que ganar
no está en llegar sino en seguir..."
Todos, mientras tanto, en las veredas,
revolcándonos de risa
¡lo aplaudimos a morir!
y él, con unos ojos de novela,
saludaba, agradecía,
y sabía repetir:
"¡Dale, Dios!... ¡Dale, Dios!...
¡Dale con todo, Dale, Dios!..."
Pero cierta noche, su horrible bicicleta con acoplado entró a sembrar una enorme cola fosforescente. ¡Increíble!: los pungas devolvían las billeteras en los colectivos; los poderosos terminaban con el hambre; los ovnis nos revelaban el misterio de la Paz; el Intendente, en persona, rellenaba los pozos de la calle, y hasta yo, pibe, yo que soy las penas, lloré de alegría bailando bajo esa luz la polka del ciclista.
Después, no sé, ¡te juro!, por qué siniestra rabia,
no sé por qué lo hicimos ¡lo hicimos sin querer!,
al flaco, ¡pobre flaco!, de asalto y por la espalda,
su bicicleta blanca le entramos a romper.
Le dimos como en bolsa, si asco, duro, en grande:
la hicimos mil pedazos... Y, al fin, yo vi que él,
mordiéndose la barba, gritó: "¡Que yo los salve!..."
Miró su bicicleta, sonrió, se fue de a pie.
(Mi viejo Flaco Nuestro que andabas en la Tierra: ¿Cómo te olvidaste que no somos ángeles sino hombres y mujeres?)
Flaco,
no te quedes triste,
todo no fue inútil,
no pierdas la fe...
en un cometa con pedales
¡dale que te dale!
yo sé que has de volver...