En una señora
que tiene familia numerosa produce, en primer momento, una extrañeza que invita
a esperar una explicación de la misma a continuación. En una conversación de
calle, ligera, de esas de “hola me he
encontrado contigo y pasaba por aquí”, soltar como si nada, y casi de
corrido, a la primera de cambio una aseveración de ese calibre invita, al que
la oye, al menos a preguntarse el porqué de la misma; y si no lo hace en ese
mismo momento lo hará, sin duda, en la próxima ocasión que se produzca otra
encuentro aparentemente casual. Así funcionan algunas relaciones de calle para
algunas personas; la vida para ellas es una permanente estrategia de
comunicación e imagen. Así, que si la pregunta no saltó de la boca del
interlocutora o interlocutora en el mismo momento del primer encuentro, saltará
al siguiente; sobre todo si la señora va acompañada de sus vástagos; y la
respuesta que ella pudría dar, delante de sus propios hijos generaría, sin
duda, una gran solidaridad para con la madre que así se muestra, viendo a los
peques con ella, y dando lugar a un verdadero reproche hacia el padre, aunque
no lo conozcan, o aún conociéndole y nunca haber sospechado del mismo tal
actitud: ¿Que no se preocupa para nada de
los niños? ¿Que no los ve? ¿Que no pasa el dinero necesario ni se
preocupa de los gastos? Y la respuesta a continuación de la señora madre
sería algo así como “no quiero decir
nada, pero es que ese señor no está bien”. Genial respuesta que deja con
otra interrogante para otra ocasión; interrogante que aunque no se satisfaga
podría correr de boca en boca, en cualquier situación social casual o festiva,
que todo el que hubiera oído sobre la solitaria situación de la madre con
hijos, quería, desde luego, saber qué pasa con ese seños tan ingrato,
insensible e irresponsable…. Pero todos a la vez entenderían el motivo que ya
diera la señora madre en la primera ocasión en que, casualmente y como quien no
quiere la cosa, respondía: “Es que no
está bien”. Claro!!! Así se
entiende, ¡¡con niños tan hermosos!! Solo cabe esa explicación. ¡!Qué mujer tan
valerosa y abnegada!!
Es de suponer
que así sería la escena que permitiría que todo el que conociera a la madre
fijara en su mente una fotografía clara y nítida del pérfido y malvado padre, aquejado
de un tal “es que no está bien” que
ahora, tras las razones de la madre, salta a la vista con otra pregunta: ¿Y cómo no le pides que pague los gastos de
los niños? Y ella respondería como resignada: Para qué? Qué se le va a
hacer!!! Ya tiene bastante desgracia!!!! Y la gente pensaría, ¡¡¡¡demonios!!!! Si es una Santa y mártir!!! A partir de ahí la señora madre estaría
exculpada de cualquier situación poco aceptable en la que pudiera observársele
y reprochársele a cualquiera otra persona (incluido
si pegara salvajemente a los hijos???)
Sí, cuesta un poco entenderlo, pero sí, al final del todo exculpada. La
vinculación entre madres e hijos es tan potente que difícilmente se puede
considerar poner en cuestión; así que lo primero que viniera a la mete de quien
observara a esa señora madre sería: Es una
Santa y una Mártir.
,¿Creen que es
posible que una madre con familia numerosa no llame al padre de sus hijos en
ninguna situación? Pues sí, es posible; esa actitud la comprendí hace unos
años, cuando una vecina mía, ya mayor y con hijos ya crecidos y luchando por la
vida, como todos, señalaba que se separó, al final de múltiples sufrimientos
matrimoniales con maltrato físico incluido, por consejo, casi mandato, de sus
propios hijos. Y que en el deseo de perder de vista al padre de sus hijos
prefirió salir perdiendo en todo, si con ello conseguía librarse de él.
Así que el
argumento de fondo que exhibía esa señora madre estaba en la calle y era el pan
nuestro de cada día en aquellos matrimonios que se unieron en las décadas del
posfranquismo, cuando ser hombre equivalía a tener derecho a todo, por encima
de todo e incluso a quitarle la vida legítimamente al cónyuge en determinadas situaciones
gravosas para el honor del varón. Así que la señora madre, trabajando en el
entorno de muchachos problemáticos de familias desestructuradas del barrio,
solo tenía que adaptar lo suficiente su “discurso” público para que las
“apariencias sociales” trabajaran a su favor (el resto lo harían los prejuicios constituidos por decenios de años de
machismo). Sólo había que tener valor y determinación para llevar aquello
hasta sus últimas consecuencias. Y en estas nos vemos ahora, cuando observamos
el castigo moral extremo que sufre uno de los hijos, por el mero hecho de ser
testigo de lo que fue en realidad y no de lo imaginado por un entorno social, (demasiado ocupado en sus problemas
cotidianos como para pensar un poquito en si la historia casa de verdad o no
casa de verdad); además siendo la señora funcionaria de tan determinante
labor social, no cabía duda que la propia experiencia en sus carnes recibida
por ese hombre que ya se empezaba a antojar despreciable, le haría mucho más
sensible a una problemática familiar que hacía posible naufragar vidas de
personas y familias enteras en su barrio. Y ella estaba allí, con los servicios
sociales, mano a mano, cada día trabajando por amortiguar aquellas situaciones
emanadas de la pobreza con falta de recursos, falta de formación y hombres
egoístas incapaces de asumir sus responsabilidades ante sus actos y sus hijos,
y que determinaban un muy mal ejemplo de figura paterna para los propios hijos,
determinando así su lamentable destino vital lleno de detenciones, malos actos
y rebeldías que llegaban al ámbito de la policía y de la fiscalía de menores;
en un esfuerzo descomunal de coordinación para enmendar esas vidas y esas
situaciones familiares con tan adverso pronostico. Toda una vida ejemplar, la
de esta señora madre, ante los ojos de cualquier vecino del barrio.
Pero viene a resultar que el padre que
“parecía muerto” “y enterrado” a los ojos de la sociedad que circunda, viene a aparecer
e intentar poner los puntos sobre las íes cuando ve lo que ocurre con uno de
sus vástagos y se pone manos a la obra para evitar lo que ya parece una
evidencia y consecuencia de una estrategia de imagen social llevada por la
señora madre hasta sus últimas consecuencias: ¿Se quiere llevar al hijo por delante porque le afea el relato
construido durante décadas? ¡¡¡Algo habrá que hacer!!! Aunque todo esté en
contra, incluso la posiblemente propia fama del padre, convenientemente motivo
de justificación de los actos de la señora madre. Y es cuando se propone el
hombre seguir dando su propia versión, la que siempre dio y nadie parecía hacerle
caso (ahora resultaba obvio y entendible).
Pero el hombre insiste y tira de memoria, documentos y sobre todo del ánimo que
le impulsa a defender a una buena persona, inteligente, que la madre no duda en
sacrificar ante la vista y pasividad de una sociedad que estaba convencida de
la legitimidad en las razones de madre y hermanos; aunque no se acabara de
entender muy bien o algunas cosas no terminaran de casar del todo. Pero la vida
es así, no siempre se entiende todo y hay que aceptarlo. Así es posible que un
pretendido “crimen” se concrete a la vista de todos sobre un muchacho inocente,
y la mayoría diga. Se veía venir, claro, por culpa del padre, pobre muchacho.
Así que el
padre, ante afirmación tan categórica sale a la palestra a desmentir semejante
“bola” de “patio de colegio” que la señora madre pudo construir, pues así el
resto de hijos asegura, construyendo sobre el padre (y probablemente ahora sobre el hijo así maltratado) para salir
indemne de sus propias negligencias. Y el padre se dispone a señalar algunas
cuantas sólo a modo de ejemplo, pues ya se sabe que con esta señora madre si lo
que se dice no se respalda, tiene una amiga Gloria Labarta dispuesta a poner
las cosas en su sitio en los tribunales, para que el “aire”, mejor y más
conveniente, les venga siempre a favor. Incluso
en este momento en que la señora madre y su novio se saltan cuarentenas casi a
diario, parecer ser, pero el testigo está en poder de ambos y aislado. Y eso es
lo que le lleva al padre a porfiar en la defensa de su integridad física y
moral, y por ello salta a las redes sociales en defensa de una criatura, y persona ajena a estas especulaciones
interesadas sobre su propia persona juvenil, que va siendo consciente poco
a poco que su deseo de comprender preguntando puede llevarle a un encierro permanente
y de por vida, a la vista de todos (que
quedan de brazos cruzados, preguntándose
si las amenazas que se ciernen sobre el chico son galgos o podencos); y que
ahora, el muchcacho, se halla en manos
de personajes poco a nada piadosos, al contrario de lo que habían hecho creer
hasta el momento en su entorno social; personajes que sacrifican a cualquiera
en aras de sus fines concretos y que produce a cualquiera que se haya apercibido
de esta situación, penosa en el muchacho, prevenirse lo mejor posible y no
salir a escena, para no convertirse en una “pieza más”, en un objetivo, en “una
presa a batir” por personas expertas en “imagen y persuasión social” sobre
cualquier persona que esté a su alcance y que se les cruce en el camino de sus
intereses y objetivos.
No es cierto
que el padre no se interesara por sus hijos, sin embargo, si lo es, que la madre,
desde el primer momento de la separación obstaculizara cualquier
posibilidad de que el padre participara
activamente en las experiencias vitales de los hijos. El primer y determinante
gesto lo tuvo cuando se presentó el padre en el por entonces APA del Colegio
Cesáreo Alierta (colegio bien distante
del domicilio familiar real de la familia, pero que gracias a sapiencias e intereses, pudo colocar
cambiando de empadronamiento a los hijos; la letrada del padre consideró
aquello era una situación que le beneficiaba al propio padre, pues las
consecuencias de la separación podrían ser más gravosas económicamente para el
padre - que tendría que rehacer su vida - que para la madre, pues esta podría
optar por un colegio privado haciendo más penosa le resurrección del marido).
La madre, que bien se preocupó de que uno de los hijos, en una vista quincenal,
le dijera al padre que habría reunión de la APA al comenzar el curso, una vez
acabada la reunión, la señora madre
expresara a la dirección o jefatura de estudios que no quería volver a
ver al padre en esas reuniones escolares. Por entonces el derecho a asistir al
APA solo asistía al progenitor que tuviera la guardia y custodia de los hijos y
su criterio prevalecía en cualquier situación y circunstancia. El permiso para
que el padre asistiera a las reuniones del APA dependía, exclusivamente, de la
madre; y ésta tenía meridianamente claro que el padre no pasaría de cualquier
línea que significara influir o modificar cualquier aspecto del plan de
educación que tenía concebido para los hijos (incluidos los castigos físicos extremos, que aunque prohibidos,
prevalecían como recurso educativo eficaz para ella).
Las llamadas por
parte del padre existieron para recordar los horarios de entrega de los hijos
quincenalmente en las visitas de fin de semana. Y también se recuerda cómo le
hacía esperar en el coche al padre, cada mañana de sábado, una o dos horas, so
pretexto de que los niños estaban desayunando y preparándose para salir. Los
ritmos de la señora madre siempre fueron los mismos, todos tienen que adaptarse
a ellos (lleva años obligando al hijo que
vive con ella a comer a las cinco de la tarde, porque es la hora que a ella le
apetece comer, trastocando los horarios de sueño y actividad del joven, al que
no le dejaba acercarse a la cocina, so pena de griterío escandaloso); así
que sus ritmos, si los imponía a sus hijos cómo no los iba a imponer más un padre expulsado de la casa. Ver a los
niños, para el padre, era una alegría que hacía sobrellevable esas continuas
demostraciones de territorialidad de la señora madre; incluso ya no reparaba el
padre, en la indumentaria que hacía llevar a los hijos la madre, y de la que la
familia del padre se quejaba (siempre los
mismos chándales viejos y desgastados comprados en el rastro y usados hasta la
extenuación). Hasta el punto de que una tía, cansada de verlos en las
frecuentes visitas que hacía el padre, para que los niños no perdieran el
contacto con el resto de la familia, se hartó tanto de verlos así que decidió
por su cuenta comprarles pantalones, camisas y jerséis a todos ellos, para que
al menos el padre les cambiara de ropa
cuando se los entregara la madre. Así iban los hijos a todas partes a diario,
con esa vestimenta, cómoda sí, pero perpetua en forma, colores monótonos,
siempre parecían ir con la misma ropa; salvo evento familiar destacable y bien
extraordinario, que en su familia, pequeña y reducida no cabía darse (bodas, comuniones). Y aún así, un día,
al ir a visitar el padre a los hijos al colegio Cesareo Alierta, entre semana,
mientras jugaban en el patio, uno de los hijos se cayó y se rasgó el desgastado
chándal; se le conmovió el corazón y el ánimo, al ver como el niño lloraba de
angustia al ver el pequeño roto, en la rodilla de esa ya desgastada prenda,
previendo que su madre le pegaría. En principio pensó que sería una regañina lo
que le dijera al pequeño (pues nunca,
hasta entonces, en la mente del padre se concibiera que la señora madre pudiera
llegar en modo alguno a ese extremo), pero la angustia que mostraba el niño
le llenó de preocupación los días siguientes, y al fin de semana que le tocaron
niños les preguntó abiertamente. La respuesta que les dio le llevó a coger
inmediatamente el teléfono y llamar a la madre para advertirle que eso no lo
podría hacer más y que él, estaba dispuesto a llevarle a los tribunales. La
señora madre tuvo el mismo tono con el padre que siempre, ni afirmó ni
desmintió, y le mantuvo a distancia con el siempre argumento de que no se
preocupaba ni sabía nada de ellos.
Después de
comentar la situación dada en los hijos, el padre, a su jefa de Servicio de su
trabajo (Doctora en Derecho) y luego, esperando a la cita con su
psicoterapeuta, comentárselo a él también, ambos llegaban a la misma conclusión
“no sería para tanto”, ninguno de los
dos había visto el rostro de angustia del pequeño que yo vi en el patio del
recreo, ni cómo tenían de asumido que “la
mama nos pega mucho” como única respuesta a la pregunta del padre, mientras
seguían viendo en la tv una de las cintas de video infantil que les solía poner
cuando recién llegaban a casa del padre.
Así que unas semanas más tarde, después de solicitar las notas de los
niños en el colegio y que le hicieran esperan dos horas y media en el hall de
entrada hasta que el director le dijo que Sí, que como padre tenía derecho a
saber de las notas de los hijos, dándole en ese momento las notas que hasta el
momento habían sacado y el padre le pidió que se las mandara regularmente a
casa, comprobado que no eran tan buenas como él suponía que debieran de ser.
Con ellas en la mano, redactó una denuncia en el juzgado, y esperó la
intervención de los equipos especializados en maltrato, que nunca llegaron, ni
se supo de ellos, el juez había archivado la causa; y cuando esa situación la
presentó a la abogada que le había tramitado la separación matrimonial, le
dijo: Tú lo que tienes que hacer es
trabajar mucho, mucho para tus hijos (no
entendí aquella sugerencia en aquél momento, pues como funcionario mi salario
era el que era, sin que cupiera prever milagros en su cuantía). Hoy
compruebo que la madre del muchacho intenta hacerle ver que su destino va a ser
trabajar como un negro, como su padre, y así lo expresa él, como quien le pone
un futuro bien negro a la alternativa de ingreso perpetuo que se lleva entre
manos; y la madre le pone como referencia al padre, porque según ella así le
ocurre al padre. Y éste padre se lo desmiente al hijo así atemorizado, porque
es evidente. El padre siempre busca como disfrutar o ser creativo en cualquier
trabajo que realiza como funcionario. Pero ahora que recuerda los
acontecimientos lejanos, a causa de defender al hijo nuevamente, le viene a la
memoria que su propia abogada, entonces Azucena Lusilla, le planteó similar
alternativa. Es curiosa la simetría en los planteamientos de ambas mujeres y es
de preguntarse hasta dónde llegará, o cuán extendida esté similar opinión en la
sociedad, cuando se pretende denunciar una violencia ejercida por una señora
madre en cualquier tiempo pasado o lugar presente, como es el caso de ahora.
Y
efectivamente, la madre una vez que supo que el padre hubo puesto denuncia,
como le advirtiera a ella por teléfono previamente el día que constató aquella
veracidad en las respuestas de sus hijos y sus efectos en las notas; pero esta
denuncia entró en hibernación, la señora madre decidió no entregar más los
hijos al padre; aunque estos, en las llamadas para ir a buscarlos, ellos
cogieran el teléfono directamente y dijeran que sí al padre, ella, la señora tomaba
el auricular para decirle al padre: Los niños no quieren estar contigo.
Muchos años más
tarde, relatando estos recuerdos a un letrado, a causa de la cuestión que ahora
le afecta a uno de los hijos ya mayor, este le reprochó no haber puesto la
denuncia con un abogado (probablemente
cierta la razón que expresaba, pero la letrada ya sabía de esa denuncia; y creo
que los juzgados de la ciudad también, pues el juez se negó a recibir al padre
cuando fue a preguntar por el estado de la misma y dada la insistencia del
padre, ya en forma de desafío evidente, tuvieron un intercambio de reproches
que acabó con una amenaza del juez en meter al padre en la cárcel y le consta,
de alguna manera, que estuvo a punto de hacerlo, al mandar a un letrado (el
padre se trataba en el trabajo con letrados que cuya actividad se hallaba en
los tribuales) a, probablemente, evaluar el estado del padre y decidir si
actuaba o no contra su persona); la visita con la letrada fue
inmediatamente posterior; probablemente por ello su respuesta primera fuera: “Estamos todos bien remojados” y la
segunda ya referida: “Tiene Vd que
trabajar mucho por sus hijos”. Ahora piensa el padre que tal vez sí trabajó
mucho por sus hijos, aunque no en el sentido que lo dijera aquella letrada,
pero desde luego en la Administración tanto municipal como en la DGA saben a
ciencia cierta que es bien cierto, pues entre sus proyectos hay uno estrella,
si esta pandemia no lo trunca, saben quien lo ideó, redactó y divulgó hace ya
20 años, mientras los políticos de entonces pensaban sólo en campos de golf,
mega construcciones, y super-centros de logística. Aquél trabajo hablaba ya
entonces de sostenibilidad, calidad en los sistemas de producción, garantía de
bienestar laboral y etiquetado sobre el producto, garantizando que se
respetaban estándares respecto al medioambiente, transparencia económica de la
empresa y calidad de vida en las condiciones laborales de los empleados y
trabajadores. Precisamente todo lo que necesitaríamos ahora para salir de la
crisis con productos que portan valores que ahora todos necesitamos, para no
repetir los mismo errores del pasado.
Cuando al padre
le constaron que realmente a los hijos sí les habían maltratado como él creyó
en su momento, pero nadie le creyó a él, empezó a entender que él no estaba
loco, como habían pretendido, pero desde luego algún o varios si los están,
permitiendo estas situaciones.
A parte de las
llamadas que la señora madre le hizo al trabajo mientras estaban aún formando única
familia, el padre no se hace eco en contenido ni formas, porque no es el caso,
pero de las que sí se percatara el ambiente laboral en su momento.
Difícilmente el
padre hubiera podido enterarse - ya
separados ambos, y la señora madre haber bloqueado las visitas de los hijos al
padre - de que a uno de los hijos le hubieran de realizar una operación
cuyo resultado pudiera desvelar una situación bien grave, para el aún niño, por
clara dejadez de la madre en los cuidados básicos señalados para este niño en
concreto, desde su nacimiento. Así se deducía de las palabras que el doctor - cirujano pediátrico - le dedicaba a la
señora madre con la puerta entreabierta de la habitación del niño, ya estando éste
preparado para entrar en el quirófano de la clínica Montpelier, situada en vía
Hispanidad. A causa de este incidente
sanitario que se resolviera positivamente, pero del cual, ella, se marchó en
cuanto el doctor le habló de lo que parecía su responsabilidad, dejando al
padre e hijo solos en la habitación, mientras el padre acompañaba al hijos hasta
el momento de entrar al quirófano y éste, el hijo, le suplicaba que le
acompañara, sin permitirlo los celadores (algo
que hoy en día parece algo diferente en algunas ocasiones). A la salida del
niño del quirófano solo estaba el padre en la habitación, posteriormente la
madre llegó para reprocharle que la culpa de todo era del padre y de su familia
(es decir de sus genes), para acto
seguido llamar a la familia materna y decirle que fueran a ver al chico.
Incluso llamó a su novio del momento; y donde viéndose des-hubicado el padre,
así se lo hicieron sentir esa familia, se despidió de su hijo y se marchó. Años
más tarde pensó el padre que le hubieron llamado para parar el golpe ante una posible
adversidad y - como la madre anticipaba en la conversación previa - para hacerle responsable del percance médico
del muchacho. Debiera saber el doctor pediatra Alejandro Acero, del Gabinete
Médico Hernán Cortés, cuáles eras las circunstancias previas que hicieron
posible esta intervención médica, pues previamente el padre le hubo solicitado
informes de todos sus hijos y según ese médico todo estuviera correcto y el
problema observado al nacer el hijo, no parece reflejado en esos informes;
aunque ya resuelto afortunadamente, ni siquiera había alguna referencia al
respecto en sus informes; pero el cirujano de la Clínica Montpelier parecía
tenerlo bien claro. (la madre siempre
gozó de esa autonomía y libertad que otorga tener un seguro privado – ella y
sus hijos en aquél momento -, al garantizarle privacidad real y efectiva en
cualquier padecimiento que pudieran haber tenido ella o sus hijos, sin que su
historial médico se incluya en sistemas de redes sanitarias compartidas; lo que
en sí mismo representa un alto grado de intimidad y auto gestión de su propia
salud y la de sus hijos, pero también una gran responsabilidad, que era lo
que parecía reclamarle el cirujano, pues parece que la señora madre no daba
explicaciones de actos como este a nadie).
Afirma el
padre, que las llamadas de la señora madre se producían, aunque no fueran
frecuentes; y no siendo frecuentes siempre eran por alguna contrariedad severa
que hacer recaer al padre, desde retrasos de pagos en material, libros o
tratamientos que la madre le pedía se gestionara por el ayto y luego encorría
al padre hasta acusarle de haberse quedado el dinero, sin reparar que los
retrasos en esos pagos alcanzaban a veces los tres meses; hasta en otras
ocasiones en que pedía aumentar unilateralmente la pensión de alimentos del
padre por haber más gastos pero sin concretarlos, ni presentar facturas al
respecto que pudieran determinar una cuantía concreta. La respuesta al ser
preguntada concretamente siempre era la misma:
Sacar a los niños adelante cuesta mucho
dinero. Pero luego con los años el padre se entera que cuando iban de
viaje, al menos en esa ocasión, la señora madre, esperando un enlace de
transporte en Madrid con otro destino más lejano, no tuvo reparo alguno en
hacer pernoctar a sus hijos en un portal, cerca de una boca de Metro, haciéndoles
ejercer turnos de vigilancia a sus hijos para vigilar las maletas, hasta que se
hiciera de día (con niños de 15 y 16
años; incluso pudiera ser que la señora madre se sintiera orgullosa de ello; al
haberse ahorrado el coste de un hostal, a pesar de que nunca tuviera carencia
de efectivo, pues para la señora madre resulta ello un prioridad esencial;
disponer siempre efectivo que garantice holgadamente su presente y futuro).
Así
pues sí hubo llamadas telefónicas de la señora madre al padre, aunque de éste
padre transmitiera una idea de inútil o innecesario; llamadas que no solo las
recibiera de la señora madre sino que él también las realizara para saber de
sus hijos, hasta que concibiera todo ello inútil y estéril ante persona, como
la señora madre, dispuesta a ser un muro infranqueable que aprovecha la ocasión
de cualquier motivo que fuere la llamada del padre, para ningunearle,
orillarle, humillarle y despreciarle,
eso sí, con un tono displicente y a la vez paternal y abstractamente
considerada, consecuente y paternalista, como quien sabe dominar plenamente una
situación, controlando la conversación y llevándola siempre al mismo terreno y
en las mismas manearas descritas hace un momento. Parecía bastarle apelar al
discurso que había construido para dar razón y sentido vital a su propia vida.
Ahora que la
señora madre se muestra rebelde, como ella misma dice de sí misma, saltándose
la cuarentena y haciéndola saltar su propio novio, recrimina al hijo por hablar
con su padre, le dice al hijo que el padre es el maltratador y que se busque el
padre gente de su edad para entretenerse que va a ponerle una denuncia. Con lo
relatado hasta ahora pueden hacerse idea de cómo ha estado entendiendo la vida
suya y la de sus hijos esta señora madre.