Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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miércoles, 29 de abril de 2020

En 25 años, asegura la señora que nunca llamó al padre.



En una señora que tiene familia numerosa produce, en primer momento, una extrañeza que invita a esperar una explicación de la misma a continuación. En una conversación de calle, ligera, de esas de “hola me he encontrado contigo y pasaba por aquí”, soltar como si nada, y casi de corrido, a la primera de cambio una aseveración de ese calibre invita, al que la oye, al menos a preguntarse el porqué de la misma; y si no lo hace en ese mismo momento lo hará, sin duda, en la próxima ocasión que se produzca otra encuentro aparentemente casual. Así funcionan algunas relaciones de calle para algunas personas; la vida para ellas es una permanente estrategia de comunicación e imagen. Así, que si la pregunta no saltó de la boca del interlocutora o interlocutora en el mismo momento del primer encuentro, saltará al siguiente; sobre todo si la señora va acompañada de sus vástagos; y la respuesta que ella pudría dar, delante de sus propios hijos generaría, sin duda, una gran solidaridad para con la madre que así se muestra, viendo a los peques con ella, y dando lugar a un verdadero reproche hacia el padre, aunque no lo conozcan, o aún conociéndole y nunca haber sospechado del mismo tal actitud: ¿Que no se preocupa para nada de los niños? ¿Que no los ve? ¿Que no pasa el dinero necesario ni se preocupa de los gastos? Y la respuesta a continuación de la señora madre sería algo así como “no quiero decir nada, pero es que ese señor no está bien”. Genial respuesta que deja con otra interrogante para otra ocasión; interrogante que aunque no se satisfaga podría correr de boca en boca, en cualquier situación social casual o festiva, que todo el que hubiera oído sobre la solitaria situación de la madre con hijos, quería, desde luego, saber qué pasa con ese seños tan ingrato, insensible e irresponsable…. Pero todos a la vez entenderían el motivo que ya diera la señora madre en la primera ocasión en que, casualmente y como quien no quiere la cosa, respondía: “Es que no está bien”. Claro!!!  Así se entiende, ¡¡con niños tan hermosos!! Solo cabe esa explicación. ¡!Qué mujer tan valerosa y abnegada!!
Es de suponer que así sería la escena que permitiría que todo el que conociera a la madre fijara en su mente una fotografía clara y nítida del pérfido y malvado padre, aquejado de un tal “es que no está bien” que ahora, tras las razones de la madre, salta a la vista con otra pregunta: ¿Y cómo no le pides que pague los gastos de los niños? Y ella respondería como resignada: Para qué? Qué se le va a hacer!!! Ya tiene bastante desgracia!!!!   Y la gente pensaría, ¡¡¡¡demonios!!!! Si es una Santa y mártir!!!   A partir de ahí la señora madre estaría exculpada de cualquier situación poco aceptable en la que pudiera observársele y reprochársele a cualquiera otra persona (incluido si pegara salvajemente a los hijos???)   Sí, cuesta un poco entenderlo, pero sí, al final del todo exculpada. La vinculación entre madres e hijos es tan potente que difícilmente se puede considerar poner en cuestión; así que lo primero que viniera a la mete de quien observara a esa señora madre sería: Es una Santa y una Mártir.
,¿Creen que es posible que una madre con familia numerosa no llame al padre de sus hijos en ninguna situación? Pues sí, es posible; esa actitud la comprendí hace unos años, cuando una vecina mía, ya mayor y con hijos ya crecidos y luchando por la vida, como todos, señalaba que se separó, al final de múltiples sufrimientos matrimoniales con maltrato físico incluido, por consejo, casi mandato, de sus propios hijos. Y que en el deseo de perder de vista al padre de sus hijos prefirió salir perdiendo en todo, si con ello conseguía librarse de él.
Así que el argumento de fondo que exhibía esa señora madre estaba en la calle y era el pan nuestro de cada día en aquellos matrimonios que se unieron en las décadas del posfranquismo, cuando ser hombre equivalía a tener derecho a todo, por encima de todo e incluso a quitarle la vida legítimamente al cónyuge en determinadas situaciones gravosas para el honor del varón. Así que la señora madre, trabajando en el entorno de muchachos problemáticos de familias desestructuradas del barrio, solo tenía que adaptar lo suficiente su “discurso” público para que las “apariencias sociales” trabajaran a su favor (el resto lo harían los prejuicios constituidos por decenios de años de machismo). Sólo había que tener valor y determinación para llevar aquello hasta sus últimas consecuencias. Y en estas nos vemos ahora, cuando observamos el castigo moral extremo que sufre uno de los hijos, por el mero hecho de ser testigo de lo que fue en realidad y no de lo imaginado por un entorno social, (demasiado ocupado en sus problemas cotidianos como para pensar un poquito en si la historia casa de verdad o no casa de verdad); además siendo la señora funcionaria de tan determinante labor social, no cabía duda que la propia experiencia en sus carnes recibida por ese hombre que ya se empezaba a antojar despreciable, le haría mucho más sensible a una problemática familiar que hacía posible naufragar vidas de personas y familias enteras en su barrio. Y ella estaba allí, con los servicios sociales, mano a mano, cada día trabajando por amortiguar aquellas situaciones emanadas de la pobreza con falta de recursos, falta de formación y hombres egoístas incapaces de asumir sus responsabilidades ante sus actos y sus hijos, y que determinaban un muy mal ejemplo de figura paterna para los propios hijos, determinando así su lamentable destino vital lleno de detenciones, malos actos y rebeldías que llegaban al ámbito de la policía y de la fiscalía de menores; en un esfuerzo descomunal de coordinación para enmendar esas vidas y esas situaciones familiares con tan adverso pronostico. Toda una vida ejemplar, la de esta señora madre, ante los ojos de cualquier vecino del barrio.
 Pero viene a resultar que el padre que “parecía muerto” “y enterrado” a los ojos de la sociedad que circunda, viene a aparecer e intentar poner los puntos sobre las íes cuando ve lo que ocurre con uno de sus vástagos y se pone manos a la obra para evitar lo que ya parece una evidencia y consecuencia de una estrategia de imagen social llevada por la señora madre hasta sus últimas consecuencias: ¿Se quiere llevar al hijo por delante porque le afea el relato construido durante décadas? ¡¡¡Algo habrá que hacer!!! Aunque todo esté en contra, incluso la posiblemente propia fama del padre, convenientemente motivo de justificación de los actos de la señora madre. Y es cuando se propone el hombre seguir dando su propia versión, la que siempre dio y nadie parecía hacerle caso (ahora resultaba obvio y entendible). Pero el hombre insiste y tira de memoria, documentos y sobre todo del ánimo que le impulsa a defender a una buena persona, inteligente, que la madre no duda en sacrificar ante la vista y pasividad de una sociedad que estaba convencida de la legitimidad en las razones de madre y hermanos; aunque no se acabara de entender muy bien o algunas cosas no terminaran de casar del todo. Pero la vida es así, no siempre se entiende todo y hay que aceptarlo. Así es posible que un pretendido “crimen” se concrete a la vista de todos sobre un muchacho inocente, y la mayoría diga. Se veía venir, claro, por culpa del padre, pobre muchacho.
Así que el padre, ante afirmación tan categórica sale a la palestra a desmentir semejante “bola” de “patio de colegio” que la señora madre pudo construir, pues así el resto de hijos asegura, construyendo sobre el padre (y probablemente ahora sobre el hijo así maltratado) para salir indemne de sus propias negligencias. Y el padre se dispone a señalar algunas cuantas sólo a modo de ejemplo, pues ya se sabe que con esta señora madre si lo que se dice no se respalda, tiene una amiga Gloria Labarta dispuesta a poner las cosas en su sitio en los tribunales, para que el “aire”, mejor y más conveniente, les venga siempre a favor.  Incluso en este momento en que la señora madre y su novio se saltan cuarentenas casi a diario, parecer ser, pero el testigo está en poder de ambos y aislado. Y eso es lo que le lleva al padre a porfiar en la defensa de su integridad física y moral, y por ello salta a las redes sociales en defensa de una criatura, y persona ajena a estas especulaciones interesadas sobre su propia persona juvenil, que va siendo consciente poco a poco que su deseo de comprender preguntando puede llevarle a un encierro permanente y de por vida, a la vista de todos (que quedan de  brazos cruzados, preguntándose si las amenazas que se ciernen sobre el chico son galgos o podencos); y que ahora, el muchcacho,  se halla en manos de personajes poco a nada piadosos, al contrario de lo que habían hecho creer hasta el momento en su entorno social; personajes que sacrifican a cualquiera en aras de sus fines concretos y que produce a cualquiera que se haya apercibido de esta situación, penosa en el muchacho, prevenirse lo mejor posible y no salir a escena, para no convertirse en una “pieza más”, en un objetivo, en “una presa a batir” por personas expertas en “imagen y persuasión social” sobre cualquier persona que esté a su alcance y que se les cruce en el camino de sus intereses y objetivos.
No es cierto que el padre no se interesara por sus hijos, sin embargo, si lo es, que la madre, desde el primer momento de la separación obstaculizara cualquier posibilidad  de que el padre participara activamente en las experiencias vitales de los hijos. El primer y determinante gesto lo tuvo cuando se presentó el padre en el por entonces APA del Colegio Cesáreo Alierta (colegio bien distante del domicilio familiar real de la familia, pero que gracias  a sapiencias e intereses, pudo colocar cambiando de empadronamiento a los hijos; la letrada del padre consideró aquello era una situación que le beneficiaba al propio padre, pues las consecuencias de la separación podrían ser más gravosas económicamente para el padre - que tendría que rehacer su vida - que para la madre, pues esta podría optar por un colegio privado haciendo más penosa le resurrección del marido). La madre, que bien se preocupó de que uno de los hijos, en una vista quincenal, le dijera al padre que habría reunión de la APA al comenzar el curso, una vez acabada la reunión, la señora madre  expresara a la dirección o jefatura de estudios que no quería volver a ver al padre en esas reuniones escolares. Por entonces el derecho a asistir al APA solo asistía al progenitor que tuviera la guardia y custodia de los hijos y su criterio prevalecía en cualquier situación y circunstancia. El permiso para que el padre asistiera a las reuniones del APA dependía, exclusivamente, de la madre; y ésta tenía meridianamente claro que el padre no pasaría de cualquier línea que significara influir o modificar cualquier aspecto del plan de educación que tenía concebido para los hijos (incluidos los castigos físicos extremos, que aunque prohibidos, prevalecían como recurso educativo eficaz para ella).
Las llamadas por parte del padre existieron para recordar los horarios de entrega de los hijos quincenalmente en las visitas de fin de semana. Y también se recuerda cómo le hacía esperar en el coche al padre, cada mañana de sábado, una o dos horas, so pretexto de que los niños estaban desayunando y preparándose para salir. Los ritmos de la señora madre siempre fueron los mismos, todos tienen que adaptarse a ellos (lleva años obligando al hijo que vive con ella a comer a las cinco de la tarde, porque es la hora que a ella le apetece comer, trastocando los horarios de sueño y actividad del joven, al que no le dejaba acercarse a la cocina, so pena de griterío escandaloso); así que sus ritmos, si los imponía a sus hijos cómo no los iba a imponer  más un padre expulsado de la casa. Ver a los niños, para el padre, era una alegría que hacía sobrellevable esas continuas demostraciones de territorialidad de la señora madre; incluso ya no reparaba el padre, en la indumentaria que hacía llevar a los hijos la madre, y de la que la familia del padre se quejaba (siempre los mismos chándales viejos y desgastados comprados en el rastro y usados hasta la extenuación). Hasta el punto de que una tía, cansada de verlos en las frecuentes visitas que hacía el padre, para que los niños no perdieran el contacto con el resto de la familia, se hartó tanto de verlos así que decidió por su cuenta comprarles pantalones, camisas y jerséis a todos ellos, para que al menos  el padre les cambiara de ropa cuando se los entregara la madre. Así iban los hijos a todas partes a diario, con esa vestimenta, cómoda sí, pero perpetua en forma, colores monótonos, siempre parecían ir con la misma ropa; salvo evento familiar destacable y bien extraordinario, que en su familia, pequeña y reducida no cabía darse (bodas, comuniones). Y aún así, un día, al ir a visitar el padre a los hijos al colegio Cesareo Alierta, entre semana, mientras jugaban en el patio, uno de los hijos se cayó y se rasgó el desgastado chándal; se le conmovió el corazón y el ánimo, al ver como el niño lloraba de angustia al ver el pequeño roto, en la rodilla de esa ya desgastada prenda, previendo que su madre le pegaría. En principio pensó que sería una regañina lo que le dijera al pequeño (pues nunca, hasta entonces, en la mente del padre se concibiera que la señora madre pudiera llegar en modo alguno a ese extremo), pero la angustia que mostraba el niño le llenó de preocupación los días siguientes, y al fin de semana que le tocaron niños les preguntó abiertamente. La respuesta que les dio le llevó a coger inmediatamente el teléfono y llamar a la madre para advertirle que eso no lo podría hacer más y que él, estaba dispuesto a llevarle a los tribunales. La señora madre tuvo el mismo tono con el padre que siempre, ni afirmó ni desmintió, y le mantuvo a distancia con el siempre argumento de que no se preocupaba ni sabía nada de ellos.
Después de comentar la situación dada en los hijos, el padre, a su jefa de Servicio de su trabajo (Doctora en Derecho) y  luego, esperando a la cita con su psicoterapeuta, comentárselo a él también, ambos llegaban a la misma conclusión “no sería para tanto”, ninguno de los dos había visto el rostro de angustia del pequeño que yo vi en el patio del recreo, ni cómo tenían de asumido que “la mama nos pega mucho” como única respuesta a la pregunta del padre, mientras seguían viendo en la tv una de las cintas de video infantil que les solía poner cuando recién llegaban a casa del padre.  Así que unas semanas más tarde, después de solicitar las notas de los niños en el colegio y que le hicieran esperan dos horas y media en el hall de entrada hasta que el director le dijo que Sí, que como padre tenía derecho a saber de las notas de los hijos, dándole en ese momento las notas que hasta el momento habían sacado y el padre le pidió que se las mandara regularmente a casa, comprobado que no eran tan buenas como él suponía que debieran de ser. Con ellas en la mano, redactó una denuncia en el juzgado, y esperó la intervención de los equipos especializados en maltrato, que nunca llegaron, ni se supo de ellos, el juez había archivado la causa; y cuando esa situación la presentó a la abogada que le había tramitado la separación matrimonial, le dijo: Tú lo que tienes que hacer es trabajar mucho, mucho para tus hijos (no entendí aquella sugerencia en aquél momento, pues como funcionario mi salario era el que era, sin que cupiera prever milagros en su cuantía). Hoy compruebo que la madre del muchacho intenta hacerle ver que su destino va a ser trabajar como un negro, como su padre, y así lo expresa él, como quien le pone un futuro bien negro a la alternativa de ingreso perpetuo que se lleva entre manos; y la madre le pone como referencia al padre, porque según ella así le ocurre al padre. Y éste padre se lo desmiente al hijo así atemorizado, porque es evidente. El padre siempre busca como disfrutar o ser creativo en cualquier trabajo que realiza como funcionario. Pero ahora que recuerda los acontecimientos lejanos, a causa de defender al hijo nuevamente, le viene a la memoria que su propia abogada, entonces Azucena Lusilla, le planteó similar alternativa. Es curiosa la simetría en los planteamientos de ambas mujeres y es de preguntarse hasta dónde llegará, o cuán extendida esté similar opinión en la sociedad, cuando se pretende denunciar una violencia ejercida por una señora madre en cualquier tiempo pasado o lugar presente, como es el caso de ahora.
Y efectivamente, la madre una vez que supo que el padre hubo puesto denuncia, como le advirtiera a ella por teléfono previamente el día que constató aquella veracidad en las respuestas de sus hijos y sus efectos en las notas; pero esta denuncia entró en hibernación, la señora madre decidió no entregar más los hijos al padre; aunque estos, en las llamadas para ir a buscarlos, ellos cogieran el teléfono directamente y dijeran que sí al padre, ella, la señora tomaba el auricular para decirle al padre: Los niños no quieren estar contigo.
Muchos años más tarde, relatando estos recuerdos a un letrado, a causa de la cuestión que ahora le afecta a uno de los hijos ya mayor, este le reprochó no haber puesto la denuncia con un abogado (probablemente cierta la razón que expresaba, pero la letrada ya sabía de esa denuncia; y creo que los juzgados de la ciudad también, pues el juez se negó a recibir al padre cuando fue a preguntar por el estado de la misma y dada la insistencia del padre, ya en forma de desafío evidente, tuvieron un intercambio de reproches que acabó con una amenaza del juez en meter al padre en la cárcel y le consta, de alguna manera, que estuvo a punto de hacerlo, al mandar a un letrado (el padre se trataba en el trabajo con letrados que cuya actividad se hallaba en los tribuales) a, probablemente, evaluar el estado del padre y decidir si actuaba o no contra su persona); la visita con la letrada fue inmediatamente posterior; probablemente por ello su respuesta primera fuera: “Estamos todos bien remojados” y la segunda ya referida: “Tiene Vd que trabajar mucho por sus hijos”. Ahora piensa el padre que tal vez sí trabajó mucho por sus hijos, aunque no en el sentido que lo dijera aquella letrada, pero desde luego en la Administración tanto municipal como en la DGA saben a ciencia cierta que es bien cierto, pues entre sus proyectos hay uno estrella, si esta pandemia no lo trunca, saben quien lo ideó, redactó y divulgó hace ya 20 años, mientras los políticos de entonces pensaban sólo en campos de golf, mega construcciones, y super-centros de logística. Aquél trabajo hablaba ya entonces de sostenibilidad, calidad en los sistemas de producción, garantía de bienestar laboral y etiquetado sobre el producto, garantizando que se respetaban estándares respecto al medioambiente, transparencia económica de la empresa y calidad de vida en las condiciones laborales de los empleados y trabajadores. Precisamente todo lo que necesitaríamos ahora para salir de la crisis con productos que portan valores que ahora todos necesitamos, para no repetir los mismo errores del pasado.  
Cuando al padre le constaron que realmente a los hijos sí les habían maltratado como él creyó en su momento, pero nadie le creyó a él, empezó a entender que él no estaba loco, como habían pretendido, pero desde luego algún o varios si los están, permitiendo estas situaciones.
A parte de las llamadas que la señora madre le hizo al trabajo mientras estaban aún formando única familia, el padre no se hace eco en contenido ni formas, porque no es el caso, pero de las que sí se percatara el ambiente laboral en su momento.
Difícilmente el padre hubiera podido enterarse - ya separados ambos, y la señora madre haber bloqueado las visitas de los hijos al padre - de que a uno de los hijos le hubieran de realizar una operación cuyo resultado pudiera desvelar una situación bien grave, para el aún niño, por clara dejadez de la madre en los cuidados básicos señalados para este niño en concreto, desde su nacimiento. Así se deducía de las palabras que el doctor - cirujano pediátrico - le dedicaba a la señora madre con la puerta entreabierta de la habitación del niño, ya estando éste preparado para entrar en el quirófano de la clínica Montpelier, situada en vía Hispanidad.  A causa de este incidente sanitario que se resolviera positivamente, pero del cual, ella, se marchó en cuanto el doctor le habló de lo que parecía su responsabilidad, dejando al padre e hijo solos en la habitación, mientras el padre acompañaba al hijos hasta el momento de entrar al quirófano y éste, el hijo, le suplicaba que le acompañara, sin permitirlo los celadores (algo que hoy en día parece algo diferente en algunas ocasiones). A la salida del niño del quirófano solo estaba el padre en la habitación, posteriormente la madre llegó para reprocharle que la culpa de todo era del padre y de su familia (es decir de sus genes), para acto seguido llamar a la familia materna y decirle que fueran a ver al chico. Incluso llamó a su novio del momento; y donde viéndose des-hubicado el padre, así se lo hicieron sentir esa familia, se despidió de su hijo y se marchó. Años más tarde pensó el padre que le hubieron llamado para parar el golpe ante una posible adversidad y - como la madre anticipaba en la conversación previa - para hacerle responsable del percance médico del muchacho. Debiera saber el doctor pediatra Alejandro Acero, del Gabinete Médico Hernán Cortés, cuáles eras las circunstancias previas que hicieron posible esta intervención médica, pues previamente el padre le hubo solicitado informes de todos sus hijos y según ese médico todo estuviera correcto y el problema observado al nacer el hijo, no parece reflejado en esos informes; aunque ya resuelto afortunadamente, ni siquiera había alguna referencia al respecto en sus informes; pero el cirujano de la Clínica Montpelier parecía tenerlo bien claro. (la madre siempre gozó de esa autonomía y libertad que otorga tener un seguro privado – ella y sus hijos en aquél momento -, al garantizarle privacidad real y efectiva en cualquier padecimiento que pudieran haber tenido ella o sus hijos, sin que su historial médico se incluya en sistemas de redes sanitarias compartidas; lo que en sí mismo representa un alto grado de intimidad y auto gestión de su propia salud y la de sus hijos, pero también una gran responsabilidad, que era lo que parecía reclamarle el cirujano, pues parece que la señora madre no daba explicaciones de actos como este a nadie).
Afirma el padre, que las llamadas de la señora madre se producían, aunque no fueran frecuentes; y no siendo frecuentes siempre eran por alguna contrariedad severa que hacer recaer al padre, desde retrasos de pagos en material, libros o tratamientos que la madre le pedía se gestionara por el ayto y luego encorría al padre hasta acusarle de haberse quedado el dinero, sin reparar que los retrasos en esos pagos alcanzaban a veces los tres meses; hasta en otras ocasiones en que pedía aumentar unilateralmente la pensión de alimentos del padre por haber más gastos pero sin concretarlos, ni presentar facturas al respecto que pudieran determinar una cuantía concreta. La respuesta al ser preguntada concretamente siempre era  la misma: Sacar a los niños adelante cuesta mucho dinero. Pero luego con los años el padre se entera que cuando iban de viaje, al menos en esa ocasión, la señora madre, esperando un enlace de transporte en Madrid con otro destino más lejano, no tuvo reparo alguno en hacer pernoctar a sus hijos en un portal, cerca de una boca de Metro, haciéndoles ejercer turnos de vigilancia a sus hijos para vigilar las maletas, hasta que se hiciera de día (con niños de 15 y 16 años; incluso pudiera ser que la señora madre se sintiera orgullosa de ello; al haberse ahorrado el coste de un hostal, a pesar de que nunca tuviera carencia de efectivo, pues para la señora madre resulta ello un prioridad esencial; disponer siempre efectivo que garantice holgadamente su presente y futuro).   Así pues sí hubo llamadas telefónicas de la señora madre al padre, aunque de éste padre transmitiera una idea de inútil o innecesario; llamadas que no solo las recibiera de la señora madre sino que él también las realizara para saber de sus hijos, hasta que concibiera todo ello inútil y estéril ante persona, como la señora madre, dispuesta a ser un muro infranqueable que aprovecha la ocasión de cualquier motivo que fuere la llamada del padre, para ningunearle, orillarle, humillarle y despreciarle,  eso sí, con un tono displicente y a la vez paternal y abstractamente considerada, consecuente y paternalista, como quien sabe dominar plenamente una situación, controlando la conversación y llevándola siempre al mismo terreno y en las mismas manearas descritas hace un momento. Parecía bastarle apelar al discurso que había construido para dar razón y sentido vital a su propia vida.
Ahora que la señora madre se muestra rebelde, como ella misma dice de sí misma, saltándose la cuarentena y haciéndola saltar su propio novio, recrimina al hijo por hablar con su padre, le dice al hijo que el padre es el maltratador y que se busque el padre gente de su edad para entretenerse que va a ponerle una denuncia. Con lo relatado hasta ahora pueden hacerse idea de cómo ha estado entendiendo la vida suya y la de sus hijos esta señora madre.

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