Miguel Ángel Ibáñez Gómez - maiges_ps@hotmail.com

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martes, 28 de abril de 2020

Malos tratos en el “Saso”. Una tragedia silenciada largamente.



El Saso es una gran urbanización de pequeños chalets unifamiliares, construidos sobre parcelas de entre 1.000 y 2.500 metros de terreno fértil, procedente, al parecer, de los tiempos de la concentración parcelaria, con la que se pretendía mejorar el rendimiento de los recursos agrarios destinados a la producción agrícola, haciendo posible que terrenos de secano pudieran convertirse en vergeles. Conseguir un gran acuerdo entre los numerosos y pequeños propietarios de esas tierras - que, por lo general, habían pasado de padres a hijos, y que en algunos casos, por ese motivo, esas mismas tierras contenían, en sí mismas, momentos de la  historia familiar de cada familia – era una tarea ingente y difícil a la que se le sumaba cuestiones técnicas como el hecho de que unas parcelas poseían más valor que otras por ser más fértiles. Valorar todas esas circunstancias resultaba esencial, tan esencial como difícil de aunar criterios entre los propietarios. Conseguir un gran acuerdo de todos los propietarios para reconcentrar tierras de labor y parcelarlas para aportarles a todas agua convenientemente y transformarlas en regadíos - partiendo de parcelas fragmentadas de diferentes tamaños y formas - suponía algo más que un simple acuerdo económico que no en todas las poblaciones aragonesas conseguía unanimidad.
Pasaron los años, y la proximidad del Saso - que así se denominaba aquella gran partida y extensión de tierras situadas entre las poblaciones de San Mateo y Zuera, en la margen izquierda del Ebro, en el curso del río Gállego (nombre de un río que sirvió probablemente de camino para migraciones galas procedentes de Francia y Europa central) – a unos 20 km de la capital, Zaragoza, se fue convirtiendo, desde hace ya unas décadas, en un lugar muy apropiado para una segunda residencia de aquellos zaragozanos que deseaban un lugar próximo a la gran capital (colmada de servicios esenciales – hospitales, colegios, universidad, cines, teatros…) para fijar incluso su residencia principal; lo suficientemente lejos de la contaminación que permanece siempre perenne sobre esa capital y que unos jóvenes Guardas de Montes del Ayuntamiento de Zaragoza (allá a mediados de 1986), recién entrados en el servicio a esas tareas de vigilancia de los montes, terrenos y propiedades rurales municipales, bautizaron  con el nombre que se ha hecho popular cuando dan las previsiones del tiempo en los medios de comunicación, y que hoy conocemos en toda España como “boina” - cuando observamos esa masa aplanada de aire sucio sobre las capitales de España y que ni el Cierzo, aire típico de nuestra región, es capaz de arrastrar plenamente para dejar limpio y claro el cielo sobre nuestra ciudad.
Allí en el Saso, ahora ya urbanizado, con farolas y caminos asfaltados, y bordeados de aceras, existen numerosas casitas con huertos donde las familias pasan el fin de semana (algunas ya decidieron que ese lugar fuera su residencia permanente), donde los padres alternan el bricolaje con la lectura placida de la prensa, los abuelos juegan con los nietos y no paran de dar instrucciones de cómo se han de cuidar el huerto, y los niños disfrutan de un entorno seguro y saludable, mientras las madres cuidan del bienestar de todos echando rápidas miradas a los miembros de sus familias y evaluando que todos se hallen bien y cómodos. Allí en el Saso, desde hace unas semanas se está culminando una tragedia sobre un joven muchacho; una tragedia de malos tratos morales y éticos que desde este artículo se quiere poner, de nuevo, sobre las conciencias de todos; tanto de los que lo están viendo y siguiendo desde mi blog, como de quienes lo ignoran de una manera u otra; e incluso sobre las conciencias de quienes piensan que sólo es un maltrato más, de los muchos que puede haber o ha habido sin que la sociedad, nuestra sociedad, haya movido, realmente, un dedo para solucionarlos. Uno más de los muchos que se pudieran creer que existen ocultos entre las paredes de un piso cualquiera, ante el silencio de los vecinos; silencios aunque oigan gritos de dolor y angustia a menudo; silencios aunque la impresión de volverlos a oír reiteradamente, días tras días, a unos les conmocione el alma de impotencia y a otros les resultara no solo indiferente sino conveniente castigo para que los niños “aprendan” que el “mundo”, nuestro “mundo” es, fue, y será siempre así; lección que hay que apresurarse a dar, por el bien de todos, para que nada cambie y todo siga igual, porque “la vida es así”, así la conocimos y así debe de seguir siendo. A fin de cuentas, la madre, funcionaria de la DGA, que ha estado tratando con muchachos problemáticos del barrio y con los Servicios Sociales diariamente, e incluso con la policía, para el seguimiento de familias problemáticas, SABE sin DUDA lo que hace y lo que se trae entre manos cuando trata así a sus propios vástagos. Así que el silencio, la ley del silencio, rodeó aquella violenta educación infantil y juvenil de dureza extrema que la madre consiguió imponer cuando dio con la puerta en las narices al padre (su marido) por ser demasiado blando – en esta vida, para prosperar hay que se jefe y ser duro, le dice la señora ahora a su hijo traumatizado y torturado con los pensamientos morbosos de la madre; desde la soledad su hijo vive en esta muy amarga pandemia para él, en el Saso, donde el padre compró terrenos, edificó casa, piscina, aljibe, pista de deportes, huerto… 5.000 metros que él concibió para la felicidad familar, creyendo que allí podría constituir, así, desde sus ideales de paz y ecologismo, combinado con conocimiento del cultivo de la tierra y el fomento del deporte y la salud, lo suficientemente lejos de la capital para procurar un ambiente saludable y sano; y lo suficientemente cerca de la misma por si un día hubiera que ir a un hospital rápidamente, por si hubiera algún percance de urgencia; una familia feliz, lo más feliz posible, así lo concibió.  Apenas puede llamar a su padre, ni siquiera puede imponerle  a la madre el criterio de que tiene treinta años y el derecho a relacionarse con quien quiera.
Esta, la madre, desembarcó hace un par de semanas en el Saso; su hijo ya estaba allí antes de iniciarse la pandemia y empezó a concebir que los sueños del padre eran, casi sin saberlo, sus mismos sueños. Y cuando expresó esos sueños a su entorno de madre y hermanos, cuando ya llevaba cuatro semanas organanizándose él solo, habiendo superado las consecuencias de la soledad inicial, y pudiendo instalar red móvil de internet; cuando empezaba a soñar y planificar su futuro, desembarcó la madre reclamando su derecho sobre esos terrenos paralizados desde que el padre fuera expulsado hace 25 años. Nada allí iba a cambiar y mucho menos su hijo iba a poder generarse una visión diferente de la vida tal y como ella la concebía.
Entró en la casa gritando, vociferando, dando órdenes continuas que aturdían al muchacho y el amenazó con ingresarle por loco y esta vez para siempre, en un centro permanente del Estado, de la DGA. No en balde el hermano  es Asistente social para tutelados en la propia DGA y tanto ella como este hijo saben y conocen los procedimientos adecuados para conseguir hacer posible ese camino para su hermano   y que además sea irreversible.
Ante los relatos que el padre realiza en las redes denunciando esta situación de violencia psicológica, la familia materna responde con más violencia mental sobre el joven. Lo último que hizo la madre, cuando el muchacho iba a San Mateo a hacer unas compras en la farmacia y preguntar por un cable para seguir pudiendo cargar el móvil, pues lo tiene dañado, la madre le dijo que se fuera a Zuera que allí seguro que habría una tienda de electrónica abierta; y casi cae en la trampa el muchacho, pues cuando se disponía a ir de camino le dio por llamar por móvil el padre y pudo reconducirle: Si vas allí te multará la Guardia Civil. A la vuelta el hijo le dijo a la madre: “Eres una Gitana” y la madre lo ignoró, ella ya tiene al menos una multa por cambiarse de domicilio en medio de la pandemia, pero su abogada y amiga, Gloria, le ha prometido quitarle todas las que le pongan; así que va y viene de San Mateo a Zaragoza cuando le viene en gana y como le viene en gana. A nadie teme, ni a la policía ni a la guardia civil, no en balde ha tratado a todos los cuerpos de seguridad del Estado y sabe cómo hay que hablarles para que voluntad, de ella, consiga siempre sus fines sobre quien sea; ya lo hizo con el padre hace años, porqué no continuar con el hijo? El hijo consciente cada vez más de que a su madre no le importa sacrificarle, a veces duele el Alma mucho, cuando comprueba que sus propósitos, su actitud para que le acepten tal y como es, falla una y otra vez . 
Dudo mucho que la vieja amiga de la madre, Raquel, perteneciente a una de las más nobles familias de la ciudad (los Busto), cuando le abriera la puerta y la impulsara dentro del proyecto “Casa del Canal”, pionero en España en adultos, salvándola del itinerario propio de cualquier maestro, de recorrer los pueblos de Aragón, concibiera que esta persona pudiera transcurrir por estos derroteros.


1 comentario:

Anonimo dijo...

O no quieres decir, como el muchacho dice que eres pesado, que le agobias, que no aguanta vivir contigo (porque es cierto que mi madre le ha dicho en diversas ocasiones que viva contigo si quiere y el muchacho dice que no te aguanta), o que no te coge el teléfono y dice que le acosas (no siempre, pero si a veces).
Trasgiversar la realidad no es útil ni ayuda